Francisco de Quevedo
(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)
Salmo XII*
¿Quién dijera a Cartagoque, en tan poca ceniza, el caminante,con pies soberbios, pisaría sus muros?¿Qué presagio pudiera ser bastantea persuadir a Troya el fiero estrago,venganza infame de los griegos duros?¿De qué alta y divina profecíala gran Jerusalén no se burlaba?¿A qué verdad no amenazó desprecioRoma, cuando triunfaba,segura de llorar el postrer día,con tanto César, Mario, Bruto y Decio?Y ya de tantas vanas confianzasapenas se defiende la memoriade las escuras manos del olvido.¡Qué burladas están las esperanzasque así se prometieron tanta gloria!¡Cómo se ha reducidotoda su fama en un eco!Adonde fue Sagunto es campo seco:contenta está con yerba aquella tierra,que al cielo amenazó con ira y guerra.Descansan Creso y Craso,vueltos menudo polvo, en frágil vaso.De Alejandro y Daríoduermen los blancos huesos sueño frío:porque con todo juega la Fortunacuanto ven en la tierra sol y luna.Y así, creyendo noble desengaño,vengo a contar que tengo tantas vidascomo tiene momentos cada un año,y, con voces del ánimo nacidas,viendo acabado tanto reino fuerte,agradezco a la muerte,con temor excesivo,todas las horas que en el mundo vivo,si vive alguna dellasquien las pasa en temores de perdellas.
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NOTA
[*] Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, Madrid, Castalia, 1987, pp. 66-67. Edición de José Manuel Blecua.
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