Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Don Quijote de la Mancha (1605-1615), de Miguel de Cervantes.
La globalización hispánica de la literatura contra el idealismo de todos los tiempos
Referencia VI, 15.13
En el Quijote está, escrito en español, el genoma de la literatura. Es ante todo una obra escrita contra el idealismo como psicopatía que conduce al fracaso.
Del Quijote de Cervantes pueden darse muchas
interpretaciones, pero si hubiéramos de sintetizar brevemente algunas de sus
principales ideas, sin menoscabo de ampliar la lista que exponemos a
continuación, apuntaríamos, sin duda, las cinco siguientes:
1. En primer lugar, reiteramos, dada su importancia,
que Cervantes, en el Quijote, escribe, en español, el genoma de la
literatura universal. Con esta obra suya, la literatura alcanza, desde el Siglo
de Oro hispano, el mayor radio de globalización de la Historia. Nadie ha
superado jamás la originalidad, genialidad y consecuencias literarias de esta
creación humana.
2. En segundo lugar, hay que advertir que el Quijote
es una obra escrita contra los idealistas, a los que parodia y satiriza
cómicamente, y a los que condena de forma efectiva, irrevocablemente, al
considerarlos responsables del fracaso humano, tanto individual como colectivo,
cuando el idealismo se encuentra al frente de una sociedad política. Como toda
la literatura española del Siglo de Oro, el Quijote constituye un sistema
de ideas cuyo objetivo es desengañar al ser humano a fin de prevenirlo contra
todo tipo de ilusiones y espejismos, y hacerlo compatible con la realidad, para
asegurar de este modo su supervivencia más allá de las más adversas y crudas
circunstancias a las que tendrá que enfrentarse.
3. Cervantes no es soluble en agua bendita. Su obra no
cabe en una teología, ni en religión alguna, ni mucho menos en la filosofía de un
Erasmo de Róterdam, al contrario de lo que tantas veces, y de forma tan
acrítica, se nos ha impuesto y reiterado universitariamente, sino que su
literatura es, en todo caso, precursora de un pensamiento que, por
racionalista, materialista y ateo, resulta más afín al de un Baruch de Spinoza.
Ni una sola idea metafísica hace acto de presencia, ni adquiere el menor
protagonismo, en la obra literaria cervantina. Ni una. Muy al contrario: todas
resultan desmitificadas, desautorizadas o ridiculizadas.
4. La literatura cervantina ―y el Quijote de
forma muy específica― contribuye a desarrollar, de forma extremadamente
original, toda la genealogía y toda la Historia de la creación literaria de
tradición hispanogrecolatina, frente a la literatura europea septentrional, en
particular la inglesa. No cabe, pues, establecer ninguna posible comparación, y
aún menos de isovalencia, como propagandísticamente ha hecho el imperialismo
inglés y su mitología, entre Cervantes y Shakespeare. La literatura inglesa de
los siglos XVI y XVII es un producto que imita la creación literaria y la
tradición poética de Grecia, Roma y España. Es una literatura que respira y
vive de las influencias ajenas, meridionales, mediterráneas, que recibe muy
tardíamente, a juego con el ritmo de su calendario juliano (vigente hasta
1752). Hasta el siglo XVIII, la literatura inglesa no adquiere cierta
originalidad.
5. El Quijote de Cervantes es una obra genial
―es decir, original en forma y contenido― por razones objetivas: supera
recursivamente todas las técnicas y procedimientos de la literatura anterior al
siglo XVII y rebasa de modo igualmente inédito e insólito todos los temas y
contenidos de la tradición literaria precedente. Cervantes es original en todo:
en forma y en materia, en continente literario y en contenido filosófico,
político y religioso, al superar el pensamiento de sofistas, retóricos, estadistas,
teólogos y pensadores de todos los tiempos. No es una hipérbole, es una
realidad literaria: es el Quijote.
La literatura exige en cada una de sus palabras una
inteligencia de la que muchas novelas, dramas y poemas, carecen por completo.
El amor se puede fingir, mas no durante mucho tiempo. La inteligencia, sin
embargo, no puede fingirse ni siquiera un instante. La principal demostración
de que una obra presuntamente literaria no lo es se basa precisamente en esta
frustrada premisa: simula una inteligencia de la que en realidad carece. No en
vano puede afirmarse que un intelectual es alguien que finge la mitad de la inteligencia
que posee a partir de la mitad de la inteligencia de la que carece.
He insistido con frecuencia en la idea, innegable, de
que la literatura no proporciona conocimientos, sino que los exige. Ante todo,
exige saber leer y escribir de forma particularmente compleja. No cabe afirmar
que la literatura enriquece nuestro vocabulario o nuestras competencias
lexicográficas. No conviene confundir la literatura con el diccionario. Y aún
menos procede confundir la ficción literaria con la realidad de la vida
personal, laboral o profesional. Lo que enriquece nuestra experiencia vital, lexicográfica
o cognoscitiva no es la literatura que podamos leer o no, sino más bien la vida
que ―para bien o para mal― hayamos vivido o no. Sin vida propia no hay
literatura, ni posibilidad de comprender nada en absoluto en relación con la
literatura. A la literatura, a su creación y a su interpretación, hay que
llegar vivido. El Quijote es la obra de un imperio, y sólo en una
sociedad política imperialmente desarrollada puede escribirse y concebirse una
obra así, potente, pletórica y global, de una complejidad tan intensa como
disimulada y de una capacidad tan crítica y perturbadora como silenciosa y
aparentemente inocente.
El Quijote es un despliegue de complejidades
insólitas e inesperadas, disimuladas y con frecuencia bien difíciles de
identificar. Es una trampa sobresaliente para lectores incautos, como lo es
también para sofistas e impostores aderezados, e igualmente para intérpretes
astutos y en principio bien instruidos. El Quijote exige lectores muy
veteranos. Es decir, vetustos, de los que saben más por viejos que por diablos
luzbelinos. Apuntemos algunas de estas razones.
1
En primer lugar, notamos que el narrador del Quijote
es un personaje de ficción que miente más que habla. Es más «fingidor» que la
idea de poeta concebida por Fernando Pessoa. Es un narrador falsario, cínico y
sofista. Astuto. Se disfraza bajo la enmarañada cobertura barroca de varios
autores, igualmente ficticios y fantasmagóricos, que jamás intervienen de forma
directa, pero que resultan convocados en diferentes momentos de la novela, de
modo oblicuo, infidente y muy irónico.
Al final del capítulo 8, el narrador principal dice
haber perdido el manuscrito original de la obra, cuyo relato se interrumpe de
forma violenta. En el capítulo 9 el mismo narrador cuenta cómo, en un mercado
toledano, se encuentra inopinadamente unos papeles que, escritos en árabe, son
justa continuación de la materia antes narrada. A sus propias instancias, un
traductor morisco traslada remuneradamente a la lengua española el original
árabe, compuesto por un cronista cuyo nombre, cómico, es Cide Hamete Benengeli.
El trabajo del traductor, junto con la recopilación de otros textos y
materiales poéticos, en manos del narrador principal de la obra, se lleva a las
prensas, y da como resultado la novela que conocemos con el nombre de Don
Quijote de la Mancha, la cual se presenta a sí misma como una historia
basada en hechos reales. Varios siglos antes de que Wayne C. Booth hablara de autor
implícito, Cervantes había construido un hispánico retablo ―barroco― sobre
la elusión de toda responsabilidad autorial en materia literaria. La Anglosfera siempre ha llegado tarde a la literatura.
2
En segundo lugar, todos los personajes del Quijote
atraviesan la realidad ―desde la ficción literaria― poniendo el dedo en la
llaga de las inquietudes humanas más radicales: la política, las religiones (en
plural), el dinero, la libertad, la propia y ajena literatura, el desengaño, la
muerte, el amor, la supervivencia, el fracaso, la guerra, el triunfo, la
derrota... Pero siempre con una condición esencial e irrenunciable: el
realismo. El Quijote es incompatible con quienes son incompatibles con
la realidad, es decir, con los seres humanos irracionales, idealistas y
utópicos.
3
En tercer lugar, y como consecuencia de lo que
acabamos de decir, el Quijote constituye una parodia, una sátira, una
condena sin anestesia, contra toda forma de idealismo. La Alemania de la
Ilustración y el Romanticismo es responsable de haber adulterado el sentido
recto y genuino del Quijote, y de haber engendrado la idea malversada y
nefasta de un Cervantes idealista, europeísta y erasmista, larva que la
Anglosfera posromántica fertiliza y hace crecer patológicamente. El idealismo
alemán impone la idea delusoria de que la locura es una forma superior de
racionalismo. Esta apofenia aberrante busca apoyo genealógico en una
tergiversada traducción de la obra de Erasmo ―Elogio de la estulticia (Moriae
encomium, 1511)―, desde la que se dignifica eufemísticamente el tabú de la
idiotez, o necedad demencial y monstruosa (moriae), con el referente,
injustificadamente idealizado, de la locura.
El Romanticismo anglogermano explotará este prejuicio,
anegando de un sentido completamente fraudulento ―por lo que a los idealistas
se refiere― toda interpretación genuina del Quijote. Lejos de leer esta
novela como una crítica feroz contra el idealismo, en su ignorancia y soberbia,
la han interpretado patológicamente como un manifiesto desde el que se legitima
y estimula el irracionalismo, la ensoñación y el ilusionismo más absurdos. Lo
hemos dicho: si Alemania hubiera interpretado correctamente el Quijote, se
habría ahorrado la tragedia, el dolor y el fracaso de dos guerras mundiales
sucesivas. El Planeta se lo habría agradecido. Todo idealismo es una filosofía
incompatible con la realidad. Y el idealismo alemán no es, desde luego, una
excepción.
Si algo enseña el Quijote es que toda forma de
idealismo conduce siempre al fracaso. Ni ilustrados ni románticos alemanes
comprendieron en absoluto el Quijote. Lo admiraron, con admiración
mística, fideísta, inexplicada. Pero no entendieron nada. Es una mitología
impresionante, e inaceptable hoy, la que presenta a Goethe, Schelling, Lessing
o los Schlegel, como grandes intérpretes de la literatura cervantina. La
interpretación de los filósofos alemanes fue aún mucho peor que la de sus
literatos. Si el idealismo alemán hubiera comprendido el Quijote, sus
propios artífices habrían abortado semejante sistema filosófico por inviable y
fabuloso. Los filósofos, por lo común, interpretan muy mal la literatura. Y los
filósofos idealistas, específicamente, son los peores intérpretes de la
literatura. Téngase en cuenta que la filosofía, o habla de religión, o habla de política, o se disuelve en autoayuda. No en vano la filosofía nació, de la mano
de Platón, con el objetivo de exterminar la literatura y de expulsar la poesía
del Estado. La filosofía es un modo (sistemático o asistemático) de relacionar
(crítica o acríticamente) las ideas (racionales o irracionales) de que se
dispone (o no, científicamente) y con las que se actúa (o no, de forma ideal o
material, es decir, imaginaria u operatoria). La filosofía es, también, la mano
que mece la cuna de la religión y de la política. Insisto en que la sombra de
Platón es una sombra muy alargada.
Si hablamos de Cervantes, el Quijote y la
parodia ―contra los idealistas―, hay que definir conceptualmente qué es una
parodia: la imitación burlesca de un referente serio. Lo sabemos. Añadiré a
esta concepción un componente decisivo en Cervantes, la crítica, la cual
articula la parodia en cuatro elementos fundamentales que determinan su
naturaleza: 1) el artífice o autor de la parodia, 2) el sujeto o personaje que
ejecuta la parodia, 3) el objeto o referente serio burlescamente imitado, y 4)
el código de la parodia, que sirve de marco de referencia contextual a su
interpretación, es decir, el sistema de referencias que hace posible y visible
intertextualmente la degradación del objeto parodiado. En el caso del Quijote,
estos elementos son los siguientes:
1. Artífice: Cervantes.
2. Sujeto: don Quijote.
3. Objeto: los valores ideales (justicia, heroísmo, caballerosidad…) de un mundo real (que es todo lo contrario: injusto, antiheroico, rufianesco…).
4. Código: el idealismo de los libros de caballerías.
4
En cuarto lugar, se advierte que todos los géneros
literarios convocados en el Quijote experimentan, de la mano de
Cervantes, transformaciones absolutas, radicales y completamente modernas: 1)
la novela de caballerías (el discurso de las Armas y las Letras; los episodios
de Sansón Carrasco, disfrazado de caballero del Bosque y de los Espejos; la aventura
de la princesa Micomicona, encarnada en Dorotea; los episodios con los duques,
la dueña Dolorida, la doncella Altisidora, etc.; 2) la novela pastoril
(Grisóstomo y Marcela, el discurso de la Edad de Oro ante los cabreros...); 3)
la novela de aventuras o bizantina (la morisca Ana Félix, la fuga del
capitán cautivo y la inverosímil Zoraida...); 4) la novela morisca (la
vida de Ricote, de nuevo el protagonismo de Zoraida y el dramático abandono del
hogar paterno...); 5) la novela renacentista italiana, novela sentimental o cortesana (es el caso de la novela inserta de El curioso impertinente;
la historia intercalada de Luscinda, Cardenio, don Fernando y Dorotea, que
también puede considerarse una novela perspectivista...); 6) la novela picaresca (el encuentro con los galeotes y su liberación, la historia fugaz
de don Luis y doña Clara...); 7) la novela fantástica (el relato
quijotesco, único, de la Cueva de Montesinos y toda la peripecia del
encantamiento de Dulcinea...); 8) la novela autobiográfica (la historia
del cautivo Ruy Pérez de Viedma, trasunto del presidio argelino del propio
Cervantes); 9) la novela epistolar (cartas familiares, cortesanas,
retóricas); y 10) la literatura parenética, sapiencial o gnomológica y su
relación con la genología del Quijote (consejos de don Quijote a Sancho,
gobernador de la ínsula Barataria; paremias, refranes y proverbios que pueblan
la novela de principio a fin...). La lista no puede cerrarse.
Y entre tantas transformaciones y originalidades, ha
de señalarse ahora una entre varias, decisiva: Cervantes, y no Brecht, es el
artífice del teatro épico y de la figura del narrador en el teatro. Fijémonos
en el episodio del retablo de maese Pedro (Quijote, II, 25), y
comprobaremos que todas las exigencias que Brecht formula para su teatro épico
―todas― están ya expuestas en la puesta en escena ―narrativa― de este retablo:
—Los sucesos lo dirán, Sancho —respondió don Quijote—, que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra. Y por ahora baste esto, y vámonos a ver el retablo del buen maese Pedro, que para mí tengo que debe de tener alguna novedad.
—¿Cómo alguna? —respondió maese Pedro—: sesenta mil encierra en sí este mi retablo. Dígole a vuesa merced, mi señor don Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y «operibus credite, et non verbis», y manos a labor, que se hace tarde y tenemos mucho que hacer y que decir y que mostrar.
Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y vinieron donde ya estaba el retablo puesto y descubierto, lleno por todas partes de candelillas de cera encendidas que le hacían vistoso y resplandeciente. En llegando, se metió maese Pedro dentro dél, que era el que había de manejar las figuras del artificio, y fuera se puso un muchacho, criado del maese Pedro, para servir de intérprete y declarador de los misterios del tal retablo: tenía una varilla en la mano, con que señalaba las figuras que salían.
Puestos, pues, todos cuantos había en la venta, y algunos en pie, frontero del retablo, y acomodados don Quijote, Sancho, el paje y el primo en los mejores lugares, el trujamán comenzó a decir lo que oirá y verá el que le oyere o viere el capítulo siguiente (Quijote, II, 25).
En realidad, nada nuevo en el propio Cervantes, pues
el mismo autor lo había expuesto ya en su entremés El retablo de las
maravillas y también en episodios decisivos de la segunda parte del Quijote,
como el de las bodas de Quiteria con Basilio, el «pobre», frente a Camacho, el
«rico», donde el narrador narra ―valga la batología― la escenificación de
representaciones teatrales y alegóricas de extraordinario significado en la
trama de la novela. La Literatura Comparada no debe olvidar nunca que la originalidad del teatro épico está en Cervantes, no en Brecht.
5
En quinto lugar, la locura. Es la médula del Quijote,
la cuestión clave y matriz. La locura, como la literatura, siempre es
racionalmente muy ambigua. Pero quede claro nuestro postulado: la locura de don
Quijote es falsa, es un artificio literario cervantino para exponer impunemente
una idea de libertad. El Quijote delata verdades muy críticas. Muchas de
esas verdades, aunque puedan decirse, no pueden tolerarse. Ni aún hoy. La
locura del protagonista funcionó como un salvoconducto de libertad. De hecho,
en el Quijote, locura y libertad viajan juntas. Todos conocemos esta
cita:
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo! (Quijote, II, 58).
Si don Quijote puede actuar de forma tan libre
y libérrima, se lo debe a su locura. Una locura fingida y de diseño. Alonso
Quijano es el artífice y el sustento de la locura de don Quijote.
Cervantes, su ingeniero literario. El resultado, la exigencia de libertad.
Si la libertad es lo que los demás nos dejan hacer, la
literatura es lo que a lo largo de la Historia la política, la filosofía y la
religión nos han permitido escribir. O tal vez... lo que no han podido
censurar. Acaso la literatura es esa construcción humana que los enemigos de la
razón ―que son los enemigos de la libertad― no han podido evitar. Ni destruir.
No en vano la Historia de la literatura es la historia de una lucha por la
libertad contra los enemigos de la razón y, sobre todo, contra los enemigos de
la razón literaria, es decir, del racionalismo de la literatura. Porque huir de
la inteligencia significa ante todo huir de la imaginación, pues la imaginación
más seductora es siempre la imaginación más racionalista. No hay mayor libertad
que la libertad que exigen la literatura y la crítica de la razón literaria.
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En sexto lugar, tenemos una cita con la política. Varios
son los motores de la Historia, como varias son sus dialécticas. Sin embargo,
apenas es posible identificar, en términos generales, una sola y única
dialéctica decisiva, que no es ni la marxista lucha de clases ―entre ricos y
pobres―, ni la hegeliana dialéctica de imperios ―entre unos y otros Estados―.
Más acertado sería hablar de una dialéctica entre Estados y feudos, entre
naciones reales y tribus que gremialmente quieren monopolizar la vida de los habitantes
de un determinado territorio, en nombre de la lengua, la raza, la etnia, la
ficción histórica o la aberración legendaria. Sin embargo, sobre todos estos
enfrentamientos domina constantemente una dialéctica más importante, poderosa y
envolvente: la lucha entre la civilización y la barbarie. Hoy, esta lucha se
libra en el terreno político de la democracia, con una inquietante novedad. La
democracia ha optado por la barbarie. Y la barbarie, en todas y cada una de las
luchas que históricamente ha protagonizado, ha perdido siempre, si bien a costa
del sacrificio de miles y miles de vidas humanas. La suerte democrática está
echada. Por primera vez en mucho tiempo, los bárbaros no son los extranjeros.
Hoy, los bárbaros somos nosotros: los demócratas. La democracia posmoderna esun suicidio político.
Cervantes, sin embargo, nunca pensó en la democracia,
al contrario que Espinosa, quien, como buen filósofo, tiende sin quererlo, una
y otra vez, al idealismo, pese a su materialismo ontológico y a su racionalismo
filológico. Toda filosofía, por muy materialista que sea, tiende siempre al
idealismo. Sin remedio. Filosofar es incurrir en idealismos. Muy al contrario
que la literatura, la cual, desde la ficción ―una ficción inexcusable,
inherente a la propia literatura―, conjura de antemano todos los idealismos.
Cervantes tiene una gran confianza en el ser humano, pero en las distancias
cortas. Sin idealismos. Leer a Cervantes es mantener una conversación en
privado. En ningún lugar de su obra Cervantes plantea soluciones sociales,
consensuadas, y mucho menos democráticas, a problemas reales. Y aún menos a
problemas políticos. Cervantes confía en el individuo, pero no en la sociedad.
Y, evidentemente, no confía en ningún dios, entidad ideal y metafísica a la que
no reconoce poder operatorio alguno, por más que estime a la religión católica
como uno de los mejores salvoconductos de su tiempo. Cervantes sabe que los
problemas reales no tienen soluciones literarias. Ni filosóficas. Ni ―muchísimo
menos― religiosas. Si algo enseña el Quijote, es a saber huir del
idealismo. De todos los idealismos. Y sobre todo de los tres idealismos más peligrosos: el religioso, el filosófico y el político.
7
En séptimo lugar, hemos de darnos con la Iglesia y la cuestión religiosa. Puede pensarse que si la razón es Dios, si la
razón es la razón teológica, si la razón es la razón de quienes ganaron en
Trento, lo mejor sería volverse loco cuanto antes. Puede pensarse que sobre
esta idea Cervantes escribe el Quijote. Pero esto es algo que puede
pensarse hoy, en un mundo al revés, o en todo caso en un mundo posterior al
Romanticismo europeo, un período, del que aún no nos hemos liberado, y que no
deja de ser en muchos aspectos una eversión del Antiguo Régimen. No es, sin
embargo, algo que pudiera pensarse a comienzos del siglo XVII. ¿Por qué? Porque
el hecho innegable de que el Quijote exprese ante todo el triunfo de la
razón antropológica sobre la razón teológica no autoriza a nadie a afirmar que
la razón teológica que se impone en Trento (1545-1565) resultara entonces,
frente al protestantismo y frente al islam, un racionalismo retrógrado. Todo lo
contrario: los teólogos tridentinos eran más racionalistas que los
protestantes, quienes reducen la religión a un sentimiento personal y subjetivo,
libérrimo y anómico, y muchísimo más racionalistas que las autoridades
religiosas del imperio otomano, cuyos antecedentes, desde el siglo XII, con la
condena explícita del averroísmo, habían renunciado definitivamente al uso de
la razón para codificar cualesquiera cuestiones metafísicas e incluso
antropológicas. Francisco Suárez (1548-1617), como Francisco de Vitoria
(1483-1546), era infinitamente más racionalista y más progresista que Erasmo de
Róterdam (1469-1536) y que Martín Lutero (1483-1546) juntos. Nótese que
Francisco de Vitoria y Martín Lutero nacen y mueren respectivamente en los
mismos años. Suárez, como Vitoria —fundador del Derecho Internacional—, era un
teólogo escolástico; Erasmo, un filólogo que pensaba (como aún haría Borges
siglos después) que la realidad estaba hecha de palabras; y el cuarto y último,
Lutero, un místico del fanatismo.
¿Cuál es entonces la idea de religión que bajo tales
condiciones históricas objetiva Cervantes en el Quijote? Es una idea de
religión que se construye por referencia a tres vivencias materiales de la
experiencia religiosa: el catolicismo, que identifica la religión con la ley de
instituciones políticas imperiales, adscritas en ese momento histórico al
modelo español, como antes lo habían estado al imperio romano; el
protestantismo, que identifica la religión con el psicologismo fideísta y
providencialista que trata de sustraerse al poder de las instituciones
eclesiásticas vaticanas y romanas; y la religión del imperio otomano, cuyo
irracionalismo religioso Cervantes condena, parodia y crítica crudelísimamente
en toda su obra literaria, en especial en las comedias turquescas. A estas tres
variantes hay que añadir una cuarta, resultante de la postura cervantina ante
la dialéctica de las religiones por él conocidas: el ateísmo. Cervantes es a la
literatura lo que Spinoza a la filosofía: un racionalista, un materialista y un
ateo (Maestro, 2005).
En la dialéctica entre cristianismo e islam, Cervantes
actúa como cristiano. No por fe, sino por razones políticas y militares. Porque
el imperio turco es el enemigo contra el que lucha en Lepanto y el opresor que
lo cautiva durante cinco años en Argel. En La gran sultana, un vulgar
sacristán se burla del irracionalismo otomano al hacer creer al más alto
jerarca político que puede no sólo dialogar con los pájaros, sino incluso hacer
hablar a un elefante. Este hecho, que la crítica más ingenua ha interpretado
como un episodio más del arte cómico cervantino, encierra una irónica burla
desde la que se pretende poner en evidencia la ignorancia de la cultura otomana
contemporánea en el siglo XVI frente a la cultura cristiana.
En la dialéctica entre catolicismo y protestantismo,
Cervantes resuelve la cuestión en favor del Concilio de Trento, pese a sus
disidencias con la teología cristiana. ¿Por qué? Porque la Reforma religiosa,
con la que simpatizan intelectuales erasmistas, con los que Cervantes nada
tiene que ver, pese a cuanto se ha escrito al respecto, introduce un giro
subjetivo y fideísta que el autor del Quijote rechaza y ridiculiza en
toda su obra. La Reforma religiosa se enfrenta a las instituciones en favor de
la fe, es decir, niega la religión como política para afirmar la religión como
psicología. Para los reformadores, la religión es una experiencia personal, es
un «hecho de conciencia». Para Trento, la religión es una cuestión normativa,
no personal; es institucional, no psicológica; es política y universal, no
gremial ni localista, y aún menos individual. Y es todavía algo más. Para el
protestantismo, lo que determina la salvación o la condenación es la
Providencia y su determinismo metafísico. Para el catolicismo, el ser humano es
libre para elegir el bien o el mal. ¿Qué significa esto? Significa que mientras
Lutero niega la posibilidad de la libertad humana, y renuncia a discutir esta
cuestión, Francisco Suárez racionalizaba hasta las últimas consecuencias de la escolástica
esta misma cuestión, con el fin de justificar en el ser humano las
posibilidades de actuar con libertad en su vida terrenal y mundana. Para
Cervantes la libertad no es una cuestión filosófica, es simplemente una
cuestión vital. Los filósofos interpretan la realidad leyendo a los filósofos;
las personas comunes y corrientes interpretan la realidad enfrentándose a ella
o, simplemente, trabajando.
Ante la dialéctica entre el deísmo y el ateísmo,
Cervantes actúa como un ateo, y como tal construye las ideas objetivadas
formalmente en sus obras literarias. Cervantes no es soluble en agua bendita.
He insistido desde hace años en estas ideas (Maestro, 2005). Cervantes concibe
la religión, todas las religiones, como una expresión de cinismo e hipocresía,
cuya única realidad ontológica no es un dios, una creencia o una fe, sino una
institución económica, política o social. Cervantes sabe que la Iglesia no es
más que una invención humana muy bien orquestada, y que nada divino hay en
ella. Para los teólogos de Trento, como para los teólogos o filósofos de
cualquier época y lugar, Dios es un pretexto, un concepto o un instrumento
referencial, como lo puede ser el Demiurgo platónico, la «sustancia pura» de
Espinosa, el hegeliano Espíritu absoluto, el inconsciente freudiano
o el Dasein de Heidegger. Lo que les importa es el uso de la idea de
Dios para imponer institucionalmente un sistema político normativo capaz de
controlar políticamente al ser humano, es decir, capaz de imponer y de
justificar, desde el poder de un Estado político-teológico, su propia idea de
libertad. Ya hemos dicho que la filosofía ―hoy como ayer― es la mano que mece
la cuna de la política y de la religión. También de la autoayuda: los
desengañados de la Iglesia y del Estado muerden, incautamente, otros anzuelos.
8
En octavo lugar, observamos que Cervantes lleva al
extremo en la composición del Quijote el uso de todas las formas conocidas de la materia cómica: la risa, la parodia, el chiste, lo grotesco, lo
ridículo, la caricatura, el escarnio, el sarcasmo, el carnaval, el humor, la ironía
y la sátira.
La literatura cómica en general, y muy en particular
el teatro, se han ocupado más de ridiculizar determinados comportamientos
humanos que de explicarlos o comprenderlos. En este sentido, la literatura ha
estado más cerca, sin saberlo o sin quererlo, de la religión y de la moral que
del arte autónomo, capaz de actuar desde una inteligencia poética propia y
explicativa de la realidad. El arte busca su público en la sociedad humana, y
en toda sociedad humana el número de los que condenan en nombre de dios, la
moral, el nacionalismo, el feminismo, la religión o lo políticamente correcto,
es siempre muy superior al número de los condenados. En público todo el mundo
habla como si fuera inocente, es decir, como si fuera una artista, un
intelectual o un cura. Cervantes usará el humor no tanto para burlarse del ser
humano, sino para comprenderlo mejor.
La risa es el efecto orgánico del placer cómico. Donde
hay risa, hay inteligencia y libertad. Y puede haber también un amplio sentido en
la interpretación de las formas de la materia cómica, según el grado de
inteligencia de ese ser humano que ríe ―o finge reír, siempre delatándose― ante
lo que se le ofrece en la realidad o él mismo se imagina o representa. En este
contexto, lo cómico es el efecto risible provocado por la dialéctica —nunca
dolorosa o amenazante para el sujeto que ríe— entre la materialización de los
hechos, tal como estos han tenido lugar frente a las convenciones sociales, y
la formalización de los mismos hechos, tal como estos deberían haber tenido
lugar de acuerdo con las convenciones sociales. Lo cómico se basa, pues, en la
dialéctica o disidencia entre los hechos consumados y los hechos
exigidos. Los hechos consumados son materialmente objetivables, visibles,
constatables. Los hechos exigidos lo son de acuerdo con un código socialmente
establecido e impuesto, que no todo el mundo alcanza. Siempre hay un
determinado tipo de logos, norma o razón, que impera en cada situación o
sociedad, y que dispone, naturalmente desde un código moral, sus posibilidades
de interpretación y sus requisitos de exigencia. Quien no cumple con la
exigencia puede ser objeto de burla.
La parodia ―lo hemos dicho― es la imitación burlesca
de un referente serio. El chiste, como expresión verbal o iconográfica de
ingenio irónico, crítico o humorístico, es una de las formas de la materia
cómica menos abundantes en el Quijote. Siguiendo inicialmente a Thomson
(1972), diremos que lo grotesco es la yuxtaposición o integración dialéctica,
irresoluble y conflictiva, entre una experiencia risible y un elemento
incompatible con la risa, el cual es, sin embargo, parte esencial en la
materialización y percepción sensorial de esa experiencia cómica. Lo grotesco
adquiere en el Quijote afinidades con la caricatura y lo ridículo. La
caricatura ―pensemos en Maritornes― es expresión iconográfica (o verbal)
sintética de una serie de rasgos que se intensifican y exageran con el fin de
comunicar un determinado sentido o conjunto de características. A su vez, el
ridículo es aquella experiencia cuyos contenidos se perciben e interpretan como
ajenos e inferiores a lo normativo, ortodoxo o convencionalmente respetable, y
por ende susceptible de convertirse en objeto de burla. Esta idea de norma o de
ortodoxia, dada en una determinada sociedad, es resultado de la idea de razón o
logos, vigente en esa sociedad. Lo ridículo es con frecuencia una
devaluación de lo material y formalmente aceptado como normativo o racional en
una sociedad concreta. Es ridículo lo que presenta o contiene una deformación
devaluada de lo normativo aceptado o de la razón establecida. Es ridículo lo
que se percibe como fuera de lo normal y por debajo de ello, lo que, ajeno a la
razón impuesta, y sustraído al logos imperante, se conceptualiza como
materia disonante, susceptible de experiencia cómica y objeto de burla. Todo
ser ridículo es un ser inocente. Todo ser ridículo es un ser inofensivo.
Otra de las formas de la materia cómica que merece
atención en el Quijote es el escarnio, como ejercicio de burla que se
ejecuta y practica de forma relativamente violenta con intención de ofender
moralmente. La persona que se convierte en sujeto de escarnio sufre la burla,
más o menos agresiva, de un grupo humano que lo desautoriza. Esta reprobación o
desautorización es moral, desde el momento en que son las normas del grupo
escarnecedor las que sirven de código de referencia para justificar y ejercer
la burla afrentosa contra un individuo que disiente de tales normas. El escarnio
está determinado por causas morales (las normas de cohesión de un grupo
escarnecedor del que disiente el individuo escarnecido) y por consecuencias
éticas (el daño físico que puede recibir o acusar el sujeto escarnecido).
No es muy frecuente, en verdad, este tipo de forma
cómica en el Quijote, pero sí hay episodios que en cierto modo la
materializan. En el caso del joven Andrés, es don Quijote quien lo propicia, al
convertir lo que son unos azotes de amo a mozo en una paliza cruel y
escarnecedora, con sarcasmo incluido. El DRAE define el sarcasmo como burla
sangrienta, como ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien.
Podría decirse incluso que se manifiesta como la figura retórica del escarnio.
Y habría que añadir, además, algo fundamental, que implica, con acritud, al escarnio
en los terrenos más amargos de la ironía: el sarcasmo se construye
retóricamente sobre la cínica afirmación de una proposición falsa, que, con
fines e intenciones burlescas, e incluso crueles, se enuncia y esgrime ad
hominem, con consecuencias éticas (agresión física contra la víctima) y
morales (cohesión del grupo social que, desde sus normas gremiales, ejerce el
sarcasmo). Así sucede en la secuencia en que el labrador Juan Haldudo azota a
Andrés una vez que don Quijote los ha abandonado.
Mucho se ha hablado, y muy libérrimamente, del
carnaval y lo carnavalesco en el Quijote. Con todo, pocas veces se ha
definido con precisión. El carnaval es ante todo una representación en la que
los valores de una sociedad, codificados oficialmente como serios, se
manifiestan invertidos en un sentido cómico, paródico y grotesco, de modo tal
que se proyectan por igual sobre todas las clases sociales, sin discriminación,
ni consideración, ni respeto de ningún tipo. Desde este punto de vista, ¿es
carnavalesco el Quijote?
No siempre. Acaso tampoco tanto como se ha pretendido. Curiosamente, uno de los
estamentos más carnavalescamente parodiados, y desde bien comenzada la novela,
es el eclesiástico. Y no sólo porque el cura, Pero Pérez, se disfraza, durante
momentos muy dilatados, de doncella menesterosa, sino porque una de las
primeras percepciones de clérigos y seminaristas apela precisamente a la
poética carnavalesca, objetivada por el narrador en la aventura del cuerpo
muerto (Quijote, I, 19).
El humor es el efecto del hecho cómico que incluye al
artífice como intérprete subversivo de su propia experiencia. En el humor, el
intérprete está formalmente implicado en el artificio de lo cómico, al
subvertir conceptualmente las consecuencias materiales de su experiencia
personal. El humor es una experiencia cómica en la que el artífice de lo cómico
se convierte en su intérprete principal, que no será un intérprete cualquiera,
sino un intérprete formalmente subversivo y transgresor de hechos que se presentan
o suponen materialmente consumados. Cítese el ejemplo freudiano: un preso es
condenado a muerte. Pregunta cuándo le van a ejecutar. «El lunes», le dicen. A
lo cual responde: «¡Buena forma de empezar la semana!». El humor radica
precisamente en que convierte al artífice en intérprete de la realidad material
de su propia experiencia, con frecuencia en un contexto doloroso o preocupante,
pero con capacidad, frente a la adversidad, para tergiversar formalmente la
realidad material de su experiencia personal. El humor contiene siempre una
prueba y una demostración de ingenio ante la adversidad.
La ironía es toda expresión en la que los sentidos
intencional y literal difieren con el fin de provocar una interpretación
crítica o humorística. El autor de la ironía siempre expresa lo que siente,
pero comunicándolo de modo intencional, nunca de forma literal.
La ironía expresa siempre lo que su artífice siente o piensa, pero sin
declararlo literalmente. Toda ironía es siempre latebrosa, y metamorfosea algo
esencial: su previsibilidad, es decir, los caminos matrices que conducen a
ella. De hecho, la ironía suele percibirse antes por sus resultados que por sus
motivaciones, es decir, antes por lo que «niega» que por lo que «afirma». La
dialéctica es una figura clave en toda interpretación del pensamiento irónico.
En consecuencia, puede afirmarse que la ironía se basa en la dialéctica entre
el sentido intencional y el sentido literal.
Diremos, por último, que la sátira es la expresión de
una experiencia cómica determinada formalmente por la agudeza crítica,
mordacidad y acritud de su artífice, cuyo objetivo es ridiculizar, desde
criterios morales, hechos o hábitos codificados como «vicios», es decir, convertir
en objeto de burla, desde las normas establecidas por un grupo dominante, un
determinado referente o arquetipo socialmente reconocido como «vicioso». La
acritud de la sátira es formal, no física, es decir, que sus consecuencias son
estrictamente morales: definen las normas del grupo satírico frente al grupo o
individuo satirizados. En esto se diferencia del escarnio, cuya agresividad
adquiere consecuencias éticas, al afectar con frecuencia de forma física y
psicológica a la persona escarnecida. La sátira provoca en el espectador dos
reacciones simultáneas y, pese a su posible contrariedad, no incompatibles: la
risa y el desagrado. La combinación resulta estridulante. La risa está
provocada por la experiencia cómica, al expresar la disidencia dialéctica entre
los hechos consumados y los hechos exigidos, y el desagrado está motivado por
la realidad social que deja críticamente al descubierto. En el caso de lo
grotesco, estas dos reacciones simultáneas se presentan como incompatibles, mientras
que en el caso de la sátira se presentan conjugadas e inseparables. Además, la
sátira opta por privilegiar determinados valores: considera «buenos» a unos
sujetos, y a otros, de los que se burla, los considera «malos». Lo grotesco
suele ser anti-racional e ideal, y la sátira suele ser muy racional y muy
crítica.
9
En noveno lugar, hay que explicar en qué consiste la
genialidad del autor del Quijote. Según la tesis expuesta en la Crítica
de la razón literaria, la interpretación artística percibe la genialidad
como una forma inédita de racionalismo, una forma superior de razón, que exige
a sus receptores contemporáneos mejorar las premisas racionales vigentes o
preexistentes. Con todo, no conviene olvidar que la sociedad sólo acepta y
reconoce a los genios cuando ha controlado ―incluso domesticado o normalizado―
las consecuencias de sus genialidades. El mecanicismo, o recurrencia de
técnicas y procedimientos formales, suele resultar determinante en la
literatura sofisticada o reconstructivista (creacionismo, surrealismo,
futurismo…), así como en la programática e imperativa (comedia española
aurisecular, literatura comprometida o «engagée»…); la genialidad ―originalidad
de formas y contenidos― es un atributo fundamental en los autores de las
literaturas crítica o indicativa (Dante, Cervantes…) y sofisticada o reconstructivista (Rabelais, Shakespeare…); finalmente, la lógica de un
imperativo ―programa o precepto― es imprescindible en las literaturas programáticas (Brecht, Sartre…) y por supuesto críticas (Lazarillo,
Galdós, Baroja…).
En consecuencia, la genialidad exige normas de
interpretación, es decir, reglas o pautas que hagan legible, interpretable,
objetivable, su realidad y su materialización en las formas del arte. La
genialidad que no se justifica normativamente es un fraude. Ahora bien, ¿cuáles
son esas normas?, ¿a qué criterios podemos apelar para identificar el genio
constructor o la genialidad interpretativa de las obras de arte?, ¿cómo dar
forma objetiva a los valores en los que se explicita el genio literario,
musical o pictórico, por ejemplo? La respuesta a estas preguntas exige exponer
una teoría del genio.
Según estas exigencias, es necesario distinguir 4
tipos de obras de arte: 1) el Kitsch, 2) el arte recurrente, 3) el arte
recursivo y 4) el arte genial.
En primer lugar, consideramos que el Kitsch es
una forma de pseudoarte, producto del mecanicismo y de la reproducción
sistemática y ortodoxa de ideas consabidas y técnicas preexistentes. No hay
originalidad ni de temas ni de formas. Hay reproducción mecánica de ambas.
En segundo lugar, hablaremos de arte recurrente,
porque es posible identificar una recurrencia de ideas consabidas, pero
con técnicas nuevas o inéditas. No hay originalidad de ideas: se recurre a
ideas preexistentes. Lo original aquí son las técnicas o formas del arte, no
los temas o contenidos, que se reiteran acríticamente.
En tercer lugar, es posible identificar un arte
recursivo, basado en la recursividad de técnicas preexistentes, pero
con ideas originales. No hay originalidad de técnicas o formas: se repite el
recurso de técnicas o formas dadas en el pasado. Lo original aquí son los temas
y las ideas.
En cuarto y último lugar hay que hablar de genialidad,
es decir, de obras de arte realmente geniales, cuando es posible identificar y
justificar la creación de técnicas inéditas y también de ideas originales. Todo
es original, insólito e inédito, en este caso: forma y contenido, ideas y
técnicas.
A esta última dimensión pertenecen verdaderamente muy
pocas obras de la literatura universal. La más importante de todas ellas es,
precisamente y por ello mismo, el Quijote de Cervantes.
10
En décimo y último lugar, no podemos ignorar que los
orígenes de las reproducciones intertextuales de la obra magna de Cervantes,
imitaciones o continuaciones de los prototipos de don Quijote y Sancho, son muy
tempranas, si bien desiguales, según geografías, literaturas y dominios
culturales, aunque en España surgen de forma indirecta, puntual y casi
inmediata.
De hecho, la primera de las obras literarias de la
Historia que se consagra plenamente a la construcción e interpretación
intertextual de los prototipos cervantinos, como bien sabemos, nace en España,
en 1614, y se escribe, desde la pseudonimia, por Alonso Fernández de
Avellaneda, quien, sin esperar la segunda parte cervantina, se adelantó a ella,
tratando de apoderarse de los prototipos elaborados por el autor de la primera
parte del Quijote, con el fin de ofrecer a los lectores
contemporáneos una recepción e interpretación de la novela de Cervantes muy
distinta —tanto que la calificaré de completamente dialéctica— de la que
ofrecía su original. El Avellaneda es la primera interpretación o transducción
contrarreformista del Quijote de Cervantes. Es ―podríamos decir,
exagerando en cierto modo― la primera interpretación «de derechas» contra el Quijote
de Cervantes.
Si, por ejemplo, examinamos algunos de los testimonios
de autores y críticos ilustrados, como Agustín de Montiano y Luyando, o los
autores que firman un «Juicio de esta obra», por referencia al Quijote de
Avellaneda, en el Diario de los sabios, el 31 de marzo de 1704
(fol. 207), comprobamos que el novelista apócrifo no perdió su tiempo en manos
de cierta posteridad que, reconociéndose ilustrada, hoy no lo parece tanto,
según la fortuna literaria de uno y otro Quijote. Así, estos
autores del Diario de los sabios, escriben:
Puede dezirse que la crítica que estos dos autores hazen, uno contra otro, no carece de fundamento […]. El Sancho de Avellaneda es más natural […]. Sea lo que fuere, me parece que Avellaneda no salió mal de su empressa: sostuvo el carácter de don Quixote, no le perdió de vista, hizo de él un cavallero andante que es siempre grave y que usa siempre de palabras magníficas, pomposas y floridas. Es preciso confessar que su Sancho es excelente, y más natural y original que el Sancho de Cervantes: aquél es un rústico labriego, que tiene el mismo entendimiento que éste; pero es más simple y dize, a dé donde diere, mil cosas que, por la destreza del autor, no desmienten su simplicidad, aunque las más vezes encierren en sí pensamientos finos y picantes. El carácter del Sancho de Cervantes no es tan uniforme: en tanto se le escapan algunas simples ingenuidades, y en tanto tiene discursos malignos, en los que se ve bien que siente y conoce toda la malicia de ellos, y que son algunas vezes muy elevados y estudiados para un labriego, y muy juiziosos para un criado que cree las locas visiones de su señor […]. En fin, me parece que se puede dezir que ay una diferencia sensible entre los dos Sanchos: el de Cervantes quiere de ordinario parecer bufón gracioso y chocarrero, y no lo es de ningún modo; el de Avellaneda lo es casi siempre, sin quererlo ser[1].
Tal parece, del juicio de estos autores «sabios», que
su valoración de Sancho coincide con la opinión y gusto de Álvaro Tarfe, su
amigo don Carlos, y la corte de nobles madrileños que tanto gustaban de sus
«disparates» y «simplicidades», nada comparables a las del Sancho cervantino. A
su vez, un ilustrado como Montiano y Luyando emite un juicio que, hoy por hoy,
nos sorprende a todos, pero que en su momento resultaba de lo más justo y
racional, en la España de 1732:
He reconocido la Segunda parte de Don Quixote, compuesta por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda; y confiesso me sirvió de sumo gusto la ocasión de leer lo que muchos años ha deseaba, porque en medio de que en el don Quixote de Cervantes avía visto sus desprecios, como no avía hallado en ellos la solidez necessaria para persuadírmelos justificados, anelaba encontrar el original, donde yo mismo pudiera convencerme. No me sucedió assí, ni creo que ningún hombre juicioso sentenciará a favor de lo que Cervantes alega, si forma el cotejo de las dos segundas partes; porque las aventuras de este don Quixote son muy naturales, y que guardan la rigurosa regla de la verosimilitud; su carácter es el mismo que se nos propone desde su primer salida, tal vez estremado, y por esso más parecido; y en quanto a Sancho, ¿quién negará que está en el de Avellaneda más propriamente imitada la rusticidad graciosa de un aldeano?[2]
Indudablemente, si entonces existiera el hoy
ofertado Premio Cervantes, sin duda ese galardón se lo concederían a Avellaneda.
Y sin embargo, todos los españoles comunes y
corrientes, éstos que no nacimos de las élites ni queremos formar parte de
ellas, somos un Cervantes que no ha escrito el Quijote.
Coda
La literatura no ha sido nunca una creación de las
élites, sino del pueblo. Desde Ilíada y Odisea de Homero hasta el
Quijote y Cien años de soledad, la literatura ha sido una
creación popular y personal, y nunca jamás ha procedido de ninguna élite o
grupo dominante. La literatura genuina es, por su propia naturaleza,
heterodoxa. Su originalidad es siempre una anomalía, una excentricidad, una
inconveniencia: una exigencia de libertad no reconocida. Con frecuencia, el
triunfo histórico de una ilegalidad. Las élites no necesitan la creación
literaria para medrar. A lo más que han llegado las élites y los gremios o lobbies
académicos ha sido a promover y gestionar interpretaciones literarias, con
frecuencia muy pobres y pasajeras. Ha habido de todo, pero no lucen por sí
mismos. La creación literaria tampoco ha sido una labor ni de hombres de
Iglesia ni de hombres de academias filosóficas. Conocemos las excepciones, pero
lo cierto es que ni filósofos ni teólogos han sido nunca buenos autores de
obras literarias. Sabemos que singulares han sido algunas monjas ―como sor Juana Inés de la Cruz o santa Teresa de Jesús― y más de un fraile ―como san
Juan de la Cruz―, excéntricos y excepcionales, sí, sobre todo entre los suyos. Y
lo sabemos porque ni la religión ni la filosofía han mirado ―ni admirado― nunca
con buenos ojos a la literatura.
Desde la irrupción de la Edad Contemporánea, y bajo la
hegemonía cultural de la Anglosfera, se ha producido una terrible división
entre la educación de las élites y la organización ―más que la instrucción― de
las masas. Hasta el Antiguo Régimen ―incluido―, no cabe hablar de tal escisión,
pues el pueblo no tiene formación, salvo excepciones accidentales o
sorprendentes mecenazgos. Pero desde finales del siglo XVIII el pueblo dice
exigir para sí una formación que lo equipare a las élites. Son los siglos de las
grandes ilusiones sociales, políticas, culturales. Tiempos de utopías
contemporáneas y de revoluciones ideales. Las élites han de compartir su formación
con el pueblo, que exige conocer y saber lo que supuestamente saben y conocen
las élites. La reacción es que la élite se disocia del pueblo, pero sin
declararlo explícitamente. Al que quiere saber, poquito y del revés, dice la
paremia. A la vez, al pueblo se le hace creer que es importante, de modo tal
que se le otorga un falso y equívoco protagonismo en todos los órdenes de la
vida. Nace la democracia, de hechura anglosajona. El pueblo se ilusiona, porque
se cree dueño de sus libertades políticas y gestor y administrador de sus
propios poderes. Grata alucinación, lisergia política que le mantiene ocupado y
descuidado y ―al mismo tiempo― peleado consigo mismo, en disputas permanentes,
que las élites, gozosas, contemplan entretenidas.
De este modo se liberan ―seguras de sí mismas― las
élites del pueblo, sin dejar de dominarlo. De ese mismo modo se le entrega,
además, un protagonismo que habrá de abrumarle y terminará por dividirle,
enemistarle contra sí mismo y hacerle fracasar en todos los frentes. Ha de
recibir una formación con la que no sabrá qué hacer, y un conocimiento que no
le servirá sino para adquirir un nuevo estatuto de esclavo. Incapaz de
cualquier Revolución ―pues para hacer una Revolución debe haber unidad y
experiencias compartidas― confunde sus lenguas, sus derechos e intereses, sus
objetivos y posibilidades. Pero no lo sabe. Y, aunque se lo declaren
abiertamente, lo negará. El pueblo siempre ha sido feliz en la caverna
platónica, en el tercer mundo semántico de las ilusiones banales y en las
humildades de las que hacen gala las élites, cuando quieren mostrarse ante él
―redentoras y solidarias― por boca de paniaguados y galardonados intelectuales,
pensadores grotescos y mistagógicos gurús. El pueblo nunca ha sabido
organizarse ni gestionarse, y siempre ha creído a quien le miente.
Y sin embargo, el pueblo ha creado la literatura, a
través de seres humanos a los que casi nunca ha comprendido ni ha sabido ni
querido explicar. El pueblo no es mejor que las élites. Ellas son prepotentes y
pueden resultar muy displicentes y en extremo indolentes, pero el pueblo es
ingrato y desagradecido consigo mismo. No se valora ni se conoce a sí mismo, ni
sabe rentabilizar la tesorería de sus recursos ni la tesonería de sus fuerzas.
Excepciones ―ya lo sabemos― hay en todas partes, y acaso también en todos los
momentos de la Historia. Sin duda. Pero las excepciones del pueblo engrosan los
recursos de las élites, las cuales, en este punto, pueden llegar a ser más
agradecidas.
Desde los comienzos de mi actividad profesional y
académica, y hasta ahora, he dedicado mi vida adulta y laboral a explicar la
literatura para el pueblo llano. Y he ignorado a las élites. Ocurre, sin
embargo, que el pueblo llano no hace nada con el conocimiento que recibe, y
carece de interés para desarrollarlo. A las élites tampoco les interesa la
literatura, ni por su conocimiento en sí, ni por el uso que pueden hacer de él
en su propio y exclusivo interés. No lo perciben. El pueblo ―salvo
individualidades excepcionales― no suele disponer ni de dinero, ni de poder, ni
de libertad, ni de ambiciones. Ni sabe cómo organizarse para alcanzar tales
objetivos. El pueblo sólo dispone de ideologías, creencias e ignorancias. El
pueblo, con frecuencia, y salvo excepciones que se incorporan a las élites, no
quiere el conocimiento para nada. No sabe qué hacer con él. Y con frecuencia
sólo hace chistes. Otra cuestión es saber qué tipo de valor profesan
determinadas élites al conocimiento de la literatura. Porque la literatura no
es una creación de las élites ―no es el cine―, ni es un arte concebido para
las élites. No exhibe el poder de la arquitectura, ni la magnificencia
escultórica de otras artes, emblemas de la política y de la Historia. La
literatura es un artificio del pueblo, y al que, sin embargo, con frecuencia el
propio pueblo, desde la Edad Contemporánea, es decir, desde que aparentemente
se ha hecho dueño de la política, ha prestado cada vez menor y peor atención.
Si la literatura sobrevive al siglo XXI, no será por
el pueblo ―que ya no la escribe ni la lee, ni la llama, siquiera, por su nombre
(ahora dice la cursilada de «escritura creativa»)―, ni por las élites ―cuyos
intereses son totalmente ajenos a toda creación literaria―. Si la literatura
sobrevive al siglo XXI, será por milagro. ¿Qué significa hoy ―verdaderamente―
el Quijote para las élites y para el pueblo? Un libro ilegible. Nada.
________________________
NOTAS
[1] Cito por el testimonio aducido en su edición del Quijote de Avellaneda por Martín de Riquer, vol. III, pp. 244-246.
[2] Ibid., vol. III, pp. 236-237.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Don Quijote de la Mancha (1605-1615), de Miguel de Cervantes. La globalización hispánica de la literatura contra el idealismo de todos los tiempos», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 15.13), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
II Curso Magistral Intensivo de Teoría y Crítica de la Literatura:
Cómo interpretar la literatura universal a través del Quijote.
- En el Quijote de Cervantes está la primera y definitiva globalización de la literatura universal.
- Cervantes moviliza en el Quijote toda la ironía del racionalismo literario contra un objetivo: el idealismo.
- Cervantes rompe en el Quijote con los conceptos históricos, filosóficos y científicos de locura.
- Cervantes juega con fuego en la literatura del Imperio: religión, política y humor en el Quijote.
10 claves para entender y explicar el Quijote
- ¿Por qué en el Quijote de Cervantes está el genoma de la literatura universal?
- ¿Quién es y cómo actúa el narrador del Quijote?
- Gramática del Quijote: personajes, funciones, tiempos, espacios y lenguaje.
- ¿Por qué el Quijote es una parodia contra los idealistas?
- Los 10 principales géneros literarios del Quijote.
- Novela, teatro y poesía: transformación cervantina de los géneros literarios en el Quijote.
- ¿En qué consiste la locura literaria de don Quijote? Literatura y psicopatología
- El don Quijote de Cervantes frente al don Quijote de Avellaneda. ¿Por qué las élites españolas ignoran el Quijote?
- Política y religión en el Quijote: Cervantes no es soluble en agua bendita.
- Todas las formas de la materia cómica en el Quijote: causas y consecuencias de la risa en Cervantes.
- Respuesta de Jesús G. Maestro a 13 preguntas clave sobre la interpretación del Quijote. Presenta y modera: Ramón de Rubinat.
- 10 claves para entender el Quijote. Curso universitario completo impartido por Jesús G. Maestro.
El Quijote de Cervantes,
curso en la ULPGC, 29-20 octubre 2023
- Postulados fundamentales de interpretación literaria aplicados al Quijote. [Audio-vídeo]
- Cervantes y el concepto de literatura.
- El lugar de Cervantes en la genealogía de la literatura.
- Cervantes y los materiales literarios.
- Cervantes y la teoría del genio literario.
- Contra el idealismo alemán y en defensa de una interpretación científica de la literatura.
- El concepto de ficción en la literatura cervantina.
- Cervantes y los géneros literarios.
- Cervantes y la Literatura Comparada.
- Conclusiones literarias y metodológicas.
- Curso completo sobre el Quijote de Cervantes, impartido en la ULPGC, 29-30 octubre 2023.
Originalidad literaria y filosófica
de la obra de Miguel de Cervantes (MOOC)
- 0. Presentación del MOOC sobre la obra literaria completa de Cervantes.
- ¿Cómo leer a Cervantes en las Universidades del siglo XXI? Conferencia en la Fundación Adolfo Domínguez.
- Cervantes, el Quijote y la Filosofía en la novela y teatro cervantinos según la Crítica de la razón literaria.
- La mujer en la literatura de Cervantes: conferencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo (UCLM).
- 1. La Galatea de Cervantes o cómo preservar la literatura de la religión.
- 2. Cervantes y La Numancia: hacia una poética moderna y contemporánea de la tragedia.
- 2.1. Presencia de La Numancia en diferentes modelos de dramaturgia trágica.
- 2.2. Idea de libertad en La Numancia de Cervantes.
- 3. El personaje teatral en las comedias de Cervantes.
- 4. Los entremeses de Cervantes: ¿ridiculización o comprensión del ser humano?
- 5. Introducción al Quijote. Nueve criterios para interpretar el Quijote.
- 5.0. Filosofía y liderazgo en el Quijote.
- 5.1.1. El narrador del Quijote (1 de 4). Los autores ficticios del Quijote.
- 5.1.2. El narrador del Quijote (2 de 4). ¿Quién es Cide Hamete Benengeli?
- 5.1.3. El narrador del Quijote (3 de 4). Cervantes niega la certidumbre de un mundo unitario.
- 5.1.4. El narrador del Quijote (4 de 4): un cínico y un fingidor. Las mentiras del narrador del Quijote.
- 5.2.1. Suicidas y misántropos: Grisóstomo y Marcela, dos personajes anómicos o patológicos del Quijote.
- 5.2.2. El suicidio de Grisóstomo: el entierro civil más espectacular de la Literatura Española.
- 5.2.3. El mito de la pastora Marcela: la falacia de la libertad y la falacia del feminismo.
- 5.3. La parodia en el Quijote: Cervantes se burla de todos los idealistas.
- 5.4.1. El Quijote y los libros de caballerías.
- 5.4.2. El Quijote y la novela pastoril: un género literario bajo la dialéctica del realismo.
- 5.4.3. El Quijote y la novela bizantina: la caricatura del heroísmo idealista.
- 5.4.4. La novela morisca en el Quijote: la verosimilitud es un concepto inútil a la teoría literaria.
- 5.4.5. El Quijote y la novela cortesana: de las novelle italianas a la novela perspectivista española.
- 5.4.6. El Quijote y la novela picaresca.
- 5.4.7. Lo fantástico y lo maravilloso en el Quijote de Cervantes.
- 5.4.8. El Quijote y la novela autobiográfica: la realidad personal de la ficción en la novela moderna.
- 5.4.9. La novela epistolar en el Quijote: la carta como origen y modelo del ensayo.
- 5.4.10. El Quijote de Cervantes y la literatura sapiencial.
- 5.5.1. Don Quijote y su discurso sobre la Edad de Oro: una completa parodia del idealismo político.
- 5.5.2. La cara oculta del Quijote: originalidad del teatro de Cervantes intercalado en el Quijote.
- 5.5.2.1. Cervantes construye en el Quijote el teatro épico que, sin razón literaria, se atribuye a Bertolt Brecht.
- 5.5.2.2. Cómo interpretar las apariencias de la realidad a través de la literatura: don Quijote y el carro de las cortes de la muerte.
- 5.5.2.3. Cervantes, censor de obras literarias ajenas: el arte sin normas es un timo ideológico y un fraude cultural.
- 5.5.2.4. La vida humana como autoengaño individual y colectivo: la narración del Quijote como puro espectáculo teatral.
- 5.5.2.5. Cómo integrar el teatro en la novela moderna desde la comedia renacentista y barroca: así supera Cervantes la dramaturgia de Shakespeare.
- 5.5.3.1. Introducción a la poesía de Cervantes: idea de la lírica según don Quijote.
- 5.5.3.2. Cervantes y la poesía como artificio de ficciones: amar en verso en más importante que amar (sin más).
- 5.5.3.3.1 Secretos de la poesía: Argensola y Cervantes o cómo engañar con la verdad haciendo versos.
- 5.5.3.3.2. Las 5 características esenciales de la poesía de Miguel de Cervantes.
- 5.5.3.3.3. Cervantes, en la poesía, reemplaza la biografía personal y la verdad por el artificio y la mentira.
- 5.5.3.4.1. Más
allá de la poesía del Quijote: introducción al Viaje del Parnaso
de Cervantes.
- 5.5.3.4.2. Autorretrato
literario de Cervantes: poeta cínico y filósofo burlón. Sobre el Viaje del
Parnaso.
- 5.5.3.4.3. Cervantes
insiste hasta la muerte en que la literatura es una lucha de la civilización
contra la barbarie.
- 5.6.0.1. La locura de don Quijote es un artificio lúdico y crítico de
Cervantes.
- 5.6.0.2. Don Quijote es un cuerdo que se finge loco para actuar con
mayor libertad política.
- 5.6.1. Juego, fuero y locura en el Quijote: 3 trucos no literarios para
sustraerse a las normas y a la ley.
- 5.6.2. La locura de don Quijote como eximente de
responsabilidades: perdona a tus enemigos, pero no a los enemigos de tu
lengua.
- 5.6.3. Así se divierte un «loco» como don Quijote: la locura como un
uso lúdico de la razón.
- 5.6.4. Un envidioso es alguien que ha fracasado en su deseo de ser original: La locura de Cardenio frente a don Quijote.
- 5.6.5. La locura no es objeto de la medicina, sino de la literatura: don Quijote y el uso patológico de la razón.
- 5.6.6. La locura es la forma de cinismo preferida por las personas inteligentes: Don Quijote, el mayor cínico de la literatura universal.
- 5.6.7. ¿Por qué los locos necesitan público para teatralizar su
locura? Don Quijote y la complicidad social de la locura.
- 5.6.8. ¿Por qué don Quijote no está realmente loco, sino que finge su locura?
- 5.6.9. El Quijote y las 4 ideas de locura presentes en la Literatura Universal.
- 5.7.1. Don Quijote como prototipo literario: el don Quijote de Avellaneda contra Cervantes y su filosofía.
- 5.7.2. La dialéctica entre Quijotes: Avellaneda contra Cervantes.
- 5.7.3. Don Quijote como personaje literario: Cervantes contra Avellaneda.
- 5.7.4. El Quijote de Avellaneda como parodia del
Quijote de Cervantes.
- 5.7.5. El Quijote de Avellaneda como interpretación contrarreformista del Quijote de Cervantes: una transducción aberrante.
- 5.8.1. Contra las interpretaciones que hablan del Quijote como una obra literaria en la que todo es relativo.
- 5.8.2. Cómo explicar las ideas religiosas de Cervantes en el Quijote y su obra literaria.
- 5.8.2.1. El idealismo es una insatisfacción permanente: lo numinoso en el Quijote o las consecuencias del desengaño.
- 5.8.2.2. Autoengaño político y religioso: la mitología en el Quijote o la farsa del espectáculo.
- 5.8.2.3. Cervantes no es soluble en agua
bendita: lo teológico en el Quijote o la antesala del ateísmo cervantino.
- 5.8.2.3.1. Cervantes
y la Iglesia: don Quijote es el personaje que más curas apalea de la literatura
universal.
- 5.8.2.3.2. Cervantes
juega contra la religión: don Quijote hace un uso profano e indecoroso del
rosario.
- 5.8.2.3.3. Cervantes
juega con el suicidio y contra los sacramentos: Quiteria y Basilio, la farsa de
un suicida astuto impostor e inconfeso.
- 5.8.2.3.4. 10 razones por las que Cervantes
no es soluble en agua bendita y el Quijote es obra de un ateo.
- 5.8.3. Sobre las ideas políticas de Cervantes en el Quijote: objetivo de la crítica literaria posmoderna.
- 5.8.3.1. Las llamadas «minorías» en el Quijote y la literatura de Cervantes. Negocio de la crítica literaria posmoderna.
- 5.8.3.2. El morisco Ricote y los amigos del comercio: contrabandistas alemanes en un Quijote muy cervantino y muy antierasmista.
- 5.8.3.3. El Quijote y la libertad: la guerra es la distancia que separa a los idealistas de la realidad.
- 5.8.3.4. Zoraida y el cautivo, una extraña
historia de amor y libertad en un Quijote sin dioses ni milagros.
- 5.8.3.5. Cervantes y sus ideas sobre la libertad y la justicia en el Quijote: la liberación de los galeotes.
- 5.9.1. La risa en el Quijote: al poder solo se le puede seducir, vencer o burlar.
- 5.9.2. La esencia de lo cómico en el Quijote de Cervantes: la experiencia
cómica siempre contiene una experiencia crítica.
- 5.9.3. Lo grotesco, lo ridículo y la caricatura en el Quijote: lo paranormal como objeto de risa.
- 5.9.4. Escarnio y sarcasmo en el Quijote: las dos formas más violentas de lo cómico.
- 5.9.5. La negación del carnaval en el Quijote: contra Bajtín y los cervantistas carnavalescos.
- 5.9.6. En el Quijote no hay humor, ni sátira, sino ironía.
- 6. Crítica al Prólogo de las Novelas ejemplares de Cervantes.
- 6.0.1. Mujeres malvadas en la obra literaria de Miguel de Cervantes.
- 6.1. La gitanilla de Cervantes: la ética contra la moral.
- 6.2. Política y religión en El amante liberal de Cervantes.
- 6.3. Iglesia, nobleza y delincuencia organizada en Rinconete y Cortadillo de Cervantes.
- 6.4. El
triunfo de la libertad humana en La española inglesa de Cervantes.
- 6.5. El individuo
contra la sociedad en El
licenciado Vidriera de Cervantes.
- 6.6. Fuerza y materia en La fuerza de la sangre de Miguel de Cervantes.
- 6.6.1. El patriarcado contra la violación aristocrática de la mujer
en la literatura de Cervantes: La fuerza de la sangre.
- 6.7. Sarcasmo, parodia y celos
en El celoso extremeño de Cervantes.
- 6.8. El Estado y el individuo ante las sociedades gentilicias:
sobre La
ilustre fregona de Cervantes.
- 6.9. Culpa,
responsabilidad y arrepentimiento en Las
dos doncellas de Cervantes.
- 6.10. ¿Qué es la libertad y para qué sirve? Sobre La señora Cornelia de Cervantes.
- 6.11. La mentira en El casamiento engañoso de Cervantes.
- 6.12. El coloquio de los perros: desmitificación crítica de todos los idealismos.
- 8.2. El narrador en el Persiles de Cervantes. Un ateo
católico en el Siglo de Oro.
- 8.3. La risa en el Persiles: el humor de Cervantes que la
crítica se negó a reconocer.
- 8.4. La ironía en el Persiles: Cervantes se burla de las
normas de la literatura y de la religión.
- 8.5. La revolución religiosa del Persiles de Cervantes.
- Ilíada y Odisea de Homero.
- Antiguo Testamento.
- Edipo, rey de Sófocles.
- Divina commedia de Dante Alighieri.
- Decamerón de Giovanni Boccaccio.
- Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer.
- La Celestina de Fernando de Rojas.
- Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais.
- Lazarillo de Tormes.
- Cántico espiritual de Juan de la Cruz.
- La Numancia de Miguel de Cervantes.
- Ricardo III de William Shakespeare.
- Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.
- Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de Góngora.
- Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes.
- El burlador de Sevilla, atribuida a Tirso de Molina.
La globalización hispánica de la literatura
contra el idealismo de todos los tiempos
Libro recomendado
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