VI, 15.7 - La Celestina (1499) o Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas. Nihilismo hispánico


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





La Celestina (1499) o Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas.

Nihilismo hispánico



Referencia 
VI, 15.7


Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro

La Celestina es una obra literaria que se escribe con un objetivo intrínseco fundamental: el suicidio de una hija jovencísima. Este suicidio ficticio e inmanente es el sustentáculo que justifica la razón literaria esencial de la tragicomedia: el planto o llanto final de un padre que, tras la muerte deliberada de su hija, no sabrá qué hacer ni con su propia vida ni con la realidad que, desde ese momento, está condenado a vivir.

Melibea es el contenido de la vida de su padre, Pleberio, quien en adelante será el continente de un mundo vacío y vivo. Pleberio ha perdido el hilo de cualquier consecuencia posible. Pleberio ha perdido la filiación. La parca que ha roto el hilo de la vida de Melibea ha roto también el hilo de la vida Pleberio, un perfecto superviviente de su propia muerte civil, religiosa y política. Del hilado de Celestina, ese rústico pretexto del que se sirve la alcahueta para adentrase en la casa de su víctima, llegamos a la negación del hilo vital de la suicida Melibea y del nihilista Pleberio. La Celestina es la primera de las obras de la literatura universal que introduce el nihilismo en la literatura. Y lo hace precisamente, como no puede ser de otro modo, en la geografía literariamente más potente del mundo: la de la literatura española de un Siglo de Oro en ciernes, 1499. No hay mayor experiencia vital y literaria que la de la España de los siglos XV, XVI y XVII. El nihilismo, es decir, la negación del hilo, la derogación de toda filiación, la quiebra de toda teleología, de todo proyecto, la negación, en suma, del futuro, no es otra cosa que la saturación frustrante de experiencias vitales. La vida se agota ―fracasada― en la propia vida. No hay ya nada más que hacer. El nihilismo es la negación de un proyecto racional para seguir actuando, operando, viviendo, conforme a cualquier itinerario posible. No hay hilo. No hay camino. No hay discurso que trazar.

Pero el nihilismo admite muchos disfraces, y las formas de autoengaño para continuar, aún sin razones legitimadas o visibles, son muy numerosas. Sin embargo, en La Celestina de Fernando de Rojas no se opta por ninguna de ellas. No hay a la muerte del suicida ninguna solución religiosa: ni cristiana, ni judía, ni musulmana. Tampoco la vida del padre superviviente al suicidio de la hija encuentra justificación posible para proseguir ningún objetivo o empresa. La Celestina, muy en la línea de la literatura española ―el caso de La Numancia cervantina es histórico y paradigmático―, y de las edades Moderna y Contemporánea, sitúa la tragedia fuera de toda dimensión metafísica, negando por completo un más allá punitivo o paradisíaco, y la implanta en la vida real, terrena y material del ser humano. Una vida a la que califica con crudeza desde los términos más espantosos y desoladores. He aquí las palabras del padre y su idea de mundo, al que consdiera de «laberinto de errores, un desierto spantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de spinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuydados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponçoña, vana esperança, falsa alegría, verdadero dolor». Tal es el planto de Pleberio, tal es su razón literaria ante la realidad que está obligado a vivir. Pleberio es un impotente. No sabrá qué hacer. El nihilismo es la última y más radical expresión de la impotencia. Su más inconcusa demostración.

Los hijos son siempre la mayor frustración de los padres. No hablo de fracaso, hablo de frustración. Se me entonará de inmediato la canturía de que «yo no estoy de acuerdo». Es natural: se trata de una respuesta autodefensiva que confirma el valor asertivo que la provoca. Los hijos ―repito― son siempre la mayor frustración de los padres. Evitar la más alta frustración implica renunciar a toda descendencia, y asumir acaso una actitud completamente nihilista ante la realidad de la vida. En otros casos, la frustración se sublima hasta alcanzar desenlaces patológicos tan espeluznantes como insensibles. Pero aquí no hablamos de sublimación de fracasos, sino del nihilismo como forma de respuesta a la frustración patrilineal o matrilineal. Los hijos nunca son exactamente lo que se espera de ellos. Melibea no es lo que esperaba Pleberio.

El nihilismo no es tanto una negación de la realidad de la vida, un continente, por otro lado, lleno de contenidos, inextinguibles, siempre perdurables, saturados de comedia y tragedia, de dichas y desventuras, de padres a hijos, de mitos a realidades, de ficciones a operaciones siempre irreversibles y con frecuencia también imprevisibles, desde el momento en que ni el determinismo ha podido implantarse jamás en ningún punto de la vida humana, ni la eversión de un sólo hecho es posible en ningún momento dado de nuestra existencia. El nihilismo no es tanto todo esto, cuanto, simplemente, la afirmación de una impotencia, la confirmación de una ruptura con el futuro, la rendición al extravío, la pérdida del hilo conductor, la negación de un contenido perdurable eviternamente. Es la conciencia de que si no hay continuidad, lo que hacemos, lo que hemos hecho, no sirve ―ni servirá― para nada, ni para nadie. Somos lo que harán de nosotros nuestros intérpretes. Y aunque hemos de vivir y de actuar de tal modo que a quienes nos sucedan no les esté permitido retroceder, lo cierto es que sabemos que no tenemos, con frecuencia, quién nos suceda. Y que acaso nuestra obra, tarde o temprano, quede en manos de una genealogía de cobardes, impotentes o, simplemente, nihilistas.

Es innegable que Fernando de Rojas vivió esa experiencia, y desde ella sancionó y sentenció, casi como un jurista que profesionalmente era, el desenlace de su obra, La Celestina. Un extraordinario precursor, tanto de la literaturade Cervantes como de la filosofía de Espinosa, en tanto que los tres, Rojas, Cervantes y Espinosa, eran hombres que sabían perfectamente que la explicación de los conflictos humanos no tenía una solución religiosa. Leopoldo Alas, Clarín, también lo sabía. La Regenta no nos dejará mentir. Ni el cristianismo, ni el judaísmo, ni el islam, explican la realidad de la complejidad vital humana. Los idealismos religiosos no sirven, y el ser humano no puede vivir para servirlos. El nihilista niega, ante todo, la servidumbre a las creencias. La vida no puede estar vertebrada por creencias religiosas. Esto es precisamente lo que niega, y por completo, el racionalismo crítico y literario de la Celestina de Fernando de Rojas.

Benito de Espinosa, el mayor personaje nihilista del siglo XVII, encuentra ―sin buscarlo― en la literatura de Rojas y de Cervantes un camino bien roturado y bien sembrado. La filosofía, una vez más, transita, sin saberlo, los caminos abiertos previamente por la literatura. Ante este vacío, el Siglo de Oro español es la arquitectura política de un Estado, desplegado bajo el ortograma de un imperio, que dio sentido al cosmos con una fuerza que ni siquiera alcanzó Roma en sus mejores momentos. De hecho, tras la desintegración del imperio español, la hegemonía anglosajona ―protestante― o la afrancesada ―Francia sustituyó la religión por la cursilería― ha saturado el mundo de oquedades y ruidos. No hablemos de Alemania, que se constituye como Estado aún en 1871. Esto es casi una vergüenza histórica en el currículum de cualquier país. En suma, desvertebrados los valores de la Hispanosfera, la literatura se disuelve en cultura, los objetivos de la vida se transforman en una búsqueda absurda de felicidad, y el nihilismo se convierte en la meta del pensamiento posmoderno contemporáneo.

La literatura española fue siempre, como su imperio, una alternativa contundente al nihilismo. Y lo fue desde la obra de Fernando de Rojas, que lo objetivó y conjuró literariamente de forma explícita para identificarlo como el camino equivocado en la solución y desenlace religiosos de los conflictos humanos.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «La Celestina (1499) o Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas. Nihilismo hispánico», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 15.7), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro