III, 5.4.1.4 - Circularismo y Teoría de la Literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Circularismo y Teoría de la Literatura


Referencia III, 5.4.1.4


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

El circularismo es, junto con el descriptivismo, el teoreticismo y el adecuacionismo, un modo trascendente de conocimiento científico, que se caracteriza, desde el punto de vista de la gnoseología, por interpretar solidaria y conjugadamente la forma y la materia de las ciencias, lo cual permite, según la teoría de la ciencia propuesta por Gustavo Bueno (1992), y reinterpretada desde la Crítica de la razón literaria de acuerdo con las exigencias de la literatura, evitar las falacias descriptivista, teoreticista y adecuacionista, de modo que, en una realidad o campo categorial de referencia, forma y materia se conciben de modo indisociable, como conceptos solidarios y conjugados (Bueno, 1978a). El circularismo asegura una fidelidad crítica y dialéctica a la realidad de los hechos interpretados. En el ámbito de la investigación literaria, la figura del transductor es pieza clave en la ejecución del circularismo, como sujeto operatorio ejecutante de toda interpretación mediatizada, es decir, como agente responsable de la transmisión y transformación del sentido de los materiales literarios (Maestro, 1994, 2002). Ha de insistirse en que, frente al lector, que interpreta para sí, el transductor interpreta para los demás.

En el caso de la interpretación de la literatura, serán circularistas todas las teorías literarias que hayan alcanzado y asumido el cierre categorial de los materiales literarios, cuyos términos son el autor, la obra literaria, el lector y el intérprete o transductor. Sin transductor no hay cierre categorial posible en la literatura, ni en la interpretación de la literatura, y, sin cierre categorial, el circularismo es inconcebible e imposible. La única teoría literaria que hasta el momento ha establecido gnoseológicamente y justificado metodológicamente un cierre circular y categorial de la literatura es la que constituye la Crítica de la razón literaria.

De este modo, a las tres corrientes gnoseológicas que, propuestas por Gustavo Bueno (1992) sobre la idea de ciencia, he ido aplicando a la interpretación de las teorías literarias desarrolladas en torno al autor (descriptivismo), el mensaje (teoreticismo) y el lector (adecuacionismo), poniendo de manifiesto las falacias objetivas en que incurre cada una de ellas, cabe añadir una cuarta, la que ofrece la gnoseología materialista desde la teoría del cierre categorial: el circularismo.

La teoría del cierre categorial (Bueno, 1992) asume del descriptivismo la exigencia de una presencia positiva del material empírico de una ciencia, y del teoreticismo, su afirmación de una realidad constructiva, operatoria, lógico-formal en toda ciencia. Se pretende así superar las limitaciones de estas concepciones gnoseológicas mediante el dualismo entre materia y forma, y a través de la disociación entre una «forma lógica», supuesta depositaria de una racionalidad que se aplica a diferentes materias o contenidos empíricos (en nuestro caso, los materiales literarios). La teoría del cierre categorial considera que la forma lógica es sólo el modo de organizarse ciertos contenidos, el modo de establecerse la conexión de unos materiales con otros en un contexto determinante y determinado. La racionalidad incluye la referencia a la materia, y no es disociable de ella de ningún modo. Porque materia y forma son conceptos conjugados (Bueno, 1978a), es decir, conexos internamente, e indisociables, pues no pueden darse por separado ni autónomamente (como sucede con otros conceptos conjugados: día / noche, espacio / tiempo, padre / hijo…).

Con el término circularismo, la Crítica de la razón literaria asume y reinterpreta, bajo sus propias exigencias metodológicas, la teoría gnoseológica denominada teoría del cierre categorial, que considera que la verdad científica se objetiva en la conjugación de la materia y la forma de las ciencias. El circularismo niega la distinción, disociación o hipóstasis de la materia y la forma de los componentes de las ciencias, y propone su reducción o absorción mutuas, su indisolubilidad, su síntesis circular, diamérica y dialéctica, según la cual la forma de la ciencia es el nexo mismo de constitución, mediante identidades sintéticas, de las partes constitutivas —partes extra partes— de la materia de la ciencia, es decir, el contenido mismo de la verdad científica como concepto categorial. Forma y materia sólo pueden tratarse cuando se dan de facto determinadas mutua o solidariamente, esto es, interdependientes, indisociables e inseparables. El circularismo, desde este punto de vista, podría entenderse como una reducción dialéctica del adecuacionismo, reducción dialéctica que las poéticas de la recepción nunca alcanzaron, al incurrir en una reducción fenomenológica.

La teoría del cierre categorial es la ejecución del circularismo gnoseológico, el cual, en lo referente a los materiales literarios, está dado en la semiología misma de su constitución y organización ontológica, como se ha insistido con anterioridad.

 


Interpretación de la ontología literaria
desde la semiología y la gnoseología materialistas

 

Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria



La realidad ontológica del transductor, o crítico de los materiales literarios, como sujeto operatorio que se constituye en artífice de una interpretación literaria destinada a actuar e influir decisivamente sobre interpretaciones ajenas, constituye el punto de llegada y de partida del proceso mismo de la interpretación de todos los materiales literarios. El transductor recibe el regressus de la lectura literaria e inicia el progressus de nuevas interpretaciones hacia nuevos sujetos operatorios, entre los que puede encontrarse el propio autor, y sin duda nuevos lectores, reales, de carne y hueso, evitando de este modo la reducción fenomenológica que las poéticas de la recepción fueron incapaces de eludir, y asegurando así a las exigencias de la pragmática literaria un proceso dialéctico ininterrumpido en sus diferentes estadios y desarrollos ontológicos: la construcción autorial, la significación textual, la recepción lectoral y la interpretación transductora, de la que habrán de partir nuevas construcciones interpretativas y textuales que reiniciarán sin cesar el proceso hermenéutico y comunicativo. La semiología alcanza, desde el circularismo gnoseológico, su mayores logros sintácticos, semánticos y pragmáticos, libre de los formalismos anquilosantes, característicos de la teoría literaria del siglo XX; exenta de los reduccionismos sociológicos, historicistas y fenomenológicos, propios de las poéticas de la recepción; y vinculada explícitamente a una ontología manifiesta y dinámica (autor, obra, lector y transductor o intérprete), que le permite recobrar las realidades lógico-materiales que le habían negado los idealismos posformalistas, el nihilismo de las corrientes destructivitas y las aberraciones de las ideologías posmodernas. Queda así restablecida la realidad de la ontología literaria y las posibilidades conceptuales y categoriales de su interpretación gnoseológica.

La filosofía de Gustavo Bueno (1992) concibe la verdad científica como un concepto categorial que se construye mediante la identidad sintética, como posibilidad de nexo diamérico entre las partes que constituyen una o varias totalidades. El principio de symploké es aquí fundamental. Las ciencias son sistemas lógico-materiales que se nos presentan como totalidades cerradas —no clausuradas— de partes concatenadas o relacionadas entre sí, de forma racional y lógica —no arbitraria o innecesaria—, constituidas desde el Mundo (M) y constituyentes del Mundo interpretado (Mi), en virtud de los sujetos operatorios que las manipulan y construyen. Las partes o elementos lógico-materiales de las totalidades o sistemas científicos se organizan en torno a núcleos o nódulos de estructuración (teoremas), susceptibles a su vez de entrelazarse y relacionarse en symploké unos con otros (pero no uno con todos, ni todos con todos, lo cual es formal y materialmente imposible), constituyendo de este modo ámbitos categoriales o campos científicos definidos y teóricamente cerrados, pero nunca inconexos ni clausurados de forma definitiva ni pragmática. La praxis u operatoriedad científica siempre está abierta a la ampliación de un campo categorial.

El circularismo gnoseológico no apoya la verdad de las premisas en la verdad de las conclusiones. Bueno advierte que Aristóteles percibió el camino del circularismo, pero lo percibió como inviable porque su adecuacionismo le hacía incurrir en un «circularismo vicioso» que trató de evitar sistemáticamente. El problema de Aristóteles consistió en ser incapaz de considerar la materia de la ciencia como exógena a la ciencia misma, una consideración que el adecuacionismo no puede permitirse. El circularismo gnoseológico considera que la materia de la ciencia es algo inmanente, endógeno, a la propia ciencia. Como la forma, la materia es un componente de la inmanencia misma de las ciencias. En todo campo categorial o científico, materia y forma mantienen relaciones endogámicas, inmanentes o conjugadas. El circularismo deja de ser vicioso desde el momento en que identifica sintéticamente tales endogamias, inmanencias o conjugaciones, como realidades esenciales a toda construcción científica. El círculo deja de ser vicioso en la medida en que amplía endogámicamente su radio de acción, como una absorbente y centrípeta espiral. De ahí que desde la exigencias de la Crítica de la razón literaria pueda afirmarse que las ciencias son, más que circulares, espiraladas. La materia se incorpora a la forma, pues, en la medida en que la forma se incorpora a la materia. La forma silogística deja de ser un cauce inmaterial y separado del Mundo (M) para operar circularmente como una construcción en la que esa forma se conjuga inmanentemente con la materia de los contenidos que se formalizan en el Mundo interpretado (Mi). La verdad de la premisa mayor se alcanza tras su conclusión, sí, pero aquí la conclusión no es ni una ni única, sino múltiple, plural y dialéctica, y por supuesto crítica, resultado de numerosos desarrollos circulares o espiralados. El silogismo deja de ser una tautología adecuacionista para exponerse como resultado de una dialéctica circularista o espiralada.

No por casualidad Bueno concibe las ciencias en su relación con las tecnologías, lo cual implica una consideración específica del significado gnoseológico que poseen los aparatos e instrumentos científicos. Los instrumentos de las ciencias pueden considerarse como operadores o como relatores. Son operadores aquellos mecanismos científicos que, mediante la acción humana, transforman fenómenos en conceptos (por ejemplo, un telescopio, un microscopio, la teoría de la métrica, el alfabeto o el sistema métrico decimal, desde el momento en que permiten conceptualizar realidades materiales como un planeta, una célula, un pentasílabo adónico, la palabra que designa un objeto extralingüístico, la cantidad precisa que determina medidas, dimensiones y pesos, etc.). Son relatores aquellos instrumentos de la ciencia que convierten conceptos de una clase en conceptos de otra clase, con frecuencia más compleja (por ejemplo, una balanza, un termómetro, un reloj, un metrónomo o un calendario, los cuales actúan como relatores o narradores físicos, del mismo modo que una operación de resta o multiplicación, por un lado, o una traducción lingüística, por otro, actúan respectivamente como relatores matemáticos o como reproductores verbales). La ciencia, por tanto, no es un mero «conjunto de proposiciones», un «discurso», un «lenguaje»: un telescopio no es un «discurso», un calendario no está hecho de palabras, sino de días, meses, años... El circularismo, por lo tanto, implica una ontología específica a la hora de sostener una idea de ciencia, determinada esta ontología por el hecho de que la verdad científica brota de la identidad sintética que se establece necesariamente entre determinadas partes o términos del campo categorial, cuyas conexiones, dadas en symploké, son objetivas, sistemáticas y necesarias.

La teoría del cierre categorial exige, en consecuencia, operar con componentes terciogenéricos (M3), es decir, con materialidades lógicas y conceptuales de la realidad, con el fin de construir una Teoría de la Literatura sobre realidades esenciales necesarias y efectivamente existentes, aunque resulten dadas en el seno de existencias efímeras (M1), ligadas a fenómenos y determinadas por psicologismos (M2). La naturaleza de la verdad como identidad sintética exige el establecimiento de una relación conjugada o diamérica entre materia y forma.

Diremos, en síntesis, que el circularismo es el modo gnoseológico característico de la teoría del cierre categorial, y que la Crítica de la razón literaria reinterpreta desde sus propios presupuestos metodológicos articulados desde una semiología de la literatura y de los materiales literarios. Se define por su disposición sistemática y dialéctica en la conjugación de los componentes materiales y formales de las ciencias, frente a la yuxtaposición en la que incurre el adecuacionismo. La gnoseología circularista encuentra en la transducción literaria su expresión más perfecta y acabada, desde el momento en que esta operación, ejecutada por el intérprete o transductor, representa la puesta en circulación, dialéctica y sistemática, de la totalidad de los materiales literarios constituyentes del campo categorial de la Teoría de la Literatura, esto es, de la ontología literaria y de la gnoseología de la literatura: autor, obra, lector e intérprete o transductor (Maestro, 1994, 1994a, 1996, 2000, 2002, 2007b).

Desde el punto de vista del estadio actual de los estudios literarios, el circularismo se constituye en la única vía gnoseológica que permite una superación de las limitaciones posmodernas, las cuales, si bien se aproximan en cierto modo a disposiciones circulares, dialécticas y negativas, contrarias a una interpretación ilustrada y positiva de la realidad, se hunden en antítesis irresueltas. La suya es una dialéctica que no alcanza —ni siquiera plantea— ninguna síntesis. La posmodernidad diseña antítesis a las que abandona a su suerte. En lugar de resolver el enfrentamiento dialéctico en una síntesis superadora y crítica, la dialéctica se degrada retóricamente en tropologías, juegos de palabras, rapsodias intelectuales, eufonías emotivas que en sí mismas nada significan, repertorios y expositores ideológicos, etc. Bueno se explica con claridad al respecto, en particular cuando se refiere a la teoría de la ciencia propuesta por el deconstructivismo de Feyerabend (1970):


La llamada epistemología anarquista sigue la senda circularista dialéctica, a veces, incluso, bajo el patronazgo de Hegel. Sólo que en Feyerabend hay negación, pero no superación. De esta manera, su resultado final, lejos de ser constructivista, es disolvente, lejos de proporcionar alternativas sistemáticas produce contradicciones asistemáticas, y lejos de favorecer la libertad y la crítica, las elimina en aras del oscurantismo. De ahí la ambigua impresión que producen sus escritos: parece tener razón cuando critica, pero como no respeta ni los propios criterios con los que ejecuta la crítica, al final anything goes, pero también nothing goes (Bueno, 1987: 273).


Sin embargo, esta concepción dialéctica de la gnoseología, que actualmente se atribuye con tanta libertad y tanta facilidad a Feyerabend (1970), ya había sido planteada, incluso con mayor rigor, por Bachelard en obras como La filosofía del no (1940), para delimitar en el desarrollo de las ciencias cortes epistemológicos —no gnoseológicos— de orden negativo: geometrías no euclidianas, axiomas de relatividad no newtonianos, física no maxwelliana, química no lavoiseriana, etc. Y si nos retrotraemos en la Historia, es más que evidente que esta tendencia ya se había dado, y sonoramente, en la Teoría de la Literatura, respecto a la poética clásica, con la irrupción romántica de la querelle des anciens et modernes, cuyos antecedentes datan del siglo XVII, al enarbolarse entonces —en términos de Bachelard—, una «teoría literaria no aristotélica». El mismo planteamiento late, si bien mucho más retórica que gnoseológicamente, por supuesto, en las vanguardias del siglo XX, definidas por su estética de la ruptura con el arte clásico, antiguo o burgués, al que se enfrentan creacionismo, surrealismo, cubismo, dadaísmo, futurismo, y antes que ellos, incluso, en pintura y teatro, impresionismo y expresionismo (Büchner, Strindberg, Valle-Inclán). De un modo u otro, la epistemología negativa de Bachelard se limita a identificar antítesis en determinados contextos de justificación, pero sin llegar a desarrollarlas ni a superarlas. Sin llegar al deconstructivismo de Feyerabend, el resultado de Bachelard no alcanza tampoco logros de referencia.

Por su parte, el circularismo gnoseológico de la Crítica de la razón literaria plantea una superación crítica de las contradicciones y enfrentamientos identificados frente a la literatura, y por supuesto exige síntesis dialécticas respecto a autores, obras, lectores e intérpretes o transductores literarios. Los dos puntos fuertes del circularismo gnoseológico son la conjugación (de materia y forma) y la construcción (de estructuras operatorias). Aquí residen los fundamentos científicos de una Teoría de la Literatura.

En primer lugar, el circularismo conjuga los componentes materiales y formales de las ciencias, de modo que evita, frente al descriptivismo, ocuparse sólo de la materia (empirismo), y supera, frente al teoreticismo, el eclipse de la realidad impuesto por la supremacía de las formas (formalismo), lo que conduce —y esto es importantísimo para la Crítica de la razón literaria— al hundimiento de la teoría posmoderna de la literatura en la irrealidad de un mundo al que esa teoría ha dado irreversiblemente la espalda. Además, el circularismo rechaza la yuxtaposición gratuita entre materia y forma, como realidades apriorísticas que se unen o emparejan de forma acrítica. El circularismo impugna la federación o confederación de los componentes materiales y formales de las ciencias, porque tales componentes son resultado siempre de una conjugación o construcción mutua, solidaria y entrelazada. Materia y forma no son realidades ajenas, separables o autónomas, sino todo lo contrario: ni una ni otra pueden constituirse o desenvolverse por separado, del mismo modo que la cara y la cruz de una moneda no pueden emanciparse mutuamente la una de la otra. El adecuacionismo —diríamos en términos gnoseológicos— opera acuñando monedas de una sola cara y de una sola cruz para ensamblarlas posteriormente, frente a la estructura bifacial originaria y genuina del circularismo.

En segundo lugar, el circularismo construye estructuras operatorias que están en la base del progreso científico. Su constructivismo dispone y exige que la verdad esté en los hechos (verum est factum), y que esta verdad resulte delimitada categorialmente, de modo que cada ciencia se ocupa de un campo, terreno o parcela de la realidad (categoría), constituida por un conjunto sistemático de términos, relaciones y operaciones (sintaxis), de referentes, fenómenos y estructuras esenciales (semántica), y de autologismos, dialogismos y normas (pragmática), capaces de diseñar el perímetro de sus competencias cognoscitivas, gnoseológicas y constructivas, es decir, de cerrar —al menos teóricamente, frente a otras categorías— aquella categoría que estudia y construye. Las ciencias no se limitan a interpretar la realidad: la construyen. La astrofísica no se limita a contemplar los planetas o los cometas, sino que para ello construye telescopios, entre otros instrumentos relatores y operadores, desde satélites hasta minúsculos aparatos de medición. La matemática no se basa solamente en el cálculo, sino que dispone la construcción de dispositivos potentísimos de computación, contabilidad o estadística, desde la calculadora al más sofisticado sistema informático, etc. Los instrumentos científicos —calculadora, microscopio, telescopio, programas informáticos, termómetro, regla, cronómetro— eliminan las interferencias del ser humano en los procesos de investigación, así como neutralizan su presencia e intervención en los desenlaces científicos. Con todo, ni uno solo de estos instrumentos puede funcionar sin la intervención humana, ni sus datos resultantes constituyen, al margen de la interpretación humana, un hecho científico constatable ni institucionalizable. Estas construcciones han de ofrecer como resultados identidades sintéticas, es decir, hechos científicos que constatan y confirman que los componentes materiales y formales de las ciencias permiten construir realidades que, lógicamente, son resultado de una teoría verdadera y de una práctica correctamente ejecutada.

Según la Crítica de la razón literaria, el circularismo alcanza su pleno desarrollo en la ontología y la gnoseología materialistas que reconocen la construcción de los hechos literarios en la relación —naturalmente circular— entre los materiales literarios existentes, y que constituyen y cierran o delimitan el campo categorial de la Teoría de la Literatura: autor → obra → literaria → lector → intérprete o transductor → autor → obra → literaria → lector → intérprete o transductor, etc. Este recorrido circular, crítico y dialéctico, reproducido una y otra vez, en retroalimentación constante, permite depurar de forma siempre renovada los procesos gnoseológicos de interpretación de la realidad de la literatura. Piénsese, por ejemplo, que para el teoreticismo el pentasílabo adónico es solamente esta fórmula métrica [ o - - o - ]. Por su parte, el descriptivismo desconectará esta fórmula métrica de su origen literario o poético (O ton Adonin!), considerándola vacía e inexpresiva. Para el descriptivismo, la fórmula teoreticista no significa nada. Sin embargo, para el teoreticismo, todo verso que no se verifique en sus fórmulas preestablecidas no existe o es ilegible, es decir: es falso. Para el adecuacionismo, el verso y la fórmula han de adecuarse o coordinarse, lo que constituye a primera vista un argumento muy convincente, si no fuera porque la fórmula métrica no ha surgido ex nihilo, ni tampoco ad hoc, para los versos pentasílabos acentuados en primera y cuarta sílabas métricas, sino que es resultado de una conjugación muy desarrollada entre la materia poética y la forma misma de la poesía, en su genealogía literaria y en su desenvolvimiento histórico. Para el adecuacionismo, todo verso que no se coordine con la fórmula, o toda fórmula que no se adecue al verso, no serán ni verso ni fórmula. El adecuacionismo se basa en una falaz petición de principios: exige como premisa de una adecuación o coordinación lo que es —y sólo puede ser— resultado de una conjugación o construcción histórica y literaria. El circularismo exige siempre una conjugación —entre materia y forma— y una construcción —resultante de la conjugación gnoseológica entre los componentes materiales y formales de las ciencias—, esto es, exige el alcance y la confirmación de una identidad sintética (en este caso, entre la fórmula [ o - - o - ] y el verso denominado pentasílabo adónico, desde el originario canto a Adonis (O ton Adonin!hasta el «Siempre floreces...» de la estrofa 48 de Miguel Hernández en su Cancionero y romancero de ausencias).

Las verdades gnoseológicas o científicas son construcciones que brotan —pero que no se deducen— de la conjugación —no yuxtaposición— entre las partes materiales y las partes formales de las ciencias. La verdad científica es siempre una construcción científica, que ha de dar cuenta de la realidad formal y material que ha hecho posible su específica constitución, tanto en el plano sintáctico (mediante términos, relaciones y operaciones), como en el plano semántico (referentes, fenómenos y estructuras esenciales) y pragmático (autologismos, dialogismos y normas). Por eso las verdades científicas o verdades gnoseológicas no son disociables de sus componentes formales (teoremas, principios, axiomas, figuras, modelos, clasificaciones, definiciones, demostraciones…), constituyentes de los denominados contextos determinantes, ni de sus componentes materiales (elementos químicos, reliquias históricas, autores y obras literarias, estrofas poéticas, sonidos musicales, virus humanos, sustancias atómicas, satélites y planetas, etc.), integradores de los denominados contextos determinantes. La verdad ontológica de un pentasílabo adónico del tipo «Siempre floreces...» es indisociable de su verdad gnoseológica [ o - - o - ], que tampoco podrá reducirse unidimensionalmente a la métrica, sino que podrá interpretarse también en su dimensión semántica y pragmática, etc. Los hechos científicos son trascendentes a sus propios componentes gnoseológicos (contextos determinados en sus partes materiales), así como también son inmanentes a ellos (contextos determinantes en sus partes formales), y en ningún caso son separables unos de otros, dada su absoluta conjugación y construcción mutua, ejecutada merced al circularismo de la teoría del cierre categorial. La ciencia deja de existir como tal cuando este circularismo se detiene en nombre de la materia (descriptivismo), de la forma (teoreticismo) o de la yuxtaposición entre ambas (adecuacionismo), o incluso en nombre de su propio cierre categorial definitivo, o clausura operatoria —algo que el propio Bueno rechaza de forma explícita, pero que aquí reinterpretamos como un cierre teórico y circunstancial, porque las ciencias no se detienen nunca en su desarrollo, un desarrollo que desde la Crítica de la razón literaria consideramos perimetral y delimitado, más que cerrado, y espiral y concéntrico, más que meramente circular. Y, desde luego, institucional, porque las ciencias operan siempre en el marco de un contexto estatal y político, el único que puede intervenir de facto y de iure en el curso efectivo de las operaciones humanas.

Así es como actúa la teoría del cierre categorial, es decir, la teoría de la ciencia planteada por Gustavo Bueno (1992), y así es como puede reinterpretarse, desde las exigencias ontológicas de la literatura, a través de la Crítica de la razón literaria, como un medio de análisis gnoseológico y científico de los materiales literarios.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Circularismo y Teoría de la Literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 5.4.1.4), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria