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III, 2 - ¿Qué es la literatura?



Crítica de la razón literaria



III


2

 

¿Qué es la literatura?

 

Idea y concepto de literatura

según la Crítica de la razón literaria

 



En lo que se refiere a la filosofía parece imperar el prejuicio de que, si para poder hacer zapatos no basta con tener ojos y dedos y con disponer de cuero y herramientas, en cambio, cualquiera puede filosofar directamente y formular juicios acerca de la filosofía, porque posee en su razón natural la pauta necesaria para ello, como si en su pie no poseyese también la pauta natural del zapato. Tal parece que se hiciese descansar la posesión de la filosofía sobre la carencia de conocimientos y de estudio, considerándose que aquélla termina donde comienzan éstos. 
G.W.F. Hegel, Fenomenología del espíritu (1807/2004: 44-45).



Índice capitular 


          2.0. Preliminares.

          2.1. Definición de literatura.

         
          2.2.1. La literatura en el espacio antropológico.
                   2.2.2. La literatura en el espacio ontológico.
                   2.2.3. La literatura en el espacio gnoseológico.
                   2.2.4. La literatura en el espacio estético o poético.

          2.5. Coda nuclear.




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Libro recomendado


Definición de literatura





Jesús G. Maestro


III, 2.0 - Preliminares a la idea y concepto de literatura


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Preliminares a la idea y concepto de literatura


Referencia III, 2.0 


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

La Literatura siempre contiene sustancias venenosas. Es un discurso cuyos materiales resultan con frecuencia tóxicos para personas singularmente comprometidas, ideologías ansiosas de lo políticamente correcto, grupos minoritarios —pero con pretensiones imperialistas— y siempre adolecentes de hiperautismo gremial. Estos grupos desarrollarían su actividad gregaria más cómodamente si la presencia formal y material de la Literatura fuera otra muy diferente de la efectivamente existente en el Canon Occidental, expresión redundante donde las haya, ya que es el único que hay. Hablar de canon literario es hablar de canon literario occidental. Hasta el momento presente, el americocentrismo de la posmodernidad contemporánea sólo nos ha proporcionado psicologismo, retórica e ideología. Esto es, cosquillas al canon. Vanas pretensiones por elaborar, merced a la industria editorial y universitaria de los Estados Unidos, un antídoto contra ese canon literario. Resultado de esa industria editorial anglosajona es Harold Bloom, con sus escritos sobre el canon occidental, el cual, en sus manos, se reduce al canon literario anglosajón. Pocos libros, tan ignorantes de la literatura en general, y muy en particular de la Literatura Española e Hispanoamericana, se han escrito y publicado en el mundo como ese titulado El canon occidental (1994). Por este camino, la Academia, como institución universitaria, sólo puede convertirse y comportarse como una academia de corte y confección. Téngase en cuenta que la Universidad anglosajona y la Universidad posmoderna son dos caras de la misma moneda. Bloom dispara contra sí mismo, sin saberlo. Tocante a literatura y a interpretación literaria, la Anglosfera es el problema, y el Hispanismo la solución. El resultado, sin embargo, para la academia norteamericana, anglosajona y posmoderna, sin duda y sin reservas, es la indumentaria propia de un trampantojo, de una farsa, algo así como un carnaval en Babel[1].

Los escribas posmodernos aún no se han desengañado (es decir, viven en el engaño): contra los venenos de la literatura no hay antídoto posible. La Historia de la Crítica y de la Teoría de la Literatura, desde el dogmatismo luminoso de Platón hasta la miseria imperial de la posmodernidad contemporánea, ha sido la historia de la búsqueda de varios antídotos, analgésicos y purgantes, para hacer asequible, digestiva, controlable, habitualmente so capa de explicación y doctrina, ante diferentes gremios sociales e instituciones humanas, la formalización y materialización que la Literatura hace del mundo —del mundo interpretado (Mi)— en que vivimos.

Un mundo que pretenda organizarse desde los presupuestos ideológicos de lo «políticamente correcto» está en perfectas condiciones de considerar a la literatura como una de las formas sustancialmente más venenosas con las que una sociedad humana pueda entrar en contacto. Toda institución social, política, académica incluso, organizada conforme a objetivos exclusivamente morales, no estará nunca en condiciones de digerir ni la realidad de la literatura —de ninguna literatura—, ni la verdad de la vida real. Semejante ingestión será imposible, y tendrá efectos comparables a los de un tósigo de consecuencias irreversibles. La literatura, al igual que su interpretación racional, es decir, crítica, dialéctica y científica, es incompatible con el dogmatismo moral. Sin embargo, ningún moralismo, por muy poderoso y muy correcto que políticamente se manifieste o se imponga, ha podido jamás convertirse en un antídoto definitivo frente a los múltiples e infinitos venenos de la literatura.

Platón fue uno de los primeros autores en condenar, en nombre incluso de la razón, el discurso literario, al negar en el ejercicio de la poética toda forma posible de inteligencia[2]. La Iglesia cristiana, cuyas necesidades imperiales la llevaron siempre a ocuparse muy materialmente de todas las cosas mundanas, se unió bien pronto a aquella parte de la actividad literaria que le fue completamente imposible derogar: el teatro. Los feminismos contemporáneos, ante la imposibilidad de travestir a Shakespeare o a Cervantes, niegan la legitimidad de estos autores en un supuesto canon occidental —en realidad, lo subrayo de nuevo, el único canon efectivamente existente—, promulgando una suerte de «nihilismo mágico», en virtud del cual fuera posible borrar de un plumazo al orondo Falstaff, al omnipresente Quijote, o al mismísimo Canon Occidental, auténtica koiné de la literatura universal, diga lo que quiera el americocentrismo posmoderno[3].

Y como todo tósigo, las toxinas de la literatura acaban por envenenar, sin reservas y sin remedio, a todos los moralismos. La literatura es, por su propia naturaleza, un discurso provocativo, heterodoxo, comprometido, desafiante. La literatura es un veneno que carece de antídoto. Platón no pudo contrarrestarla. Su República es un libro, y muy literario, por cierto, que a pesar de su excelente geometría filosófica no eclipsa otras obras literarias a él contemporáneas. Los santos padres de la Iglesia católica, apostólica y romana, alcanzaron la cima de su impotencia en sus pretensiones de domeñar los contenidos de la literatura. La poética clásica, de fraudulenta atribución aristotélica, pretendió, a su vez, controlar la totalidad de las formas literarias, desde la imposición preceptiva de determinados conceptos decorosos, estilísticos, unívocos, unitarios, retóricos... Semejante falacia no soportó la experiencia crítica de la Ilustración y el Romanticismo europeos. Finalmente, nuestro tiempo nos deleita con un mensaje de salvación posmoderna, en el que las ideologías y los psicologismos de una teología de la literatura tratan de reemplazar los conocimientos críticos y científicos de una teoría de la literatura, a la vez que pretenden hacernos creer que, si practicamos determinadas interpretaciones de lo supuestamente literario —interpretaciones solidarias, humanistas, sexuales, étnicas o racistas—, seremos buenos y nos iremos a algún cielo benefactor, mientras que, si no lo hacemos, seremos, metodológicamente, artífices de lecturas equivocadas (misreading), es decir, malos lectores, y éticamente, insolidarios, es decir, malas personas.

Buena parte de las gentes que se dedican contemporáneamente a practicar lo que se denomina «teoría de la literatura», se sirven, en realidad, de la psicología panfilista, de la tropología de la liberación y del idealismo metafísico, para difundir una suerte de antídoto o analgésico capaz de contrarrestar aquella semántica literaria que su ideología no les permite digerir. Es decir: no pueden con la literatura, y construyen una moral, naturalmente gregaria y autista, que, desde pretensiones imperialistas —no por casualidad usan el inglés como lengua preferente—, pretende imponer a los demás una interpretación dogmática de lo que la literatura es, y debe seguir siendo, en la subjetividad cavernícola de sus conciencias. Actúan como si la literatura no fuera, ni pudiera ser, una realidad ontológica diferente de la que ellos necesitan imponer para justificar, y hacer posible, el mundo ideal —y absurdo por irracional— en el que creen vivir. En realidad, la literatura es, para cualquier ideología, una sustancia venenosa y provocativa que ninguna forma —ninguna política, por muy correcta y edulcorante que sea— puede neutralizar de modo definitivo.

Ni siquiera el idealista Hegel puedo escatimar palabras, de plena actualidad, para censurar el uso fraudulento y frívolo de los saberes filosóficos:


Cuando transcurre por el tranquilo cauce del sano sentido común, el filosofar natural produce, en el mejor de los casos, una retórica de verdades triviales. Y cuando se le echa en cara la insignificancia de estos resultados, nos asegura que el sentido y el contenido de ellos se hallan en su corazón y debieran hallarse también en el corazón de los demás, creyendo pronunciar algo inapelable al hablar de la inocencia del corazón, de la pureza de la conciencia y de otras cosas por el estilo, como si contra ellas no hubiera nada que objetar ni nada que exigir (Hegel, 1807/2004: 45).

 

La retórica, como el sofista, satisface más la curiosidad y la ociosidad que el conocimiento. La teoría literaria contemporánea, anquilosada en la retórica posmoderna (género, identidad, indigenismo, feminismo, neohistoricismo, memoria histórica, negritud, etc., palabras baúl en las que cabe todo, y nombres consigna —Barthes, Derrida, Foucault, Lévinas, Eagleton...—, cuyas obras se leen acríticamente), carece de criterios que permitan definir e interpretar de forma rigurosa lo que la Literatura es como Idea y como Concepto, es decir, como realidad formal y material. A continuación, expongo estas definiciones, que, como punto de partida, son imprescindibles en toda Teoría de la Literatura e inexcusables en cualquier tipo de investigación literaria. ¿Cómo puede hablar de literatura alguien que no sabe explicar, en términos materiales y formales, lo que la literatura es?

 

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NOTAS

[1] Resulta interesante en este punto aludir al artículo de Levinson (1997), quien habla incrédulamente de «The Death of the Critique of Eurocentrism», en la línea de homicidios metafísicos iniciada por el retórico Barthes («La mort de l’auteur»), y a la que también se apuntó el sapientísimo Steiner (quien, reputado especialista en literatura comparada, nunca ha escrito, al menos hasta la fecha, nada legible sobre literatura española), con su fantástica The Death of Tragedy (1961). Es la retórica de los hijos de Nietzsche, la genealogía del culto al nihilismo. Vid. más adelante la nota 3, en que nos referimos a las ideas de Brioso (2005) sobre el americocentrismo.

[2] «Porque es una cosa leve, alada y sagrada el poeta, y no está en condiciones de poetizar antes de que esté endiosado, demente, y no habite ya más en él la inteligencia» (Platón, Ion, 534b). Estas afirmaciones de Platón sobre la poética resultaron determinantes en las ideas de Gustavo Bueno sobre la literatura, y en cierto modo nefastas para las relaciones entre literatura y materialismo filosófico. Contra tales ideas platónicas se despliega explícitamente la Crítica de la razón literaria en muchas de sus páginas.

[3] De máximo interés resulta en el este punto el decisivo trabajo de Héctor Brioso (2005), en el que, tras una crítica racionalista, rigurosa y demoledora, del libro de Diana de Armas Wilson, titulado Cervantes, the Novel, and the New World (Oxford University Press, 2003), advierte con toda razón que «la lectura de este libro me hace pensar seriamente en las ideas de Brett Levinson sobre un nuevo colonialismo intelectual al revés, en el que los antiguos colonizados colonizan ahora figuradamente nuestros estudios occidentales y algunos estudiosos etnocentristas los re-colonizan a ellos por segunda vez. Hay, en efecto, un punto a partir del cual la crítica del etnocentrismo se vuelve, a su vez, falsamente compensatoria de agravios históricos y, por tanto, etnocéntrica de nuevo, al cabo de los siglos» (Brioso, 2005: 31). Añadamos que Brioso considera, con acierto, que libros como el de Diana de Armas sobre Cervantes nos sitúan «ante un nuevo hispanismo que permanece voluntariamente ajeno al positivismo de los inventarios y de las demostraciones empíricas. Más bien se atiene a otro tipo de razonamientos de corte poético, filosófico [en el sentido de una retórica y una sofística] y especulativo, fundados en muestras muy selectas, a veces de unas pocas palabras, tomadas de algunos textos de un solo escritor, en ese caso Miguel de Cervantes. En esta novedosa alquimia de las ideas, basta con una gota de oro para dorar un nuevo sistema ideológico que convierte a Cervantes en un americanista avant-la-lettre» (Brioso, 2005: 31).






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Preliminares a la idea y concepto de literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado  de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 2.0), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria

III, 2.1 - Definición de literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Definición de literatura


Referencia III, 2.1


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

La literatura es una construcción humana y racional, que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico, que utiliza signos del sistema lingüístico, a los que confiere un valor poético o estético y otorga un estatuto de ficción, y que se desarrolla a través de un proceso comunicativo de dimensiones históricas, geográficas y políticas, cuyas figuras fundamentales son el autor, la obra, el lector y el intérprete o transductor[1].

Desde el momento en que la Historia no se explica solo con palabras, sino con pruebas históricas, los hechos no se explican sólo con el lenguaje. Del mismo modo, la literatura no puede explicarse meramente a través de palabras, es decir, solo con el lenguaje, porque los referentes materiales de la literatura son referentes reales. La materia referida formalmente en la literatura es materia real o no es. El amor, los celos, el honor, la guerra, la religión, la ciudad sitiada, la ejecutoria de hidalguía, la expulsión de los moriscos, Roma, Argel, Numancia, Constantinopla, la libertad[2] y el cautiverio, las ventas y los mesones, la Inquisición y la Reforma, los rosarios de cuentas sonadoras, los pícaros y las cárceles, los avispones y los renegados, los delatores y los judíos, los locos y las damas «de todo rumbo y manejo», los soldados fanfarrones y los mílites cercenados, los rufianes y los curas, las brujas y las alcahuetas, y hasta los perros más andromorfos o los más comunes animales, todos, absolutamente todos, son referentes reales cuya materialización puede y debe analizarse mediante conceptos, porque sólo a partir de su materialización en el mundo es posible su interpretación en la literatura. Las explicaciones meramente lingüísticas o formalistas, como las filosofías ergotistas o las teorías literarias virtuales, exentas de contenido o carentes de referencia material, sólo explican la psicología o el vacío de quien las formula, pero no aquello a lo que su artífice pretende referirse. Ninguna retórica ha albergado jamás una sola explicación gnoseológica consistente. La hermenéutica doxográfica, tampoco. Las figuras retóricas no son figuras gnoseológicas. Divorciadas de la poética, sólo son doxografía y sofística, es decir, discurso acrítico, ora ideológico (político), ora confesional (religioso). El lenguaje sólo puede explicar aquella realidad cuya materialidad pueda probar o comprobar un sujeto hablante, convertido entonces en un sujeto gnoseológico, es decir, en un intérprete de la ciencia, de la crítica y de la dialéctica.

En consecuencia, la definición de literatura que voy a exponer y justificar en esta obra, la Crítica de la razón literaria, será aquella que considera la literatura como una materia que puede analizarse como concepto, es decir, gnoseológicamente, desde una perspectiva científica (Teoría de la Literatura), y como idea, es decir, ontológicamente, desde una perspectiva filosófica (Crítica de la Literatura).


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NOTAS

[1] Esta es la definición, diríamos «oficial», de literatura, según la Crítica de la razón literaria. Se recomienda al lector consultar en el glosario la explicación sintética de cada uno de los términos dados en esta definición.

[2] La cuestión de la libertad, esto es, de la lucha por la vida y el poder para controlar la vida y el poder de los demás, es clave en la creación, la difusión y la interpretación o transducción de la literatura. Los límites de la Ley terminan donde comienza el reino de la poética, el imperio incluso de la ficción, y, por supuesto, la libertad de la creación literaria. Y hasta tal punto lo es, que podríamos afirmar que una obra de arte verbal que no luche por una ampliación de las posibilidades de la libertad humana no es propiamente una obra literaria original, sino un Kitsch. Sin duda la política es la administración del poder, es decir, la organización de la libertad. Y con más razones aún puede afirmarse que la literatura es el discurso de la libertad, porque es la literatura, y no la religión ni la política, la que objetiva el grado de libertad de la que dispone una sociedad humana, una libertad que jamás ha gozado de la simpatía de todos. Frente a la libertad que exige la literatura, la política y la religión siempre imponen sus trabas y sus cepos, sus cárceles y sus inquisiciones, sus manicomios y su censura, y también de forma más o menos sutil, y de modo más o menos patibulario, sus democracias y sus totalitarismos. No gustó al moralismo platónico el contenido de mucha de la poesía de Homero, aunque sí le fuera tan gratamente seductora al filósofo la forma de los hexámetros inmortales. No gustó a los padres de la Iglesia la libertad de innumerables obras creativas, por su comicidad, su crítica o su desenvoltura. Fernando de Rojas no se atrevió a poner su nombre sin trucos acrósticos en su Celestina. El anónimo autor del Lazarillo de Tormes, ni con acrósticos se atrevió. A sor Juana Inés de la Cruz se le prohibió escribir, y escribir, sobre todo, literatura. El luteranismo, desde una obstinada ignorancia, consideraba a Darwin un novelista, mientras sin embargo leía la Biblia más veterotestamentaria como un libro prehistórico pletórico de revelaciones históricas. Flaubert fue juzgado en los tribunales civiles de una Francia jactanciosamente libertaria, fraternal y posrevolucionaria por escribir una novela cuya protagonista era una mujer adúltera. Leopoldo Alas publica La Regenta (1884) en una sociedad que, dormida en siestas heroicas, lo aborreció colectivamente durante décadas, y que hoy, frustrada ―y vetusta― por el paso del tiempo, lo acredita como signo distintivo de sí misma. Los feminismos contemporáneos condenan, a su modo, toda literatura que no ratifique sus propias exigencias y prejuicios ideológicos. Hay que salir de la posmodernidad para recuperar una libertad siempre condicionada por los mismos: los enemigos de la razón. Que son también, no lo olvidemos, los enemigos de la literatura. La libertad que exige la Literatura, al igual que su racionalismo y su potencia crítica, es insoluble en la neoinquisición de la política posmoderna contemporánea. Si la libertad es lo que los demás nos dejan hacer, la literatura es lo que a lo largo de la Historia la política y la religión nos han permitido escribir. O tal vez... lo que no han podido censurar. Acaso la literatura es esa construcción humana que los enemigos de la razón ―que son los enemigos de la libertad― no han podido evitar. Ni destruir.






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⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Definición de literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado  de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 2.1), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



⸙ Glosario 



Atestaciones de la Crítica de la razón literaria (III, 2.1)

  • La literatura desaparece cuando el racionalismo de la censura es más potente que el racionalismo de la creación literaria capaz de evitarla.


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Definición de literatura



 

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Que es la literatura


III, 2.2 - La interpretación de la literatura en la tetralogía espacial de la Crítica de la razón literaria

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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La interpretación de la literatura en la tetralogía espacial
de la Crítica de la razón literaria


Referencia III, 2.2

 

Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

La literatura es una construcción humana que existe real, formal y materialmente, y que puede y debe analizarse de forma crítica mediante criterios racionales, conceptos científicos e ideas filosóficas[1]. Como construcción humana, la literatura se sitúa en el ámbito de la Antropología; como realidad material efectivamente existente, pertenece al dominio de la Ontología; como obra de arte, constituye una construcción en la que se objetivan cualidades poéticas o valores estéticos, que exigen enjuiciarla, desde una Teoría de la Literatura, o desde una estética o filosofía del arte, en un espacio estético; y como discurso lógico, en cuya materialidad se objetivan formalmente ideas y conceptos, es susceptible de una gnoseología, es decir, de una interpretación basada en el análisis crítico de las relaciones de conjugación —que no ruptura— entre la materia y la forma que la constituyen como tal literatura[2].

Adelanto aquí un postulado fundamental que reiteraré más adelante como conclusión, y que subrayaré con frecuencia a lo largo de estas páginas: según la Crítica de la razón literaria, la Teoría de la Literatura es el conocimiento científico de los materiales literarios, es decir, el análisis conceptual y categorial de los materiales contenidos y formalizados en las obras literarias y con ellas relacionados, los cuales delimitan su campo de investigación y constituyen su objeto de conocimiento, a cuya comprensión se accede a través de una metodología científica, de naturaleza crítica y dialéctica (no doxográfica, ni moral, ni ideológica), la cual se fundamenta a su vez sobre una gnoseología y una ontología.

Llegados a este punto conviene identificar algunas discriminaciones necesarias, que permitan distinguir y delimitar, desde la perspectiva de la Crítica de la razón literaria, tres realidades diferentes y conjugadas —y articuladas en symploké, como combinación racional y ternaria de ideas—:  la literatura, la Teoría de la Literatura y la Crítica de la Literatura.

a) En primer lugar, se considerará que la literatura es el conjunto de los materiales literarios que constituyen el objeto de la Teoría de la Literatura. La literatura es así una realidad ontológica de primer grado (materia primogenérica: M1), a la que pertenecen los seres humanos que la construyen (autores), difunden (copistas, impresores, editores...) e interpretan (lectores, actores, críticos, consumidores...); el texto en que se objetiva (papiros, pergaminos, códices, manuscritos, libros, discos compactos y soportes informáticos...); el lenguaje literario oral y escrito, etc. Los materiales literarios son una realidad física, es decir, formal y material, que implica a autores, lectores, intérpretes y actores, críticos, públicos, sociedades, culturas, etapas históricas, zonas geográficas, etc., como totalidades complejísimas, fuera de las cuales la literatura no es concebible ni factible como tal. Estas totalidades pueden y deben analizarse de forma sistemática, crítica y científica, a través de diferentes ciencias categoriales que, cada una desde su propio estatuto gnoseológico, tienen como objeto de interpretación algún tipo de material que sirve a la construcción literaria: el lenguaje (lingüística...), el texto (retórica, ecdótica, lingüística forense...), el ser humano (antropología, sociología...), bien como autor (Historia, psiquiatría, Derecho...), bien como lector (semiología, pragmática, lingüística textual...). La sistematización de las diferentes disciplinas y ramas del saber, organizadas en symploké para el estudio de la literatura, permite la constitución de la Teoría de la Literatura como ciencia categorial, cuyo objeto de estudio específico son los materiales literarios.

b) En segundo lugar, se considerará que la Teoría de la Literatura es, en consecuencia, el conocimiento científico de los materiales literarios. Se tratará, por lo tanto, de un conocimiento conceptual o categorial, es decir, de un conocimiento científicamente construido. La Teoría de la Literatura es, pues, una ciencia categorial ampliada, como conjunto sistemático de ciencias categoriales específicas que estudian, cada una desde su propia categoría gnoseológica, una determinada forma de materiales literarios (la palabra, el signo, el autor, el lector, la métrica, el personaje, el tiempo, el espacio, etc.). La Teoría de la Literatura da lugar a conceptos, en la medida en que opera como una ciencia. Quienes niegan la posibilidad de estudiar científicamente la literatura deberían exponer, en primer lugar, cuál es su concepto y su idea de ciencia, y, en segundo lugar, deberían explicarnos cómo se pueden definir, por ejemplo, los conceptos de narrador, cronotopo, endecasílabo o signo teatral, al margen de la narratología, la métrica o la semiología del teatro. No podemos enfrentarnos a la literatura, ni a sus posibilidades de interpretación, sin discriminar muy críticamente conocimiento científico (basado en conceptos categoriales), conocimiento filosófico (basado en ideas organizadas lógicamente) y conocimiento ideológico (basado en prejuicios psicológicos). De espaldas a este discernimiento, alumno y profesor se convierten en modelo y referente del Capricho 37 de Goya.



Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria



c) En tercer y último lugar, se considerará que la Crítica de la Literatura es un saber de segundo grado, es decir, un saber que sólo puede actuar, que sólo puede ser factible, a partir del saber de primer grado que constituye la Teoría de la Literatura, como ciencia categorial responsable de construir los conceptos científicos que habrá de manejar el crítico en sus interpretaciones sobre los materiales literarios (texto, autor, lector, Historia, sociedad, psique, mito, forma, etc.). La Crítica de la Literatura actúa sobre los materiales literarios sólo a partir de los conceptos que las ciencias categoriales ampliadas, sistematizadas en una Teoría de la Literatura, le proporcionan sobre la literatura. La Crítica de la Literatura da lugar a ideas, y opera como una Filosofía, al enfrentarse, de forma dialéctica y conjugada, a la symploké de las ideas contenidas y formalizadas en los materiales literarios.

Es obvio que la Literatura no es una ciencia[3], naturalmente, sino el campo de investigación de varias ciencias categoriales, que pueden agruparse u organizarse desde una Teoría de la Literatura. En consecuencia, he distinguido en esta exposición tres realidades fundamentales, funcionalmente relacionadas entre sí, es decir, en symploké:


1) La Literatura, que es una Ontología, en la cual se objetivan física (M1), psicológica (M2) y lógicamente (M3) materiales y formas literarios, construidos por un autor e interpretables por un lector y un transductor. 

2) La Teoría de la Literatura, que es una ciencia categorial, la cual construye conceptos científicos destinados a la interpretación de los materiales y las formas literarias.

3) La Crítica de la Literatura, que es una filosofía, la cual dispone una organización crítica, racional y lógica (symploké) de las ideas formalizadas en los materiales literarios.

 

Conviene subrayar que cuando la Crítica de la Literatura se ejerce sin criterios no cabe hablar en rigor de crítica, pues, ¿cuáles son sus fundamentos científicos, conceptuales y materiales? No hay crítica sin criterios. La crítica nace en la objetivación del enfrentamiento dialéctico —es decir, no surge del diálogo, sino de la dialéctica—, entre posturas enfrentadas, y en sí mismas insolubles, cuyas diferencias se plantearán en términos que han de ser verificados por las ciencias, y no por la psicología personal, ni por la ideología gregaria y gremial, ni por la retórica del sofista, cuyas palabras carecen de referentes materiales y de contenidos verdaderos. Lo que decimos ha de estar verificado por la realidad efectivamente existente, es decir, por la realidad material en que vivimos. Un triángulo tiene tres lados, en el siglo XXI y en la Babilonia anterior a Cristo, y un azteca, un posmoderno o un musicólogo, tendrán que convenir en que la suma de sus ángulos equivale a dos ángulos rectos. La ciencia no da lugar a libertades, ni es políticamente correcta. Y si yo sé bien que la literatura no está hecha de triángulos, no ignores tú, a su vez, que esa misma literatura no está exenta de geometría, es decir, de razón.

A partir de estos criterios, y antes de enunciar la definición de literatura como idea y como concepto, voy a exponer cuál es el lugar que ocupa la propia literatura, como realidad material y formal, en los ejes fundamentales del espacio antropológico, del espacio ontológico, del espacio gnoseológico y del espacio estético, tal como se conciben y plantean en la Crítica de la razón literaria.


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NOTAS

[1] A propósito del Quijote, Bueno se refirió a la literatura como «una materia que puede y debe sin duda ser analizada mediante conceptos» (Bueno, 2005: 150). Entre Platón y Cervantes, Bueno suavizó en cierto modo sus ideas hostiles hacia la literatura en la medida en que se acercó al Quijote. Cuando el artífice del Materialismo Filosófico considera que la literatura puede estudiarse conceptualmente, está más cerca de la Crítica de la razón literaria que de la República de Platón. No queremos decir, ni sugerir, que con tal declaración que Bueno reconoce en la literatura la existencia de una materia que puede o debe estudiarse científicamente, es decir, que resulte interpretable como tal por una ciencia categorial ampliada, que aquí se identificará con la Teoría de la Literatura. Y no queremos decirlo porque no necesitamos decirlo. La Crítica de la razón literaria no pretende coincidir artificiosa o gratuitamente con la filosofía de Bueno. Ni con la de ningún otro autor. No necesitamos coincidir con Bueno —ni con ningún otro autor— para afirmar, tal como se sostiene en la quinta tesis de la Crítica de la razón literaria, que la Teoría de la Literatura es la ciencia categorial de los materiales literarios. Naturalmente, siempre habrá gente que diga lo contrario: entre ellos Derrida, Foucault o Terry Eagleton, con toda la tradición anglosajona a cuestas. Desde la Hispanosfera, sin embargo, nunca se ha negado la posibilidad de estudiar científicamente la literatura, desde los preceptistas del Siglo de Oro hasta los filólogos de la escolástica pidaliana. La Crítica de la razón literaria discurre precisamente por los cauces de esa genealogía interpretativa de la Filología Hispánica. No en vano la Anglosfera nunca desarrolló, ni siquiera se planteó, una teoría literaria sistemática y global, ni un estudio de la literatura a través de las ciencias.

[2] Materia y forma son conceptos conjugados (Bueno, 1978a), es decir, conexos internamente, e indisolubles, pues no pueden darse por separado ni autónomamente (como sucede con todos los conceptos conjugados: reposo / movimiento, espacio / tiempo, padre / hijo…). Conceptos conjugados son aquellos pares de conceptos que mantienen una oposición sui generis, la cual no puede interpretarse como relación entre términos contrarios, contradictorios o correlativos, sino conjugados, es decir, como entretejidos o interrelacionados. Son términos solidarios como la cara y cruz de una misma moneda: el uno no puede darse sin el otro, y viceversa. Según Bueno, la conjugación puede ser diamérica o metamérica. Una conjugación diamérica supone —en palabras de Bueno— que uno de los elementos del par puede considerarse como si estuviera fragmentado en partes homogéneas que quedan relacionadas a través del otro término del par. Diamérico (diá, a través de, y meros, parte) es un esquema de conexión entre dos conceptos conjugados (A / B), cuando estos pueden fragmentarse en partes homogéneas (A = a1, a2… an, y B = b1, b2… bn), de modo que las relaciones entre ellos (A / B) se dan a través de las relaciones entre sus partes respectivas (an, bn), bien porque B es un resultado que segregan las partes de A, bien porque las partes bn soportan como un tejido intercalado las partes disgregadas de A. Metamérico (metá, más allá de, y meros, parte) es un esquema de conexión entre dos conceptos conjugados (A / B), que toman a estos como todos enterizos, sin analizarlos en sus componentes o partes. Las relaciones metaméricas son holistas y globales. Las relaciones metaméricas son relaciones operatorias cuando entre dos términos hay yuxtaposición, reducción de un concepto a otro, fusión de dos conceptos en un tercero, o articulación de dos conceptos a través de una instancia independiente.

[3] Tal es la tesis cuarta de la Crítica de la razón literaria: la literatura no es una ciencia. 






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «La interpretación de la literatura en la tetralogía espacial de la Crítica de la razón literaria», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado  de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 2.2), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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