Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Principio de neutralización de operaciones
Por último, en cuarto lugar, resulta imprescindible tener en cuenta el denominado principio de neutralización de operaciones, en virtud del cual las operaciones llevadas a cabo —ejecutadas física y lógicamente— siempre por un sujeto gnoseológico, en tanto que sujeto operatorio y corpóreo, esto es, humano, han de neutralizarse, destilarse o disolverse sin consecuencias, a partir de un momento dado del progreso o regreso de la investigación científica, a fin de preservar la objetividad de los resultados alcanzados, y de segregar o esterilizar todo componente subjetivo, psicológico o fenomenológico, presente tanto en las premisas o estados previos de la investigación como en sus últimos y finales resultados.
Hemos insistido en la concepción de sujeto que aquí manejamos: no es el sujeto kantiano, ideal, epistemológico, que sólo existe en tanto que ser pensante —capaz incluso de pensar sin cuerpo—, y que acaba por reducir a su propia conciencia (subjetiva) todo cuanto existe (objetivamente), de modo que la mente y la imaginación actúan como un horno u obrador donde se cuece de forma ideal la realidad cuya ontología es siempre ilusa y presupuesta. No. El sujeto de la teoría del cierre categorial, el sujeto de la gnoseología materialista, el sujeto de la Crítica de la razón literaria, es un sujeto gnoseológico, es decir, un sujeto corpóreo y operatorio, un ser humano que existe real y operativamente, un sujeto pragmático, un homo faber, que trabaja de modo solidario y conjugado con formas y materias. Nótese que desde un punto de vista gnoseológico el lector implícito de Iser (1972), como el lector modelo de Eco (1979), es inconcebible, por incorpóreo y metafísico. Esta concepción de lector es una figura retórica, no gnoseológica.
Ocurre, además, que este sujeto gnoseológico o sujeto operatorio, el cual —en nuestro caso— ha de interpretar los materiales literarios, sabe que debe desaparecer a partir de un momento dado de la interpretación (en el regressus). Debe abandonar el espacio gnoseológico cediendo el terreno a las figuras gnoseológicas correspondientes (conceptos, teoremas, teorías, principios, axiomas...). El sujeto operatorio, como sus propias operaciones, han de neutralizarse. Y han de neutralizarse por sí mismas, generando conceptos lógicos. De este modo, el sujeto operatorio ha de desactivarse durante los procesos del regreso o regressus hacia la configuración de conceptos, teorías, formas, definiciones, demostraciones, clasificaciones, modelos..., y otras figuras gnoseológicas a las que nos hemos referido.
En primer lugar, hay ciencias, o metodologías, que Bueno tipifica como alfa (α), en las que el proceso de neutralización del sujeto operatorio o gnoseológico es muy fácil, bien porque en los campos categoriales de tales ciencias no hay sujetos humanos, dados como términos del campo, como ocurre en química, astronomía o geometría (que aquí agruparemos en el conjunto de las ciencias naturales [1]), bien porque mediante procesos de progresión media o genérica (progressus) este sujeto y sus operaciones se desvanecen —progresivamente— a medida que avanzamos en el campo fenoménico, como ocurre en las ciencias que aquí denominaremos computacionales [2] y estructurales [3].
Por eso Bueno (1992: I, 203) advierte que, en las metodologías α-operatorias, el estado en el que una ciencia deja de tener presentes entre sus términos a los sujetos humanos se alcanza en aquellos casos en que el regressus conduce a una eliminación o neutralización total de las operaciones y de los fenómenos humanos en proceso de interpretación. Esto se produce cuando se neutralizan los sistemas operatorios del campo de partida.
En segundo lugar, hay ciencias, o metodologías, que Bueno tipifica como beta (β), en las que el proceso de neutralización del sujeto operatorio o gnoseológico es más difícil, o incluso necesariamente imposible de consumar por entero, bien porque en los campos categoriales de tales ciencias hay sujetos humanos que pueden neutralizarse por completo o parcialmente, mediante procesos de regresión media o genérica (regressus), hacia la construcción de estructuras objetivas y conceptuales, como ocurre en las ciencias que denominaremos reconstructivas [4] y demostrativas [5] —si bien en estas últimas la neutralización completa es inalcanzable—, bien porque, como ocurre en las ciencias que llamaremos políticas [6], la neutralización de todo sujeto es necesaria y definitivamente imposible, y a veces incluso ni siquiera se puede plantear.
En las metodologías β-operatorias —como detalla Bueno (1992: I, 208) en su exposición—, las operaciones de partida, lejos de depurarse en los resultados finales, han de reproducirse inevitable y necesariamente una y otra vez. Las metodologías β-operatorias no disponen de un campo disociable de la actividad operatoria humana, y no pueden prescindir de las operaciones, desde el momento en que su campo de acción son las operaciones en sí, implicadas irremediablemente en imperativos pragmáticos humanos, de orden económico, moral, político, jurídico, etc. Un arsenal de tecnologías y praxiologías determinan las operaciones que se llevan a cabo desde las metodologías β-operatorias. En consecuencia, las ciencias que Bueno llama β no ultiman ni consuman el regressus definitivo hacia las esencias, porque se trata de disciplinas que inexorablemente, bien resultan interceptadas por las praxiologías (moral, política, ideologías...) en el progressus hacia los fenómenos, bien se confunden con las estructuras (tecnologías, teorías, técnicas de investigación...) en el regressus hacia las esencias. Este tipo de ciencias exigen un racionalismo que no puede prescindir nunca jamás de la presencia del ser humano como transductor.
En las tradicionalmente denominadas «ciencias humanas», las operaciones son siempre fenoménicas. Piénsese, además, como recuerda Bueno, que la gnoseología materialista identifica componentes psicológicos en los siguientes sectores de los ejes del espacio gnoseológico: a) en el eje sintáctico, las operaciones; 2) en el eje semántico, los fenómenos; y 3) en el eje pragmático, los autologismos, los dialogismos y, con frecuencia, también las normas. Sólo los términos, las relaciones (eje sintáctico), los referentes, las esencias o estructuras (eje semántico) y, en determinadas circunstancias, también las normas (eje pragmático), están exentos de componentes psicológicos, es decir, no requieren la neutralización del sujeto gnoseológico.
Lo que la teoría del cierre categorial de Bueno plantea y pretende es la interpretación objetiva de los fenómenos empíricos mediante la neutralización de las operaciones humanas. Huerga Melcón lo reitera en su trabajo titulado «Historia de la ciencia desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno»:
Desde luego, las ciencias humanas cuentan como fenómenos las propias operaciones, deben partir de ellas y volver a ellas, y en cuanto tales, habrán de incorporar según la teoría del cierre dos tipos de metodologías, las metodologías beta-operatorias, «procedimientos de las ciencias humanas en los cuales esas ciencias considerarán como presente en sus campos al sujeto operatorio», y las metodologías alfa-operatorias, «procedimientos en virtud de los cuales son eliminadas o neutralizadas las operaciones iniciales, a efectos de llevar a cabo conexiones entre sus términos al margen de los nexos operatorios (apotéticos) originarios». La teoría del cierre categorial sintetiza la dialéctica propia de las metodologías alfa y beta así definidas: «Las ciencias humanas, en tanto parten de campos de fenómenos humanos, comenzarán necesariamente por medio de construcciones beta-operatorias; pero en estas fases suyas no podrán alcanzar el estado de plenitud científica. Este requiere la neutralización de las operaciones y la elevación de los fenómenos al orden esencial. Pero este proceder, según una característica genérica a toda ciencia, culmina, en su límite, en el desprendimiento de los fenómenos (operatorios, según lo dicho, por los cuales se especifican como «humanas»). En consecuencia, al incluirse en la situación que llamamos alfa, alcanzarán su plenitud genérica de ciencias, a la vez que perderán su condición específica de humanas […]. El grado de cientificidad de una disciplina estará en función del proceso de la «neutralización de las operaciones», un criterio que permite distinguir dos situaciones dentro de los campos semánticos de cada ciencia: la situación primera (alfa), la de aquellas ciencias en cuyos campos no aparezca formalmente, entre sus términos, el sujeto gnoseológico; y la situación segunda (beta), la de aquellas ciencias en cuyos campos aparezcan (entre sus términos) los sujetos gnoseológicos. Si la primera corresponde a las ciencias físicas, a la química o a la biología molecular, la situación segunda aparece en las ciencias humanas. En las ciencias humanas el sujeto aparece entre los términos del campo no como un objeto más, sino principalmente como un sujeto operatorio, que «liga apotéticamente otros términos del campo, lo que equivale a decir –dice Gustavo Bueno–, «que actúa como un científico» (Huerga Melcón, 2006: 14).
Las palabras de Huerga Melcón remiten al opúsculo de Bueno sobre El individuo en la Historia (1980), donde se distingue al sujeto operatorio en dos niveles posibles: en primer lugar, como término contenido en un campo categorial determinado, y que actúa como ser humano que opera y obra dentro de ese campo —Napoleón en Waterloo, esto es, el individuo en la Historia, en el hecho particular—; y en segundo lugar, como agente que opera sobre un campo científico, al actuar como intérprete o investigador —Jakobson como lingüista, esto es, el individuo en lo Universal, en la ciencia, como predicación de universales—, intérprete o investigador que, en un momento dado del proceso de la investigación (regressus), ha de neutralizarse como tal sujeto gnoseológico.
Al referirse al individuo en lo universal, Bueno exige considerar cuál es el papel que desempeña el individuo como sujeto operatorio frente a los materiales científicos, es decir, el individuo —el sujeto— en la ciencia —en lo universal—. ¿En qué eje, y sobre qué sectores, se sitúa el individuo, si es que lo individual puede asumir la forma de una figura gnoseológica? Bueno determina el concepto gnoseológico de individuo del modo siguiente, al distinguir individualidad objetiva e individualidad subjetiva.
1) La individualidad objetiva está constituida por el individuo como término y como referente en el campo científico, de modo que el ser humano se situaría como término en el eje sintáctico y como referente en el eje semántico del espacio gnoseológico. Sería el caso de Napoleón, como objeto de estudio, para un historiador, o de Cervantes, para un biógrafo literario, por ejemplo. El individuo lo es aquí en sentido objetivo, como término del campo objetivo de la ciencia. Según Bueno (1980), a este tipo de individuo se refiere Aristóteles en su Poética (1451b), cuando el de Estagira afirma que la Poesía es más universal que la Historia. Bueno considera, con razón, que Aristóteles afirma, de hecho, que la Poesía es más científica que la Historia, porque la primera se refiere, como la ciencia, a lo universal —a lo esencial—, mientras que la segunda, a diferencia de la ciencia, se refiere a lo particular —o accidental—. En consecuencia, el individuo en la historia no puede ser —para Aristóteles— aprehendido científicamente, pero, en la literatura, sí puede serlo. Y a esa comprehensión conceptual dedicó Aristóteles su Poética, el primer tratado universal de Teoría de la Literatura, y matriz de todas nuestras investigaciones posteriores, incluso aunque su autor no sea ya nuestro colega ni nuestro contemporáneo.
2) La individualidad subjetiva, por su parte, está constituida por el individuo como operador, autologismo y dialogismo en la actividad científica del espacio gnoseológico, de modo que el ser humano sería ahora un agente de la interpretación, es decir, no un término que opera en el campo categorial del que forma parte (Napoleón en la Historia, Cervantes en la literatura), sino un operador o intérprete que manipula términos dados en el campo categorial de referencia, y que como tal operador se desenvuelve como sujeto de autodiálogos y dialogismos —y también de normas y pautas interpretativas—, es decir, como sujeto gnoseológico en sentido pleno. El individuo lo es aquí en términos subjetivos, pues, aun siendo capaz de construir una ciencia, la cual no existiría sin el individuo, este mismo individuo o sujeto gnoseológico tendrá que segregarse o neutralizarse llegado el momento del regressus, y hacer desaparecer del terreno de juego gnoseológico todo componente subjetivo o psicológico. Porque la ciencia —la actividad científica— surge de forma plena cuando el individuo, el científico individual, se neutraliza en figuras gnoseológicas de validez universal: teoremas, principios, axiomas, conceptos, teorías, definiciones, clasificaciones, demostraciones, modelos...
Si algo nos ha enseñado el pensamiento de Bueno es que no cabe pensar en una totalidad que no se dé a través de una multiplicidad, es decir, no hay posibilidad de separar a priori el orden sensible del orden inteligible. Percepción y pensamiento son conceptos conjugados. Dicho de otro modo, no cabe aislar o incomunicar —antes del regressus— las percepciones de los pensamientos, esto es, los fenómenos de los conceptos. Y, por supuesto, de ninguna manera cabe reducir los segundos a los primeros, es decir, «deconstruir» o disolver los conceptos y los pensamientos en un mundo de intuiciones y percepciones fenomenológicas. Algo así equivale a la supresión de la razón, y a su subrogación por un discurso de palabras sin contenido (Lacan), de retórica sin referentes (Derrida), de memoria sin historia (es el procedimiento de la «memoria histórica» o «psicohistoria»), de seres humanos incorpóreos (es la irrealidad del lector implícito de Iser), etc. He aquí los resultados de la deconstrucción y la posmodernidad, y de sus métodos de neutralización del sujeto por destrucción o exterminio del ser humano, ya no en la Historia, sino en la literatura misma, y en todo contenido metodológico de interpretación científica, bien proclamando la «muerte del autor» (Barthes, 1968), bien reduciéndolo tropológicamente a una función social o ideológica (Foucault, 1969).
Quede claro que estos intentos de neutralización del sujeto gnoseológico, del intérprete, si se prefiere, no son nuevos ni radicalmente originales. En anteriores etapas de la Historia de la ciencia, e incluso de la Historia de la Teoría de la Literatura, han tenido lugar tentativas comparables. Pero ninguna ha estado tan rígidamente planteada desde la gnoseología como la que se ofrece desde la teoría del cierre categorial. El tema de la «neutralización del sujeto», de la «ecualización de las operaciones», de la «muerte del autor», etc., no es nuevo en absoluto. El positivismo histórico del siglo XIX se basó precisamente en esa obsesión de exactitud objetiva al reducir los estudios literarios a una cronología de precisión positivista limitada a fechas y datos, que hizo de la Historia de la Literatura una suerte de calendario universal de datos literarios, saturados de fechas de nacimiento, muerte y publicaciones. Piénsese que, de modo semejante, los estructuralismos de mediados del siglo XX exhibieron la neutralización del sujeto como una de sus principales bazas metodológicas, si bien esta neutralización fue más bien una derogación o una destrucción ontológica, en términos de ablación de materiales literarios («el autor ha muerto»).
Comienzan a promocionarse de este modo lo que en la Crítica de la razón literaria hemos denominado teorías literarias ablativas, basadas en la supresión explícita de materiales literarios absolutamente esenciales e imprescindibles. Fue el comienzo, en cierto modo, de las destrucciones sistemáticas que, desde los diferentes posestructuralismos, se llevaron a cabo sobre la totalidad de los materiales literarios. El primero fue el autor —la primera víctima, diríamos—, pero es que no fue la última. La ansiedad exterminadora de la deconstrucción se implantó en la totalidad de los componentes literarios, lingüísticos y, en suma, racionales y lógicos, inhabilitando toda forma de pensamiento, de filosofía y de actividad científica propia de las denominadas «ciencias humanas», las cuales, lejos de defender su estatuto y posición gnoseológicos, se entregaron lúdicamente a los juegos verbales y a la tropología inconsecuente de los acríticos seguidores de Derrida et alii. Barthes mismo neutralizó al sujeto (operatorio) por supresión del autor (literario), sin más. La superlativa proclamación de la muerte del autor no nos descubrió una interpretación literaria y lingüística más objetiva y mejor articulada, sino simplemente abrió la veda de la deconstrucción sistemática, del afán por descubrir y exhibir nuevos materiales literarios que destruir, descuartizar y descomponer. Una suerte de nihilismo mágico eclipsó la teoría literaria del último tercio del siglo XX. La destrucción de la idea y concepto de literatura, lúdicamente creada y recreada para solaz y divertimiento académicos, provoca la necrosis de la Teoría de la Literatura y el hundimiento de esta disciplina en el uso de sus funciones científicas. El cuerpo mismo de la literatura se convierte de este modo en una carroña a merced de los teóricos de la literatura. Contra este tipo de prácticas académicas y universitarias, de genealogía anglosajona y afrancesada, se escribió la Crítica de la razón literaria. El racionalismo hispanogrecolatino es incompatible con tales absurdos.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Principio de neutralización de operaciones», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 5.6.1.1.4), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- José Arcadio Buendía: Un patriarca absolutamente cómico. Ignorancia no es inocencia.
- La fundación de Macondo es consecuencia de un crimen: hacia el realismo mágico.
- El hispanismo se burla de la filosofía platónica: el mito del olvido en Macondo.
- El amor de los psicópatas: los Buendía son una familia de locos y dementes.
- La violencia y la guerra, a diferencia del amor, sólo seducen a quien no las sufre: Amaranta contra Rebeca.
- Militares y martes de carnaval. Arcadio y la democracia liberal en Macondo.
- El mito del guerrillero hispanoamericano: todo idealismo acaba siempre en traición o fracaso.
- Contra el mito de Simón Bolívar, y la distopía fragmentadora de la Hispanidad. Hispanoamérica sin España.
- El espejismo de Bolívar o el complejo histórico del fracasado.
- Una novela de costumbres patológicas: de la zoofilia al despilfarro y al carnaval trágico.
- Patologías religiosas: la Iglesia y los enemigos del Estado moderno.
- Remedios, la bella: ¿Cómo interpretar un hecho sobrenatural en la literatura?
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- La novelita de Meme Buendía o el fracaso de una generación: los niños del «Estado del bienestar».
- La alternativa al imperialismo gringo no es la izquierda, sino la Hispanidad.
- El mito del diluvio universal en la destrucción de Macondo provocada por el imperialismo depredador anglosajón.
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- ¿Violación o placer? El destino de las sociedades sin Estado es la anomia de sus miembros.
- 200 años sin España: 200 años de una hispanidad fragmentada por Bolívar.
El hundimiento actual de la Teoría de la Literatura
Hacia una reconstrucción de la Teoría de la Literatura
La Teoría de la Literatura frente a la teoría del cierre categorial