Francisco de Quevedo: «Funeral a los huesos de una fortaleza que gritan mudos desengaños»

            

   





Francisco de Quevedo

(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)



Funeral a los huesos de una fortaleza
que gritan mudos desengaños
*


Romance

 

     Son las torres de Joray[1]
calavera de unos muros 
en el esqueleto informe 
de un ya castillo difunto[2]
     Hoy las esconden guijarros, 
y ayer coronaron nublos. 
Si dieron temor armadas, 
precipitadas dan susto. 
     Sobre ellas, opaco, un monte 
pálido amanece y turbio 
al día, porque las sombras 
vistan su tumba de luto. 
     Las dentelladas del año, 
grande comedor de mundos, 
almorzaron sus almenas 
y cenaron sus trabucos[3]
     Donde admiró su homenaje[4]
hoy amenaza su bulto: 
fue fábrica y es cadáver; 
tuvo alcaides, tiene búhos.
     Certificóme un cimiento, 
que está enfadando unos surcos, 
que al que hoy desprecia un arado 
era del fuerte un reducto.
     Sobre un alcázar en pena, 
un balüarte desnudo 
mortaja pide a las yerbas, 
al cerro pide sepulcro. 
     Como herederos monteses, 
pájaros le hacen nocturnos 
las exequias, y los grajos 
le endechan[5] los contrapuntos. 
     Quedaron por albaceas 
un chaparro y un saúco,
pantasmas que a primavera 
espantan flores y frutos. 
     Guadalén[6], que los juanetes 
del pie del escollo duro 
sabe los puntos que calzan, 
dobla por él, importuno. 
     Este cimenterio verde, 
este monumento bruto 
me señalaron por cárcel: 
yo le tomé por estudio.
     Aquí, en catreda de muertos,
atento le hoy discursos 
del bachiller Desengaño 
contra sofísticos gustos. 
     Yo, que mis ojos tenía, 
Floris taimada, en los tuyos, 
presumiendo eternidades 
entre cielos y coluros[7],
     en tu boca hallando perlas 
y en tu aliento calambucos[8]
aprendiendo en tus claveles 
a despreciar los carbunclos, 
     en donde una primavera 
mostró mil abriles juntos, 
gastando en sólo guedejas
más soles que doce lustros,
     con tono clamoreando, 
que la ausencia me compuso, 
lloré los versos siguientes, 
más renegados que cultos:
 
«Las glorias de este mundo 
llaman con luz para pagar con humo.

     »Tú, que te das a entender 
la eternidad que imaginas, 
aprende de estas rüinas. 
si no a vivir, a caer. 
     El mandar y enriquecer 
dos encantadores son 
que te turban la razón, 
sagrado[9] de que presumo. 

Las glorias de este mundo 
llaman con luz para pagar con humo.

     »Este mundo engañabobos, 
engaitador de sentidos, 
en muy corderos validos 
anda disfrazando lobos. 
     Sus patrimonios son robos, 
su caudal insultos fieros; 
y en trampas de lisonjeros 
cae después su imperio sumo. 

Las glorias de este mundo 
llaman con luz para pagar con humo». 


____________________

NOTA

[*] Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, Madrid, Castalia, 1987 (318-321). Edición de José Manuel Blecua.

[1] Los muros o Torres de Joray eran ya en tiempos de Quevedo las ruinas de una antigua fortaleza medieval de históricas vicisitudes bélicas. Su construcción ―musulmana― se data en los siglos IX y X. Geográficamente se encuentran entre las poblaciones de Torre de Juan Abad y Villamanrique, sobre un cerro de casi 900 metros de altura.

[2] Desarrolla un tópico muy querido por el mundo grecolatino: la muerde incluso de las ruinas. «Etiam periere ruinae» (Lucano, Farsalia, 9, 969). Es frase que se atribuye a César en su visita a Troya. 

[3] El DRAE define trabuco, en su segunda acepción, como «máquina de guerra que se usaba antes de la invención de la pólvora, para batir las murallas, torres, etc., disparando contra ellas piedras muy gruesas» (27.02.2024). 

[4] Homenaje era el nombre que se daba a la torre más fuerte y valiosa ―por su dominio sobre el conjunto arquitectónico y bélico― de una fortaleza o castillo. En ella hacía el «castellano» juramento de fidelidad y defensa.  

[5] Una endecha es un cántico triste, una canción luctuosa, incluso elegíaca o funeraria.

[6] El río Guadalén, afluente del Guadalimar, discurre entre las provincias de Ciudad Real y Jaén.

[7] Coluros son líneas imaginarias que conectan los polos celestes con puntos específicos en la superficie terrestre, y se utilizan en diversos sistemas de coordenadas para propósitos de ubicación y seguimiento de objetos astronómicos.

[8] Flor blanca y aromática del árbol homónimo.

[9] Sagrado es lugar al que alguien se acoge para preservarse de este modo de un peligro. Era frecuente incluso que los delincuentes, criminales o perseguidos de la Justicia «se acogieran a sagrado», bajo el amparo de la Iglesia católica, para evitar ser apresados. 



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