III, 8.4.6 - El modelo gnoseológico de la Literatura Comparada: metro, prototipo, paradigma y canon


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





El modelo gnoseológico de la Literatura Comparada:

metro, prototipo, paradigma y canon



Referencia 
III, 8.4.6


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Voy a concluir este apartado con la presentación del modelo gnoseológico de la Literatura Comparada, o Modi sciendi comparationis litterariae (modos científicos de la comparación literaria).

De los cuatro modos de las ciencias expuestos en el capítulo anterior (III, 8.4.5) —definiciones, clasificaciones, demostraciones y modelos—, son estos últimos, los modelos, los que permiten dar cuenta del modus operandi de la Literatura Comparada. En el caso de la Teoría de la Literatura, el modo más adecuado no corresponde a los modelos, sino a las definiciones; en el caso de la Crítica de la Literatura, el modo o procedimiento corresponde a las demostraciones; y en el caso de los Géneros Literarios, el modo es el de las clasificaciones. ¿Por qué? Porque la Teoría de la Literatura procede mediante determinaciones que dan lugar a términos nuevos a partir de términos preexistentes [T > T] (definiciones); la Crítica de la Literatura procede mediante relaciones previas que dan lugar a nuevas relaciones [R > R] (demostraciones); la teoría de los Géneros Literarios procede mediante el establecimiento de relaciones que dan lugar a términos nuevos [R > T] (clasificaciones); y, finalmente, por su parte, la Literatura Comparada opera mediante la comparación de materiales literarios entre sí, es decir, mediante la relación de términos, de modo que dados los términos literarios (autor, obra, lector, transductor) se procede a su relación crítica [T > R] (modelos).

Los términos del campo de la literatura son, como sabemos, autor, obra, lector y transductor, es decir, las figuras literarias que constituyen la ontología de la literatura. Lo que hace la Literatura Comparada es relacionar estos términos tomándolos de sistemas literarios diferentes, o ajenos al propio, dadas sus condiciones lingüísticas, históricas, geográficas, culturales, etc. De este modo, el teórico de la literatura se enfrenta a un cuadro en el que el eje de ordenadas y el eje de abscisas disponen los términos cuyo cruce da lugar a las relaciones o comparaciones. Todas las operaciones categoriales quedan delimitadas en este cuadro o contexto gnoseológico, que reproducimos más abajo, en el que se configuran y explicitan todas las posibilidades factibles de establecer nuevas relaciones, dentro de los límites del campo categorial de la literatura, porque todas las variantes están objetivadas como posibilidades reales dentro de la metodología de la Teoría de la Literatura y dentro de la ontología de la propia literatura, gnoseológicamente organizada mediante la figura de la relación, es decir, como Literatura Comparada.

Si tenemos en cuenta que las relaciones, como he indicado, pueden ser, según su construcción, de isología (igualdad de valencias entre términos relacionados) o de heterología (desigualdad de valencias), por un lado, y, por otro, según su estructuración, de distribución (igualdad en las características partitivas de los términos relacionados) o de atribución (especificidad en las características partitivas de los términos relacionados), tendríamos el siguiente modelo:



Modelo
Autor
Obra
Lectores
Transductores
Autor
Isología
Atributivo
Heterología
Atributivo
Heterología
Distributivo
Heterología
Distributivo
Obra
Heterología
Atributivo
Isología
Atributivo
Heterología
Distributivo
Heterología
Distributivo
Lector
Heterología
Atributivo
Heterología
Atributivo
Isología
Distributivo
Heterología
Distributivo
Transductor
Heterología
Atributivo
Heterología
Atributivo
Heterología
Distributivo
Isología
Distributivo



Ahora bien, a este modelo gnoseológico hay que añadirle los contenidos o materiales de una Literatura Comparada, es decir, su ontología: los términos literarios de su campo categorial. Como se trata de modelos, o funciones predicativos, esto es, contextos determinantes o armaduras que establecen relaciones definidas a partir de los términos del campo gnoseológico, el resultado es, como he indicado anteriormente, la constitución de metros (modelos isológicos atributivos), prototipos (modelos heterológicos atributivos), paradigmas (modelos isológicos distributivos) y cánones (modelos heterológicos distributivos), de tal manera que éste será, en consecuencia, el Modelo gnoseológico de la Literatura Comparada, o Modi sciendi comparationis litterariae (modos científicos de comparación literaria).



 Modelo gnoseológico de la Literatura Comparada

Modelo
Autor
Obra
Lectores
Transductores
Autor
Isología
Atributivo

Metro

Heterología
Atributivo

Prototipo

Heterología
Distributivo

Canon

Heterología
Distributivo

Canon

Obra
Heterología
Atributivo

Prototipo

Isología
Atributivo

Metro

Heterología
Distributivo

Canon

Heterología
Distributivo

Canon

Lector
Heterología
Atributivo

Prototipo

Heterología
Atributivo

Prototipo

Isología
Distributivo

Paradigma

Heterología
Distributivo

Canon

Transductor
Heterología
Atributivo

Prototipo

Heterología
Atributivo

Prototipo

Heterología
Distributivo

Canon

Isología
Distributivo

Paradigma


 

La correcta lectura o interpretación de este cuadro, en el que se objetivan gnoseológicamente los modos científicos de la Literatura Comparada o Modi sciendi comparationis litterariae, exige tener en cuenta los siguientes criterios, que voy a exponer de acuerdo con la implantación de la Literatura Comparada en cada uno de los tres ejes del espacio gnoseológico (sintáctico, semántico y pragmático).

 


1. Gnoseología de la Literatura Comparada: sintaxis

En primer lugar, hay que advertir en el cuadro del Modelo gnoseológico de la Literatura Comparada la existencia de tres sectores, dados en symploké en el eje sintáctico del espacio gnoseológico, y al margen de los cuales el ejercicio de la Literatura Comparada es imposible. Se trata, obviamente, de los términos, las relaciones y las operaciones.


A) Los términos del campo categorial de la literatura son los materiales literarios (autor, obra, lector y transductor), dados en el eje de ordenadas o eje vertical (y) y en el eje de abscisas o eje horizontal (x).

B) Las relaciones pueden establecerse entre los términos del campo categorial de la literatura, es decir, entre los materiales literarios de ambos ejes (ordenadas y abscisas), y en ellas se objetiva gnoseológicamente la figura fundamental que hace posible la ontología y el ejercicio de la Literatura Comparada: la relación o comparación entre los materiales literarios.

C) Las operaciones sólo puede ejecutarlas el comparatista, es decir, el sujeto operatorio o sujeto gnoseológico, al poner en relación racional, causal y consecuente, los términos del campo categorial de la literatura, es decir, los materiales literarios (autor, obra, lector y transductor).


Se observará que estos tres niveles coinciden en su nomenclatura con los tres sectores del eje sintáctico del espacio gnoseológico. Permiten identificar y definir los componentes lógico-materiales que intervienen en la interpretación y ejercicio de la Literatura Comparada, al actuar el comparatista como sujeto operatorio, los hechos literarios como términos o materiales literarios y la relación como figura gnoseológica que hace posible la comparación o interpretación crítica dada entre los términos.


 

2. Gnoseología de la Literatura Comparada: semántica

En segundo lugar, ha de advertirse que los materiales literarios que figuran en el eje de ordenadas o vertical (y) desempeñan unas funciones causales específicas, frente a las funciones que ejercen los materiales literarios que figuran en el eje de abscisas u horizontal (x), los cuales están en ese eje precisamente en función de sus propias codificaciones, objetivaciones, consecuencias y sanciones, como trataré de justificar a continuación. En la explicación de cada una de estas funciones se objetiva, desde el punto de vista de su significación en la relación entre los términos, ejecutada por el comparatista o sujeto operatorio, la semántica del Modelo gnoseológico de la Literatura Comparada. En el eje semántico del espacio gnoseológico, la Literatura Comparada se explicita, de acuerdo con criterios ontológicos, en primer lugar, en los materiales literarios, o términos del campo categorial, y, en segundo lugar, en las relaciones dadas entre ellos, y cuya ejecución compete a las operaciones del comparatista o sujeto operatorio.

Sumariamente, puede decirse que el eje de ordenadas o vertical llevaría la iniciativa, pero no determinaría la consecuencia, que correspondería al eje de abscisas u horizontal. Dicho de otro modo, «el eje vertical propone» y «el eje horizontal dispone». Veamos cómo.

Las figuras del eje vertical son causales. Se trata de materiales literarios que figuran gnoseológicamente como entidades que son causa y motivo de la relación literaria ejecutada por el comparatista o sujeto operatorio. De este modo, cabe admitir que el autor es causa eficiente de la obra literaria, que escribe, construye, idea, elabora... A su vez, la obra literaria es un texto susceptible de interpretación por otros autores, lectores y transductores, en la medida en que éstos son capaces de analizar las ideas objetivadas formalmente en el texto como material literario de referencia. La obra literaria permite ser interpretada, se ofrece a la lectura, es legible en la forma y la materia de las ideas en ella objetivadas. Del mismo modo, el lector, quien interpreta para sí el significado y las ideas de los materiales literarios que consume, puede ser objeto de manipulación por parte de los transductores que disponen la pragmática de la comunicación literaria y que en ella intervienen, con frecuencia, con intenciones normativas. El lector se convierte, de este modo, en objeto de manipulación por parte de un transductor. Es un consumidor objeto de estadísticas, estudios sociológicos y económicos, impactos sociales, etc. En este contexto, el transductor necesita siempre de autores, obras y lectores para actuar sobre ellos frente a terceros, esto es, frente a nuevos autores, obras y lectores. El transductor es generador de sistemas normativos y artífice de cánones, a los que da forma objetiva con la pretensión de imponerlos distributivamente sobre una totalidad de receptores, mediante múltiples recursos a su alcance (editoriales, prensa escrita, instituciones académicas y científicas, centros educativos, ministerios de cultura, leyes estatales o gremiales, censura, fondos públicos o presupuestos privados, órdenes religiosas y credos ideológicos, etc.). Ésta es la acción de las figuras del eje de ordenadas o eje vertical: actuar en primer lugar. En manos del comparatista o sujeto operatorio, son causa o motivo de la relación o comparación literaria entre los términos del campo categorial.

Veamos ahora qué hacen las figuras del eje horizontal y cómo actúan. Ante todo, hay que decir que actúan en segundo lugar. No son causa o motivo de la relación que establece el comparatista, sino efecto o consecuencia codificadora, objetivadora o sancionadora de ella. Ahora bien, estas consecuencias —codificaciones, objetivaciones y sanciones— presentan propiedades distintivas y específicas en cada caso, ya que en este eje horizontal, o de abscisas, el comportamiento de las figuras —autor, obra, lectores (en plural) y transductores (en plural)— es determinante en la consecución de la relación o comparación literaria.


 

A) Autor

En el eje de abscisas, o eje horizontal, la figura del autor acusa recibo de la influencia, impacto o interacción, de 1) otro autor, 2) una obra literaria, 3) un lector o 4) un crítico, intérprete o transductor, que, dados en el eje de ordenadas, o eje vertical, son siempre anteriores o precedentes a él. Este «acuse de recibo» puede dar lugar a consecuencias de analogía, paralelismo y antinomia, es decir, a resultados analógicos, paralelos o dialécticos. En suma, la acción del autor, como ente en el eje de abscisas que determina el desenlace de la relación o comparación literaria con el resto de los materiales literarios, es una acción de registro o codificación, en la que se objetiva el resultado y la consecuencia de tales relaciones literarias. El autor acusa recibo de la influencia o interacción con otro autor, dando lugar a metros (isología atributiva); de su personal lectura o interpretación de una obra literaria, esto es, de un prototipo (heterología atributiva); de su relación no menos personal con un lector específico, en quien objetiva un prototipo de receptor (heterología atributiva), o con el prototipo de crítica de un transductor (heterología atributiva). En el eje de abscisas, la figura del autor corresponde a la figura de un registrador o codificador de las ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios, que son objeto de relación o comparación por parte del comparatista en tanto que sujeto operatorio.


 

B) Obra

En el eje de abscisas, o eje horizontal, la obra literaria desempeña gnoseológicamente el papel de una figura objetivadora del impacto, interacción e influencias consumadas de facto por cualquier material literario precedente, que el comparatista, de forma racional y lógica, haya tomado como referencia. 

Así, una obra literaria concreta puede objetivar la influencia efectiva de un autor concreto, y dar lugar a un prototipo (heterología atributiva). 

Del mismo modo, resulta frecuentísimo comprobar la presencia formalmente objetiva de un texto en otro, lo que permite analizar como metros dos o más textos literarios (isología atributiva). A este tipo de relación Genette (1982), desde criterios estructuralistas, la denominó intertextualidad, al designar la relación de copresencia, eidética y frecuentemente, de un texto en otro, y calificar al primero —o eficiente— de hipotexto (aquí en el eje de ordenadas o vertical) y al segundo —o consecuente— de hipertexto (aquí en el eje de abscisas u horizontal). 

También es frecuente el caso de obras literarias que objetivan la influencia o presencia de un lector, o de una interpretación fuertemente personalizada en la figura de un lector, dotado de cualidades o atribuciones modélicas, y que da lugar a un prototipo específico de lectura (heterología atributiva), por no hablar de obras en las que la influencia objetivada, incluso con carácter normativo, procede ya no de un lector más o menos cualificado o distinguido, cuya lectura se propone como un autologismo, sino de un transductor más o menos poderoso e influyente, cuya interpretación se propone como un dialogismo, con pretensiones incluso canónicas, las cuales dan lugar a un prototipo más imponente incluso que el proporcionado por un lector modélico (heterología atributiva). 

Adviértase que el transductor no es un lector cualquiera; el transductor es un lector en posesión de recursos tales que le permiten imponer, con carácter normativo e institucional, sus propias interpretaciones sobre otros lectores. El transductor, como explicaré más adelante, no actúa desde el autologismo interpretativo, es decir, no formula interpretaciones personales, para sí, sino que actúa desde el dialogismo interpretativo, es decir, publica interpretaciones que son resultado de los criterios de una comunidad científica, ideológica o gremial, pero siempre institucional, de la que forma parte, y desde la que se pretende, a partir de un prototipo de lectura, imponer un canon de interpretación. Es decir, a partir de las ideas de un gremio de lectores, el transductor pretende imponer un sistema de normas. Sólo merced a un transductor una poética puede convertirse en una preceptiva. El lector, por sí mismo, no puede hacerlo. El lector carece de los medios de que dispone el transductor. La obra, en suma, actúa desde el eje de abscisas como una entidad en la que se objetivan las relaciones literarias establecidas por el comparatista o sujeto operatorio entre los términos del campo gnoseológico de literatura, esto es, entre los materiales literarios.



C) Lector

En el eje de abscisas o eje horizontal, el lector no es un lector único, sino una pluralidad de lectores. La obra literaria no puede limitarse a la lectura de un solo y único lector, en primer lugar, porque el lector no existe realmente como una entidad única, singular o unívoca, sino como un conjunto de receptores, es decir, como una pluralidad, como una sociedad, como un público; y, en segundo lugar, porque la literatura, o concretamente la obra literaria, que lee sólo una única persona no puede considerarse como literatura, ni como obra literaria, porque no habrá salido de manos de su autor, quien se convertirá, onanistamente, en su primer y último lector. La literatura, para serlo de hecho, es decir, de forma efectiva, ha de exponerse al público, y ha de implantarse circularmente en un contexto comunicativo, pragmático y social, de consecuencias históricas, políticas geográficas. Una obra literaria que lee una sola y única persona —que sólo podrá haber sido su autor— es un autologismo, no una obra literaria cuya recepción e implantación sociales hayan tenido lugar.

Desde el punto de vista de la recepción literaria, no cabe, pues, hablar de un lector único. Por esta razón, en el eje de abscisas, el lector será siempre y necesariamente una comunidad de lectores, esto es, una sociedad política que interpreta de forma colectiva y plural una obra literaria, la cual podrá resultar relevante desde algún criterio histórico, económico o estadístico, entre otros varios, alternativos o simultáneos. De un modo u otro, el lector, definido como aquel ser humano que interpreta para sí de modo crítico y científico las ideas y los conceptos objetivados formalmente en los materiales literarios, desde su posición consecuente en el eje de abscisas o eje horizontal del espacio gnoseológico de la Literatura Comparada, desempeñará ante todo las funciones correspondientes a una figura consecutiva, a modo de vértice y lado común entre los ángulos consecutivos que forman la obra y el transductor. El lector interpreta la obra literaria para sí, y está a merced de la interpretación que para los lectores impone un transductor. La labor del lector es siempre consecutiva, entre la obra literaria —que recibe y consume— y las interpretaciones literarias —que recibe y consume del transductor—. Así se explica que una sociedad de lectores pueda recibir el impacto, interacción o influencia de un autor modélico, de una obra de referencia, o de un transductor lo suficientemente competente y poderoso como para imponerse en sus interpretaciones, desde el modelo institucional y normativo de un canon, que necesariamente habrá de ser histórico, social y político (heterología distributiva).

Puede suceder también que quien imponga una interpretación literaria a un lector no sea la figura de un autor de prestigio universal, ni una obra cuya validez general haya sido reconocida, ni tampoco un transductor institucionalmente poderoso. Puede suceder que, en tales contextos, no institucionales, ni normativos, quien imponga a un lector una interpretación de este tipo sea otro lector. Este tipo de imposiciones interpretativas, de lector a lector, o de receptor a receptor, en el caso de culturas bárbaras, ágrafas o analfabetas, es característica de sociedades naturales, o sociedades no organizadas políticamente, en torno a un Estado, es decir, de sociedades filárquicas (como las tribus), de sociedades sanguíneas (como las familias), o de sociedades autistas (como las sectas). Así, determinadas sociedades tribales interpretarán acríticamente sus orígenes o identidad mediante la transmisión automática y reiterativa de relatos o rituales míticos en los que se manifestarán sus fantasías ancestrales.

Del mismo modo, determinadas sociedades organizadas desde criterios familiares y consanguíneos, articulados como células sociológicas de su desarrollo colectivo, se servirán de determinados códigos o leyes, escritas o tácitas, pero sin duda sacralizadas (el fundamento de la norma sería aquí el sacramento, en lugar del código civil), con el fin de mantener la unión de sus miembros y la estructura de sus clanes. Por otro lado, es evidente que el autismo gremial de determinadas sectas, o grupos ideológicos cerrados e irracionales, exige de sus miembros la identidad con determinados textos fundacionales, la sumisión hacia determinadas figuras emblemáticas y numinosas, y la obediencia a una serie de ideologemas al margen de los cuales la secta (feminista, nacionalista, culturalista, religiosa, terrorista...) proscribe toda forma de vida. Cuando un lector recibe la imposición de una interpretación literaria por parte de un transductor institucional o estatal, o de una obra o de un autor codificados como de referencia en una tradición histórica, política y social, esta interpretación opera de forma heterológica (procede de una fuente que no es otro lector) y distributiva (se impone socialmente sobre una amplia comunidad de lectores, más allá de clases, grupos, gremios y naciones). Este tipo de interpretaciones son constitutivas de cánones, desde el momento en que se imponen mediante sistemas normativos, institucionales y estatales, por encima de dialogismos que identifican a minorías secesionistas o disidentes y, por supuesto, ignorando, o incluso reprimiendo, a autologismos que brotan de individuos cuya posición resulta marginal o insular, por muy genial u original que pretenda presentarse.

Sin embargo, cuando un lector recibe la imposición de una interpretación literaria por parte de otro lector, es decir, de una figura igual a sí misma, isovalente al propio lector que recibe tal interpretación, esta opera de forma isológica (procede de una fuente idéntica o analógica), y distributiva (su impacto, como su intención y su valor, son unívocos y personales, en todo caso gremiales, pero no pretenden validez universal, ni mucho menos extrapersonal o extragremial). Su distribución corresponde al gremio. Es una «distribución autista» o endogámica. Este tipo de interpretaciones son constitutivas de paradigmas, únicamente válidos en los límites del gremio que los genera, autoriza e impone, entre sus miembros.

Sucede a veces que un gremio pretende imponer a todos como canon lo que sólo es un paradigma para los miembros del gremio. Es lo que sucede de hecho en la posmodernidad con toda esa serie de grupos, sectas y gremios autistas, que, desde el discurso victimista de las minorías, pretende imponer, sirviéndose del imperialismo editorial y académico de los Estados Unidos, una reforma, destrucción, sustitución o, simplemente, adulteración, del canon. En realidad estos grupos endogámicos disputan en el seno de la globalización por imponer como «canon» para todos lo que sólo es, y será, un «paradigma» para ellos. Porque la interpretación feminista de la literatura sólo es un «paradigma» de lo que las feministas son capaces de interpretar en la literatura, pero no de lo que la literatura es para los que no piensan como ellas, desde los criterios dialógicos de su sectarismo. Y porque, del mismo modo, la interpretación culturalista o indigenista de determinadas literaturas sólo es un paradigma de lo que tales culturas son capaces de interpretar émicamente en sus materiales literarios o antropológicos como «paradigmas», pero no de lo que esos materiales literarios son para los que se sitúan éticamente en otra cultura[1]. El lector, pues, es siempre, en el eje semántico del espacio gnoseológico en que se explicita la Literatura Comparada, una figura consecuente con lo que recibe, consume e interpreta para sí. Cuando el lector decide reaccionar frente a las consecuencias que se le imponen o que se esperan de él, entonces se convierte en un transductor. Es decir, se convierte, desde la dialéctica, analogía o paralelismo de las relaciones literarias, en un intérprete para los demás, esto es, en un transductor. Esta interpretación dativa —para otros— es la génesis de la transducción.


 

D) Transductor

En el eje de abscisas o eje horizontal se sitúa el transductor, una de las figuras de más amplia actividad dentro del espacio gnoseológico de la Literatura Comparada. El transductor, cuya labor se orienta a interpretar la literatura para los demás, nunca actúa sólo, sino en colaboración con otros transductores, desde una estructura mediática e institucional, con frecuencia estatal y preferentemente académica (dialogismo), y siempre lo hace desde la imposición de un sistema normativo avalado por un conjunto de superestructuras históricas, políticas y sociales (normas). En consecuencia, el transductor es aquí, en el eje de abscisas, una pluralidad de transductores coordinados en un dialogismo único que busca imponerse normativamente desde estructuras políticas y estatales. El lector casi siempre actúa sólo, pero el transductor, no. El transductor jamás opera desde autologismos. Siempre pertenece a un gremio, a un dialogismo públicamente codificado, y normativamente operativo. El gremio puede ser institucional, y formar parte de un Estado, o no, y actuar entonces como una sociedad gentilicia, es decir, como una sociedad filárquica (dirigida por una suerte de patriarca, como las tribus), autárquica (gobernada al unísono desde el autismo de sus miembros, como las sectas) u oligárquica (coordinada según los intereses comunes del gremio, como los nacionalismos), que son tres tipos de sociedad gremial de tipo natural o gentilicio, esto es, de sociedad no desarrollada estatal o políticamente. Los transductores más potentes son los que actúan desde una sociedad política organizada como Estado.

Sin embargo, cuando los Estados son políticamente débiles o frágiles, a su sistema normativo suele imponerse, con mayor o menor éxito, el discurso dialógico con el que pretende identificarse un gremio determinado, el cual, movido por intereses económicos y psicológicos, trata de imponer a toda costa su alternativa, es decir, sus propias normas. De este modo, la relación que el comparatista, como sujeto operatorio, puede establecer, entre los términos literarios dados en el campo gnoseológico, al tomar como referencia la figura del transductor, se reduce básicamente a dos tipos, como se refleja en el cuadro expuesto anteriormente. En primer lugar, el transductor, desde el eje de abscisas o eje horizontal, sanciona normativamente, amparado por las estructuras de poder y de saber desde las que interpreta la literatura, el impacto, relación o influencia de autores, obras y lectores, desde la heterología (dado que su categoría es normativa, supraestructurada y dominante) y desde la distribución (ya que trata de imponerse por igual sobre todas las partes y clases que integran la totalidad de público y lectores).

El transductor transmite y transforma para los demás la interpretación de las ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios, y lo hace con la intención consumada de constituir un canon. Sin embargo, en el desarrollo de sus actividades y objetivos, el transductor puede encontrarse con un adversario tan poderoso como él: otro transductor. Otro sujeto que interpreta, también para los demás, y de forma diferente, dialéctica o antinómica, los mismos materiales literarios. No cabe hablar aquí de metros, esto es, de figuras dadas en isología (igualdad de valencias entre las entidades en conflicto), porque no hay dos transductores iguales en sus competencias, superestructuras y teleologías, ni en el desenvolvimiento de su finis operantis, ni en equidad o identidad de atribuciones (idéntico impacto e idénticas consecuencias sobre una misma masa de lectores), porque la fuerza y resultados de cada operación de transducción es diferente en cada tiempo, en cada espacio y ante cada público. Surge aquí el conflicto de las interpretaciones y la lucha por imponerlas. Los gremios académicos disputan entre sí. Múltiples grupos ideológicos luchan intestinamente y sin tregua alguna por desplazar del poder a quienes lo ejercen. Babel quiere ser la Academia, desde el irracionalismo de autologismos absurdos y estériles, desde la necedad de lo «políticamente correcto», y desde la imposición de dialogismos gremiales carentes de todo fundamento lógico y científico. Y la Academia contra Babel se impone —o no— desde el uso de la razón, la coherencia de la ciencia y el ejercicio de la dialéctica, tres facultades de las que la tropología posmoderna y el psicologismo gremial carecen por completo. La fuerza de Babel es la psicología de la secta y la retórica de la fe. La Academia es lo que siempre ha sido: conocimiento racional, crítico, dialéctico, científico y lógico. Y fragilidad política. 

Cuando un transductor se relaciona dialécticamente con otro transductor, el canon queda neutralizado y discutido, y en su lugar se impone un paradigma, es decir, una relación determinada por la isología de las interpretaciones y por su distribución equitativa entre las partes o clases que constituyen la totalidad de sus receptores. Por esta razón los gremios posmodernos no pueden constituir cánones, sino sólo proponer paradigmas: paradigmas de sus gremiales interpretaciones de la literatura, y no cánones interpretativos que todos puedan utilizar al margen de las ideologías de cada grupo, dadas en los dialogismos gremiales o en los autologismos personales. Porque el canon está sancionado normativamente, pero el paradigma no: el paradigma está sólo propuesto gremialmente. El canon da cuenta de un sistema de normas objetivado en la Historia, la economía, la sociedad, la estética, la política y el Estado. El paradigma simplemente da cuenta objetiva de la ideología de un gremio. El canon es resultado de la norma de una sociedad política. Un canon literario es un sistema objetivo histórico y universal de validación artística. El paradigma es sólo expresión, apenas petición de principio, del dialogismo de una sociedad gremial, autista pero con pretensiones universalistas, minoritaria pero con afán imperialista, aislante acaso, pero con pretensiones globalistas. El paradigma puede funcionar, en suma, como la pretensión gremial de socavar retóricamente un canon científicamente correcto. En consecuencia, la figura del transductor desempeña, en el eje semántico del espacio gnoseológico de la Literatura Comparada, la función sancionadora de quien acaba por imponer un canon en la interpretación de los materiales literarios.


 

3. Gnoseología de la Literatura Comparada: pragmática

En tercer lugar, ha de advertirse que en el ejercicio de la Literatura Comparada el comparatista o intérprete, sujeto operatorio que establece relaciones o comparaciones entre los términos o materiales literarios, desemboca, a través del manejo de autologismos de autores y lectores, de dialogismos de comunidades de lectores y de gremios de transductores, en las consecuencias de las preceptivas estéticas y de los sistemas normativos que instituyen y sostienen los transductores de las sociedades políticas y estatales, frente a las sociedades naturales, gremiales o gentilicias. Así pues, atendiendo a la relación pragmática de las figuras autológicas (autor o lector), dialógicas (gremios de lectores y transductores) y normativas (los transductores como institución política), habrá que explicar las siguientes situaciones, relativas a prototipos, paradigmas y cánones. Se trata, en suma, de los tres sectores del eje pragmático del espacio gnoseológico de la Literatura Comparada: autologismos o prototipos, dialogismos o paradigmas y normas o cánones.


 

A) Autologismos o prototipos

Los autologismos dan lugar a prototipos, es decir, sólo permiten atribuciones puntuales de sujetos concretos a materiales concretos, al margen de toda isología. Los autologismos son discursos e interpretaciones personales que un sujeto postula o proyecta sobre términos literarios específicos (una obra, un lector, un transductor). No por casualidad los prototipos sólo se dan en el Modelo gnoseológico de la Literatura Comparada a partir de los casos derivados del eje de abscisas o eje horizontal, cuando éste se despliega bajo el domino de agentes únicos y unívocos: el autor y la obra. Por el contrario, el lector y el transductor, desde el eje de abscisas, siempre actúan en grupo, nunca en solitario y ni tampoco aisladamente. La relación comparativa entre términos literarios como el autor y la obra sólo puede dar lugar a metros y a prototipos. Porque es una relación que emana de autologismos, dados en condiciones de isología (autor : autor; obra : obra), las cuales desembocan en metros, o de autologismos dados en condiciones de atribución (autor > obra; obra > autor), las cuales desembocan en prototipos.


 

B) Dialogismos o paradigmas

Los dialogismos dan lugar a paradigmas, es decir, permiten distribuciones isológicas (entre términos iguales: de lector a lector, o de transductor a transductor), pero no heterológicas (entre términos de valencias desiguales: de lector a transductor, o de transductor a lector). ¿Qué significa semejante distribución? Significa el triunfo de la endogamia en la transmisión y transformación de una interpretación, es decir, supone que una interpretación sólo prosperará entre los miembros de una misma clase, grupo o familia. Dicho de otro modo: los paradigmas son interpretaciones endogámicas. Sólo son intercambiables acríticamente entre los miembros de un mismo grupo. Se trata de interpretaciones gremiales de los materiales literarios, sólo válidas para los miembros del gremio y sólo operativas dentro de los límites del gremio. Fuera del gremio resultan ilegibles o inaceptables. Son ideas endogámicas, discursos que sirven de base y fundamento a grupos moralmente muy cohesionados, y cuyo objetivo último no es el conocimiento científico y crítico, ni mucho menos dialéctico, sino la preservación unitaria de sus miembros por encima de cualesquiera consecuencias internas y al margen de cualesquiera influencias externas.

Las interpretaciones paradigmáticas tienen como base el dialogismo acrítico y endogámico de un gremio autista. Credos religiosos, feminismos y nacionalismos son los ejemplos más expresivos de este tipo de figuras gnoseológicas, al tratarse de agrupaciones cuya preservación depende de la isología de sus miembros —todos son acríticamente iguales entre sí— y de la distribución equitativa de sus funciones —todos sirven endogámicamente para lo mismo, al mismo fin y desde la misma idea—. Fruto de dialogismos gremiales y endogámicos, los paradigmas son formulaciones de sociedades que no pueden constituirse en Estado, es decir, de sociedades gentilicias, o sociedades no políticas, lo que constituye su principal limitación a la hora de disputar contra el canon que pretenden socavar y reemplazar desde su endogamia paradigmática. El paradigma es, en suma, el canon de un gremio, no el canon al que pueden referirse todos los gremios, incluso para discutirlo, o para negarlo, lo cual constituye la forma más positiva de reconocer la existencia, actualidad y potencia operatoria de un canon ajeno y dominante.


 

C) Normas o cánones

Las normas engendran y fundamentan cánones. Pero las normas requieren, para ser efectivas, las operaciones de un poder igualmente efectivo, desarrollado e impuesto ontológicamente frente a otros poderes alternativos. El producto entre la distinción de materiales e instrumentos de la crítica da lugar a cuatro situaciones o modulaciones de crítica: a) crítica dialógica, o crítica que desde unas opiniones o teorías se realiza sobre otras opiniones o teorías; b) crítica logoterápica, en la que el instrumento de la crítica es una amonestación verbal que pretende disuadir de una conducta o de una acción determinadas; c) crítica translógica, consistente en la invectiva ejercida mediante instrumentos reales dirigidos a opiniones, doctrinas o teorías; y d) crítica ontológica, que usa, como instrumento para ejercer la crítica, objetos, acciones o realidades, y, como objeto de la crítica, también objetos, acciones o realidades.

La construcción de un canon moviliza estos cuatro tipos de crítica a los que me acabo de referir, de modo que el primero y el cuarto son esencialmente metodológicos, mientras que el segundo y el tercero resultan sobre todo pedagógicos: 1) la crítica dialógica se dirige académica e institucionalmente contra gremios y comunidades endogámicas (dialogismos), con el fin de desacreditarlos desde principios normativos y científicos (el congreso científico es la modalidad más expresiva en la que tiene lugar el ejercicio de este tipo de crítica); 2) la crítica logoterápica se ejerce desde las instituciones educativas más elementales, con intención pedagógica y correctiva (la escuela es la institución más representativa del desarrollo de esta modalidad crítica); 3) la crítica translógica va más allá de la mera educación escolar y social para imponerse desde las formas de una educación política y estatal, mediante el uso de todo tipo de instrumentos dirigidos a reprimir, suprimir o transformar las ideas no autorizadas (la censura es, en este sentido, la figura más representativa de esta modalidad crítica); y 4) la crítica ontológica remite a la destrucción física de toda fuente o entidad generadora de ideas adversas (la guerra es la acción más extrema exigida en última instancia por la implantación y desarrollo de este tipo de crítica).

Se ha atribuido a un autor inglés de cuyo nombre no quiero acordarme que una lengua es un dialecto que dispone de ejército propio. Lo mismo podríamos decir de un canon: es un paradigma que dispone de un Estado propio. El canon es el paradigma de un imperio. Es decir, dispone de superestructuras transductoras para imponerse de forma heterológica (sobre entidades diferentes y dominables: autores, obras y lectores) y de modo distributivo (con la misma intensidad sobre todas las clases, miembros y entes). Sólo la isología de un lector frente a otro lector, y sobre todo de un transductor frente a otro transductor, puede subvertir el canon, limitándolo a ser un paradigma, válido únicamente en los límites que abastece tal o cual Estado, o tal o cual gremio, capaz de enfrentarse y socavar el poder de imposición que caracteriza a una sociedad políticamente organizada. El canon se impone a los autologismos de los individuos y a los dialogismos de los gremios, y se impone —al yo y al nosotros— mediante la fuerza superestructurada de los transductores: intermediarios, profesores, críticos, censores, periodistas, funcionarios de ministerios de educación y cultura, instituciones estatales, sistemas educativos, centros de investigación, etc. El canon (normativo) es la forma que la Academia tiene de imponerse a los paradigmas (dialógicos) de la endogamia gremial (nosotros) y autista (yo), cuya génesis más primitiva remite a los autologismos de los grupos fundamentalistas que operan como un sólo y único individuo, por lo demás, y en casos extremos, completamente enajenados y desposeídos de razón.



Coda

En suma, para concluir este apartado, diré que los materiales literarios del eje horizontal o de abscisas actúan como figuras codificadoras (autor), objetivadoras (obra), consecutivas (lector) y sancionadoras (transductor) en la determinación de la relación con los materiales literarios del eje vertical o de ordenadas, que resultan codificados en el autologismo de un autor, objetivados formalmente en una nueva obra literaria, difundidos consecutivamente en una o varias comunidades dialógicas de lectores, y sancionadas de forma normativa y sistemática por una entidad o una institución en la que se ejecuta la transducción literaria, histórica, social y políticamente.

Ha de tenerse en cuenta igualmente la siguiente observación. En el eje vertical o de ordenadas (y) se sitúan materiales literarios que funcionalmente actúan como entidades únicas: un autor, una obra, un lector, un transductor. Pero en el eje horizontal no todo lo que está está como material literario que funciona individualmente, es decir, hay entidades —el lector y el transductor— que actúan siempre de forma colectiva, esto es, en grupo, por su pertenencia a un gremio, sociedad o colectividad de lectores o de transductores. Esto significa que la isología persiste en tanto que designa la cualidad genérica de ser «lector», pero no necesariamente la cantidad numérica de los «lectores». Lo mismo cabe decir respecto a la isología atribuida a los transductores. Con todo, lo verdaderamente importante en los casos de relación entre Lector > Lectores y Transductor > Transductores es que, dada la pluralidad social, histórica y política de destinatarios, no cabe ya hablar de metros, sino de paradigmas. ¿Por qué? Porque la isología de partida no puede sostenerse hasta el final, si un lector actúa sobre varios lectores. No cabe hablar entonces de metros. Dicho de otro modo, si un autologismo (la interpretación de un único lector) actúa sobre un dialogismo (una sociedad de lectores) da lugar a un paradigma, no a un metro. Pero si un dialogismo (la interpretación de una sociedad de lectores) se instituye en norma (la interpretación de una sociedad de transductores), entonces el dialogismo da lugar a un canon. Porque la interpretación del grupo se convierte en interpretación sistemática, articulada institucional y políticamente. La poética se convierte así en preceptiva.

Paralelamente, el impacto de un lector sobre varios lectores no puede ser solamente atributivo, tiene que ser necesariamente distributivo. Porque impacta en una sociedad de lectores y porque impacta por igual en cada lector. Y al ser distributivo, e isológico (de lector a lectores), es paradigmático, y no canónico. Y no es canónico porque los lectores por sí mismos no ponen las leyes que determinan la interpretación de los materiales literarios: las leyes las pone el transductor. Él es quien dispone, como intermediario (críticos, editores, intérpretes, profesores, etc.), de los medios operativos para hacerlo. Los lectores son meros consumidores o electores —votantes, podríamos decir—, pues consumen eligen o rechazan lo que reciben, mientras que los transductores son los únicos que tienen acceso al parlamento: legislan.

La isología implica aquí isovalencia cualitativa (hablamos de entidades que pertenecen a una misma clase: lectores), pero no isonomía numérica (no es lo mismo un lector único que una comunidad de lectores, y ni mucho menos que una sociedad política de transductores). Un lector único sólo puede ser autor de autologismos. Una comunidad o gremio de lectores siempre será artífice de uno, o en todo caso de varios, dialogismos. Y una sociedad política de transductores, que actúan desde un Estado, o desde un imperio —como hacen hoy por hoy quienes interpretan desde Estados Unidos y Angloamérica la literatura para un mundo globalizado—, puede ser, y de hecho es, artífice de sistemas normativos, preceptivas y cánones. El profesor de universidad, el académico, el periodista, el crítico literario, el censor de revistas científicas y publicaciones periódicas, etc., modernamente actúa desde los imperativos de una transducción, desde el momento en que decide quién publica y quién no publica esto o lo otro. Es, en suma, el mismo trabajo que hacía un censor inquisitorial en el siglo XVII español.

En todo caso, hoy día el «hereje» no va a la hoguera (por el momento...). Simplemente lo que escribe se tipifica como políticamente incorrecto, y su supuesta condena se salda con que su trabajo no ve la luz en las revistas académicas, por ejemplo, y su trayectoria curricular resulta totalmente limitada o incluso anulada. Del mismo modo, muchos de los trabajos elaborados en USA, Canadá, y los países americanos de lengua española cuyos profesores universitarios siguen acríticamente los dogmas de la política imperial norteamericana, son constantemente autores de trabajos que apenas ofrecen originalidad: todos dicen lo mismo. La razón es obvia: toda originalidad está sancionada, fuera de los imperativos de los políticamente correcto. La mayor parte de la actividad investigadora que en nombre de la posmodernidad se lleva a cabo en relación con la literatura es totalmente plana y sigue el formato de un Kitsch. El imperialismo académico de Estados Unidos se ha impuesto, con frecuencia, y de forma paradójica, en las mentes de quienes políticamente dicen oponerse a él. Porque el discurso de las minorías, la retórica de grupos y gremios que reclaman para sí una identidad ajena a los demás seres humanos, la ideología de lobbies y otros colectivos beligerantes, como nacionalismos, feminismos y culturalismos varios, no son más que desarrollos y articulaciones de un imperialismo político, globalista y posmoderno, cuyo principal fundamento se objetiva, apoya y articula en los medios y recursos de que dispone el imperio norteamericano, a través de sus universidades, editoriales e instituciones académicas, organizadas sobre el inmenso arsenal presupuestario de cientos de miles de millones de dólares. Son los órganos posmodernos de la Anglosfera. Sin las infraestructuras del Imperio Romano, sin sus calzadas, sin su economía, sin su organización política y social, las sectas cristianas originarias nunca podrían haber llegado a Roma, ni podrían haberse hecho nunca con el poder de ser una religión de Estado, convirtiendo la capital del imperio en la capital del catolicismo.

Del mismo modo, sin las infraestructuras del imperio que tanto denuestan, sin el poder del imperio estadounidense, del que forman parte efectiva, y al que deben su nacimiento, existencia y sostenimiento, los grupos minoritarios actualmente operativos, sectas feministas, nacionalistas, culturalistas, neohistoricistas, indigenistas, etc., no tendrían la menor posibilidad de sobrevivir. De hecho, estos grupos sólo existen en el mundo capitalista y occidental, al amparo del imperio estadounidense que dicen criticar, y protegidos por el sistema político y universitario norteamericano que los reconoce como gremios ideológicos y académicos políticamente correctos.

Estos grupos no se desarrollan en el denominado «tercer mundo» con la misma soltura que en el «primero» o en el «segundo», porque en aquel carecen de la infraestructura política que el imperio ha desarrollado en éstos. Pero, con todo, operan en el tercermundismo bajo la forma de organizaciones gentilicias equivalentes, sin darse cuenta de que lo que hacen , en nombre de la solidaridad y la justicia es, por más que se lo nieguen a sí mismos y a los demás, imponer una nueva forma de colonización y una nueva forma de explotación: la colonización posmoderna ejecutada por el primer mundo y la explotación de la miseria que proporciona el tercer mundo. Y lo mismo puede decirse de la exportación de la Literatura Comparada a geografías en las que están implantadas culturas que carecen de una organización política isovalente a la europea. Incorporar a la Literatura Comparada, que es una invención europea y etnocéntrica, las culturas y literaturas de determinados ámbitos, no es más que una forma de colonización posmoderna, en términos de comparatismo, de esas culturas y de esas literaturas. Porque en realidad no es otra cosa que la reconstrucción etic, desde Europa y Norteamérica, de una literatura emic. Que la posmodernidad ignore, o quiera ignorar, por irreflexión e irracionalismo, que lo que hace al imponer su modelo de Literatura Comparada sobre culturas y literaturas no europeas es una forma de colonización antropológica, académica y metodológica de primer orden, llevada a cabo con los mecanismos más sofisticados de nuestro tiempo, desde la infraestructura analítica y científica hasta la retórica y la sofística destinada moralmente a justificar todos sus actos ante la opinión pública, no sólo no exime a los posmodernos de ser causa directa de esta neocolonización, sino que los hace directamente responsables de sus consecuencias. En nombre de la solidaridad no se puede colonizar al otro, aunque sea para ayudarlo. En términos morales, la colonización es igual de injusta siempre, se haga en nombre de la fe (cristianismo), en nombre de la razón (Ilustración), o en nombre de la solidaridad (posmodernidad). 

No se olvide que desde el canon se explica el paradigma, pero no a la inversa, es decir, ningún paradigma, ninguna propuesta distributiva de lectura o de interpretación, planteada por un gremio de lectores o de críticos, por muy cualificados o modélicos que estos sean, puede convertirse por sí misma en una explicación del canon, porque las normas de un grupo no son las normas de la interpretación literaria, sino las normas que identifican a un gremio de intérpretes. Por esta razón, el feminismo nunca podrá constituir un canon de interpretación literaria, desde el momento en que se construye sobre la supresión o la ignorancia de una serie de atributos de lectura explícitamente excluidos de sus imperativos distributivos, desde los cuales se anula o deroga todo lo codificado como ajeno a sus intereses ideológicos.

Un canon no se puede construir a partir de la supresión psicológica o ideológica de lo indeseado, cuando lo indeseado es una parte atributivamente esencial de la estructura a la que se refiere ese canon. El «canon feminista» no existe como tal, porque no puede darse como canon, sino sólo como paradigma, es decir, no existe como sistema normativo esencial al campo categorial de los materiales literarios, sino como paradigma, o sistema de pautas de comportamiento dialógico dado solamente entre los miembros de un gremio o grupo, en este caso, el gremio de las feministas. El canon es un sistema de normas que afecta a una totalidad. El paradigma es un sistema de pautas de interpretación que caracterizan a un grupo, y que como tal lo identifican ante otros grupos de intérpretes, respecto a los que mantienen relaciones de analogía, paralelismo o dialéctica. El canon rebasa las normas del grupo y los dialogismos del gremio, así como, por supuesto, los autologismos de cualquier intérprete individual, por muy prestigioso que sea o que se le considere. El canon impone unas normas ante las que sólo cabe la interpretación científica y crítica, no el psicologismo gremial ni el autologismo personal.

En el estudio de las lenguas y las literaturas clásicas se han señalado dos vías de transmisión a través de las que nos ha llegado el conocimiento de autores y textos de la Antigüedad: papiros aislados que han ido apareciendo, y que pertenecían a particulares, y colecciones que obedecían a cánones elaborados por filólogos helenísticos (Reynolds y Wilson, 1968). La primera es una vía de transmisión autológica o personal, y por ello se la considera al margen del canon, que sería identificada con la segunda vía de transmisión, normativa e institucional. La primera es una vía de transmisión que opera autológicamente a través de lectores: alguien adquiere para su uso personal la obra de un autor, que hoy recuperamos como la adquisición histórica de un particular (autologismo). Es un criterio de lector. La segunda es una vía de transmisión no sólo colectiva o gremial (dialogismo), sino incluso institucional o estatal (normas), que llega hasta nosotros codificada históricamente como un canon en el que se identifica, por ejemplo, el paradigma de los filólogos alejandrinos. La segunda es la vía canónica o normativa, y es obra de transductores. Sin duda hay confluencias frecuentes, de modo que varios autores pueden llegar a nosotros por las dos vías, la autológica y la normativa. En otras ocasiones un autor llega a ser canónico sólo por una parte de su producción (Cervantes novelista), mientras que otras de sus obras sólo nos han llegado porque interesaron a algún lector (Cervantes dramaturgo). Autores hay a quienes el canon ignoró e ignora, y sólo los conocemos a través de papiros particulares (autologismos), en el caso de figuras de la Antigüedad, o a través de lecturas gremiales o sectarias (dialogismos), como sucede con muchas figuras enarboladas posmodernamente por el feminismo. Quienes incorporan este tipo de obras y autores no canónicos al canon son, en unos casos, los filólogos modernos, y en otros, gremios posmodernos, y no siempre con éxito por todos consensuado.


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NOTAS

[1] Me sirvo aquí te los términos emic / etic según la interpretación que de ellos se hace en la Crítica de la razón literaria (III, 8.3.4) a partir del pensamiento de Pike (1954) y Bueno (1990a). Esta distinción, que Pike diseña a partir de la lingüística, se ha hecho clásica en antropología cultural y en etnología. Emic designa la perspectiva que adopta el indígena, nativo o sujeto endógamo. Por ejemplo, una perspectiva emic cristiana diría que «Cristo obró milagros porque era Dios». Etic, sin embargo, designa la perspectiva del investigador, antropólogo o sujeto exógeno, cuando al adoptar un punto de vista que no es el del agente del fenómeno que analiza, ni el de sus fieles o correligionarios, sino el suyo propio, a partir de su propia metodología y formación críticas, afirma que «Cristo llevó a cabo acciones que la gente interpretó como milagros».






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «El modelo gnoseológico de la Literatura Comparada: metro, prototipo, paradigma y canon», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 8.4.6), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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según la Crítica de la razón literaria



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Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria