Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Dialéctica y literatura
Dime cuál es el modo del poder dialéctico, en qué clases se divide y cuáles son sus caminos.
Platón, República, VII (532e).
En el ámbito de la filosofía, el término dialéctica ha adquirido históricamente diversas acepciones. Gustavo Bueno (1974) recuerda, en primer lugar, que se ha utilizado como concepción no sólo de un método, sino de una realidad misma a la que aquel habría de ajustarse. Esta primera concepción subraya la naturaleza dinámica y móvil de todo cuanto existe. Así, la dialéctica sería para Heráclito la ciencia del movimiento, opuesta a la metafísica, como ciencia del ser inmóvil (Parménides y Zenón). En segundo lugar, se ha hablado de la dialéctica para definir una «multilateralidad de relaciones» implicadas en cualquier proceso, frente a las relaciones unívocas o unilaterales, en las que suele descansar el modo de pensar metafísico y monista. Esta concepción, propia del materialismo dialéctico marxista, subordina la dialéctica a la totalidad, como de hecho hicieron Lukács y Goldmann, entre otros. La Crítica de la razón literaria se opone radicalmente a esta concepción de dialéctica, basándose en el principio platónico de symploké, al que me refiero más adelante. En tercer lugar, cabe hablar de una concepción de la dialéctica que subraya una estructura de «retroalimentación negativa», propia de ciertas totalidades o sistemas, llamados, precisamente por este motivo, dialécticos (Klaus, Harris...) (Bueno, 1995). El propio Bueno considera esta propuesta reductora y gratuita, desde el momento en que, sin perjuicio de que los sistemas dotados de retroalimentación negativa sean dialécticos, no todo lo que es dialéctico tiene por qué ajustarse a tal modelo. En cuarto y último lugar, proponemos, en el contexto de la Teoría de la Literatura y de la interpretación crítica de los materiales literarios, un concepto de dialéctica basado en las funciones de las contradicciones implicadas en los procesos analizados. Ésta es la concepción de dialéctica que dispone de más antigua tradición académica y escolástica (Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Hegel y Bueno). Siguiendo la filosofía de Bueno, que aquí reinterpretamos para hacer posible desde ella y desde la tradición filológica hispanogrecolatina una Teoría de la Literatura, hemos de acogernos a esta concepción del término dialéctica, como la más consistente y poderosa, dadas su precisión y magnitud.
En
consecuencia, desde la Crítica de la
razón literaria se considerará la dialéctica como un proceso de codeterminación del significado de una Idea
(A) en su confrontación con otra Idea antitética (B), pero dado siempre a través de una Idea correlativa (C)
a ambas, la cual codetermina, esto es, organiza y permite interpretar, por
supuesto en symploké, el significado de tales
ideas relacionadas entre sí de forma racional y lógica, y, de hecho, crítica y dialéctica.
Adviértase que
la posmodernidad renuncia a toda correlación antitética de ideas,
regresando constantemente a una correlación analítica, es decir,
relaciona los objetos tomando siempre como referencia, bien su identidad
acrítica (A = A), bien su diferencia armónica (todo es compatible con todo, pese
a cualquier diferencia radical o insoluble). De este modo se evita todo
conflicto, en nombre de la tolerancia, del holismo armónico, de la isovalencia
de las culturas, y de otros mitos dogmáticos de nuestro tiempo, entre ellos, el
que consiste en afirmar que todo es relativo y que nada es dialéctico. La
posmodernidad ha reemplazado la dialéctica por el diálogo. Habermas
ha eclipsado a Marx. Nótese cómo, por ejemplo, las interpretaciones posmodernas
del Quijote negarán siempre la totalidad de las dialécticas
políticas y religiosas dadas en esta novela, y en su lugar afirmarán una y otra vez que todo es absolutamente relativo (Maestro, 2009b).
Sucede que para
un posmoderno la dialéctica no existe como figura gnoseológica, sino como
figura retórica, es decir, desarrollada en una suerte de dialéctica-ficción, que
no será filosófica, sino mitológica (o incluso psicoanalítica, cuando se
presenta investida con el argot propio de una psicomaquia de orden freudiano o
lacaniano). La posmodernidad no es dialéctica, sino analítica (dialógica, si se
prefiere): no niega nada, ni procede por síntesis, sino que lo afirma todo,
acríticamente, sin establecer jamás conexiones sintéticas ni racionales con causas ni consecuentes. El
crítico posmoderno plantea siempre un diálogo indefinido, en el que al fin y al
cabo se disuelve de hecho toda posibilidad crítica, porque se acepta todo
acríticamente. Se atiene a sus análisis de forma autista o autodeterminante, al
margen de todo contraste, y postula un idealismo absoluto y radical, incapaz de
advertir cualquier codeterminación. Así es como la posmodernidad
afirma nietzscheanamente las interpretaciones ignorando los hechos que las hacen posibles. En una palabra: la posmodernidad ha reemplazado
la dialéctica por el diálogo, el contraste efectivamente existente por un idealismo
armónico e ilusoriamente deseado.
La crítica
surge al enfrentar racionalmente el acuerdo y el desacuerdo, y se organiza en
el momento de explicar y exponer científicamente esa dialéctica. Con frecuencia
se entiende la crítica como una demolición, como una deconstrucción. Si esto
fuera efectivamente cierto, sin más consecuencias, el desenlace inmediato sería el nihilismo, y no
resultaría posible seguir hablando racionalmente de nada. La interpretación literaria es, por su propia
naturaleza, dialéctica, pero no sólo deconstructiva o demoledora, porque pensar
e interpretar es pensar e interpretar con la Razón contra alguien, no con alguien contra la Razón, y en absoluto desde el irracionalismo y contra la nada. Se
puede ir contra la interpretación ―es decir, contra la
interpretación de tales o cuales sujetos―, pero no contra la Razón, sin más, pues, ¿cuál es el contenido de ese racionalismo que se
discute? Bueno (1995c) ha insistido con frecuencia en el hecho de que saber lo
que un texto significa es saber contra quién está dirigido ese texto y sus
posibles significados. Y, sobre todo, dejar que las cosas sean como realmente son, sin falacias retóricas
ni otro tipo de sofismas.
El objetivo del
saber crítico, es decir, de las ciencias y de la filosofía, es eliminar las opiniones y las informaciones que impiden el conocimiento
(Platón, Sofista, 230 d), destruir las creencias que obstruyen el
desarrollo de las interpretaciones racionales, desenmascarar las informaciones
falsas, desmitificar las ideologías que imposibilitan u ocultan la verdad de la
ciencia. Sofista es quien perfecciona creencias, informaciones e ideologías que
impiden el conocimiento científico. Platón lo definió, literalmente,
como «un purificador de las opiniones que impedían que el alma pudiera conocer»
(Sofista, 231 e). Las creencias siempre tienen más fuerza que las ideas para
extenderse por sí solas. De hecho, las creencias se imponen por sí mismas, mientras que las
ideas, para consolidarse y desarrollarse, necesitan un sistema educativo eficaz (paideía),
una organización de criterios y métodos de conocimiento que haga posible su ejercicio y
transmisión. Es mucho más fácil desarrollar creencias que conocimientos científicos. Las creencias
provocan y fortalecen ideologías, mientras que el saber crítico sólo es apto
para el conocimiento científico y la desmitificación de creencias, falsedades y
todo tipo de leyendas «rosas» o «negras». Uno de los secretos esenciales que
explica la difusión de las doctrinas posmodernas reside precisamente aquí, es decir, en que la
llamada posmodernidad es, más que un pensamiento crítico y racionalista, un conjunto variado y
heterogéneo de mitos e ideologías, destinados a potenciar y fortalecer
creencias dogmáticas e irracionales específicas del idealismo contemporáneo. Su
idealismo reside precisamente en que son formas cuyo contenido no existe en realidad,
salvo en las formas mismas que lo inventan y recrean para su consumo babélico, cuya
industria editorial, mercantil y laboral ha crecido copiosamente en las últimas décadas. Sobre
todo, en las Universidades anglosajonas, desde donde se ha importado al resto
del mundo[1].
Las ideologías
derivadas de la posmodernidad son ideologías propias de las clases
privilegiadas, a las que no interesa en absoluto la dialéctica crítica, sino el diálogo endogámico y la confusión objetiva. Elaborados por grupos académica y socialmente muy bien acomodados ―que
son los que mejor pueden tolerar, es decir, sufrir,
resistir, lo que haga falta―, los mitos posmodernos se basan en el
desplazamiento de las ideas de racionalidad y de dialéctica al mundo de las
formas, al «reino de los discursos», de la retórica, del lenguaje, de la
sofística, del diálogo..., todo lo cual sólo puede tener lugar en la comodidad
de un espacio idealista y metafísico, imaginario, sumido en la invisibilidad de
lo que sucede más allá de las fronteras del mundo real. El idealismo racionalista considera que la razón sólo existe en el ámbito del lenguaje, del
discurso, del diálogo. Es el caso de Habermas y sus discípulos, entre otros
tantos autores posmodernos, del que no están exentos numerosos individuos,
presuntos humanistas y hermeneutas, de discurso saturado de retórica y vacío de
contenido, como es el caso de Emilio Lledó o George Steiner, por citar sólo dos
botones de muestra. El coleccionismo de premios y galardones torna sospechosa la
posible utilidad de la obra de cualquier autor. En suma, este idealismo se
manifiesta, pues, como un racionalismo nunca verificado
materialmente, es decir, en la realidad efectivamente existente. De este modo,
el idealismo se convierte en una ficción para el artista y en una
sofística para el supuesto filósofo, o científico, además de resultar una creencia
necesaria para el moralista que debe preservar la unidad de su grupo, así como de constituir
finalmente para el demagogo o el sofista un instrumento de trabajo favorito.
Sofista es, en suma, el que convence con argumentos falsos.
Derrida se
sitúa, desde el punto de vista del Materialismo Filosófico, entre aquellos que
incurren en un monismo reductor, en un monismo axiomático de la sustancia («todo
es texto»), de modo que todo queda limitado, convertido y jibarizado en un único elemento, el texto,
cuya fenomenología son formas, palabras, lenguajes, culturas, comunicaciones, escrituras...
Para Derrida todo es lenguaje, verbo, experiencia comunicativamente infinita,
textualidad ilimitada, pero absurdamente, ya que los significantes no permiten
objetivar significados comprensibles, estables, normativos o inteligibles. Con
un planteamiento de esta naturaleza, Derrida se iguala posmodernamente con la
sofística de un Gorgias y su triple negación: nada existe; si existiera, no lo podríamos
conocer, pues conocemos por palabras, no por el ser; y si lo
conociésemos, no lo podríamos expresar, pues expresamos palabras, y no el ser.
Éste es el relativismo de Derrida, cual Gorgias de nuestra posmodernidad
contemporánea, prestidigitadora, ilusionista y acomodaticia.
Pero es que además, desde el punto de vista de sus
consideraciones sobre el ser, es decir, sobre la materia, las declaraciones de Derrida
son de un irracionalismo exacerbado. ¿Por qué? Porque incurre en una reducción formalista primogenérica, de tal modo que en su
particular interpretación de la realidad todo se reduce a un corporeísmo
lingüístico, es decir, a lenguaje. Pero se trata de un lenguaje muy especial,
porque es un lenguaje del que el significado ha huido. En suma, Derrida reduce
la totalidad y la complejidad de la vida real humana a una entidad lingüística
que carece de sentido. El mundo ―o materia ontológica general (M), según la
filosofía buenista―, el noúmeno en la terminología kantiana, no existe en la retórica derridiana, mientras que, a
continuación, el mundo interpretado ―o materia ontológica especial (Mi),
según Bueno―, el fenómeno según Kant, es una entidad exclusivamente lingüística y verbal, pero desposeía de contenido semántico. Derrida reduce el mundo
interpretado o formalizado (Mi) a un solo y único género de materia, la denominada materia primogenérica o
estrictamente física (M1), a la que dota de una forma lingüística
cuyo contenido es ininteligible como tal, de modo que sólo puede explicarse o
reemplazarse por experiencias fenomenológicas y psicológicas procedentes de una
materia segundogenérica o subjetiva (M2). El resultado es que la
materia terciogenérica, de contenidos conceptuales y lógicos, resulta completamente
desautorizada, negada y derogada. De este modo los escritos de Derrida
exacerban toda posibilidad de reemplazar la Historia por el mito o la memoria,
de reducir el conocimiento de la Literatura a una suerte de impresiones y
reacciones fenomenológicas y psicológicas provocadas por la lectura de los
textos, que resultarán isovalentes a las reacciones que pueda provocar
un cartel de circo, la lista de la compra o un código de barras. Así es como la posmodernidad ha reducido la realidad
a lenguaje ―la ontología especial a materia física (Mi > M1)― y el lenguaje a un erial en el
que la sensibilidad emocional e ideológica ha sustituido y desterrado a la
inteligencia científica y crítica (M1 > M2). Porque es imposible, según Derrida, dotar de significados inteligibles a las formas del lenguaje (M3 = ø). A partir de este momento la ciencia no es
posible, porque toda experiencia lingüística se disuelve en el formato de las
ideologías, y toda exigencia de una interpretación inteligible de la literatura
queda reducida a una expresión sensible, o incluso sensiblera, cursi, ridícula.
Las teorías literarias posmodernas no son compatibles con la racionalidad
crítica. De hecho, ni son teorías, ni son literarias, porque ni identifican
como literarios los materiales estéticos ni disponen de recursos conceptuales o
categoriales para desarrollarse sistemáticamente. En su lugar se sirven de
metáforas, tropos y figuras retóricas que, lejos de explicar nada, exigen a su
vez ser explicadas constantemente, como formas vacías en las que objetiva una
completa carencia de sentido crítico y de rigor interpretativo.
La posmodernidad se sitúa además en los antípodas de la dialéctica, al postularse sobre una ontología monista en la que todo
es isovalente, porque todo es compatible con todo, en una suerte de holismo
armónico. Desde estos criterios, la posmodernidad se niega a aceptar las
diferencias dialécticas que separan a los miembros que la propia posmodernidad
incluye en una misma categoría, como la mujer, el homosexual o el indígena, por ejemplo.
No todas las mujeres son iguales, pues la princesa o la reina de un Estado,
siendo mujer, poco a nada tiene en común con una asistenta doméstica
o con una señora responsable de la limpieza de los urinarios de una Universidad.
Como Teoría de
la Literatura, la Crítica de la razón
literaria se desarrolla metodológicamente a través de una dialéctica, es
decir, no se presenta como una doctrina axiomática lineal y rígida, que
procedente de principios revelados o empíricos, trata de descubrir el «fundamento
de la realidad» sin dignarse a enfrentarse a otras alternativas. La teoría literaria aquí planteada no se presenta
como una doctrina absoluta, hipostasiada o metafísica, sino materialista. Y es
materialista porque se atiene a la realidad de los materiales literarios (autor,
obra, lector e intérprete o transductor), no porque sea marxista ni nada por el
estilo. Somos materialistas precisamente porque nos atenemos a la realidad y a
los hechos, y no somos marxistas precisamente porque no somos idealistas: no
hay filosofía más idealista que la filosofía marxista, superlativa ilusión
posromántica y espejismo utópico del idealismo filosófico alemán.
La dialéctica
que la teoría literaria materialista de la Crítica
de la razón literaria desarrolla metodológicamente exige explicar, desde
sus propias coordenadas ―y ahora sí para ejercer la crítica como una demolición―, toda posición que se presente como
alternativa. No se «deconstruye» la razón ―lo cual es imposible, salvo desde la
fantasía de los mitos teológicos, metafísicos o posmodernos―, sino que se destruyen
dialécticamente, desde presupuestos racionales, críticos, científicos, las
razones de la postura contraria, poniendo de manifiesto sus sofismas
ideológicos, su doxografía acrítica o sus incompatibilidades morales. Como teoría literaria, la Crítica de la razón literaria no es una
alternativa entre varias, es una alternativa contra otras alternativas. La
crítica sólo tiene sentido efectivo desde criterios definidos. La crítica literaria
derivada de estos procedimientos dialécticos no podrá ser gremial, sino todo lo
contrario: no argumentará desde la defensa de un lugar para el gremio, sino en contra de las
posibilidades de legitimación científica de ese espacio ideológico y moral que se interpone como un
obstáculo al desarrollo del conocimiento crítico, racional y humano. El
objetivo de esta crítica literaria de fundamento materialista no es un objetivo
teológico, moralista o de credibilidad ―no dice al mundo por dónde tiene que
dirigirse―: su objetivo es racionalista y crítico, para comprenderse formal y
funcionalmente intercalada en el proceso del conocimiento. Como teoría literaria, la Crítica de la razón literaria niega que
pueda existir el consensus omnium o el holismo armónico de un mundo desposeído de interpretaciones
enfrentadas de forma crítica y científica, al desarrollarse dialécticamente, y
ejercer su reflexión sobre contradicciones e inconmensurabilidades fenoménicamente
dadas en los materiales de la literatura, así como sobre
incompatibilidades gnoseológicamente presentes en la interpretación de tales materiales
literarios (autor, obra, lector e intérprete o transductor).
NOTA
[1] Acaso dos excepciones han resistido esta influencia: China y el islam.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Dialéctica y literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 1.3.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- Toda interpretación literaria original es dialéctica siempre.
- Más allá de la teoría literaria posmoderna: sobre la dialéctica literaria entre Hispanosfera y Anglosfera.
- La dialéctica entre Quijotes: Avellaneda contra Cervantes.
- La dialéctica entre la Europa de los pueblos y la Europa de los Estados: el papel de la literatura.
- Cien años de soledad de Gabriel García Márquez: contra el mito de Simón Bolívar, y la distopía fragmentadora de la Hispanidad. Hispanoamérica sin España.
Primeros postulados de la Teoría de la Literatura
Segundos postulados de la Teoría de la Literatura
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