Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
La literatura como idea: la crítica literaria
La Crítica de la Literatura es la interpretación de las ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios. En tanto que interpretación de ideas, toda Crítica de la Literatura habrá de estar fundamentada en una Teoría de la Literatura, como ciencia categorial de los materiales literarios, y habrá de ejercerse como una Filosofía, es decir, como un saber efectivamente crítico, capaz de rebasar los conceptos literarios y de enfrentarlos con múltiples ideas que atraviesan o transcienden diversos campos categoriales.
La Crítica de la Literatura es, pues, un saber de segundo grado ―tal como Bueno califica a la Filosofía―, es decir, un saber que sólo puede actuar, que sólo puede ser factible, a partir del saber de primer grado que constituye la Teoría de la Literatura, como ciencia categorial responsable de construir los conceptos científicos que habrá de manejar el crítico en sus interpretaciones sobre los materiales literarios (texto, autor, lector, Historia, sociedad, psique, mito, forma, etc.). La Crítica de la Literatura actúa sobre los materiales literarios sólo a partir de los conceptos que las ciencias categoriales ampliadas, sistematizadas en una Teoría de la Literatura, le proporcionan sobre la Literatura. La Crítica de la Literatura da lugar a ideas, y opera como una Filosofía, al enfrentarse, de forma dialéctica y conjugada, a la symploké de las ideas contenidas y formalizadas en los materiales literarios.
Una idea es un término o referente considerado en términos críticos, trascendentales o universales, esto es, no científicos ni categoriales, es decir, no limitado de forma exclusiva a un ámbito o categoría científica, sino en relación ―de trascendencia y de implicación― con varios campos categoriales. Las ideas son referentes críticos o filosóficos materialmente fundamentados o acreditados en la realidad racional humana.
La Crítica de la razón literaria no admite la posibilidad de trabajar con ideas que desborden los límites del racionalismo humano, es decir, niega la posibilidad de construir interpretaciones literarias a partir de ideas irracionales[1]. Las ideas son construcciones de la razón humana, y poseen su propia genealogía y construcción, que es posible interpretar y explicar históricamente y racionalmente. Las ideas no pueden desbordar los límites del espacio antropológico ni del racionalismo humano. Ni los orígenes ni las consecuencias de las ideas están fuera del espacio racional humano, ni más allá de sus posibilidades de conocimiento. No cabe hablar, pues, ni de ideas irracionales, ni de ideas metafísicas, sobre las que fundamentar interpretaciones literarias. Las ideas, o tienen un referente material que las justifica y hace posibles, o son una falacia propia de sofistas y digna de pánfilos. Las ideas son totalizaciones atributivas que se organizan, modulan y configuran a través de la historia humana. Las ideas se organizan en symploké, a partir de la relación (conflictiva, contradictoria, a veces incluso incompatible...) de los conceptos, los cuales, a su vez, proceden de la actividad científica.
Considerada como sistema de ideas objetivadas formalmente en un material estético o poético, la literatura es plenamente objeto de una filosofía. No hablaremos aquí de Teoría de la Literatura, ni de la literatura como objeto de ciencia categorial alguna. La literatura como idea sólo puede ser objeto de una Filosofía, desde el momento en que toda filosofía o es un saber crítico o no es una filosofía, es decir, será una ideología (que justifica acríticamente tal o cual opción gremial), o será una filosofía confesional (destinada a sostener, de forma igualmente acrítica o fideísta, tal o cual orientación religiosa en la interpretación de un autor u obra literaria).
Hay múltiples ideas de literatura, es decir, múltiples esquemas de coordinación de los conceptos positivos de literatura, elaborados por las diferentes teorías literarias históricamente desarrolladas. Tómese, por ejemplo, como referencia, la doctrina de las tres ideas fundamentales sobre las que se ha construido la teoría literaria de la Edad Contemporánea —las ideas de autor, mensaje y receptor—, una vez superada la poética mimética de corte aristotélico, y al margen de la implantación del intérprete o transductor, no considerada por Jakobson (1960) en su reducción estructuralista del hecho literario. Desde los presupuestos metodológicos de la Crítica de la razón literaria, las diferentes ideas de literatura que se han dado hasta finales del siglo XX podrían reducirse a tres fundamentales, a las que me refiero en su lugar (Maestro, 2007b y 2015), y que, de hecho, es posible encontrar en la doxografía académica, y aun en las opiniones comunes, mejor o peor expresadas en términos mundanos. La superación de este esquema tripartito tiene lugar al incorporar al intérprete o transductor (Maestro, 1994) como cuarto y último término del campo categorial de la Teoría de la Literatura, de acuerdo con la ontología materialista expuesta en Los materiales literarios (Maestro, 2007b).
Obsérvese que la literatura como idea nos sitúa, en primer lugar, en los tres ejes antemencionados del espacio antropológico: circular o humano (política, sociedad…), radial o natural (naturaleza, cosmos…), y angular o religioso (numinoso, mitológico, teológico, metafísico…); y, en segundo lugar, nos emplaza igualmente en los tres géneros de materialidad constitutivos del espacio ontológico en tanto que materia ontológica especial (Mi) o Mundo Interpretado: lo físico (M1), lo psicológico y fenomenológico (M2) y lo lógico o conceptual (M3).
Así pues, en primer lugar, la literatura como idea, desde el punto de vista del espacio antropológico, se define a partir de tres inferencias o ideas fundamentales:
a) Una idea estrictamente antropomórfica de literatura, que es la que sostiene la Crítica de la razón literaria, según la cual la literatura es una construcción humana que, determinada por múltiples causas, utiliza signos del sistema lingüístico a los que confiere formalmente un valor poético o estético y un estatuto ficcional, y cuyo discurso, en el que se objetivan ideas y conocimientos que exigen ser objeto de interpretación científica, se inscribe en un proceso comunicativo pragmático y social, de dimensiones históricas, geográficas y políticas, pero nunca metafísicas, espiritualistas o acausales. Ésta es una idea de la literatura fundamentada en el eje circular y humano del espacio antropológico.
b) Una idea formalista, o incluso naturalista y cósmica, de la literatura, que identifica en la obra o texto el material literario fundamental, y acaso exclusivo y excluyente, de la totalidad del complejo sistema constitutivo de la literatura y constituido desde ella. La obra sería un cosmos o mapamundi capaz de hacer legible el mundo en todas sus dimensiones. El texto literario, con todos sus ingredientes formales, se percibe ahora como una imitación o mímesis de la naturaleza o del mundo interpretado: es el caso de Platón, y sobre todo de Aristóteles, así como de la preceptiva renacentista europea, la Naturnachahmung alemana, el neoclasicismo francés... Es una idea de la literatura que persiste en la cultura europea hasta el teatro trágico de un Vittorio Alfieri, en pleno Romanticismo europeo. Desde un punto de vista aristotélico, la Naturaleza sería aquí el referente fundamental de la construcción literaria, en la cúspide de un proceso dentro del cual el ser humano quedaría reducido a un simple intermediario entre natura y texto. En el caso de las poéticas formalistas y estructuralistas, desde el punto de vista de Barthes, por ejemplo, el ser humano resultaría radicalmente derogado (recuérdese su ridícula tesis sobre «la muerte del autor», pese a ser en sí mismo todo autor causa eficiente de todo tipo de materiales literarios, de los que resulta indisociable), en principio, bajo el pretexto de la supremacía de las formas literarias, aunque en consecuencia —y en realidad— su presencia sea sólo anulada por las pretensiones de supremacía efectiva y omnipotente del crítico o transductor, esto es, Roland Barthes, Hans Georges Gadamer, Wolfgang Iser, Umberto Eco, Michel Foucault o Harold Bloom, entre otros tantos «santos inocentes» de la interpretación literaria y de la hermenéutica textual. Ésta es una idea profundamente formalista de la literatura, proyectada hacia el eje radial —la naturaleza o el mundo como formas textuales, de modo que todo es texto— del espacio antropológico. Son teorías literarias que desembocan en la hipóstasis de las formas, es decir, en el idealismo epistemológico, en la metafísica de la interpretación.
c) Una idea teológica de la Literatura: la obra literaria se concibe ahora como expresión de un mundo suprasensible y trascendente. Se abstraen o derogan ideológicamente los materiales literarios que no interesan al intérprete, convertido en un ideólogo que sirve a intereses puramente gremiales. Así, por ejemplo, se excluyen los materiales literarios cuyos artífices son hombres blancos, heterosexuales, europeos, etc.; las obras literarias canónicas; los textos literarios escritos en las lenguas del imperio; la obras literarias que contrarían o perturben el autismo gremial, o la moral de los miembros del grupo (las listas de lecturas prohibidas contemporáneamente por el Opus Dei, la Iglesia católica, o el mundo musulmán, etc., constituyen un canon fuertemente codificado de lo que no debe leerse al margen de los permisos facilitados por un «padre espiritual»). Sólo en términos teológicos, es decir, monistas y holistas, que defienden un fundamento único y dogmático con pretensiones de totalidad, cabe la exaltación irracional y acientífica que practican posmodernamente múltiples movimientos ideológicos. Esta idea teológica de la literatura está y ha estado en la base de mucha literatura religiosa, nacionalista, mística (no en vano el nacionalismo es contemporáneamente una de las experiencias místicas de las masas sociales). Es la poética como mito o referente de una realidad suprahumana, inaprensible, incognoscible o inefable incluso. Es también la interpretación literaria como la revelación de saberes ocultos, esencias numinosas, misterios irracionales, creencias fideístas. Es el intérprete que penetra la literatura en busca de lo oscuro, cual Heidegger —gran amigo de lo oscuro— con una «linterna» nietzscheana en busca del Ser a mediodía, a la caza de logos todopoderosos o de todo lo contrario —pensieri deboli vattimianos—, sea el espíritu puro o absoluto, sea la esencia de los pueblos, el Volksgeist vestido de seda, la identidad de los indígenas o el sexo de los ángeles, etc. Heidegger, Derrida, Vattimo...
Y en segundo lugar, la literatura como idea, desde el punto de vista del espacio ontológico, también puede definirse a partir de tres inferencias o ideas fundamentales:
a) La idea cósmica, de corte fisicalista o formalista, de literatura, proyectada sobre el primer género de materialidad: lo físico (M1). Esta idea interpreta la literatura como un sentimiento de idealismo o descriptivismo conciliador del hombre con la Naturaleza (Aristóteles) o con el Mundo en tanto que lenguaje (Derrida). Es la idea aristotélica que identifica a la literatura como imitación de la Naturaleza (la mímesis como principio generador del arte). Es también la idea formalista (o incluso materialista, en su sentido más primario y aberrante, tal como la practica Siegfried Schmidt, 1980), del mundo unificado en un texto, en una línea que, en otro de sus segmentos, nos conduce al formalismo primogenérico de un Derrida o un Paul de Man, cuya ontología reduce falazmente el Mundo a una sintaxis de formas —esto es, a un texto— carentes de significado y de dimensión semántica, en un intercambio pragmático de referentes absurdos, pues se trata de formas sin contenido[2].
b) La idea subjetiva, psicologista o anímica, de la literatura se proyecta, a su vez, sobre los fenómenos de la vida interior, es decir, sobre el segundo género de materialidad (las realidades psicológicas explicadas materialmente) (M2). La Literatura se convierte ahora en una expresión de los «anhelos del alma», en una búsqueda del reconocimiento de la independencia o de la libertad, del amor, de la inmortalidad, de los complejos de la infancia o de las limitaciones de la madurez, de los impulsos frustrados o de las ambiciones sociales y psicológicas, en suma, de cualesquiera pulsiones personales o trascendentes. Es la idea psicologista de literatura que había sostenido Platón en el Ion, al referirse al poeta como un demente, si bien en la República parece situarse en una perspectiva más propia de la lógica y de la filosofía crítica, al enjuiciar los géneros literarios desde criterios formales (según la voz del poeta, los personajes o ambos). Es también la idea de la literatura que sostiene el propio Gustavo Bueno en casi toda su exposición de la Teoría del Cierre Categorial (1992), que apenas ha considerado a la estética —aún menos a la poética— como objeto de jurisdicción de la gnoseología materialista. Y es sobre todo la idea de la literatura que sostiene el psicoanálisis freudiano, jungiano o lacaniano, la mitocrítica de los Bachelard, Mauron, Durand, Starobinski, Frye... A una aventura psicologista ha reducido la posmodernidad la idea de literatura: «la literatura es lo que a mí se me ocurre decir después de haber leído cualquier cosa que yo considere que es literatura». La interpretación se convierte así en pura psicología, en fenomenología rupestre, en vulgar opinión, en doxa insostenible, es decir, en términos platónicos puros: en un discurso cavernícola.
c) La idea lógica de literatura se proyecta, sin embargo, sobre el tercer género de materialidad, al estar articulada de acuerdo con objetos lógicos, abstractos y teóricos (M3). Es la idea sin duda más tradicional, filológica y filosófica, científica y crítica, al considerar que la literatura es una materia que debe y puede analizarse formalmente mediante conceptos, examinados por las ciencias categoriales, y mediante ideas, criticadas desde la symploké del pensamiento filosófico. Es la idea de literatura desde la que Baruch Spinoza examina, por vez primera en la historia de la exégesis bíblica, las Sagradas Escrituras, desde una perspectiva crítica y racionalista, de corte materialista, en su Tratado Teológico-Político (1670). Es también la idea de literatura desde la que Hegel enjuicia la tragedia griega en su Fenomenología del espíritu (1807) y sobre todo en su Lecciones sobre la estética (1835-1838). Es, desde luego, entre otras, la idea de literatura en que se sitúa la Crítica de la razón literaria.
Debo añadir finalmente que esta última idea de literatura, que propugno y desarrollo en mis obras, como discurso lógico y crítico, es precisamente la que la deconstrucción de Derrida trata de negar de forma completamente grotesca y estéril. Porque la literatura, desde sus orígenes hasta el momento mismo de escribir y de leer estas líneas, es una materia que puede estudiarse e interpretarse conceptualmente. Digan lo que digan los textos escritos por alguien que, como Derrida, pasó su vida ―al igual que Rousseau― escribiendo para condenar la escritura, es decir, negando los medios que hacían posible sus fines. Pese a ellos y contra ellos, la literatura exige un saber conceptual, científicamente categorizable y racionalmente explicable.
No es posible concluir este apartado sobre crítica de la literatura sin hacer constar una advertencia decisivamente importante, que es la siguiente.
Hay algo que todos los filósofos olvidan cuando hablan de filosofía, es decir, cuando hablan de sí mismos: que la filosofía pueda explicar el mundo no significa que pueda reemplazarlo. Incluso podríamos decir que la filosofía, más que explicarnos qué es la realidad, nos explica quién es el filósofo que habla. Porque lo cierto es que la filosofía no nos habla de la realidad, sino del filósofo de turno. Cuando leemos a Spinoza no conocemos a la realidad, ni a Dios, sino a Spinoza. Cuando leemos a Heidegger no conocemos ni al tiempo ni al Dasein, sino a Heidegger. Cuando leemos a Freud no accedemos al inconsciente, sino a Freud. Cuando leemos a Kant no entramos en contacto con el noúmeno, sino con Kant. Cuando leemos a Leibniz no conocemos a las mónadas, sino a Leibniz. La lista es interminable. Como interminables son las ficciones de la filosofía. Porque toda filosofía tiene su propio Dios o «Gran Hermano», al que adora como si no fuera la ficción que es. La filosofía es la religión de quienes no se sienten cómodos con el dios de la religión de sus padres. Y se inventan otro dios nuevo y propio. Cada filósofo el suyo. El politeísmo filosófico es infinito: ápeiron, nous, demiurgo, motor perpetuo, Dios, sustancia pura, Leviatán, mónada, Voluntad, Superhombre, inconsciente, Dasein, ego trascendental... Y cuando la religión fatiga, o disiente, la filosofía busca el amparo de la política o cualesquiera ideologías con las que amancebarse y sobrevivir. Filosofía, ideología y religión son los tres géneros principales de la sofística universal. Son formas parásitas de expresión y supervivencia. Siempre en busca de un genitivo y su consonante: filosofía de la música, ideología de género, religión de paz... filosofía de la literatura, ideología de izquierdas o derechas, religión de amor... filosofía de la matemática, ideología de masones o carlistas, religión de Estado... La filosofía, como la religión, como la ideología, es un catálogo de divinidades. Y un genitivo parasitismo de excentricidades sofisticadas. La Crítica de la razón literaria mantiene fuertes distancias y prevenciones frente a estas tres formas de acecho y amenaza al racionalismo antropológico y a la libertad humana.
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NOTAS
[2] Derrida disfrutaba construyendo metáforas. Algunas de ellas, dignas de la poesía creacionista. El mundo es un texto... Lástima que de las innumerables metáforas de que está preñada la obra de Derrida ninguna de ellas sintetice la analogía entre dos términos reales. El mundo será un texto cuando los seres humanos seamos criptogramas. Cada uno diferente del vecino. Sólo así la comunicación sería materialmente imposible, y Babel sería una realidad, al quebrarse el principio de symploké: nada estaría conectado con nada. En tales condiciones no sería posible hablar de sociedad. No sería posible hablar. Sólo en un mundo así, nulo, nihilista y sin ideas, Derrida podría ser un dios. O algo parecido.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «La literatura como idea: la crítica literaria», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 2.4), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- ¿Por qué el Quijote es una parodia contra los idealistas?
- La pesadilla de Raskólnikov en Crimen y castigo de Dostoievski: los sueños de los idealistas provocan insomnio y conducen al fracaso.
- El Quijote frente al Idealismo alemán.
- Konstantinos Kavafis: desmitificación del poema «Ítaca».
- Cien años de soledad: el triunfo de la ignorancia y la locura, las dos formas más patológicas del idealismo.
- Idea del amor en La Regenta, novela realista y posromántica: el Magistral frente a Álvaro Mesía.
- Presentación en la Universidad de Antioquia (Colombia) de la Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura.
¿Cómo diferenciar ideas y conceptos
en la interpretación de la literatura?
Diferencias esenciales entre
Teoría de la Literatura y Crítica de la Literatura
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