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Luis Alberto de Cuenca: «Estoy aquí»

                   





Luis Alberto de Cuenca

(Madrid, 29 de diciembre de 1950)



Estoy aquí*


Estoy aquí, mi amor, estoy aquí,
velando tus naufragios en las noches
en que nadie responde, en las heladas
madrugadas vacías, en las tardes
de desesperación y de locura.
Pon en duda, si quieres, que la Tierra
gire en el desdoblado precipicio
del espacio infinito alrededor
del Sol, o que los astros sean fuego,
o que el amargo río de la vida
desemboque en la muerte. Pero nunca
dudes de que, en la fiebre del fracaso
o en la sed de la angustia, en el abismo
de la ansiedad y del desasosiego,
estoy aquí, amor mío, estoy aquí.

Aunque tu no me veas ni me oigas.

 


____________________

NOTAS

[*] Luis Alberto de Cuenca (2002), «Estoy aquí», Los mundos y los días. Poesía 1979-2002, Madrid, Visor, pág. 406.



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Pablo Neruda: «Oda al primer día del año»

 





Pablo Neruda

(Parral, 12 de julio de 1904-Santiago de Chile, 23 de septiembre de 1973)



Oda al primer día del año*


     Lo distinguimos
como
si fuera
un caballito
diferente de todos
los caballos.
Adornamos
su frente
con una cinta,
le ponemos
al cuello cascabeles colorados,
y a medianoche
vamos a recibirlo
como si fuera
explorador que baja de una estrella.

     Como el pan se parece
al pan de ayer,
como un anillo a todos los anillos:
los días
parpadean
claros, tintineante, fugitivos,
y se recuestan en la noche oscura.

     Veo el último
día
de este
año
en un ferrocarril, hacia las lluvias
del distante archipiélago morado,
y el hombre
de la máquina,
complicada como un reloj del cielo,
agachando los ojos
a la infinita
pauta de los rieles,
a las brillantes manivelas,
a los veloces vínculos del fuego.

     Oh conductor de trenes
desbocados
hacia estaciones
negras de la noche.
Este final
del año
sin mujer y sin hijos,
¿no es igual al de ayer, al de mañana?
Desde las vías
y las maestranzas
el primer día, la primera aurora
de un año que comienza
tiene el mismo oxidado
color de tren de hierro:
y saludan
los seres del camino,
las vacas, las aldeas,
en el vapor del alba,
sin saber
que se trata
de la puerta del año,
de un día
sacudido
por campanas,
adornado con plumas y claveles,

     La tierra
no lo
sabe:
recibirá
este día
dorado, gris, celeste,
lo extenderá en colinas,
lo mojará con
flechas
de
transparente
lluvia,
y luego
lo enrollará
en su tubo,
lo guardará en la sombra.

     Así es, pero
pequeña
puerta de la esperanza,
nuevo día del año,
aunque seas igual
como los panes
a todo pan,
te vamos a vivir de otra manera,
te vamos a comer, a florecer,
a esperar.
Te pondremos
como una torta
en nuestra vida,
te encenderemos
como candelabro,
te beberemos
como
si fueras un topacio.

     Día
del año
nuevo,
día eléctrico, fresco,
todas
las hojas salen verdes
del
tronco de tu tiempo.

     Corónanos
con
agua,
con jazmines
abiertos,
con todos los aromas
desplegados,
sí,
aunque
sólo
seas
un día,
un pobre
día humano,
tu aureola
palpita
sobre tantos
cansados
corazones,
y eres,
oh día
nuevo,
oh nube venidera,
pan nunca visto,
¡torre
permanente!
 

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NOTAS

[*] Pablo Neruda (1956), «Oda al primer día del año»Navegaciones y regresos, Buenos Aires, Editorial Losada.



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Luis Cernuda: «Soñando la muerte»

                    






Luis Cernuda

(Sevilla, 21 de septiembre de 1902 - Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963)



Soñando la muerte*


Como una blanca rosa
Cuyo halo en lo oscuro los ojos no perciben;
Como un blanco deseo
Que ante el amor caído invisible se alzara;
Como una blanca llama
Que en aire torna siempre la mentira del cuerpo,
Por el día solitario y la noche callada
Pasas tú, sombra eterna,
Con un dedo en los labios.

Vas en la blanca nube que orlándose de fuego
De un dios es ya el ala transparente;
En la blanca ladera, por el valle
Donde velan, verdes lebreles místicos, los chopos;
En la blanca figura de los hombres
De vivir olvidados con su sueño y locura;
En todo pasas tú, sombra enigmática,
Y quedamente suenas
Tal un agua a esta fiebre de la vida.

Cuando la blanca juventud miro caída,
Manchada y rota entre las grises horas;
Cuando la blanca verdad veo traicionada
Por manos ambiciosas y bocas elocuentes;
Cuando la blanca inspiración siento perdida
Ante los duros siglos en el dolor pasados,
Sólo en ti creo entonces, vasta sombra,
Tras los sombríos mirtos de tu pórtico
Única realidad clara del mundo.
 


____________________

NOTAS

[*] Luis Cernuda (1962), «Soñando la muerte» [1937], Desolación de la Quimera, Madrid, Cátedra, 2009, pp. 76-77. Edición de Luis Antonio de Villena.





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Luis Cernuda: «La adoración de los Magos»

                    






Luis Cernuda

(Sevilla, 21 de septiembre de 1902 - Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963)



La adoración de los Magos*


I

VIGILIA


Melchor


La soledad. La noche. La terraza.
La luna silenciosa en las columnas.
Junto al vino y las frutas, mi cansancio.
Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha,
Perdido su sabor, después amarga,
Y hoy sólo encuentro en los demás mentira,
Aquí en mi pecho aburrimiento y miedo.
Si la leyenda mágica se hiciera
Realidad algún día.

                                    La profética
Estrella, que naciendo de las sombras
Pura y clara, trazara sobre el cielo,
Tal sobre faz etíope una lágrima,
La estela misteriosa de los dioses
Ha de encarnarse la verdad divina
Donde oriente esa luz.

                                        ¿Será la magia,
Ida la juventud con su deseo,
Posible todavía? Si yo pienso
Aquí, bajo los ojos de la noche,
No es menor maravilla: si yo vivo,
Bien puede un Dios vivir sobre nosotros.
Mas nunca nos consuela un pensamiento,
Sino la gracia muda de las cosas.

Qué dulce está la noche. Cuando el aire
A la terraza trae desde lejos
Un aroma de nardo y, como un eco,
El son adormecido de las aguas,
Siento animarse en mí la forma vaga
De la edad juvenil con su dulzura.

Así al tiempo sin fondo arroja el hombre
Consuelos ilusorios, penas ciertas,
y así alienta el deseo. Un cuerpo solo,
Arrullando su miedo y su esperanza,
Desde la sombra pasa hacia la sombra.

Mas tengo sed. Lágrimas de la viña,
Frescas al labio con frescor ardiente,
Tal si un rayo de sol atravesara
La neblina. Delicia de los frutos
De piel tersa y oscura, como un cuerpo
Ofrecido en la rama del deseo.

Señor, danos la paz de los deseos
Satisfechos, de las vidas cumplidas.
Ser talla flor que nace y luego abierta
Respira en paz, cantando bajo el cielo
Con luz de sol, aunque la muerte exista:
La cima ha de anegarse en la ladera. 


Demonio

Gloria a Dios en las alturas del cielo,
Tierra sobre los hombres en su infierno.


Melchor

Sin que su abismo lo profane el alba,
Pálida está la noche. Y esa estrella
Más pura que los rayos matinales,
Al dar su luz palpita como sangre
Manando alegremente de la herida.
¡Pronto, Eleazar, aquí!

                                        Hombres que duermen
y de un sueño de siglos Dios despierta.
Que enciendan las hogueras en los montes,
Llevando el fuego rápido la nueva
A las lindes de reinos tributarios.
Al alba he de partir. Y que la muerte
No me ciegue, mi Dios, sin contemplarte.



II

LOS REYES


Baltasar 

Como pastores nómadas, cuando hiere la espada del invierno,
Tras una estrella incierta vamos, atravesando de noche los desiertos,
Acampados de día junto al muro de alguna ciudad muerta,
Donde aúllan chacales; mientras, abandonada nuestra tierra,
Sale su cetro a plaza, para ambiciosos o charlatanes que aún exploten
El viejo afán humano de atropellar la ley, el orden.
Buscamos la verdad, aunque verdades en abstracto son cosa innecesaria,
Lujo de soñadores, cuando bastan menudas verdades acordadas.
Mala cosa es tener el corazón henchido hasta dar voces, clamar por la verdad, por la justicia.
No se hizo el profeta para el mundo, sino el dúctil sofista
Que toma el mundo como va: guerras, esclavitudes, cárceles y verdugos
Son cosas naturales, y la verdad es sueño, menos que sueño, humo.

 

Gaspar

Amo el jardín, cuando abren las flores serenas del otoño,
El rumor de los árboles, cuya cima dora la luz toda reposo,
Mientras por la avenida el agua esbelta baila sobre el mármol
Y a lo lejos se escucha, entre el aire más denso, un pájaro.
Cuando la noche llega, y desde el río un viento frío corre
Sobre la piel desnuda, llama la casa al hombre,
Hecha voz tibia, entreabiertos sus muros como una concha oscura,
Con la perla del fuego, donde sueño y deseo juntan sus luces puras.
Un cuerpo virgen junto al lecho aguarda desnudo, temeroso,
Los brazos del amante, cuando a la madrugada penetra y duele el gozo.
Esto es la vida. ¿Qué importan la verdad o el poder junto a esto?
Vivo estoy. Dejadme así pasar el tiempo en embeleso.


Melchor 

No hay poder sino en Dios, en Dios sólo perdura la delicia;
El mar fuerte es su brazo, la luz alegre su sonrisa.
Dejad que el ambicioso con sus torres alzadas oscurezca la tierra;
Pasto serán del huracán, con polvo y sombra confundiéndolas.
Dejad que el lujurioso bese y muerda, espasmo tras espasmo;
Allá en lo hondo siente la indiferencia virgen de los huesos castrados.
¿Por qué os doléis, ¡oh reyes!, del poder y la dicha que atrás quedan?
Aunque mi vida es vieja no vive en el pasado, sino espera;
Espera los momentos más dulces, cuando al alma regale
La gracia, y el cuerpo sea al fin risueño, hermoso e ignorante.
Abandonad el oro y los perfumes, que el oro pesa y los aromas aniquilan.
Adonde brilla desnuda la verdad nada se necesita.


Baltasar 

Antífona elocuente, retórica profética de raza a quien escapa con el poder la vida.
Pero mi pueblo es joven, es fuerte, y diferente del tuyo israelita.


Gaspar 

Si el beso y si la rosa codicio, indiferente hacia los dioses todos,
Es porque beso y rosa pasan. Son más dulces los efímeros gozos.


Melchor 

Locos enamorados de las sombras. ¿Olvidáis, tributarios
Como son vuestros reinos del mío, que aún puedo sujetaros
A seguir entre siervos descalzos, el rumbo de mi estrella?
¿Qué es soberbia o lujuria ante el miedo, el gran pecado, la fuerza de la tierra?


Baltasar 

Con tu verdad pudiera, si la hallamos, alzar un gran imperio. 

 

Gaspar 

Tal vez esa verdad, como una primavera, abra rojos deseos.



III

PALINODIA DE LA ESPERANZA DIVINA 


Era aquel que cruzábamos, camino
Abandonado entre arenales,
Con una higuera seca, un pozo, y el asilo
De una choza desierta bajo el frío.
Lejos, subiendo entre unos riscos,
Iba el pastor junto a sus flacas cabras negras.
Cuando tras de la noche larga la luz vino,
Irisando la escarcha sobre nuestros vestidos,
Faltas de convicción las cosas escaparon
Como en un sueño interrumpido.

Padecíamos hambre, gran fatiga.
Aliado de la choza hallamos una viña
Donde un racimo quedaba todavía,
Seco, que ni los pájaros lo habían
Querido. Nosotros lo tomamos:
De polvo y agrio vino el paladar teñía.
Era bueno el descanso, pero
En quietud la indiferencia del paisaje aísla,
y añoramos la marcha, la fiebre de la ida.

Vimos la estrella hacia lo alto
Que estaba inmóvil, pálida como el agua
En la irrupción del día, una respuesta dando
Con su brillo tardío del milagro
Sobre la choza. Los muros sin cobijo
y el dintel roto se abrían hacia el campo,
Desvalidos. Nuestro fervor helado
Se volvió como el viento de aquel páramo.
Dimos el alto. Todos descabalgaron.
Al entrar en la choza, refugiados
Una mujer y un viejo sólo hallamos.

Pero alguien más había en la cabaña:
Un niño entre sus brazos la mujer guardaba,
Esperamos un dios, una presencia
Radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,
y cuya privación idéntica a la noche
Del amante celoso sin la amada.
Hallamos una vida como la nuestra humana,
Gritando lastimosa, con ojos que miraban
Dolientes, bajo el peso de su alma
Sometida al destino de las almas,
Cosecha que la muerte ha de segarla.

Nuestros dones, aromas delicados y metales puros,
Dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda rica
Pudiera hacer al dios. Pero ninguno
De nosotros su fe viva mantuvo.
y la verdad buscada sin valor quedó toda,
El mundo pobre fue, enfermo, oscuro.
Añoramos nuestra corte pomposa, las luchas y las guerras,
O las salas templadas, los baños, la sedosa
Carne propicia de cuerpos aún no adultos,
O el reposo del tiempo en el jardín nocturno,
y quisimos ser hombres sin adorar a’ dios alguno.


IV

SOBRE EL TIEMPO PASADO 


Mira cómo la luz amarilla de la tarde
Se tiende con abrazo largo sobre la tierra
De la ladera, dorando el gris de los olivos
Otoñales, ya henchidos por los frutos maduros;

Mira allá las marismas de niebla luminosa.
Aquí, año tras año, nuestra vida transcurre,
Llevando los rebaños de día por el llano,
Junto al herboso cauce del agua enfebrecida;

De noche hacia el abrigo del redil y la choza.
Nunca vienen los hombres por estas soledades,
y apenas si una vez les vemos en el zoco
Del mercado vecino, cuando abre la semana.

Esta paz es bien dulce. Callada va la alondra
Al gozar de sus alas entre los aires claros.
Mas la paz, que a las cosas en ocio santifica,
Aviva para el hombre cosecha de recuerdos.

Tiempo atrás, siendo joven, divisé una mañana
Cruzar por la llanura un extraño cortejo:
Jinetes en camellos, cubiertos de ropajes
Cenicientos, que daban un destello de oro.

Venían de los montes, pasados los desiertos,
De los reinos que lindan con el mar y las nieves,
Por eso era su marcha cansada sobre el polvo
y en sus ojos dormía una pregunta triste.

Eran reyes que el ocio y poder enloquecieron,
En la noche siguiendo el rumbo de una estrella,
Heraldo de otro reino más rico que los suyos.
Pero vieron la estrella pararse en este llano,

Sobre la choza vieja, albergue de pastores.
Entonces fue refugio dulce entre los caminos
De una mujer y un hombre sin hogar ni dineros:
Un hijo blanco y débil les dio la madrugada.

El grito de las bestias acampando en el llano
Resonó con las voces en extraños idiomas,
y al entrar en la choza descubrieron los reyes
La miseria del hombre, de que antes no sabían.

Luego, como quien huye, el regreso emprendieron.
También los caminantes pasaron a otras tierras
Con su niño en los brazos. Nada supe de ellos.
Soles y lunas hubo. Joven fui. Viejo soy.

Gentes en el mercado hablaron de los reyes:
Uno muerto al regreso, de su tierra distante;
Otro, perdido el trono, esclavo fue, o mendigo;
Otro a solas viviendo, presa de la tristeza.

Buscaban un dios nuevo, y dicen que le hallaron.
Yo apenas vi a los hombres; jamás he visto dioses.
¿Cómo ha de ver los dioses un pastor ignorante?
Mira el sol desangrado que se pone a lo lejos.


V

EPITAFIO
 

La delicia, el poder el pensamiento
Aquí descansan. Ya la fiebre es ida.
Buscaron la verdad, pero al hallarla
            No creyeron en ella.

Ahora la muerte acuna sus deseos,
Saciándolos al fin. No compadezcas
Su sino, más feliz que el de los dioses
            Sempiternos, arriba.
 


____________________

NOTAS

[*] Luis Cernuda (1939), «La adoración de los Magos», Las Nubes. Desolación de la Quimera, Madrid, Cátedra, 2009, pp. 115-123. Edición de Luis Antonio de Villena.




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