III, 1.3.2.2 - Ideología y literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Ideología y literatura


Referencia III, 1.3.2.2

 

Jesús G. Maestro, Ideología y literatura

Ideología es todo discurso basado en creencias, apariencias o fenomenologías, constitutivo de un mundo social, histórico y político, cuyos contenidos materiales están determinados básicamente por estos tres tipos de intereses prácticos inmediatos, identificables con un gremio o grupo social, y cuyas formas objetivas son resultado de una sofística, enfrentada a un saber crítico (ciencia o filosofía). La ideología incurre siempre en la deformación aberrante del pensamiento crítico, y por eso se enfrenta de este modo con la ciencia y con la filosofía. En efecto, una de las primeras transformaciones históricas que provoca el desarrollo del conocimiento científico es la crítica, y la disolución y reinterpretación del pensamiento mítico en términos críticos. Aun así, los impulsos de los mecanismos que generan los mitos sobreviven en las sociedades modernas y contemporáneas a la crítica de la razón ―pura y práctica― bajo la forma y el contenido de las ideologías. La ideología es, en suma, la organización emocional de la ignorancia colectiva. Téngase en cuenta que la democracia posmoderna se basa en la multiplicación y potenciación de las ideologías, con el fin de dividir lo más posible a los seres humanos, e impedir de este modo que el pueblo llano tenga por sí mismo un control solvente de su propia organización como masa social. En la democracia posmoderna, las élites dividen al pueblo en ideologías violentamente enfrentadas, y siempre muy activas a través de múltiples medios de comunicación, para enajenarlo en todos los órdenes, y controlarlo de este modo de forma segura, permanente y totalitaria. Al pueblo se le hace creer que tiene el control de todo, cuando en realidad no tiene el control de nada en absoluto.

Las ideologías son siempre múltiples, diversas, plurales. Y mutantes. Remiten en cada caso a una pluralidad en la que de alguna manera todas están implicadas. No hay civilización sin ideologías. Es una ficción hablar de una única ideología, como es una ficción hablar de un pensamiento único[1]. Las ideologías son representaciones organizadas lógicamente, capaces de expresar el modo en que las personas viven, comunican e interpretan la realidad en que están implicadas. Al igual que los mitos en las culturas bárbaras, las ideologías contribuyen en las culturas civilizadas a asegurar la cohesión del grupo social en función de unos intereses prácticos inmediatos, es decir, de unos intereses políticos decisivos. Las ideologías incorporan materiales heterogéneos, de los que se nutren de forma muy activa, y desde los cuales disponen su propia justificación lógica ―consecuencia del rigor impuesto por el desarrollo de los saberes críticos― ante las alternativas de otras ideologías opuestas y enfrentadas, a las que excluyen internamente y critican en público. Toda ideología es endogámicamente acrítica y exogámicamente muy crítica y combativa.

Ha de advertirse, sin embargo, que la filosofía se convierte con frecuencia en una actividad muy susceptible de actuar al servicio de todo tipo de ideologías. Incluso podríamos afirmar que la filosofía, en muchos momentos y usos, funciona como una forma excéntrica de ejercer la sofística, es decir, de prostituirse como tal al servicio de una u otra ideología. Sócrates no era menos sofista que Gorgias. Ni Platón menos manipulador ni maniobrero que cualquier otro de sus adversarios retóricos, presuntamente democráticos y libertinos. De hecho, todas las ideologías encuentran en algún momento dado de su trayectoria, genealogía o desenlace, el apoyo de uno o varios sistemas filosóficos. El ergotismo filosófico hormona la mente adolescente del filósofo[2] y alimenta el idealismo en que fertiliza toda ideología. El ergotista es a la filosofía lo que el rétor a la sofística. En cierto modo, cabe definir las ideologías como una forma aberrante de uso e interpretación de una filosofía preexistente. Desde esta perspectiva, toda ideología es una degeneración práctica y acrítica de un sistema filosófico. Lo que hace rentable la ideología, y por lo tanto también la deturpación de un pensamiento filosófico, es el poder que proporciona su ejercicio, fundamentalmente en el terreno político y económico. Es la razón de ser de la propaganda y la publicidad, sístole y diástole del periodismo. La verdad nunca ha sido rentable, ni política ni económicamente. La verdad es el consuelo de los impotentes. La verdad sólo interesa a los inútiles. Lo verdaderamente práctico es la mentira, la propaganda y el idealismo. Y no hay que olvidar que el sofista, el ideólogo y, con frecuencia también, el filósofo, son gentes que no consumen lo que venden: la mentira. Gestionan el mercado de la falacia, el idealismo y el error, pero no caen en él. Diseñan, como buenos ingenieros, el fracaso de los demás, sobre el cual ellos rentabilizan su éxito vital, profesional y político. Si algo saben los listos es que la energía y el trabajo de los tontos mueve el mundo. El combustible del capital es el dinero de los pobres.

Las ideologías asocian ideales indefinidos (Libertad, Felicidad, Paz...) a dimensiones psicológicas, lingüísticas, sociológicas..., del ser humano, y convierten en valores absolutos los resultados particulares y relativos que se derivan de tales asociaciones. La idea de la filosofía marxista, según la cual en toda sociedad civilizada hay una ideología dominante que refleja las ideas de estos grupos sociales dominantes, los cuales se las arreglan para imponerlas al resto de la sociedad por procedimientos más o menos coactivos y sofisticados, es hoy día plenamente vigente. Desde la sociología del conocimiento de K. Mannheim (1929) se considera que toda ideología es un fenómeno psicológico, una deformación o error que sufre un individuo o grupo social en alguna dimensión de su pensamiento. Algo así como un prejuicio o un conjunto sistemático de prejuicios bien organizados y justificados.

Nótese que las democracias actuales han explotado al máximo los peores recursos de la ideología, sobre todo desde su formato posmoderno y anglosajón. La literatura del siglo XXI no se atreve ―todavía― a cuestionar la democracia. Pero no tardará en hacerlo. Los totalitarismos germinan como respuesta política a las crisis económicas que una democracia no es capaz de resolver. Lo más inquietante de nuestra situación actual, desde los comienzos del siglo XXI, es que hace años que las democracias no son capaces de generar riqueza económica. Algo así conduce a un siniestro callejón sin salida. La Historia demuestra que de los callejones sin salida las sociedades humanas sólo se «liberan» mediante revoluciones terribles y conflictos bélicos extremadamente violentos. China ha demostrado que su forma política de ejercer el totalitarismo es más rentable económicamente que la de los regímenes democráticos, que parecen haber perdido todos los criterios y poderes. El futuro, del que nada está excluido, resulta hoy mucho más inquietante para cualquiera de nosotros que hace décadas. Hemos sido educados en la idolatría de la democracia, pero esta situación puede cambiar en cualquier momento. Violentísimamente.

Como Teoría de la Literatura, la Crítica de la razón literaria considera que toda ideología es una especie de engaño necesario e inconsciente, una deformación intencionada y total del pensamiento. La ciencia y la filosofía, en su ejercicio racional más estricto, confieren a la ideología un sentido crítico y negativo. Se acepta indudablemente que la ciencia y la filosofía no siempre están exentas de contaminaciones ideológicas, pero hay que afirmar rigurosamente que ninguna ideología puede identificarse nunca ni con la ciencia ni con la filosofía que verdaderamente lo es, disciplinas a las que aquélla siempre reconoce como discursos críticos y subversivos de los intereses propios de una ideología contraria.

Se considera aquí que toda ideología es siempre una deformación aberrante del pensamiento crítico, cuya naturaleza es esencialmente científica o filosófica. Esta deformación del pensamiento crítico se advierte ―de forma especial en la interpretación literaria ―en dos irracionalismos fundamentales: el idealismo y el dogmatismo. El primero es una deformación semántica de la interpretación científica; el segundo, su imposición pragmática. Uno y otro son los dos pilares fundamentales de posmodernidad (Maestro, 2004a; Maestro y Enkvist, 2010).

 


NOTAS

[1] Un pensamiento único no es cuantificable como tal, por el mero hecho de que no sería perceptible como tal. Si sólo hubiera un único discurso, no podríamos identificarlo. La unidad sólo es visible, y por tanto factible, desde la pluralidad, como mínimo, de dos pensamientos. De este modo, un discurso puede percibir al otro como una unidad diferente de la suya propia, pero no como una exclusividad, es decir, no como una realidad única, porque en ese caso el otro carecería de la conciencia de ser diferente. A esta elementalísima lección de lógica de clases todavía no han llegado quienes creen discutir, desde su anomia particular, la existencia falaz de un supuesto y paradójico «pensamiento único».

[2] Todo filósofo piensa siempre como un adolescente.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Ideología y literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 1.3.2.2), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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