III, 1.3.4 - Ciencia y literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Ciencia y literatura


Referencia III, 1.3.4


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Gnoseológicamente es posible distinguir al menos cuatro concepciones de lo que la ciencia es. En primer lugar, Bueno (1995a) apela a la ciencia como un saber hacer, como técnica o incluso tecnología (desde saber coser hasta saber hacer zapatos, desde cocinar hasta construir catedrales...). Ésta es una concepción de ciencia claramente derivada de la téchne griega, que implica una transformación artificial de una realidad. Este concepto llega, aristotélicamente, incluso a la teoría literaria de los formalistas rusos, en particular a la obra de Tomachevski (1928), quien acuña el término «artefacto» para designar la obra de arte literaria como producto estético. En segundo lugar, Bueno se refiere a la ciencia como un sistema de proposiciones derivables de principios. Es el caso de la geometría de Euclides, expuesta en sus Elementos (1883-1888), o de los Tratados de lógica de Aristóteles (1982-1988), y de muchas otras obras teológicas y filosóficas, sobre todo de orientación escolástica. En tercer lugar, Bueno habla de la ciencia categorial propiamente dicha, en su sentido moderno, al designar campos categoriales específicos y estables, como la termodinámica, la geología, la biología molecular, la astrofísica... En cuarto y último lugar, nos encontramos con la denominada por Bueno ciencia categorial ampliada, que engloba a las ciencias positivas culturales (lingüística, antropología, Historia, etc.), entre ellas, la Teoría de la Literatura.

Desde la Crítica de la razón literaria consideramos que la Teoría de la Literatura es el conocimiento científico de los materiales literarios, es decir, el análisis conceptual y categorial de los materiales literarios (autores, obras, lectores, intérpretes, sociedades, períodos históricos...), los cuales delimitan su campo de investigación y constituyen su objeto de conocimiento, a cuya comprensión se accede a través de una metodología científica, de naturaleza crítica y dialéctica (no doxográfica, ni moral, ni ideológica), la cual se fundamenta a su vez sobre una gnoseología y una ontología materialistas, desde el momento en que la literatura se formaliza en una materia corpórea y operable ―no en una metafísica ni en una realidad espiritual― que puede y debe interpretarse mediante el análisis de ideas y conceptos en ella objetivados.

Una Teoría de la Literatura de fundamento materialista ha de discriminar positivamente desde el comienzo el conocimiento dóxico (doxa) del conocimiento epistémico (episteme), con el fin de excluir el primero de ellos —la doxa— de todos sus planteamientos y desarrollos metodológicos. El conocimiento dóxico es un conocimiento sobre apariencias, no sobre realidades. Diríamos, planteando algo más que un mejor juego de palabras, que se trata de un conocimiento tóxico. Se construye sobre la opinión, el relativismo, la limitación, lo superficial y lo aparente. Es un pseudoconocimiento, basado, bien en la conjetura (eikasía, visión desde la caverna), bien en la fe o la creencia (pístis, imágenes de la realidad solidificadas por la imaginación). Por el contrario, el conocimiento epistémico es un conocimiento científico en sentido estricto, al constituir un saber necesario (penetra las causas y sus fundamentos), objetivo (depende de la naturaleza de los objetos y no de las construcciones artificiales del sujeto), y sistemático (está organizado según criterios lógicos y racionales). Platón distinguió en el saber epistémico dos tipos de conocimiento: diánoia o conocimiento discursivo (parte de hipótesis o presupuestos, deduce lógicamente sus consecuencias, procede por demostración, y su método es la matemática), y nóema o conocimiento intuitivo (trabaja con ideas en sí, teoremas, axiomas..., cuya transparencia estructural las convierte en verdades evidentes). Los axiomas de la ciencia son irrefutables, indiscutibles, no dejan libertad de elección: un triángulo es un polígono de tres lados, un endecasílabo es un verso de once sílabas métricas, por todo punto exterior a una recta discurre una paralela, etc. Contra gustos no hay argumentos; contra axiomas científicos, tampoco. La ciencia no es democrática.

Ciencia e ideología son discursos que con frecuencia mantienen relaciones dialécticas. El primero es ante todo un saber crítico; el segundo, un conjunto de creencias que responde a un interés pragmático inmediato. La Crítica de la razón literaria exige discriminar los términos ciencia, ideología y mitología con arreglo a las siguientes definiciones. La ciencia es una construcción operatoria, racional y categorial, constituyente de una interpretación causal, objetiva y sistemática de la materia. Por su parte, la mitología es, esencialmente, una explicación ideal e imaginaria de hechos. Finalmente, la ideología ―como se ha apuntado con anterioridad― es un discurso basado en creencias, apariencias o fenomenologías, constitutivo de un mundo social, histórico y político, cuyos contenidos materiales están determinados básicamente por estos tres tipos de intereses prácticos inmediatos, identificables con un gremio o grupo social, enfrentado gregariamente a otros gremios, y cuyas formas objetivas son siempre resultado de una sofística.

La Crítica de la razón literaria no puede aceptar la afirmación posmoderna de que «todo es ideología». Esta declaración es una falacia, un sofisma, una expresión que conduce hacia la construcción de un error objetivo. Desde una teoría literaria materialista no se puede aceptar que «todo es ideología», por las mismas razones que desde la química no se puede sostener que «todo es agua», y por los mismos criterios que la medicina no puede basarse en una afirmación según la cual «todo es óseo». En geología no se puede decir sin más que «todo es arena». Sería el mismo error que postular en geometría que «todo es lineal», porque desde ese momento dejaríamos de percibir lo angular y lo esférico. Es algo tan ridículo como afirmar que en música «todo es sonido»[1]. De este modo, sostener que «todo es ideología» equivale, en primer lugar, a obligarnos a ignorar la validez de los axiomas científicos (la hipotenusa al cuadrado equivale a la suma del cuadrado de los catetos, etc.); en segundo lugar, imposibilita absolutamente el ejercicio de cualquier actividad crítica, es decir, de todo ejercicio que trate de establecer criterios diferenciales, clasificatorios, identificadores, discriminatorios, es decir, analíticos; en tercer lugar, impone una reducción genérica de la totalidad a una de sus partes, de modo que lo absoluto deja de residir en el sistema para objetivarse y perpetuarse en uno de sus elementos relativos, el cual, sin renunciar en manos de la ideología del intérprete a su relatividad, se exhibe y manipula como término absoluto sobre la totalidad del cosmos: así se constituyen innumerables mitos posmodernos y numerosas falacias contemporáneas, como la isovalencia de las culturas, la igualdad formal o imaginaria de lo que es científica y materialmente diferente, la fragilidad del pensamiento contemporáneo, o pensiero debole, cuando actualmente nada hay de frágil en el islam o en el cristianismo, por ejemplo, etc. Afirmar que «todo es ideología» equivale a clausurar de modo acrítico y falaz el ejercicio de la interpretación, y a idealizar sus contenidos en un discurso exclusivamente formal, retórico y sofístico, en el que las formas interpretativas están desposeídas por entero de referentes materiales y de contenidos objetivos, es decir, de verdad.

En consecuencia, desde la ideología no se puede ejercer una crítica científica, porque dentro del territorio de lo ideológico no es posible percibir las diferencias que exige el conocimiento científico. Los intereses ideológicos no permiten objetivar críticamente las causas, objetivos y sistematización del pensamiento científico. Ninguna ideología resiste, sin crisis y sin lisis, el anclaje en la realidad material, en la realidad efectivamente existente, que el análisis científico exige al contenido de sus formas y lenguajes, los cuales quedan reducidos a ideales utópicos y propagandísticos, a palabras sin referentes materiales, a teoremas de cuerpos inexistentes, a ideas irreales, a deseos fantásticos, a falsas creencias del más variado pelaje, etc., que sólo sirven para satisfacer los intereses prácticos que mueven al ideólogo, pero que casi nunca satisfacen las necesidades materiales de la vida del creyente.

Las creencias son sistemas socializados y con frecuencia falsificados de conceptos e ideas que organizan la percepción de partes del mundo, o de su totalidad, en el que vive la sociedad de referencia. Las creencias pueden contener elementos míticos o religiosos, y también racionales, sin que ese racionalismo implique verdad, como sucede con la teología, por ejemplo, que se considera a sí misma una ciencia, aunque su objeto de conocimiento —Dios— no exista, pues todo dios es una forma carente de contenido material. El racionalismo de las creencias, en el caso de existir, suele ser siempre un racionalismo acrítico, un racionalismo cuya «crítica» se detiene siempre ante el umbral de sus dogmas, fideísmos y credos. Las ideologías, por su parte, son también sistemas de conceptos e ideas, igualmente socializadas, pero vinculadas de forma distintiva y específica a un grupo social (clase social, partido político, institución, corporación, lobby…) que se define en la medida en que se manifiesta en conflicto con otros grupos sociales. Las creencias no contienen necesaria y formalmente esta relación conflictiva o dialéctica que sí caracteriza a las ideologías.

Es pertinente aquí recuperar la idea de «falsa conciencia» (falsches Bewusstsein), que usan, aunque nunca definen, Marx y Engels en el contexto de su análisis de las ideologías, a las que consideran como resultado de «un proceso realizado conscientemente por el así llamado pensador, en efecto, pero con una conciencia falsa» (carta de Engels a Mehring, 14 de junio de 1893)[2], por ello su carácter ideológico no se manifiesta inmediatamente, sino a través de un esfuerzo analítico, y en el umbral de una nueva coyuntura histórica, que permite comprender la naturaleza ilusoria del universo mental del período precedente.

La interpretación científica considera a las ideologías en su contexto dialéctico, es decir, las analiza desde una perspectiva crítica, lo que supone examinarlas como construcciones que tienen que ver con la verdad y la falsedad, y no solamente con la sociología, la psicología, el lenguaje, la pragmática o la política, por ejemplo, lo que equivaldría a tratar a unas ideologías desde los criterios de otras ideologías. Ésta es la forma de operar del discurso posmoderno, para el que «todo es ideología», desde el momento en que sus criterios de interpretación son únicamente ideológicos, de forma exclusiva y deliberada —y también impúdica—, dada su incapacidad y abulia para actuar de forma crítica, científica y dialéctica. De este modo, la posmodernidad ha sustituido la ciencia por la ideología, y simultáneamente ha borrado las diferencias y límites entre los ámbitos científicos o campos categoriales, para sustituirlos por un holismo armónico o un monismo metafísico en el que, merced a un relativismo absoluto, todo es uno y lo mismo, todo está relacionado con todo, todo es compatible con todo, todo es igual e isovalente, todo es lenguaje, todo es diálogo, todo es cultura, todo es ideología, incluido el teorema de Pitágoras, la tabla de los números primos, la sílaba en anacrusis que singulariza al pentadecasílabo dactílico, o los cuatro bemoles que en la armadura musical constituyen la tonalidad de Fa menor... Y sin embargo, no todo es ideología, porque la ideología no es el único ingrediente del cosmos, y porque el cosmos mismo es superior e irreductible a cualquier ideología.

Por todas estas razones, el discurso ideológico es para la Crítica de la razón literaria objeto de una gnoseología materialista, es decir, objeto de un análisis crítico y dialéctico de las posibilidades de conocimiento, análisis que toma como referente fundamental la relación de verdad entre la forma de expresión del discurso ideológico y los referentes objetivos contenidos en esa forma, es decir, su realidad material. La relación de falsedad que con frecuencia une retóricamente el lenguaje en que se expresan las ideologías con el contenido material que las constituye pragmáticamente es la revelación objetiva de su sofística. Sólo así el crítico posmoderno puede convencer con argumentos falsos, es decir, mediante el uso de formas retóricas cuyos contenidos no son reales, porque su verificación material es inexistente, imposible o científicamente insostenible. Así se ha construido la hermosa y confortable mentira de la posmodernidad. Sólo un mundo plenamente satisfecho de la explotación que lo ha hecho posible es capaz de desarrollar una ideología cuyo objetivo fundamental reside, en primer lugar, en mantener con vida y esperanza al explotado para perpetuar su explotación, y, en segundo lugar, en sanear sofísticamente la conciencia del explotador con discursos ideológicos ad hoc. Mientras todo sea ideología, no será necesario resolver materialmente ningún problema. Bastará hacerlo con palabras. Es el mismo procedimiento que utilizan los magos y los santos. Unos hacen prestidigitación —es decir, mueven prestamente los dedos a la vez que pronuncian palabras sin sentido ni referente—, y otros obran milagros —es decir, son capaces de convencer a alguien para que nos cuente verosímilmente una historia maravillosa y sobrenatural—. Ambos viven del espectáculo, y ambos confían a la palabra todo el poder de transformación de la realidad. Lástima que unos y otros, junto con sus clientes y sus devotos, ignoren algo fundamental: que la realidad no está hecha de palabras. La realidad es materia. Lo demás es retórica.

Las ciencias, dentro de las cuales la Teoría de la Literatura ocupa un lugar específico, instauran un orden y un nivel de racionalidad —la racionalidad científica— que analiza, reduce, sintetiza, rotura..., un campo o categoría de la realidad. En el caso que aquí nos concierne, el campo o categoría de la Teoría de la Literatura es el que ocupan los materiales literarios. Las ciencias son en este sentido sectoriales, regionales, categoriales. La Crítica de la razón literaria distingue en la semiología de la ciencia tres ejes fundamentales, que corresponden con la sintaxis, la semántica y la pragmática de la gnoseología de Bueno (1992). En el eje sintáctico, la teoría literaria registra tres elementos operativos, basados en la autonomía de la racionalidad, que hace uso de 1) términos específicos, 2) relaciones necesarias y 3) operaciones sistemáticas. Los términos son configuraciones específicas cuyo contenido material está establecido empíricamente (autores, obras, lectores, intérpretes, transductores, lenguaje, personajes, acciones o funciones, tiempos, espacios...). Las relaciones son estructuras lógicas que se establecen racionalmente entre los términos mediante una combinación exhaustiva. Las operaciones son transformaciones sistemáticas de los términos relacionados, ejecutadas por un intérprete o sujeto operatorio que las construye y desarrolla en los límites de un sistema categorizado. El eje semántico de la Teoría de la Literatura está constituido por referentes materiales o categoriales específicos (el texto literario y la totalidad de los referentes en él contenidos), que podrán considerarse de acuerdo con los tres géneros de materia ontológico-especial: interpretación física (M1: el texto), psicológica (M2: las impresiones del lector) y lógica o conceptual (M3: las interpretaciones críticas) de los materiales literarios. El eje pragmático constituye una dimensión fundamental para el materialismo, al hacer referencia a la organización social, histórica y política del conocimiento literario, y a los sujetos operatorios en él implicados, desde los criterios del autologismo (pensamiento individual del yo), el dialogismo (pensamiento corporativo o gremial del nosotros) y las normas (sistema de interpretación científica que se impone sobre la voluntad del individuo y sobre las intenciones gregarias del gremio o lobby).

La literatura es una materia que puede analizarse desde la Teoría de la Literatura, es decir, científicamente mediante conceptos, y desde la crítica literaria, es decir, filosóficamente —a partir de los conceptos generados por los campos categoriales de la teoría literaria— mediante la interpretación formal de sus contenidos materiales y referentes objetivos.

Es función de la filosofía de la ciencia distinguir los componentes materiales de las ciencias de sus componentes formales (aquellos que, como las piezas de un puzle, conservan la forma de su integración en el todo). Las ciencias han de conceptualizar o definir categorialmente sus materiales. Concepto será, pues, lo que define categorial o científicamente la esencia, como núcleo, cuerpo y curso, de una clase de materiales que son objeto de interpretación científica. Los conceptos emanan siempre de las ciencias categoriales. No es posible dar por supuesta la esencia de una realidad física mientras los saberes categoriales no puedan por sí mismos explicarla racionalmente. Los conceptos son claros y distintos siempre, como en geometría lo es el teorema de Pitágoras, o como en Teoría de la Literatura un endecasílabo es un verso de once sílabas métricas. Resultantes de los cierres categoriales de las ciencias, los conceptos literarios surgen de la Teoría de la Literatura como disciplina científica organizada sistemáticamente y cerrada categorialmente. Sin embargo, la Teoría de la Literatura, en su desarrollo y aplicación prácticos, es decir, como Crítica de la Literatura, funciona como una Filosofía, cuyo objeto de interpretación no son ya los conceptos elaborados por la ciencia de la literatura, sino las Ideas resultantes de la aplicación de estos conceptos sobre los diferentes materiales literarios. 

La Teoría de la Literatura proporciona conceptos (teoremas, teorías, axiomas…); la Crítica de la Literatura, ideas. No puede haber crítica sin teoría, es decir, no podemos construir ideas, si carecemos de conceptos. Y no podremos desarrollar tales ideas, si no las hacemos interactuar dialécticamente con los contenidos de los materiales literarios (autores, obras, lectores, intérpretes y transductores), hechos materiales nucleares sobre los que la ciencia de la literatura construye sus conceptos categoriales. En caso contrario, el intérprete manipulará formas sin contenido, esto es, ideas a las que no corresponde ningún material. Tal es la retórica mitopoyética de la deconstrucción, matriz de los innumerables idealismos teológicos que pueblan las ficciones posmodernas, destinadas a hacer más confortable el cada vez más sofisticado irracionalismo de Babel. Por esta razón la Crítica de la Literatura es un saber de «segundo grado», ya que requiere la conceptualización que le ofrece la Teoría de la Literatura, como saber de «primer grado», para proceder a la interpretación literaria. 

La Teoría de la Literatura es una ciencia categorial, mientras que la Crítica de la Literatura actúa como una filosofía, cuyo objeto de interpretación es todo aquello que, perteneciente a la literatura, no está conceptualizado, es decir, todo aquello que, sin formar parte del campo categorial y cerrado de las teorías literarias, resulta del contraste dialéctico de sus conceptos. Las ideas son objeto de la filosofía, y surgen del enfrentamiento dialéctico entre los conceptos de las distintas ciencias categoriales. Del mismo modo que la Teoría de la Literatura sólo puede concebirse como tal en los términos de una ciencia de la literatura, la crítica literaria se desenvuelve operativamente de acuerdo con los procedimientos de una filosofía de la literatura[3]. Al igual que la filosofía, la crítica literaria es un saber sustantivo, cuyo campo ontológico está constituido por las ideas, organizadas en symploké. Si al igual que la filosofía, la crítica literaria es efectivamente crítica, lo es porque posee criterios ontológicos objetivos. Frente a la Teoría de la Literatura, que se organiza categorialmente como un sistema estable de conceptos, la crítica literaria no es una ciencia, y, del mismo modo que la filosofía, no necesita serlo para ejercer sus funciones críticas. A diferencia de las ciencias, ni la filosofía ni la crítica literaria se comportan según el modelo del cierre categorial, paradigma lógico interno característico y definitorio de los sistemas científicos. Al igual que la filosofía, la crítica literaria trabaja con ideas —que en su caso particular, como disciplina literaria, proceden de la dialéctica de los conceptos elaborados por las diferentes teorías de la literatura—, las cuales Ideas se interpretan guiadas por la noción de symploké.


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NOTAS

[1] «Los conceptos y el encadenamiento de los conceptos, propios de una categoría dada, no agotan su campo, a pesar de que, con frecuencia, el «autismo gremial» tienda a pensar lo contrario. Y aun cuando, en consecuencia, tal autismo lleve al «imperialismo gremial», un imperialismo subjetivista, el que decreta, por ejemplo, que «todo es Química» o que «todo es Física» o que «todo es Psicología» o que «todo es Sociología». En realidad, el análisis de los conceptos y de la reflexión objetiva sobre ellos (reflexión como confrontación con conceptos de otras categorías) está siempre abierto, y no se agota en el recinto de cada gremio. De esta reflexión objetiva derivan las Ideas, y, por tanto, la filosofía» (Bueno, 2007: 148).

[2] Apud García Sierra («Falsa conciencia», 297), quien añade: «Marx entendió las ideologías como determinaciones particulares, propias (idiologias) de la conciencia, no como determinaciones universales, al modo de Desttut de Tracy. Y no solo esto: particulares o propias, no ya de un individuo, sino de un grupo social (en términos de Bacon: idola fori, no idola specus). La gran transformación que Marx y Engels imprimieron al problema de las ideologías consistió en haber puesto la temática de ellas en el contexto de la dialéctica de los procesos sociales e históricos, sacándolas del contexto abstracto, meramente subjetivo individual, dentro del cual eran tratadas por los «ideólogos» y, antes aún, por la «Teoría de las Ideas trascendentales» de Kant. Las ideologías, según su concepto funcional, quedarán adscritas, desde Marx y Engels, no ya a una mente (o a una clase distributiva de mentes subjetivas), sino a una parte de la sociedad, en tanto se enfrenta a otras partes (sea para controlarlas, dentro del orden social, sea para desplazarlas de su posición dominante, sea simplemente para definir una situación de adaptación). Lo que caracteriza, pues, la teoría de Marx y Engels, frente a otras teorías de las ideologías, es el haber tomado como «parámetros» suyos a las clases sociales («ideología burguesa» frente al «proletariado»); pero también pueden tomarse como parámetros a otras formaciones o instituciones que forman parte de una sociedad política dada, profesiones (gremios, ejército, Iglesia). Y, asimismo, podrá ser un «parámetro» la propia sociedad política («Roma», «Norteamérica», «Rusia») en cuanto es una parte de la sociedad universal, enfrentada a otras sociedades políticas (y así hablaremos de «ideología romana», «ideología yanqui», o «ideología soviética»). En cualquier caso, el concepto de ideología debe ser coordinado con el concepto de «conciencia objetiva» (conciencia social, supraindividual, no en el sentido de una conciencia sin «sujeto», sino en el sentido de una conciencia que viene impuesta al sujeto en tanto este está siendo moldeado por otros sujetos del grupo social). Y debe ser desconectado del concepto de conciencia subjetiva, que nos remite a una conciencia individual, perceptual, distinta y opuesta a la conciencia objetiva».

[3] Como ha señalado Bueno (1995), la idea, en el sentido preciso de idea objetiva, constituye el contenido material de la filosofía, y surge de la confluencia de conceptos que se conforman en el terreno de las categorías (matemáticas, biológicas, literarias...) o de las tecnologías (políticas, industriales, económicas...). El análisis sistemático de las Ideas constituye una filosofía. El concepto de libertad puede definirse categorial o científicamente por la sociología, el Derecho o la política. Pero cuando este concepto se analiza sin estar reducido a una de estas u otras ciencias en concreto, o cercado por ellas, es decir, cuando se analiza fuera un campo categorial concreto, y por relación a la confluencia entre varios campos categoriales, entonces se convierte en una idea, es decir, en el objetivo positivo de la filosofía.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Ciencia y literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 1.3.4), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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