Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Fábula de Polifemo y Galatea (1597), de Luis de Góngora.
Toda mitología está destinada a poblar un mundo visible
Referencia VI, 15.14
Góngora es precursor y artífice de la poesía pura, del poema intelectual y de la totalidad de las Vanguardias del siglo XX. No en vano los poetas de la Generación de 1927 lo convirtieron en su patrono. En Góngora está ya la semilla del simbolismo y el parnasianismo de Baudelaire, Rambaud, Mallarmé o Verlaine y Gautier o Leconte de Lisle, el precedente del Modernismo de Rubén y el racionalismo latebroso de surrealismo, creacionismo y ultraísmo. Este clérigo y poeta se sustrae al racionalismo convencional de sus contemporáneos auriseculares por la vía de un culteranismo que derrota toda posibilidad de censura. Comprender e interpretar la genialidad racionalista de su verso costó la friolera de más de 300 años. Tres siglos de pereza académica ―y debates estériles, valga la redundancia― bajo los cuales la poesía gongorina permaneció, en buena parte, silente. El racionalismo de la literatura dispone de libertades que a otras formas de racionalismo ―como el matemático, químico o jurídico, por ejemplo― no le están permitidas. Góngora abre la razón literaria hacia formas y contenidos inéditos.
La mitología es una ventana hacia la libertad. El cultismo,
un salvoconducto. ¿Qué esconden, en Góngora, mitología y culteranismo? Para un
español del Siglo de Oro, la realidad nunca es lo que parece: la verdad nunca
está en la apariencia. Para un ilustrado anglosajón, como para la anglosfera
entera, la realidad es precisamente lo contrario, es decir, que la realidad es
lo que parece, porque ―para ellos― en la apariencia está la verdad.
Semejante planteamiento equivale a afirmar que el mundo anglosajón distingue
entre realidad y apariencia, como quien separa el trigo de la paja, para vivir
en la apariencia y desechar la realidad, es decir, para alimentarse de paja y
quemar el trigo. Kant ―y el idealismo alemán en pleno― hizo el resto. Ortega,
en funciones de mascota de Kant, fue su rapsoda y recitador.
La literatura da muchas sorpresas... Pero sólo a las personas
inteligentes. Quienes ignoran casi a todo acerca de la literatura, el
racionalismo de las artes verbales y poéticas les resultará una página en
blanco.
Digo esto porque el término «culto» entra en la lengua
española, entre otros cauces acaso menos relevantes, a través de la poesía, y
concretamente a través de la poesía de Garcilaso de la Vega. Este adjetivo,
«culto», es vocablo español de importación italiana, que Garcilaso introduce
«como calificativo que aplica a los versos pulcramente limados, extendiéndose a
los poetas que los escriben» (Collard, 1967: 2-5; Carreño, 1998/2002: 269, nota
4). Se adentra en la poética española, y en su léxico, con el sentido
originario de pulido, limado, trabajado, artificioso: sofisticado. Desde el
principio, lo culto ha estado estrechamente unido a la sofística y al
artificio.
En el poema de Lope de Vega, titulado «Díjole una dama que
para qué escribía disparates», el término culto se define por contraposición al
de locura, y apela al campo semántico de la cordura y el racionalismo, la
discreción y la corrección decorosa de la expresión verbal, conforme a normas
elaboradas y sofisticadas. Lope desarrolla en este soneto el tópico literario
del mundo al revés (cordura / locura, culto / necio), bajo el imperativo
siguiente: «culto me vuelva y el estilo enmiende» (Lope de Vega, 1634/2002:
269).
A través de la poesía de Góngora, desde el verso segundo de
la Fábula de Polifemo y Galatea, el término culto ya adquiere y
consolida el significado de docto: «Culta sí aunque bucólica, Talía...». Talía,
a posteriori convertida en musa de la comedia, lo fue primeramente de la
poesía pastoril, en la lírica de Virgilio y Horacio. Góngora escribe,
culteranamente, un poema pastoril y una tragedia mitológica: su héroe,
Polifemo, es un pastor de extrema fealdad y zafiedad. Frente a él, la hermosísima
e impoluta ninfa Galatea. Y el singular Acis, único en su originalidad
masculina. Sólo él ha enamorado decisivamente a la ninfa. Es, también, el
moderno mito de la bella y la bestia. La Fábula gongorina —pletórica de
barroca dialéctica— es así un culto estuche de rudeza. Ha de advertirse que, a
través del cultismo, Góngora sitúa la lírica del Siglo de Oro español a la
altura de la poesía clásica de Homero, Ovidio, Horacio y Virgilio. Góngora
sella la tradición hispanogrecolatina. Bien sabemos que, sobre caminos bien
labrados, un paso más lo da sor Juana Inés de la Cruz, al hacer compatible lo
imposible: culturalismo y conceptismo.
Nótese, pues, la importancia de la literatura en la
semantización de las palabras, más allá de la poética y la poesía. No en vano
hemos dicho con frecuencia que la literatura mide y objetiva el grado de
racionalismo del que dispone una sociedad política. Y del que cada ser humano
es usuario, intérprete y testigo. Góngora es el simbolismo, el parnasianismo,
el modernismo y hasta el surrealismo de la filología. Cada día estoy más
convencido de que después del Siglo de Oro español todo lo que se ha hecho en
literatura es un descenso desintegrador, una catábasis hacia el vacío
literario. Hoy, nuestros coetáneos, habitantes de un necio siglo XXI, ya no
hablan de literatura cuando quieren o creen referirse a la literatura, sino de
«escritura creativa», es decir, de una cursilada, de ocurrencias y vacuidades
al más puro estilo imitativo de lo estadounidense. Un ridículo completo, al
cual cada día prestan más atención las universidades de nuestro tiempo, llenas
de estudios culturales y vacías ―e ignorantes― de estudios literarios.
Volvamos a Góngora y a su Fábula de Polifemo y Galatea, ilegible hoy en sus exigencias originales. Esta fábula es un poema de amor, total y absolutamente profano:
No a las palomas concedió Cupidojuntar de sus dos picos los rubíes,cuando al clavel el joven atrevido,las dos hojas le chupa carmesíes.Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,negras vïolas, blancos alhelíes,llueven sobre el que Amor quiere que seatálamo de Acis y de Galatea.
Es, también, una tragedia, que sin embargo no se percibe ni
se transmite como tal. Góngora es poeta insensible. Algo así puede resultar una
ofensa para un romántico, pero no lo es en absoluto para un poeta anterior al
siglo XIX, y en particular para un escritor aurisecular, entregado al artificio
de la poesía y a la orfebrería del arte literario. Góngora puede referir una
tragedia sin derramar una sola lágrima. Ni él, como poeta, ni sus personajes,
como protagonistas. Ni siquiera Galatea llora la muerte de Acis, muy
ambiguamente, más allá de un único endecasílabo.
Con violencia desgajó infinita,la mayor punta de la excelsa roca,que al joven, sobre quien la precipita,urna es mucha, pirámide no poca.Con lágrimas la ninfa solicitalas deidades del mar, que Acis invoca:concurren todas, y el peñasco durola sangre que exprimió, cristal fue puro.Sus miembros lastimosamente opresosdel escollo fatal fueron apenas,que los pies de los árboles más gruesoscalzó el líquido aljófar de sus venas.Corriente plata al fin sus blancos huesos,lamiendo flores y argentando arenas,a Doris llega, que, con llanto pío,yerno lo saludó, lo aclamó río.
La deshumanización del
arte está objetivada en la literatura de Góngora tres siglos antes de que
Ortega la plateara con su filosofía ensayística, tan narcisista para lectores
emocionalmente deficitarios, en 1925. Góngora lleva la poesía al acmé de su
artificio. Escribe lo que no siente, ni sentirá jamás, mejor aún que quien lo
vive incluso en sus propias carnes. Lo inteligible está muy por encima de todo
lo sensible. Nunca hemos estado tan lejos del Romanticismo. Nunca, como en el
Romanticismo, hemos estado tan lejos de lo inteligible. Y de la orfebrería
poética ―conceptual y culterana― del Siglo de Oro.
El Romanticismo, ese producto de la anglosfera, que una y
otra vez nos aleja de la realidad... y de sus Siglos de Oro. Piénsese que los Siglos
de Oro fueron mucho más que literatura. No sólo fueron la época aurisecular de
España, sino una cita con la realidad como la que históricamente alcanzaron la
Grecia clásica o la Roma singular de César o Augusto. Los Siglos de Oro
españoles fueron los Siglos de Oro de la realidad. La Ilustración y el Romanticismo
anglosajones no han sido sino cismas entre la realidad imprescindible e inderogable
y el ser humano, extraviado en ella como psicópata idealista en un laberinto
posmoderno de imposible escapatoria. Sólo el racionalismo literario puede
disponer y permitir la fuga y salida de este laberinto. Y sin el Siglo de Oro
es imposible saber qué es la literatura. Sin literatura, no hay libertad.
Nótese el materialismo antirromántico de Góngora. El centro
de gravedad de la belleza del cosmos es la mujer, humana, mítica, divina. En la
figura femenina se materializan y condensan todas las poéticas de lo bello y lo
juvenil, el erotismo y la hermosura. Su obra es la materialización literaria de
la belleza en la mujer como arquetipo de la belleza inteligible de lo sensible.
Si Hegel hubiera sido capaz de leer a Góngora, habría renunciado a escribir una
obra fantasmagórica e irreal como Fenomenología del espíritu (1807), al
resultar redundante e innecesaria. Además de apabullante. Y estridulante. Del
mismo modo, si Kant hubiera leído el Polifemo se habría ahorrado la Crítica
del juicio (1790) y su manoseada idea, que nace vieja y sin vida, a fines
de un prematuramente vetusto siglo XVIII: la valetudinaria idea del arte por
el arte.
Esa imagen del arte sin una finalidad pragmática y
utilitarista en sí misma ya está objetivada en la lírica Góngora. Pero en el
cordobés de forma mucho más atractiva y salerosa que en el regiomontano o kaliningradense
Kant. Sólo en comparación con el magnetismo de la ambición mercantilista
anglosajona, la filosofía del idealismo alemán comienza a percibir el arte de
forma completamente inversa a como desde sus orígenes lo ejecutaron buena parte
de sus artífices: como un desafío a la inteligencia humana, y no como un valor
de cambio ni de uso. La teoría kantiana del arte ―el arte por el arte― es la
teoría de los amigos del comercio, la estética mercantil de un gestor
financiero. Lo que no produce dinero no tiene valor. Las masas no consumen
obras de arte, sino simulacros estéticos, esto es, Kitsch. No en vano el
término es genuinamente alemán: la imitación o reproducción sin valor de una
obra de arte original y única. La estética kantiana es un producto del Derecho
Mercantil y de la economía anglosajona. Y con ese criterio incontables
papanatas se han enfrentado a la interpretación de la Ilíada, la Divina
comedia o el Quijote. Y no han faltado quienes ―poniéndose
estupendos― han negado, exultantes de ignorancia, la posibilidad de estudiar
científicamente la literatura. La creencia en las propias mentiras permite recorrer
luengos espacios, a lomos de clavileños anglosajones.
Pero el poeta aurisecular es un prestidigitador de las
palabras, insensible a sus contenidos. Recordemos la declaración decisiva y
delatora de Lotario a Camila en la novela cervantina de El curioso
impertinente:
—Luego ¿todo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad?
—En cuanto poetas, no la dicen —respondió Lotario—; mas en cuanto enamorados, siempre quedan tan cortos como verdaderos (Quijote, I, 33).
Esta disociación entre el poeta, como artífice de la obra
literaria, y el ser humano, como individuo sensible, sujeto de emociones
comunes o particulares, queda totalmente difundida con la irrupción del
Romanticismo. Esta confusión no se ha superado aún, y el arte sobrevive
hoy saturado más de sensiblería vacua que de ideas racionales y originales. Hoy
el artista ha perdido de vista la objetividad y la realidad. Y hasta tal punto
las ha perdido de vista que niega incluso que sea posible identificarlas y reproducirlas.
De espaldas a la realidad, el arte, como la vida humana, no es más que un
conjunto inestable de ocurrencias incoherentes.
El Siglo de Oro es más racionalista que la Ilustración. La
Edad Contemporánea, consecuencia de ello, es un estertor de idealismos.
Sin duda el racionalismo poético de Góngora rebasó las
posibilidades de sus contemporáneos y, para su propio detrimento, la de
nuestros propios contemporáneos. Ángel Valbuena Prat fue muy duro al juzgar en
estos términos una obra como las Soledades, un poemario cenital e
inacabado:
Las Soledades son más un fracaso que una culminación. La poesía «críptica» es esencialmente falsa. Contribuyó al «antigongorismo» aun entre los influidos por el Góngora anterior. ¿Cabe en una poesía, por bellezas que contenga, tener que ser traducida en prosa, en su misma lengua? ¿En qué gran poema ha ocurrido esto? Respetamos sus bellezas, y las saboreamos; pero nuestro juicio es, en definitiva, negativo (Prat, 1982: 286).
Admitimos que, en cierto modo, Prat tiene razón. Pero lo que
dice de las Soledades, aplicable también al Polifemo, podría
decirse, mutatis mutandis, de todo poema valioso, capaz de exigir al
racionalismo del lector un racionalismo superior y más complejo. ¿Qué decir a
este respecto de autores mucho más contemporáneos a nosotros como Vicente
Aleixandre en su Pasión de la Tierra, de César Vallejo en su Trilce
o de Camilo José Cela en su Oficio de tinieblas 5? La literatura no es
música de salón. La literatura es uno de los mayores desafíos de la
inteligencia humana.
Sí es cierto también que Góngora es un poeta de menor combustible ideológico que el que nos ofrece Quevedo, con todo su arte narrativo, entremesil y ensayístico, relativo a la política, el desengaño, el senequismo, el humanismo, la teología, el existencialismo, a la acritud y desmitificación sin esperanza de todo cuanto existe. Góngora es poeta de formas y mitos, escenas costumbristas y eventos muy de circunstancias. Es un orfebre de la filología clásica en lengua española y un artesano de la más compleja poética. Pero el peso de sus ideas originales es mucho más liviano que el de otros autores del Barroco tardío. Góngora no es Quevedo. No hace falta que lo sea, pero... cada uno, lo suyo.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Fábula de Polifemo y Galatea (1597), de Luis de Góngora: toda mitología está destinada a poblar un mundo visible», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 15.14), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- III, 3.4.4 - Literatura sofisticada o reconstructivista.
- III, 4.5 - Teoría del genio. Explicación y justificación de la genialidad en el arte y la literatura.
- III, 5.4.2.4 - Modelos y Literatura Comparada.
- III, 7.3.3 - Consolidación de la poética clásica. Los siglos XVI y XVII. La teoría de la lírica en los tratadistas españoles de arte poética: Pinciano y Cascales.
- IV, 4.24 - El poder de los poetas: Rilke, Hardy, Unamuno, Aleixandre, Pessoa, Borges y Luis Alberto de Cuenca.
- V, 5.5.3 - Facultades cervantinas de la poesía como género literario en el Quijote.
- Texto completo, anotado y comentado de la Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de Góngora.
- Góngora, Luis de: «Ándeme yo caliente / y ríase la gente» (1581).
- Góngora, Luis de: «Mientras por competir con tu cabello» (1582).
- Góngora, Luis de: «Ilustre y hermosísima María» (1583).
- Góngora, Luis de: «A la confusión de la corte» (1588).
- Góngora, Luis de: «Dineros son calidad» (1601).
- Ilíada y Odisea de Homero.
- Antiguo Testamento.
- Edipo, rey de Sófocles.
- Divina commedia de Dante Alighieri.
- Decamerón de Giovanni Boccaccio.
- Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer.
- La Celestina de Fernando de Rojas.
- Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais.
- Lazarillo de Tormes.
- Cántico espiritual de Juan de la Cruz.
- La Numancia de Miguel de Cervantes.
- Ricardo III de William Shakespeare.
- Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.
- Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de Góngora.
- Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes.
- El burlador de Sevilla, atribuida a Tirso de Molina.
Interpretación del poema de Góngora:
«A la confusión de la corte»
Garcilaso y Góngora ante Keats:
cómo el Romanticismo pierde de vista la realidad y la belleza vida
El mundo al revés como tópico literario
en Celestina, Garcilaso, Lope de Vega, Quevedo y Shakespeare
Literatura y trastornos de personalidad:
idealismo ascético y comportamiento esquizoide
en un poema de Góngora
Dinero y prostitución en un poema de Góngora:
un germen satírico de la literatura costumbrista
Elogio cínico del dinero en un libro de amor y literatura
contemporáneo de los orígenes del comercio:
Arcipreste de Hita y el Libro de Buen Amor
Quevedo, enemigo de los amigos del comercio:
sátira sobre el dinero. ¿Derecho civil o mercantil?
Sor Juana Inés de la Cruz: racionalismo y libertad
en la literatura virreinal novohispana
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