VI, 15.11 - La Numancia (1585), de Miguel de Cervantes. La secularización de la tragedia


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





La Numancia (1585), de Miguel de Cervantes.

La secularización de la tragedia



Referencia 
VI, 15.11


Miguel de Cervantes. La secularización de la tragedia

La Numancia de Cervantes es el acmé de la tragedia en la Historia de la literatura universal. Y lo es porque esta obra marca un antes y un después en la concepción poética y real del hecho trágico y de sus posibilidades de interpretación. Cuestión diferente es que la crítica literaria, más atenta a los oportunismos de las ideologías de cada época, apenas lo haya percibido, perdida su mirada entre el éxito del Quijote y el bombástico mito británico del teatro de Shakespeare.

Cervantes impone en La Numancia una forma completamente inédita de interpretar la tragedia humana, que la literatura posterior ya no pudo ignorar, aunque ―insisto― la crítica literaria apenas se haya percatado de ello. La creación literaria discurre por caminos que, con frecuencia, la interpretación de los críticos y académicos tarda mucho tiempo, a veces incluso siglos, en comprender. La Numancia es insólita por varias razones, y, sinceramente, casi nadie las ha advertido ni analizado. En esta obra Cervantes impone dos negaciones y alza una preservación: niega la metafísica antigua como fundamento de las acciones humanas, desposeyéndola de toda autoridad para explicar cualquier desenlace trágico; niega el protagonismo aristocrático de la dignidad del sufrimiento, para entregárselo exclusivamente al pueblo llano; y preserva ―más allá de nuestra posmoderna y abatida Edad Contemporánea― el heroísmo de la guerra como forma de supervivencia, retratada en su crudeza y sin fraudulentas mitologías.

Se ha dicho con frecuencia que la guerra es la prolongación de la política. Sin embargo, no se ha insistido apenas en una realidad sin duda más importante: la política es la gestión de la paz y de la libertad. De la paz de los vencedores y de la libertad de los supervivientes. La guerra, de hecho, es la distancia que separa a los idealistas de la realidad.

Ocurre con frecuencia en la Historia que la victoria bélica da lugar a una derrota pacífica. Pero esta descomposición de la paz es ante todo diuturna y silenciosa. La democracia suele administrar la extremaunción de la paz. Los triunfos de la fuerza militar con excesiva recurrencia histórica fracasan en la gestión política que llevan a cabo quienes nunca intervienen directamente en el combate: los políticos. En democracia, los políticos se caracterizan porque suelen gestionar realidades que no conocen, que no comprenden y que no saben para qué sirven, porque ignoran todo acerca de ellas, y son incapaces de utilizarlas como es debido. Cuando no se sabe gestionar políticamente la paz, el resultado temprano es una nueva guerra.

A esta reflexión hay que añadir, en relación directa con La Numancia de Cervantes, un hecho innegable pero invisible. La mayor parte de la literatura de tradición hispanogrecolatina resulta, desde finales del siglo XX, ilegible, imperceptible, incomprensible... Se trata de una literatura cuya originalidad está, por ignorancia, eclipsada ante los ojos de unos intérpretes que, mediatizados por una visión anglosajona y paupérrima de la literatura, no perciben los valores únicos y exclusivos de obras como la Ilíada, la Odisea, la Divina commedia, La Numancia o el Quijote. Ninguna de estas obras se estudia ya en las Universidades del siglo XXI. Apenas un puñado de profesores es capaz de explicarlas, ante aulas vacías, porque no hay alumnos interesados en ellas ni demografía que alcance a las ruinosas Facultades de Letras. Quien diga lo contrario, miente: y lo sabe.

El caso de La Numancia es particularmente desafiante. Y lo es porque se trata de una obra cuya originalidad ha prevalecido invisible y opaca a los ojos de casi todos sus lectores, intérpretes y actores, y por supuesto también a los de sus variados y coyunturales directores de escena, limitados por ideologías y formas emocionales de ignorancia colectiva. Nadie sabe qué hacer con esta tragedia. Se quedan con el anzuelo en los labios... sin catar el cebo.

El anzuelo es el nacionalismo español. El cebo es todo lo demás: la negación de los dioses, la afirmación del ateísmo y la subrogación de la metafísica antigua por la Historia moderna; es también el protagonismo de los seres humildes frente al monopolio de la tragedia que el mundo antiguo reservaba de forma exclusiva y excluyente a monarcas y aristócratas; es igualmente la confirmación de la libertad de la mujer, presente también en buena parte del teatro y la literatura antiguos, desde Lisístrata de Aristófanes hasta Hécuba o Las troyanas de Eurípides; es el triunfo cervantino ―una vez más― de la razón antropológica frente a la razón teológica; es la negación de toda resurrección metafísica y de todo Paradiso, y la afirmación de una vida única e irreemplazable en el terrenal mundo del Hombre; es la última exaltación del heroísmo de quien lucha desesperadamente, porque su vida vale ya menos que su libertad, un heroísmo que la democracia acabará por ridiculizar y destruir, pues en toda democracia los únicos héroes son los delincuentes, y nunca quienes defienden con armas el derecho a su propia supervivencia, ya que el Estado los priva tanto de Derechos legítimos como de protección policial y jurídica. La Numancia cervantina es totalmente incompatible con la posmodernidad y resulta por completo disonante ante ella, del mismo modo que el propio Cervantes es insoluble en agua bendita.

La Numancia es una obra cuyo heroísmo la democracia no puede, ni sabe, valorar, ni quiere comprender. La felicidad es incompatible con la tragedia. La felicidad es el objetivo de sociedades absolutamente fracasadas. En la literatura clásica nadie busca la felicidad, sino la supervivencia y la libertad. En la obra de Cervantes, ambos objetivos ―supervivencia y libertad― viajan juntos, en perenne alianza. Piénsese que en la Numancia cervantina no hay guerra, sino tortura, pues no hay enfrentamiento bélico, sino cerco. Tampoco hay martirio, sino suicidio, porque no hay resurrección ni esperanza de un más allá celeste y redentor. Ningún dios espera a los numantinos esa tarde en el Paradiso. Ningún personaje cervantino organiza su vida en función de un «más allá», y menos que nadie los suicidas y heroicos personajes de Numancia. Hoy el heroísmo de la lucha por la vida se percibe como algo ridículo e incomprensible. El único heroísmo que la democracia posmoderna está dispuesta a aceptar es el que protagonizan los delincuentes, al incumplir las leyes que nos obligan a todos, y superar de este modo, impunemente, las redes de la supuesta justicia ―siempre desigual para todos―, una justicia de la que se sustraen mediáticamente con el aplauso insólito y la complicidad emocional de la chusma posmoderna.

Si hubiéramos de inventariar, de forma crítica y totalmente sintética, las principales originalidades de La Numancia cervantina, la anacefaleosis o anacefalcosis sería la siguiente: 1) Cervantes cambia por completo el modelo tradicional y aristotélico de tragedia, el único vigente y absolutamente reconocido en los siglos XVI y XVII, y escribe su literatura en contra de ese precepto antiquísimo, que Shakespeare jamás cuestiona ni altera, sino que asume como un cromático Kitsch; 2) Cervantes identifica a los seres humanos más humildes y plebeyos como protagonistas únicos de la experiencia trágica y de la dignidad del sufrimiento bélico, algo reservando desde los orígenes de la literatura a monarcas, aristócratas y patricios, pues se estimaba que sólo las clases altas tenían derecho a que su sufrimiento fuera reconocido y respetado, mientras que las clases bajas sólo servían de combustible para la risa, la burla y la experiencia cómica (Shakespeare mantendrá esta distinción estamental y poética en todo su teatro: Falstaff no llegará ni a ser bufón en la corte de Enrique IV); 3) en La Numancia, las víctimas de la tragedia no comenten ningún exceso ni incurren en ninguna hybris que justifique el desenlace letal, al contrario de lo que ocurre en la tragedia antigua y en toda la obra de Shakespeare: los numantinos son seres inocentes ante la agresión depredadora del imperialismo y belicismo de Roma; 4) el heroísmo trágico distingue a los plebeyos, no a los aristócratas, que no figuran en ningún lugar protagonista de la tragedia cervantina, bien al contrario de la tragedia griega clásica y del teatro shakesperiano inglés; 5) ni un solo dios, ni un solo numen, ni una sola criatura o idea metafísica, interviene funcionalmente en la fábula o acción de La Numancia ―ni en ninguna otra obra literaria de Cervantes―, hecho este que por sí solo constituye toda una negación de la legitimidad religiosa del mundo antiguo y de la propia Edad Moderna: Cervantes no es soluble en agua bendita, porque Cervantes es la negación de toda religión y de toda metafísica, frente al teatro clásico de la antigua Grecia y al teatro trágico de Shakespeare, poblado de fantasmas, espectros, brujas, espíritus y formas sobrenaturales de intervención metafísica en la vida humana y política de los siglos XVI y XVII; 6) las mujeres de La Numancia cervantina actúan a la par que los hombres, en condiciones de absoluta igualdad, y determinan el desenlace suicida, al abortar la exclusividad del protagonismo masculino en un combate cuerpo a cuerpo contra los romanos, que no llega a producirse por expreso requerimiento de la mujer numantina: aunque en el teatro griego hay precedentes de este tipo de libertades femeninas, en Shakespeare, no (el feminismo posmoderno, que sin duda no ha leído esta obra de Cervantes, ignora todo acerca de este precedente aurisecular español). La lista podría extenderse, y el teatro europeo así lo hizo, desde Büchner con Woyzeck (1837), en el postrero Romanticismo alemán, aunque la verdadera valoración de obras así no llega hasta el período expresionista de entreguerras, en el primer cuarto del siglo XX.  

Cervantes, en suma, seculariza la tragedia. Y éste es el hecho capital. La Numancia es una tragedia deicida, en pleno siglo de la Contrarreforma. Trento acaba de proscribir el suicidio en la literatura. Ha exigido su interdicción ficticia. Inmediatamente, Cervantes decreta ―inapelable― el suicidio de toda una población. Nadie llegó más lejos en aquel tiempo. Ni tampoco después. Cuando el siglo XVIII irrumpe con todos los faroles de la secularización, llega a la obra cervantina con 200 años de retraso. Toda la tragedia de Shakespeare es un bucle de los valores del Antiguo Régimen. Ni un solo personaje shakesperiano supera el idealismo del Renacimiento. Nada moderno hay en el dramaturgo isabelino: todo son brujas, hechizos, encantos, ilusiones, quimeras y fantasías, fracasos políticos y libertades perdidas, tronos frustrados y fantasmas parlantes que nos retrotraen una y otra vez a un mundo incompatible con la libertad de la Edad Contemporánea y con el realismo político del Nuevo Régimen. Harold Bloom ha agotado toda la cosmética de la crítica literaria anglosajona para acicalar a un Shakespeare que, con sus apenas treinta piezas teatrales y sus sospechosos ciento cincuenta sonetos, la mitología imperialista inglesa ha querido ubicar a la par que el autor del Quijote, en la célebre hendíadis de «Cervantes y Shakespeare», como si entre uno y otro autor la calidad literaria fuera equivalente, o incluso comparable en términos de igualdad. ¿Hasta cuándo el Hispanismo seguirá leyendo ―cual Borges acomplejado, intempestivo y narcisista― a Cervantes en inglés?






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «La Numancia (1585), de Miguel de Cervantes. La secularización de la tragedia», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 15.11), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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