III, 5.4.2.3 - Demostraciones y crítica literaria

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
__________________________________________________________________________________


Índices





Demostraciones y crítica literaria


Referencia III, 5.4.2.3


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Las demostraciones son procedimientos predicativos, explicativos o descriptivos, es decir, dan lugar a relaciones a partir de relaciones (R < R). En el ámbito de la investigación literaria, es el modus operandi de la crítica literaria (Maestro, 2007a), al proceder mediante el desarrollo de hipótesis, deducciones, o incluso inducciones o abducciones, desde las que se trata de ilustrar, ejemplificar o hacer legible, a una escala distinta de la previamente dada o preexistente, el sentido y significado de un material literario determinado. En su formulación más estricta, dentro de la teoría del cierre categorial (Bueno, 1992), las demostraciones son funciones conectivas que conforman relaciones a partir de relaciones, mediante cadenas hipotético-deductivas que disponen el establecimiento de identidades sintéticas. En la Crítica de la razón literaria reinterpretamos estos planteamientos desde las exigencias de la literatura y sus posibilidades de análisis científico.

De hecho, para comprender correctamente el funcionamiento de las demostraciones, como figuras gnoseológicas, en el contexto de la interpretación de los materiales literarios, como uno de los modos fundamentales de conocimiento inmanente, junto con las definiciones, las clasificaciones y los modelos, es necesario retrotraerse a la ontología misma de los propios materiales literarios (M1), como punto de partida de su interpretación sensible o fenomenológica (M2), cuyo objetivo último y constante es indudablemente un análisis conceptual, científico o categorial (M3). En tales contextos, toda interpretación de los materiales literarios ha de estar basada en una o varias demostraciones críticas.

En primer lugar, ha de señalarse que las interpretaciones de los materiales literarios (M1), en tanto que demostraciones críticas, pueden ser de dos tipos: sensibles (M2) o inteligibles (M3). Serán sensibles (M2), si están basadas en experiencias meramente psicológicas, presupuestos fenomenológicos o exigencias idealistas, y serán inteligibles (M3), si se fundamentan en hechos interpretados desde criterios conceptuales y lógicos, que, además, den cuenta de aquellas realidades materiales que los hacen posibles como tales hechos (verum est factum: la verdad está en los hechos). Las interpretaciones sensibles siempre preceden a las inteligibles, pero no siempre desembocan o se consuman en estas últimas. A veces, desembocan en un tercer mundo semántico. Particularmente, cuando se preservan, como tales, encerradas en la «vida interior» de un lector que renuncia a la razón para interpretar, más allá de su propia sensibilidad, el contenido y la forma de los materiales literarios. Toda interpretación que no rebase el umbral fenomenológico o psicológico (M2) de los hechos, en este caso, de los materiales literarios (M1), resultará una interpretación sensible, con frecuencia de naturaleza epistemológica (construida sobre la oposición objeto / sujeto), y carente de fundamentos críticos que permitan articular una interpretación inteligible en términos conceptuales y lógicos (M3), lo suficientemente desarrollados como para adentrarse en una gnoseología (construida sobre la conjugación materia / forma). Las interpretaciones sensibles, basadas en una fenomenología de los hechos y en una epistemología del sujeto, cuya base es el propio yo, suelen ser fuente de idealismos, al incurrir en una hipóstasis de la forma disociada de la materia. Por su parte, las interpretaciones que aquí denominaré inteligibles, basadas en una gnoseología, exigen siempre como premisa una realidad material, de la que no se desprenden en ninguna de sus valoraciones ni conclusiones. 

Pensar la literatura no es lo mismo que sentir la literatura. La gnoseología nunca pierde de vista la realidad; la epistemología, sin embargo, tiende in extremis a ilusionar e idealizar toda visión de la realidad, convirtiendo a esta última en un espejismo. Recuérdese que el idealismo consiste en vivir en el espejismo sin disfrutar del oasis. Cuantas más personas «vivan» en el espejismo, mayor será la cantidad de recursos disponibles para quienes materialmente disfruten de hecho del oasis. Al espejismo, Platón lo denominó «la caverna» —un lugar realmente incómodo, y que exige para un adecuado consumo posmoderno una nueva nomenclatura—. La Crítica de la razón literaria lo denomina, simplemente, tercer mundo semántico. Desde Lutero, y sobre todo desde Kant, toda la teología protestante, primero, y la filosofía idealista, después, han trabajado de forma ininterrumpida por preservar y globalizar este espejismo de diseño anglosajón, esta reformada caverna platónica, hasta convertirlo en un portentoso tercer mundo semántico, saturado de ilusionismo, publicidad, autoayuda o autoengaño, relatos salvíficos y apocalípticos, cine, redes sociales, periodismo y mentira hábilmente gestionada. Por supuesto, dentro de este programa o experimento orwelliano[1], la literatura es una forma de cultura indefina y soluble en emociones sin sentido. Es decir, es cualquier cosa. En palabras sofisticadas de un Derrida: todo es texto. Y todos contentos. El objetivo es que el racionalismo literario resulte indescifrable, y que la inteligibilidad de la literatura sea igual a la nada. Que la literatura sea invisible, insípida e inodora. Ése es el objetivo de la educación posmoderna, de diseño anglosajón y globalizante, contra el cual se ha escrito esta obra, la Crítica de la razón literaria.


 

Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria



En segundo lugar, ha de insistirse en que las interpretaciones sensibles (M2) pueden ser de dos tipos: irracionales o racionales. Son irracionales, si se basan en el mito, la magia o la religión (numinosa o mitológica); y son racionales, si la sensibilidad que interpreta se apoya en la psicología subjetiva, el sobrenaturalismo formalista (verbal, fabuloso, imaginario, fantástico, maravilloso…) o el animismo poético (animales que hablan, fabulaciones varias, fenómenos naturales que interactúan con el ser humano, en forma de volcanes, profundidades marinas, etc.). A su vez, las interpretaciones inteligibles (M3) pueden ser críticas o acríticas. Son críticas, si se basan en la crítica, la ciencia y la filosofía; y serán acríticas, si se apoyan en ideologías, pseudociencias o religiones teológicas.

Esta tipología de la interpretación literaria que acabo de exponer está en la base de todas y cada una de las teorías de la literatura que han probado fortuna en la interpretación de los materiales literarios, teorías que el lector podrá identificar fácilmente en una o varias de las áreas expuestas en el siguiente gráfico:


 

Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

 


Por lo común, la mayor parte de las teorías literarias despliegan su actividad demostrativa en varias secciones o áreas del gráfico, si bien resultan ancladas en una zona fundamental, como le ocurre a la estilística de Dámaso Alonso con la psicología, a la mitocrítica de Northrop Frye con el animismo, al psicoanálisis freudiano con el mito, a la pseudoteoría literaria feminista con la ideología, a los intérpretes cristianos de Calderón con la teología, a la teoría de los polisistemas —y la lógica borrosa (cuando cae en manos de «teóricos de la literatura»)— con la pseudociencia, a las retóricas indigenistas y etnocráticas (en función de estudios culturales) con la magia y la religión numinosa, etc. La posmodernidad se mueve básicamente entre las interpretaciones irracionales de los materiales literarios (mito, magia y religión) y las interpretaciones acríticas (ideología, pseudociencia y teología enmascarada de nihilismo). Las teorías literarias formalistas, desde la escuela morfológica alemana hasta el neoformalismo francés, pasando por el formalismo ruso, han situado siempre sus premisas en las interpretaciones inteligibles y críticas, de claro fundamento crítico, científico y filosófico, aunque ―con desenlace diverso― en algunas de sus manifestaciones hayan incurrido posteriormente en interpretaciones sensibles y racionales, desembocando sobre todo en la psicología (estilística, New Criticism, estética de la recepción, semiología…) o en la sociología (corrientes marxistas, pragmática literaria, teorías de la cultura…).

De un modo u otro, a partir de las premisas expuestas, las demostraciones, como figuras gnoseológicas, se confirman en Teoría de la Literatura como procedimientos constituyentes de relaciones críticas nuevas a partir de relaciones críticas preexistentes [R < R], dadas entre términos operatorios que, pertenecientes a diferentes campos categoriales, resultan convocados gnoseológicamente en el ejercicio de la interpretación crítica de los materiales literarios.

Toda demostración se fundamenta en el ejercicio de una crítica ―que establece dialécticamente valores y contravalores― sobre una ontología, es decir, sobre la realidad positiva y material de unos hechos sometidos a examen, y sobre los cuales el ser humano actúa como sujeto operatorio (gnoseología), y no sólo como sujeto sensible y / o cognoscente (epistemología).



1. Crítica literaria epistemológica (idealista) frente a crítica literaria gnoseológica (materialista)

Así pues, en primer lugar, habrá que distinguir en el ejercicio de la crítica dos formas diferentes de proceder, basadas, bien en la oposición objeto / sujeto (crítica epistemológica o idealista), bien en la conjugación materia / forma (crítica gnoseológica o materialista).

1.1. En el primer caso, la crítica será epistemológica, y por lo tanto de naturaleza subjetiva, al tomar como referencia del éxito de la yuxtaposición o coordinación entre racionalismo y empirismo la figura del sujeto sensible y cognoscente (el yo kantiano) frente al objeto de conocimiento. De este modo, el conocimiento del sujeto se plantea como indisociable de la realidad del propio sujeto. Este tipo de crítica literaria, o de demostración literaria, se basa de forma explícita en la filosofía del idealismo trascendental, de ascendencia kantiana, romántica y alemana, al hacer pivotar el contenido de todo conocimiento en la actividad sintética ejecutada e interpretada por el yo sensible y cognoscente en sus diferentes fases de relación entre realidad y verdad. Las demostraciones críticas que se fundamentan sobre una epistemología conducen a interpretaciones idealistas, cuyo modelo filosófico es el siguiente (Bueno, 2004):


¬ - - - - - -  Idealismo

Mi  Ì  E  Ì  M

 

En este modelo, el Mundo fenomenológico (Mi) o Mundo interpretado por la razón humana está incluido en la conciencia subjetiva del sujeto (E), el cual está además incluido en la materia ontológica general del Mundo (M), que Kant identificaba con el noúmeno, espacio metafísico inasequible al conocimiento. De acuerdo con este esquema, el Mundo es una interpretación (Mi) del yo, en tanto que ego trascendental (E). Dicho de otro modo: en un mundo (M), cuyos fundamentos últimos o nouménicos desconocemos, estamos incluidos como sujetos de conocimiento (E), de modo tal que nuestra mente sólo puede dar cuenta, de forma sensible, primero, e inteligible, después, de una idea ―nuestra idea― de mundo, que siempre será fenoménica (Mi), aunque en alguno de sus ámbitos categoriales o científicos, allí donde sea posible establecer la síntesis apriorística entre empirismo y racionalismo, sea «verdadera». Kant no toma como premisa o punto de partida el mundo sensible o fenoménico, todo lo contrario: para los idealistas, el mundo sensible, como el mundo inteligible, es una construcción del sujeto, es decir, es un diseño subjetivo (Mi) del Mundo (M). 

Este tipo de crítica estará, incluso retroactivamente, en la base del relativismo de todos los tiempos, y muy especialmente del relativismo posmoderno contemporáneo, desde el momento en que, al hacer depender todo el conocimiento de la conciencia subjetiva de cada yo o de cada individuo cognoscente, habría, en última instancia, tantas verdades como yoes. Semejante imperativo supone que, desde el punto de vista ontológico, se niega la posibilidad de conocer la esencia de las cosas (la cosa en sí), porque los objetos no se manifiestan al sujeto como lo que realmente son ―el noúmeno (M)―, sino como una apariencia ―o fenómeno (Mi)― dada en la conciencia del yo

En consecuencia, más allá de la sensibilidad (M2), y en la sensibilidad misma, todo conocimiento resulta dudoso, y, en última instancia, nada se puede imponer ―ni objetivar― como absolutamente verdadero. Sólo desde un punto de vista epistemológico cabe hablar de verdad, y siempre dentro de un terreno científico, cuando sea posible establecer sintéticamente una relación demostrativa entre empirismo y racionalismo, de modo que las impresiones o fenómenos de la experiencia puedan confirmarse como demostraciones en el ámbito racionalista o teórico de los conceptos. Al margen de esta síntesis, no cabe hablar ―en términos kantianos― de ciencia. En consecuencia, desde las exigencias de un racionalismo práctico, los fundamentos de la metafísica tradicional (Dios, Alma, etc.) no pueden ser objeto de conocimiento ni de interpretación científica, sino solamente de especulación, al tratarse de ilusiones trascendentales. Desde Kant, la pretensión de formular conocimientos verdaderos o científicos de espaldas a un racionalismo avalado por la demostración empírica será deslegitimada, y automáticamente desterrada del dominio de la crítica y de la ciencia. La posmodernidad, por su parte, ha ampliado los límites de este destierro hasta promulgar una suerte de nihilismo absoluto ―realmente mágico, por idealista e irreal―, y ha llegado incluso a desterrar la verdad, la crítica y la ciencia de toda actividad humana, negando toda posibilidad de ejercer estas facultades en cualquier lugar del espacio antropológico.

1.2. En el segundo caso, la crítica será gnoseológica, y por lo tanto de fundamento materialista, al tomar como referencia de constitución del proceso de conocimiento la relación de conjugación entre materia y forma, existente entre los términos relacionados operatoriamente en el campo categorial o científico. Las demostraciones críticas basadas en este tipo de procedimiento ―materialista y conceptual― serán de naturaleza dialéctica o circularista, y su modelo filosófico es el siguiente (Bueno, 2004): 


Mi  Ì  E  Ì  M 

Materialismo - - - - - - ®


Se observará que el modelo es el mismo que el de las filosofías idealistas, pero interpretado en sentido radicalmente opuesto, de modo que el punto de partida o premisa de todo conocimiento es el Mundo interpretado (Mi), o materia ontológica especial, esto es, el mundo de los fenómenos, dentro del cual está incluido el ser humano (E), en tanto que sujeto corpóreo y operatorio, no simplemente sensible o cognoscente ―cual ego trascendental ahistórico, intemporal e incluso incorpóreo, como es el sujeto kantiano idealista―. Desde una perspectiva gnoseológica, el ser humano ejecuta sus procesos de conocimiento mediante operaciones lógico-formales y lógico-materiales, de modo que el resultado de esta operatoriedad es una ontología de construcciones categoriales explícitas, esto es, de dominios o ámbitos científicos.

En el ámbito de la crítica literaria, este tipo de demostraciones, de naturaleza dialéctica o circularista, exige un enfrentamiento directo con los materiales literarios, a fin de interpretar las ideas formalmente objetivadas en ellos. Esta interpretación de ideas ha de basarse necesariamente en una interpretación de conceptos, de modo que la crítica de la literatura resulte un ejercicio que se lleva a cabo sobre el arsenal conceptual de una Teoría de la Literatura. No es posible interpretar críticamente una idea al margen de los conceptos que científicamente la hacen posible, esto es, operatoria. Las ideas son objeto de una crítica, en tanto que los conceptos son objeto de una ciencia. Tratar de definir una idea al margen de los conceptos sobre los que materialmente esta idea está construida implica adentrarse en un idealismo de consecuencias acríticas y acientíficas, propio de un empirismo idealista (demostraciones descriptivistas), de un racionalismo idealista (demostraciones teoreticistas), o de un empirismo materialista, en tanto que materialismo aberrante (demostraciones adecuacionistas). Las demostraciones dialécticas o circularistas postulan una diferencia explícita entre ciencia y filosofía, de modo que los saberes científicos son conocimientos conceptuales o categoriales, de primer grado ―el concepto como realidad categorial o científica con fundamento material―, en tanto que los saberes filosóficos son conocimientos críticos o trascendentales (porque trascienden las categorías conceptuales), o de segundo grado ―la idea como realidad trascendental o filosófica con fundamento material― (Bueno, 1970, 1992; 1995, 1995a, 1995b; Maestro, 2009b).

Ha de subrayarse aquí la dimensión sincategoremática de ideas y conceptos. Como es bien sabido, sincategoremático es todo concepto ―como también lo es toda idea― que en sí mismo carece de significado, de modo que sólo lo adquiere cuando se determina su contenido o materia en un determinado contexto o relación, naturalmente dada en symploké. Así, por ejemplo, «libertad» es un concepto sincategoremático, que adquiere contenido o significado categoremático cuando se pone en relación con una categoría, como sería la libertad en física, en química, en Derecho, en Historia, en geografía, en métrica, en música o en termodinámica, etc.

Las demostraciones críticas de naturaleza dialéctica o circularista constituyen las de mayor valor científico que pueden alcanzarse en el desarrollo de una interpretación dentro de un determinado campo categorial. Las denominadas «ciencias humanas», y en particular la crítica literaria convencional, suelen ser muy poco exigentes en sus pretensiones de conjugación lógico-formal y lógico-material entre términos relacionados operatoriamente en su campo categorial, bien porque con frecuencia no tienen en cuenta la totalidad de los términos del campo científico ―el estructuralismo se jactaba de prescindir del autor en la investigación literaria, negándolo como a un muerto (Barthes, 1968)―, bien porque no reconocen la realidad de un pluralismo no sustancialista de relaciones dialécticas, al incurrir en un monismo dominante (toda interpretación literaria depende de un término fundamental: sea el autor, sea el texto, sea el lector, sea la mujer, sea la sociedad, sea la moral, sea la etnia, etc.), o en un atomismo epistemológico (anything goes, hay infinitas interpretaciones y todas ellas son igualmente válidas, cuando, en realidad, si todo vale es porque nada vale: donde no hay criterios, no hay valores). Frente a este tipo de consideraciones, las demostraciones críticas de naturaleza dialéctica o circularista exigen una relación racional de ideas, analizadas, desde el terreno de la crítica de la literatura, a partir de una interpretación científica o categorial de los conceptos objetivados formalmente en los materiales literarios. Por esta razón, las demostraciones dialécticas constituyen la base esencial del ejercicio de la crítica literaria, como saber de segundo grado ―de naturaleza filosófica―, fundamentado sobre el conocimiento conceptual que supone y exige la Teoría de la Literatura, como saber de primer grado ―de naturaleza científica o categorial―.


 

2. Lo sensible y lo inteligible

Lo hemos dicho: sentir la literatura no es lo mismo que pensar la literatura.

Por eso, en segundo lugar, hay que distinguir, en la ontología sobre la que la crítica ―sea idealista o epistemológica, sea materialista o gnoseológica― se proyecta, dos tipos de interpretación, la cual podrá ser sensible, si se limita a la fenomenología (M2) de los hechos observados, o inteligible, si la misma interpretación rebasa los límites de lo sensible para establecer análisis conceptuales y lógicos (M3) de los hechos.

2.1. Como se ha indicado anteriormente, la interpretación sensible del hecho literario se centra en el fenómeno, en nuestro caso, en lo fenoménico de la literatura (M2). La crítica que no sobrepasa las experiencias sensibles o fenomenológicas implica siempre reducciones y limitaciones. En primer lugar, psicológicamente, su premisa fundamental es el yo del sujeto que habla o escribe, lo que Ortega llamaría las «circunstancias» del yo, determinadas por su conciencia de sí mismo. Desde un contexto vivencial de esta naturaleza se incurre en un descriptivismo psicologista de los materiales literarios. En segundo lugar, la interpretación de la literatura puede también incidir en su dimensión materialista, sin sobrepasar los umbrales de lo fenoménico, lo que nos emplazaría en una posición afín al «materialismo idealista», propio de un Berkeley (1710), de modo que el Mundo interpretado (Mi), o mundo de los fenómenos, existiría materialmente ―y la literatura no sería una excepción― sólo en tanto que percibido sensorialmente por la conciencia de un sujeto cognoscente, en este caso, el crítico literario.

2.2. Por su parte, la interpretación inteligible de los materiales literarios es aquella que rebasa y trasciende el punto de partida de toda interpretación sensible (M2), para centrarse en el concepto, es decir, en la explicación conceptual, categorial o científica (M3), del hecho literario. Con todo, esta interpretación científica puede basarse, bien en un racionalismo idealista, dando lugar a explicaciones formales, de orden teórico, bien en un racionalismo materialista, sobre el que se fundamentarán demostraciones críticas de orden dialéctico. En el primer caso, la investigación se agotará en un racionalismo idealista, que evolucionará hacia su disolución o confluencia con una crítica epistemológica de orden teoreticista, mientras que en el segundo caso se desenvolverá en los términos de un racionalismo materialista, de fundamento gnoseológico y de orden circularista.

En consecuencia, del cruce de los tipos de crítica (idealista o epistemológica y materialista o gnoseológica) y de los grados de interpretación de la ontología de los materiales literarios (lo sensible o fenoménico y lo inteligible o conceptual), resultan cuatro modalidades fundamentales de demostración o crítica literaria: la crítica descriptivista, la crítica teoreticista, la crítica adecuacionista y la crítica dialéctica o circularista.





1. Crítica descriptivista o impresionista

La crítica descriptivista o impresionista es aquella que ofrece interpretaciones ideales de determinados fenómenos. Se trata de demostraciones basadas en un empirismo idealista, en las que se plantea, in extremis, una reducción o extinción materialista de lo nouménico (M) a lo fenoménico (Mi), es decir, concretamente, de la materia ontológica general (M) a la materia ontológica especial segundogenérica (M2), o materia fenomenológica, de modo que M > M2. Con todo, lo habitual es que este tipo de crítica literaria, basada en demostraciones descriptivistas, se mueva en el terreno de las apariencias, y ofrezca literalmente una descripción idealista de fenómenos, es decir, que incurra en una reducción formalista de lo fenoménico a lo puramente psicológico, de modo que reduce Mi a M2 (Mi > M2). 

Es un tipo de reducción que —bien desde el materialismo (M > M2), bien desde el formalismo (Mi > M2)— propicia respecto a la literatura todo tipo de interpretaciones espiritualistas, animistas y vitalistas, en las que encuentran acomodo las más dóxicas ideologías posmodernas (feminismos, novohistoricismos, indigenismos, nacionalismos…), junto con movimientos como —por supuesto— el idealismo trascendental, el existencialismo o el vitalismo, en todas sus variantes. 

El crítico idealista considera que la «esencia del mundo» puede interpretarse correctamente de acuerdo con los criterios subjetivos de su propia conciencia vital, o de la conciencia vital de su grupo (social, ideológico, étnico, sexual, empresarial, académico…), investido o dotado, por el contenido mismo de sus valores, de una supremacía moral absoluta. Nos situamos aquí ante un idealismo fenomenológico que es causa de un tipo de crítica fuertemente autológica (individualista) y dialógica (gremial), de raíces psicológicas y sociológicas muy marcadas. Este tipo de crítica impresionista desemboca habitualmente en un descriptivismo fenomenológico y subjetivo irreversible, a veces incluso dogmático, e incapaz de superarse a sí mismo. En última instancia, incurre de forma sistemática en un relativismo absoluto, que se postula y explicita desde sus más tempranas premisas, del mismo modo que una circunferencia de radio infinito postula el paralelismo de su perímetro con la tangente a la propia circunferencia. 

La crítica descriptivista o impresionista se ejerce con frecuencia al margen de fundamentos categoriales o científicos. Es, de hecho, la crítica en que suelen incurrir los artistas, literatos o escritores, cuando actúan como ensayistas o «críticos» del arte, la literatura, la vida, el Universo, etc., desde criterios claramente personales, subjetivos, individualistas, ideológicos, religiosos... Unamuno, Borges, Octavio Paz, Hannah Arendt, Vargas Llosa, María Zambrano, George Steiner, Martha Nussbaum, Emilio Lledó o José Saramago ―este último de forma extremadamente plúmbea y extemporánea― son algunos de los nombres que, entre otros innumerables, pueden aducirse como ejemplos de este tipo de crítica. 

Con frecuencia se trata de personas muy premiadas y galardonadas por el «sistema», entre otras cosas porque se exhiben públicamente como críticos, sabios o intelectuales cuando, en realidad, no critican absolutamente nada, y sus presuntos conocimientos no son más que una exposición de lo obvio desde lo solemne, con lo cual se convierten en las figuras preferidas por todo sistema político y económico dominante: son totalmente inofensivos, gracias a la improductividad de sus ideas. De hecho, son ideas que sirven para todo porque no sirven para nada. Sus discursos y ensayos hablan de todo, pero no dicen nada. Es la razón de ser de muchos intelectuales: la exhibición de ideas completamente inútiles para los demás e inofensivas para el sistema. El Barthes más posestructuralista habrá de situarse también en una posición muy próxima a este contexto. En términos mundanos, puede decirse que se trata de una crítica hecha de espaldas a la ciencia ―pese a su deliberada apariencia intelectualista―, emerge del autologismo más personal y se basa casi exclusivamente en el empirismo idealista del ego ―en la línea de un Montaigne, auténtico imperialista del yo―, y su consecuencia recurrente y única es la descripción subjetiva e ideal de fenómenos sensibles.



2. Crítica teoreticista o conceptualista

La crítica teoreticista o conceptualista es aquella que ofrece interpretaciones ideales de determinados conceptos. Se trata de demostraciones basadas en un racionalismo idealista, aquejado esta vez de una reducción formalista de la materia ontológica especial (Mi) a la materia puramente conceptual o terciogenérica (M3), de modo que la totalidad de fenómenos dados en el mundo interpretado (Mi) se interpretan exclusivamente desde criterios lógicos y formales: Mi > M3. El crítico teoreticista razona, pero de forma ideal, de modo que incurre en una formalización idealista de conceptos. El límite de este tipo de demostraciones nos empuja hacia una reducción materialista del tipo M > M3, en el que la materia queda reducida, anulada o abducida por la forma, de modo que la consecuencia es una suerte de esencialismo platónico, en el que el mundo y —con él— la literatura quedan limitados a un sistema de fórmulas y funciones, formas y estructuras, donde la materialidad de los hechos y de las realidades literarias resulta imperceptible o ininteligible como tal. 

Para la lingüística estructural, y sobre todo para la lingüística del texto (García Berrio, Petöfi…), no hay seres humanos, sino sólo pronombres personales: el yo no es una persona, sino una forma o función retórica. La crítica basada en demostraciones teoreticistas usa conceptos racionales, pero relacionados de forma completamente idealista e irreal, esto es, desposeídos de contenido material. Piénsese, por ejemplo, que la existencia de un concepto ―Dios―, incluso en su legitimación teórica ―la teología―, no implica la existencia de su referente, esto es, su realidad física, que en el caso de Dios será igual a cero, porque su operatoriedad empírica es nula. La teología es, de hecho, un racionalismo absolutamente idealista, como también lo son, en la mayor parte de sus contenidos, las ideologías y las pseudociencias. Y no hay que olvidar que la teología, como numerosas ideologías y pseudoteorías literarias, sirve de base y referencia a múltiples interpretaciones críticas de la literatura. 

La crítica teoreticista o conceptualista se basa, en consecuencia, en un racionalismo idealista, en el que lo inteligible o conceptual se interpreta libérrimamente, desde un idealismo cuyo objetivo es salvaguardar los principios, con frecuencia dogmáticos, de una determinada ideología, creencia moral o incluso preceptiva literaria. El lector se sitúa aquí ante hechos de conciencia organizados conceptualmente por un determinado sistema ideológico, religioso o estético, que funciona de forma ideal como canon ―modelo o estructura― destinado a satisfacer sus propias necesidades pragmáticas e intereses sociales. 

El arte de las vanguardias de comienzos del siglo XX se despliega a partir de una concepción crítica completamente teoreticista y conceptualista, cuyo racionalismo idealista articulan pensadores como Ortega y Gasset en La deshumanización del arte (1925). El creacionismo de Vicente Huidobro, las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, el surrealismo de Bretón, o el futurismo de Marinetti, son movimientos cuyos fundamentos conceptuales están muy bien definidos, pero en todos los casos desde un idealismo formalmente extremo. 

En el ámbito de la Teoría de la Literatura, el formalismo ruso, como más tarde hará a su modo el neoformalismo francés, en su búsqueda de la esencia de la literatura (literariedad, literaturidad, literaturnost, etc.), actuará bajo el imperativo de un idealismo conceptual constante, destinado a hacer inteligible la lógica de una supuesta esencia de la literatura, determinada, en el mejor de los casos, por su valor funcional en el texto. La retórica del Grupo Mi (Dubois, 1974, 1977), al igual que la lingüística del texto desarrollada por García Berrio (1989) y Petöfi (1979), la semiótica de la Escuela de Tartu (Lotman, 1970, 1979; Ivanov, 1998), la denominada ciencia empírica de la literatura (Schmidt, 1980) o la mismísima teoría de los polisistemas (Even-Zohar, 1990), constituyen metodologías de interpretación literaria y cultural que se desenvuelven a través de demostraciones propias de una racionalismo idealista, aun pretendiendo en muchos casos reclamar para sí un estatuto ideológicamente «materialista», como ocurre en el caso de Schmidt. 

Lo cierto es que la crítica teoreticista o conceptualista adolece en muchos casos de falta de fundamento empírico, al incurrir con frecuencia en la hipóstasis de la forma, disociada de una materia cuyos conceptos parece haber perdido de vista. En la crítica teoreticista, la materia ―objeto de estudio― se desvanece a medida que se desarrolla la forma supuestamente interpretadora, hasta el punto de que al final del proceso científico la realidad ha desaparecido, porque la teoría la ha reemplazado por entero. En consecuencia, este tipo de crítica acaba generando teorías inaplicables a la realidad. En el ámbito de la literatura, el resultado es un conjunto de teorías que ―autodenominadas literarias― sólo se relacionan entre sí sin relacionarse con la literatura.



3. Crítica adecuacionista

La crítica adecuacionista, tal como aquí la entendemos, es aquella que ofrece interpretaciones materialistas de determinados fenómenos. Se trata de demostraciones basadas en un empirismo materialista, que desafortunadamente resulta degradado al incurrir en una reducción formalista de la materia ontológica especial (Mi) a la materia primogenérica o materia física (M1), de modo que Mi > M1. Éste es el caso más común de materialismo aberrante. Esta reducción formalista, que convierte a la materia ontológica especial (Mi) en materia física o primogenérica (M1), da lugar a demostraciones que se fundamentan en una crítica adecuacionista, de modo que no culminan sus procesos de relación en las dimensiones de las materias segundogenéricas o fenomenológicas (M2) ni terciogenéricas o lógicas (M3). 

Esto supone que tales demostraciones críticas, en lugar desarrollarse desde un punto de vista que podría ser circularista o dialéctico, desembocan, en la mayoría de los casos, o bien en una coordinación o yuxtaposición entre materia y forma (adecuacionismo), o bien en un racionalismo idealista, propio de la crítica teoreticista o conceptualista (teoreticismo), desde el momento en que abandonan la conjugación entre materia y forma por una adecuación o yuxtaposición entre ambas, la cual, a su vez, se resuelve finalmente en términos epistemológicos, esto es, en una oposición entre objeto y sujeto, que se disuelve subjetivamente en favor de este último. Esta razón explica que, con excesiva frecuencia, las demostraciones adecuacionistas estén en el origen de teorías literarias que, como la de Siegfried J. Schmidt (1980, 1984), se jacten de sus premisas materialistas aun cuando acaben naufragando en un racionalismo completamente idealista: parten de un empirismo materialista y degeneran en un racionalismo idealista. Lo mismo cabe decir de la semiología, tal como la concibe la Escuela de Tartu, y de la antemencionada teoría de los polisistemas de Even-Zohar. 

Con todo, el ejemplo más profundamente adecuacionista de las teorías literarias contemporáneas lo constituye la estética de la recepción de Hans-Robert Jauss (1967, 1977), quien se ha enfrentado a la interpretación de los materiales literarios desde un empirismo materialista, explícitamente historicista y sociologista, el cual, sin embargo, no fue capaz de desprenderse de forma definitiva de su estructura idealista genuina: luterana, germana y envolvente (Maestro, 2010). Entre sus continuadores, Iser representa la involución del adecuacionismo de Jauss en el teoreticismo posestructuralista, y el regreso al idealismo conceptual propio de la crítica teoreticista y formalista.



4. Crítica dialéctica o circularista

La crítica dialéctica o circularista es aquella que construye o ejecuta interpretaciones materialistas de conceptos científicos. Por esta razón, las demostraciones dialécticas o circularistas son efectivamente operatorias, desde el momento en que su finalidad es constructiva, ejecutiva y pragmática. Y por ello mismo profundamente ontológica, al ampliar las posibilidades reales del ser, es decir, de la materia, en sus diferentes combinaciones y construcciones. No se olvide que el ser, o es material, o no es. 

Se trata, en suma, de demostraciones críticas basadas en un racionalismo materialista, siempre verificado en un empirismo igualmente materialista. Sin embargo, a diferencia de las demostraciones adecuacionistas, la crítica dialéctica o circularista concibe la relación entre materia y forma no como una oposición, ni menos aún como una yuxtaposición o coordinación, sino como una relación de interacción mutua, solidaria y soluble, esto es, como una conjugación (Bueno, 1978a). 

De este modo, las demostraciones dialécticas o circularistas no incurren en ningún tipo de reducción, ni materialista (M > Mi), ni formalista (Mi > M1 / M2 / M3), desde el momento en que se mueven en un pluralismo no sustancial de relaciones dialécticas, que niega tanto el monismo de una ontología absolutista (todo está relacionado con todo, a través de una entidad única y suprema) como el atomismo de una ontología relativista (nada está relacionado con nada), para afirmarse en la realidad gnoseológica de una ontología dialéctica, basada en la noción misma de symploké: unos términos están relacionados con otros, pero no con todos, de forma que ningún término permanece ni absolutamente aislado (atomismo o megarismo) ni conectado empíricamente a todos los demás (monismo sustancialista). 

Las demostraciones dialécticas o circularistas se afirman sobre la ruptura de todos los idealismos (descriptivismo, teoreticismo y adecuacionismo), así como en la superación de todos los materialismos primogenéricos (Mi > M1), a los que rebasa, alcanzando de este modo la síntesis dialéctica necesaria para dar cuenta de las verdades científicas que permiten operar en cada campo categorial. La crítica dialéctica o circularista se construye sobre la base de los conceptos científicos y de las ideas filosóficas. La Crítica de la razón literaria se basa precisamente en el ejercicio de este tipo de demostraciones dialécticas y circularistas, al examinar desde una perspectiva crítica y operatoria las ideas formalmente objetivadas en los materiales literarios.


_____________________________

NOTAS

[1] Para suprimir libertades no es estrictamente necesario suprimir las palabras: es mucho más eficaz y contundente ocultar la realidad, hacer de ella algo racionalmente ilegible, invisible o ininteligible, es decir, potenciar las apariencias, mediante un uso familiar y a la vez impactante y seductor del lenguaje. Con todo, lo verdaderamente inquietante no es que se supriman libertades, algo que siempre ha ocurrido a lo largo de la Historia. Lo verdaderamente inquietante es que esta jibarización y exterminio de libertades se haga en nombre de la democracia. ¿Cómo recuperar, fuera de la democracia, las libertades que suprime la propia democracia?






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Demostraciones y crítica literaria», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 5.4.2.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



⸙ Glosario 



⸙ Enlaces recomendados 



⸙ Vídeos recomendados


El hundimiento actual de la Teoría de la Literatura




Hacia una reconstrucción de la Teoría de la Literatura




La Teoría de la Literatura frente a la teoría del cierre categorial




*     *     *

 



Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria