VI, 15.3 - Edipo, rey, de Sófocles


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Edipo, rey (c. 430 a.n.E.), de Sófocles.

La rebelión de los dioses



Referencia 
VI, 15.3


Aristóteles escribió su Poética, el primer tratado científico sobre estudios literarios, el libro fundador de la Teoría de la Literatura como disciplina académica, pensando esencialmente en esta tragedia de Sófocles, Edipo, reyLa tragedia griega clásica está genuinamente unida al nacimiento de la Teoría de la Literatura, que Aristóteles concibió y planificó de forma sistemática, al tomar como referencia este género de teatro ―el trágico― como prototipo de los estudios literarios. No sabemos qué fue de los escritos aristotélicos sobre la comedia, salvo que, por el momento, están perdidos, acaso definitivamente desaparecidos. La experiencia trágica constituyó, de este modo, durante siglos, la hermenéutica —y también la preceptiva— más poderosa jamás construida para estudiar la literatura.

Sin el Edipo, rey de Sófocles el estudio de la literatura no habría nacido de la forma en que lo hizo. En ninguna otra literatura, salvo en la Grecia clásica, brotó la tragedia, ni su contrapunto, la comedia. Las literaturas sapienciales del antiguo Egipto, el Asia Menor, la geografía hindú y la lejana China, no concibieron, en ningún momento, la representación literaria, fuera trágica o cómica, como forma de interpretación de la realidad, ni como género poético alguno. Lo mismo ocurrió en las sociedades árabe y hebrea. Los términos tragedia y comedia son genuina y exclusivamente helénicos, y desde la lengua griega se exportaron, a través de la geografía y de la Historia, al resto de sociedades, lenguas y literaturas.

Sabemos desde el comienzo que la tragedia es una experiencia humana terriblemente desgraciada, un infortunio desolador, caracterizado por dos hechos esenciales, capitales, imprescindibles: la tragedia es imprevisible e irreversible.

Es imprevisible porque no se ve, es decir, no se ve ni con los ojos de la razón. Ciega al ser humano de forma absoluta. Edipo estaba cegado desde el comienzo. No ve ante sí a su propio padre, Layo, del que es asesino. No ve ante sí a su propia madre, Yocasta, de la que se convierte en cónyuge, y con la que copula incestuosamente para engendrar dos hijos ―Eteocles y Polinices― y dos hijas ―Antígona e Ismene―, quienes protagonizarán su propia y fratricida tragedia en la plenitud de su vida más juvenil.

Y es irreversible la tragedia porque no admite eversión ni vuelta atrás. La tragedia no es cristiana: no concibe la resurrección. Estalla sin advertencias previas que permitan evitarla. Layo no vuelve a la vida… Yocasta se suicida… Edipo no recupera la vista y se convierte para siempre en maldición perpetua de sí mismo. Sobrevivirá para sufrir eviternamente.

Pero la tragedia tiene además dos componentes genuinos y esenciales que se mantendrán activos hasta que un literato español los transforme ―de modo radical e irrecuperable― a finales del siglo XVI.

En primer lugar, la tragedia era el género literario de los nobles, de monarcas y aristócratas, un escenario vetado a los pobres y a los humildes, cuyo sufrimiento no se consideraba ni respetable ni digno de atención. El sufrimiento de los plebeyos era comedia y burla.

En segundo lugar, la tragedia subordinaba a los seres humanos a los dictados fatales de los dioses, quienes jugaban gratuitamente con la vida de hombres y mujeres, disfrazando en la envoltura cínica e irónica del azar, una libertad ficticia y falsa, porque los oráculos predeterminaban toda tentativa de libertad antes incluso de cada nacimiento. Sófocles amenaza a sus contemporáneos con la religión de los dioses olímpicos, con la fuerza inmutable y programada de un orden moral trascedente, y con la advertencia vengativa de que nadie se puede escapar de los imperativos divinos. Tomen nota los humildes de lo que les ocurre, incluso, a los nobles insumisos.

El literato español que rompe con estos preceptos poéticos y religiosos es Miguel de Cervantes. Su obra, La Numancia. Una tragedia, de hechura española, en la que los protagonistas son seres humildes, no nobles; seres inocentes, no responsables de ninguna hybris; y en la que los hechos terribles y mortales no se explican por ninguna inferencia metafísica. Cervantes ha sustituido, para siempre, en la Historia de la Literatura, y en la genealogía de la tragedia humana, la metafísica por la Historia. Cervantes compone una tragedia deicida. Los dioses han sido expulsados de la literatura trágica. Y precisamente en el momento más atronador de la España contrarreformista. ¿Cabe mayor ironía y más alta inteligencia en el ejercicio de la libertad humana? Eso era España en su Siglo de Oro: inteligencia y libertad. El protestantismo restauró la predestinación. Y suprimió la libertad.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Edipo, rey (c. 430 a.n.E.), de Sófocles. La rebelión de los dioses», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 15.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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⸙ Antología de textos literarios

Edipo, rey, de Sófocles:
entre las 30 obras literarias más importantes de la literatura universal




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Edipo, rey, de Sófocles