III, 5.6.4 - Más allá de la teoría del cierre categorial

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Más allá de la teoría del cierre categorial

Una interpretación no dogmática de la filosofía de la ciencia
del materialismo filosófico de Gustavo Bueno



Referencia III, 5.6.4


Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que sospecha tu filosofía... 

William Shakespeare (Hamlet, I, 5).



Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Ignorar la literatura es tan grave como ignorar un asesinato, del mismo modo que ignorar la Teoría de la Literatura es tan grave como ignorar una enfermedad.

Hablo en estos términos porque es necesario plantear algunas cuestiones fundamentales respecto al futuro de la teoría del cierre categorial, la filosofía de la ciencia construida por Gustavo Bueno.

Lo primero que hay que constatar es que la teoría del cierre categorial es un proyecto que Bueno deja incompleto ―por inacabado o inconcluso―. De los varios libros anunciados bajo este rótulo, sólo se publicaron los cinco primeros, en 1992. Su filosofía de la ciencia ha sido objeto de múltiples discusiones entre los propios discípulos de Bueno, que no se ponen de acuerdo respecto a numerosas cuestiones fundamentales[1]. Cabe suponer que serán otros, otros intérpretes, no necesariamente discípulos de Gustavo Bueno, los que, con el paso del tiempo, reinterpretarán la teoría del cierre categorial, esto es, la teoría de la ciencia del materialismo filosófico como sistema de pensamiento, desde criterios más amplios y avanzados y sin duda menos gregarios.

De un modo u otro, la teoría del cierre categorial no puede reducirse a una hermenéutica gremial o endogámica, la de sus discípulos o seguidores más inmediatos ―por dialéctica que ésta pueda resultar entre ellos―, ni tampoco a una hermenéutica exogámica, protagonizada por intérpretes posteriores, o venideros. No es una cuestión de hermenéutica. Ni de especulación. Es un trabajo de aplicación práctica, de proyección y ejercicio de la teoría del cierre categorial en el curso operatorio y ejecutivo de las diferentes ciencias, y de todo cuanto estas ciencias utilizan y movilizan.

Todo aquel que se vea obligado a meter las manos en la masa de la Historia, de la medicina, de la Teoría de la Literatura, de la ginecología, de la lingüística, de la termodinámica, del Derecho, de la astrofísica, de la economía o de la oncología, es decir, toda aquella persona que trabaje con los materiales de estos campos ―sistematizados en los terrenos de tales nomenclaturas―, que hoy día resultan organizados desde instituciones políticas o estatales y desde proyectos empresariales o industriales, sabe que lo que hace está contenido en las realidades materiales de hechos que dependen de posibilidades empresariales e institucionales, es decir, de hechos que están limitados y determinados por condiciones industriales y circunstancias políticas.

Las ciencias, hoy, son construcciones empresariales e institucionales. No sólo categoriales. Son resultado de configuraciones políticas e industriales, sistematizadas por las metodologías que tales ciencias ejecutan de hecho, es decir, ontológicamente. Esto no es incurrir en sociología de la ciencia: esto es reconocer la realidad y la verdad del contenido y de las posibilidades materiales de las ciencias. ¿Qué importa el cierre categorial de la criminología, del Derecho o de la Jurisprudencia, si se tiene delante a un juez con una investigación que usa metodologías (alfa y beta operatorias) que van desde las pruebas de adn o el carbono-14 hasta el informe pericial de un psiquiatra, un guardia civil de tráfico o un lingüista forense, por ejemplo?

Más de una persona ha metido las manos en la masa de la Historia y se ha dado cuenta de que la teoría del cierre categorial, tal como está planteada, acaso no basta. Y no basta porque puede dejar a merced de las ideologías posmodernas la interpretación de hechos históricos indiscutibles. Desde luego, la Historia como ciencia, ante la teoría del cierre categorial, requiere una reinterpretación de la teoría del cierre categorial mucho más amplia y menos dogmática de la que algunas personas han hecho pública.

La teoría del cierre categorial no es una cosa especulativa. No es un formalismo. No es una tabla de verificación. No es un preceptiva gnoseológica. No es una retórica de las ciencias. No es una filosofía dogmática, desde la que determinar qué actividades humanas son científicas y qué otras no lo son. Esas determinaciones, a los científicos, les traen absolutamente sin cuidado, y sólo interesan, por el momento, a algunos filósofos materialistas. Los médicos que ejercen la medicina, los matemáticos que ejercen la matemática, los lingüistas que trabajan en lingüística, ignoran hoy que hay una teoría del cierre categorial. Y no necesitan conocerla para ejercer sus respectivas ciencias. La teoría del cierre categorial es, hoy, más una necesidad del filósofo materialista que de nadie más. Y esa limitación es lo que hay que superar, si se pretende hacer de la teoría del cierre categorial algo más que una filosofía de la ciencia para uso gregario de algunos materialistas filosóficos —más bien de algunos comentaristas espontáneos y ocurrentes—, cuya actividad se reduce habitualmente a redes sociales y carece de todo valor[2]. El debate real es exogámico, no endogámico. Hay que exteriorizar las ideas, y hacerlas valer más allá de su nido genético. 

Ahora bien, lo difícil no es justificar el cierre categorial de las matemáticas o de la geometría. Entre otras cosas, porque la justificación, o no, de este cierre no es más que un acto performativo que, además de no tener ninguna consecuencia práctica, no pone en cuestión ningún fundamento de la teoría del cierre categorial. Podemos decidir que la matemática, la medicina o la química disponen, o no, de un cierre categorial, pero una vez legitimada tal decisión, el curso de la matemática, la medicina y la química seguirá igual que antes, del mismo modo que si informamos a una montaña que su altura nos resulta muy atractiva, la montaña no experimentará ningún agradecimiento o repudio. A la montaña, tal información le resulta completamente indiferente. Son actividades para entretenerse más o menos endogámicamente. Algo así es hablar entre miembros de la misma familia o clase, ignorando cuanto hay más allá del gremio clan o fratría. Tal cosa supone simular que se pone a prueba la teoría del cierre categorial, cuando en realidad ese cierre sólo se verifica en categorías que a priori ya aseguran el cierre. Lo difícil, lo verdaderamente desafiante, es enfrentar la teoría del cierre categorial con ciencias que se basan casi exclusivamente en las denominadas metodologías beta, es decir, aquellas en las que las operaciones de los seres humanos están presentes y no se pueden neutralizar o segregar como ocurre en las metodologías alfa. Lo difícil, pues, es meter las manos en la masa de las ciencias cuyos materiales no son inertes, porque son ―como los denominaron los seductores idealistas alemanes, con quienes nada tenemos que ver― humanos.

Lo difícil es, en suma, justificar lo científico desde las metodologías beta. Ahí tiene que demostrar la teoría del cierre categorial para qué sirve. A esto hay que enfrentarse, porque lo que no podemos asumir es que algo deje de ser científico (béticamente) porque no es categorialmente cerrable en los mismos términos en que sí lo es algo cerrable alfabéticamente. Dicho de otro modo: la teoría del cierre categorial exige distinguir y reconocer grados o franjas de verdad y, también, umbrales de cientificidad. Y para reconocer estos grados o umbrales hay que estar dispuesto a asumir algo muy crudo: que la idea de categoría es una idea insuficiente, aunque sea fundamental. La idea de categoría no basta. Repito: la idea de categoría científica no basta. Decir que las ciencias son categorías no es suficiente. Y no basta, y no es suficiente, porque no todas las ciencias se explican desde una idea única y cerrada, uniforme y ortodoxa, preceptiva o intacta, ni de cierre ni de categoría. Directamente: hay ciencias que no se explican, sin más, desde un cierre categorial.

El propio Bueno distinguió inmediatamente entre cierre y clausura. Tal distinción supone incurrir en una paradiástole que nos introduce en un abismo retórico. Desde la Crítica de la razón literaria, es decir, desde el racionalismo literario, tenemos que hacer muchas más distinciones, preguntas y exigencias a la teoría del cierre categorial que desde el racionalismo químico, matemático o geométrico. En estas materias se basa la teoría del cierre categorial, y con ellas no hay problemas. El problema de la teoría del cierre no está en este tipo de ciencias, las tradicionalmente llamadas «naturales», sino en las «ciencias humanas». El principal reto de la teoría del cierre categorial tiene un nombre inequívoco: literatura. La Crítica de la razón literaria enfrenta la teoría del cierre categorial a muchas más materias de las que pudo enfrentarse Bueno. La lengua española es en este punto, como en muchos otros, más expresiva que la inglesa: «Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que sospecha tu filosofía» (Hamlet, I, 5). Si pensamos en la matemática, o en la geometría, todo casa fácilmente, en comparación con lo que ocurre con la Historia o con la Teoría de la Literatura. Es cierto que Bueno pensó en la Historia. Pero no es menos cierto que Bueno nunca pensó en la Teoría de la Literatura cuando redactó su teoría del cierre categorial. Nosotros sí estamos obligados a hacerlo.

La teoría del cierre categorial es una referencia importante, y para algunos de sus conocedores marca un antes y después en la filosofía de la ciencia, pero este después está por hacer. Y este después no puede ser ―desde luego― ni una reiteración del antes, ni ―por supuesto― una dogmática del ahora. La teoría del cierre categorial no es el final, sino el principio, la premisa, el fundamento, de toda una filosofía de la ciencia, la del materialismo filosófico como sistema de pensamiento construido por Gustavo Bueno, que dispone de un muy fértil futuro por delante. Como es bien sabido, el futuro es lo que está por hacer, más que lo que está por venir. La Crítica de la razón literaria excluye interpretaciones dogmáticas y preceptivas ortodoxas. El futuro de la teoría del cierre categorial depende, de forma decisiva, de las ciencias que se sirven sobre todo de las denominadas metodologías beta. Y depende de ellas porque las ciencias basadas en metodologías alfa no tienen nada nuevo ni original que demostrar hasta el momento por lo que respecta a la teoría del cierre categorial. Y porque tampoco respecto a ellas la teoría del cierre categorial ha sido extraordinariamente original. Afirmar que la matemática o que la geometría son ciencias es hablar a personas ya convencidas de tal declaración. Es predicar ante convictos. El desafío lo constituyen materias como la Historia o la Teoría de la Literatura. No es la teoría del cierre categorial la que desafía a la Teoría de la Literatura, o a la Historia, sino que son estas últimas, las realidades de la Historia o de la Teoría de la Literatura las que desafían a quienes puedan reducir la teoría del cierre categorial a una filosofía de la ciencia destinada a interpretar solamente las ciencias de cuyo estatuto científico nadie duda desde la escritura y publicación de la Crítica de la razón pura, en 1781. Y Bueno no escribió, evidentemente ni de lejos, la Teoría del cierre categorial (1992) para publicar confirmaciones kantianas. En la teoría del cierre categorial de Bueno hay mucho más de lo que se ha dicho ―y mucho más de lo que se ha interpretado― hasta el momento. Y en esas interpretaciones, las ciencias béticas (las basadas en metodologías β) tienen más futuro, y tienen más que decir ―porque sus exigencias son mayores―, que las ciencias alfabéticas (las capaces de articularse en metodologías α, las cuales, partiendo fenomenológicamente de las metodologías β, neutralizan, segregan o superan a estas últimas).

Hay aspectos que requieren una revisión importante en la teoría del cierre categorial, no sólo para cuestionarla, sino también para desarrollar sus competencias y posibilidades. La Crítica de la razón literaria no considera la teoría del cierre categorial como un punto de llegada, sino de partida. No es una meta, ni una preceptiva, sino una premisa, un sistema abierto.

En primer lugar, hay que advertir algo muy revelador: desde 1992, en que se publican los 5 tomos de la Teoría del cierre categorial, hasta 2016, en que se produce la muerte de Bueno, transcurren 24 años. 24 años es tiempo suficiente para ultimar la teoría del cierre categorial. Pero Bueno no lo hace. Bueno no concluye la teoría del cierre categorial. Dice que no interesa. Escribe libros sobre política, el mito de la felicidad, España, el pensamiento Alicia, etc. Pero algo tan decisivo como la teoría del cierre categorial no se concluye. ¿Por qué? No me convence la razón según la cual Bueno considera que no interesa. Basta que le interese a Bueno. No se escribe en función de los intereses de los demás, sino de los intereses del propio investigador. Mi interpretación: Bueno no concluye la teoría del cierre categorial porque no ve claro el final. Porque constata demasiadas cosas. No lo ve claro. Y por eso no ultima la teoría del cierre categorial.

En segundo lugar, no podemos negar que la teoría del cierre categorial está concebida inicialmente desde la placenta de las ciencias exactas, de las ciencias alfabéticas o alfaoperatorias, concretamente desde el conocimiento del patrón de determinadas ciencias exactas: matemáticas y geometría, esencialmente. Las basadas en las metodologías alfa. A partir de ahí, todo se despliega —sobre todo para algunos de sus seguidores— como una suerte de degeneración de las ciencias, objetivada esta degeneración en el uso de metodologías béticas (β operatorias), fundamentadas en una genealogía de las técnicas en las que es imposible disociar al ser humano. Por este camino desembocamos en las llamadas metodologías beta.

En tercer lugar, hay que tener en cuenta que la idea de cierre, que funciona muy bien en teoría— en las metodologías alfa, no se logra a medida que nos aproximamos hacia los terrenos prácticos en los que operan las metodologías beta, y perdemos la capacidad de remontarnos hacia momentos o procesos alfa. De este modo, se tiende, en primer lugar, a identificar, con idealismo imperceptible, con formalismo propio de un teoreticismo incompatible con el materialismo filosófico, las categorías y los cierres, y, en segundo lugar, a considerar que las ciencias de verdad, o son alfa, o son usos imperfectos de alfa. Y por tanto no son ciencias. De ahí las «ciencias» béticas (β operatorias), que serían usos imperfectos de la idea de ciencia, procedimientos miméticos, degenerados o incluso paródicos de las ciencias alfabéticas (α operatorias).

Pero ocurre, en cuarto lugar, que una vez construida toda la teoría del cierre categorial ―toda tal como la conocemos hoy―, resulta que el peso, el centro de gravedad de todo, no recae en las ciencias, sino en las metodologías. Y esto es algo imprevisto. Algo que, incluso, aún no se ha examinado con la debida atención. Algo sobre lo que no se ha pensado desde el punto de vista de sus consecuencias... que son muy graves. Porque resulta que la teoría del cierre categorial de Bueno plantea, en última instancia, que no hay ciencias, sino metodologías (alfa y beta), usadas por diferentes ciencias, y no de forma exclusiva ni excluyente por cada una de ellas. El transporte o transacción de metodologías (alfa y beta) entre ciencias es innegable. Y en esta translatio methodologica están muchas claves. La Jurisprudencia, la ecdótica y la Historia pueden usar metodologías alfa en pruebas de adn para identificar a un criminal, para disponer un gráfico de estemas o para datar la antigüedad de un manuscrito. Y si la Jurisprudencia, la ecdótica o la Historia se consideran ciencias, es porque institucionalmente, o incluso industrialmente, utilizan metodologías alfaoperatorias, de las que resultan neutralizadas operaciones y sujetos humanos que han intervenido en operaciones y fenómenos de partida, donde han coexistido con metodologías betaoperatorias. El cierre categorial viene dado por el uso alfabético de las metodologías, y no por el uso bético de las ciencias, porque en Jurisprudencia, ecdótica e Historia, como en otras muchas ciencias, el cierre y la categoría no son determinantes de casi nada: ni el cierre es pertinente, ni la categoría, relevante. Lo esencial, lo realmente decisivo, son las metodologías. En las ciencias béticas (β), el cierre y la categoría no están en sincretismo, como sí ocurre con las ciencias alfabéticas (α), sino que en ellas su cierre y su categoría dependen de las exigencias institucionales y de las posibilidades industriales. El grado de cientificidad de una ciencia no lo objetivan ni el cierre ni la categoría, sino las metodologías.

En quinto lugar, hay que asumir que, de aceptar lo expuesto en el punto 4, no hay ciencias, sino metodologías. Y algo más grave: que la idea misma de categoría entra en crisis, y que por ello mismo exige inmediatamente una reconsideración o reinterpretación. Y a continuación la idea misma de cierre puede resultar más irrelevante de lo que se piensa, porque deja de ser un imperativo de exigencia científica para convertirse en un indicativo de umbrales de cientificidad o de franjas de verdad. Y porque si cuanto se acaba de exponer es como es, entonces:

 

1) El cierre es metodológico, no científico, porque no es categorial, salvo cuando ciencia y metodología coinciden o están en sincretismo: es el caso de la geometría. También es el caso de la matemática. Cuando no hay ese sincretismo entre ciencia y metodología, el cierre no funciona bien..., hay que hacer enmiendas, excepciones, introducir los desenlaces beta, y de nuevo hay que hacer más enmiendas, más correcciones, y moverse una y otra vez en la interinidad de las soluciones béticas. Entonces hay que distinguir entre «cierre» y «clausura», y hay que acudir a la retórica, a la figura retórica de la paradiástole, más propia de la sofística que de la filosofía.

2) Las categorías, o ciencias, son construcciones que responden a exigencias no sólo científicas (alfa o beta operatorias, así funcionan las metodologías, no las ciencias, que ya serían resultado de metodologías o de sistemas de metodologías), sino a exigencias políticas, institucionales, industriales, mercantiles, financieras, hedonistas, bélicas, informáticas, económicas, desde el confort hasta la guerra, pasando por la ordenación de datos o territorios hasta la navegación interestelar, por ejemplo.

 

Hay razones para suponer que la teoría del cierre categorial está in medias res. Creo que Bueno no la concluyó porque no supo cómo hacerlo de forma satisfactoria. Las insatisfacciones de la teoría del cierre categorial vienen de la mano de las artes, de las Letras… y, sobre todo, de la literatura, acaso la más cínica y retadora de todas las artes. Hoy, al enfrentarnos a la teoría del cierre categorial, no podemos ignorar el desafío que suponen las artes, en general, y la literatura, muy en particular. La solución más fácil es negar el estatuto de ciencia a estas materias, y asunto resuelto. Pero eso es como curar el dolor de cabeza mediante la decapitación del personal: una persona sin cabeza es una persona sin dolores de cabeza. Platón no estuvo lejos de este procedimiento en su utópica y ucrónica República, al resolver los problemas de la literatura decretando su expulsión, supresión o exterminio políticos. Estas aberrantes «soluciones finales» no surten efecto contra la literatura.

Hoy no podemos negarnos a resolver problemas esenciales propios del funcionamiento de aquellas actividades humanas que no son exactas, como es el caso de la geometría y la matemática. Un intérprete del materialismo filosófico que no supere estas limitaciones es un intérprete que está negando al materialismo filosófico posibilidades esenciales de estructuración y desarrollo en un «presente en marcha». Dicho de otro modo: la literatura no puede ser un muro de contención para el materialismo filosófico. O de otra manera, si se prefiere: la literatura no puede ser el terreno donde el irracionalismo posmoderno campee por sus respetos. La Crítica de la razón literaria preserva a la literatura de muchas de estas aberraciones, frente a la impotencia, silencio o ignorancia, que numerosas filosofías y teorías literarias, presentes y contemporáneas, han demostrado ante los materiales literarios. Algo que, desde Platón, ha ocurrido en cierto modo con los irracionalismos de todos los tiempos, irracionalismos desde los que se ha prostituido la literatura como a los ignorantes de cada época y lugar les ha dado la gana. La literatura no puede ser el estercolero de las ideologías, de los irracionalismos y de las necedades de cada época o de cada lugar. Ni la Teoría de la Literatura puede ni debe ser la sala VIP de los idealistas más insipientes o de los sofistas más oportunistas.

Un problema importante al que hoy ha de enfrentarse el intérprete de cualquier cosa, y el intérprete del materialismo filosófico no es una excepción, es la inflación de interpretaciones: todo son interpretaciones. Debates, artículos, vídeos, entrevistas, declaraciones, páginas de internet, blogs, redes sociales, réplicas y contrarréplicas, etc. Se habla más que se escucha, se escribe más que se lee, se discute más que se piensa, se debate más de lo que valen las presuntas ideas que se debaten. Y a veces se olvida que cuantas más personas hablen contigo acerca de lo que escribes, menos vale lo que dices, lo que haces y lo que escribes.

Si Bueno dice que la literatura es una materia que puede y debe analizarse mediante conceptos, unos entendemos que «mediante conceptos científicos», y otros entienden que «mediante conceptos técnicos». Si unos en Bueno entendemos esto, otros, en el mismo texto del mismo Bueno, entienden lo contrario. Y compruebo que esta hermenéutica se generaliza a casi todo lo escrito por Bueno, especialmente en relación con la teoría del cierre categorial. No significa esto que Bueno no sea claro y distinto cuando escribe, sino que una filosofía de la ciencia como es la teoría del cierre categorial es algo que da lugar a interpretaciones conflictivas, incluso entre sus propios discípulos o seguidores. Lejos de lograrse un consenso, la complejidad de las interpretaciones crece. Sus consecuencias son aún imprevisibles, pero, sin duda, también puede ser estériles. Ahora bien, que las consecuencias sean fértiles no significa que todos los debates que tienen lugar sean, también, fértiles. Las discusiones excesivas, inadecuadas o simplemente reiterativas, son signos de impotencia e incluso de ignorancia. Cuanta mayor es la frecuencia de una misma discusión más se aproximan sus contenidos al Kitsch, al incurrir una y otra vez en recurrencia de temas y en recursividad de procedimientos. En más de una ocasión he tenido la impresión de que ante la teoría del cierre categorial no hay hechos, sino debates, y que las interpretaciones de la teoría del cierre categorial no dejan ver la teoría del cierre categorial. 

De cualquier modo, quiero insistir actualmente en algo que me parece muy importante, y es lo siguiente.

En primer lugar, observo que la teoría del cierre categorial está sin rematar, sin concluir, y que lo está en varios puntos esenciales. Su planteamiento esencial está hecho, pero no se puede pretender que un solo hombre, aunque este hombre haya sido Gustavo Bueno, pueda prever todos los enfrentamientos dialécticos a los que ha de sujetarse, confrontarse y concurrir una filosofía de la ciencia como la teoría del cierre categorial. Esta teoría de la ciencia requiere la intervención de más de una persona. Y requiere la intervención de profesionales ―de varios profesionales, no de uno sólo (desde luego no de comentaristas de redes sociales)― de ámbitos científicos no previstos inicialmente por Bueno en la redacción inicial de la teoría del cierre categorial. Porque sólo desde las ciencias alfabéticas o alfaoperatorias (α) no se puede dar cuenta de lo que es la teoría del cierre categorial. Porque la teoría del cierre categorial es superior e irreductible a las metodologías α operatorias. Sorprende cómo esta obviedad se ignora de forma tan frecuente como portentosa. Si alguien cree que la teoría del cierre categorial se puede presentar en sociedad, es decir, exponer académicamente en cualquier foro nacional o internacional, de espaldas a las artes en general, y muy en particular de espaldas a la literatura, que se retire ahora mismo del panorama académico. Y que abra una página en internet para contar en ella sus cuitas (no le faltarán fracasados que le acompañen con sus comentarios). Pero la realidad es otra cosa. Y la realidad de la literatura es otra cosa pero que muy diferente. Dicho de forma directa: sin literatura y sin Teoría de la Literatura, la teoría del cierre categorial no pasa su prueba de fuego. Para decir que la matemática, o que la geometría, es una ciencia, no necesitamos la teoría del cierre categorial. Eso ya lo sabíamos antes de Bueno. Y antes de Kant. Y antes de Platón también. Si lo que hacemos no sirve para ganar terreno al irracionalismo, entonces lo que hacemos no sirve para nada (salvo para entretenerse como niños o adolescentes en debates de internet, sucedáneo de videojuegos). Si la teoría del cierre categorial no sirve para delimitar y definir, así como para explicar y defender, el estatuto gnoseológico de las denominadas por los idealistas «ciencias humanas», entonces no habrá servido para nada.

En segundo lugar, no podemos usar la teoría del cierre categorial para explicar obviedades que todos sabemos y que nadie discute a estas alturas de la Historia (por el momento…): que las ciencias basadas en metodologías alfa son ciencias, y que las otras «ciencias» ―las basadas en las metodologías beta― no son ciencias. Eso ya se decía y ya se sabía antes de 1992, y mucho antes de que Bueno concibiera y redactara la Teoría del cierre categorial. Y porque por ese camino, al distinguir solamente entre ciencias béticas (β) y ciencias alfabéticas (α), volvemos al dualismo de partida, del que precisamente siempre quisimos huir, para superarlo y evitarlo, por idealista, simplista y retórico: ciencias humanas / ciencias naturales.

En tercer lugar, es innegable que la teoría del cierre categorial ignora la ontología de la literatura. No tiene por qué incluirla inicialmente. Pero que Bueno no la haya tenido en cuenta ―por varias razones― no nos exime a nosotros de ello: no se justifica hoy esta ignorancia. La teoría del cierre categorial, originariamente, no hace ninguna referencia a la literatura. Ni a la Teoría de la Literatura. Hay menciones a la lingüística. Hay interpretaciones sobre la Historia. Pero el examen de la literatura es inexistente. Y de la Teoría de la Literatura se ignora absolutamente todo. En consecuencia, Bueno nos deja una filosofía de la ciencia desde la que, en principio, no se sabe cómo afrontar gnoseológicamente lo que la literatura es y exige. Y reitero: que Bueno no se haya referido a la literatura en su teoría del cierre categorial no significa que sus discípulos o seguidores deban ignorarla, ni que tengan que defender una filosofía de la ciencia de espaldas a la literatura, una teoría de la ciencia nihilista respecto a la Teoría de la Literatura, o simplemente insipiente o impotente frente a los materiales literarios. Insisto: que nadie espere que la teoría del cierre categorial triunfe de espaldas al arte y la literatura.

En cuarto lugar, se ha constatado, sobre todo tras la elaboración y publicación de la Crítica de la razón literaria (2017), que si aplicamos a la ontología de la literatura los criterios gnoseológicos de cierre y de categoría, según la teoría del cierre categorial, el resultado, en unos casos, se acepta como un acierto y, en otros casos, se rechaza como un error. Pero ocurre que quien tilda de error esta aplicación responsabiliza a la literatura del fracaso de este resultado, pero no a la teoría del cierre categorial, tal como esta teoría del cierre categorial está planteada por estos mismos comentaristas. Y algo así es incurrir en teoreticismo puro: si la teoría no puede funcionar ―en este caso la teoría del cierre categorial―, es porque la realidad ―la literatura― está mal. Utilizar la teoría del cierre categorial como una preceptiva gnoseológica es privarla de roturar terrenos que, al negarlos, se ceden impunemente a los irracionalismos más contemporáneamente posmodernos: desamparamos la Historia, que resulta engullida por la mitología nacionalista y legendaria, y por la psicología de la memoria ideológica que no histórica; abandonamos la lingüística y la filología, que quedan en manos de culturalistas nostálgicos de toda barbarie, donde las lenguas inútiles e inventadas reemplazan una realidad verbal construida durante siglos históricos y decisivos; ignoramos la literatura, y desautorizamos ―con Jacques Derrida y Terry Eagleton― la Teoría de la Literatura, junto con la interpretación científica de la literatura negada por la Anglosfera, a la par que entregamos la Literatura Española e Hispanoamericana a la disolución histórica, literaria e ideológica del mundo académico anglosajón, el cual, sin duda, estará encantado de aceptar que el Quijote de Cervantes no vale más que el código de barras de un envase de mantequilla, porque todo es texto: el código, la mantequilla y el Quijote. Con el beneplácito, incluso, de un materialismo filosófico que, de este modo, nace muerto. No es mi caso: queda advertido.

Sabemos, en quinto lugar, que la teoría del cierre categorial organiza las ciencias en función de las metodologías alfa y beta. De este modo, la ontología de las ciencias resulta articulada y reorganizada desde la gnoseología de las metodologías alfa y beta. La operatoriedad de las ciencias es, en suma, la operatoriedad de las metodologías alfa y beta. En consecuencia, las ciencias resultan ser sistemas o conjuntos sistemáticos de metodologías, las cuales metodologías se organizan según intenciones diversas, pero siempre determinadas estas intenciones ―industrial o institucionalmente― por una ontología que las coordina, es decir, por unos materiales que constituyen el campo ontológico y gnoseológico desde el que opera esa ciencia, y sobre el que el sujeto gnoseológico pone a trabajar, a operar, esto es, pone a funcionar, las metodologías alfa y beta. De este modo, la ontología es la base de la gnoseología, y no la dejamos fuera en ningún momento. Ahora bien, más allá del formalismo y del teoreticismo desde el que a veces se tiende a concebir la teoría del cierre categorial, como una configuración inmanente de las propias ciencias, ajenas a todo lo demás, y cerradas en sí mismas por sus campos categoriales ―campos que en realidad se cierran y se abren con la llave de las metodologías alfa y beta operatorias―, hay que tener en cuenta que tanto el concepto de cierre como el de categoría dependen operatoriamente de actividades empresariales o industriales ―que hacen posible la operatoriedad científica― y de realidades políticas o institucionales ―que las promueven o proscriben―. El Derecho no existe porque sus contenidos sean científicos, sino porque se juzga políticamente en nombre de un Estado, y para ello se concitan múltiples metodologías, alfa y beta operatorias, desde las pruebas de adn hasta informes periciales del más variado pelaje científico. En consecuencia, el «cierre categorial» del Derecho tiene más que ver con cualquier cosa antes que con la «ciencia» que presuntamente pueda o no llegar a ser. Sin una Academia, la geometría no sería algo más que una técnica de demarcación agrícola, o un entretenimiento de filósofos prosocráticos. El cierre categorial de la geometría no se produce en los labradíos, sino en los libros de Bueno. El cierre categorial de la química es algo que los químicos ignoran por completo, y que tiene más que ver con la Universidad moderna, y su concepción académica de las ciencias, que con los laboratorios de química o de alquimia. Sin instituciones políticas y sin empresas o industrias, ni las ciencias, ni sus cierres categoriales, serían posibles. Las ciencias, por sí mismas, no cierran nada: son las metodologías alfa y beta las que, formalmente, y siempre de modo provisional, demarcan los posibles cierres de cada campo categorial, que sólo desde la actividad industrial, previa o simultáneamente desarrollada, la realidad política o institucional del momento tiene poder para sancionar o silenciar, promover o condenar. Esto no es sociología de la ciencia: esto es la realidad de las ciencias. El cierre categorial de una ciencia sólo interesa a los filósofos ―quienes con frecuencia no han ejercido jamás ninguna ciencia fuera del aula en la que imparten clases a adolescentes, pero no interesa en absoluto a los científicos, que ni siquiera saben que existe.

En sexto lugar, se constata que el peso de la teoría del cierre categorial está en las metodologías alfa y beta operatorias, en sus distintos grados, franjas y umbrales de cientificidad, y en sus recorridos de progreso y de regreso por los terrenos de la ontología delimitadora de cada campo categorial. Pero, si bien quienes ponen los límites y los cierres a estas categorías son, desde un punto de vista inmanente, las metodologías alfa y beta, ocurre, sin embargo, que, por lo que se refiere al ejercicio científico de hecho, son las empresas y los organismos políticos humanos los que agrupan y organizan ontológicamente, según funciones industriales y políticas, los usos de estas metodologías alfa y beta operatorias, funciones que, en última instancia, hacen que las ciencias funcionen y operen de hecho y de derecho. De ahí la importancia no de la sociología de la ciencia, sino de la industria y de la política de las ciencias. Dicho de otro modo: la literatura puede usar metodologías alfa y beta (desde el carbono-14 o el adn hasta los estemas y la métrica), pero también la criminología puede usar el adn y el carbono-14, cuando la ontología literaria nada tiene que ver con la ontología jurídica. Luego las categorías literarias y las categorías jurídicas no se ordenan ni delimitan en función de sus presuntos cierres categoriales, sino en función de las metodologías alfa y beta operatorias en ellas concurrentes, metodologías que se usan y se trasladan de unas categorías a otras, no como si nada, no gratuitamente, sino en función de una realidad ontológica determinada por razones muy diferentes entre sí, y muy poderosas ante otras alternativas que quedarán relegadas, como pueden ser conflictos civiles, bélicos, económicos, hedonistas, etc., pero sobre todo por razones de tipo empresarial e industrial y político o institucional. La mayor parte de las ciencias deben su nomenclatura y denominación, y su razón misma de ser, a razones empresariales y políticas, y no metodológicas ni realmente científicas.

En consecuencia, y en séptimo lugar, la teoría del cierre categorial requiere una revisión y acaso una atenuación del criterio de categoría, no por razones ontológicas, que no se discuten, ni por razones gnoseológicas, que tampoco se discuten, sino simplemente por razones funcionales, de orden institucional y político, estatal, es decir, por razones de Estado, porque un mismo material (ontológico) puede ser intervenido (gnoseológicamente) por varias metodologías alfa y beta operatorias, con total independencia, y con total indiferencia, de que tales materiales ontológicos sean literarios, zoológicos, humanos, jurídicos, carboníferos o marinos, es decir, con total ignorancia de su posible cierre categorial. Los cierres no son categoriales, sino metodológicos. Y no son categoriales porque las categorías no se cierran, es decir, no se clausuran, como el propio Bueno reconoce: el cierre es únicamente virtual, teórico o circunstancial, pero nunca jamás definitivo. En consecuencia, hablar de «cierre categorial» puede resultar hasta una paradoja, una contradicción insalvable o incluso una aporía: porque una categoría cerrada no es una categoría, dado que no puede haber una ciencia definitivamente cerrada. Las ciencias son construcciones políticas, estatales, institucionales, industriales, empresariales. Y las metodologías (alfa y beta), aunque delimiten los cierres y campos categoriales, están en función de las actividades empresariales e industriales, y bajo la jurisdicción de las instituciones políticas y estatales. Las ciencias sólo son modos basales, conjuntivos y corticales de organizar estas metodologías (alfa y beta operatorias).

Podríamos afirmar que no hay ciencias, sino metodologías (alfa y beta). También podemos afirmar que hay umbrales de verdad o franjas de verdad, y no ciencias exactas (en realidad no hay ninguna ciencia exacta, la idea de ciencia exacta es resultado formalista de una hipermiopía gnoseológica). Las ciencias mismas son construcciones diaméricas, no metaméricas: no son todos enterizos, completamente identificables con metodologías alfa o beta, sin más. En realidad, ocurre justo lo contrario: en todas las ciencias hay metodologías alfa operatorias y metodologías beta operatorias, porque tales metodologías operan en un auténtico traslado categorial, de unas ciencias a otras. La Historia usa el carbono-14 con el auxilio de la química, del mismo modo que para el mismo fin puede servirse de la filología o de la lingüística forense con objeto de determinar que un documento como la donación de Constantino es apócrifo. La química, por sí sola, no puede datar la fecha de un manuscrito. Eso sólo puede hacerse desde la Historia, convocando desde la propia Historia metodologías alfa procedentes de la química.

Además, cuando hablamos de cierre categorial usamos una metáfora ―concretamente una metáfora de genitivo (cierre de categorías)―, porque la categoría no cierra, pues lo que se cierra en realidad son operaciones metodológicas alfa, ya que se ha decidido que las beta no cierran nada, ¿no es cierto? Además, sólo hay cierre cuando las categorías son puras operaciones metodológicas: las ciencias son científicas cuando las metodologías son científicas. Lo que llamamos ciencia es una propiedad de las metodologías. Algunos limitan esta propiedad científica exclusivamente a las metodologías alfa (α), como si las ciencias basadas en metodologías beta (β) no fueran ciencias en absoluto. Sólo cuando el sincretismo entre categoría (en tanto que ciencia) y metodologías sistemáticas (en tanto que metodologías alfa) es prácticamente absoluto (como ocurre con la matemática y la geometría) entonces el cierre metodológico es también categorial o científico. Pero ocurre que la gestión de las ciencias no es científica, en realidad, sino empresarial o política, industrial o estatal, porque sólo las empresas y los Estados tienen poder y dinero para gestionar y ejecutar una operación científica relevante o de envergadura. ¿Puede un materialista filosófico soslayar este hecho? Si hablamos de literatura, es porque hay literaturas nacionales. Al margen del Estado, no hay literatura. Si hablamos de ciencias, es porque hay empresas y Estados que hacen posible las ciencias, y que gestionan sus operaciones, sus ejecuciones y sus construcciones.

Como se ha expuesto en capítulos anteriores, Bueno trabaja, entre otras, con al menos cuatro variantes esenciales en su teoría del cierre categorial:

 

 

A mi juicio, la interpretación que en varios casos se ha hecho de la teoría del cierre categorial incurre en confundir ciencias y metodologías, y en subordinar casi todo a la supresión total o metamérica del sujeto, es decir, a neutralizar las operaciones en términos absolutos, sin reconocer umbrales de cientificidad o franjas de verdad, esto es, sin considerar la realidad diamérica de las ciencias. Por otro lado, la teoría del cierre categorial se ha aplicado teóricamente a la matemática y la geometría, con ejemplos recurrentes, casi siempre los mismos, pero más propios de una clase de bachillerato o de universidad estadounidense que de una filosofía de la ciencia que se proponga competir con Kuhn o Lakatos, por ejemplo. Y esos límites hay que superarlos, si se pretende que la teoría del cierre categorial sea algo más que una teoría de la ciencia en manos exclusivas de discípulos o seguidores de Bueno. Los ejemplos de identidades sintéticas fuera de la matemática o de la geometría escasean, y, cuando se proponen, de inmediato se niegan o discuten, inhabilitando de este modo el uso de la teoría del cierre categorial en las categorías y actividades humanas que, como la Historia o la Teoría de la Literatura, usan metodologías alfa operatorias importadas de otras ciencias, como la química o la estadística. Se observa, además, que cuando se trata de huir del punto 1 (impugnación de las clasificaciones dicotómicas o binarias de las ciencias: naturaleza / cultura), es para caer en la reducción del punto 2: dicotomía metodologías α-operatorias y metodologías β-operatorias (ciencias sin sujeto / ciencias con sujeto). ¿Qué sentido tiene negar un dualismo (idealista) para incurrir en otro (materialista), cuando lo que se impugna no es sólo el idealismo, sino también el dualismo? Y finalmente se niega, de forma dogmática incluso, que las metodologías beta sean ciencias, con lo cual, ¿en dónde está la coherencia respecto a la discriminación de Bueno entre metodologías α-operatorias y metodologías β-operatorias? ¿En dónde queda, llegados a este nihilismo gnoseológico, el título y la obra de Bueno sobre el estatuto gnoseológico de las denominadas ciencias humanas?[3].

Y aún hay más: Bueno habla siempre de umbrales de verdad o de franjas de verdad, como si se tratara de un espectro que va desde las metodologías alfa 1 a las beta 2, es decir, de una gradación de cientificidad articulada en su clasificación hexagonal de las ciencias, a las que yo he dado en la Crítica de la razón literaria, simplemente para hacerlas más comprensibles y manejables, la siguiente nomenclatura:


1. Ciencias naturales o ciencias de regresión extrema (metodologías α-1).

2. Ciencias computacionales o ciencias de progresión media-genérica (metodologías α-2-I).

3. Ciencias estructurales o ciencias de progresión media-específica(metodologías α-2-II).

4. Ciencias reconstructivas o ciencias de regresión media-genérica (metodologías β-1-I).

5. Ciencias demostrativas o ciencias de regresión media-específica (metodologías β-1-II).

6. Ciencias políticas o ciencias de progresión extrema (metodologías β-2).

 

Ciencias son las seis, pero los umbrales de cientificidad más intensos están en las primeras —ciencias naturales— y los menos intensos en las últimas —ciencias políticas—, es decir, desde las metodologías alfa 1 (ciencias naturaleshasta las beta 2 (ciencias políticas). Éste es el planteamiento buenista que asume la Crítica de la razón literaria, y que hemos aplicado a los materiales literarios. Interpretación que hoy ratifico y suscribo por completo, en la décima edición digital y definitiva de esta obra. He dicho con anterioridad que con el materialismo filosófico de Bueno, sin más, no se puede interpretar la literatura. Bueno no hizo, ni lo pretendió nunca, una Teoría de la Literatura. Nunca fue su objetivo. Su obra contiene páginas interesantes sobre literatura y sobre filosofía de la literatura, que sin embargo no han constituido aportaciones esenciales a la interpretación histórica de la literatura ni de la teoría literaria, al menos, por el momento. Bueno, heredero de las ideas de Platón sobre la poética, no nos enseña nada sustancial sobre literatura. Al leer a Bueno no aprendemos a interpretar mejor la literatura, sino que aprendemos a interpretar mejor su filosofía. Las ideas de Bueno sobre la literatura no nos informan sobre la literatura, sino sobre Bueno. Su obra no es, ni quiso serlo jamás, una obra de Teoría de la Literatura, aunque en ella se contengan páginas de crítica literaria que, como digo, nos informan más de su propio pensamiento que de cualquiera de las obras y autores a los que se refiere. Todo el mundo sabe que las ideas de Bueno sobre el arte en general, y la literatura en particular, son muy platónicas, es decir, muy tendentes a desestimar, minusvalorar e incluso despreciar obras literarias. Sólo ante determinados autores y creaciones como Cervantes y el Quijote esta actitud parecía detenerse. Sus autores de referencia en el terreno literario habían sido esencialmente Feijoo y Gracián, por obras como El criticón y el Teatro crítico universal. Pero una y otra obra tienen más componentes ensayísticos que literarios. Y la literatura es superior e irreductible al ensayo, porque, como hemos explicado en infinidad de ocasiones, ni el ensayo es literatura, ni la ficción literaria es compatible con la ficción filosófica. Ningún filósofo, como ningún sacerdote, puede aceptar que sus referentes o sus dioses son ficciones. La Historia de la filosofía es, sin embargo, la historia de un repertorio de ficciones en las que sus autores creen con fe ciega y absoluta, como un cura está obligado a creer en sus propio Dios, el cual es una más de estas ficciones filosófico-teológicas de la Historia del pensamiento, junto con el ápeiron, el demiurgo, el motor perpetuo, la substancia pura, el cogito, el Leviatán, las mónadas, el noúmeno, el Espíritu absoluto, el superhombre, el inconsciente, el Dasein, el Ego trascendental... La filosofía, en muchos casos, es una antología de ficciones, no más consistentes que el «Dios azul» de Juan Ramón Jiménez. Pero sí mucho más totalitarias. De hecho, una figura orwelliana como el «Gran Hermano» (1984), pese a ser una ficción elaborada por la literatura, posee unos componentes y unos atributos filosóficos que no se explican sin todo ese repertorio de figuras antemencionadas, desde el ápeiron al Ego trascendental, pasando por la substancia pura, el espíritu absoluto y el inconsciente, sin olvidar el superhombre, configuraciones absolutistas que todo lo ven, a todo acceden y todo lo pueden. La relación entre filosofía y totalitarismo ha sido siempre muy inquietante y, sin embargo, muy poco o nada inquirida. Se evita interpretar esta alianza, tan siniestra o más que la de la pluma y la cruz.

No pretendemos con tales argumentaciones desautorizar a la filosofía, ni ironizar al respecto más de lo que hizo Borges, al convertir a la filosofía en el terreno de juego de la literatura, no es ésa nuestra intención, pero es inevitable reconocer, varias conclusiones: 1) en primer lugar, que la filosofía no nos hace llegar más lejos que la literatura en las exigencias y logros de una interpretación de la realidad; 2) en segundo lugar, que la Teoría de la Literatura es la ciencia de la literatura, cuyo campo de conocimiento está constituido por los materiales literarios (autor, obra, lector e intérprete o transductor); y 3) en tercer lugar, que la Crítica de la razón literaria no sólo puso de manifiesto las posibles limitaciones del materialismo filosófico de Bueno para interpretar la literatura, sino que planteó y desarrolló una Teoría de la Literatura que, a partir de la tradición literaria hispanogrecolatina, se sistematiza en un método de interpretación literaria que nadie esperaba encontrarse, ni dentro del materialismo filosófico ni fuera de él. Las polémicas que esta obra ha suscitado entre algunos de los diferentes seguidores y discípulos de Bueno no sólo demuestran el éxito inesperado de la Crítica de la razón literaria, sino la desorientación de muchos de ellos al no saber qué hacer con una obra de esta naturaleza y de estas dimensiones.

En suma, la Crítica de la razón literaria plantea, entre otras cuestiones: 1) que las ciencias no pueden reducirse sólo a las metodologías alfa; 2) que hay umbrales o franjas de verdad, es decir, gradaciones o grados de cientificidad; y 3) que, más allá incluso de la teoría del cierre categorial, hay que postular, en primer lugar, que el núcleo de la teoría del cierre categorial no está tanto ni en la idea de cierre, ni en la idea de ciencia categoría, cuanto sí en la idea de metodología; en segundo lugar, que gnoseológicamente no hay ciencias ―porque las ciencias son productos institucionales e industriales, políticos y empresariales―, sino metodologías alfa y beta operatorias; y en tercer lugar, finalmente, que la idea de categoría queda rebasada de hecho en el ejercicio científico, es decir, en la práctica de las ciencias, porque resulta reorganizada empresarial e institucionalmente desde realidades más amplias que engloban, articulan y gestionan todas estas categorías, como son las empresas y las instituciones políticas, es decir, la industria y el Estado.

No nos planteamos si nuestra interpretación es una puesta del revés o una eversión de la teoría del cierre categorial, sino que la exponemos como una reinterpretación que, desde la Crítica de la razón literaria, es decir, desde las exigencias y posibilidades de la literatura, pretende abrir nuevas aplicaciones de esta filosofía de la ciencia, tan importante para el racionalismo crítico, y cuyo artífice, desde el materialismo filosófico como sistema de pensamiento, ha sido Gustavo Bueno.

No hay que olvidar que la Crítica de la razón literaria es ante todo una Teoría de la Literatura construida desde la tradición hispanogrecolatina de los estudios literarios, tradición filológica desde la cual se reinterpreta el materialismo filosófico de Gustavo Bueno como sistema de pensamiento.

En consecuencia, la Crítica de la razón literaria no interpreta la literatura desde las exigencias del materialismo filosófico ―y mucho menos desde las exigencias de algunos hermeneutas del materialismo filosófico―, sino que, en todo caso, reinterpreta el materialismo filosófico desde las exigencias de la literatura, y, por supuesto, interpreta la literatura desde las exigencias de la propia literatura y su ontología específica. 

En este sentido, hay que advertir que es muy importante evitar incurrir en errores que nos hagan desembocar en una suerte de «fundamentalismo filosófico», en virtud del cual el materialismo filosófico deje de utilizarse como un sistema de pensamiento para interpretar la realidad y comience a utilizarse, cada vez con más intensidad, como una hermenéutica de sí mismo, es decir, como una hermenéutica destinada a interpretar disciplinariamente el propio sistema, con la intención de «corregir» cualquier presunta «desviación» que del uso del «sistema» hagan terceras personas o nuevos intérpretes o usuarios. Desde la Crítica de la razón literaria se considera que el materialismo filosófico de Gustavo Bueno es superior e irreductible a una hermenéutica de sí mismo en la que incurren con excesiva frecuencia algunos de sus seguidores y discípulos, que se trata de un sistema de pensamiento muy sólidamente organizado ―y por supuesto abierto, crítico y dialéctico―, y por ello mismo de ningún modo susceptible de ser convertido en una preceptiva o código disciplinario, cuyo resultado sería su fosilización en una dogmática o una escolástica. Nada hay más ajeno al propio sistema del materialismo filosófico que un desenlace de este tipo. No es posible ignorar que tras el fallecimiento de Gustavo Bueno se advierte entre varios de sus discípulos y seguidores (no hablo propiamente de intérpretes) una tendencia ortodoxa, dogmática incluso, en la interpretación del propio sistema. Se observa que la filosofía de Bueno goza de muchos seguidores, numerosos discípulos, pero de muy pocos intérpretes realmente exogámicos[4]. No sabemos lo que ocurrirá en el futuro, del que nada está excluido, pero sí sabemos que la Crítica de la razón literaria ha sistematizado una interpretación de la literatura totalmente independiente, tanto de la hermenéutica exigida por algunos buenistas como de los imperativos académicos y políticamente correctos de la posmodernidad universitaria contemporánea. A partir de aquí, lo que haga cada cual es cosa suya. Yo me he limitado a escribir la Crítica de la razón literaria. Una obra que no nació dentro del materialismo filosófico ―no olvidemos esto, sino fuera de él, en el campo categorial de la Teoría de la Literatura. Y aunque atraviese el pensamiento de Bueno en muchos de sus desarrollos, como una secante, no como una cuerda ni como una tangente, pues lo utiliza como un sistema de pensamiento fundamental, sin el cual esta obra no habría sido posible jamás, no es menos cierto que la Crítica de la razón literaria, finalmente, no se detiene dentro de los límites materialismo filosófico —no es una cuerda, sino una secante, pues ni nace ni desemboca en él, ni es su afluente, ni satisface las exigencias de este sistema filosófico, sino que se sustrae a ellas, como han advertido explícitamente muchos de los discípulos de Bueno, reconociendo de este modo indirecto—, en la Crítica de la razón literaria, una diferencia, y también una originalidad, frente a su propio sistema. Aunque para muchos tal diferencia y originalidad resulte un anatema. No puedo estar por ello —sea dicho sin la menor ironía—, sino francamente agradecido.

 

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NOTAS

[1] Ha de advertirse que nuestra interpretación crítica de la filosofía de Bueno es resultado de una actividad académica, universitaria y profesional, que siempre hemos desarrollado de forma voluntaria, libre e independiente, y que no guarda ninguna relación con los diferentes conflictos y polémicas que de forma habitual diversos buenistas mantienen entre sí. Vid., por ejemplo, Camprubí Bueno y Pérez Jara (2022).

[2] La teoría del cierre categorial es mucho más que todo ese repertorio de comentarios en redes sociales. La mayor parte de estos comentaristas no ha desarrollado laboralmente ningún tipo de carrera académica ni profesional. Suelen ser millennials en busca de su primer empleo estable y con una formación muy deficiente, que se alimenta de leer errores en internet y reescribirlos de nuevo en peores condiciones, multiplicando la retransmisión y difusión de todo tipo de aberraciones. Habitan en la red como «duendes digitales» o simplemente trolls. Formados, o deformados, sin la menor conciencia de ello, en una placenta de ignorancia internáutica, muy pocos de ellos alcanzan puestos académicos de responsabilidad. Algunos han llegado a ser profesores de enseñanza media, pero, en el momento de escribir estas líneas, apenas podemos nombrar a un sólo profesor titular de Universidad ni a ningún catedrático. Sabemos que la Universidad no es, ni mucho menos, una institución de referencia, sin duda, pero, ¿qué cabe esperar de los que ni siquiera, con toda su presunta valía, son capaces de perseverar en ella para ejercer o demostrar sus posibles ideas? Su paradero es engrosar las redes sociales, cuyo magisterio es la ignorancia y su destino el extravío. Téngase en cuenta que un comentarista es siempre el parásito de otro comentarista.

[3] Véase en este enlace la documentación correspondiente a las conferencias sobre el Estatuto Gnoseológico de las Ciencias Humanas, impartidas en la Fundación Juan March en 1973, y disponibles en 6 volúmenes mecanografiados y policopiados, desde 1976, hoy accesibles desde esta página de la Fundación Gustavo Bueno.

[4] Son de cita obligada las siguientes palabras de Lino Camprubí Bueno y de Javier Pérez Jara, quienes afirman: «Gustavo Bueno siempre presentó su sistema como abierto a desarrollos, interpretaciones y rectificaciones» (2022). Seis años, y una interpretación radicalmente contraria, separan esta última afirmación de Lino Camprubí Bueno, de esta otra: «El proyecto de hacer de la teoría de la literatura una ciencia ha recibido tres críticas principales desde el materialismo filosófico, del que Maestro afirma que su teoría de la literatura es un desarrollo específico. Las tres tienen que ver de algún modo con el tema de este artículo. En primer lugar, se ha recordado que «la razón «en general» no se enfrenta a la retórica y la sofística», puesto que los conflictos no se dan entre la razón y la sinrazón sino entre distintos tipos de racionalidad (Pérez Jara, 2010). Las críticas a la posmodernidad en nombre de la Ciencia o la Razón (con mayúsculas) son tan positivistas como metafísicas, puesto que lo que hacen es sustantivar ideas (ciencia, razón) cuya pluralidad esconde importantes inconmensurabilidades que hay que analizar comprendiendo las dimensiones históricas y filosóficas del puesto del hombre en el mundo. Por otro lado, se ha recordado que «los hechos —y Jesús G. Maestro hace hincapié una y otra vez en los hechos— no son independientes de la teoría en la que están envueltos» (una crítica al positivismo que han sabido recoger algunos autores posmodernos) y que, por tanto, no se puede erigir una teoría de la literatura con la pretensión de ser fiel a los hechos (Suárez Ardura, 2009). Finalmente, en unas jornadas sobre este proyecto sostenidas ya en el 2009 (y disponibles en vídeo a través de Youtube), el propio Gustavo Bueno señaló la incompatibilidad con el materialismo filosófico de un punto clave del proyecto de la Crítica de la razón literaria: la pretensión de convertir en científica a la teoría de la literatura con las herramientas de la Teoría del Cierre Categorial desarrolladas por Gustavo Bueno, que no es una teoría científica sino filosófica (y que insiste en la crítica a las pretensiones del fundamentalismo científico). El proyecto de Crítica de la razón literaria «intercala varias escalas de interpretación del materialismo filosófico, que en algún momento llegan a ser contradictorias entre sí» (Suárez Ardura, 2009). Sencillamente, y para quienes no estén familiarizados con la Teoría del Cierre Categorial: ésta es una herramienta filosófica que sirve para analizar ciencias en marcha, no una ciencia en sí misma, y por tanto no se puede movilizar su terminología para hacer pasar una determinada interpretación de ciertos textos literarios como científica. Pero desde una perspectiva no positivista, poner en duda su estatuto científico no invalida las posibilidades que el proyecto de la Crítica de la razón literaria pudiera tener en cuanto crítica filosófica» (Lino Camprubí Bueno, 2016: 26). En efecto, Lino Camprubí Bueno tiene razón en ambas afirmaciones, pese a que los procedimientos y fundamentos de tales declaraciones —como las declaraciones mismas— son contradictorios entre sí. Y lo son porque, reconociendo, en primer lugar, en 2016, que la Crítica de la razón literaria y el materialismo filosófico son diferentes —lo cual es cierto, por supuesto (pues, ¿para qué escribir una obra que reitera lo que ya demuestra y dice otra obra?), no acepta —en 2016, las especificaciones y reinterpretaciones que introduce la Crítica de la razón literaria frente al materialismo filosófico, para, en segundo lugar, seis años después, esto es, en 2022, hacer constar públicamente una exigencia bien diferente, urgido por defender sus propias posiciones y reinterpretaciones de la filosofía de su abuelo frente a otros condiscípulos del materialismo filosófico, quienes le objetan diferentes críticas, y posibles errores y tergiversaciones irresponsables en el uso del propio sistema, por lo que Lino Camprubí responde: que «Gustavo Bueno siempre presentó su sistema como abierto a desarrollos, interpretaciones y rectificaciones». Lino Camprubí Bueno exige para sí mismo, en 2022, una libertad de interpretación que seis años antes, en 2016, gustaba y consideraba oportuno negar a los demás. No pretendemos ironizar sobre este hecho, por sí solo tan revelador, pero no podemos ignorarlo ni dejar de hacerlo constar. 

 





Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada



⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



⸙ Glosario 



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La Teoría de la Literatura frente a la teoría del cierre categorial




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Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria





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