II, 5 - La Crítica de la razón literaria ante las filosofías: definición, clasificación e interpretación


Crítica de la razón literaria

 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





La Crítica de la razón literaria ante las filosofías:

definición, clasificación e interpretación 



Prolegómenos II, 5 


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

La Crítica de la razón literaria sostiene la siguiente concepción de filosofía, que se usará como instrumento determinante en la interpretación de la realidad y de la literatura. 

Este concepto de filosofía se basa en una clasificación y delimitación de los sistemas filosóficos conforme a cinco categorías fundamentales: modalidades, relaciones, ideas, conocimientos y operaciones. 

Desde la Crítica de la razón literaria se considera que la filosofía es un modo de relacionar, desde conocimientos científicos o acientíficos, las ideas de que se dispone y con las que se actúa. No hay más secretos.

El modo de relación puede ser sistemático o asistemático.

Las ideas pueden ser racionales o irracionales.

La relación de tales ideas puede ser dialéctica y crítica, o por el contrario puede ser dialógica y acrítica. En el primer caso hay un racionalismo filosófico, mientras que en el segundo caso el racionalismo es sofístico[1], es decir, procede con la intención de convencer a través de argumentaciones falsas y sin objetivos verdaderamente críticos, pero basados en el diálogo y en las apariencias del consenso y la armonía, no en la dialéctica ni en el desengaño que nos hacen compatibles con la realidad. Y que la propia realidad nos exige para sobrevivir en ella.

Asimismo, los criterios desde los que se ejerce la filosofía, y que afectan a la relación de las ideas, pueden estar basados en conocimientos científicos o no, esto es, en conocimientos acientíficos, populares, religiosos, fideístas, ideológicos, etc. No es lo mismo interpretar el estallido de un trueno desde la meteorología que desde la fe, la teología, el mito o la magia.

Finalmente, hay que advertir que la filosofía no es sólo una forma de pensar, sino también de actuar. No sólo lo que pensamos, sino sobre todo lo que hacemos, es decir, nuestra forma de actuar y de vivir, de obrar y de comportarnos ―nuestras obras, u operaciones, si se prefiere―, pueden orientarse hacia la consecución de hechos factibles o de utopías. En el primer caso, obramos conforme a una filosofía materialista, y en el segundo caso nos movemos en el terreno de las filosofías idealistas, cuyas operaciones no dan lugar a resultados corpóreos o materiales, sino metafísicos, psicológicos o ideológicos, que, bien remiten a un futuro inalcanzable, pero prometido, bien conducen directamente al fracaso, el engaño, la violencia o la guerra.

El resultado de tales combinaciones se basa en un conjunto sistemático de cuatro criterios y dos estructuras, conjunto que da lugar a una serie de modos, ideas, relaciones y operaciones, los cuales, estructurados de forma concertada o desconcertada, permiten definir e identificar, por sí solos, cualesquiera sistemas filosóficos o formas de comportamiento humano. Modos, ideas, relaciones, conocimientos y operaciones son los principales criterios para comprender y ejercer una filosofía, cuya estructura resultará siempre, y necesariamente, concertada o desconcertante.

 


Clasificación de las filosofías
según sus propios criterios y estructuras

    

Criterios

Estructuras

1
Modos

2
Relaciones

3
Ideas

4
Conocimientos

5
Operaciones

+
Concertadas o
concertantes

Sistemáticos

Dialécticas
o críticas

Racionales

Científicos

Materiales


Desconcertadas o desconcertantes

 Asistemáticos

Dialógicas
o acríticas

Irracionales

No científicos

Ideales

 





Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro




Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro






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NOTAS

[1] A pesar de todo, hay que reconocer que, con excesiva frecuencia, la filosofía se presta a exhibirse como una forma excéntrica de ejercer la sofística. A veces, también, se disuelve en un ergotismo que no conduce a nada.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «La Crítica de la razón literaria ante las filosofías: definición, clasificación e interpretación», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (Prolegómenos, II, 5), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



⸙ Glosario 



⸙ Atestaciones de la Crítica de la razón literaria (II, 5)

  1. La filosofía, en España, se encuentra en su literatura. Los filósofos españoles han sido siempre poetas, dramaturgos y novelistas, de Fernando de Rojas a sor Juana Inés de la Cruz, de Cervantes a Quevedo, del Arcipreste de Hita a Gabriel García Márquez, de Jorge Manrique a sofistas como Jorge Luis Borges.
  2. La filosofía posmoderna es la botica de la autoayuda.
  3. La sombra de Platón es ―muy― alargada. La mano de la filosofía siempre mece la cuna de la religión y de la política.
  4. El idealismo es una filosofía incompatible con la realidad que nace como consecuencia del luteranismo y del fracaso dieciochesco de una Alemania que no sabe qué hacer ni con su Historia ni con su geografía.
  5. Desde finales del siglo XVIII, la ciencia prescinde de la filosofía como quien se libera de un lastre insoportable. La impedimenta histórica de las ciencias no fue solamente la teología, sino también, y con creces, la filosofía.
  6. Si a la filosofía le quitáramos la religión y la política, se quedaría sin palabras. Y sin contenidos. Sólo quedaría la autoayuda de mistagogos.
  7. La ciencia es lo único que, verdaderamente, hace prosperar la vida humana. Ni la religión, ni la política, ni la filosofía han alcanzado nunca los progresos de las ciencias. Con frecuencia, ni siquiera los han permitido en numerosas ocasiones históricas. Religión, política y filosofía han sido muchas veces obstáculos en el desarrollo de las ciencias. Históricamente y también actualmente.
  8. Filosofía y poesía comparten una experiencia que les hace olvidar todas sus posibles diferencias: me refiero a la experiencia del narcisismo, en la que poetas y filósofos se dan la mano en lugar de darse la espalda.
  9. La declaración atribuida popularmente a Voltaire, según la cual hemos inventado la palabra azar para expresar el efecto conocido de toda causa desconocida, no es sino un juego de palabras sólo posible tras la mecánica de Newton, el verdadero responsable de la muerte de la filosofía. Newton es un hombre que se hace preguntas filosóficas a las que da una repuesta científica. Con Newton la ciencia reemplaza definitivamente a la filosofía. Después de Newton, a la filosofía sólo le queda la explotación del idealismo, que encontró en la Reforma y el pietismo alemán el único modo de sobrevivir. Kant hizo el resto.
  10. Desengañémonos: la ciencia hace innecesaria la filosofía. Y lo que es más grave: convierte al filósofo en un bufón. Por estas razones, la filosofía, en determinados momentos de la Historia, sólo sobrevive entre cínicos, curas y políticos frustrados o ideólogos vocingleros. Ante la ciencia, el terreno de juego de la filosofía queda reducido a la religión ―en la que ya no se cree― o a la política ―en cuyo río revuelto se ahoga la democracia―.
  11. La filosofía es tan liberticida o más que la religión.
  12. La filosofía es una forma excéntrica de ejercer la sofística.
  13. Toda filosofía es una retórica para adolescentes, porque, en realidad, todo filósofo piensa siempre como un adolescente.


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Hay algo que todos los filósofos olvidan cuando hablan de filosofía, es decir, cuando hablan de sí mismos: que la filosofía pueda explicar el mundo no significa que pueda reemplazarlo. Incluso podríamos decir que la filosofía, más que explicarnos qué es la realidad, nos explica quién es el filósofo que habla. Porque lo cierto es que la filosofía no nos habla de la realidad, sino del filósofo de turno. Cuando leemos a Spinoza no conocemos a la realidad, ni a Dios, sino a Spinoza. Cuando leemos a Heidegger no conocemos ni al tiempo ni al Dasein, sino a Heidegger. Cuando leemos a Freud no accedemos al inconsciente, sino a Freud. Cuando leemos a Kant no entramos en contacto con el noúmeno, sino con Kant. Cuando leemos a Leibniz no conocemos a las mónadas, sino a Leibniz. La lista es interminable. Como interminables son las ficciones de la filosofía. Porque toda filosofía tiene su propio Dios o «Gran Hermano», al que adora como si no fuera la ficción que es. La filosofía es la religión de quienes no se sienten cómodos con el dios de la religión de sus padres. Y se inventan otro dios nuevo y propio. Cada filósofo el suyo. El politeísmo filosófico es infinito: ápeiron, nous, demiurgo, motor perpetuo, Dios, sustancia pura, Leviatán, mónada, Voluntad, Superhombre, inconsciente, Dasein, ego trascendental... Y cuando la religión fatiga, o disiente, la filosofía busca el amparo de la política o cualesquiera ideologías con las que amancebarse y sobrevivir. Filosofía, ideología y religión son los tres géneros principales de la sofística universal. Son formas parásitas de expresión y supervivencia. Siempre en busca de un genitivo y su consonante: filosofía de la música, ideología de género, religión de paz... filosofía de la literatura, ideología de izquierdas o derechas, religión de amor... filosofía de la matemática, ideología de masones o carlistas, religión de Estado... La filosofía, como la religión, como la ideología, es un catálogo de divinidades. Y un genitivo parasitismo de excentricidades sofisticadas. La Crítica de la razón literaria mantiene fuertes distancias y prevenciones frente a estas tres formas de acecho y amenaza al racionalismo antropológico y a la libertad humana.




El teatro del Siglo de Oro ante el poder político (IV, 3. 10)


Con todo, hay que advertir que el mundo actual ha experimentado un cambio radical respecto a la idea de libertad. Hasta tal punto que las personas nacidas en el siglo XX disponen de una idea de libertad muy diferente de la que tienen las personas nacidas en el siglo XXI. Entre otras cosas, esto se debe a que la educación que unos y otros han recibido tiene objetivos ―e intenciones― muy diferentes. En líneas muy generales podemos decir que la educación científica y universitaria de la segunda mitad del siglo XX tenía como objetivo educar al ser humano para la libertad. Para vivir en libertad, para saber exigirla y para poder hacerla valer. Hoy, sin embargo, el objetivo ha cambiado. Y ha cambiado de forma muy inquietante. Ya no es la libertad, sino la felicidad, el objetivo de nuestro tiempo. Y no sólo en educación, sino en todo lo relativo a sociedad, trabajo, economía, comercio y política. La felicidad está por encima de la libertad. Está, de hecho, por encima de todo. Y hasta tal punto lo está que ese patológico deseo de felicidad exige vivir ignorando la libertad como objetivo humano fundamental. La gente quiere ser feliz, pero no libre. En un contexto de esta naturaleza resulta difícil ser original, pero más difícil aún resulta ser inteligente.

 

La felicidad es un extraño e indefinido sentimiento, variable y relativo, del que no se puede hablar en términos generales, y menos aún imponer colectivamente. Para unas personas la felicidad consiste en vivir en un convento de clausura y para otras en consumir estupefacientes, perder el tiempo o el juicio en las redes sociales o ponerse una grapa en los genitales. Una sociedad alienada por la felicidad es esencialmente una sociedad muy infeliz. Se mueve ―tantálicamente― por lo que no tiene. A veces, también patológicamente.

 

Por último, en un contexto de esta naturaleza, en el que se habla de filosofía y literatura, censura y libertad, la filosofía inspira mucha desconfianza. Los filósofos nos hacen desconfiar cada día más de la filosofía. Entre otras cosas, porque la Historia de la filosofía es la historia de la búsqueda obstinada de un «Gran Hermano» orwelliano. Y en este punto, filosofía, religión y fanatismos varios se hermanan patológicamente. Todo filosofar conduce a esa búsqueda obsesiva de un amo, de un líder o jefe supremo, de un Führer o caudillo, sin el cual no se pueda vivir, ni se deje tampoco vivir a los demás: el ápeiron de Anaximandro, el nous de Anaxágoras, el Demiurgo de Platón, el motor perpetuo de Aristóteles, el Dios de Tomás de Aquino, la sustancia pura de Spinoza, la mónada de Leibniz, el Leviatán de Hobbes, el noúmeno de Kant, el Espíritu absoluto de Hegel, la idea de voluntad de Schopenhauer, la idea de materia en Marx, el Superhombre de Nietzsche, el inconsciente de Freud, el Dasein de Heidegger, el Ego trascendental de Gustavo Bueno... Los filósofos se pasan la vida buscándonos amos. Toda filosofía es una novela mal escrita. Es la biografía frustrada de un totalitarista en busca de fieles para recuperar y legitimar un trono presunto y prometido. 




Obsolescencia del teatro político de Brecht: el caso de los Einakter (IV, 3.16)


Pero la Historia ha demostrado que la burguesía es entre sí mucho más solidaria y colaboradora transnacionalmente de lo que el proletariado lo fue para sí mismo como organización internacional y universalista. Y no sólo durante las dos guerras mundiales, sino antes y sobre todo después de ellas. Capitalismo y burguesía no son —no lo han sido nunca— tan ridículos y tan inofensivos como los ha pintado Brecht en su teatro cómico, épico y dramático. La imaginación acaba por convertir toda utopía en un tumor que se desarrolla, con frecuencia horriblemente, en la realidad histórica —territorial, estructural y fronteriza— de una sociedad política frente a otras. Basta pensar en el nazismo y el marxismo. La burguesía ha alcanzado un grado de solidaridad y unidad internacionales, es decir, una globalización, que el proletariado invocado por Marx y Engels —«¡trabajadores de todos los países, uníos!»— no ha logrado, ni logrará, nunca. No deja de ser violentísimamente irónico que los ideales del proletariado decimonónico hayan sido literalmente copiados y conquistados, reproducidos y gestionados de forma plena por su adversario histórico y político: la burguesía capitalista. En menos de 100 años, al capitalismo le ha sobrado tiempo para globalizar el planeta y ponerlo todo a su absoluta y totalitaria disposición, en nombre, además, de la democracia. Liberal, por supuesto. Toda la obra de Marx ha sido un manual de instrucciones al servicio de la burguesía capitalista y la democracia liberal, sistema de gobierno que se ha perfeccionado y sofisticado insólitamente gracias a este idealista alemán, quien pasa por ser el artífice de una de las filosofías más materialistas de la Historia. Los filósofos olvidan con frecuencia que toda filosofía tiende siempre al idealismo, por muy materialista que se declare en sus intenciones y nomenclaturas. En el fondo, todo filósofo piensa siempre como un adolescente.




«El viaje definitivo» de Juan Ramón Jiménez
en la versión musical de Federico Mompou (IV, 4.1)


La música, como la matemática, se sustrae al verbo, pero no a la razón. El racionalismo musical está dado a una escala diferente del racionalismo lingüístico. Y es insoluble en él. Desde los presupuestos metodológicos de la Crítica de la razón literaria, consideramos que la relación entre música y literatura es totalmente gratuita. Y que la relación entre música y filosofía es, para un músico, totalmente irrelevante. Tal vez no lo sea para un filósofo, pero no hay que olvidar que un filósofo es un parásito de la realidad. ¿Por qué? Pues porque necesita la realidad para hacerse genitivamente visible, ya que por sí mismo carece de originalidad y sustantividad —no hay filosofía sustantiva—, y necesita ser filósofo de algo, es decir, parásito de lo que hacen otros: música, literatura, ciencia, deporte, política... No nos engañemos: la filosofía ha vivido siempre de fingir una inteligencia ajena e impropia. Filosofar no es amar el conocimiento, sino parasitarse del trabajo ajeno. Insisto en que no hay, ni puede haber, filosofía sustantiva: toda filosofía es adjetiva o parásita de una realidad o actividad ajena. Toda filosofía lo es de algo ajeno a la propia filosofía. Si hay filosofía es porque hay un parásito que dice filosofar.



El pensamiento literario de Hans-Robert Jauss (V, 4.3)


Desengañémonos: la ciencia hace innecesaria la filosofía. Y lo que es más grave: convierte al filósofo en un bufón. Por estas razones, la filosofía, en determinados momentos de la Historia, sólo sobrevive entre cínicos, curas y políticos frustrados o ideólogos vocingleros. Ante la ciencia, el terreno de juego de la filosofía queda reducido a la religión ―en la que ya no se cree― o a la política ―en cuyo río revuelto se ahoga la democracia―.





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Jesús G. Maestro