III, 6.5 - Demolición epistemológica de la idea aristotélica de ficción: Aristóteles no es nuestro colega

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Demolición epistemológica de la idea aristotélica de ficción:

Aristóteles no es nuestro colega



Referencia 
III, 6.5


Conviene que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas.

Platón (Fedro 249b).



Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Haré un recorrido que, partiendo de la epistemología aristotélica de la ficción, desemboque en una gnoseología materialista de la realidad.

Desde la Poética de Aristóteles, el concepto de ficción ha estado en la base de toda interpretación literaria. Sin embargo, la idea de ficción que elabora Aristóteles se sitúa en una posición epistemológica (sujeto / objeto), no gnoseológica (materia / forma). ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que Aristóteles organiza las posibilidades del conocimiento humano para que la idea de ficción se interprete por relación a una determinada idea de realidad, desde el punto de vista de la relación epistemológica entre el sujeto y el objeto, y no desde el punto de vista de la relación gnoseológica entre la materia y la forma. La realidad será, pues, la naturaleza imitada en la obra de arte mediante palabras de las que se sirve el poeta, y, en consecuencia, la obra de arte será siempre una reproducción o imitación, más o menos verosímil, de la naturaleza o realidad. La Teoría de la Literatura, desde Aristóteles hasta hoy, sigue ubicada en la perspectiva epistemológica del autor de la Poética a la hora de concebir y explicar la ficción de la literatura frente a la concepción de la realidad. Y hace todo esto con dos agravantes de categoría. El primero consiste en sostener una idea de realidad que, o bien es aristotélica (como hicieron los preceptistas del clasicismo renacentista e ilustrado), y por tanto imposible de articular y aceptar científicamente en nuestros días, o bien es una idea de realidad que queda indefinida, con lo cual toda idea de ficción literaria que pretenda explicarse por relación verosímil —o de adecuacionismo— con el mundo real resulta hipostasiada, sustancializada o teologizada, es decir, se convierte en un idealismo metafísico. El segundo agravante consiste en presentar una idea de ficción definida de forma confusa, contradictoria o inconsecuente, a partir de conceptos incompatibles entre sí, procedentes de diferentes ámbitos y ciencias categoriales, desde la Historia y la filología hasta la física y la metafísica (que ni es una ciencia ni un saber crítico), conceptos que el teórico de la literatura acaba por organizar de forma retórica, filológica o doxográfica, o como le venga en gana, de modo que su resultado no será otra cosa que una dilatada metáfora, es decir, un discurso tropológico o fenomenológico —ensayístico de prosa poética—, pero no gnoseológico ni científico.

El principal problema con el que se encuentra la teoría literaria moderna ante la ficción es que, como idea, se ha construido desde las posiciones epistemológicas sustancialistas del aristotelismo (contraposición sujeto / objeto), y desde ellas se ha propagado, sin que nadie lo cuestione, por toda la filosofía occidental, como muestra la tradicional distinción entre ente real y ente de razón (que viene a ser idéntica a la distinción entre entes objetivos —exteriores a mi cráneo— y entes subjetivos —internos a mi cráneo—). De este modo, se afirmará que la ficción depende de aquellas operaciones racionales carentes de correlación con el «mundo exterior» al sujeto. Sucede, sin embargo, que todo esto es sustancialismo puro, idealismo trascendente, porque la distinción entre entes de razón y entes reales es una distinción metafísica desde los presupuestos de una ontología materialista y de una gnoseología constructivista, las cuales plantean la idea de ficción desde la diferencia entre la materia y la forma: es decir, plantean la idea de ficción desde la existencia operatoria humana[1]. Tanto «lo ficticio» como «lo real» son construcciones ejecutadas con los materiales mismos de la realidad plural del Mundo interpretado (Mi). Y no se trata de confundir impunemente la ficción con la realidad, sino precisamente de todo lo contrario, de discriminarlas de forma crítica, pero a partir de una idea gnoseológica —y no de una idea epistemológica— de lo que la realidad es.

Ficción y realidad no son conceptos dialécticos, sino conjugados. El gran error del que parte la perspectiva epistemológica de Aristóteles en su elaboración de la idea de ficción —perspectiva que aquí tratamos de demoler— es el de considerar que ficción y realidad son conceptos dialécticos insolubles, cuando en realidad se trata de conceptos conjugados o interrelacionados. La aceptación acrítica de estas ideas aristotélicas por parte de la teoría literaria occidental ha hecho persistir hasta nuestros días el equívoco de esta interpretación. De hecho, la ficción es un hipónimo de la realidad, que sería su hiperónimo, desde el momento en que es la realidad la que contiene y hace posible la ficción, y nunca jamás a la inversa. 

La ficción no sólo no se opone dialécticamente a la realidad, sino que forma parte esencial de ella, pues con ella está íntimamente conjugada, es decir, entretejida y estructurada. La idea de ficción sólo puede entenderse conjugada con la idea de realidad. Quiere esto decir que no es posible delimitar una idea de ficción sin antes delimitar una idea de realidad. Desde los presupuestos de la Crítica de la razón literaria, la realidad es una construcción humana, cuya interpretación, inherente e indisociable de su construcción misma, depende de la concepción ontológica que se tome como referencia. Aquí adopto como referencia la ontología materialista (Bueno, 1972), cuyos fundamentos, en su aplicación a la literatura, exigen una reinterpretación que nos distancia en sus resultado de las propuestas iniciales de esta filosofía. La Crítica de la razón literaria disocia cualquier interpretación de la ficción de la teoría de Bueno (2000a) sobre las apariencias. La ficción literaria no es una apariencia, ni funciona como tal. La teoría buenista de las apariencias sigue inmersa en una perspectiva aristotélica, anclada de una idea de verosimilitud, que nuestra interpretación de la literatura rechaza completamente.

Con el fin de explicar qué idea de realidad cabe admitir desde la Crítica de la razón literaria, voy a remitirme al punto de partida para, en primer lugar, demoler la oposición aristotélica objetivo / subjetivo, cuya perspectiva epistemológica es causa del error que se pretende desterrar, y, en segundo lugar, reconstruir las ideas de ficción y realidad desde la perspectiva gnoseológica, que no opone dialécticamente, sino que conjuga estructuralmente, la materia y la forma, pero de forma distinta a como la plantea Bueno.

Insisto en el error del punto de partida, cuyo artífice fue Aristóteles, al construir su idea de ficción sobre la oposición dentro / fuera del cráneo del sujeto. Real y objetivo era lo que se encontraba fuera de la mente o conciencia —cráneo—, e irreal o ficticio era lo que se encontraba dentro de ella. Nace así lo subjetivo como lo relativo a la conciencia, y lo objetivo como aquello que está fuera de ella. A partir de ese momento, el principal problema filosófico para Aristóteles es saber cómo lo interior al cráneo —la conciencia, lo subjetivo— capta lo exterior a él —la realidad, lo objetivo—. Unas interpretaciones sostendrán que la conciencia refleja o se adecua al exterior; otras, que la conciencia describe lo exterior al pensamiento; por último, otras afirmarán que lo objetivo emana de la fuerza interior del hombre, de su inspiración o genialidad, es decir, de una conciencia enriquecida («cráneo privilegiado»), de modo que lo que hay fuera de la mente no serían en este caso más que las proyecciones del interior del cerebro. Se trata, respectivamente, de las tesis adecuacionistas, descriptivistas o teoreticistas ―en su sentido proyectista, o arbitrista, incluso―, consideradas en términos epistemológicos, y en virtud de las cuales la mente o conciencia del sujeto reproduce (adecuadamente), formaliza (descriptivamente) o proyecta (teóricamente, de forma genial o aberrante) la realidad exterior al yo. La Crítica de la razón literaria no se identifica con ninguna de estas tres posiciones, al sostener que la realidad no es (objeto de) reproducción, descripción o proyección teórica, sino de construcción —de construcción humana operatoria—, como explicaré inmediatamente siguiendo —con las debidas reinterpretaciones— la gnoseología de Bueno (1992). El sujeto construye la realidad al formar parte esencial y material de ella, y convertirse de este modo en un sujeto operatorio. La ficción será, pues, una construcción más entre las construcciones reales operadas o ejecutadas por el sujeto.

Las concepciones adecuacionista y descriptivista consideran que, cuando conciencia (interior) y realidad (exterior) coinciden, el sujeto está en posesión de conocimientos verdaderos. En ambos casos (adecuacionismo y descriptivismo) la ficción se define como algo generado en el interior del individuo, y que no se adecuaría con el exterior, sino que estaría formada a partir de datos que el sujeto toma del exterior, pero sin correlato efectivo ni existencia positiva «fuera de su cráneo». Por su parte, el profetismo induce a suponer que cuando la mente del sujeto, sin duda extraordinario —genio, loco, chamán, profeta, superdotado, caudillo o Führer, Gran Hermano o mesías, etc.—, postula una realidad, que los demás no perciben con su misma «profundidad», puede tener sus «razones», las cuales podrán acatarse o discutirse según la correlación de fuerzas e intereses en conflicto. En consecuencia, para esta última concepción, que tiende a ver la verdad como proyección del «interior», las ideas de ficción y realidad acaban por confundirse.

La demolición crítica de estas tesis aristotélicas y hereditarias, construidas sobre la oposición epistemológica entre el objeto y el sujeto, en cuya génesis cristaliza la idea de ficción que consideramos insuficiente e inadecuada para explicar hoy la complejidad del discurso literario, exige reconstruir la idea de subjetividad. Desde la Crítica de la razón literaria se considera que subjetivo es lo relativo a los sujetos operatorios humanos, es decir, individuos corpóreos, dotados de un organismo específico, cabeza, tronco, extremidades, etc., que son humanos (no ángeles, chimpancés o electrones en movimiento), y que son operatorios, o sea, sujetos de una praxis, de una conducta práctica e intencional (que es mucho más que una simple conducta), dotados de competencias y capacidades prolépticas y teleológicas, en cuyos fines está la ejecución de determinados planes y proyectos. Los seres humanos son, en este sentido, individuos dotados de fines propios y específicos. La praxis se ejerce además sobre un material y con algún material. Incluso la alucinación mental más extrema requiere materiales previos: creerse Napoleón supone la necesaria realidad material de un Napoleón con el que poder identificarse. Nadie puede identificarse con algo que previamente no conoce de algún modo material (incluida la idea de «hombre invisible», entidad que, pese a su invisibilidad sensorial, ocuparía un espacio imperceptible al sentido de la vista, pero no al del tacto, o al del oído, por ejemplo). En este sentido, lo objetivo será aquel material con el que los sujetos operatorios humanos operen materialmente, es decir, operen en la realidad del mundo interpretado (Mi) y por ellos construido.

En su relación práctica con la materia, los sujetos operatorios ponen de manifiesto dos hechos fundamentales: la pluralidad de sujetos y la pluralidad de objetos. La oposición objeto / sujeto en la que se basaba Aristóteles es, pues, una simplificación sustancialista y metafísica, es decir, inexistente en la materialidad del mundo en que vivimos (Mi).

En primer lugar, hay que reconocer la pluralidad de sujetos operatorios humanos, una pluralidad que no es ni un caos —cada uno va a su aire, es independiente o está autodeterminado—, ni un orden armónico —todos siguen unas pautas predestinadas por Dios, la economía, la Historia o cualquier otra categoría—. Las operaciones de los sujetos se concatenan y crean pautas de comportamiento que solidifican en estructuras, al modo en que P. L. Berger habla, por ejemplo de la «construcción social» de la realidad. Los sujetos operatorios humanos no son mónadas felices o pletóricas, sino individuos, y sólo son individuos cuando están en sociedad, es decir, rodeados de otros individuos operatorios humanos, cuyo comportamiento los determina, conforma y constituye como tales. En este punto, el determinismo social del materialismo filosófico no es, como algunos confunden, un predeterminismo ni un causalismo, sino la conjugación misma de la idea de libertad: la sociedad ni predestina al individuo ni es causa de él, sino que lo construye (Bueno, 1996)[2].

En segundo lugar, hay que reconocer la pluralidad de objetos. Al igual que no existe lo subjetivo como entidad amorfa y homogénea, ni existe un único sujeto, sino muchos y concatenados en diferentes estructuras de comportamiento, grupos, clases sociales, Estados, etc., también los objetos con los que operan y sobre los que operan los seres humanos (sujetos operatorios) serán múltiples y muy numerosos, están entretejidos y conforman diferentes estructuras, sistemas, cuerpos... Evidentemente no hay muchos objetos porque haya muchos sujetos, sino porque los objetos ya son muchos de por sí. No existe lo objetivo como un todo homogéneo que se nos refleje en la conciencia como una totalidad máxima que incluya el Universo en su totalidad plena. Lo objetivo será, por tanto, la concatenación de objetos plurales, irreductibles unos a otros (Bueno, 1992).

En consecuencia, reconocemos que no existe lo subjetivo, sino pluralidad de sujetos concatenados y entrelazados; y que no existe tampoco lo objetivo, como esencia pura, manifiesta o reflejada en la conciencia del yo, ni proyectada desde sus singulares «riquezas», sino pluralidad de objetos. Como consecuencia de todo esto hemos de reconocer que la distinción sujeto / objeto, causa del error epistemológico de partida, se viene abajo, completamente demolida. Porque si los sujetos y objetos son plurales, unos objetos pueden ser sujetos y otros sujetos pueden ser objetos, de modo que unos sujetos humanos operatorios pueden operar sobre otros sujetos operatorios y viceversa. Así, como explica Bueno (1992), la distinción S/O es irreal, porque carece de contenidos materiales, y habrá que reemplazarla por una formulación de contenidos positivos S1/O1 / S2/O2 / S3/O3..., en cuyo límite la distinción subjetivo / objetivo queda neutralizada. No es, pues, una oposición que se dé como tal en la realidad, en la vida material de las personas, desde el momento en que hay que reconocer la existencia de innumerables objetos e innumerables contenidos subjetivos. El criterio epistemológico (objeto / sujeto) no es ni suficiente ni solvente para explicar el problema de la ficción literaria.


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NOTAS

[1] Así, por ejemplo, el Manual de filosofía Tomista de E. Collin, de 1942, define «fantasear» como «dejar abandonada nuestra vida interior a su curso espontáneo, al albur de nuestros sentimientos, en una semiinconsciencia de las percepciones del mundo exterior y bajo cierto control de los principios del pensamiento lógico o de la ley moral» (I, § 253). Esta fantasía se convertiría en artística cuando se propone «crear lo bello expresando una idea» (I, § 255). Tomo estas referencias y las que siguen de la obra de Bueno (1972 y 1992, I).

[2] La antinomia libertad / determinación se supera cuando comprendemos que sólo al estar determinados podemos actuar libremente. Para poder conducir libremente por la carretera necesitamos la determinación de las normas de circulación. De no ser posible esta determinación normativa, lo único que tendríamos sería el caos, y por supuesto no habría libertad de movimientos. Para comunicarnos y vivir libremente necesitamos que una sociedad, cuya mínima expresión es el matrimonio, la pareja o la familia, y cuya máxima expresión es el Estado, nos enseñe un idioma y nos dé una educación que en modo alguno elegimos.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Demolición epistemológica de la idea aristotélica de ficción: Aristóteles no es nuestro colega», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 6.5), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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