Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Polifonía y transtextualidad en Rosario de sonetos líricos, de Miguel de Unamuno
Una de las contribuciones de la lingüística textual a las poéticas modernas ha consistido probablemente en introducir en los estudios teóricos sobre el lenguaje y la literatura, al menos desde comienzos de la década de 1970, varias reflexiones sobre el concepto de texto, con definiciones que, al lado de las clásicas o tradicionales ―referidas al texto casi exclusivamente como signo lingüístico más bien estático (Saussure) que dinámico (Hjelmslev)[1]― subrayan en ese textus linguae (o tejido lingüístico)[2], criterios tan recurrentes y manidos como los de comunicación (el texto como unidad y actividad comunicativa), pragmática (el texto como resultado de un proceso de semiosis por el que el hablante se muestra intencionalmente ante uno o varios interlocutores), o coherencia textual (el texto como sucesión de oraciones cuya estructura se somete a la existencia de reglas sintácticas y gramaticales propias del conjunto textual). Con el tiempo, observamos que los estructuralismos pasaron, no vano, tal vez, pero sí con muchas banalidades. Consideremos algunas de ellas, desde la perspectiva que ofrece la distancia de algunas décadas.
Bernárdez, tras repasar algunas de las más representativas nociones de texto proporcionadas por la lingüística textual[3], ha intentado definir este concepto apoyándose en las diferentes características enunciadas por las escuelas que, a lo largo de los últimos veinte años, se han ocupado de las propiedades y limitaciones teóricas del término: «‘Texto’ ―escribe Bernárdez (1982: 85)― es la unidad lingüística comunicativa fundamental, producto de la actividad verbal humana, que posee siempre carácter social; está caracterizado por su cierre semántico y comunicativo, así como por su coherencia profunda y superficial, debida a la intención (comunicativa) del hablante de crear un texto íntegro, y a su estructuración, mediante dos conjuntos de reglas: las propias del nivel textual y las del sistema de la lengua».
Desde el punto de vista de la dimensión pragmática textual, trataremos de identificar en el discurso de Rosario de sonetos líricos (1911), de Miguel de Unamuno, aquellas propiedades del texto literario que permitan reconocer en él un proceso comunicativo. De este modo, proponemos un acercamiento al discurso lírico[4] como unidad de interacción verbal, en la que es posible identificar una diversidad de estructuras comunicativas, subyacentes en la inmanencia del texto poético, y que, bien desde la lingüística textual (Albaladejo, 1982, 1984), bien desde la heterología bajtiniana (Todorov, 1981: 173-176), será posible objetivar en cada uno de los poemas que constituyen el discurso lírico del Rosario..., desde las posibilidades de análisis que proporciona una semiología (sintaxis, semántica y pragmática) de los procesos comunicativos textualizados en el discurso lírico (expresión, significación, comunicación, interacción, interpretación y transducción)[5].
Cuando en 1967, Buyssens afirmaba que «l’acte de communication est l’acte pour lequel un individu, connaissant un fait perceptible associé à un certain état de conscience, réalise ce fait pour qu’un autre individu comprenne le but de ce comportement et reconstitue dans sa propre conscience ce qui se passe dans celle du premier» (1967: 20), introducía criterios que, al menos en aquel tiempo, permitían definir el concepto de texto, y sin duda también dar sentido a una de las tareas fundamentales de la lingüística textual: la descripción de la competencia[6] comunicativa de los sujetos hablantes (Chico Rico, 1988: 20).
Hemos querido recuperar las palabras de Buyssens con el objeto de apoyarnos una vez más en la concepción de texto que propone la lingüística textual, como realización concreta de un discurso, en tanto que estructura de acciones sociales y comunicativas entre varios sujetos hablantes en relación interactiva. Desde esta perspectiva, nos ocuparemos a continuación de las relaciones transtextuales que, subyacentes en el discurso de Rosario de sonetos líricos (1911), constituyen uno de los fundamentos principales de un tipo específico de interacción comunicativa, cual es la interacción de textos coexistentes o copresentes, como secuencias completas de acción verbal, en la dispositio ―u organización textual del material inventivo comunicado por el mensaje― de un mismo discurso lírico, por lo que de nuevo nos situamos en la investigación inmanente, es decir, textual, de una semiótica centrada en los procesos comunicativos del discurso.
El estructuralismo, tan criticado en nuestros días ―y acusado de teoreticismo en esta misma obra, la Crítica de la razón literaria―, introduce la noción de transtextualidad con el objeto de designar la «transcendencia textual de un texto» (Genette, 1982/1989: 9), como conjunto de categorías generales o trascendentes (tipos de discurso, modos de enunciación, géneros literarios...) del que depende cada texto singular. Hoy, sin embargo, al estudiar las realidades literarias desde el punto de vista de su estatuto comunicativo, resulta más coherente definir la transtextualidad como el proceso semiósico de interacción que se establece entre dos o más textos, de tal modo que las propiedades específicas de la relación interactiva entre los objetos semióticos (intertextualidad, paratextualidad, metatextualidad, architextualidad, e hipertextualidad), pueden verificase en el ámbito de una semiótica de los procesos comunicativos del discurso literario, a partir de una sintaxis que identifique su disposición en la estructura del discurso, una semántica centrada en las relaciones formales y de significado entre tales enunciados y el mensaje en que se textualizan, y una pragmática destinada al estudio de las relaciones entre los predicados intradiscursivos y sus usuarios, desde el punto de vista de su pertinencia en la interacción comunicativa global.
Desde 1911, Miguel de Unamuno incorpora a sus textos una combinación de elementos paratextuales cuya presencia irá incrementándose a lo largo de su obra poética. De este modo, en el Rosario de sonetos líricos existe una serie de señales ―accesorias, textualmente hablando―, que, o bien no estaban presentes en el discurso lírico de Poesías, o bien lo estaban de forma tenue y muy irregular, y desde luego no como recurso literario. Nos referimos concretamente al uso que, a partir del segundo de sus poemarios, hace Miguel de Unamuno de títulos, fechas, notas y numeración de sus poemas, como formas principales de paratextualidad objetivables en el discurso lírico que constituye el Rosario...
Respecto a los títulos[7] de los poemas, cabe decir que constituyen un sintagma paratextual presente en todos los sonetos del Rosario..., salvo en los números IX, X, XX, XXII, XXXIII, XLVIII y XC, cuyos primeros versos son, respectivamente, «Pasaron como pasa por la cumbre», «Tus ojos son los de tu madre, claros», «Aquí, en la austeridad de la montaña», «Desde mi cielo a despedirme llegas», «Fue tu vida pasión en el desierto», «Eres un zorro que escapó de trampas» y «Señor, no me desprecies y conmigo / lucha...»
Por otra parte, los poemas integrados en el Rosario de sonetos líricos son objeto de una primera mención paratextual (o architexto), desde el momento en que el discurso lírico, en su mención global, está dividido en cinco secciones o capítulos, cada uno de los cuales recibe un paratexto: Los sonetos de Bilbao (I-XXI), De vuelta a casa (XXII-XXVII), En casa ya (XXVIII-LXXXIX), Asturias y León (XC-XCV) y De nuevo en casa (XCVI-CXXVIII). Desde esta perspectiva, la paratextualidad[8] constituye, como ha escrito Genette (1982/1989: 12) «uno de los lugares privilegiados de la dimensión pragmática de la obra»[9].
Desde el punto de vista de la numeración que reciben los sonetos, diremos, si es posible admitir este tipo de señales accesorias como formas de articulación paratextual, que, a diferencia de lo que sucedía en Poesías, todos los poemas del Rosario de sonetos líricos van numerados con guarismos romanos, hábito que Miguel de Unamuno no abandonará desde 1911, para adquirir su máxima expresión en la composición del Cancionero (1928-1936), donde mil setecientos cincuenta y cinco poemas se ordenan conforme a la numeración arábiga. Digamos, a título de observación, que de los ciento veintiocho sonetos contenidos y numerados en el Rosario..., no consta el correspondiente al número LXVIII, mientras que en el epígrafe CXX se presentan dos sonetos bajo la misma denominación numérica. En un principio, el número de poemas que integran esta obra atrae de forma acusada la atención de Unamuno, hasta el punto de escoger como título del poemario Centena larga de sonetos líricos[10], de expresión eminentemente cuántica y genérica, anterior al definitivo Rosario de sonetos líricos[11].
Desde 1911, Miguel de Unamuno adquiere la costumbre de anotar la mayor parte de sus poemas, no a pie de página, como lo han hecho casi todos los editores posteriores de su obra lírica, sino al final de cada composición poética. La mayor parte de estas anotaciones permiten establecer relaciones de metatextualidad, intertextualidad e incluso hipertextualidad con el discurso lírico propiamente dicho, al que sirven de comentario o suplemento[12] por parte del autor.
Algunos ejemplos de paratextualidad pueden señalarse en poemas como los titulados «Dulce recuerdo» (XVI) y «El contratante social» (LXXII). En el primero de ellos, el poeta habla de un tilo a cuya sombra estrenó supuestamente don Miguel sus primeras horas de amor al lado de Concha Lizárraga; el autor real del poema anota el siguiente paratexto: «Es un tilo el del Arenal que nos habla al corazón a todos los buenos bilbaínos». Respecto al segundo de los poemas mencionados, referido al ser humano como miembro de una civilización, Miguel de Unamuno escribe: «Zoon politicón, animal civil, es como llamó Aristóteles al hombre. Linneo le llamó homo sapiens. Con frecuencia es incivil e insipiente. Fiémonos, pues, de definiciones». Parece claro que los sintagmas paratextuales aducidos desempeñan el papel de un post scriptum que establece relaciones suplementarias con el texto del discurso lírico propiamente dicho. No debe olvidarse que mientras que el texto suplementario remite directamente al autor real, el texto lírico presenta al sujeto poético como responsable inmediato de su enunciación.
Una última forma de articulación paratextual del discurso lírico del Rosario... creemos encontrarla en las fechas ―y en las anotaciones a ellas adheridas― con las que sistemáticamente Miguel de Unamuno indica el punto y final de cada uno de los sonetos. De este modo, es frecuente encontrar segmentos paratextuales como los que siguen: «Al salir de Bilbao, lloviendo, el 20 de setiembre, 1910 (XXII); «En el tren, entre Burgos y Valladolid, 20 de setiembre de 1910» (XXV); «En la estación de Medina del Campo, noche del 20 al 21 de setiembre, 1910 (XXVII); «De Oviedo a León, 7 de noviembre, 1910» (XCI), etc. No obstante, es lo más frecuente que el autor transmita este tipo de indicaciones temporales sirviéndose de fórmulas más breves, tales como «Salamanca, 12 de octubre, 1910» (LXVII), «Bilbao, setiembre, 1910» (IV), o incluso «Salamanca, 1910» (CXI). Sólo tres sonetos del Rosario..., los titulados «La ley del milagro» (XXX), «Inmaculado» (XCIII) y «Authadeia» (XCVII), presentan una mención paratextual especialmente significativa, que tendría el valor de una acotación previa al acto de lectura: «Leyendo a Cournot», en el caso del soneto XXX, «Sobre un pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento», en el ejemplo XCIII, y «A ellos», en el XCVII. Desde este punto de vista, el paratexto se configura, una vez más, como uno de los lugares privilegiados de la dimensión pragmática del discurso[13].
Genette ha definido la intertextualidad como la relación de copresencia entre dos o más textos, es decir, «eidética y frecuentemente, la presencia efectiva de un texto en otro», y ha reconocido en la cita, el plagio y la alusión, las tres formas principales de intertextualidad. En Rosario de sonetos líricos, las relaciones intertextuales, en tanto que utilización por un poeta de recursos previamente empleados que han pasado a formar parte de un repertorio de medios puestos a su disposición, se sitúan principalmente en el ámbito de la cita[14] (inclusión) y la alusión (significación).
La inclusión puede definirse, siguiendo al retórico Claudio Guillén (1985: 319 y ss.) como el acto de incluir en el tejido mismo del poema, de agregar a su superficie verbal, palabras, formas o estructuras temáticas ajenas, esto es, la copia literal declarada. Tal es la relación intertextual más recurrente en Rosario de sonetos líricos[15], desde las citas iniciales de Carducci y Hazlitt, a propósito del soneto como forma métrica, hasta las que se encuentran diseminadas en el encabezamiento de algunos poemas, cuyo discurso no permite establecer con ellas relaciones de metatextualidad y paratextualidad[16].
Este último supuesto es el
que se presenta en sonetos como el titulado «Ateísmo» (LXII), en que un texto de Tomás de
Aquino sirve de ilustración previa a la lectura del poema. Obsérvese que la
interacción textual entre la cita de santo Tomás y el discurso lírico de Miguel
de Unamuno se limita al ámbito de la intertextualidad, sin implicaciones
metatextuales o hipertextuales, que encontramos en otros sonetos.
Quidquid cogitari vel desiderari potestest minus quam Deus.(Sto. Tomás de Aquino: Opusc., VII, 4.)
Cómoda acusación la de ateísmopara traer a un simple al estricote,mas ello se reduce a un mero mote,que es el de Dios un insondable abismoen que todo es al cabo uno y lo mismoy no hay por tanto quien de él agotecontrasentidos; en un pasmarotehánosle convertido el catecismo.Tomamos como fe a la esperanzaque nos hace decir: «¡Dios, en ti creo!»cuando queremos creer, a semejanzanuestra haciéndole. Dios es el deseoque tenemos de serlo y no se alcanza;¡quién sabe si Dios mismo no es ateo!
En el soneto XCIX, titulado «Sit pro ratione voluntas! », se observa
que, frente al ejemplo aducido anteriormente, Miguel de Unamuno aporta una
novedad, cual es la traducción[17] del intertexto citado. Por lo demás, el
sintagma intertextual no establece con el discurso lírico que le sigue ningún
otro tipo de relación transtextual.
All men think all men mortal but themselves.
(Young)[18]
No la verdad, si la verdad nos matala esperanza de no morir, mi puertode salvación en el camino inciertoporque me arrastro. Si nos arrebatala ilusión engañosa que nos ataa nuestra vida ―¡engaño siempre abierto!-mejor que estar desengañado y muertovivir en el error que nos rescata.¿Pero cómo sabiendo que es engañovivir de su virtud? Por la peleade que huye aquel de cerda vil rebañoque bajo tierra su ideal hocea,pues desesperación es el escañode la esperanza que su objeto crea.
Desde Genette (1982) sabemos que el término metatextualidad designa aquella relación transtextual que une un texto a otro, de tal manera que el primero habla del segundo sin citarlo o convocarlo, o incluso sin nombrarlo previamente. Tal es, por excelencia, la relación crítica (Charles, 1978) denominada comúnmente comentario. Con frecuencia, Miguel de Unamuno incorpora a los sonetos del Rosario... suplementos metatextuales que tienen por objeto introducir en la inmanencia discursiva, en coexistencia con la enunciación del Sujeto Poético del discurso lírico, la voz del autor real del mismo, de tal modo que la polifonía queda eficazmente garantizada en la macroestructura del poema. El discurso metatextual, marginal y a la vez complementario del discurso lírico propiamente dicho, establece con él una relación transtextual suplementaria, ya que verticalmente el lector asiste a un cruce de superficies textuales, es decir, a una interacción entre el poema y el comentario, resultados ambos del mismo productor externo o autor real, Miguel de Unamuno, quien, merced a este recurso, puede introducirse convencionalmente en el macrodiscurso lírico que constituye su Rosario de sonetos líricos, sin alterar en lo más mínimo su condición humana y verdadera.
Desde el punto de vista de
la expresión dialógica, una semiótica de los procesos comunicativos del
discurso debe tener en cuenta la presencia metatextual de una voz real que, si
bien en otra tesitura, es coexistente y suplementaria respecto a la primera. De
este modo, el lector del Rosario...
asiste con frecuencia a discursos líricos organizados y modalizados desde el Yo, y que por ende resultan
extraordinariamente compactos al fundamentarse sobre un paradigma de relaciones
sincréticas verticales entre el Yo que
designa al Autor Real del poema, al Sujeto Poético de la enunciación lírica, a
uno de los dos interlocutores del diálogo textualizado, e incluso a alguno de
los posibles agentes de la acción interiorizada en el discurso. Autor Real (metatexto) + Sujeto Poético (texto) + Interlocutores (intratexto)[19]: tal es la fórmula
polifónica. En el soneto XX del Rosario...,
carente de título, puede observarse el sincretismo que se establece entre el
sujeto de la enunciación del discurso metatextual, el sujeto poético del
discurso lírico y el sujeto agente de los enunciados del poema[20].
Aquí, en la austeridad de la montaña,con el viento del cielo que entre roblesse cierne, redondearon pechos noblesmis abuelos; después, la dura sañabanderiza el verdor fresco que bañaIbaizábal con férreos mandoblesenrojeció, y en los cerrados doblesdel corazón dejó gusto de hazañaa mi linaje. Vueltos de la aldeaa la paz dulce y del trabajo al yugo,la discordia civil prendió la teaque iluminó su vida y fue verdugode la modorra que el sosiego crea,y así se me fraguó sangre de Jugo[21].
Un paso más en el ámbito de
las relaciones transtextuales lo constituye el soneto LXXV, titulado «Civilitas» , que añade al discurso
textual y al discurso metatextual del autor un intertexto tomado de
Heródoto (III, 80)[22].
La envidia de morder nunca se saciapues no come; por eso es que no engorda,y a la pobre alma a la que sola abordade pura soledad la pone lacia.Mas si su hiel en muchedumbre vacíade gratitud al llamamiento sordasuele dejarla y la convierte en horda,que ella es la madre de la democracia.Fue su hijo Caín el que erigieraprimero la ciudad en que sustentobuscan los lacios, pues la envidia era,es y será el más firme cimientode la hermandad civil, y ley primera;¡del crimen fundador el testamento!
En este caso, la fórmula
polifónica se complica, mas no excesivamente, ya que el soneto carece de
intratexto, es decir, de dialogismo interno, al no textualizarse en el discurso
lírico ningún tipo de acto de lenguaje inmanente:
1.Sujeto poético:
a) Texto (soneto).
2. Autor implícito:
b) Paratexto (numeración, título y fecha del soneto).
3. Autor:
c) Metatexto (nota explicativa a pie de página, con la traducción del
intertexto).
4. Sujeto agente:
d) Sujeto gramatical del
enunciado, en sincretismo con el sujeto poético, no es productor de intratextos
o actos de lenguaje inmanentes al discurso lírico.
Nótese como la crítica estructuralista y formalista multiplica los entes hasta la saciedad, y sin necesidad ni consecuencias. Es pleonástica y batológica.
Genette había definido la
hipertextualidad como aquella relación transtextual que une un texto B (o
hipertexto) a un texto anterior A (o hipotexto), «en el que se injerta de una
manera que no es la del comentario» (1982/1989: 14). La noción de hipertexto
designa, pues, el texto derivado de otro texto preexistente, es decir, la
noción general de literatura en segundo grado. En el poema LXXXVI de Rosario de sonetos líricos, titulado «A
mi buitre», el lector asiste a una nueva transvaloración[23] del mito prometeico, que Miguel de Unamuno ha
hipertextualizado con anterioridad en el poema titulado precisamente «El buitre
de Prometeo», incluido en 1907 en su libro Poesías.
Unamuno demuestra una vez más su personal valoración de los personajes
protagonistas del acontecimiento mítico, y en especial de la figura de
Prometeo, con quien trata de identificarse en el sistema de valores propuesto
desde el hipertexto lírico que constituye el soneto LXXXVI del Rosario.
Este buitre voraz de ceño torvoque me devora las entrañas fieroy es mi único constante compañerolabra las penas con su pico corvo.El día en que le toque el postrer sorboapurar de mi negra sangre, quieroque me dejéis con él solo y señeroun momento, sin nadie como estorbo.Pues quiero, triunfo haciendo mi agoníamientras él mi último despojo traga,sorprender en sus ojos la sombríamirada al ver la suerte que le amagasin esta presa en que satisfacíael hambre atroz que nunca se le apaga.
La hipertextualidad surge en este caso por transformación del hipotexto ―latente en el discurso lírico―, desde el punto de vista del contenido, como consecuencia de la interpolación del Sujeto Poético en el acontecimiento mítico (sustitución: Prometeo / Unamuno), lo que transmuta el sentido y valor originario del hipotexto, al comprometerlos con la individualidad problemática unamuniana que se les concede en el hipertexto.
Una recurrencia de este
modelo hipertextual la encontramos en el soneto XC, con el que se abre el
epígrafe titulado «Asturias y León». Frente al ejemplo aducido anteriormente,
el discurso lírico que ahora nos ocupa se caracteriza por la presencia
explícita del hipotexto o texto preexistente: Génesis, XXXII, 24-30. Por lo demás, el lector puede observar con
relativa transparencia la reiteración del modelo anterior, en el que la
hipertextualidad opera por transformación del contenido del hipotexto bíblico,
como consecuencia, una vez más, de la interpolación que el Sujeto Poético
realiza en el universo semántico de esta última. En el soneto LXXXVI, Miguel de
Unamuno sustituye a Prometeo; lo mismo sucede, respecto a Jacob, en el presente
discurso lírico.
Señor, no me desprecies y conmigolucha; que sienta al quebrantar su manola mía, que me tratas como a hermano,Padre, pues beligerancia consigode tu parte; esa lucha es la testigodel origen divino de lo humano.Luchando así comprendo que el arcanode tu poder es de mi fe el abrigo.Dime, Señor, tu nombre, pues la bregatoda esta noche de la vida duray del albor la hora luego llega;me has desarmado ya de mi armadura,y el alma, así vencida, no sosiegahasta que salga de esa senda oscura[24].
Finalmente, en el soneto
XXVIII del Rosario..., titulado «La
gran rehúsa», es posible identificar en simultaneidad la mayor parte de las
relaciones transtextuales hasta ahora examinadas de forma aislada.
1. Paratextualidad. Correspondería a la intervención textual del autor
implícito, y estaría constituida por los subtítulos, numeración y fecha del
poema:
En casa yaXXVIII.La gran rehúsaSalamanca, 22 de setiembre, 1910.
2. Intertextualidad. Se construye sobre el intertexto dantino, tomado
del canto III del Infierno (vv.
59-60), en tanto que cita, o copia
literal declarada, de la Divina commedia.
Vidi e conobbi l’ombra di coluiche fece per vitalte il gran rifiuto
3. Texto. Está constituido por el discurso lírico propiamente dicho, o
texto de lengua natural, esto es, el soneto, cuya estructura comunicativa
interna, postula, de un lado, un sujeto poético, como responsable inmanente de
la enunciación, y de otro, un sujeto interior o inmanente, como destinatario interno de
ella.
Al abrigo fatal de la cogullacon que te encubres el altivo ceñose encuba libre el ambicioso ensueñoque soledad con su silencio arrulla.Del mundo huyendo la inocente bulla,vuela adusto tu espíritu aguileñoen torno, no del sacrosanto leñoque con su yugo al corazón magulla,sino del solio. Aunque la plaza huistela plaza llevas dentro y es la musacon que Satán te pone el alma triste,la que te dio la vocación confusapor la que adiós a tu familia diste,que no, cobarde, harás la gran rehúsa.
4. Metatextualidad. Se configura como una relación transtextual que es posible objetivar en la nota explicativa que Miguel de Unamuno, esto es, el autor real, sitúa al final del poemario, con el doble objeto de traducir el intertexto de Dante, y de explicar, paralelamente, la identidad del personaje al que aluden los versos citados, con lo que proporciona, por consiguiente, una posible interpretación ―y en todo caso viable desde el punto de vista de su autor―, para el soneto que recibe la anotación.
Los versos del Dante que dicen: «Vi y conocí en la sombra de aquel que hizo por cobardía la gran rehúsa», se refieren a Piero del Murrone, ermitaño de la Calabria, hecho papa Celestino V, que renunció luego al papado para volverse al desierto y a sus asperezas, por lo cual la Iglesia le canonizó, pero el Dante le condenó, por cobarde, a estar ante la puerta del infierno, donde están aquellos de que ni se debe hablar siquiera. (N. del A.)
5. Hipertextualidad. Si admitimos que el destinatario inmanente, o
Sujeto Interior de la estructura comunicativa textualizada en el soneto
titulado «La gran rehúsa», se encuentra en sincretismo con el personaje del que
habla Dante Alighieri en el canto III del Infierno,
esto es, Piero del Murrone, lectura que el discurso lírico no rechaza, podemos
aceptar una relación de hipertextualidad entre el soneto unamuniano,
garantizada por la copresencia de un destinatario inmanente (Celestino V), y el
fragmento extraído de la obra de Dante, que pasa a desempeñar inmediatamente la
función de hipotexto. En este caso, la hipertextualidad operaría por
continuación del hipotexto dantino, es decir, por complementariedad, desde el
momento en que la intervención unamuniana se presenta formalmente como una
transposición cuantitativa por extensión temática y expansión estilística.
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NOTAS
[1] Hjelmslev (1943), en lugar de «signo», propone hablar de funciones sígnicas, que se realizan cuando dos funtores entran en mutua correlación. Desde este punto de vista, toma la palabra texto en su sentido más amplio, de tal modo que con ella es posible designar un enunciado cualquiera, hablado o escrito, largo o breve, antiguo o moderno. Barthes (1980), por su parte, ha definido el texto como aquel objeto «sometido a la inspección distante de un sujeto sabio». Bajtin (1976/1977: 197) estima, a su vez, que «donde no hay texto, no hay tampoco objeto de investigación ni de pensamiento». Lotman (1979) habla de «conjunto sígnico coherente» y de «comunicación registrada en un determinado sistema sígnico». Autores como Dressler (1973: 9) introducen ciertas limitaciones en la noción de texto, al definirlo como «enunciado lingüístico concluso» o formación semiótica singular, cerrada en sí, dotada de un significado y una función íntegra no descomponible. Acerca de la noción de texto, vid. también Dubois (1973: 600), Abraham (1974/1981: 447), Rozental y Telenkova (1978: 483), Greimas y Courtés (1979/1982: 409-410), Schmidt (1980/1990: 112 y ss. y 270), Lewandowski (1982: 353-355), Lázaro Carreter (1984: 391) y Segre (1985: 36-99 y 173-396).
[2] A Segre corresponde haber definido el texto como el
tejido lingüístico de un discurso: «Cuando se habla del texto en una obra, se
indica el tejido lingüístico del discurso que la constituye; si por el
contrario se alude al contenido, obra y texto son casi sinónimos» (1985: 368). En efecto, la etimología nos
revela que la palabra textus no se
impone sino en el latín tardío como un uso figurado del participio pasado de textere (Quintiliano, Institutio Oratoria, IX, 4, 13). A
partir de esta metáfora o relación de semejanza que ve en la totalidad
lingüística del discurso un «tejido», desde el cual es posible la interconexión
de las diversas partes que constituyen una creación verbal, el término texto comienza paulatinamente a ser
codificado con el sentido que en nuestros días se le atribuye en la mayoría de
las lenguas modernas: texto, texte, text, testo, Text... Documentado en esta
acepción desde 1540, los estudios del texto como tejido lingüístico han sido
recientemente renovados por Ramson y Zumthor.
[3] Vid. Gindin (1971), Hartmann (1971: 9-29), Dressler (1973: 12), Gal’perin (1974/1976: 7-12), Satkov (1974/1976,
II: 13-18), E. Agricola (1976:13-28), Isenberg (1976: 54), D. Viehweger
(1976: 197), Hausenblas (1977: 147-148), Fonseca y Fonseca (1977:
113), Kozevnikova (1979: 50), Revzina y Srejder (1979: 175), Bernárdez (1982: 75-100) y Segre (1985: 36-99).
[4] Empleamos el
término discurso como sinónimo de «texto» (Dubois, 1973: 200-201; Greimas y Courtés, 1979/1982: 126-130; Lázaro, 1984: 147). Para Dijk (1977) «texto» es un concepto abstracto (texto émico) que se
manifiesta o realiza en «discursos» concretos (texto ético). Acerca de las
nociones de «Vyskazyvanie «y conjunto sintáctico complejo, vid. Vinogradov (1922), Krjuckov y Maksimov (1969: 153), y Vollmer
(1976). Actualmente, el término discurso suele utilizarse para designar una
sucesión coherente de sintagmas oracionales, mientras que el concepto de
enunciado parece vincularse al producto de la actividad verbal. La noción de
texto, en suma, parece integrar ambos significados (Bernárdez, 1982: 88).
[5] Acerca de los procesos semiósicos del discurso, vid. Bobes, 1992: 62-83. Sobre el fenómeno de la
transducción en las ciencias humanas, vid. Maestro (1994).
[6] El concepto de competencia
literaria constituye una de las aportaciones acaso más fundamentales de las
poéticas del texto, en que han desembocado las teorías generativas y buena
parte de la tradición formalista eslava (Escuela de Tartu), para evolucionar a
su vez hacia una pragmática de la comunicación literaria. La lingüística del
texto, cuyos comienzos se sitúan en una ampliación del concepto de competencia propuesto por la gramática
generativa como capacidad de actuar lingüísticamente, mediante el conocimiento
subjetivo que del lenguaje posee el hablante, sustituye el modelo chomskyano
(1986), puramente gramatical, al margen de aspectos contextuales o interactivos
―que en Norteamérica fueron estudiados por la sociolingüística― por el de competencia comunicativa (Hymes,
1977), que, si inicialmente puede definirse como la capacidad de generar y
entender textos aceptables, más adelante, avanzados los estudios de
pragmalingüística textual, permite considerar el texto como una unidad
básicamente comunicativa en la que por supuesto también se tienen en cuenta sus
propiedades lingüísticas. Es entonces cuando el texto se define como la unidad
fundamental del lenguaje entendido comunicativamente, de modo que la
competencia textual comunicativa designaría el conjunto de conocimientos y
aptitudes necesarios a un individuo para la utilización de todos los sistemas
semióticos de que puede disponer como miembro de una comunidad sociocultural
dada. Bierwish (1965: 1256-1273) define la competencia literaria como
aquella facultad específicamente humana que posibilita tanto la producción de
estructuras poéticas como la comprensión de sus efectos. Por su parte, Dijk (1972) identifica competencia literaria y aceptabilidad, al estimar como
literarios aquellos textos que son «aceptados» convencionalmente por una sociedad o conjunto
de receptores dotados de competencia literaria. Autores como Giglioli
(1973), Habermas (1984) y Cicourel (1972) definen este fenómeno como el
conocimiento implícito o explícito de las reglas psicológicas, culturales y
sociales presupuestas por la comunicación. Acerca del estudio de la competencia
textual comunicativa desde el punto de vista del hablante y las posibilidades
de la lingüística textual, vid. Aguiar e Silva (1977), Buyssens (1967:
20), Dijk (1972a, 1978/1983: 27-30 y 228 ss), Sandig (1972: 113), Berreta (1977: 278), Conte (1977: 11-50), Albaladejo (1978, 1983), García Berrio (1978), Mignolo (1978), Lotman (1979), Ramón Trives
(1979: 174, 188-189, 224 y 286), Schmidt (1980/1990: 117 ss), Bernárdez
(1982: 37-39), Matthews (1979), Pozuelo Yvancos (1988: 66 y ss.), Chico Rico (1988: 20-21) y Lozano et
al. (1989: 71-88).
[7] Vid., acerca del título, Grivel (1973, 1973a) y Hoek
(1980), acaso los primeros en proponer una semiología de este segmento
paratextual; del mismo modo, sobre el valor semiótico del título en las obras
literarias españolas de los siglos XVII-XX, vid. Martínez Arnaldos (1991).
[8] Vid. a este respecto Genette (1979: 87; 1982/1989: 13)
y Marín (1974). En principio, la architextualidad se entiende como una
relación transtextual completamente muda que, como máximo, articula una
expresión paratextual de pura pertenencia taxonómica. Sería el caso de títulos
como Poesías, Ensayos..., o subtítulos que indican Novela, Relato, Poema, Drama, Auto para siluetas...
[9] Vid. a este propósito el concepto de contrato (o pacto ) genérico de Ph. Lejeune (1975, 1983),
acerca de los indicios genéricos de una obra literaria, frente a los que el
autor queda de alguna manera comprometido, y sus efectos en la recepción.
[10] «Leo bastante ―ahora, clásicos griegos―, y en cuanto a escribir, apenas si escribo si no mi obligada contribución quincenal a La Nación, de Buenos Aires, y... sonetos. Llevo ya más de ciento y espero publicarlos pronto en un tomo que se titulará «Centena larga de sonetos líricos». Corresponde este fragmento a una carta de Miguel de Unamuno dirigida a Ernesto A. Guzmán, fechada en Salamanca el 19 de noviembre de 1910, y reproducida parcialmente por García Blanco en las Obras completas de Unamuno (1911/1958-1961: XIV, 101-102).
[11] El primitivo título de Centena
larga de sonetos líricos puede
considerarse como un sintagma paratextual desde el momento que pertenece a los
borradores, esquemas y proyectos previos de la obra. Quedaría, en suma,
delimitado por una operación de de autoconcisión,
o abreviación de un texto llevada a cabo por su propio autor con objeto de
reescribirlo en un estilo más conciso sin suprimir ninguna parte temáticamente
significativa (Genette, 1982/1989: 300-309). Bellemin-Noël (1972) y Segre (1985) denominan ante-texto a
aquellas relaciones transtextuales que el texto propiamente dicho mantiene con
sus borradores o escritos previos, y que, como hemos visto, Genette estudia
en el ámbito de una paratextualidad. «Puede considerarse el conjunto de
esbozos, manuscritos, variantes y pruebas de imprenta como unitario y
denominarlo ante― texto pero teniendo
presente ―escribe Segre (1985: 389)― : 1) el hecho de que muchas fases se
han quedado en el estado mental; 2) el hecho de que la elaboración casi nunca
es coherente y lineal, y que, por el contrario casi siempre está llena de
retornos de desarrollos abandonados, de abandonos imprevistos. El texto
definitivo no presenta el resultado de una férrea programación inicial, aunque
sí puede ser oportuno elegirlo, en cuanto conclusión de una actividad inventiva,
como término de comparación».
[12] Genette ha definido el suplemento como aquella «adición facultativa, o al menos excéntrica
y marginal, en la que se aporta a la obra de otro un plus informativo, del
orden del comentario, o de la interpretación libre o abiertamente abusiva» (1982/1989: 249-253).
[13] Veremos más adelante, al referirnos al dialogismo
textualizado en el discurso lírico hacia un Sujeto Interior, una demostración
del uso pragmático de segmentos paratextuales. Tal es el caso, entre otros, del
soneto titulado «Prematuro amor» (VI),
en el que el sintagma paratextual «Y dijo:» introduce el discurso lírico que constituye el
soneto propiamente dicho, como acto de habla referido por el sujeto autorial
responsable del paratexto «Y dijo:», introductor de la unidad discursiva
subsiguiente.
[14] A lo largo del discurso lírico de Rosario... se citan más de veintisiete textos, cuyos autores,
identificables todos ellos, son los siguientes: Carducci (dos veces), Hazlitt, Heródoto (dos veces), Garcilaso, Dante, Carlyle, Sófocles (dos veces), Tomás de Aquino, Rousseau, Antero de Quental, Horacio, Hesíodo (tres
veces), Shakespeare (dos veces), Esquilo, Aristófanes, Young, Agustín de Hipona,
Sénancour, Homero, Cervantes y Miguel Ángel, además de las citas del Corán y las Sagradas Escrituras.
[15] Rosario de
sonetos líricos es una obra que ofrece
abundantes testimonios de relaciones transtextuales, por lo que es
relativamente frecuente identificar en un mismo soneto la concurrencia de
intertexto y metatexto (XXVIII, LXXV, LXXVIII, LXXXVIII, LXXXIX, XCVIII, CII,
CXIV, CXVII, CXX) y de intertexto e hipertexto (XXV, XXVIII, XLII, XLIV, XLVII,
XLIX, LVI, LXXVI, XC, CXXI). Sólo en el soneto XXVIII, titulado «La gran rehúsa»,
parece posible objetivar la presencia simultánea de tres relaciones
transtextuales, a las que nos referiremos más adelante: intertextualidad,
metatextualidad e hipertextualidad.
[16] Es el caso de los sonetos siguientes, en que el
intertexto, a diferencia de los ejemplos aducidos en la nota anterior,
constituye la única forma de interacción entre dos o más textos citados: XXVI,
XLVI, LX, LXII, LXX, LXXXIV, LXXXVII, XCIX, CVI, CXII, CXIII, CXXII y CXXVII.
[17] Podría resultar ocioso recordar que la traducción no es
sino la transcripción de un texto de una lengua dada a otra (es decir, una
transducción). Desde el punto de vista de la transtextualidad, vid. a propósito
de la traducción, los comentarios de Genette (1982/1989: 264-269) sobre St.
Mallarmé y P. Valéry, así como los estudios de Blanchot (1943) y Nida y Taber (1969).
[18] Dice Young que
‘todos los hombres creen a los hombres todos mortales menos a sí mismos’. (N.
del A.)
[19] Por intratexto entendemos la estructura comunicativa de
carácter dialógico que es insertada o textualizada en una unidad discursiva
superior, con la que mantiene, desde el punto de vista de la estratificación
discursiva, una relación hipotáctica, resultante del proceso de derivación
recursiva del que es objeto respecto al discurso principal o hipertáctico. El
término intratexto designaría el
concepto de «discurso subordinado», que, a propósito de los niveles narrativos, Genette (1972: 238-243) ha llamado relato metadiegético, y Bal (1977: 55-64) y Rimmon-Kenan (1983:
91-100) proponen denominar hipodiegético,
como discurso en segundo grado que depende de un acto enunciativo previo que le
da origen.
[20] Sólo nueve de los sonetos contenidos en Rosario de sonetos líricos presentan
aisladamente relaciones metatextuales: I, XVI, XX, XXXVI, LXXII, XCVII, CV,
CVIII y CXIX. Pueden resultar de especial interés los metatextos de los sonetos
«Ofertorio» (I) y «Authadeia» (XCVII). A propósito del primero de estos
poemas, Unamuno escribe: «El soneto nació en Italia y de aquí lo del Apenino.
Archanda es la suave cordillera que domina a Bilbao y corre junto a la ría, a
su derecha. En Bilbao mismo llamamos a nuestro pueblo el bocho o el bochito, es
decir, el boche, por el parecido que tiene la villa, metida entre montañas, con
los boches que los niños hacen para jugar a las canicas o mecas». Acerca del
soneto «Authadeia», don Miguel anota: «Auqadeia, he aquí una palabra
intraducible. No es orgullo ni vanidad, ni petulancia; es la complacencia que
uno tiene en sí mismo y en sus obras. ‘Y dijo Dios: sea la luz y fue la luz; y
vio Dios que la luz era buena’ Gen. I, 3, 4. Y no digo más».
[21] «Protesto de que en el último verso no he querido hacer un
retruécano. Los odio tanto que estuve pensando en suprimir este soneto. El
retruécano me parece la forma más baja del ingenio, o por mejor decir la forma
favorita de los más bajos ingenios. Su afición a él es una de las cosas que más
me impide reconciliarme del todo con el gran Quevedo. Jugo es mi apellido
materno, y mientras por mi línea paterna nada sé arriba de mi abuelo, confitero
que fue en Vergara, poseo una serie de mis abuelos maternos a partir del octavo
Juan de Jugo, cuyo hijo, Pedro de Jugo Sáez Abendaño, nació en 1608 en
Galdácano. (N. del A.)
[22] «Heródoto dice que ‘la envidia ha nacido
con el hombre desde un principio’. Y tiene razón. De esto de la envidia sabían
mucho los griegos, como buenos demócratas inventores del ostracismo» [Nota de Miguel de Unamuno al poema].
[23] Genette (1982/1989: 432) entiende por transvaloración «toda operación de orden axiológico que afecte al valor explícita o implícitamente atribuido a una acción o a un conjunto de acciones: sea, en general, la serie de acciones, de actividades y de sentimientos que caracteriza a un ‘personaje’».
[24] Los versillos 24 al 30 del capítulo XXXII del Génesis dicen: «Y quedóse Jacob solo y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y como vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje del muslo, y descoyuntóse el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, que raya el alba. Y él le dijo: No te dejaré si no me bendices. Y él dijo: ¿Cuál es tu nombre?, y él respondió: Jacob. Y él dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel, porque has peleado con Dios y con los hombres y has vencido. Entonces Jacob le preguntó y dijo: declárame ahora tu nombre. Y él respondió: ¿Por qué preguntas por mi nombre? Y bendíjole allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar Peniel, porque vi a Dios cara a cara y fue librada mi alma. (N. del A.)».
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Polifonía y transtextualidad en Rosario de sonetos líricos, de Miguel de Unamuno», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (IV, 4.16), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- Cervantes contra Shakespeare: la literatura es una construcción política.
- Cervantes y los enemigos de la enseñanza de la literatura en la Universidad actual.
- Cervantes, el Quijote y la Filosofía de su literatura en novela y teatro, según la Crítica de la razón literaria. XII Encuentros de Filosofía y Humanidades, Mazarrón, Murcia, con Antonio Muñoz Ballesta y María Ángeles Rodríguez Alonso.
- Club de Prensa Canaria, La Provincia, Las Palmas de Gran Canaria, con Fabio García Saleh.
- Presentación de la Crítica de la razón literaria en el Club Faro de Vigo, Auditorio, Vigo, con Manuel Á. Candelas Colodrón.
- Cómo interpretar la literatura a partir de la Crítica de la razón literaria: «Nosotros los hombres», de Jorge Debravo.
- El concepto de ficción en la literatura según la Crítica de la razón literaria (Universidad de León), con Natalia Álvarez Méndez.
- El Hispanismo contra la posmodernidad anglosajona: contra Terry Eagleton.
- El lugar del Quijote en la genealogía de la literatura. Idea de religión en Cervantes.
- El objetivo de la Universidad posmoderna es destruir la literatura. Biblioteca Cánovas del Castillo, Málaga, con Francisco Carriscondo.
- Entrevista de Antón García Fernández a Jesús G. Maestro sobre la Crítica de la razón literaria.
- Cómo interpretar el surrealismo en la literatura: el poema «Noche sinfónica» de Vicente Aleixandre.
- La insolación, de Horacio Quiroga: la literatura fantástica interpretada desde la Crítica de la razón literaria.
- Tres cuentos «mortales» de Horacio Quiroga interpretados desde la Crítica de la razón literaria.
- Horacio Quiroga y El almohadón de pluma: la literatura fantástica como alternativa emocional y secular al autoengaño religioso.
- Horacio Quiroga y la originalidad del cuento hispanoamericano: el «Decálogo del perfecto cuentista»
- ¿Qué saben realmente los sabios? El mito del sabio pobre y viejo en un soneto de Lope de Vega.
- Garcilaso, Góngora y Keats: cómo el Romanticismo pierde vista la realidad y la belleza.
- Suicidio,
eutanasia y Romanticismo: interpretación del poema «Al sueño» («To Sleep») de
John Keats.
- ¿En qué consiste ser un mal poeta? Lope de
Vega contra los poetas sin ideas ni filosofía.
- Borges en su poema «Un lector»: el narcicismo de la modestia o el lujo y glamour de la ignorancia.
- Borges y Spinoza: ¿Cómo convertir a la filosofía en el terreno de juego de la literatura?
- La poesía de la experiencia: un timo de holgazanes. El caso de Borges en «Al idioma alemán».
- Borges y «El guardián de los libros»: el mito de la sabiduría en las sociedades patriarcales.
- Borges, poeta cínico y visionario lúdico «Del infierno y del cielo».
- Borges, poeta de «Insomnio»: cuando la poesía te quita el sueño. Y el conocimiento.
- Introducción simple a la poesía de Jorge Luis Borges: el poema titulado «España».
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- Cesare Pavese y la poesía de la impotencia: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos».
- Konstantinos Kavafis: desmitificación del poema «Ítaca».
- Lorca: «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías». Interpretación crítica desde la Crítica de la razón literaria.
- Lorca, poeta expresionista, de una poesía más sensible que inteligible.
- Leopardi y el Romanticismo: una poesía hecha desde la ignorancia de la realidad.
- Interpretación del poema «No basta» de Aleixandre en Sombra del Paraíso.
- Interpretación del poema titulado «El poeta» de Aleixandre, en Sombra del Paraíso.
- Interpretación del poema «Idea» de Aleixandre (Ámbito, 1928).
- El personaje nihilista en Rey Lear y Timón de Atenas de Shakespeare.
- Introducción a Sombra del Paraíso de Vicente Aleixandre. Interpretación del poema «Los poetas».
- El ateísmo de Vicente Aleixandre en el poema «Primera aparición».
- Interpretación del poema «El frío» de Aleixandre (La destrucción o el amor).
- Interpretación del poema «Sobre la misma tierra» de Vicente Aleixandre (La destrucción o el amor).
- Clasificación de la obra poética de Vicente Aleixandre desde la Crítica de la razón literaria.
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presiente su muerte con 30 años de antelación:
«Es de noche en mi estudio»
La ficción en la poesía lírica
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