Francisco de Quevedo
(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)
Repite la fragilidad de la vida
y señala sus engaños y sus enemigos*
¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza[1]en esta vida frágil y liviana?Los dos embustes de la vida humana,desde la cuna, son honra y riqueza.El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,en horas fugitivas la devana[2];y, en errado anhelar, siempre tirana,la Fortuna fatiga su flaqueza.Vive muerte callada y divertida[3]la vida misma; la salud es guerrade su proprio alimento combatida.¡Oh, cuánto, inadvertido, el hombre yerra:que en tierra teme que caerá la vida,y no ve que, en viviendo, cayó en tierra![4]
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NOTA
[*] Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, Madrid, Castalia, 1987, p. 54. Edición de José Manuel Blecua. Una de las notas más poderosas de este soneto, como otros muchos de Quevedo, no es ser precedente del existencialismo, sino ser existencialismo mismo. Quevedo, y no Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger o Sartre, es el artífice del existencialismo, a partir de una transformación específicamente hispana de senequismo y cristianismo. Considerar que el centro de gravedad del existencialismo está en Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger o Sartre, es ignorar que estos escritores o filósofos —o sofistas—, o como se les quiera llamar, no son sino existencialistas extemporáneos. Y excéntricos. La Edad Contemporánea, de la mano del pensamiento anglosajón e idealista alemán, busca de forma errática, e incluso mística, respuestas a preguntas que ya tenían explicación y solución muy racional en los Siglos de Oro españoles. Si Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger o Sartre, y otros tantos sofistas contemporáneos, se hicieron estas preguntas de nuevo, con más de 200 y 300 años de retraso, se debe sobre todo a su ignorancia absoluta del Barroco español y del pensamiento literario y aurisecular de aquellos siglos. La ignorancia brutal del pensamiento siglodeoresco es una factura que ha pagado muy cara la Anglosfera, y que el mundo contemporáneo y posmoderno sigue lastrando crudamente, porque sigue invisibilizando, hoy más que ayer, ese arsenal de pensamiento y de racionalismo barroco español. Buscar la originalidad del existencialismo en el Dasein de Heidegger —o en su patética y pueril idea de tiempo— es declarar la más absoluta ignorancia respecto a la obra literaria de Francisco de Quevedo. La culpa no la tiene Heidegger: la culpa la tiene la acomodaticia y académica ignorancia de los intérpretes de este filósofo nazi. Lo mismo cabe decir del resto de los filósofos antemencionados, en particular del enfermizo Kierkegaard, un hombre que «piensa» en la realidad a partir de la supresión de la realidad, es decir, como poseso de un trastorno esquizotípico de personalidad, donde cualquier pensamiento mágico campea por sus respetos. Es admirable cómo se puede interpretar la realidad de espaldas a la realidad. He aquí el secreto del idealismo alemán. Y no ser consciente de ello. Y aún atreverse a celebrarlo con el epifonema del sapere aude! (En latín, además, en el original kantiano de 1784, ¿Qué es la Ilustración?). ¿Qué entendimiento propio cabe usar cuando se ha perdido de vista la realidad? La filosofía contemporánea busca, de forma extraviada y equivocada, respuestas que ya están dadas en el pensamiento clásico de la tradición literaria hispanogrecolatina. Y no lo sabe.
[1] Este elogio de la pobreza guarda una estrecha relación con al ascetismo. Véase al respecto nuestra interpretación de la letrilla de Góngora «Ándeme yo caliente / y ríase la gente» en este enlace y en este vídeo.
[2] Es tópico tradicional en retórica el motivo del tempus fugit, extremadamente recurrente en la poesía y la literatura de Quevedo.
[3] Divertida tiene aquí el sentido de distraída.
[4] Sugerente final, que recuerda el verso último del parlamento de Francesca en el infierno: «e caddi come corpo morto cade». Dante Alighieri, Divina commedia (1928/1997, 40-42: Inferno, V, 88-142). Versión española de N. González Ruiz, sobre la interpretación literal de G. M. Bertini, y con la colaboración de J. L. Gutiérrez García, en Obras completas de Dante Alighieri. Con «La divina comedia» en texto bilingüe, Madrid, BAC, 1980, págs. 44-46: «¡Oh ser generoso y benigno, que vas visitando por el aire tenebroso a los que teñimos el mundo con sangre! Si gozáramos de la amistad del Rey del universo, le pediríamos para ti la paz, ya que te apiadas de nuestro terrible dolor. Lo que te plazca oír o hablar, nosotros te lo diremos o te lo escucharemos mientras el viento calle como ahora. Tiene asiento la tierra donde nací en la costa donde desemboca el Po, con sus afluentes, para dormir en paz. El amor, que se apodera pronto de los corazones nobles, hizo que éste se prendase de aquella hermosa figura que me fue arrebatada del modo que todavía me atormenta. El amor, que al que es amado obliga a amar, me infundió por éste una pasión tan viva que, como ves, aún no me ha abandonado. El amor nos condujo a una misma muerte. El sitio de Caín espera al que nos quitó la vida». Estas fueron sus palabras. Cuando vi a aquellas almas heridas incliné la cabeza; y tanto tiempo la tuve así, que el poeta me dijo: «¿En qué piensas?» «¡Oh infelices! —dije al contestar—. ¡Cuántos dulces pensamientos, cuántos deseos llevaron a éstos al doloroso trance!» Luego me volví a ellos y les dije: «Francesca, tus martirios me hacen derramar lágrimas de tristeza y piedad. Pero dime: en el tiempo de los dulces suspiros, ¿cómo y por qué os permitió el amor que conocieseis los turbios deseos?» «No hay mayor dolor —me replicó— que acordarse del tiempo feliz en la miseria. Bien lo sabe tu maestro. Pero, si tienes tanto deseo de conocer la primera raíz de nuestro amor, te lo diré mezclando la palabra y el llanto. Leíamos un día, por gusto, cómo el amor hirió a Lanzarote. Estábamos solos y sin cuidados. Nos miramos muchas veces durante aquella lectura, y nuestro rostro palideció; pero fuimos vencidos por un solo pasaje. Cuando leímos que la deseada sonrisa fue interrumpida por el beso del amante, éste, que ya nunca se apartará de mí, me besó temblando en la boca. Galeoto fue el libro y quien lo escribió. Aquel día ya no seguimos leyendo. Mientras que un espíritu decía esto, el otro lloraba de tal modo que de piedad sentí un desfallecimiento de muerte y caí como los cuerpos muertos caen».
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