V, 4.2 - Sobre la autodenominada «ciencia empírica» de la literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Sobre la autodenominada «ciencia empírica» de la literatura


Referencia V, 4.2



La tradición crítica occidental pasó veinticinco siglos justificando su existencia dedicada a la explotación del efecto causado por las obras en los lectores y de las relaciones pragmáticas del texto con la realidad donde nacía. Hacia 1800, la crítica dio un giro radical, y empezó a fijarse en el autor, en el escritor, y posteriormente en el texto mismo, dejando huérfana la atención de su interlocutor natural, el lector. Durante el último siglo y medio, la Edad de la Literatura, el autor encumbrado a la categoría de artista adquirió un estatus de oráculo; los libros renombrados fueron denominados obras de arte. Este cambio de estatus devaluó al lector común, que excluido de la audiencia selecta, pasó a ser un paria, un desatendido.

Germán Gullón (2008: 74).


 

Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Desde los fundamentos de una denominada «ciencia empírica de la literatura», Siegfried J. Schmidt[1], director del grupo Nikol, fundado en 1973 en la Universidad alemana de Bielefeld, y que prosiguió posteriormente sus investigaciones en Siegen, concedía una importancia esencial a la teoría de los «transformadores» o «procesadores cognitivos» que operan en la estructura de lo que ellos mismos denominaron «sistema literatura», una supuesta estructura que identificaban con aquel ámbito «socialmente delimitable» en el que tendría lugar la «realización de acciones comunicativas orientadas hacia las llamadas obras de arte literarias», es decir, el contexto de la pragmática de la comunicación literaria.

Esta teoría de Siegfried J. Schmidt tuvo cierto éxito durante la década de 1980. Hoy apenas nadie la cita. Ni acaso se recuerda. Es lo que podríamos denominar una teoría literaria abortiva, que no ha dado lugar a una crítica literaria de consecuencias visibles. No hay aplicaciones de esta teoría literaria a obras y autores que nos hayan demostrado su validez y su importancia. Y, desde luego, nunca su supervivencia metodológica. Es, podríamos decir, una teoría literaria para teóricos de la literatura, pero no para la literatura. Lo mismo ocurre, en el momento de escribir estas líneas, con la denominada teoría de los polisistemas, con las teorías sobre la transmedialidad, o con la presunta teoría de la «lógica borrosa» aplicada a la interpretación de la literatura. Se trata de recursos del mercado académico y editorial destinados a poner en circulación conglomerados pseudoteóricos que sirven de entretenimiento a colectivos del mundo académico, sin dar lugar a resultados consistentes en el ámbito de la interpretación literaria. Con frecuencia, estas autodenominadas «teorías» ni son realmente teorías, desde el momento en que no se fundamentan materialmente en aquello a lo que dicen hacer referencia —la literatura, en este caso—, ni lo son genitivamente de una categoría concreta o específica, pues se presentan como relativas a toda suerte de realidades, con las que se relacionan sin ningún tipo de criterio, desde la literatura hasta los códigos de barras de los productos comerciales, como si todo fuera uno y lo mismo, sin capacidad ni facultad alguna de discernimiento, crítica o dialéctica. Se refieren tangencialmente a todo y específicamente a nada. El caso particular de la denominada «ciencia empírica» de la literatura resulta extraordinariamente paradójico, al tratarse de una pura especulación, situada en realidad en los antípodas de todo empirismo, y al incurrir además en un teoreticismo que reduce su idea de ciencia a una suerte de formalismo puro, cuya relación con los materiales literarios es realmente invisible, insípida e incluso intangible. Cabe preguntarse en dónde están la ciencia, el empirismo y los materiales literarios de la autodenominada «ciencia empírica» de la literatura.

Vamos a reinterpretar aquí, desde los presupuestos metodológicos de la Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura, lo que fue, en su momento, esta supuesta teoría literaria de Siegfried J. Schmidt denominada «ciencia empírica» de la literatura.

El «sistema literatura», en tanto que ámbito de actuación de las obras de arte verbal, o comunicados literarios —como prefiere denominarlos Schmidt (1980)—, constituye una estructura social de acciones cuya actividad acepta la sociedad, en cuyo seno desempeña funciones que ningún otro sistema de acciones asume, desde el momento en que, en el ámbito de la teoría de las acciones comunicativas literarias (Theorie Literarischen Kommunikativen Handelns), se distinguen cuatro operaciones fundamentales, indudablemente relacionadas entre sí, que corresponden a una teoría de la producción, mediación, recepción y transformación literarias.

Desde el punto de vista de la «teoría empírica de la literatura» formulada por el grupo Nikol (Schmidt, 1980; Wienold, 1973; Warning, 1979a; Groeben, 1981; Kindt, 1981; Stierle, 1975), no se admite que la obra literaria constituya una entidad ontológica autónoma, sino que los textos, llamados ahora —en esta suerte de neolengua «comunicados literarios», deben entenderse como el resultado de actividades y comportamientos sociales en los que reside precisamente la atribución y donación de sentido que reciben las obras de arte verbal. En consecuencia, los presupuestos de la poética estructuralista resultan severamente discutidos, al negar en la obra literaria los procesos semiósicos de significación, así como las propiedades inmanentes de una literariedad limitada a las formas del texto, ya que la asignación o creación de sentido en la obra de arte verbal encuentra sus raíces en operaciones y actividades cognitivas de naturaleza exclusivamente social, lo que exige el desarrollo —en realidad la invención— de una disciplina científica capaz de asumir tales presupuestos (Empirische Literaturwissenschaft).

Schmidt coincide en este punto con los presupuestos de la Crítica de la razón literaria, al identificar los cuatro términos esenciales del campo categorial de la literatura. Sin embargo, su denominada «ciencia empírica» se limita desde el comienzo a la práctica de un materialismo aberrante, en virtud del cual la totalidad de los términos del campo categorial de la literatura, esto es, los materiales literarios, se examinarán desde una perspectiva exclusivamente fisicalista y sociologista (M1), de modo que las ideas objetivadas formalmente en la literatura sólo resultarán legibles e interpretables en la medida en que sean socialmente registrables por los parámetros fisicalistas de esta «ciencia empírica de la literatura».

En su excurso sobre las tesis básicas de las poéticas estructuralistas, Schmidt admite que las «propiedades del texto» pueden trasladarse así la teoría empírica de la literatura (ELW) —y supuestamente enriquecerla— siempre que se consideren como el resultado de los esfuerzos constitutivos del receptor. Schmidt reformula la función poética del mensaje[2], enunciada por Jakobson (1960/1984: 347-395) como la orientación —Einstellung— al mensaje como tal, al promocionar la dimensión estética de los signos y tender a la proyección del principio de equivalencia del eje de selección al eje de combinación, como la actividad «de orientar la atención de los receptores hacia el texto mismo», es decir, como el conjunto de los «procedimientos de organización textual que motivan esta orientación» (1980/1990: 235). ¿Se da cuenta el «empírico» Schmidt del psicologismo que contiene su imperativo fenomenológico?: la atención del receptor dependerá de la retórica fenomenológica del texto. Y yo me pregunto: ¿alguna vez ha sido de otro modo?

Lo cierto es que, lejos de distanciarse de las poéticas estructuralistas, a las que critica ingenuamente, la llamada «ciencia empírica» de la literatura asume los presupuestos formalistas con el fin de indicar, en primer lugar, la dirección en que debe estudiarse empíricamente el «sistema literatura», y, en segundo lugar, las relaciones entre los elementos que organizan semejante estructura textual, desde el punto de vista del comportamiento del receptor. Schmidt introduce aquí, como si fuera una novedad, la convención de polivalencia literaria (Polyvalente Literarischen Konvention) —procedente del New Criticism—, a la que atribuye una validez determinante en la teoría de las acciones comunicativas literarias (Theorie Literarischen Kommunikativen Handelns). Según su interpretación de la convención de «polivalencia literaria», los elementos textuales de los comunicados literarios están organizados de tal forma que pueden desempeñar para el receptor distintas funciones al mismo tiempo: codificación múltiple (Mehrfachkodierung) o ligazón (Bindung) —según Lotman (1970)—, saturación semántica (Kloepfer), obra abierta (Eco), «supercoherencia textual» (Enzensberger), signifiance (Riffaterre), «galaxia de significantes» (Barthes), etc. El número de apelaciones, metáforas y tropos, con pretensiones explicativas, podría multiplicarse —subrayemos que innecesariamente— hasta el día del juicio final. Con el uso de este tipo de términos, y con aseveraciones tales como que, de acuerdo con la «polivalencia literaria», los elementos textuales de los comunicados literarios están organizados de forma que pueden desempeñar para el receptor distintas funciones al mismo tiempo, Schmidt se sitúa en la cúspide del psicologismo interpretativo y de la fenomenología textual, al reducir la totalidad de los términos literarios inicialmente identificados como ontología literaria a un cosmos textualizado y a un receptor que sería un término textual más de ese cosmos. Si para la estética de la recepción jaussiana e isseiana, el texto era un epifenómeno emergente en la conciencia del lector, ya implícito, ya explícito, para la denominada «ciencia empírica de la literatura», el lector es una suerte de epifenómeno sensitivo, desenvuelto en un universo en el que todo es texto y comunicación textual.

La «ciencia empírica de la literatura» acepta de la poética estructuralista «las formas de realización polivalente de comunicados sobre la base de una organización textual superestructurada», es decir, las diferentes modalidades de utilización de los medios lingüísticos, y la posibilidad de usar el lenguaje en función referencial, emotiva, conativa..., pero de ninguna manera se admite hablar de funciones lingüísticas de tipo referencial, emotivo, etc., porque la existencia ontológica de un lenguaje poético (formalismo ruso, New Criticism, estilística, estructuralismo praguense, neoformalismo francés…) y de una competencia poética (Dubois et al., 1974; Ihwe, 1971, 1972) resultan insostenibles desde el momento en que hacen abstracción de los contextos lingüístico y no lingüístico, de los esfuerzos tendentes a la realización de la recepción, y de las asignaciones de valor llevadas a cabo por el receptor, como condiciones de validez poética de determinadas estructuras, lo que convierte en inadmisible la posibilidad de hablar de funciones inherentes al lenguaje (Schmidt, 1980/1990: 237 ss). En este sentido, la Crítica de la razón literaria sí esta —puntualmente— de acuerdo con el materialismo desde el que habla la «ciencia empírica de la literatura» de Schmidt.

Desde su misma definición de pragmática literaria, Schmidt acepta exclusivamente una investigación sobre la polivalencia que se ocupe de describir y explicar qué procedimientos de organización textual se reciben y valoran como poéticos por receptores diferentes en momentos diferentes. Pero una interpretación de esta naturaleza reduce la ciencia a la conciencia, la lógica a la psicología, es decir, suprime M3 y lo reduce todo a M2. Si un receptor puede leer con reiterado placer y en diferentes momentos de su existencia textos de modo polivalente, lo hará merced al presupuesto de la evolución temporal de los contextos de referencia histórica y social del receptor, entre muchas otras variables. Pero Schmidt no disocia en su idea de receptor lo lógico de lo psicológico. A Schmidt no le interesa ni el sentido ni la interpretación de la literatura, y mucho menos le interesan las ideas formalmente objetivadas en los materiales literarios. A Schmidt le interesa la literatura en tanto que consumible. La literatura es para Schmidt material fungible o transducible y material inventariable o estadístico. Tal como define la convención de polivalencia (PLKO), Schmidt (1980/1990: 157) confiesa designar no una constelación invariante, sino «un síndrome, especificable históricamente, de factores de naturaleza estructural y de naturaleza funcional relacionados entre sí, síndrome que aparece especialmente en la comunicación literaria», y que estaría constituido por expectativas, capacidades de estructuración, y operaciones de valoración llevadas a cabo por los productores, mediadores, receptores y transformadores de las obras de arte verbal, así como por las estéticas y poéticas interiorizadas o defendidas explícitamente por cada uno de ellos, en sus diferentes sistemas de normas de expectación (Schmidt, 1980/1990: 245 ss). Fenomenología, sociología, formalismo y pragmática son, según Schmidt, los componentes de ese «síndrome especificable históricamente» que se da en toda comunicación literaria. La verdad es que donde Schmidt dice «literaria» podría no decir nada, y el sentido de la oración permanecería igualmente inmutable y perfecto en su inanidad. En definitiva, la noción de polivalencia queda explícitamente vinculada a la experiencia fenomenológica del acto de recepción y sus diferentes estructuras, al afirmar que un texto «se realiza como comunicado polivalente» en relación con factores tales como las intenciones del productor, las expectativas de los receptores, sus capacidades de estructuración textual, y sus reacciones y valoraciones ante formas significantes de organización textual, consideradas como literariamente relevantes en relación con las normas poéticas establecidas, así como con otros comunicados verbales aceptados bajo las mismas convenciones. Es la teoría de Schmidt toda una lección confitada de fenomenología social.

La ontología de la que parte Schmidt es correcta: autor, obra, lector y transformador. La Crítica de la razón literaria habla de transductor, en lugar de transformador. Pero por desgracia Schmidt va a interpretar su punto de partida ontológico siempre en términos de la más devaluada fenomenología, al estructurar el sistema de comunicación literaria, dado según las operaciones de producción, mediación, recepción y transformación de los comunicados literarios o textos, en el uso de términos categoriales vacíos de contenido. Porque su autor es un autor irreal, lo mismo que su lector es no un lector efectivamente existente y operatorio, sino una epifanía de lo que él mismo llama «sistema literatura», que es una abstracción purísima —realmente virginal—, la cual sólo puede darse en la metateoría de una literatura inexistente. De hecho, así le ocurre a Schmidt. ¿Cuáles son las interpretaciones literarias a que ha dado lugar la denominada «ciencia empírica de la literatura»? ¿Cuáles son las obras de crítica literaria y de interpretación textual, autorial, lectoral o transductora, a que ha dado lugar la teoría de Schmidt? ¿Qué obras literarias concretas han sido objeto de los análisis empíricos de la denominada «ciencia empírica de la literatura»? En el momento de escribir estas líneas, no se reconocen esos resultados.

Insisto en que la Crítica de la razón literaria está de acuerdo con la teoría de Schmidt por lo que toca a su concepción ontológica de los términos del campo categorial de la literatura, pero difiere de él en todo lo demás. Y difiere de él porque, pese a partir de una ontología efectivamente existente (autor, obra, lector y transductor), la interpretación que Schmidt hace de los materiales literarios es psicologista, idealista y puramente logicista, formalista o teoreticista. Partiendo de materiales literarios reales, Schmidt interpreta inmaterialmente las realidades literarias. Incurre en la falacia teoreticista, al desarrollar una ciencia puramente deductiva —su empirismo es puro teoreticismo—, mediante el desenvolvimiento causal de proposiciones derivadas de principios, al más primitivo estilo aristotélico (primeros analíticos) y popperiano (lógica del conocimiento). Su teoría de la literatura es un mundo lógico (M3) que ha perdido definitivamente de vista el mundo físico del que una vez partió (M1). Es una matemática que viaje hacia una metafísica sin retorno, porque se ha olvidado de la realidad física que la ha hecho posible.

El conjunto de las funciones literarias reconocidas por la «ciencia empírica» de la literatura admite, al igual que la Crítica de la razón literaria, una disposición temporal y causal, de modo que una relación formalmente secuencial corresponde al modelo convencional de la comunicación literaria (productores → mediadores → receptores → transformadores de textos), a la vez que una relación de tipo causal, por la que parece inclinarse Schmidt, privilegia las dos últimas operaciones —recepción y transformación— frente a la actividad de los productores y mediadores de los textos o «comunicados literarios». La disposición causal de los diferentes procesos de actuación en el «sistema literatura», que la Crítica de la razón literaria denomina, en términos gnoseológicos, mejor que estructuralistas, campo categorial de la literatura, queda justificada para Schmidt desde el momento en que el proceso de producción de obras de arte verbal suele estar precedido temporalmente y condicionado causalmente por procesos de recepción, y éstos, a su vez, frecuentemente, por procesos de transformación. Con frecuencia sucede que un autor ha recibido y transformado varios comunicados o textos literarios antes de que él mismo lleve a cabo la producción de un nuevo discurso, el cual puede mantener relaciones transtextuales con aquellos que le han precedido, y que han servido al mismo autor en operaciones de recepción y transformación discursivas. Esto es una obviedad que Schmidt repite una y otra vez como si se tratara de algo original, o incluso interesante.

Antes de delimitar el sentido que adquiere en la obra de Schmidt la noción de transducción, como operación de transformación o procesamiento cognitivo de los comunicados literarios, resulta necesario esclarecer qué representa en el «sistema literatura» el acto de recepción externa de las obras de arte verbal, es decir, la experiencia estética de la recepción, en tanto que una de las operaciones fundamentales de la teoría de las acciones comunicativas literarias (TLKH), tal como ha sido formulada por el grupo Nikol.

Como he indicado, el ámbito de investigación sobre el que Schmidt y sus colaboradores establecen los fundamentos de su «teoría empírica» de la literatura (ETL) —cuyo empirismo la Crítica de la razón literaria cuestiona abiertamente, al tratarse de un teoreticismo falaz— no se sitúa tanto en el proceso pragmático, en que se inscribe la obra literaria, cuanto en los efectos que la obra de arte verbal produce en el seno de las acciones sociales, atendiendo especialmente al interpretante (Peirce, 1868-1907) que resulta de la «comprensión» protagonizada por el mayor número posible de receptores. Pero un estudio de esta naturaleza nos sitúa no ya en la fenomenología del individuo, sino en la sociología fenomenológica de las obras literarias en tanto que reducidas a consumibles estadísticos.

En sus análisis sobre los procesos de recepción de los textos lingüísticos, Schmidt ha adoptado, con algunas modificaciones, el procedimiento de descomposición en determinados niveles de las distintas operaciones del acto de recepción, método propuesto por Kind[3], desde el cual se entiende la recepción como «un proceso gobernado por factores cotextuales, contextuales e individuales, en el que el receptor R asigna al texto t una estructura W, siendo W un modelo de t» (Schmidt, 1980/1990: 334). Sinceramente: esto es una obviedad expresada en términos pseudotécnicos. Y además, en términos propios de la Crítica de la razón literaria, la estructura W de Schmidt es pura fenomenología, es decir, más precisamente, es epifanía textual dada en la conciencia del sujeto receptor. La forma del texto queda reducida a experiencia fenomenológica, sofisticadamente estructurada en la pública intimidad de la mente de un receptar confitado de subjetividades.

En primer lugar, según el propio Schmidt, en su «ciencia empírica» de la literatura, la percepción[4] se configura como el punto de partida del proceso de recepción, desde el momento en que el receptor asigna al texto (t) una determinada estructura grafemática (T), que con frecuencia puede ser distinta a la ofrecida por el propio texto (t), merced a la multiplicidad de fenómenos que perturban la comunicación (ruidos, la diferencia frente a la identidad, inadvertencias, errores de lectura o audición, omisiones, equívocos, etc.). He citado los términos y conceptos de Schmidt. Adviértase el absolutismo fenomenológico en el que incurre este autor, al reducir, en primer lugar, la recepción literaria a la percepción materialista —concretamente primogenérica, esto es, exclusivamente fisicalista (M1)— de los hechos literarios, y, en segundo lugar, al reducir el texto, u obra literaria (t), a una «estructura grafemática» (T), que, además —nótese esto, puede ser diferente al texto mismo. Sin ánimo de molestar, me pregunto cómo puede ser posible esta diferencia entre «texto» y «estructura grafemática». Supongo que será una de esas «diferencias fenomenológicas», que permiten explicarlo todo. Desde luego, Schmidt no trabaja con hechos, sino con fenómenos diseccionados, esto es, con productos disecados tras su extracción de la conciencia subjetiva de un receptor ideal. Schmidt trabaja con materia muerta. El suyo es un materialismo aberrante y grosero.

En segundo lugar, Schmidt estima que el receptor lleva a cabo una operación de identificación entre los elementos percibidos en la estructura grafemática, que forma parte de su vivencia intencional, y los elementos de la lengua natural que allí se encuentran dispuestos siguiendo una determinada estructura de sentidos. Se observa cómo Schmidt concibe el texto como una epifanía emergente en la mente del receptor. Schmidt trabaja con aberraciones fenomenológicas.

En tercer lugar, el receptor de Schmidt ha de proceder a la desambiguación sintáctica y semántica del texto, operación que consiste en identificar las posibles variantes de lectura que produce en el sujeto la recepción del discurso verbal, y proceder de este modo a la selección de aquellas que se encuentren condicionadas cotextual y contextualmente. Sin embargo, las únicas condiciones que impone un análisis de esta naturaleza son las subjetivas y mentales. Estamos en el terreno del psicologismo puro. Confitado de neolenguaje pseudotécnico.

Un cuarto y último nivel o proceso de recepción consistiría en alcanzar la llamada estructura de significado W coherente para R, es decir, en la relación coherente y necesaria que el receptor ha de llevar a cabo entre los elementos del texto, las informaciones de «saber» almacenadas en la memoria[5], las informaciones contextuales, y las inferencias, o procesos de deducción natural mediante los que el receptor consigue extraer las conclusiones supuestamente más convenientes de las informaciones que atribuye al texto[6]. Schmidt incurre aquí, como no podía ser de otro modo, en la falacia adecuacionista, en la que pocos años antes habían desembocado los trabajos de las teorías de la recepción alemana, cuyas fuentes fenomenológicas son comunes a las de la denominada «ciencia empírica» de la literatura. Por otro lado, cuando Schmidt acude a la memoria, para fundamentar esta falaz correspondencia o adecuación entre texto como estructura formal y lector como conciencia receptora, se olvida de que la memoria no es un almacén de saberes, sino una mazmorra de recuerdos, los cuales implican olvidos irrecuperables y esenciales. Implicar a la memoria en el ejercicio de la experimentación científica es ubicar lo más inflamado e inflamante del sujeto operatorio en el seno mismo de la lógica de la interpretación científica (dicho sea con todo respeto para Carlos Popper). Schmidt integra sin criterios y sin reservas aquello mismo que pretende segregar: la psicología.

En la exposición de su teoría de las acciones literarias de recepción (Theorie Literarischer Ermittlungshandlungen), no por casualidad Schmidt apenas utiliza el término interpretación, y cuando lo hace es precisamente con un sentido desviado del que la semiología y la pragmática le atribuyen en el proceso semiósico del mismo nombre, con el fin de designar el tipo de relación hermenéutica que un receptor cualificado puede establecer con el mensaje que recibe.

Si examinamos, no obstante, los requisitos que para Schmidt deben reunir los antemencionados tercer y cuarto niveles del proceso de recepción, no resultaría exagerado afirmar que en cada uno de ellos se convocan las exigencias necesarias para constituir un auténtico proceso semiósico de interpretación sin interpretación, porque la interpretación para la «ciencia empírica» de la literatura es una simple recepción fenomenológica. Se trataría de una interpretación exclusivamente condicionada por la psicología del receptor. Todos los aspectos cotextuales y contextuales —de los que habla Kind—, así como el conjunto de inferencias que proporciona la recepción en el seno de sus efectos sociales[7], desembocan en una (con)fusión total dada en la supuesta interpretación literaria, que Schmidt acaso parece entender como mera actividad receptiva, dentro de la cual, presumiblemente, fermenta la socialización del conocimiento.

Según la Crítica de la razón literaria, la recepción comprende percepción e interpretación del objeto estético, desde el momento en que no hay percepción individual sin interpretación personal —pues el sujeto es siempre corpóreo y operatorio—, razón por la que se dispone el proceso semiósico de interpretación dentro del acto mismo de la recepción discursiva, como operación que pretende una objetividad, mediante la segregación de los componentes subjetivos (principio de neutralización de las operaciones)[8]. Del mismo modo, el proceso semiósico de transducción se diferencia del de interpretación porque en aquél la transformación y transmisión del sentido requieren la interposición de un contenido semántico que mediatice las relaciones entre el signo y su receptor o intérprete, de modo que un contenido semántico transducido (o dinámico) conecta el discurso a un sujeto receptor cuyo sentido inmediato resultará «interactivado» como consecuencia de la transducción, operación abductiva que con frecuencia se fundamenta sobre una subjetividad consciente y no siempre declarada.

Schmidt, por su parte, parece distinguir, por un lado, la recepción en tanto que percepción (el sujeto percibe T), y por otro, la transformación o procesamiento cognitivo del discurso (un sujeto transforma para otros sujetos T en T*). En consecuencia, la interpretación parece presentarse como un mero apéndice o una tenue actividad que resulta subsumida en la operación de transformación. Los integrantes del grupo Nikol no admiten la interpretación como una de las fuentes semánticas de creación de sentido en el conjunto de los procesos pragmáticos de la comunicación literaria, pues Schmidt no le otorga un papel primordial en su «teoría de las acciones literarias de recepción» (TLR). Tampoco deja clara su ubicación en el ámbito de las «acciones de transformación» (Theorie Literarischer Verarbeitungshandlungen), donde la interpretación literaria se observa como un objeto, inmediato y subordinado, de la transducción discursiva.

Schmidt formula su noción de «transformación textual» a partir de la adopción y modificación del concepto de Textverarbeitung, procedente de la obra de Wienold (1971, 1974), concretamente del desarrollo de su teoría de la formulación, con objeto de designar «cualquier actividad de los participantes en un sistema de comunicación relacionada con un vehículo de comunicación dado en ese sistema», de modo que aquellos procesos en los que los sujetos comunicativos asignan, mediante la elaboración de nuevos textos (textos resultantes) nuevos sentidos destinados a actuar sobre los interpretantes de mensajes anteriores (textos de partida), pueden considerarse como procesos de transformación textual o procesamiento cognitivo (Schmidt, 1980/1990: 373-374).

En su exposición de la «teoría de las acciones literarias de transformación» (TLVA), Schmidt (1980/1990: 371-425) sostiene que la operación de transformación de un texto comprende todos los procesos que se disponen desde la recepción de la obra hasta su conversión en textos nuevos o su traslación a otros medios de representación. Nueva obviedad. En sus investigaciones de 1974, Wienold y Rieser trataban de explicar a través de seis operaciones de transformación textual el conjunto de tales movimientos semánticos, a los que atribuían el mismo sentido que Riffaterre (1979, 1982) daba al término intertextualidad, o que Genette (1982) confería a transtextualidad, es decir, la relación de copresencia o transcendencia textual de un texto en otro: 1) referencialización, 2) paráfrasis, 3) condensación, 4) descripción metatextual, 5) valoración y 6) explicación. Cualquier lector de obras literarias puede darse cuenta, por sí solo, que estas presuntas teorías literarias son, en realidad, una antología de neologismos sobre el mismo tema, a veces, incluso, sin variaciones.

Petöfi (1974) y Wirrer (1976) han ratificado en sendos estudios clasificaciones muy semejantes a la de Wienold, si bien de muy peregrina aplicación a los materiales literarios efectivamente existentes. Así, el primero de estos autores, en la formulación de su TeSWeST estándar enuncia las siguientes operaciones de transformación textual: análisis, síntesis, paráfrasis, condensación, descripción cotextual, referencialización, justificación, valoración y comparación. Podría añadir algunas decenas más... En realidad, todo queda reducido a una enumeración de figuras retóricas y procedimientos lingüísticos de muy discutible aplicación a la interpretación científica de los materiales literarios.

Schmidt, por su parte, excluye explícitamente la paráfrasis del conjunto de los mecanismos de transducción, al considerar que se trata de una operación gramatical que traslada un texto a otra manifestación textual lineal sin variar su «intención», y recuerda a este propósito que la transformación lingüística debe entenderse, «no como el conjunto de las operaciones que pueden aplicarse directamente al texto [...], sino necesariamente solo a los comunicados», es decir, que la transducción del sentido no se realiza sobre las formas o manifestaciones lineales, sino sobre los interpretantes o sentidos (Sinn), intencionales o no, que adquiere el discurso en cada uno de los momentos o procesos semiósicos de la pragmática de la comunicación literaria. Schmidt propone las siguientes operaciones transformativas: 1) verbalización o acta de comunicado (el receptor indica el comunicado (hipertexto) que ha asignado al texto de partida (hipotexto), 2) condensación, 3) descripción metatextual, 4) valoración y 5) explicación. De nuevo nos hallamos ante un repertorio retórico de inciertas, o nulas, posibilidades metodológicas.

En otro lugar, sin embargo, Schmidt, tras reconocer algunas de las ventajas de la propuesta de Wienold, le reprocha «el hecho de que su concepción de la transformación textual incluye un número extraordinariamente grande de operaciones y, sobre todo, en el hecho de que en este concepto no se lleva a cabo ninguna diferenciación conceptual entre la ‘recepción’ y la ‘transformación’ [...]. Además, en la concepción de Wienold de la ‘transformación textual’ no queda claro el hecho de que en ningún caso se transforma directamente un texto (entendido como base de comunicado), sino el comunicado que un transformador lingüístico ha asignado a un texto en acciones de recepción, ya que los textos solamente existen para los receptores como comunicados ‘en su conciencia’» (Schmidt, 1980/1990: 376). Nótese como Schmidt incurre constantemente en aberraciones fenomenológicas. En este caso, al afirmar sin paliativos que el texto sólo existe para el receptor como un hecho de conciencia. Una interpretación de este tipo equivale a retrotraerse, a finales del siglo XX, a los orígenes del luteranismo (para aplicarlo a la literatura casi quinientos años después de las tesis de Wittenberg). ¿Puede seguir calificándose de «ciencia» semejante retórica de la subjetividad y del psicologismo más autista?

Schmidt aproxima recepción y percepción hasta la fusión y confusión más indiscriminadas y acríticas, con el fin de subsumir, tomándose una serie de libertades que desde el punto de vista de otras teorías literarias no psicologistas resultaría imposible plantear, la operación de interpretación en el seno de actividades que corresponden a la transducción, como transformación del sentido textual, a las que parece identificar en una relación analógica de la que esta última resulta privilegiada. ¿Por qué? Pues porque Schmidt utiliza con el mismo valor términos como «interpretación», «adaptación» o «traducción», y afirma que, para una ciencia empírica de la literatura, «solo pueden ser concebidas empíricamente aquellas impresiones de recepción que han sido articuladas en textos de transformación de comunicados»[9]. Schmidt discute ampliamente el sentido clásico del concepto de interpretación, al que desestima como uno de los procesos semiósicos de construcción de sentido, e identifica más bien como «un reflejo de la unilateralidad y de las ‘lagunas’ teórico-científicas de la historia de la ciencia literaria». Sinceramente, no sabemos a qué ciencia literaria se refiere.

En sus consideraciones sobre la interpretación, Schmidt se apoya en la obra de un conjunto de autores (Hatzfeld, 1964; Hirsch, 1972; Göttner, 1973; Labroisse (ed.), 1974; Ihwe, 1976; Steinmetz, 1974, 1977; Kind y Schmidt (eds.), 1976; y Finke, Kind y Wirrer, 1979) cuyo pensamiento representa un documento impresionante de la profunda inseguridad de los presuntos científicos de la literatura interesados, desde un punto de vista exclusivamente teórico, «en el concepto, los métodos y la función de la interpretación literaria en el marco de la investigación y de la enseñanza [...]. En todo caso, al hablar de la necesidad de interpretaciones literarias no podemos perder de vista el hecho de que esta necesidad está generada en gran medida por la práctica de la enseñanza de la literatura orientada hacia la interpretación literaria, práctica que obliga al alumno a acudir, para la lectura escolar, a interpretaciones literarias ‘reconocidas’ y aceptadas por el profesor (Schmidt, 1980/1990: 396-397).

Schmidt rechaza la «interpretación del autor» desde el momento en que advierte que el sentido supuestamente «correcto», «apropiado» o «adecuado» a la intención del autor cercena la posibilidad de recibir polivalentemente un texto, así como el resultado de sus efectos en el sistema de la comunicación literaria. Digámoslo abiertamente: esta actitud es una simpleza que arruina, incluso, su propuesta inicial de ontología literaria, en la que tenía en cuenta al menos al autor como un término fundamental del campo categorial de la literatura. Lo que «dice» el autor no es incorrecto simplemente porque lo «diga» el autor. Nada es incorrecto o erróneo, si una crítica gnoseológica no lo identifica como tal. Acríticamente, nada puede calificarse de erróneo. ¿Por qué lo que dice el autor está proscrito de por sí y lo que dice Schmidt no? ¿Por qué?

El pensamiento de Schmidt parece situar, pues, en las operaciones de transformación de los comunicados literarios, el principal de los procesos semiósicos de creación de sentido, que habrá de partir, en primer lugar, del resultado de la experiencia literaria de recepción, que consigue el transformador o transductor en sus actividades de percepción, identificación, desambiguación sintáctica y semántica, y establecimiento de la estructura de significado coherente, lo que constituye la elaboración del acta de comunicado; en segundo lugar, la consumación de las operaciones de procesamiento textual requiere del transductor la elaboración del comunicado de transformación literaria o «texto resultante», que autores como Genette (1982) calificarían de hipertexto. En todo momento, Schmidt evita el uso del término interpretación para referirse a la suma de operaciones que subsume en la experiencia fenomenológica de la recepción. Sin embargo, no resultaría desacertado considerar a este primer «movimiento semántico» del proceso de transformación como un auténtico proceso semiósico de interpretación, en el que un sujeto operatorio receptor trata de construir el sentido del texto a partir de los primeros sentidos e interpretantes que resultan de su relación hermenéutica con el signo lingüístico y literario. Me permito recordar a este propósito las siguientes palabras de Conrady (1974: 155), que Schmidt (1980/1990: 398-410) cita en un amplio excurso con objeto de insistir en el carácter tradicionalmente pedagógico y metodológico al que responde la necesidad general de la interpretación literaria, a la que define como aquella actividad que trata de «indagar el significado [de un comunicado literario = texto] en el contexto global del autor histórico y también comprobar en todo momento su relación de significancia o insignificancia con la práctica vital actual». Lo cierto es que, una vez más, lo que escribe Schmidt es, al menos para cualquiera que haya nacido después del siglo XIX, una obviedad.

En definitiva, Schmidt identifica transformación literaria y creación o donación de sentido, a la vez que considera la interpretación como un «apéndice» del conjunto de operaciones transformadoras del sentido de los materiales literarios, con la exclusión, precisamente ahora, del autor: «Podemos argüir —escribe (1980/1990: 394)— que la expresión ‘interpretación’ tan solo es una denominación colectiva para muy diferentes acciones de transformación». Paralelamente, admite que un texto, en tanto que «base de comunicado», puede recibir tantos comunicados o interpretantes (sentidos) como receptores se hayan acercado a él, así como asegura que corresponde a los transformadores literarios determinar, para la comunidad de receptores, el sentido que, en el conjunto de las acciones sociales, adquieren los efectos de una determinada base de comunicado u obra de arte verbal. Y todo ello pese a que los «transductores» no cuentan, como base para sus acciones de transformación, con un texto intersubjetivamente perceptible del mismo modo, sino con el comunicado o interpretante (sentido) que han asignado al texto de partida o hipotexto. En realidad, Schmidt sustituye en sus propuestas de investigación la ontología real de la literatura (autor, obra, lector y transductor), que dice tomar como punto de partida, por una fenomenología reduccionista, cuyo sujeto es la conciencia subjetiva de un receptor tan ideal como inexistente. La denominada «ciencia empírica» de la literatura propuesta por Siegfried J. Schmidt es una aberración fenomenológica pretendidamente fundamentada en un materialismo aberrante. Con toda franqueza me pregunto en qué se fundamenta el genitivo de esta autodenominada «ciencia empírica» de la literatura.


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NOTAS

[1] Cfr. Schmidt (1973, 1973a, 1976, 1978, 1978a, 1978b, 1978c, 1979, 1980 y 1981).

[2] Recuérdese a este propósito el pensamiento de Mukarovsky (1966), quien concebía la función poética como aquella que se centraba en la composición del signo lingüístico en sí. Por su parte, Lotman (1970) se ha referido a esta función desde el punto de vista de las formas de organización textual, que consistirían en el establecimiento de relaciones estructurales entre los elementos integrantes del texto, la totalidad textual, y los elementos externos al propio texto. La organización textual estaría constituida, pues, por el conjunto de procedimientos, perceptibles y reconocibles por los receptores, que un autor emplea para relacionar entre sí, sintáctica y semánticamente, los elementos de un texto. Acerca de los antecedentes de la concepción formalista de la obra de arte verbal y su función poética, vid. Todorov (1978: 13-26), así como García Berrio y Hernández Fernández (1988: 39-45).

[3] Cfr. Kind y Schmidt (1974), así como los diferentes estudios recopilados por Hartung (ed., 1974), donde pueden encontrarse las afinidades entre los modelos de Kind y Schmidt.

[4] Siguiendo a Klaus (1969) y Zobel (1975), Schmidt (1980/1990: 337-341) habla de la percepción como de «un proceso selectivo por el que un organismo obtiene información del entorno» (340).

[5] La memoria semántica ha sido definida por Bock (1977: 2) como la «representante de las exigencias del entorno que un hombre ha realizado a lo largo de su vida tanto por medios lingüísticos como no lingüísticos». Schmidt, quien se detiene brevemente en el pensamiento de Bock, identifica a la memoria con el conjunto de «existencias del saber allí almacenadas» (1980/1990: 342-348), y se apoya en la obra de Coulmas (1977), Samlowski (1974: 36 ss), Kintsch (1977), Beaugrande (1979), G. L. Loftus y E. F. Loftus (1976), Roth (1975). Lo cierto es que definiciones de este tipo pueden aplicarse a cualquier cosa, sea la «memoria semántica», música electroacústica o una úlcera erisipelatosa. Los resultados son los mismos: nada.

[6] Kummer (1975) se ha referido a las «conclusiones inferenciales» como a aquellas conclusiones que lleva a cabo un receptor mediante las informaciones proporcionadas por el texto, el sistema de presuposiciones almacenadas en la memoria, y la suma de informaciones contextuales. Sobre el mismo tema, vid. además Colby y Enea (1968) y Schank y Rieger (1974).

[7] Ante la actitud de Schmidt de enfocar el estudio de la literatura desde el punto de vista de la repercusión de sus efectos, especialmente sociales, cabe citar las palabras clásicas de Jakobson (1980/1981: 123), adolecentes del más puro teoreticismo, desde las que se señala el texto como la base interpretativa más segura, al constituir, en efecto, el único escenario en el que se objetiva la literatura: «Precisamente desde el punto de vista de la lingüística estructural y de la poética estructural, sería cometer un grave error el de comprometer el análisis en la definición de los «efectos» del poema, ya que, si ha de definir estos efectos sin conocer los medios en presencia, el investigador no puede llegar más que a observaciones ingenuamente impresionistas».

[8] Vid. el capítulo 5.6.1.1.4 de esta obra, Crítica de la razón literaria, sobre la neutralización de las operaciones, en el apartado de la gnoseología de la literatura.

[9] Vid. Schmidt (1980/1990: 243, nota 36). La cursiva es mía. ¿Entiende Schmidt interpretación allí donde dice impresiones de recepción? Sin duda.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Sobre la autodenominada «ciencia empírica» de la literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (V, 4.2), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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La Crítica de la razón literaria y Alemania: 
Die Kritik der literarischen Vernunft und Deutschland.

Presentación bilingüe a cargo de la hispanista alemana Maxi Pauser.




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