Luis de Góngora: «A la confusión de la corte»

              

   

Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro



Luis de Góngora

(Córdoba, 11 de julio de 1561 · Córdoba, 23 de mayo de 1627)



A la confusión de la corte*

(1588)


     Grandes, más que elefantes y que abadas[1],
títulos liberales como rocas[2],
gentiles hombres, sólo de sus bocas[3],
illustri cavaglier[4], llaves doradas[5];

     hábitos, capas digo remendadas[6],
damas de haz y envés[7], viudas sin tocas[8],
carrozas de ocho bestias, y aun son pocas
con las que tiran y que son tiradas[9];

     catarriberas, ánimas en pena[10],
con Bártulos y Abades la milicia[11],
y los derechos con espada y daga[12];

     casas y pechos, todo a la malicia[13];
lodos con perejil y yerbabuena[14]:
esto es la Corte. ¡Buena pro les haga![15]

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NOTAS

[*] Luis de Góngora, Sonetos completos, Madrid, Castalia, 1985, p. 164. Ed. de Biruté Ciplijauskaité. Dámaso Alonso data este soneto en los años 1588, acaso 1589 o incluso 1590. Se desarrolla aquí el tópico retórico de menosprecio de corte, sin llegar precisamente a la alabanza de aldea. En esencia, se censura y desprecia la forma de vida cortesana. No tardará en llegar, tras el traslado de la corte a Valladolid, en 1601, a instancias del duque de Lerma, una serie de sonetos satíricos y críticos contra esta ciudad veterocastellana. Se ha insistido mucho en que este soneto es casi un canon del motivo que desarrolla: el menosprecio de una ciudad capitalina a causa de sus intereses cortesanos e intrigas políticas. Parece ser modelo de muchas otras composiciones, entre ellas algunos sonetos atribuidos al propio Góngora sobre Galicia y Toledo, a Liñán y a A. Tassoni sobre Valladolid (según Carreiro) y sobre Madrid (según Ciplijauskaité), a Villamediana sobre Córdoba, a Paul Scarron sobre París, a H. Domínguez Camargo sobre Guatavita, así como otras composiciones de Andrés Falcão y Francisco Manuel de Melo.

[1] En 1581 el gobernador de Java obsequia a Felipe II con un elefante y un rinoceronte. De ahí el término abada en el soneto, que más adelante adquiere la fórmula de una antanaclasis o diáfora, al jugar semánticamente con el término abades (superior de un monasterio) frente a abadas (rinocerontes). Como advierte el DRAE, abada es lusitanismo que, hoy en desuso, remite en español a un rinoceronte: «del portugués abada, y este del malayo badaq». El término inicial del soneto, «grande», es una silepsis o dilogía que apela, de forma crítica y ridiculizante, a los grandes cortesanos y a los grandes animales con que el de Java ha regalado al rey. Se trata de una hiperoje, o alabanza desmesurada y también grotesca hacia los altos funcionarios: más grandes que animales mastodónticos.

[2] Liberales como rocas: símil irónico, en el que se identifica la extremada avaricia de gentes relevantes y pudientes, por su título, y que sin embargo son patológicamente codiciosos y cicateros. Se espera que quien ostenta un «título liberal» haga gala de su liberalidad y carácter dadivoso. Aquí, es al contrario: dan menos que una piedra (roca).

[3] Gentilhombre es, en sentido específico, un asistente de cámara real, alguien que sirve al rey. El verso apela a «hombres gentiles», es decir, a personas de las que se espera, por antonomasia, una especial y distinguida amabilidad y cortesía. No hay tal: en realidad lo son «sólo de sus bocas», es decir, de apariencia y egoístamente, sólo para sí mismos. De forma explícita, el DRAE señala que «gentilhombre de boca» es el «integrante del cortejo real en las comidas, funciones de capilla y otras solemnidades públicas». Góngora juega aquí con la silepsis o dilogía, y da a la misma expresión un sentido ambivalente, entre su valor recto (noble que sirve al rey) y su valor oblicuo (hombre de apariencia engañosa o falsa: que sólo se ocupa de su propia boca o beneficio personal).

[4] Uso paródico del término italiano, como en el siglo XVIII podría resultar burlesco un término afrancesado u hoy el empleo afectado o abusivo de una expresión en inglés: llamar gentlemen a un bonaerense como Borges, por ejemplo.  

[5] Los asistentes reales de cámara portaban en sus pretinas «llaves doradas». Funcionan aquí como símbolo de poder cortesano. En realidad, era signo de que estaban autorizados a entrar en los aposentos y cámaras del rey.

[6] El hábito remite aquí a la indumentaria que portaban los caballeros de órdenes militares, los cuales ostentaban el emblema de su orden. Góngora aquí deprecia el indumento del honor, mediante una epanortosis o autocorrección retórica, desde la cual rebaja la calidad del vestuario de hábito nobiliario a capa remendada

[7] «Damas de haz y envés» son mujeres de doble cara, es decir, falsas, en el sentido posiblemente de infieles a sus cónyuges.

[8] «Viudas sin tocas»: en contra de la observación de Dámaso Alonso, que corrige el texto leyendo «viudas con tocas», la mayor parte de los editores interpretan este sintagma en sentido dialéctico y crítico. Las viudas como las dueñas llevaban toca: la expresión, sin duda conceptista, que presenta a las viudas sin tocar, remite a una viudedad mal observada y peor llevada públicamente, es decir, con una desenvoltura inapropiada o indecorosa para una viuda. Recuérdese la paremia: en cabeza loca, poco dura toca.

[9] Habitualmente, las carrozas llevaban dos caballos de tiro, y acaso, las más nobles, cuatro. Hablar de carrozas de ocho caballos es desmesurado y hasta ridículo. El hecho de identificar y comparar a las bestias de tiro con los viajeros —bestias que son tiradas— remata, evidentemente, la degradación y animalización de la nobleza cortesana.

[10] Catarribera es término semánticamente muy polivalente, desde alcalde mayor o principal en una corporación o jurisprudencia, corregidor o abogado responsable de residentes y pesquisas como funcionario público, o quien pretende optar a tales puestos como sea, hasta, en un contexto cinegético, «sirviente de a caballo que tomaba los puestos y seguía a los halcones para cogerlos cuando bajaban con la presa» (DRAE). El soneto juega con todas sus acepciones, bajo la forma de la metáfora y sobre todo de la silepsis o dilogía, pero acaso subraya la semántica más humillante: pretendientes de poca monta que optaban, como fuera, a una plaza en la corte, como almas en pena, que explicita Góngora a continuación, en metáfora apositiva («ánimas en pena»).

[11] Bartolo di Sassoferrato y el Abad Panormitano fueron celebérrimos juristas italianos de los siglos XIV y XV. Sus obras se utilizaron como útiles manuales para múltiples consultas y trabajos jurídicos. Hasta tal punto la obra del primero resultó de referencia y uso, que la españolización de su nombre de pila —Bártolo— dio lugar al término bártulos, en tanto que útiles o utensilios para un fin determinado.  

[12] Este primer terceto dispone una estructura quiasmática y dialéctica, que remite al tópico retórico del mundo al revés: jurisconsultos engreídos, de supuesta altura (creyéndose los genuinos Bartolo y Abad), disputan y guerrean como mílites (milicianos), mientras que el Derecho y las leyes, en lugar de estar representadas por verdaderos letrados, se defienden de forma violenta con las armas («espada y daga»). 

[13] Pechos maliciosos es metonimia que remite, obviamente, a persona malvada y perversa. Casas a la malicia es expresión que designa determinada forma de diseñar una vivienda, particularmente en la corte, de modo tal que no haya lugar en ella para alojar a funcionarios reales, y evitar de este modo tal incomodidad, bien por ser indivisa, bien por resultar demasiado pequeña. 

[14] Datismo eufémico o acumulación de eufemismos: perejil, espinacas o hierbabuena eran sustantivos que se utilizaban para hacer referencia a excrementos humanos o animales. Así lo reitera Antonio Carreira, y cita la referencia de A. Domínguez Ortiz (1973: 96-96). Identificar «esto» con «la Corte» es imagen que habla por sí misma. Góngora se ha despachado a gusto. Ciplijauskaité anota que el verso gongorino se hizo popular, y que Lope de Vega lo reproduce en La Dorotea (III, 7) en boca de Julio.

[15] Pro es apócope de provecho. El soneto se despide con un irónico y sarcástico desprecio hacia la adulterada vida cortesana. Todo un epifonema de crudo desdén.



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