III, 2.2.1 - La literatura en el espacio antropológico

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





La literatura en el espacio antropológico


Referencia III, 2.2.1



Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Toda reflexión sobre el lugar que ocupa la literatura en el espacio antropológico es de antemano una cuestión muy elemental, porque sin duda es éste el lugar de referencia, históricamente variable, en el que opera la literatura. En ningún momento cabe hablar de literatura fuera del espacio antropológico, por las razones que vamos a exponer a continuación. Definamos, en primer lugar, siguiendo a Bueno (1978), de quien tomamos este concepto para aplicarlo a los materiales literarios, qué es el espacio antropológico.

Espacio antropológico es el lugar, el territorio —diríamos, y no metafóricamente—, en el que está incluido el material antropológico, es decir, es el campo en el que se sitúan y operan los materiales antropológicos. La literatura es una parte esencial de ese material antropológico, aunque la literatura misma sea superior e irreductible a antropología, al estar intervenida también por otras ciencias categoriales. Tradicionalmente se ha interpretado este espacio como un escenario que había que interpretar desde la Naturaleza, desde Dios o desde el Hombre mismo. Sin embargo, el espacio antropológico no es ese lugar metafísico, hipostasiado, monista, meramente filosófico, sino que es un escenario físico, terrenal, material, donde el ser humano opera con todos los materiales antropológicos, que lo son, precisamente, porque el hombre mismo los convierte en antropológicos, al construirlos, utilizarlos e incluso destruirlos. No es posible entender al ser humano sólo desde la Naturaleza, o sólo desde Dios, ni tampoco desde el hombre mismo de forma exclusiva y excluyente. Los materiales antropológicos no pueden reducirse o disolverse en la naturaleza, ni en la religión, ni tampoco en la literatura[1].

El ser humano no se explica sólo desde sí mismo, sino que está rodeado de realidades naturales y animales, de entidades que no forman parte de su propia naturaleza humana, de muchas otras materias ajenas a él, y por ello no se puede pensar que todo lo que existe sea inteligible exclusivamente desde lo humano. El Hombre no se explica por sí mismo, no es absolutamente autónomo frente a lo que forma parte de su espacio. El ser humano está inmerso en un mundo que no es exclusivamente humano: fuera de este espacio envolvente, el Hombre no puede explicarse, ni sobrevivir; y dentro de ese mismo espacio, no todo puede explicarse a partir de lo meramente humano. El espacio antropológico es un conjunto de realidades que envuelven al Hombre y que no son necesariamente humanas (los animales, la naturaleza viva e inerte...), y sin embargo gracias a ellas precisamente el material antropológico puede organizarse e interpretarse.

Gustavo Bueno distingue tres ejes en el espacio antropológico, que en la Crítica de la razón literaria vamos a explicar por relación a la literatura:


1) El eje circular o de los seres humanos.

2) El eje radial o de la naturaleza (lo inanimado e inhumano).

3) El eje angular o de la religión (lo animado e inhumano, esto es, los animales, como núcleo de la experiencia religiosa, que evolucionará según la numinosidad, la mitología y la teología)[2].


Siempre habrá que determinar qué parte del material antropológico pertenece a cada eje. En el espacio antropológico todas las entidades son corpóreas, materiales, físicas. No hay espiritualismo, no hay metafísica, no hay creacionismo. No hay formas incorpóreas. El ser humano es una criatura que brota de la evolución animal. Téngase en cuenta que la literatura no nace de entidades espirituales, sino humanas: los autores son seres humanos, entidades físicas, corpóreas, operatorias, que sienten, piensan y escriben. Y publican lo que escriben, para que otros lo lean, interpreten y transduzcan.

La sociedad política es un ejemplo sobresaliente de lo que es el espacio antropológico: los tres ejes se manifiestan ostensiblemente en ella, en la estructura de un Estado. El eje circular (los tres poderes, por ejemplo) constituye la capa conjuntiva de la sociedad política. El eje radial supone el aprovechamiento de la naturaleza, el trabajo, la producción, los impuestos... El eje angular remite a los símbolos de animales que nutren banderas (leones, águilas, serpientes...), lemas, blasones, escudos, proyectando su fuerza numinosa (vis numinis) sobre la colectividad que los ostenta... Los iconos de animales se manipulan así, como si sus referentes fueran diosecillos o númenes, cuales seres dotados de poderes superiores a los meramente humanos.

El espacio antropológico es, pues, un instrumento teórico de análisis del material antropológico, de modo que la constitución y organización de cada material en cada eje abre múltiples combinaciones posibles de interpretación. La literatura no es ajena a ninguna de ellas. Cito a Bueno:


Las líneas más importantes del Materialismo Filosófico, determinadas en función del espacio antropológico (en tanto este espacio abarca al «mundo íntegramente conceptualizado» de nuestro presente, al que nos venimos refiriendo) pueden trazarse siguiendo los tres ejes que organizan ese espacio, a saber, el eje radial (en torno al cual inscribimos todo tipo de entidades impersonales debidamente conceptualizadas), el eje circular (en el que disponemos principalmente a los sujetos humanos y a los instrumentos mediante los cuales estos sujetos se relacionan) y el eje angular (en el que figurarán los sujetos dotados de apetición y de conocimiento, pero que sin embargo no son humanos, aunque forman parte real del mundo del presente).

I. Considerado desde el eje radial el Materialismo Filosófico se nos presenta como un materialismo cósmico, en tanto que él constituye la crítica (principalmente) a la visión del mundo en cuanto efecto contingente de un Dios creador que poseyera a su vez la providencia y el gobierno del mundo (el materialismo cósmico incluye también una concepción materialista de las ciencias categoriales, es decir, un materialismo gnoseológico).

II. Desde la perspectiva del eje circular, el Materialismo Filosófico se aproxima, hasta confundirse con él, con el materialismo histórico, al menos en la medida en que este materialismo constituye la crítica de todo idealismo histórico y de su intento de explicar la historia humana en función de una «conciencia autónoma» desde la cual estuviese planeándose el curso global de la humanidad.

III. Desde el punto de vista del eje angular, el Materialismo Filosófico toma la forma de un materialismo religioso que se enfrenta críticamente con el espiritualismo (que concibe a los dioses, a los espíritus, a las almas y a los númenes, en general, como incorpóreos), propugnando la naturaleza corpórea y real (no alucinatoria o mental) de los sujetos numinosos que han rodeado a los hombres durante milenios (el materialismo religioso identifica esos sujetos numinosos corpóreos con los animales, que desde el paleolítico están representados en las cavernas magdalenienses, por ejemplo, y se guía por el siguiente principio: el hombre no hizo a los dioses a imagen y semejanza de los hombres, sino a imagen y semejanza de los animales (Bueno, 1995: 83-84).


Ahora bien, ¿cómo se organizan e interpretan en el espacio antropológico los materiales literarios? Vamos a verlo.

Es posible que pudiera aceptarse, desde muy tempranamente, es decir, como una concepción originaria de la literatura helénica, mas no de la literatura hebrea, por ejemplo, la siguiente disposición.

En primer lugar, desde el punto de vista del eje circular, la literatura adquiere, pragmáticamente ante todo, una dimensión histórica, geográfica y política ―es decir, en el tiempo, en el espacio y en el Estado―, a partir del momento en que los seres humanos construyen, intercambian, reciben e interpretan construcciones literarias, dotadas formalmente de contenidos materiales (oralidad, tablillas de barro, papiros, manuscritos, pergaminos, códices, libros, soportes digitales...), psicológicos o fenomenológicos (fabulación, historias ficticias, personajes ideales, relatos míticos, explicaciones imaginarias...), y lógicos o conceptuales (la literatura como forma de conocimiento y de expresión de ideas, reflexiones, conceptos...).

En segundo lugar, desde la perspectiva que proporciona el eje radial del espacio antropológico, la literatura se nos manifiesta en su dimensión estrictamente material, física, productiva, técnica y tecnológica, desde las litografías más primitivas, grabadas sobre piedra bruta, hasta la informática moderna, con sus sofisticados soportes electrónicos, pasando por el tratamiento de papiros, pergaminos y códices, hasta la imprenta de Gutenberg, resultado todo ello de la manipulación humana de los recursos que ofrece una naturaleza inerte. No conviene olvidar nunca que el ser humano es la única criatura capaz de manipular la materia con fines superlativamente complejos e históricamente muy variables, según pretensiones teleológicas no menos cambiantes. Los animales no lo hacen del mismo modo.

En tercer lugar, desde el punto de vista del eje angular, la literatura siempre ha tenido la posibilidad de concebirse como construcción, expresión y comunicación de referentes trascendentes, numinosos, metafísicos: personajes mitológicos, héroes inmortales, hombres divinizados, dioses sacrificados, titanes abatidos, espíritus malignos... No en vano el evehmerismo queda, por ejemplo, desde esta perspectiva, vinculado a una concepción angular del hecho literario. Lo mismo cabría decir de una interpretación fideísta o confesional de las Sagradas Escrituras, o incluso de una lectura teológica y cristiana del Quijote[3], por ejemplo, en plena Edad Contemporánea.

Adviértase que de aceptarse este último planteamiento, relativo al emplazamiento de la literatura en el eje angular del espacio antropológico, se estaría enunciando el núcleo de toda una teoría explicativa de los orígenes materialistas de la literatura, es decir, el núcleo de una etiología o genealogía materialista de la literatura (Maestro, 2012), cuestión que desarrollaremos en el capítulo siguiente de esta obra (III, 3). La génesis del hecho literario residiría entonces en la construcción fabulosa de personalidades numinosas, en la invención de figuras heroicas, seres supremos, mitos, titanes, semidioses o dioses, génesis que coincide precisamente con las etapas preliminares de las religiones secundarias o mitológicas (Bueno, 1985), la cual se manifiesta de forma específica y concreta en la Grecia antigua, en el mismo lugar y durante el mismo período en los que comienza a codificarse y a constituirse para Occidente la génesis de lo que desde entonces conocemos como el canon literario, es decir, la literatura. Una explicación detallada de esta génesis, explicativamente consagrada al nacimiento del discurso literario, constituye el primer paso hacia una Genealogía de la Literatura, como se explicará más adelante (III, 3). 

 

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NOTAS

[1] Esta última tendencia ―advierte Bueno (1978)― es la que representa el sistema filosófico idealista de Fichte, en el que todo se interpreta desde el yo humano (no desde el yo divino). El espacio antropológico no tendría aquí ninguna dimensión, es el yo absoluto. No hay otro espacio. Es también la postura de Cassirer, al considerar que la cultura, creada por el Hombre, puede comunicarse como algo universal, exclusivamente humano, etc. El canto del cisne del idealismo alemán.

[2] Se trata aquí de los animales en tanto que criaturas numinosas, es decir, de los animales que han mantenido con los seres humanos relaciones que no han sido ni circulares (humanas) ni radiales (naturales), sino angulares (religiosas, en tanto que animales numinosos). Éste es el origen de la religión, según Bueno (1985). Se trata de los animales en tanto que se perciben como númenes o entes divinos o semidivinos, a los que se les adora, se les cuida, se les sirve, se les rinde culto, etc. Algo en cierto modo parecido a lo que hoy ocurre desde determinados planteamientos animalistas. Hablar de «derechos de los animales» no es sino postular el culto humano a los animales, y tipificarlo positivamente en el ordenamiento jurídico de un Estado. Es una forma secularizada de religión de Estado, entre otras varias que ha estimulado el pensamiento posmoderno. En la posmodernidad hay un claro retorno a la divinización del animal, en particular, del perro. No son humanos, pero forman parte anímica de la naturaleza humana y de la sociedad política, como antaño ocurría. Antaño era el paleolítico inferior.

[3] Este tipo de interpretaciones literarias son racionalmente intolerables y científicamente insostenibles. No se puede aceptar el uso de ideas que desborden los límites de la razón humana para construir, a partir de este tipo de ideas irracionales, interpretaciones académicas, filosóficas o científicas. El agnosticismo, por ejemplo, se convierte en algo completamente ridículo al aceptar, en nombre de la razón, ideas que trascienden el racionalismo del espacio antropológico. No se puede suspender, en nombre de un escepticismo supuestamente racionalista, un juicio que se formula sobre ideas irracionales. Las ideas son construcciones de la razón humana, están implicadas operatoriamente en el desarrollo de su propia historia, y ni sus orígenes ni sus consecuencias pueden situarse racionalmente fuera del espacio antropológico. No es posible dar por supuesta la esencia de algo —de la religión por ejemplo, esto es, de un dios, como núcleo esencial de ese algo—, si los saberes categoriales o científicos no pueden por sí mismos explicarla racionalmente, es decir, exponer críticamente en qué se fundamenta y sustantiva el contenido material esa forma referencial. El materialismo —es decir, la razón humana— no puede aceptar que hechos sobrenaturales se presenten como causas de hechos naturales. Las supuestas ideas metafísicas siempre actúan causalmente a través de ideas corpóreas y operatorias, ideas cuya materialidad el sofista disfraza cínicamente para salvaguardar de este modo la prestancia de un mundo espiritual, trascendente y metafísico que, en realidad, no existe en ninguna parte, salvo en la imaginación de los tramposos y en la ingeniería de los impostores (Bueno, 1972, 1985, 1995). Estos son los grandes relatos de la posmodernidad que niega los grandes relatos, y con los que ha saturado el espacio antropológico del siglo XXI (globalización, cambio climático, animalismo, voluntarismo, etc.). 






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «La literatura en el espacio antropológico», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 2.2.1), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria