Quevedo, Francisco de: «Miré los muros de la patria mía»

                

   





Francisco de Quevedo

(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)



Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte*


     Miré los muros de la patria mía[1],
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía. 
 
     Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día. 
 
     Entré en mi casa: vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte;
 
     vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte[2]. 


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NOTA

[*] Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, Madrid, Castalia, 1987, p. 71. Edición de José Manuel Blecua, quien lo encabeza como Salmo XVII. Diferentes editores han señalado antecedentes de este poema en las Epístolas morales (I, 12) de Séneca: «Quocumque me verti, argumenta senectutis meae video» y «Debeo hoc suburbano meo, quod mihi senectus mea, quocumque adverteram, apparuit». Vid. R. M. Price, «A Note on the Sources and Structure of Miré los muros de la patria mía», Modern Languages Notes, 78, 1963 (149-199).

[1] Algunos intérpretes reducen el alcance semántico de este soneto a los límites geográficos de Madrid («la patria mía»), apelando al derribo de sus puertas y murallas a comienzos del siglo XVII. Sin embargo, esa reducción resulta empobrecedora ante las posibilidades que ofrece un soneto de estas dimensiones filosóficas y políticas. La consciencia del ubi sunt? en una triple dimensión (personal, social y política) es innegable. El propio yo del poeta, su entorno inmediato y la España de su tiempo son referentes inexcusables en la lectura de ese soneto celebérrimo de Quevedo.

[2] Se ha señalado una intertextualidad literaria con Ovidio (Tristes, I, 11, 32): «Quocumque adspicio nihil est, nisi mortis imago». En el Sueño del infierno, del propio Quevedo, leemos: «¿A qué volvéis los ojos que no os acuerde de la muerte? Vuestro vestido que se gasta, la casa que se cae, el muro que se envejece».



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