Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Historia de la filosofía
La filosofía es siempre una respuesta a lo que la ciencia deja sin explicar. No por casualidad la filosofía está perpetuamente en el margen de las ciencias, en sus afueras y arrabales. Merodeando. No puede ir más allá. Su objetivo son los restos del conocimiento científico. Los rebojos del saber operatorio. Podemos disfrazar estos rebojos con el vuelo de la lechuza, pero aunque la filosofía se vista de seda, filosofía se queda. ¿Lechuza o buitre? Preservemos la imagen de la lechuza para la filosofía; el buitre es más bien icono de sofistas. Pero no olvidemos que la filosofía es una forma excéntrica de ejercer la sofística. Los caminos de la filosofía son los ámbitos que las ciencias ignoran, desprecian o silencian. A veces, incluso, fueron caminos silenciados por los imperativos e inquisiciones de la propia filosofía, vestida ya no de seda, sino de teología, religión o fundamentalismo filosófico. Los filósofos, o hablan de religión, o hablan de política. No por casualidad esos son los contenidos históricos de la filosofía: la religión, en el Antiguo Régimen, y la política, en la Edad Contemporánea. Difícilmente cabe admitir un contenido sustantivo en la filosofía. Un saber parasitario, genitivo, más que un saber de segundo grado.
No todas las filosofías son
iguales ―esto es algo que no debe olvidarse jamás―, pero allí donde la ciencia habla, la filosofía calla. Incluso a veces ocurre algo peor: cuando la ciencia
habla, la filosofía se convierte en sofística. De hecho, la sofística es la
filosofía que no se calla ante la ciencia.
En todas las épocas, la filosofía
ha sido una explicación a preguntas que la ciencia ignora. El máximo esplendor
de la filosofía corresponde a aquellos períodos de mayor decrepitud o limitación operatoria de las ciencias. A media que cada ciencia amplía su campo
de operaciones, cada filosofía ve mermada su propia capacidad de maniobra. Por
este camino, la filosofía puede convertirse incluso en un ergotismo o mero pasatiempo de ignorantes. Y en efecto la posmodernidad ha hecho de la filosofía precisamente
esto: un pasatiempo de ignorantes cuyo hábitat es internet.
Ésta es la mayor denigración que puede hacerse de la filosofía, porque equivale, en primer lugar, a declarar su inferioridad ante las ciencias, y, en segundo lugar, a afirmar su inutilidad ante esas mismas ciencias. Y ante las exigencias de la vida real. La filosofía ha sido siempre el terreno en el que se mueven quienes no saben manejar con resultados positivos las operaciones científicas. En su lugar, se limitan ―en el mejor de los casos― a hablar, escribir, dar consejos, a la paremia de la obviedad solemne, a la presunta literatura sapiencial, al saber, al especular, a organizar contenidos preexistentes, a conversar sobre lo que todo el mundo sabe, a divulgar libros de autoayuda y autoengaño, a dialogar monológicamente, como Platón, arrogándose siempre una suerte de superioridad moral. En el peor de los casos, algunos filósofos se limitan a comerciar con la sofística, el engaño, la seducción, el simulacro, la mohatra de las ideas. Porque en el fondo ―lo hemos dicho―, toda filosofía es una forma excéntrica de ejercer la sofística.
En aquellas épocas en las que las
ciencias y su operatividad parecen resolverlo todo, y dar respuestas a todo, la
filosofía acciona sus celos, sus sospechas, sus condenas, sus complejos, sus
censuras. Emergen los hermeneutas. Los ventrílocuos del lenguaje. Filosofía y
religión son parientes cercanas, comparten infancia ―siniestra― y genealogía
―traicionera―, y con frecuencia se comportan, bien como enemigas íntimas, bien
como aliadas contra terceros objetivos comunes, entre los que con frecuencia se
encuentran la ciencia y la literatura. Cuando procede, la filosofía es la
secularización de la religión. Cuando no, la religión preserva a la filosofía
―por lo que pueda suceder― o pacta puntualmente con ella «amistad y lo que
surja».
La filosofía muestra sus furias
cuando alguien trata de usar la razón sin consultarla. A los filósofos se debe
esa engreída frase ―atribuida a Aristóteles (¿a quién si no?; Cervantes sólo la
usa en contextos burlescos: Quijote II, 51)― que declara con jactancia
ser amigo de la verdad y de Platón, y disponer de potestad para elegir
libremente entre una y otro (amicus Plato sed magis amica veritas), como
si la verdad necesitara de la amistad de nadie, y menos de la de los filósofos.
Así, todo filósofo genuino disputa siempre en nombre de la verdad, como si los
demás no tuvieran derecho a hacer lo mismo, y no menores razones, en nombre de
sus propias actividades profesionales y oficios particulares. Y pelea el
filósofo por el monopolio de la razón filosófica contra cualesquiera otras
razones humanas.
Platón disputó la razón filosófica,
negándosela a la literatura, como si no fuera posible una crítica de la razón
literaria, es decir, una crítica del racionalismo literario. Platón se esforzó
por presentar siempre a la filosofía como una aliada de las ciencias. Como si
las ciencias, al igual que los tiranos de Siracusa, necesitaran a Platón, o a
su filosofía, para algo.
Los escolásticos, en una Edad
Media que había convertido a la teología en la reina de las ciencias, hicieron
de la filosofía una religión. Nótese que muchos filósofos ―no todos―, al menos
hasta el siglo XVIII, fueron también científicos. Después, o fueron
esencialmente científicos, o fueron solamente filósofos: filósofos idealistas
(valga la redundancia). Toda filosofía, por el hecho de serlo, tiende al
idealismo.
Un filósofo, cuando habla, nos
dice más sobre aquello que ignora que sobre aquello que sabe. Salvo que actúe
como un sofista. ¿Qué nos ha enseñado Espinosa sobre Dios? ¿Quién ha visto la
cara del inconsciente de Freud, su cuerpo o sus órganos? ¿Qué nos ha aclarado
el Dasein de Heidegger? ¿Quién se ha encontrado alguna vez una mónada de
Leibniz? ¿Qué nos explicó Platón sobre la geometría o sobre la locura que no
nos demostrara mejor, respectivamente, Tales de Mileto o Hipócrates de Cos?
Incluso el propio Gustavo Bueno niega la existencia de la Humanidad, pero
afirma la operatoriedad de un Ego trascendental. Todo filósofo piensa
con la mente de un adolescente.
Newton es un hombre que se hace
preguntas filosóficas a las que da respuestas científicas. Con él, las ciencias
se divorcian definitivamente de la filosofía. En adelante, la filosofía será
sólo una hermenéutica de la realidad, cuando no, algo mucho peor: una sofística
al servicio de la democracia. O contra ella.
¿Qué ciencia construyó Platón?
¿Qué actividad científica llevaron a cabo Kant, Hegel, Fichte, Herder o Nietzsche y sus discípulos?
¿Qué ciencia cultivó Heidegger, filósofo del nazismo ―primero― y de la
posmodernidad ―después―? ¿Y Gadamer? ¿Y Habermas? Y sus discípulos... ¿Dónde
está la obra científica de todos ellos? ¿Dónde está la obra científica del
idealismo alemán? Mejor no nos hagamos estas preguntas..., porque no todos los
caminos de la Historia conducen a Roma. Algunos llevan a Auschwitz. Porque,
desde finales del siglo XVIII, la ciencia prescinde de la filosofía como quien
se libera de un lastre insoportable. La impedimenta histórica de las ciencias
no fue solamente la teología, sino también, y con creces, la filosofía.
La filosofía ha cortejado todas
las formas de poder: ciencia, religión y política. Hoy día sólo la política,
bajo el formato de ciertas ideologías, le muestra algún puntual aprecio. Por
parasitismo mutuamente conveniente. La religión se siente traicionada, desde el
siglo XVIII ―definitivamente―, por una filosofía que desde esa centuria pactó
con las ciencias su propia supervivencia, pero no la de sus creyentes, que dejó
a merced de El origen de las especies por medio de la selección natural, o
la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Con
frecuencia no siempre se cita el título completo de esta obra de Darwin (1859),
acaso por evitar encontrarse con la palabra tabú del alemán actual: raza. Desde entonces,
la filosofía se hizo muy «insolidaria» con la religión, legitimó determinadas
luchas por la supervivencia y cortejó con cinismo el apoyo de ciencias
emergentes. Pero las ciencias, además de no necesitar a la filosofía, no
olvidan ni perdonan los cuernos que históricamente ésta les puso ―al aliarse
con la religión, y los fundamentalismos teológicos― durante las edades Media y
Moderna.
Lo cierto es que la ciencia es lo único que, verdaderamente, hace prosperar la vida humana. Ni la religión, ni la política, ni la filosofía han alcanzado nunca los progresos de las ciencias. Ni sus logros vitales para el ser humano. Con frecuencia, ni siquiera los han permitido en numerosas ocasiones históricas. Religión, política y filosofía han sido muchas veces obstáculos muy cruentos en el desarrollo de las ciencias. Históricamente y también actualmente.
Con el avance de la Edad Contemporánea, la filosofía, tras fracasar en todos sus intentos y pretensiones de disputarle a las ciencias, desplegadas con una fuerza constructiva sin precedentes, el monopolio de la razón, reacciona con violencia, se rearma dialécticamente, y se viste de moral. ¿Y qué hace? Lo de siempre: condena, denigra y deslegitima aquello que se opone a su propia supremacía. Y maldice la ciencia, la impugna y desautoriza. Surgen así los Nietzsche, los Freud, los Heidegger: los hermeneutas de la sospecha. En realidad, sólo son hombres resentidos ante el éxito ajeno. Nietzsche, el hombre al que no quiso ninguna mujer (las inteligentes, menos). Freud, que quiso ser Darwin («nacistes cuervo y presumís paloma», que diría Lope de Vega)[1]. Heidegger, filósofo fracasado del III Reich... Porque si la razón no es mía, mejor que se muera. Si la verdad no es mi amiga, que no lo sea de nadie. Si la filosofía no es la reina de la noche, aquí no amanece ni Dios. Y el culto a la ciencia se pagará con la muerte de todo Dios. Hágase el nihilismo. La razón ha muerto ―es el imperativo que exige el filósofo―, allí donde alguien, más autorizado, formula una razón más seductora, más convincente, o simplemente más poderosa, que la suya propia. La filosofía tiene mal perder.
No sorprende en absoluto que
desde el siglo XVIII la filosofía se haya recluido, hasta la nadería y lo
trivial, en el terreno del idealismo, alemán ―primero― y posmoderno ―después―.
Si disponemos de una ciencia sobre determinada materia, ¿para qué una
filosofía? Para engañarse a uno mismo. Y a los demás. Porque ante el desarrollo
de las ciencias, la filosofía no tiene nada que hacer, más que contarse a sí
misma como una Historia de sí misma. Como las historias de un abuelo Cebolleta,
que habla de un pasado irrelevante. Cuando la filosofía se convierte en hermenéutica,
es porque se ha disuelto en retórica, sofística o ideología de sí misma, en
libro de autoayuda o en lecciones de ética para geopolíticos (la nueva
telenovela o el horóscopo de los ociosos que han reemplazado la curiosidad por la ideología), en publicidad y propaganda de temas de moda, en periodismo, en
cultura, en una actualidad que es caricatura de la realidad, es decir ―con
permiso de Góngora― «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada». La
ciencia, y curiosamente también la literatura, son las únicas actividades
humanas capaces de hacer enmudecer a la filosofía, o de delatar su sofistería.
Sofistería histórica y también posmoderna. Hoy la filosofía se encuentra sin
aliados: con la religión ya no puede contar, la ciencia le da la espalda, y la
política no la necesita, porque prefiere el periodismo y las redes sociales. La
vida del siglo XXI ha convertido a la sofística y a la filosofía en términos
sinónimos.
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NOTA
[1] Lope de Vega, Félix: «A una dama roma y fría», en Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos, 1634.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Historia de la filosofía», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 5), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- La literatura desaparece cuando el racionalismo de la censura es más potente que el racionalismo de la creación literaria capaz de evitarla.
- La figura del perro en la literatura: un animal divinizado por el arte. Cuento de José Sánchez Pedrosa en Galicia.
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Una nota muy crítica sobre la Historia de la filosofía
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