Francisco de Quevedo: «Felicidad barata y artificiosa del pobre»

             

   





Francisco de Quevedo

(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)



Felicidad barata y artificiosa del pobre*


     Con testa gacha[1] toda charla escucho;
dejo la chanza y sigo mi provecho[2];
para vivir, escóndome y acecho,
y visto de paloma lo avechucho[3]. 
 
     Para tener, doy poco y pido mucho;
si tengo pleito, arrímome al cohecho[4];
ni sorbo angosto ni me calzo estrecho:
y cátame[5] que soy hombre machucho[6]. 
 
     Niego el antaño, píntome el mostacho[7];
pago a Silvia el pecado, no el capricho[8];
prometo y niego: y cátame muchacho[9]. 
 
     Vivo pajizo, no visito nicho[10];
en lo que ahorro está mi buen despacho:
y cátame dichoso, hecho y dicho[11].
 


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NOTA

[*] Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, Madrid, Castalia, 1987 (195). Edición de José Manuel Blecua. Quevedo retrata aquí, bajo una sermocinación —el propio personaje habla directa y descarnadamente— a un prototipo social grotesco y ruin, apicarado, miserable y rufianesco. Pero muy gracioso él. En medio de un engañoso cosmos de figuras y apariencias, relaciones y viciosas costumbres, Quevedo retrata etopéyicamente a un bellaco urbanita y dicharachero, bufonesco y cínico. Satírico y satirizado, es personaje que podría brotar de un entremés, del que fuera protagonista y espectador. Ingrediente de poesías lúdicas, letrillas y jácaras incluso. Vivo retrato de un bienhumorado impostor, sin otro contenido que el sofisticado arte del engaño por la supervivencia.

[1] La testa gacha, es decir, la cabeza agachada, en señal falaz de sumisión, es expresión desde la que se finge humildad cínicamente.

[2] Voy al grano: no me quedo en el chiste. Quiere decir que se puede servir de la conversación graciosa, el chiste o lo que surja, no como fin en sí mismo, sino como instrumento personal para fines que le reporten provecho efectivo. No pierde el tiempo con relaciones inútiles.

[3] Su aspecto real es el de un avechucho, esto es, un pajarraco o un esperpento. Nótese la animalización grotesca. La caricatura intensa y deformante. Naturalmente, disfraza de forma y apariencia sofisticada (paloma) su aspecto repulsivo (avechucho). En términos barrocos: la realidad nunca es lo que parece, porque toda apariencia es engañosa, fraudulenta y seductora. Y suele orientarse hacia una forma ilícita de ganancia o supervivencia.

[4] Queda clara la destreza del protagonista para todo tipo de corruptelas, particularmente las jurídicas. El soneto se inscribe en el intertexto literario de la literatura confesional y cínica, tan frecuente en los clásicos de las lenguas romances (Lazarillo de Tormes, el propio Buscón de Quevedo...), y también en los Cuentos de Canterbury. No es posible olvidar la descarnada confesión del Buldero:  «Esta treta me ha hecho ganar cien marcos anuales desde que empecé este oficio de bulero […]. Mi único objetivo es el provecho económico. No me importa corregir el pecado. Me importa un bledo que, cuando se mueran, se condenen. No hay duda, la mayoría de las predicaciones están fundadas en malas intenciones. Unas veces para agradar a la gente, adularla y obtener una promoción hipócrita; otras, a causa de la vanidad o malicia […]. Escupo veneno con la apariencia de santidad, piedad y verdad […]. Sé cómo predicar contra la avaricia, el mejor vicio que practico […]. ¿Os creéis que si gano plata y oro con mis sermones voy a vivir en la pobreza? ¡Mil veces, no! Nunca me pasó por el caletre tal cosa. Predicaré y mendigaré por los más distantes lugares. No me dedicaré al trabajo normal o fabricaré cestos para mantenerme. El mendigar da para vivir. No voy a imitar a los apóstoles. Tendré dinero, lana, queso y trigo, aunque me lo proporcione el muchachito o viuda más indigente del lugar, o aunque sus hijos se estén muriendo de hambre. No; beberé vino y tendré una amante en todas las ciudades […]. Puedo ser todo lo vicioso que queráis» (Chaucer (1387/1967: 557, vv. 389-459. Trad. esp. de P. Guardia Massó, op. cit., 1997, págs. 366-367).

[5] Catar equivale a mirar, fijarse en algo a lo que se mira. Aquí, con el sentido de observar y constatar.

[6] Machucho apela en este contexto al hombre veterano, al ser «perro viejo», que se las sabe todas, y que, además, ha perdido el encanto y atractivo de la juventud, si es que en este caso alguna vez los ha tenido.

[7] Negar el antaño es negar el pasado, tratar de borrar en su apariencia presente el paso del tiempo, al teñirse de negro el bigote, y simular así una juventud de la que carece.

[8] La sentencia «pagar el pecado y no el capricho» remite a una expresión utilizada en el Siglo de Oro español que denota un sentido de responsabilidad y consecuencia por los actos cometidos. En este contexto, «pecado» es término religioso, mientras que «capricho» nos desplaza al ámbito secular, de acciones impulsivas o frívolas exentas de responsabilidad y consecuencias pecaminosas, como en principio puede resultar evidente. En suma, los pecados se pagan (en este caso, a Silvia, y con dinero...); los caprichos, no, porque no se abonan, pues simplemente no se satisfacen, o no entran en la categoría de pecados. No faltan interpretaciones religiosas, pues la hermenéutica, como el horóscopo, encuentra remedios para todo, en que se afirma que los pecados cometidos por debilidad o capricho, es decir, sin intención explícita de ofender a Dios, pueden estar sujetos a una jurisdicción o contrición sui generis «diferente». Así se sugiere en la denominada «Ofrenda por el Pecado» (chatta'ah): «Si alguien peca inadvertidamente en cualquiera de las cosas que el Señor ha mandado que no se hagan...» (Levítico, 4: 1-5). De cualquier modo, lo más probable es que la semántica de esta expresión, al menos en este soneto de Quevedo, se explique así: el locuaz protagonista paga a una prostituta los honorarios que le corresponden (el pecado), pero no el cortejo, es decir, los caprichos —joyas, perfumes, prendas, etc.— que pueda solicitar, cual buscona, la Silvia de turno. Es la negación del munera amoris: el objeto es únicamente sexual y mercantil.

[9] Ploce o mesodiplosis (cátame... machucho cátame muchacho / cátame dichoso) que permite un contraste dialéctico entre la realidad antemencionada y la apariencia actual, por complejo fingida y sofisticada: «mirad que soy viejo, mas vedme ahora joven».

[10] Porque vive en condiciones miserables, entre pajas, y no visita nichos, es decir, no visita a personas importantes. Nicho remite aquí semánticamente a hornacina, o concavidad arquitectónica en que se emplazan estatuas o iconos de personas relevantes.

[11] Nótese la absoluta recurrencia fónica de la sílaba cho, en la que concluyen inalterablemente los 14 versos del soneto. Y adviértase también que el poema concluye en el hipérbaton de una hendíadis: dicho y hecho. El personaje, un pobrete con ínfulas de rufián, concluye su intervención casi como un acumen o epifonema, feliz, satisfecho y dicharachero de ser como es. 



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