III, 5.6.1.1.1 - Impugnación de las clasificaciones dicotómicas o binarias de las ciencias

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Impugnación de las clasificaciones dicotómicas o binarias de las ciencias


Referencia III, 5.6.1.1.1


Derrida

En primer lugar, ha de quedar claro que la separación romántica e idealista entre «ciencias humanas» o ciencias del espíritu y «ciencias naturales» o ciencias de la materia, ha de desestimarse, por irreal y por extemporánea. Esa tipología, simple y dicotómica, muy fácil de asumir acríticamente, se elabora en una época donde las ciencias carecían del grado de complejidad y operatoriedad que tienen hoy. Actualmente esta distinción es muy pobre, resulta confusa y queda desacreditada ante cualquier enfrentamiento no idealista con la realidad de los nuevos avances y construcciones científicas. Es una demarcación que sigue usándose sobre todo por la «gente de letras», los hermeneutas, los filólogos y filósofos idealistas, quienes persisten aferrados a concepciones irreales y románticas del lenguaje, de la filosofía e incluso de la ciencia. Es también una clasificación bipolar avalada por la inercia y el inmovilismo —el conservadurismo progresista, sin duda— de los sistemas educativos y políticos de los últimos dos siglos. Es, en suma, una dicotomía cómoda y sobre todo servil a un pasado, no menos idealizado que la propia clasificación que postula, entre espíritu —elevado— y materia —inerte—, que sólo adquiere «valor» en tanto que un sujeto la «espiritualiza» o «humaniza». Son ideas ridículas, propias de un romántico extemporáneo y trasnochado. Cursilería epistemológica de hermeneutas a la violeta. La complejidad de nuestro mundo contemporáneo exige una organización de las ciencias que supere esta clasificación bipolar y tropológica. Aristóteles no es nuestro colega, ya lo hemos dicho. Y Kant —añadimos ahora—, tampoco. ¿Hasta cuándo vamos a seguir prolongando el canto del cisne del idealismo alemán?

Vamos a reproducir y a reinterpretar la crítica de Bueno (1992: I, 194 ss) a los modelos más recurrentes de clasificación de las ciencias según binomios o modelos dicotómicos, en primer lugar, para impugnarlas, ante la imposibilidad de reducir la Teoría de la Literatura a este tipo de dicotomías epistemológicas, y, en segundo lugar, para justificar una organización, o clasificación, de las ciencias que, basada en una reinterpretación de la teoría del cierre categorial, emplaza a la Teoría de la Literatura, como se explicará más adelante, entre las ciencias constructivas o reconstructivas (Metodología β-1-I).

1. Una primera clasificación dicotómica de las ciencias postula su división entre ciencias especulativas (o teóricas) y prácticas (o empíricas). Esta clasificación la plantea el propio Aristóteles, y ha sido objeto de múltiples reconstrucciones bajo formas diversas en muy distintos momentos (ciencias teóricas y ciencias aplicadas, etc.). Esta clasificación sólo tiene sentido desde el punto de vista de la idea de ciencia como «reflejo de una verdad objetiva» (Bueno, 1992: I, 194), es decir, se trata de una idea de ciencia determinada por el descriptivismo. Desde tal concepción científica, el arte se concibe como una reproducción, imitación, o incluso reacción, frente a una realidad externa al sujeto, y respecto a la cual el propio sujeto se considera exento de intervención, pues su acción se limita a un desvelamiento, descubrimiento o, simplemente, imitación o reproducción de un mundo preexistente, no operado ni construido por el ser humano. Ni el intérprete ni el artista actúan aquí como auténticos sujetos operatorios, sino como agentes reproductores —en el arte— de una realidad —la naturaleza— preexistente, apriorísticamente dada. En todo caso, el ser humano postula la existencia de un orden operatorio trascendente, respecto al cual la interacción antropológica es nula o imposible, pues habrá de limitarse a una mímesis o imitación recreativa.

Se trata, en suma, de una distinción dicotómica de las ciencias, cuyo centro de gravedad se sitúa en la intención del autor o finis operantis, dada en el acto mismo de reproducción estética o poética. Según los criterios de la gnoseología constructivista, propia del cierre categorial (verum est factum), semejante dicotomía carece por completo de sentido, desde el momento en que toda ciencia es práctica, y no sólo teórica, porque toda ciencia es construcción operatoria, ejecutada por sujetos que actúan, operan y construyen, en relación dialéctica con otros cursos y órdenes operatorios, incluido el de la propia naturaleza. El intérprete de la literatura no puede ser sólo un teórico de la literatura, porque entonces no podrá interpretar nada: interpretar es operar, es decir, construir y reconstruir. Y también destruir. Toda interpretación exige siempre un territorio de operaciones —un territorio físico de operaciones materiales—, es decir, un escenario o lugar prácticos, empíricos, donde el intérprete, un auténtico transductor, interviene, actúa e interactúa, con los materiales literarios directamente, y no sólo teóricamente. La propia denominación «Teoría de la Literatura» es una denominación fraudulenta, o en todo caso eclipsante de la mitad de la realidad gnoseológica esencial a su desarrollo, cual es la «Empiria de la literatura», ya que todo teórico de la literatura ha de ser, necesariamente, esto es, materialmente, un empirista de la literatura, es decir, ha de ser un materialista de la literatura, porque tendrá que trabajar empíricamente con la totalidad de los materiales literarios, y sobre estos materiales tendrá que demostrar, gnoseológicamente, cuál es su Teoría de la Literatura. 

No puede haber una «Teoría» construida inmaterialmente, porque algo así es un idealismo, una irrealidad, y en modo alguno podrá considerarse jamás una ciencia, ni a quien la enuncia un científico. El conocimiento de la literatura no puede reducirse a una interpretación de teorías, formas o sistemas —por muy racionalistas que sean estas teorías—, si estas teorías se desarrollan exentas de la realidad, e incapaces de justificar sobre qué materiales están construidas. Toda Teoría de la Literatura ha de ser necesariamente una teoría materialista de la literatura, o no será nada, sino una teoría-ficción o una ciencia-ficción. Porque todo teórico de la literatura, en tanto que intérprete de ella, ha de actuar como un operador de la literatura, y no podrá permanecer retraído, ni retrotraído, en un lugar teórico, inoperante, o incluso contemplativo, ante la realidad corpórea de los materiales literarios. Por esta razón, interpretar la Teoría de la Literatura desde el criterio dicotómico dado entre ciencias especulativas o teóricas y ciencias prácticas o empíricas es una pura ilusión epistemológica. Un idealismo extemporáneo. De hecho, la denominación de nuestra disciplina, «Teoría de la Literatura», es una denominación que adolece de un teoreticismo puro e inasumible.

2. Una segunda clasificación dicotómica de las ciencias es la que distingue entre ciencias nomotéticas e idiográficas. Es el binomio propuesto por Windelband (1892) para discriminar sobre todo las denominadas ciencias naturales (nomotéticas) de las ciencias culturales (idiográficas). Esta clasificación, posromántica y neokantiana, resulta inaceptable por múltiples razones, y ante todo por su idealismo. En primer lugar, porque se basa en criterios exclusivamente epistemológicos, al construir una tipología de las ciencias por referencia exclusiva a su objeto de conocimiento (ontología), y no a su campo de investigación (gnoseología). En segundo lugar, porque —como señala Bueno (1992: I, 194-195)— hay momentos idiográficos, o cambiantes, en la ciencia natural, del mismo modo que hay momentos nomotéticos, o invariables, en la ciencia cultural. En tercer lugar, porque semejante división incurre en la falacia adecuacionista, al plantear una yuxtaposición o coordinación, por lo demás imposible, a tenor de los términos en que se plantea, entre naturaleza y cultura. Diríamos que se trata de un adecuacionismo totalmente inadecuado, pues si una distinción de este tipo fuera operatoriamente posible, la unidad de ambas ciencias quedaría quebrada y destruida, dado que la contraposición ontológica entre unas y otras, entre naturaleza y cultura, resultaría insalvable. Windelband postula una coordinación o adecuación imposible de sostener. La Teoría de la Literatura es ininterpretable desde tales criterios dicotómicos y adecuacionistas, dados entre una supuesta lógica de procesos causales (nomotética) y una no menos presupuesta versatilidad o variabilidad de fenómenos cambiantes (idiografía). Esta metodología plantea —y justifica— el uso de metodologías y conceptos insolubles en la realidad de los materiales literarios, tales como por ejemplo el lector implícito (Iser, 1972) o el lector modelo (Eco, 1979), auténticas construcciones nomotéticas imposibles de realizar idiográficamente en los hechos literarios.

3. Una tercera clasificación binaria de las ciencias es la que distingue entre ciencias formales y reales. Esta distinción se debe sobre todo a Wilhelm Wundt (1889), y actualmente tampoco puede sostenerse, desde el momento en que las nociones de forma y realidad han sufrido durante el último siglo transformaciones decisivas en todos los campos categoriales. En primer lugar, no cabe hablar de formas puras, ni de ciencias reducidas a formas (sean puras o impuras), pues aceptar algo así sería incurrir automáticamente en un teoreticismo de proyecciones metafísicas. Tampoco se puede hablar de ciencias «puramente formales» frente a ciencias «exclusivamente reales». La lógica, la geometría plana o la matemática, por ejemplo, no son ciencias formales válidas frente a otro tipo de ciencias, supuestamente «más reales», como la física, la estereometría o la arquitectura (que además de ser una ciencia es también un arte), sino que unas y otras son ciencias categoriales que se atienen rigurosamente a materialidades específicas —y en cierto modo exclusivas suyas— del mundo real. No cabe establecer una relación cogenérica entre las ciencias a partir del formalismo, y aún menos desde el criterio de realidad. Sólo desde un teoreticismo radical, como en el que incurren —en sus procesos de regresión media genérica (vid. infra)— la teoría de los polisistemas o la lingüística textual planteada por Petöfi y García Berrio, por ejemplo, cabe concebir el desarrollo de una Teoría de la Literatura, como ciencia formal, en los términos dados en este binomio artificioso entre ciencias reales y formales.

4. Una cuarta clasificación, sin duda la más triunfalista y perseverante, es la que distingue entre ciencias naturales y ciencias humanas. Procedente del historiador Johann Gustav Droysen (1868), es el filósofo neokantiano Wilhelm Dilthey (1883) quien la promueve desde criterios puramente epistemológicos, amparados naturalmente por el idealismo de la filosofía kantiana (objeto / sujeto). Y como tal llega a nuestros días. Es bien sabido que Dilthey asigna a cada uno de estos tipos de ciencias un método específico de conocimiento, basado en la explicación (Erklären), en el caso de las ciencias naturales, y en la comprensión (Verstehen), en el caso de las ciencias humanas. Nótese que un criterio filológico o hermenéutico objetiva la diferencia metodológica entre estos dos tipos de ciencias. Epistemología y hermenéutica viajan juntas (con pasaporte alemán, por supuesto). Desde una perspectiva semejante, y ya se ha dicho, Wilhelm Windelband había distinguido en 1892 entre ciencias nomotéticas y ciencias ideográficas, de modo que las primeras buscan leyes generales para «explicar» los procesos naturales, y las segundas tratan de «comprender» los hechos singulares e irrepetibles que constituyen los fenómenos humanos y culturales. A su vez, Heinrich Rickert recoge este binomio ontológico en su obra de 1899 Kulturwissenschaft und Naturwissenschaft, y confirma para esta concepción bipolar de las ciencias un éxito duradero casi hasta nuestros días[1].

Se da por supuesto que las ciencias humanas son las que se ocupan del ser humano. El problema reside precisamente en que esta concepción de las ciencias sólo concibe al ser humano como una realidad ontológica, ignorando gravísimamente que el ser es humano por ser ante todo una realidad gnoseológica, es decir, operatoria. Ésta es una idea capital de la teoría del cierre categorial de Bueno en la que hemos de insistir permanentemente. La ontología humana está determinada por su dimensión y su significado gnoseológico, desde el momento en que el humano es el único ser dotado de capacidad operatoria y constructiva para manipular formalmente la materia, es decir, para conceptualizarla, haciendo del Mundo (M) un Mundo interpretado (Mi). El ser humano es humano precisamente por ser un ser gnoseológico. Algo que no pueden llegar a ser ni los dioses más sofisticados. Las ficciones no operan. Nada más irracional que considerar que algo es obra de un dios (opus dei). Todo cuanto existe es obra humana. Nada divino hay en nosotros. Vivimos, de hecho, más cerca de los animales que de los dioses. El origen del ser humano es un origen zoológico, es decir, biológica y genealógicamente animal.

Como se verá inmediatamente, la clasificación de las ciencias según la teoría del cierre categorial dispone que todas las ciencias son humanas, desde el momento en que hay que contar con la intervención del ser humano, y de sus capacidades operatorias, para desarrollar cualquier tipo de actividad racional y científica. No hay «ciencias inhumanas», ejecutadas por dioses, extraterrestres o criaturas vegetales. Los dioses nunca han tenido preocupaciones científicas.

Desde las exigencias de la Crítica de la razón literaria, estas clasificaciones dicotómicas de las ciencias, de fundamento epistemológico y ontológica, resultan insuficientes para enfrentarse con solvencia a los materiales literarios. La propuesta de Droysen (1868), desarrollada por Dilthey (1883) desde las postrimerías del idealismo alemán decimonónico, es la que ha tenido más éxito, y, sin embargo, la que ha provocado un mayor estancamiento en toda posible reflexión sobre ciencia y teoría literaria. Si en este punto examinamos el papel que la Teoría de la Literatura y la Crítica de la Literatura pueden desempeñar en la circunscripción dicotómica dada entre ciencias humanas y ciencias naturales, se observará que, una vez más, tal configuración binaria resulta muy deficiente, y tremendamente limitada, para explicar la complejidad categorial o científica de la teoría y la amplitud o trascendencia filosófica movilizada por la crítica de los materiales literarios. Ni una ni otra pueden resolverse sin más en los términos del Verstehen ni del Erklären. Tal cosa nos conduce a una reducción filológica y hermenéutica completamente pueril. 

La crítica literaria debe estar implantada e inmersa en el presente, en un presente práctico, social, político, científico…, como ámbito propio y suyo, ajeno a toda hermenéutica doxográfica o idealista. Por otro lado, la Teoría de la Literatura exige una serie de construcciones y saberes conceptuales cuyos procedimientos, mediante procesos de objetivación (o regresión media genérica), la aproximan gnoseológicamente en gran medida al uso que hacen determinadas «ciencias naturales» de sus propios contenidos y materiales de investigación, por sorprendente que esto pueda parecer a primera vista. ¿Acaso la filología, la ecdótica y la lingüística forense no se sirven de programas informáticos, bases de datos y construcciones computacionales sofisticadísimas para elaborar muchos de sus estudios, repertorios e incluso fijaciones textuales de obras literarias y no literarias? Y ante un contexto crítico de esta naturaleza, determinado por una gnoseología materialista, se hace imprescindible la disolución de los conceptos Verstehen y Erklären, introducidos por Droysen, y asumidos por Dilthey, quien les infundió una aceptación que prosperó acríticamente hasta muy entrado el siglo XX. Estas nociones poseen un valor histórico, pero no operatorio. Son conceptos extemporáneos, de un idealismo posromántico. Incluso podríamos decir que su valor fue siempre casi exclusivamente semántico, nunca gnoseológico.

Esta distinción, entre lo que se puede explicar y lo que se puede comprender, se basa más en criterios epistemológicos, e incluso psicológicos, que gnoseológicos[2]. Bueno ha insistido explícitamente en que si existe una diferencia clara entre estas dos familias de ciencias, las que responden al Verstehen y las que obedecen al Erklären, esta diferencia reside más bien en las facultades u órganos humanos de captación que en la naturaleza ontológica de sus respectivos objetos de conocimiento (cultura / naturaleza), o incluso que en su estructura lógica (donde opera la distinción de Windelband entre individual / universal, ciencias idiográficas / ciencias nomotéticas). Según Bueno, estas facultades, que actuarían como órganos de captación, serían la comprensión y la explicación[3]. Pero esto supone retrotraer la actividad supuestamente científica a ámbitos hundidos en la psicología personal (autologismo), o en el sociologismo gremial (dialogismo).

Tanto para el materialismo filosófico de Bueno como para la Crítica de la razón literaria, desde la que se reinterpreta ante las exigencias literarias una parte muy importante del pensamiento buenista, «la comprensión no constituye por sí misma una metodología que tenga significado gnoseológico» (Bueno, 1990a: 44). Todo lo contrario, su peso epistemológico es absoluto, y puede conducir a un callejón sin salida gnoseológica, es decir, a un idealismo trascendental. Por otro lado —y son palabras de Bueno—, no puede aceptarse la analogía «entre comprensión y órganos sensoriales o instrumentos científicos, puesto que estos son operadores o relatores y aquellos no» (44). La precisión de un termómetro o de un microscopio (M3) siempre será incomparablemente mayor que la impresión personal (M2) para medir la temperatura de un cuerpo o para objetivar la actividad biológica que ejecutan determinadas células dentro de un organismo dado.


Las ciencias en general, y las ciencias humanas en particular, comienzan a constituirse como tales en el momento de la construcción operatoria de estructuras fenoménicas o esenciales, y no en el momento de la comprensión o descripción de los fenómenos. Y es entonces cuando cobran su significado gnoseológico unas ciencias cuyas construcciones son, hasta cierto punto, re-construcciones (re-enactement de Collingwood, nacherleben de Dilthey), y que nosotros entendemos como tratamiento β-operatorio de los propios materiales estudiados por esas ciencias[4]. Esas reconstrucciones tienen que tener lugar en un escenario físico, pues han de estar en contacto con la propia praxis, política o tecnológica, característica de cada campo (Bueno, 1990a: 44).


La crítica a la diferencia historicista y neokantiana entre ciencias humanas y ciencias naturales debe comenzar por cuestionar los fundamentos ontológicos de esta discriminación. Ontológicamente se impone a cada grupo de ciencias un objeto de conocimiento, de modo que la naturaleza, como materia inerte, se convierte en objeto de estudio de las ciencias naturales, mientras que la sociedad, o la antropología, el Hombre, como materia viviente, se integra como objeto de estudio de las ciencias humanas. Esta asignación es falaz, desde el momento en que las ciencias no están determinadas por su objeto de estudio (ontología), sino por su campo de conocimiento (gnoseología), es decir, por el campo gnoseológico en el que se sitúan los materiales que se constituyen como términos, o componentes conceptuales, de su campo categorial o científico. El Hombre no sólo es objeto material de conocimiento de la antropología, sino también de la medicina, la física y la química, del mismo modo que también lo es de la lingüística, la psicología o la Historia.

Desde tales criterios gnoseológicos se impone una clasificación de las ciencias atendiendo a sus campos categoriales, es decir, a aquellas parcelas o campos de la realidad en que se sitúan físicamente sus materiales de conocimiento. Las posibilidades de este criterio diferencial se incrementan desde el punto de vista de los distintos recursos operatorios que tienen lugar en las diferentes ciencias. Se partirá, pues, de la consideración del sujeto humano como sujeto gnoseológico (sujeto operatorio), que realiza operaciones y construye términos mediante su intervención en los campos categoriales de las distintas ciencias. Se distinguirá así entre ciencias en las que el sujeto operatorio no aparece formalmente como término del campo categorial (metodologías α-operatorias) y ciencias en las que sí aparece (metodologías β-operatorias), desarrollando conductas operatorias dentro del campo categorial. Es decir: el ser humano puede ser neutralizado o eliminado totalmente como sujeto operatorio de un determinado campo categorial, como el que ofrece la geometría, la química organometálica o la astronomía, por ejemplo; o no, como sucede en aquellas ciencias dentro de cuyos campos categoriales el ser humano actúa como un sujeto operatorio irreductible, y no puede ni desaparecer ni suprimirse totalmente, como sujeto que opera, esto es, que ejecuta y planifica múltiples operaciones: los sujetos pretéritos en Historia, el hablante en lingüística, el salvaje en etnología, el productor o consumidor en economía, el sujeto agente en psicología, el enfermo o paciente en medicina, el lector real en Teoría de la Literatura, el juez y el delincuente en el Derecho, etc. Quiere decirse con esto que no es posible comprender (Verstehen) ni explicar (Erklären) los comportamientos humanos, ni individuales ni colectivos, desde el uxoricidio hasta las creencias mitológicas o numinosas, según concepciones mecanicistas o meramente biológicas del funcionamiento del mundo, como si los cursos operatorios que en él intervienen y concurren pudieran reducirse a principios impersonales o leyes generales de aplicación universal, deterministas o necesarias[5]. Tampoco cabe interpretar la conducta u operatividad humanas como un movimiento recurrente e irreflexivo, rutinario o automático, carente de causalidad, intencionalidad o prolepsis[6].

El conflicto —el conflicto dialéctico— forma parte de la constitución misma del conocer y del construir, esto es, del ser humano en tanto que homo sapiens y homo faber. ¿Por qué desear, en nombre de un estulto armonismo, que deje de ser pertinente, o incluso que desaparezca del terreno de juego? Lo que no se discute no se sabe. El diálogo que no está fundamentado en una dialéctica no podrá interactuar sobre nada, y no tendrá ninguna consecuencia ni efecto operatorio.

El concepto de ciencia que Bueno plantea es eminentemente dialéctico[7], porque a través de la dialéctica, es decir, de la categorización especial o específica de cada ciencia, y de unas frente a otras, las ciencias dejan de concebirse genérica o cogenéricamente, y dejan también de exponerse como un conjunto armónico de saberes, clasificados de forma simplista en dos grupos o clases complementarias, fruto irreal de una dicotomía artificiosa entre ciencia y cultura, lo que las convierte en ficciones explicativas, por lo demás inertes, una al lado de la otra, como si se tratara de realidades metafísicas o incluso estéticas. Toda concepción cogenérica de las ciencias apunta en última instancia hacia un monismo metafísico, y oculta, sin duda alguna, una visión cósmica y unitaria del mundo. Es una forma por completo irresponsable de retrotraer toda actividad científica hacia territorios eclipsados por el idealismo, donde pululan, a través de las manifestaciones más diversas, los requerimientos habituales de la fe, la religión, el monismo metafísico, la idea hipostática de cultura, los mitos de la identidad, el espíritu, el ser, la paz o los derechos humanos, y, por supeusto, la hermenéutica. La ciencia no es un embellecedor de la realidad, como tampoco lo son ni el arte ni la literatura. La ciencia es una construcción ontológica de la realidad de la que, a diferencia del arte y de la literatura, el sujeto operatorio ha desaparecido, porque —a partir de cierto punto del proceso científico— se ha neutralizado o segregado. A veces, incluso eclipsado. Ésta es la diferencia esencial —y específica— entre las artes y las ciencias.


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NOTAS

[1] Enrique Moradiellos ofrece una muy interesante y recomendable aplicación de la teoría del cierre categorial a la ciencia de la Historia, en su libro Las caras de Clío (2001). Al referirse críticamente a las ideas de Bueno sobre la dicotomía entre ciencias humanas y ciencias naturales, Moradiellos introduce reflexiones de gran interés no sólo para el historiador, y nos recuerda que aún a mediados del siglo pasado, Charles P. Snow, en su libro Las dos culturas (1959), se refería al poderoso abismo que, en determinados sectores, seguía separando ambas familias de ciencias. Vid. Moradiellos (2001: 52 ss).

[2] La perspectiva epistemológica —léase a Bueno, a quien remito (1992, I)— hace referencia principal al eje pragmático, especialmente a su momento normativo, que afecta al sujeto cognoscente o gnoseológico (sujeto operatorio). Las cuestiones epistemológicas giran en torno a los procesos que determinan normativamente la actitud del sujeto cognoscente (estados de duda o certeza, apunta Bueno). La perspectiva gnoseológica hace referencia al eje semántico, y en especial a su momento ontológico. Las cuestiones gnoseológicas giran en torno a los procesos que determinan la «identidad sintética» de unas partes objetivas del campo científico respecto a otras. Entre los criterios que permiten distinguir el espacio gnoseológico del espacio epistemológico figuran los tres ejes de referencia —una y otra vez mencionados a lo largo de esta obra—, de carácter semiológico, propios de la gnoseología general analítica del cierre categorial: a) eje sintáctico, que considera los componentes de las ciencias desde el punto de vista de su relación consigo mismos (términos, relaciones y operaciones); b) eje semántico, que considera los componentes de las ciencias desde el punto de vista de su dimensión referencial, fenoménica y esencial o estructural; y c) eje pragmático, que considera los componentes de las ciencias según criterios autológicos, dialógicos y normativos.

[3] «Se comprende que en la medida en que utilicemos esta distinción para dar cuenta de la diferenciación entre las ciencias naturales y las ciencias humanas (o culturales) estaremos poniendo la diferenciación entre estos dos tipos de ciencia más en el plano epistemológico (o psicológico) que en el plano gnoseológico (lógico-material)» (Bueno, 1990a: 40).

[4] En el apartado siguiente se explica cómo la teoría del cierre categorial (Bueno, 1992) exige distinguir dos situaciones definidas en los campos semánticos característicos de toda ciencia: una situación α, que identifica a las ciencias en cuyos campos no aparecen formalmente entre sus términos los sujetos gnoseológicos; y una situación β, que identifica a aquellas otras ciencias en cuyos campos sí aparecen formalmente sujetos gnoseológicos u operatorios. Estas dos situaciones (α y β) permiten redefinir, desde criterios estrictamente gnoseológicos, las clases de ciencias originariamente llamadas «ciencias humanas» y «ciencias naturales». Se reinterpreta de este modo, en el marco de una gnoseología materialista, la discriminación entre ciencias humanas (las que utilizan metodologías β-operatorias, es decir, las que introducen en sus campos el sujeto operatorio), y ciencias naturales (las que utilizan metodologías α-operatorias, las cuales no cuentan en sus campos con sujetos operatorios), discriminación que se salda con la disolución o desintegración de este binomio, idealista y posneokantiano, y su subrogación por una clasificación de las ciencias en seis grupos o clases fundamentales —que se exponen más adelante—, de acuerdo con criterios gnoseológicos o lógico-materiales, esto es, operatorios.

[5] «La comprensión, como reconstrucción, no será tanto una «penetración en el interior de los demás» (la empatía de G. Simmel), sino, en general, una aprehensión del mundo cultural de los otros, lo que sólo será posible si nuestro mundo cultural tiene capacidad o potencia superior para absorber en sus categorías al mundo cultural estudiado. Un antropólogo que ha sido educado en la teoría de la gravitación puede comprender la astronomía maya mucho mejor de lo que todos los sacerdotes mayas juntos podrían comprender la teoría de Newton. En general, por tanto, las posibilidades de comprensión de una cultura dada no habrá que derivarlas tanto de alguna supuesta facultad subjetiva, cuando de determinadas condiciones ligadas al mundo cultural objetivo al que pertenece el científico» (Bueno, 1990a: 45).

[6] Insisto en que Enrique Moradiellos ha hecho una muy valiosa y pertinente aplicación de las ideas de Bueno, y en particular de la teoría del cierre categorial, al estudio de la Historia en su obra antemencionada Las caras de Clío (2001), cuya lectura recomiendo explícitamente, no sólo para profundizar sobre algunos de los aspectos que aquí convocamos y citamos, sino sobre todo para introducir al lector interesado en el análisis de las metodologías historiográficas. Vid. especialmente Moradiellos (2001: 59 ss).

[7] Según Bueno, la dialéctica de las ciencias comprende tres dominios fundamentales: 1) dialéctica de las ciencias frente al medio extracientífico, referente a cómo las ciencias se ven enfrentadas con los saberes extracientíficos con los cuales están en necesario e inevitable contacto; 2) dialéctica de las ciencias entre sí, ya que cada ciencia puede enfrentarse con otras ciencias de su entorno, delimitando de este modo los respectivos campos categoriales; y 3) dialéctica de cada ciencia consigo misma, en relación a las dialécticas inmanentes dadas en cada campo científico. Sobre la dialéctica de las ciencias, vid. Bueno (1992: I, 215 ss).






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Impugnación de las clasificaciones dicotómicas o binarias de las ciencias», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 5.6.1.1.1), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



⸙ Glosario 



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El hundimiento actual de la Teoría de la Literatura




Hacia una reconstrucción de la Teoría de la Literatura




La Teoría de la Literatura frente a la teoría del cierre categorial




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Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria