Francisco de Quevedo
(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)
Visita de Alejandro a Diógenes, filósofo cínico*
Romance
En el retrete del mosto,vecino de una tinaja,filósofo vendimiado,que para vivir te envasas,galápago de Alcorcón,porque el sol te dé en la cara,campando de caracol,traes a cuestas tu posada.¡Válgate el diablo por hombre!No sé cómo te devanas,acostado en un pucheroel cuerpo, y el sueño a gatas.Pepita de un tinajero,nos predicas alharacascontra pilastras y nichosy alquileres de las casas.No saben de ti los vientos,porque les vuelves las ancas;y para mudar de pueblo,echándote a rodar, marchas.Para mejorar de sitiotu persona misma enjaguas;lo que ocupas es alcoba,y lo que te sobra, salas.Si te abrevias en cuclillas,en el sótano te agachas,si te levantas en pie,a tu desván te levantas.Ves aquí que viene a verteel hidrópico monarcaque de bolillas de mundosse quiso hacer una sarta;aquel que, glotón del orbe,engulle por su gargantaimperios, como granujay reinos, como migajas;quien con cuernos de carneroguedejó su calabaza,y por ser hijo de Jovese quedó chozno de cabras;el que tomaba igualmentelas zorras y las murallas,en cuya cholla arbolaronmuchas azumbres las tazas,cátatela aquí vestidotodo de labios de damas;esto es, de grana de Tiro,si la copla no me manca.Levanta la carantoñaque por el suelo te arrastra:mira la gomia del mundo,serenísima tarasca.En el mes de las moquitas,cuando saben bien las mantas,y cuando el sol a los pobressirve de cachera y ascuas.Diógenes, pues, que a sus rayosse despoblaba las calzasde los puntos comedores,que estruja, si no los rasca,con unas uñas verdugas,y con otras cadahalsas,aturdido del rumorque trae su carantamaula,volvió a mirarle, los ojosemboscados en dos cardas,y pobladas sus mejillasde enfundaduras de bragas.De un cubo se viste loba,y de dos colmenas, mangas,limpias de sastre y de tiendacomo de polvo y de paja.Una montera de greñaera coroza a su caspa;en el color y en lo yerto,juntos erizo y castaña.Por lo espeso y por lo sucio,cabellera que se vacia,melena de entre once y doce,con peligros de ventana.Miró de pies a cabezala magnífica fantasma,y preciándole en lo mismoque si el rey Perico baila,y sin chistar ni mistarni decir una palabra,formando con las naricesel gandujado de caca,al sol volvió el coram vobis,y al emperador las nalgas,con muy poca cortesía,aunque con mucha crianza.Era Alejandro un mocitoa manera de la hampa,muy menudo de facionesy muy gótico de espaldas.Barba de cola de pezen alcance de garnacha,y la boca de amufarcon bigotes de Jarama.La mollera en escabeche,con un laurel que la calza,y para las amazonascon brindis de piernas zambas.El vestido era un enjertode cachondas y botargaspintiparado al que vemosen tapices y medallas.Púsose de frente a frentede la mal formada cuadra,y dejándola a la sombrasus purpúreas hopalandas,le dijo: «Cínico amigo,lo que quisieres demanda;pide sin ton y sin son,pues que ni tañes ni bailas.»Yo soy quien, para vestirsetoda la región mundanapor estrecha la acuchilloy al cielo le pido ensanchas»Pide, porque, aun siendo dueña,te pudiera dejar harta,y aun si fueras cien legionesde tías y de cuñadas».Diógenes, que no habia sidosocaliña ni demanda,agente ni embestidor,ni buscona cortesana,respondió: «Lo que te pidoes que volviéndote al Asia,el sol que no puedes darmeno me le quiten tus faldas.»Nadie me invidia la mugre,como a ti el oro y la plata:en la tinaja me sobray en todo el mundo te falta,»Mi hambre no cuesta vidasal viento, al bosque o al agua;tú, matando cuanto vive,sola tu hambre no matas.»Para dormir son mejoresestas yerbas que esas lanzas;a todos mandas, y a titus desatinos te mandan.»Pocos temen mis concomios,muchos tiemblan tus escuadras:déjame con mi barreñoy vete con tus tïaras,»que yo, vestido de un tiesto,doy dos higas a la Parca,pues tengo en él sepultura,después que palacio y capa.»Tiende redes por el mundomientras yo tiendo la raspa:que en cas de las calaverasambos las tendremos calvas.»El veneno no conocelas naturales vïandas;vete a morir en la mesay a vivir en las batallas.»El no tener lisonjeroslo debo al no tener blanca,y si no tengo tus joyastampoco tengo tus ansias.»Como yo me espulgo, puedes(si alguna razón alcanzas)espulgarte las orejasde chismes y de alabanzas.»Y adiós, que mudo de barrio,que tu vecindad me cansa».Y echó a rodar su edificioa coces y a manotadas.Oyólo Alejandro Magno;y recalcado en sus gambas,muy ponderado de hocico,más apotegma que chanza,dijo: «A no ser Alejandro,quisiera tener el almade Diógenes, y mis reinosdiera yo por sus lagañas».Los amenes de los reyesdijeron a voces altas:«¡Lindo dicho!», y era el dichotrocar el cetro a cazcarrias.Quedóse el piojoso a solasy el Magno se fue en volandas:si Dios le otorgara el truecoallí viera Dios las trampas.
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NOTA
[*] Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, Madrid, Castalia, 1987 (292-299). Edición de José Manuel Blecua.
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