III, 3.3 - Genealogía evolucionista del conocimiento literario

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
__________________________________________________________________________________


Índices





Genealogía evolucionista del conocimiento literario.


La literatura como forma poética suprema del racionalismo humano


Referencia III, 3.3



La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles; unida con ella es madre de las artes…

Francisco de Goya, Capricho 43 (Manuscrito del Prado).

 


Jesús G. Maestro, Genealogía evolucionista del conocimiento literario

La literatura es una poética de la razón humana que no ha dejado de desarrollarse. En sus orígenes europeos la génesis de la literatura se postula como una exigencia de conocimiento racional no sujeto ni a normas religiosas ni a normas jurídicas. La literatura se permite exponer tanto contenidos impíos como ilegales, y exigir a la vez una interpretación crítica de la impiedad y la creencia, por una parte, así como de la ilegalidad y la justicia, por otra. La literatura es, sin duda, la forma más inteligente y sofisticada del racionalismo humano.


La genealogía evolucionista del conocimiento literario que aquí voy a exponer está determinada por dos hechos fundamentales: la expansión radial y tecnológica de la literatura y la indisociable unión que desde su más temprano desarrollo histórico la literatura ha demostrado con la razón. La Historia de la Literatura es, sin duda, la historia del racionalismo humano.


En primer lugar, la literatura habría sido imposible, en su constitución genuina y en su desarrollo histórico, al margen de la infraestructura recibida del eje radial del espacio antropológico, es decir, del uso que le han brindado, merced a la actividad humana, los recursos del mundo material e inerte de la naturaleza. Desde la litografía hasta el soporte informático, pasando por el papiro, el pergamino y el papel, la literatura se ha servido de todos aquellos recursos que han hecho posible su formalización y materialización en un amplísimo género de soportes capaces de asegurar su difusión, transmisión, comunicación e interpretación. Este tipo de estructuras físicas ha experimentado muy importantes transformaciones a lo largo de la historia, y ha ido configurando, en suma, lo que hoy constituye el núcleo y la esencia de los cuatro materiales literarios fundamentales, o términos globales, del campo categorial de la Teoría de la Literatura: el autor, la obra literaria, el lector y el intérprete o transductor. A la expansión radial de la literatura se refiere el apartado segundo de este capítulo (III, 3.2.2), relativo al proceso de construcción histórica de los materiales literarios.

En segundo lugar, el conocimiento literario ha evolucionado siempre siguiendo una genealogía cuya trayectoria coincide con la de la razón humana. Lejos de disociarse del racionalismo más explícito, la literatura ha servido siempre a la razón. Y más concretamente, a la razón antropológica, mucho más que a la razón teológica (idealista por su propia naturaleza ficcional), más que a la razón ideológica de tal o cual movimiento social y gremial (sofista por su «falsa conciencia» gregaria), o más que a la razón mitológica (irracional por su carencia de fundamento científico), por citar sólo algunos ejemplos. Se me objetará inmediatamente que la literatura expresa en innumerables ocasiones «los estados interiores del alma humana», «el rechazo de la razón y la civilización», «la opresión del mundo consciente frente a las libertades del inconsciente…», etc. Todo esto se discutirá, en su momento, con las debidas razones. Baste ahora decir que tal contenido, supuestamente criticado por una «literatura irracional» —alma, interior, inconsciente, represión, etc.—, no es otra cosa que la reconstrucción, por otro lado muy racional, de referentes atribuidos de forma imaginaria a un mundo que se pretende irracional, pero que no lo es en absoluto. No se puede usar el lenguaje, uno de los instrumentos por excelencia más racionales de cuantos existen, para construir o reconstruir la parte irracional de un mundo, curiosamente bastante racional en su diseño, y demostrar de este modo su supuesta falta de significado, sentido o coherencia. Porque este tipo de irracionalismo tiene un diseño muy racional. El surrealismo es, sin duda, una de las mejores obras del racionalismo vanguardista. La razón y la sinrazón saben disfrazarse muy bien. Y codearse aún mejor. Forman un tándem perfecto, porque la sinrazón siempre brota de la razón. Lo irracional en el arte siempre es resultado del más sofisticado diseño racional. Cuando la razón quiere perder la cordura, suele adoptar el disfraz de la locura. Y del juego. Y lo sabe. Nada más lúdico que jugar a perder la razón, es decir, la cordura. De hecho, los locos pueden perder la cordura, pero no con ella la razón. Y mucho menos el juicio. Conservan siempre sus usos más sofisticados, audaces, sorprendentes. En todo caso, los locos adoptan las formas de un racionalismo patológico. Pero no inexistente o nulo. Por otro lado, cuando el irracionalismo quiere hacer de las suyas, se disfraza muy astutamente con sentidos y aspectos coherentes, racionales y lógicos. Los mayores disparates de la historia de la humanidad, desde el nazismo hasta el marxismo, pasando por toda suerte de utopías y mataderos humanos, llevan la firma de una razón que ha sido el mejor disfraz de un irracionalismo muy preciso, capaz de funcionar en la plenitud del ejercicio de su poder. Los locos más peligrosos no son aquellos que delatan, o exhiben, su locura, esto es, los usos patológicos de su razón, sino aquellos que saben ocultarla y disimularla, aquellos que disfrazan su irracionalismo con prédicas muy racionales y convincentes, y que saben adiestrarse profesionalmente muy bien en el uso de las ideas que pretenden destruir: el loco más peligroso es aquel que sabe fingir la cordura mucho mejor de lo que cualquier artista cuerdo puede interpretar una locura. El irracionalismo siempre se disfraza con astucia de formas y apariencias racionalmente muy convincentes.

De un modo u otro, la literatura se ha abierto paso históricamente a través de la razón, y ha luchado, al lado del racionalismo humano, por imponer en el desarrollo de todas las civilizaciones que merecen este nombre —con ellas o contra ellas— una idea de razón profundamente antropológica, secular y crítica, a partir de los tipos, modos y géneros de conocimiento literario que expongo a continuación.

El conocimiento crítico de la literatura sólo es posible en una cultura moderna y civilizada, y sólo puede desarrollarse desde la ciencia y desde la filosofía crítica.

A partir de estas premisas voy a exponer, siguiendo a Gustavo Bueno (1987), los fundamentos gnoseológicos de este conocimiento crítico, que aplicaré a la literatura, y para ello, en primer lugar, explicaré qué se entiende aquí por cultura, por modernidad y por civilización, y, en segundo lugar, desde los criterios de una tipología evolucionista del conocimiento, delimitaré los conceptos de ciencia y de filosofía.

1. Conocimientos culturales y conocimientos naturales. Los conocimientos son, según el modo de adquisición, de dos tipos: culturales (adquiridos por aprendizaje social y artificial) y naturales (innatos, instintivos, invariantes, universales).

Los conocimientos culturales requieren una formación o aprendizaje social, indudablemente humano, cuya complejidad, en el seno de un Estado, se objetiva en un sistema educativo, en una paideía, definida en sus objetivos, fines prolépticos y consecuencias teleológicas. La educación científica y cultural de una sociedad política, cuya máxima expresión es el Estado, no puede ni debe descentralizarse nunca, como tampoco la Defensa (ejército y fuerzas armadas). La descentralización estatal de un sistema educativo supone la disolución cultural de una sociedad política y su disgregación científica como grupo, cuya coherencia y unidad harían más eficaz el desarrollo y la implantación sistemática del conocimiento. Todo lo que conduzca a la fragmentación de un Estado implica la destrucción de su eutaxia.

Por su parte, los conocimientos naturales son aquellos que no requieren de ningún sistema educativo destinado a su práctica o aprendizaje. No necesitamos ir a la escuela para aprender a llorar o a reír. Son actividades naturales que el ser humano, por el hecho de ser humano, sabe y puede hacer, en condiciones normales de nacimiento y existencia, de forma completamente natural[1].

2. Culturas bárbaras y culturas civilizadas. Según los modos de construcción y de acuerdo con los medios de transmisión de los conocimientos culturales, estos dan lugar a culturas bárbaras y a culturas civilizadas. Los modos de construcción del conocimiento pueden ser técnicos o tecnológicos. Son conocimientos técnicos los que se basan en una actividad artesanal, en función de la cual el ser humano se adapta a la naturaleza y sus exigencias. Son conocimientos tecnológicos aquellos que se basan en una actividad científica, en virtud de la cual la naturaleza y sus recursos se adaptan a las exigencias del ser humano. Por los medios de transmisión, los conocimientos culturales pueden ser sistemáticos y objetivos o asistemáticos y subjetivos. Son conocimientos sistemáticos y objetivos los que se dan en el mundo de las materialidades lógicas (M3) o terciogenéricas, es decir, los que son independientes de la psicología individual, están organizados y transmitidos de acuerdo con criterios lógicos y racionales, y cuyas explicaciones dan cuenta comprensible de sus causas y fundamentos. Son conocimientos culturales asistemáticos y subjetivos aquellos que se dan exclusivamente en un mundo psicológico o fenomenológico (M2), escenario de materialidades psíquicas de naturaleza segundogenérica (Bueno, 1972; Maestro, 2006, 2009). Este tipo de conocimientos se basa en creencias públicamente codificadas, en imágenes solidificadas por la conciencia, en discursos ideológicos no verificados científicamente, en opiniones indiscutidas y autorizadas, en fideísmos acríticos, en psicologismos históricos. Se trata, en suma, de conocimientos dóxicos, cultivados en la opinión, en la apariencia, es decir, en lo que Platón denominó la visión desde la caverna. Podríamos decir, en consecuencia, que se trata de un conocimiento o una cultura cavernícolas: un tercer mundo semántico.

A partir de estos criterios, se consideran bárbaras aquellas culturas cuyos conocimientos se basan exclusiva o fundamentalmente en interpretaciones psicologistas y materialidades segundogenéricas, es decir, en un mundo fenomenológico o psicológico (M2). De acuerdo con el mismo criterio, se consideran civilizadas aquellas culturas cuyos conocimientos se construyen, organizan y transmiten fundamentalmente según interpretaciones sistemáticas y racionales, basadas en la ontología materialista de un mundo lógico o terciogenérico (M3).

Diremos, en síntesis, que desde el punto de vista del racionalismo y del conocimiento científico, las culturas pueden dividirse en dos grupos: las que desarrollan un comportamiento racional científico y las que no. A las primeras se las considera culturas civilizadas y a las segundas culturas bárbaras. Cada una de ellas posee una tipología específica de los modos lógico-materiales del conocimiento cultural, como expondré inmediatamente siguiendo a Bueno (1987).

Se manejan aquí nociones abiertamente implicadas en el ámbito de la política, esto es, a la organización del poder o administración de la libertad. La política remite siempre a un sistema de ideas y realidades que afectan directamente a la constitución y eutaxia de un Estado. De hecho, la literatura es política en tanto que constituye y dispone sistemas de ideas implicadas en la ontología del Estado, ideas que determinan la integración y relación del individuo en la realidad material de una sociedad política. La política queda así configurada como aquella symploké o red racional de ideas que dispone la forma de vida del individuo en el seno de la vida social y material del Estado (Bueno, 1991, 1995b). El sistema de relaciones (lógico-materiales) entre el individuo y una sociedad estatal constituye lo que denominamos política. Una tribu, una sociedad bárbara, o incluso un feudo, no dan lugar a una política efectiva, sino a una filarquía o a una fratría. Se trata de sociedades naturales o gentilicias, no de sociedades políticas (Maestro, 2007: 186-209). Una tribu no es una polis. Ni un feudo es un Estado. Aquí, como se ha dicho, entendemos por política la administración del poder, es decir, la organización de la libertad, dentro del contexto de una sociedad organizada como Estado.

3. Tipología del conocimiento en las culturas bárbaras. Cuatro son los tipos de conocimiento característicos de las culturas bárbaras: mitología, magia, religión y técnica. La mitología es, esencialmente, una explicación ideal e imaginaria de hechos. El saber mitopoyético o legendario se basa en relatos ritualizados, que se transmiten literalmente y sin alteraciones, de generación en generación, mediante la difusión oral. Explican el origen, organización y destino de una comunidad étnica y cultural, cuya identidad se trata de preservar, junto con los elementos relevantes de la vida cotidiana. La magia, a su vez, consiste simplemente en la exhibición de poderes falsos, que simula manipular objetos de la naturaleza con fines diversos. Hechiceros, chamanes, augures y arúspices son algunas de las figuras «sacerdotales» responsables, en las sociedades bárbaras, del ejercicio de la magia, mediante el uso de fetiches (hechiceros), de prácticas de conexión entre vivos y muertos para pronosticar acontecimientos futuros o revelación de misterios (chamanes), interpretaciones ornitológicas, relativas al vuelo y canto de las aves (augures), e intérpretes de las tripas de animales recién sacrificados y desollados (arúspices). La religión es, a su vez, la religación o subordinación de la experiencia humana a un referente al que se atribuye fraudulentamente un poder numinoso. En las religiones primarias o numinosas (pleistoceno inferior), este referente es el animal, al que se atribuyen poderes extraordinarios, se le invoca y adora, se le caza e ingiere, etc.; en las secundarias o míticas (es el caso de las antiguas religiones griega y romana), el referente es el dios mitológico y antropomorfo, imagen del hombre que ha domesticado al animal, y se ha investido de sus poderes numinosos (Hércules vence al león, Jasón vence al dragón, etc.); y en las terciarias o teológicas (cristianismo, judaísmo, budismo e islam), el referente —inevitablemente politeísta— es la idea de un dios cuyos atributos son completamente abstractos (invisible, eterno, inmutable, inmóvil...) (Bueno, 1985). Finalmente, la técnica es un conjunto de saberes, de naturaleza artesanal, que hacen posible la adaptación del ser humano a la naturaleza.

4. Tipología del conocimiento en las culturas civilizadas. En las culturas civilizadas, los conocimientos se organizan en dos tipos fundamentales, según sean conocimientos críticos o conocimientos acríticos. Son críticos los conocimientos que se basan en conceptos científicos y en criterios filosóficos, es decir, en sistemas de pensamiento racionales y lógicos (M3). Son acríticos aquellos conocimientos culturales basados en argumentos sofísticos, es decir, en un racionalismo idealista y en una lógica ideológica, pero no en un racionalismo materialista o en una lógica científica o filosófica. Ideología, teología y pseudociencia son los tres tipos principales de conocimiento cultural y sofista característicos de una cultura civilizada. A estos tres tipos de saberes ha de añadirse un cuarto, ajeno a la sofística, y por entero implicado en un racionalismo materialista y lógico-científico: la tecnología.

La ideología es un discurso basado en creencias, apariencias o fenomenologías, constitutivo de un mundo social, histórico y político, cuyos contenidos materiales están determinados básicamente por estos tres tipos de intereses prácticos inmediatos, identificables con un gremio o grupo social —autista y en última instancia fundamentalista—, y cuyas formas objetivas son resultado de una sofística, enfrentada a un saber crítico (ciencia o filosofía). La ideología es resultado de la fragmentación que las mitologías experimentan como consecuencia del desarrollo del pensamiento racionalista y la investigación científica. La ideología es siempre una deformación aberrante del pensamiento crítico (ciencia y filosofía). Toda ideología remite al idealismo y al dogmatismo, y a un grupo social que se repliega sobre sí mismo, frente a otros grupos, por oposición a los cuales construye idealmente la que considera su propia «identidad».

Las pseudociencias son discursos irracionales que simulan argumentos racionales. Responden a objetivos primarios y prácticos, que favorecen la entropía del sistema y la anomia de las masas, el estado de aislamiento del individuo y la desorganización de la sociedad, mediante la incoherencia de sus normas. Sin embargo, en las civilizaciones contemporáneas responden en muchos casos a un mercantilismo editorial de primera categoría, al abastecer de libros de autoayuda y absurdas terapias psicológicas el consumismo de la población posmoderna, lo que moviliza un magnífico volumen de negocio a escala planetaria.

La teología, o teoría de dios, que no teoría de la religión, es la forma de conocimiento cultural bajo el cual se desarrollan las religiones terciarias, o teológicas, como consecuencia del impacto racionalista que la ciencia y la filosofía ejercieron sobre las mitologías y las creencias características de las religiones secundarias. Así, por ejemplo, el cristianismo es la religión más racionalista y moderna de cuantas existen —y el catolicismo mucho más que el protestantismo—, porque ha asimilado, más y mejor que ninguna otra, la filosofía racionalista de raíces platónicas y aristotélicas, manipulándola fraudulentamente al servicio de sus propios intereses eclesiásticos (terrenales) y fideístas («celestiales»). El racionalismo cristiano es un racionalismo evidentemente idealista, no materialista, del mismo modo que su lógica es una lógica psicologista, no científica, y su filosofía es una filosofía acrítica y retórica frente a sus propios dogmas, por muy escolástica que se nos presente en tantos aspectos, una escolástica al servicio de intenciones eclesiásticamente autodefensivas.

La tecnología, por último, ha de entenderse como la adaptación de la naturaleza al ser humano, gracias al uso y aplicación de los conocimientos científicos a la manipulación de la naturaleza, expuesta al servicio del género humano y fuertemente dominada por él.

5. Conocimiento dóxico y conocimiento epistémico. De esta tipología evolutiva del conocimiento se deriva una discriminación esencial, que Platón expone en su República, y Bueno reinterpreta en su propia obra filosófica. En primer lugar, hay que distinguir un conocimiento dóxico, o pseudoconocimiento, basado en la opinión, en la información superficial, parcial, limitada, nunca verificada, de los hechos. Es un conocimiento sobre apariencias, no sobre realidades. Remite a visiones imperfectas, imágenes aparentes solidificadas por la imaginación, creencias y fideísmos. En contrapartida, se hablará en segundo lugar de un conocimiento epistémico o científico para identificar aquellos saberes culturales que se transmiten de forma selectiva, sistemática y organizada, y que cumplen tres requisitos fundamentales: son necesarios, porque penetran las causas y fundamentos que los originan; son objetivos, porque dependen de la naturaleza formal y material del objeto de conocimiento y no de las construcciones artificiales del sujeto de conocimiento (son, pues, objetivos, en un sentido gnoseológico, no epistemológico); y son sistemáticos, porque están organizados de acuerdo con criterios normativos, lógicos y racionales, que rebasan la voluntad de un individuo (yo) o de un grupo social (nosotros).

La ciencia es, por lo tanto, una construcción operatoria, racional y categorial, constituyente de una interpretación causal, objetiva y sistemática de la materia. Del conocimiento científico brotan los conceptos categoriales, sobre los cuales se constituye la noción de verdad científica. La verdad sólo es dable en contextos científicos o categoriales, fuera de los cuales no cabe hablar en términos de verdad, sino de opinión. La verdad es, pues, un referente no sólo posible, sino efectivamente existente, sí, pero siempre dentro de un campo categorial, es decir, de un contexto científico, de un conocimiento epistémico.

La filosofía, por su parte, no es una ciencia, y como advierte Bueno no necesita serlo para ejercer sus funciones críticas. La filosofía se ocupa de las ideas, del mismo modo que la ciencia se ocupa de los conceptos. La filosofía es el modo de relacionar las ideas de que disponemos, a partir de los conocimientos científicos que poseemos. Los contenidos materiales de la filosofía son las ideas objetivas, que se construyen a partir del análisis dialéctico de los conceptos categoriales elaborados por las ciencias. La filosofía es, por lo tanto, un saber de segundo grado, que requiere para su existencia y desarrollo un saber categorial o científico previo. Por esta razón la Crítica de la Literatura es posterior a la Teoría de la Literatura, y por ello mismo la Teoría de la Literatura es a su vez posterior a la literatura. Porque sólo sobre una ontología, en este caso de la literatura, será posible construir una teoría científica, o gnoseología, a la que denominamos, desde Aristóteles, Poética o Teoría de la literatura, la cual analiza los conceptos objetivados formalmente en los materiales literarios, y porque sólo a partir de una ciencia (o gnoseología) de los materiales literarios es posible desarrollar una filosofía de la literatura, o Crítica de la Literatura, en tanto que crítica de las ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios.

Por las razones que acabamos de exponer, la interpretación científica y el análisis crítico de la literatura sólo puede darse en el contexto académico de culturas modernas y civilizadas, es decir, dentro de un Estado políticamente organizado.


________________________

NOTAS

[1] Cuestión diferente es el comportamiento social y cultural que el ser humano desarrolla en la ejecución de sus conocimientos naturales, de acuerdo con las normas sociales, morales y culturales del grupo humano al que pertenece el individuo, es decir, de la sociedad en la que el sujeto se educa cultural y científicamente, esto es, políticamente.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Genealogía evolucionista del conocimiento literario», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 3.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



⸙ Glosario 



⸙ Enlaces recomendados 



⸙ Vídeos recomendados


El origen de la literatura:
¿cómo y por qué nació la literatura?




*     *     *




estudios culturales