Garcilaso de la Vega: «En tanto que de rosa y azucena»

              

   

Retrato de hombre con la cruz de caballero de Alcántara, óleo sobre lienzo, 108,5 x 81 cm. Kassel, Gemäldegalerie Alte Meister



Garcilaso de la Vega

(Toledo, 1491/1503 - Niza, 14 de octubre de 1536)



Soneto XXIII*


     En tanto que de rosa [1] y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena[2];

     y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

     coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

     Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre[4].
 


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NOTA

[*] Garcilaso de la Vega, Obras completas, Barcelona, Plaza y Janés, 1984, p. 90. Ed. de José Rico Verdú. Rafael Lapesa data la composición de este soneto entre los años 1533 y 1536. Clara exposición poética del tópico grecolatico del carpe diem, intertexto literario cuyas fuentes primigenias remiten a Horacio (65-8 a.n.E.) (Odas, I, xi, c. 8). Se reitera en el célebre y anónimo De rosis nascentibus (s. IV d.n.E.), atribuido erróneamente a Ausonio (310-395) durante largo tiempo, incluso por los patriarcas de la filología española (Dámaso Alonso, Fernando Lázaro Carreter...): «Collige virgo rosas, dum flos novus, et nova pubes, / et memor esto aevum sic properare tuum». Es texto que aparece en la Appendix Vergiliana. La relación literaria de Garcilaso con Pietro Bembo resulta insoslayable. En particular con el verso de Bernardo Tasso (1493-1569): «Mentre che lʼaureo crin vʼondeggia intorno». Sobre el tópico literario del carpe diem son fundamentales los detallados y actualizados trabajos de Martínez Sariego (2004, 2007, 2008, 2011 [en colaboración con Laguna Mariscal], 2012, 2014, 2015, 2019).

[1] Nótese la ploce, aposis o mesodiplosis (rosa) de los versos 1 y 12. También puede entenderse como una diáfora o antanaclasis: la primera rosa (v. 1) apela al color, mientras que la segunda (v. 12) designa, con valor de símbolo, la flor. Es metáfora del cuerpo y rostro bellos que la edad y el tiempo habrán de deturpar de forma inevitable.

[2] Herrera lee «enciende al corazón y lo refrena». 

[3] «Edad ligera» expresa el paso del tiempo y el albur de la Fortuna, inestable, cambiante, mutante. No pase desapercibida la paranomasia oximorónica: todo lo mudará / por no hacer mudanza. Por esta razón, los cambios o mutaciones ―mudanzas― han de estar en consonancia con la realidad de cada momento, es decir, con la ocasión oportuna, que debe aprovecharse en sazón, en su acmé o momento más pertinente. Los cambios han de ser realistas. Es, en suma, un imperativo que exige siempre hacerse compatible con la realidad: sin idealismos. El Barroco llevará al extremo este imperativo racionalista, destruido desde fines del siglo XVIII por el idealismo alemán, y hoy por la posmodernidad contemporánea.




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