III, 3.4.1 - Literatura primitiva o dogmática

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Literatura primitiva o dogmática


Referencia III, 3.4.1

 

Quiero dar a conocer a mi país a aquel que todo lo ha visto,
a aquel que ha conocido lo profundo, que ha sabido todas las cosas,
que ha examinado en su totalidad todos los misterios…

Anónimo, Poema de Gilgamesh (Tablilla I, Columna I, vv. 1-3).

 

Borraré de sobre la haz del suelo al hombre que creé, desde los hombres a las bestias, los reptiles y las aves del cielo inclusive, pues estoy arrepentido de haberlos hecho.

Soliloquio de Yahvéh, barruntando el diluvio (Génesis 6, 7).

 

Vemos, repito, cómo los teólogos se han afanado, las más de las veces, por hallar la forma de arrancar de las Sagradas Escrituras sus ficciones y antojos y avalarlos con la autoridad divina, y que nada hacen con menor escrúpulo y mayor temeridad, que interpretar las Escrituras o mente del Espíritu Santo.

Baruch Spinoza, Tratado teológico-político [vii, 1] (1670/1986: 191).

 

Si no hubiesen llegado hasta nosotros los monumentos de la cultura antigua, y si la poesía de la religión del mundo antiguo se hubiese extinguido al mismo tiempo que sus creencias…

Percy Bysshe Shelley, Defensa de la poesía (1840/1986: 56).

 

Todos los siglos estaban ahí…

Víctor Hugo, La leyenda de los siglos (1859).

 


Crítica de la razón literaria

Denominaré literatura primitiva o dogmática a aquella literatura cuyos modos y tipos de conocimientos son, respectivamente, acríticos e irracionales, es decir, cuyos saberes, característicos de sociedades pre-estatales o praeter-racionales, se basan en el mito, la magia, la religión y la técnica. Los ejemplos más sobresalientes y representativos de literatura primitiva o dogmática son la Biblia y el Corán. Con todo, la mayor parte de la literatura de todos los tiempos está penetrada de fragmentos e intertextos que reproducen, de forma explícita e intencional, saberes acríticos e irracionales, desde la Divina commedia de Dante hasta la poesía creacionista de las vanguardias novecentistas, pasando por La Celestina (1499) de Fernando de Rojas, los Les Chants de Maldoror (1869) de Isidore Ducasse o Pasión de la Tierra (1935) de Vicente Aleixandre.

Examinada desde el presente contemporáneo, la literatura primitiva o dogmática resulta ser, en su génesis más estricta, una literatura fosilizada, regresiva o incluso retrógrada, ya que el ser humano de nuestro tiempo no podría vivir racionalmente en un mundo como el que se postula en estas obras literarias. Hay que tener muy presente, además, que la mayor parte de estos textos no se concibe originariamente como literatura, sino como libros sagrados o dogmáticos. Su interpretación literaria es muy posterior a su redacción o elaboración, y no se manifiesta hasta que un pensamiento secular, profano, racionalista y crítico, dispone de un poder institucional, esto es, político, lo suficientemente consolidado como para que aparezcan los primeros intérpretes capaces de plantear una lectura no confesional ni dogmática, sino filológica, filosófica, científica, de estos textos, genuinamente religiosos, sagrados o preceptivos. La literatura dogmática o primitiva lo es siempre retrospectivamente. En su origen y concepción, émica o endonímicamente, esto es, desde la perspectiva y la intención de sus autores, estas obras no son literarias, sino dogmáticas, es decir, irracionales y acríticas. Sólo ética o exonímicamente, desde la perspectiva histórica geográfica y política del intérprete, estas obras pueden ser objeto de una interpretación crítica y racional, esto es, filológica, filosófica o científica.

Las obras de esta naturaleza se escriben de espaldas a la razón. Sus autores no mantienen, en el momento de su concepción y escritura, un diálogo con la razón humana, sino con una suerte de mitología divina, o razón mitológica, a la que identifican como principio generador de sus escritos. Se trata de textos dogmáticos, que hacen pensar en la tesis de Averroes según la cual la religión es una doctrina destinada al gobierno de las masas incapaces de darse una ley a sí mismas por medio de la razón. Los contenidos de este tipo de literatura, principalmente bíblica y coránica, son pre-racionales, y en consecuencia sus formas carecen de intención o voluntad crítica. Es una literatura ajena a la razón antropológica, siempre desde el punto de vista etic o exoonímico de sus críticos racionalistas y profanos, ya que sus autores jamás habrían considerado émica o endonímicamente como literarias estas obras suyas, las cuales cumplen con las creencias de las culturas primitivas, anteriores al racionalismo político y literario de las sociedades humanas que las hicieron posibles como literatura, al dejar de interpretarlas como textos sagrados. Las sociedades que las redactaron y elaboraron fueron con frecuencia organizaciones humanas previas a su constitución como Estado, así como también ajenas a la concepción sistemática y a la transmisión científica de un conocimiento crítico que, con el paso del tiempo histórico, las someterá a examen.

La Crítica de la razón literaria trabaja con tres ideas fundamentales, de ascendencia buenista, desde las que aquí articulamos una ontología de la literatura: la idea de Mundo (M) indeterminado formalmente como materia ontológico-general, la idea de conciencia o Ego trascendental (E), y la idea de Mundo interpretado (Mi), esto es, determinado formalmente, como materia ontológico-especial. Los artífices de este tipo de literatura, primitiva o dogmática, tienden a interpretar el mundo desde una ontología general (M), es decir, desde una metafísica. Su esquema corresponde al modelo de una filosofía próxima al monismo axiomático de la sustancia, previa al pensamiento socrático y a la filosofía académica de Platón (Bueno, 2004)[1]. En el caso de los antiguos griegos, este modelo correspondía a la metafísica presocrática, la cual tomaba el Mundo no interpretado (M) como premisa del sistema de pensamiento, de tal modo que M era un elemento único, del cual emanaba todo lo demás («todo es agua»: M = agua; «todo es aire»: M = aire, etc.). Las culturas hebrea y árabe dirán, respectivamente que M es Yahvéh y M es Alá. La lectura de la fórmula seguirá en este caso la siguiente disposición, en la que el Mundo (M) incluye al Mundo interpretado (Mi), y éste, por último, al sujeto cognoscente y operatorio (E):

 

¬  - - - - - - - - -


E  Ì  Mi  Ì  M

 

En este contexto gnoseológico, el Mundo (M) no conocido, con frecuencia descrito y fundamentado mitológicamente, domina sobre el Mundo interpretado (Mi) racionalmente. El mito se impone sobre el logos y lo subyuga.


La Antigüedad (los mil años que transcurren desde el 575 hasta el 475, como fechas convencionales aproximativas —el eclipse de Sol que predijo Tales de Mileto en 575 a. C. y la caída del Imperio romano de Occidente, con Rómulo Augústulo—) referida a una civilización atécnica, en la que no cabía hablar del control tecnológico (por el hombre) de los fenómenos (políticos, cosmológicos) del mundus adspectabilis que, a su vez, se concebía como «incluido» en una Realidad impersonal (Caos, Apeiron, Sphairos eleático, Migma, Acto Puro, Cosmos atomístico, Heimarmene) habría determinado una «ideología metafísica de fondo», ejercida, más que representada, en la cual los elementos egoiformes E (hombres, démones, dioses) se tratan como si estuvieran incluidos en el mundo de los fenómenos (Mi), a su vez envuelto en una Realidad impersonal M (Bueno, 2004: 1).


Desde este modelo, previo a la constitución misma de la filosofía, y propio de un pensamiento presocrático, Hesíodo compone su Teogonía, la cultura hebrea el Viejo Testamento y el islam su Corán. Sólo una futura expansión del racionalismo humano, merced al progreso de la ciencia y la filosofía crítica, negará la posibilidad de explicar la existencia humana desde la retórica de un mito cosmogónico o de una legislación metafísica, monoteísta y dogmática. Los artífices de este tipo de literatura toman como premisa o punto de partida una realidad trascendente e impersonal (M) que, dada por supuesta, permite obtener e imponer un mundo sensible e inteligible, dentro del cual el ser humano queda religado a un monismo axiomático y subordinado al dogma de un mito o de un numen.

Ha de advertirse —siguiendo a Bueno (1974)— que con frecuencia se ha interpretado el pensamiento presocrático, incluso por los propios filósofos —no digamos ya por los filólogos, que con frecuencia tienden a hacer una interpretación por completo retórica, cuando no poética, de los textos de filosofía (y lo más irónico es que con frecuencia aciertan)— como un pensamiento cosmológico, relativo a una naturaleza esencial, cuya unidad se pretendía. Semejante interpretación es de una reducción tan aparente como inaceptable. El pensamiento presocrático, si es metafísico, difícilmente puede ser cosmológico, y si es cosmológico, no podrá ser metafísico. La escuela milesia no se ocupó de las cuestiones de la naturaleza en sí, ni siquiera desde pretensiones exclusivamente especulativas y exentas de los intereses e implicaciones humanas, sino todo lo contrario. A Tales le interesa la naturaleza y el cosmos en tanto que objeto de dominio por parte del ser humano. Y desde este punto de vista será más coherente hablar de pensamiento antropológico de contenidos cosmológicos que de pensamiento cosmológico de contenidos metafísicos[2].

Estas exigencias de los milesios de la antigua Grecia no están ni en el judaísmo ni en el islam. Árabes y hebreos se disocian en este punto de la metafísica presocrática. La Biblia y el Corán no son, ni quieren ser, la Teogonía de Hesíodo, ni los Trabajos y días, ni mucho menos el Poema de Gilgamesh. La literatura primitiva o dogmática no está en función del ser humano, sino que se basa en imperativos míticos y religiosos, y es por completo renuente a interpretaciones racionales. Sus objetivos remiten una y otra vez a la presencia, función y destino de un Dios que interviene furiosamente en el terrenal mundo del Hombre, un Dios al que este Hombre queda por completo religado. La naturaleza, en los antiguos griegos, está en función del ser humano, y su protagonismo es un antropomorfismo delegado inicialmente a través del pensamiento presocrático, que se expone siempre desde una perspectiva humana.

En el siguiente esquema se objetiva la primera de las secuencias de la genealogía de la literatura. Se trata de una literatura constituida a partir de saberes pre-racionales y acríticos, propios de sociedades culturalmente formadas en el mito, la magia, la religión y la técnica, es decir, en formas de conocimiento características de una literatura primitiva o dogmática. En la parte IV, capítulo 1, de la Crítica de la razón literaria (IV, 1) se ofrece una interpretación de diferentes materiales y ejemplos literarios de literatura primitiva o dogmática



La literatura primitiva o dogmática
constituye la primera de las secuencias de la genealogía de la literatura


Jesús G. Maestro



En suma, nos hallamos ante un tipo de literatura que exige y postula interpretaciones dogmáticas. Es religiosamente preceptiva. De ella no puede extraerse una poética de la literatura. Ni el Éxodo ni el Deuteronomio se escribieron para leerse como literatura de ficción. Ninguno de sus destinatarios hebreos inmediatos se habría atrevido jamás a interpretarlo desde lo que hoy conceptualizamos como ficción. Los pueblos primitivos no disponen de la misma idea de ficción que nosotros, por la sencilla razón de que tampoco disponen de la misma idea de realidad de la que nosotros nos servimos. El irracionalismo, o simplemente la ignorancia de la meteorología, hace que un ser humano del siglo VIII a.n.E. viva en la convicción de que un rayo es demostración de la ira de su dios, y no una descarga eléctrica atmosférica. Por eso ha de insistirse en que este tipo de literatura es de naturaleza dogmática, al brotar nuclearmente del eje angular (creencias metafísicas) y expresarse a través de componentes arcaicos, que carecen de valor genuino y operativo en nuestro mundo contemporáneo, desde el momento en que ya no escribimos ni sobre piedra ni en papiros, sino mediante el uso de instrumentos informáticos. En consecuencia, la literatura primitiva o dogmática impone en el intérprete el uso de una hermenéutica alegórica, destinada a justificar dogmas y fideísmos, así como evita toda posible interpretación crítica y normativa que pueda socavar o cuestionar la fragilidad o la retórica de sus fundamentos irracionales. La obra de Spinoza, su Tratado teológico-político (1670), constituyó en este punto un feroz sacrilegio, que le valió la inmediata condena de la Sinagoga de Ámsterdam, el Jerem, la más dura de las excomuniones que concibe el judaísmo (por no hablar de su destierro y de su intento de asesinato). La literatura primitiva o dogmática rechazará, en consecuencia, toda interpretación científica capaz de poner en tela de juicio su preceptiva moral, mitológica o religiosa. Todo lo que no ratifique sus dogmas será condenado y combatido. A la razón sólo se la puede intervenir, bien con una razón más amplia y potente, que englobe a la precedente (y en este caso hablaríamos propiamente de una reconstrucción racionalista), bien mediante la destrucción ontológica, es decir, a través de la desintegración y destrucción de sus realidades y posibilidades materiales de desarrollo, cuya máxima expresión es la que puede ejecutar la operatoriedad o actividad del ser humano, el sujeto racional por excelencia. Las fetuas contemporáneas no son una broma retórica.

 

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NOTAS

[1] «El materialismo filosófico utiliza un sistema de coordenadas definibles en torno a los tres términos ya referidos (E, Mi, M), en función de los cuales distingue seis alternativas sistemáticas abstractas (desplegadas ulteriormente en dieciocho modalidades) a partir de las cuales cabrá diferenciar las tres grandes épocas sucesivas en las que convencionalmente suele ser dividido el curso histórico del pensamiento occidental (Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna), así como también los pares de orientaciones correspondientes a cada edad. Y no sólo sucesivamente, sino también en coexistencia polémica (Presocrática / Época clásica, Teología dogmática / Escolástica, Idealismo-Espiritualismo / Materialismo)» (Bueno, 2004: 1).

[2] Sigo a Bueno en su concepción de la metafísica presocrática: «Es una comprensión «desde el Cosmos», pero en la que se contiene un interés por las cuestiones antropológicas pragmáticas, de primer orden. La doctrina de los ciclos cósmicos, del eterno retorno, tan frecuente entre los presocráticos, no es una simple especulación motivada por una curiosidad desinteresada. Es una doctrina ligada a intereses culturales muy profundos» (Bueno, 1974: 31).






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Literatura primitiva o dogmática», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 3.4.1), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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Jesús G. Maestro