Y una
cuestión de principio, no apta para talentos sensibles. Esta obra no se ha escrito
porque su autor pretenda optar a nada. El autor no tiene ningún objetivo ni
ningún interés en el mundo académico, universitario o gremial actualmente
institucionalizado en diferentes ámbitos. Si ésa fuera su pretensión, en lugar
de haber elaborado este libro habría dedicado su tiempo a hacer labores de
pasillo y de intriga universitaria, las actividades más y mejor valoradas y
recompensadas, hoy y siempre, en la actual universidad española, europea y
americana (sobre todo en esta última, tan jactanciosa a la hora de anunciar al
mundo lo mucho que en ella se trabaja: una gran patraña). No, este libro no se
escribe para dignificar a ninguna Universidad, ni para anunciar en sus páginas
iniciales el agradecimiento a una institución pública o privada, estatal o
gremial, que haya aportado dinero o subvenciones contributivas a su posible
elaboración o publicación. Ninguna institución, ni pública ni privada, ni
ningún proyecto de investigación de ningún ministerio estatal, ni de ninguna
consejería provincial o nacionalista (según se mire la geografía subestatal de
cada territorio), ni ningún grupo económico, ni financiero, ni industrial, ni
religioso, ni ideológico, ni políticamente correcto, ha sido solicitado ni
requerido por el autor para auxiliar de ningún modo el proceso de elaboración
ni de publicación de este libro. El autor no quiere contraer deudas indeseadas.
Ni trato alguno con acreedores o explotadores profesionales de mecenazgos. Ni vínculos ni relaciones con ningún tipo de ámbito político ni grupo ideológico. Este
libro tiene como objetivo algo muy simple: construir una Teoría de la
Literatura destinada a la interpretación científica, crítica y dialéctica de la literatura,
dado que en la actualidad no existe ninguna que el autor considere
suficientemente solvente. En lugar de teorías literarias, lo que el lector
interesado encuentra es ideología y psicologismo, o simplemente, tropología
rupestre y necedades nutridas de miseria. Eso ha sido y es esencialmente la
posmodernidad: farsa, nulidad y nesciencia. Contra la tiranía académica y anticientífica de ese tercer mundo semántico se ha escrito —entre otras razones y motivos— la Crítica de la razón literaria.
§
Esta
obra, Crítica de la razón literaria,
se escribe y publica en una época en la que se ultima la destrucción
—sistemática e irreversible— del conocimiento históricamente institucionalizado
en las Universidades y en las estructuras institucionales del Estado
contemporáneo.
Es muy
cierto que el conocimiento históricamente organizado y administrado desde las
Universidades fue siempre muy discutible, pero era, hasta hoy al menos, el
medio del que disponían los seres humanos para educarse científicamente más
allá de su adolescencia. En nuestros días ya no es posible: la Universidad no es en estos momentos una institución científica, sino ideológica, degenerada y
corrupta. Por razones que se explican en diferentes capítulos de esta obra, la
Universidad ha reemplazado la ciencia por la ideología, y se ha inhabilitado a
sí misma, especialmente en todo lo relacionado con las tradicionales «ciencias
humanas», para el ejercicio del conocimiento y la investigación. Ciencia y
docencia no tienen ya cabida ni sentido en los modelos actuales de Universidad,
una institución cuyo fin de hecho es la propaganda, el entretenimiento y la disimulación del
fracaso de una sociedad política que todavía hace posible su existencia
—necrótica— como presuntos centros educativos o investigadores[2].
¿Durante
cuánto tiempo podrá sostenerse esta farsa? Lo ignoro. Imagino que mientras se disponga
de dinero para subvencionar su puesta en escena. Ahora bien, ¿cómo puede
sobrevivir la educación científica en un mundo gobernado por la ideología,
incluso en sus instituciones académicas y universitarias? ¿Cómo contribuir al
desarrollo efectivo del conocimiento, si las instituciones que deben ampararlo
y desarrollarlo, como es el caso de la Universidad, renuncian a él de forma
explícita?
§
Esta obra se
publica en uno de los momentos más depresivos de la historia académica contemporánea.
Lo sabemos. Supusimos, equivocadamente en un principio, que tendría más enemigos que lectores, pero no fue así: esta obra tuvo un éxito impresionante tras su publicación en 2017, que se tradujo en una difusión inmediata en la sociedad y en el mundo académicos, con interminables debates en internet y redes sociales, con más de 9 ediciones en menos de 5 años, con la celebración de múltiples congresos y cursos universitarios dedicados a su interpretación, y un creciente repertorio de publicaciones, entre libros, artículos y tesis doctorales, de jóvenes investigadores interesados en el desarrollo de esta nueva metodología. Resultado de este éxito editorial, académico e investigador fue la creación de la Cátedra Hispánica de Estudios Literarios, y de su Escuela homónima, entre cuyos fines está la preservación y difusión de un espacio académico destinado al estudio de la Crítica de la razón literaria y sus consecuencias en la interpretación de la literatura.
Ocurre, precisamente, que desde finales del siglo XX la
interpretación de la literatura refleja ante todo un
agotamiento de la posmodernidad. A la interpretación posmoderna de la literatura se enfrenta sin rodeos la Crítica de la razón literaria. La presunta crítica a la metamorfoseada herencia de la
Ilustración no ofrece nada nuevo desde hace lustros, acaso décadas. La teoría literaria
difundida durante los últimos años se manifiesta como un estertor de la
retórica posmoderna, que nos sitúa una y otra vez en el mismo callejón sin
salida. Las musas de la ira parecen haber conducido la investigación sobre
literatura, cultura, problemas intelectuales y políticos, hacia una guerra
ideológica —hoy completamente improductiva— contra la imagen de Occidente. El problema de los falsos problemas es que exigen soluciones
también falsas.
Este
libro expone, contra el agotamiento de lo que podría denominarse el discurso de las musas de la ira, cuyo origen más decisivo encontramos en la
obra de Rousseau,
y que constituye una de las dimensiones medulares de la retórica posmoderna
contemporánea, expone ―digo― una Teoría de la Literatura basada en la Crítica de la razón literaria, como sistema científico, crítico y dialéctico de interpretación de la literatura.
La presente obra se convierte de este modo, y de forma específica, en una
Teoría de la Literatura de naturaleza racionalista, científica, crítica y
dialéctica, cuyo fin es la interpretación de los conceptos y las ideas objetivados formalmente
en los materiales literarios (autor, obra, lector y transductor). La Teoría de
la Literatura es, en suma, el conocimiento científico de estos materiales
literarios, del mismo modo que la Crítica de la Literatura es el conocimiento filosófico de esos mismos materiales. Y el fin de ambas es demostrar que la literatura es inteligible, es decir, algo superior e irreductible a lo meramente sensible. No por casualidad el mundo social, cultural y político anglosajón ha reducido la literatura a sentimiento, sensación y sensibilidad, esto es, a aisthesis o estética, con frecuencia bajo el formato de las más extremas formas de cursilería y memez. La estética anglosajona suplanta en la posmodernidad a la poética hispanogrecolatina.
Sabido es que la Crítica de la razón literaria se hace eco de uno de los postulados de Bachelard, actualizado por Bueno, según el cual pensar e
interpretar es pensar e interpretar contra
alguien. Dime qué piensas, y te diré contra quién lo haces. Se considerará,
pues, que la dialéctica está en la base de todo pensamiento crítico y, por lo
tanto, racionalista. La dialéctica es más importante que el diálogo, porque
desde todos los puntos de vista aquélla presupone a éste, lo engloba y lo hace
progresar. En consecuencia, no se buscará aquí el consenso, sino la crítica. El diálogo no es suficiente. Habermas siempre ha sido una caricatura, jibarizada, de Marx. La Crítica de la razón literaria exige la dialéctica.
Hoy la interpretación literaria se expone con frecuencia como una idealización
semántica de sus referentes, aquellos términos a los que apelan las obras de
arte, cuando en realidad debe ser una materialización pragmática y crítica de
sus ideas, esto es, de las ideas que hacen posible el adecuado progreso de la
vida humana. El mundo sigue exigiendo transformaciones, y no sólo
interpretaciones. Y para transformar la realidad, incluso simplemente para
habitarla, es imprescindible conocer los hechos que la sustentan y hacen
posible. Negar los hechos supone extraviar toda interpretación ulterior.
Nuestro objetivo no es la ideología, sino la política; no es la fe, sino la
razón; no son los dioses, sino los seres humanos; no son los salvajes o
bárbaros, sino las personas civilizadas; no es la religión, sino la filosofía crítica;
no es la opinión, sino la ciencia; no es el dogma, sino la dialéctica. No
hablaremos de emociones, ni de estados de ánimo, ni tampoco de derechos ni
utopías. El lector no tiene en sus manos un catecismo, ni un manual pedagógico,
ni tampoco un código penal. Éste es un libro crítico sobre literatura y sobre
teoría y crítica de la literatura. La ciencia no es democrática. No es la mayoría
de la ciudadanía elegida quien decide cuántas valencias tiene el benceno,
cuántas sílabas métricas constituyen un endecasílabo, o cuántos sostenidos
componen la tonalidad de Re Mayor. La ciencia tampoco puede usarse como signo
de algo irreal. El pensamiento científico no es soluble en la corrección
política y ni en sus imperativos contemporáneos.
La
exposición de la Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura se
desarrolla aquí a lo largo de 8 capítulos, que constituyen las áreas esenciales
de este sistema de interpretación, al que está dedicado el primer bloque del libro, la denominada Parte I o racionalismo teórico.
1. En
primer lugar, se exponen sus Postulados fundamentales, que son el racionalismo, la crítica, la ciencia, la
dialéctica y la symploké. Al margen
de estos principios, la interpretación literaria suele devaluarse en una
retórica acrítica, descriptiva y doxográfica.
2. En
segundo lugar, se ofrece una delimitación precisa de la Idea y concepto de literatura, desde la tetralogía espacial de la Crítica de la razón literaria: el espacio
antropológico, el espacio ontológico, el espacio gnoseológico y el espacio poético o estético.
3. En
tercer lugar, se expone una Genealogía de la literatura, donde se sintetiza el origen, concepción y génesis de lo que
la literatura es, a través de las cuatro estructuras o familias literarias
fundamentales: la literatura primitiva o dogmática, la literatura crítica o
indicativa, la literatura programática o imperativa y la literatura sofisticada
o reconstructivista.
4. En
cuarto lugar, se da cuenta de una Ontología de la literatura, fundamentada
en una crítica de los cuatro materiales literarios efectivamente existentes: el
autor, la obra literaria, el lector (quien interpreta para sí) y el crítico,
intérprete o transductor (quien interpreta para los demás). Queda de este modo
planteado el cierre categorial de la Teoría de la Literatura.
5. En
quinto lugar, se justifica una Gnoseología de la literatura, es decir, un conocimiento de los materiales literarios
basado en criterios que toman como referencia la conjugación entre forma y
materia, frente a los tradicionales estudios epistemológicos ―e idealistas―,
que se basan acríticamente en la oposición sujeto / objeto. La gnoseología de
la literatura examina las posibilidades y condiciones de formalizar la crítica
de los materiales literarios justificando de este modo su cierre categorial.
6. En sexto
lugar, se define el Concepto de ficción en la literatura, a partir de las nociones de existencia estructural y
existencia operatoria, para concluir en que la ficción literaria es
fundamentalmente una materia carente de existencia operatoria.
7. En
séptimo lugar, se sistematiza una Genología de la literatura, es decir, una teoría crítica de los géneros literarios,
donde se delimita el concepto de género en la investigación literaria, a
partir de la teoría de las esencias plotinianas frente a la teoría de las
esencias porfirianas, que es la tradicionalmente seguida ―por Aristóteles y por
Hegel―, sin apenas crítica alguna que cuestione sus fundamentos y aplicaciones.
8. En
octavo y último lugar, se examina la Idea, concepto y método de la Literatura Comparada, a partir de la figura
gnoseológica de la relación de
materiales literarios, como criterio y pauta metodológica fundamental en el
ejercicio de esta disciplina. Aquí se dará cuenta, entre otras cuestiones, de
la crítica de los metros, prototipos, paradigmas y cánones literarios.
A esta Parte I, o racionalismo teórico, siguen las partes II (racionalismo crítico) y III (racionalismo dialéctico), dedicadas respectivamente a la exposición de las demostraciones críticas y dialécticas de la Crítica de la razón literaria como Teoría de la
Literatura, mediante el desarrollo de investigaciones referidas a obras,
autores y materiales de máxima importancia y referencia en la interpretación
literaria.
El conjunto
de estas contribuciones da lugar a un sistema de pensamiento interpretativo y
crítico destinado al examen racionalista de la literatura y sus materiales. El
fin del arte es, en suma, la interpretación humana y normativa. Sin pautas de
interpretación ―sin criterios― no es posible ejercer la crítica literaria. Se
ofrece de este modo una obra declaradamente crítica y conscientemente
diferente, una obra heterodoxa que tendrá que abrirse camino por sí misma, a
través de una sociedad peligrosamente próxima a un «tercer mundo semántico», y
en medio de una época que valora más la ideología que la ciencia, que está más
seducida por la fe que por la razón, que prefiere la protesta escenificada a la
crítica efectiva, que vive sin oasis en el espejismo del desierto, y que sobrevive
extraviada ―y sin querer asumirlo― en el cultivo del autoengaño y la autocensura.
Vivimos
en una sociedad que se esfuerza extraordinariamente en reprimir la más
importante de las cualidades humanas: la razón. Nuestra época permite superar
los mitos freudianos. Si antaño la razón se malinterpretaba como instrumento o
sujeto de represión, hoy sin duda es el principal objeto de represión. La
nostalgia de la barbarie, junto con la reconstrucción de formas primitivas y
neomíticas de vida, es hoy la más potente fuente represora del racionalismo
humano. Rousseau, Nietzsche y Freud han sufrido una amarga eversión, que la
mayor parte de sus apologetas sigue ignorando.
Este
libro diseña una línea de pensamiento crítico y literario contraria a los
enemigos del racionalismo, en relación dialéctica contra las musas de su ira.
§
Ha de
insistirse en que la mayor parte de las teorías literarias desarrolladas en las últimas
décadas no se ha enfrentado nunca directamente con la totalidad de los
materiales literarios. A veces no se ha enfrentado ni siquiera a materiales
literarios. Y en muchos casos no sólo no se han enfrentado entre sí, como
sistemas de interpretación
literaria, sino que simplemente se ignoran de forma mutua y
absoluta. Es decir, no ejercen ni la crítica ni la dialéctica. En la mayoría de
los casos, son teorías literarias ablativas, que cercenan o amputan partes
esenciales de los materiales literarios, como la ficción, o incluso materiales literarios
completos, como el autor o el intérprete. En otros casos, se trata abiertamente
de teorías literarias que se relacionan entre sí sin
relacionarse con la literatura.
De un
modo u otro, la actividad académica, tanto en España como fuera de España —pese a la ceguera y silencio de los españoles ante lo que ocurre en las universidades extranjeras— ha sido y
es muy endogámica. La Universidad es endogámica por naturaleza y esencia. Este hecho limita y empobrece toda posible investigación. El trabajo verdaderamente original siempre ha sido obra individual y poco o nada ha tenido que ver con la Universidad y su pompa. El
diálogo universitario con la crítica —siempre aparente— sólo se produce cuando los interlocutores han asegurado
previamente su propia endogamia, es decir, cuando se han cerciorado de que
ninguna crítica verdadera les será
planteada. El resultado es siempre una interpretación —literaria o no, pues cualquier cosa vale— muy endonímica. De hecho, la mayor parte de las denominadas teorías de la
literatura ni siquiera son teorías. Se han gestado en el desconocimiento de la
dialéctica e ignoran incluso la esencia misma del contraste y de la crítica. En el mejor de los casos, algunas de ellas suelen ser —simplemente— publicidad. Siempre al servicio de determinadas ideologías.
Pero en
el gremio de los «teóricos» de la literatura se habla endonímicamente de teorías
literarias, aunque la mayor parte de ellas no resistirían ni una sola
crítica gnoseológica. Exonímicamente, es decir, interpretadas desde fuera de
ese gremio, la mayor parte de esas supuestas teorías no son sino ideologías y
retóricas gregarias que, por diversas circunstancias acríticas, se han
implantado en los medios académicos. Muchas de estas corrientes retóricas son
de importación. En España, tras la estilística de Dámaso Alonso, no es posible reconocer
a nadie que haya construido una Teoría de la
Literatura digna de este nombre. Y advierto que no conviene confundir la
construcción
de una teoría
literaria original con la importación española
de teorías literarias extranjeras, de manufactura eslava, francesa, alemana o
angloamericana. Incluso la propia estilística española de los Alonso hunde sus
raíces en el psicologismo de la filología alemana
decimonónica. Mis colegas deben reconocerlo: se han dedicado masivamente,
durante décadas, al cultivo y reproducción de
teorías literarias importadas, traducidas, citadas y recitadas una y otra vez. ¿Dónde
está la
originalidad?
En
realidad, muchas de estas teorías o pseudoteorías literarias, particularmente
desarrolladas en el teoreticismo y el formalismo del siglo XX, y derivadas de
sus consecuencias más
idealistas, han circulado en una
suerte de limbo hipertextual cuya relación con los
materiales literarios ha sido, las más de las
veces, nula. Este tipo de retórica pseudoliteraria, en sus manifestaciones más extremas,
acaba por ser una retórica —francamente
cursi en muchas ocasiones— de culturas, ideologías o identidades gremiales, cuyos
contenidos, cuando resultan legibles, son por completo estériles para la
literatura, el lenguaje y el conocimiento humano. A nadie sorprende, aunque nadie
lo critica ni cuestiona, el hecho de que actualmente las corrientes «teórico-literarias», así como
los discursos a través
de los cuales se manifiestan y transmiten, exijan la adhesión ideológica
de quienes las utilizan, de modo que es necesario ser mujer para ejercer la «teoría literaria» feminista,
etc. Pensemos en el disparate que supondría exigir a
un médico que fuera mujer para ejercer la obstetricia y la ginecología.
Dos
hechos determinan hoy el futuro de la interpretación de la literatura: 1) el idealismo irracionalista dominante en los estudios literarios
actuales frente a un racionalismo crítico cada día más alejado
de las instituciones académicas (biocenosis literaria), y 2) la
disolución científica
y descomposición
institucional de los sistemas universitarios (necrosis
académica).
Estos
hechos constituyen los dos tumores fundamentales de la investigación literaria
actual. Ambas tendencias se mantienen de forma muy rentable y muy potente, por
razones ideológicas, burocráticas y mercantiles, en nuestro más inmediato
mundo contemporáneo y posmoderno.
La
Universidad es, de hecho, un submundo aislado del mundo.
Hoy las
Ciencias, si pretenden sobrevivir, han de enfrentarse a las ideologías y a las culturas. Dos términos que son caras de la misma moneda. A diferencia de lo que ocurría en
pasados siglos, cuando las religiones y las creencias fideístas monopolizaban —y cercenaban— la actividad investigadora, hoy son las culturas y las ideologías las que ejercen
ese poder represor
e involucionista. Transitamos tiempos en los que el irracionalismo
de culturas e ideologías reprime y subvierte el racionalismo de las Ciencias y
de las Filosofías. En este contexto, la Literatura sólo resultará legible,
es decir, sólo sobrevivirá
como tal, si sus intérpretes son racionales. Y poderosos. De nada sirve la razón sin un poder político y económico que la haga efectiva. Una razón débil no es una razón práctica. No basta disponer de una razón teórica: saber razones exige saber disponer de una razón práctica. Y dialéctica. El triunfo del
irracionalismo es el fin de la Literatura y de sus posibilidades y condiciones
de interpretación. El triunfo del irracionalismo es, también, el fin
del género humano. No es posible sobrevivir de espaldas a la razón.