La mayoría de la gente no se ha dado cuenta de que no sabe lo que son, realmente, las cosas.
Platón (Fedro 237d).
⏩ Cuando la teoría literaria moderna y contemporánea habla de
ficción, incurre en una confusión objetiva de términos literarios, ideas
filosóficas y conceptos categoriales, procedentes de diversas ciencias humanas,
disciplinas académicas o simples experiencias psicológicas. Es el caso de
teorías filológicas o retóricas de la ficción, como las de Cesare Segre (1985),
y antes que él, desde un formalismo completamente idealista e iluso, Wayne C.
Booth (1961)[1]; es el caso también
de teorías de la ficción literaria basadas, bien en el idealismo metafísico de
los mundos posibles, como las aducidas por Lubomir Dolezel (1988, 1989, 1998),
que conducen a una interpretación teológica de la literatura (completamente
desvinculada y ajena de la realidad material en que la literatura está inserta
y a partir de la cual está construida, como tal materialidad literaria que es)[2], bien en el materialismo fisicalista
más parvulario e ingenuo, como las de Siegfried J. Schmidt (1972, 1976, 1980,
1980a, 1984), que reduce la totalidad de los materiales literarios a una
realidad física primogenérica, manufacturable e inventariadamente inerte[3]; sin embargo, la mayor parte de las
teorías literarias que se han enunciado sobre la ficción se basan en argumentos
puramente psicologistas, que conducen sin más a una exaltación metafísica y
optimista de las formas literarias, concebidas desde una suerte de
«creacionismo mágico», como sucede en los trabajos de Félix Martínez Bonati
(1978, 1980, 1981, 1992, 1995)[4]; en otros casos, este psicologismo explicativo de la ficción
literaria trata de justificarse en términos fenomenológicos (Martínez Bonati,
1981) o pragmáticos[5] (Landwehr,
1975; Glinz, 1977-1978; Reisz, 1979, 1989); finalmente, cabe referirse a las
teorías literarias que tratan de explicar la ficción desde lo que ellas mismas
llaman «antropologismo», y que no es sino, una vez más, una nueva variante del
psicologismo y la fenomenología, desarrollado en esta ocasión desde la
interpretación formalista que el lector de turno, convertido por la
institucionalización académica y los medios de recepción universitaria en
crítico privilegiado, hace del texto literario (Iser, 1990; Ricoeur, 1983-1985;
Vargas Llosa, 1990)[6].
⏩ Para empezar, hay que advertir que categorías como «verosimilitud», «ficción», «mentira», «fantástico», «maravilloso»..., se han elaborado siempre por referencia a las categorías de «realidad» y «verdad», y con frecuencia ninguna de estas dos últimas se define en términos categoriales o científicos y filosóficos o gnoseológicos. Y es imprescindible definirlas en tales términos porque hay en ellos nociones decisivas que determinan cualquier forma de conocimiento crítico que pretendamos al respecto. Estas categorías se han usado siempre reproduciendo la perspectiva epistemológica formulada por Aristóteles en su Poética, en relación con las ideas que de la realidad y de la Historia sostuvo este pensador, y se ha hecho sin tener en cuenta —y aquí se concreta la gravedad de un error históricamente reproducido— que las ideas de realidad y de Historia que construye Aristóteles no son las ideas de realidad y de Historia que existen en la materialidad de nuestro mundo moderno y contemporáneo, porque las ciencias categoriales humanas, al menos durante los últimos cinco siglos, han construido y definido la realidad y la Historia de forma ontológicamente muy diferente de como lo había hecho Aristóteles.
⏩ Y es que la poética o literatura no es un conjunto de hechos posibles, expuestos verosímilmente, ni la historia una referencia de hechos reales, acaecidos en un tiempo y en un espacio positivamente existentes. No. Semejante declaración sólo es posible de acuerdo con una perspectiva epistemológica en virtud de la cual se considera y afirma que el poeta miente y el historiador dice la verdad, porque los contenidos de la literatura son falsos, por irreales, y los contenidos de la vida son verdaderos, por haber tenido lugar en un tiempo y un espacio físicos. Todo lo cual es una falacia epistemológica de consecuencias impresionantes.
⏩ Ni la Historia es verificable en los hechos, sino en vestigios y reliquias[7], es decir, en lo que queda de los hechos, desde el momento en que la Historia es el conocimiento científico de los materiales históricos o reliquias, ni la verdad de la Historia es otra cosa que reconstrucción gnoseológica de interpretaciones históricas a partir de muchísimos materiales interrelacionados, que constituyen el campo categorial de la Historia, esto es, su ontología. Prueba de ello es que ningún historiador cuenta igual la misma Historia: todos la construyen operatoriamente, es decir, la manipulan, poniendo el acento en unos aspectos frente a otros. Además, como toda disciplina científica, la Historia necesita de coordenadas filosóficas para adquirir sentido, desde el momento en que la Historia está llena de ideas filosóficas que los historiadores, en muchísimos casos, no siempre saben cómo tratar: nación, imperio, Estado, sociedad política..., son ideas que cada uno trata a su modo, es decir, de acuerdo con sus posiciones no siempre gnoseológicas, sino con demasiada frecuencia ideológicas, políticas, e incluso psicológicas. Sería algo comparable a lo que hacen numerosos lectores o ideólogos de la literatura, que con frecuencia nada critican en sus escritos, sino que simplemente vierten sobre la literatura idearios políticos, morales y sexuales (que están en su ambiente social o académico más inmediato), y hacen del texto literario un depósito de ideologemas y psicologismos personales, es decir, una cloaca de ideologías gremiales, y con frecuencia autistas. De ahí que cada uno, cada historiador o cada lector literario, diga al final lo que le dé la gana, sin dar cuenta de ello a ninguna gnoseología de la ciencia ni a ninguna teoría del conocimiento histórico o literario. La Historia y la literatura son hoy en día algo mucho más complicado de lo que creía Aristóteles en su tiempo, y mientras no se asuma esta realidad, se seguirán interpretando los materiales literarios con categorías instrumentales de hace dos mil quinientos años, algo comparable en ingeniería a tratar de construir la presa de Asuán (1960-1970) con materiales arquitectónicos propios del siglo V antes de nuestra Era. Hay que tener muy presente que las ideas que Aristóteles formula de la literatura y de la Historia —tal como hasta hoy se nos han conservado— son, básicamente, las que le proporcionan, en el primer caso, junto con los textos homéricos y las comedias de Aristófanes, entre otros modos, objetos y medios de «imitación» de la naturaleza, las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, y, en el segundo caso, la logografía de Tucídides y Heródoto. ¿Eso es Historia? No. ¿Es ese el corpus de la literatura efectivamente existente? Tampoco. Heródoto ofrece una mezcolanza de múltiples aspectos etnológicos, relatos costumbristas, referentes mitológicos, hechos extraordinarios; por su parte, Tucídides construye los personajes históricos igual que si fueran literarios, les escribe y atribuye discursos, y les confiere caracteres decorosos e ideales[8]. La idea de Historia que tiene Aristóteles no es la nuestra[9]. Y su idea de literatura, o de poética, si se prefiere, tampoco[10]. Entonces, ¿por qué somos aristotélicos al sostener una idea de ficción literaria que las ciencias categoriales no pueden suscribir de ningún modo? ¿Por qué nuestra idea de ficción es irracional y extemporáneamente aristotélica? ¿Por qué asumir de forma acrítica una idea de ficción, elaborada por Aristóteles hace dos milenios y medio, cuando la realidad de la literatura y la ontología de la realidad son materialmente incompatibles con semejante idea aristotélica de ficción? Convenzámonos: Aristóteles no es nuestro colega.
⏩ Ningún físico del siglo XVIII asumiría, tras la obra de Newton, las ideas de la física aristotélica, del mismo modo que ningún físico de mediados del siglo XX seguiría las ideas newtonianas, sino las de Einstein. Sin embargo, los teóricos de la literatura del siglo XXI, siguen, respecto a la ficción literaria, las mismas ideas de Aristóteles, es decir, las mismas ideas que se esgrimían en el siglo IV antes de nuestra Era. ¡Veinticinco siglos con las mismas ideas! Unas ideas basadas absolutamente en el criterio de verosimilitud. Incluso el propio Gustavo Bueno, cuando expone su teoría sobre las apariencias, es totalmente aristotélico en todos sus planteamientos, y no logra trascender en ningún momento el concepto de verosimilitud, en el que Aristóteles fundamentó el criterio poético de ficción literaria. Un concepto, el de verosimilitud, que, como se explicará en su momento, debería haber desaparecido totalmente de la teoría literaria con la caída y disolución, en el siglo XVIII, de la teoría mimética o aristotélica. Y, sin embargo, sobrevivió hasta nuestros días, porque ningún teórico o intérprete de la literatura fue capaz de explicar la ficción literaria sin acudir a la idea de verosimilitud, y sin superar la aún más primitiva idea de reproducción o reflejo artístico de la realidad, que el Romanticismo potenció, ubicándola desde Baumgarten y Kant en la psicología del artista y en la experiencia psíquica o estética de sus receptores. La Crítica de la razón literaria considera que el concepto de verosimilitud es extemporáneo y distorsionante, y que en su lugar hay que utilizar el criterio de operatoriedad, tal como procederemos a explicar.
⏩ Y por si todo esto no fuera en sí mismo suficientemente grave, sucede que numerosos escribanos o retóricos de la teoría literaria no dicen casi nunca nada relevante acerca de la noción de verdad ni en Platón ni en Aristóteles, formalista el primero y descriptivista y adecuacionista el segundo. Hay que empezar por señalar que la relación de las obras literarias, esto es, de las construcciones literarias, con el mundo de los seres humanos es, en primer lugar, necesaria, porque la construcción literaria no puede concebirse aisladamente, al margen de los sujetos operatorios que la construyen e interpretan (algo así sería idealismo puro: además, autor y lector remiten siempre a las realidades extraliterarias, y eso es ineludible)[11]; y en segundo lugar, en la mayoría de los casos, es también dialéctica (los autores construyen muchas veces su literatura por referencia antitética al mundo que les toca vivir)[12] o, en otros casos, idéntica (si reproduce analógicamente el mundo de los seres humanos, como presupone el discurso cronístico o periodístico)[13].
⏩ Como explicaré más adelante, desde los presupuestos de la Crítica de la razón literaria, no cabe hablar de «realidad» como concepto positivo ajeno a la operatoriedad humana, o dado apriorísticamente a ella. No hay tal cosa. Lo que llamamos ordinariamente realidad es una construcción de los sujetos humanos en función de sus operaciones prácticas, así como también lo es el Mundo interpretado o categorizado (Mi), pues no cabe hablar racionalmente de «Mundo» a secas. Ni de una realidad humana previa a la intervención humana en la realidad de la que brota la literatura. Se trata de cuestiones ontológicas a las que me voy a referir inmediatamente, para delimitarlas en términos de racionalismo materialista, lo que hará posible la definición de un concepto de ficción literaria desde los presupuestos de la Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura.
⏩ Cuando hablamos de realidad estamos en el terreno de la ontología y de la epistemología, es decir, estamos en el ámbito en el que se sitúa todo aquello con lo que un sujeto opera cotidianamente. Sin embargo, la «realidad» en la que un ser humano se mueve no se explica por sí misma, sino por referencia a otras «realidades» a las que se opone, en las que se inserta, o a las que absorbe, es decir, por referencia a otras realidades con las que existe y coexiste, esto es, con las que se conjuga (Bueno, 1978a). Del mismo modo, cualquier «mundo» construido por un sujeto entra de forma inmediata y necesaria en relación dialéctica con el resto de «mundos» efectivamente existentes. Sólo cuando se habla de verdad frente a falsedad el sujeto se sitúa en el terreno de la gnoseología, como teoría del conocimiento basada en la oposición materia / forma, frente a la epistemología, que se articula sobre la dialéctica objeto / sujeto. En este sentido, la mayor parte de los filólogos, historiadores y teóricos de la literatura que se han ocupado del concepto de ficción literaria ha incurrido en un despliegue de múltiples contradicciones, porque por un lado se habla de verdad, que es cuestión gnoseológica, y por otro lado no dejan de manejarse, de forma indiscriminada y simultánea, las categorías de objeto y de sujeto, que son categorías epistemológicas.
⏩ La Crítica de la razón literaria considera por separado cada uno de estos dominios o espacios (ontología, epistemología y gnoseología), discrimina entre adecuacionismo, descriptivismo y teoreticismo, y postula una teoría constructivista de acuerdo con la cual la realidad ―de la que brota y de la que forma parte la ficción literaria― es una construcción humana, manipulada, organizada y ejecutada por la praxis de sujetos operatorios ―corpóreos―, y cuya delimitación como idea es previa a cualquier idea necesariamente posterior que pueda formularse sobre la ficción, en literatura, en matemática o en termodinámica. La verdad atañe a la materia y a la forma, en tanto que una y otra se tratan como lo que son: conceptos conjugados (Bueno, 1978a). No hay verdad ni realidad al margen de las construcciones de los seres humanos o sujetos operatorios. Las ciencias, de hecho, no son sino construcciones operatorias, constitutivas del mundo y constituidas desde el mundo.
⏩ Por todas estas razones, y como trataré de exponer en estas páginas, no tiene sentido, porque no es riguroso ni racional en nuestro mundo contemporáneo, desde el momento en que el saber de las ciencias categoriales no lo autoriza, hablar de verosimilitud en términos de adecuación —términos aristotélicos— a una realidad que, como la propia ficción, es también una construcción. En consecuencia, el concepto de ficción literaria ha de redefinirse por completo. Habrá que moverse en términos de ontología, ni siquiera en términos de gnoseología, y desde luego de ninguna manera en términos de epistemología. Sólo desde un espacio ontológico podrá estudiarse qué tipos de materialidad se ponen en juego en las distintas obras literarias.
⏩ Como expondré a lo largo de este capítulo, la literatura tiene más y mayor presencia en la realidad que la filosofía, e incluso más que cualquiera de las ciencias categoriales, sean humanas o naturales, porque de los tres géneros de materialidad en que se organiza el mundo categorizado o interpretado (Mi) por los seres humanos, la literatura está presente en el orden físico (M1), en el psicológico o fenomenológico (M2) y en el conceptual o lógico (M3), mientras que las ciencias sólo están presentes en M1 o M3, y la filosofía (sólo) trabaja esencialmente con ideas que forman parte de M3. A su vez, una tropología psicologista como es el discurso posmoderno carece de M1 y de M3, porque, por un lado, reduce la fisicalidad del mundo a un texto y, por otro lado, suprime las ideas, a las que ignora o simplemente deroga, para vivir en el impresionismo de la psicología, en la retórica de las ideologías, en la sofística de las creencias, en la memoria de la Historia, etc., es decir, en la fenomenología de la caverna[14]. Todo un tercer mundo semántico.
⏩ Ninguno de estos tres géneros de materialidad es posible ni factible aisladamente, puesto que están en symploké, es decir, combinados o conjugados inseparablemente de modo racional y lógico. Excepto para el discurso posmoderno, que insulariza M2, del mismo modo que un idealista cree ser capaz de construir un decaedro regular, o de forma comparable a como un bobo puede exigirle al hígado que metabolice proteínas al margen completamente del organismo humano del que forma parte. No se puede pretender que un ojo, después de haber sido extraído de las cuencas oculares y depositado sobre una mesa, continúe viendo lo que le rodea. La posmodernidad puede imaginar que el mundo se reduce a la psicología del sujeto posmoderno, sin duda, pero sólo a cambio de convertir al sujeto posmoderno en una criatura que ignora por completo, y por igual, tanto el mundo físico en que vive como las ideas lógicas que lo delimitan e interpretan. Es así como la posmodernidad proyecta una suerte de nihilismo mágico sobre la fisicalidad del mundo (todo es texto) y sobre su construcción crítica y científica (todo es ideología o psicología). En todo caso, semejante pretensión es exclusivamente imaginaria y fideísta, y da lugar a un voluntarismo subjetivo que constata la carencia de todo materialismo objetivo[15].
⏩ El ser humano no crea nada, sino que construye, manipula, transforma: opera. Hablar de creación es un idealismo, en cierto modo equivalente a cualquier forma de nihilismo[16]. La máxima filosófica según la cual no hay nada en la imaginación que no haya estado previamente en los sentidos sigue vigente («Nihil est in intellectu quod non prius in sensu»). Los escritores manipulan palabras, categorías, ideas. En la obra de cualquier autor literario, un mismo problema referido u objetivado en el texto (M1) puede tratarse como objeto psicológico (M2) o como objeto lógico (M3). Es el mundo de las metáforas y de las licencias poéticas y literarias. Ni la ciencia ni la filosofía pueden permitirse estas licencias. La filosofía, con frecuencia platónica, compartida al alimón por las religiones, se jacta de proscribirlas.
⏩ El teórico de la literatura tendrá que aclarar cuestiones básicas de las que parte. ¿Cómo quiere tratar la literatura? Si habla de ficción como algo subjetivo, o posible, y de realidad como algo objetivo, y eficiente, tendrá que poner en juego la epistemología —es la posición de Aristóteles—, pero si habla de construcción literaria (y por tanto de realidad literaria) o de construcción científica (y por tanto también de realidad científica), entonces se verá obligado a asumir respectivamente la perspectiva de la ontología y la gnoseología, abandonando de este modo el espacio epistemológico. No se puede hablar coherentemente de ficción sin definir las categorías sobre las que se fundamenta nuestra interpretación: realidad, mundo, verdad. Asimismo, será indispensable eliminar conceptos como el de creación y quedarse con el de construcción. Si el concepto de verdad en que se apoya la Crítica de la razón literaria fuera descriptivista, como lo es la Poética de Aristóteles, o teoreticista, como lo son las poéticas formalistas y estructuralistas, o adecuacionista, como lo son las poéticas de la recepción literaria, entonces habría que decir que la literatura es verdadera o no, esto es, verosímil, según grados de aproximación a una realidad que se considera acrítica y apriorísticamente dada, y eso, como trataré de demostrar, es una falacia epistemológica y una ilusión formalista. Eso es seguir interpretando la literatura, en pleno siglo XXI, desde la filosofía de Aristóteles y su teoría de la mímesis. ¿Por qué los teóricos y críticos de la literatura dicen rechazar a Aristóteles cuando, en realidad, son ante la literatura tan aristotélicos como los preceptistas del Renacimiento?
⏩ Aquí hablaré de literatura y de ficción con respecto a las categorías de mundo y realidad. Y no hablaré de la categoría de verdad en relación con la literatura, porque la categoría de verdad sólo es pertinente en el campo gnoseológico de las ciencias categoriales, y la literatura no es, evidentemente, una ciencia categorial, obligada a constituir un discurso verificable en los hechos de los seres humanos. La literatura no se puede verificar porque, como sabemos axiomáticamente, está exenta de veridicción. Don Quijote no ha existido nunca. Ni hay mundo posible alguno en el que don Quijote tenga la más pequeña posibilidad de existir. Si Aristóteles habla de verosimilitud, como apariencia de verdad (eikós), es porque define la literatura como el arte que imita (mímesis) la naturaleza o la realidad mediante el lenguaje[17]. Esto, hoy por hoy, y desde hace siglos, es insostenible desde cualquier categoría científica. Entre otras cosas, porque la naturaleza no existe como término categorial. Y la realidad, tampoco. La naturaleza no es objeto de ninguna ciencia categorial realmente existente, sino de varias. Y pese a la rotundidad con la que se pronuncian las ciencias y los hechos científicos, son incontables los teóricos de la literatura que, como Cesare Segre o Lubomir Dolezel, siguen hablando de ficción y realidad, de verosimilitud y apariencia, de mundos posibles e irreales y de mundos aparentemente reales pero inexistentes, (con)fundiéndolo todo —todo lo que saben— en una indiscriminada mezcolanza de epistemología, gnoseología, ontología, filología y retórica.
⏩ No por casualidad el término griego eikós[18], tal como lo utiliza Aristóteles en la Poética, podría aceptarlo también un sofista como Gorgias, quien lo usa precisamente para traducir aquellos argumentos y formas de discurso basados no en hechos, sino en posibilidades, es decir, en verosimilitudes. En una de sus argumentaciones nucleares del Encomio de Helena, Gorgias expone su doctrina sofística sobre el logos, desde el punto de vista del poder y los efectos de la palabra. He aquí sus palabras, que vale la pena reproducir en detalle: