Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Ética y moral en literatura
Moral es el conjunto de normas
destinadas a preservar de forma organizada la cohesión de un grupo. No se puede
considerar científica la teoría literaria ejercida con fines morales, cuyo objetivo es la conservación invariable y acrítica de
los ideales de un determinado gremio o escuela pseudoacadémica. El feminismo
incurre positivamente en este imperativo, con más énfasis tal vez que ninguna
otra «teoría literaria» del presente[1]. Con el fin de desterrar mediante criterios científicos la
interpretación moral de la interpretación literaria, la Crítica de la razón
literaria distingue entre ética y moral, de acuerdo con la lógica
de clases atributivas y distributivas, que plantea Gustavo Bueno, y que
equivale a distinguir respectivamente entre disociación y separación (actualización de la distinción de los escolásticos entre «distinción real» y «distinción formal)[2]. Dos realidades son separables cuando pueden distanciarse e incomunicarse una de otra, esto es, cuando
forman parte de una totalidad distributiva. Dos realidades son disociables cuando
no pueden distanciarse e incomunicarse entre sí, y cuando además cada una de ellas conserva
siempre sus propias relaciones con otras realidades, es decir, cuando forman
parte de una totalidad atributiva organizada en symploké.
Ética y moral
son, pues, inseparables, pero disociables, porque responden a leyes distintas:
el individuo no es separable del grupo, pero sí disociable de él. La ética no se define
por el origen de la fuerza de obligación (que emana del grupo, del número de
los individuos, es decir, de la moral), sino por el objetivo de la norma ética, algo mucho más positivo que el origen
especulativo de la fuerza de obligación. Las normas éticas, por su objetivo, se
caracterizan porque son normas dirigidas a la preservación de la vida de los seres
humanos, al margen de cualesquiera diferencias a posteriori (raza, nacionalidad, sexo,
edad...). Desde este punto de vista, los delitos éticos mayores son el
suicidio y el homicidio, incluyendo el martirio como una de las formas de
suicidio autorizada por las religiones, y la guerra como una de las formas de
homicidio legalizada por las democracias. La moral, como hemos dicho, designa
el conjunto de normas destinadas a preservar la cohesión del grup0, y no la vida de los seres humanos, sino la unidad del gremio, cuya expresión más inmediata puede ser la pareja (matrimonio), la familia, el clan, el
pueblo, la nación, y también una empresa, una organización terrorista, o un grupo mafioso, así como sectas, iglesias,
congregaciones religiosas o gremios académicos, etc., y su expresión más amplia y compleja es, de
hecho, el Estado.
Los individuos
están siempre incluidos en un grupo, y esto es lo que precisamente da lugar a
un orden moral, cuyas normas tienen el objetivo de mantener la estructura o
cohesión del gremio, cualquiera que sea. Por esta razón las normas éticas (defensa de la vida
humana) y las normas morales (defensa de la unidad del grupo) están en conflicto, e incluso
pueden llegar a ser incompatibles entre sí. La ética es autónoma, se da en la conciencia
del sujeto, y no requiere un ordenamiento jurídico para existir (vemos a
alguien que está herido y tratamos de ayudarle). La moral es heterónoma, porque la fuerza
de la obligación se impone desde fuera, desde un ordenamiento jurídico establecido por un
grupo o sociedad que nos induce a comportarnos de un modo determinado. Los
derechos humanos, tal como se han desarrollado tras la II Guerra Mundial, son
derechos éticos. Representan un triunfo de la ética sobre la moral. Y
constituyen un instrumento ideológico utilísimo. Los idealistas y los demagogos creen y hacen creer
respectivamente que si se aplicaran los derechos humanos en todo el mundo se
resolverían todos los problemas. Esta aplicación es imposible. Para
implantar estos derechos humanos en todo el mundo habría que suprimir todos los
Estados, desde el momento en que los Estados representan sistemas morales insolubles o incompatibles entre sí, normas propias y no siempre
transferibles, destinadas a la preservación de grandes grupos y
sociedades humanas, que casi siempre están en conflicto con los sistemas éticos en que se objetivan
los derechos humanos propuestos por otros Estados o naciones.
Bueno ha
insistido, no sin razón, en que los derechos humanos no se aplican porque no se
pueden aplicar materialmente, porque es imposible. Ya es un logro enorme que
hayan sido aceptados, al menos teóricamente, por muchos Estados. Su contenido
no es nuevo, pues filosofías como la socrática o religiones como la cristiana ―en
su origen― los esgrimían y defendían, bien es cierto que a su modo, pero
los exigían y planteaban abiertamente, frente a un derecho penal que siempre
era punitivo, y frente a religiones terriblemente cruentas en casi todos los tiempos
y espacios. Considerar que los derechos humanos resuelven todo, si los
aceptamos todos, es lo mismo que creer que si todos nos hacemos cristianos, o
socialistas, o aristócratas, o jacobinos, o anarquistas, o islamistas, o
feministas, o nacionalistas, llegará la paz perpetua y seremos felices.
Es el ideal de
diálogo de Habermas, de la posmodernidad y de otras mitologías por el estilo.
Son ―en palabras de Bueno― «ideas para distraerse» colectivamente, con
frecuencia con fines terapéuticos, amén de otras intenciones y programas
políticos, sin duda destinados a disolver la autonomía y el poder de las naciones
y Estados en nombre de una globalización muy debilitadora, cuando no abiertamente
destructora, incluso en nombre de la democracia, del concepto de Estado moderno.
Es una forma de desentenderse de las cuestiones ontológicas, es decir, de la
realidad. La ética tiene importancia y eficacia si está vinculada a la ontología, es
decir, a la realidad de los hechos, pues en caso contrario es un mero espejismo, un puro formalismo
ilusorio.
En suma, no se puede presentar como científica una teoría literaria ejercida desde la Moral, para mantener la cohesión ideológica de un gremio, por muy académico que sea, porque el resultado no será una interpretación literaria, sino ideológica, y el gremio no será académico entonces, sino pseudoacadémico o babélico; ni tampoco se puede ejercer la crítica literaria desde la Ética, con el fin de preservar la vida de los seres humanos, por decisiva que la vida es, porque el objetivo de la Teoría de la Literatura es el conocimiento científico de los materiales literarios, y no la curación de las enfermedades, que es uno de los fines de la Medicina, ni el premio a los seres solidarios o virtuosos, que es respectivamente la propaganda compensatoria de la religión cristiana a lo largo de sus diferentes manifestaciones históricas, con el galardón de la santidad, entre otros ―en tiempos cada día más remotos de los nuestros―, o de la teología secular de la globalización posmoderna ―en nuestros días―.
NOTAS
[1] Feminismos y nacionalismos se han convertido en los fundamentalismos más respetados, por temidos, de nuestro mundo contemporáneo. Por más que la presumen, nada de izquierda solidaria hay en ellos. Marcan ante todo la diferencia y la frontera, la discriminación y la desigualdad. Hablan, además, como quien dispone de poder para hacer daño. Desean para sí la superioridad de la que han de carecer los demás. Quien vive solo o sola vive una vida de ficción. La vida real no es una isla habitada por Robinson Crusoe. Todo nacionalismo, es decir, todo egoísmo colectivo, es un nacionalismo fabuloso. El siglo XX se cierra con la desvertebración más lamentable del pensamiento izquierdista (Bueno, 2003; González Cortés, 2007). Cualquier tiempo pasado fue mejor. La izquierda ha perdido la vanguardia de las ideas contemporáneas. Durante décadas, ser de izquierdas era, popularmente, ser progresista: confiar en el futuro, desarrollar ideas que los prejuicios de otros grupos sociales prohibían desarrollar. En todas las épocas el futuro está, por naturaleza, en las personas jóvenes. La juventud es lo único que hace cambiar la realidad, para bien o para mal. Ningún imperativo más marxista que éste. La vejez es, por naturaleza, conservadora. Chomski es hoy un hombre jubilado, un viejo ciudadano estadounidense. Saramago, un Premio Nobel (con esto está dicho todo), nunca ocultó sus simpatías por los dictadores. Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Herbert Marcuse, Theodor Adorno... Todos están muertos. De hecho, la «izquierda» es hoy un discurso indefinido. En el mejor de los casos, en el ejercicio de la política institucional, suele ser una forma cuyos contenidos pertenecen a la derecha. Y viceversa.
[2] Así, por ejemplo, los días son inseparables de la semana, pero disociables de ella. Es evidente, pues, que un término hipónimo (día, dedo, mes...) es inseparable de su correspondiente hiperónimo (semana, mano, año...), aunque sin duda siempre resulte disociable de él. Para una explicación más detallada de estos criterios, vid. más adelante las referencias a la symploké, en el punto I, 1.3.5 de la exposición de los postulados de la Crítica de la razón literaria como teoría literaria. En todos los supuestos aducidos, vid. siempre la obra de Bueno El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral (1996).
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Ética y moral en literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 1.3.2.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
Primeros postulados de la Teoría de la Literatura
Segundos postulados de la Teoría de la Literatura
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