III, 8.4.4 - Crítica de modelos y taxonomías


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Crítica de modelos y taxonomías


Referencia III, 8.4.4


Crítica de la razón literaria, Jesús G. Maestro

Pogglioli, en un artículo de 1943, recordaba que a fines del siglo XIX los principales modelos o categorías de investigación de la literatura comparada se agrupaban en las cuatro modalidades siguientes.

1. La temática, que se ocupaba del estudio de los temas literarios desde el punto de vista de sus implicaciones en el folclore, y en la que se incluía igualmente todo tipo de estudios sobre el origen y transmisiones de leyendas, romances, relatos... La escuela francesa de Gaston Paris y la tendencia alemana de la Stoffgeschichte desempeñaron uno de los papeles más representativos de esta corriente.

2. La morfológica, destinada esencialmente al estudio de los géneros y formas literarios, y fuertemente influida, a fines del siglo XIX, por las corrientes organicistas de las ciencias naturales, las teorías darwinistas y, de forma especial, por la doctrina positivista de F. Brunetière acerca de l’évolution des genres littéraires.

3. La crenológica, orientada al estudio de las fuentes literarias. Como sabemos, el término «crenología» (del griego krené, «fuente») fue propuesto por P. van Tieghem en 1931 para designar, en el ámbito de la Literatura Comparada, el estudio de las fuentes y relaciones de influencia entre literaturas históricas o nacionales.

4. La fortuna del escritor era con frecuencia un término utilizado a fines del siglo XIX para designar lo que hoy podemos entender como influencias de obras, escritores, escuelas, y también traducciones, intercambios, relaciones internacionales, viajes, intermediarios, etc. Los contenidos de esta modalidad, así como la denominada por Tieghem «crenología literaria», suelen abordarse en nuestros días desde el estudio de las relaciones literarias supranacionales, o desde la internacionalidad de las influencias literarias, insistiendo en la importancia que en ella adquieren la Historia literaria, la poética de la recepción y la estética de la traducción.

Como resulta fácilmente observable, la clasificación que propone Pogglioli a mediados del siglo XX codifica en tres órdenes las posibilidades críticas del comparatismo literario, desde criterios antropológicos (temas y contenidos literarios analizados desde un enfoque propio del culturalismo finisecular), formalistas (análisis morfológico de géneros y obras literarias), y sociológicos (relativos a la difusión y recepción de una obra o un autor en dominios literarios diferentes al propio). De este modo, los primeros intentos de codificar críticamente la metodología de la Literatura Comparada se limitaban a tres ideas principales: la idea de Hombre, la idea de Forma y la idea de Sociedad. Pese a numerosas transformaciones y representaciones, las cosas apenas han cambiado incluso en nuestros días, pues la Literatura Comparada sigue siendo enjuiciada y analizada desde criterios muy ajenos a las formas y materiales literarios, y, paradójicamente, muy implicados en psicologismos ideológicos (gremios y grupos de poder, que interpretan la literatura para confirmar sus pretensiones en el mundo contemporáneo, tan «políticamente correcto»), coordenadas sociologistas (la Literatura Comparada se disuelve en ideales estadísticos e isovalentes, socializantes y culturalistas) y reducciones formalistas (el comparatista se aferra a una forma literaria desde la que, con valor absoluto, interpreta todas las demás, incurriendo en un monismo formalista y metodológico de primera magnitud).

Según los modelos franceses del comparatismo literario, cuya exposición más representativa la ofrece Tieghem en su manual sobre La littérature comparée (1931), era posible distinguir hasta seis categorías diferentes en el estudio de esta disciplina, al margen de la denominada «literatura general», referida entonces a determinados problemas teóricos de Historia literaria: 1) Genres et styles, 2) Thèmes, types et légendes, 3) Idées et sentiments, 4) Les succès et les influences globales, 5) Les sources, y 6) Les intérmediaires. Algunos autores han discutido en nuestros días la conveniencia de presentar una historia de las ideas morales, filosóficas, científicas, religiosas, emotivas... —cosmovisiones y Weltanschauungen—, como modelo o categoría del comparatismo literario. En este sentido, Guillén (1985: 123) advierte que «ninguna práctica recomendada por Tieghem —ni siquiera la pesquisa de fuentes— ha envejecido más deprisa. Hoy la historia de las ideas —tal como la practicó Lovejoy en América, o la cultivó en España José Luis Abellán— se acerca o incorpora al ámbito del estudio de la filosofía o del pensamiento». Sin embargo, los manuales y estudios de Literatura Comparada que confieren valor taxonómico a una «historia de las ideas» continuaban siendo numerosos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Es el caso de estudios y monografías como los de Guyard (1951), Jeune (1968), Cioranescu (1964) o Dyserinck (1977), quienes se aproximan en algunos aspectos a las teorías de Tieghem, en especial en lo que se relaciona con la historia de las ideas y el concepto de «literatura general»[1].

Weisstein, en su Einführung in die vergleichende Literaturwissenschaft (1968), confirma y actualiza los cuatro modelos de R. Pogglioli, a los que añade una quinta categoría:


1. Influencia e imitación. 
2. Recepción y efecto.
3. Género.
4. Historia de temas y motivos.
5. Época, período, generación y movimiento.


Desde el punto de vista de Guillén, una de las aportaciones más originales de este manual consiste en la incorporación al comparatismo literario de los denominados por Maury (1934) arts et littératures comparées, proyecto impulsado también por Remak, Stallknecht, Frenz, Rousseau, Pichois y otros especialistas, y que cuenta con célebres precursores, entre los que pueden mencionarse Seznec, en Francia, y Walzel, en Alemania, con su estudio, inspirado en Wölfflin, sobre la Wechselseitige Erhellung der Künste (1917). No obstante, Guillén no oculta sus reticencias hacia el proyecto de «abrir desmesuradamente el compás» de los estudios comparatistas, ya que este tipo de soluciones disciplinares conllevan con frecuencia la sustitución del criterio de «supranacionalidad», esencial en la concepción de Literatura Comparada sostenido por los comparatistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX (Wellek, 1953, 1959), por el de «internacionalismo», habitual en los comparatistas de la «hora francesa» de principios del siglo (Baldensperger, 1921; Tieghem, 1931), quienes, como hemos visto, disponen de forma binaria el estudio de influencias y relaciones internacionales entre obras, autores y escuelas[2]. Tras una dilatada reflexión al respecto, Guillén concluye el problema de este modo[3]:


Entre estos dos polos, el literario y el estético, pueden hallarse muchos encuentros aislados, cruces, comentarios recíprocos, que no dan lugar a conjuntos supranacionales ni a continuidades históricas, sino a una voluminosa erudición. Erudición bonita, muchas veces, y hasta elegante, pero erudición nada más, con propensión a la anécdota, la dispersión y a la marginalidad (Guillén, 1985: 131).


Desde mediados del siglo XX, son numerosos los autores que introducen constantemente aportaciones y transformaciones en las taxonomías y modelos de investigación del comparatismo literario. De este modo, Peyre señalaba en 1952 el resurgir de la Stoffgeschichte o tematología, según él descuidada por los comparatistas franceses, y cuya actualidad reaparecía ligada al interés que en la antropología y el psicoanálisis adquirían mitos, símbolos y alegorías, tal como demuestra Brunel en la segunda redacción del manual de Pichois y Rousseau (1983: 124-128). Del mismo modo, autores como Levin insistieron en la vertiente temática del comparatismo literario, al elaborar un répertoire de thèmes, directamente vinculado con el psicologismo de la obra de Bachelard y Thompson, a la par que insistían en la importancia de la traducción, las tradiciones y los movimientos culturales, y en la transformación que a lo largo de la historia experimentan los géneros literarios.

En su introducción a la Literatura Comparada, Guillén (1985) se adhiere muy acríticamente a los modelos de investigación propuestos por Owen y Jost en 1969 y 1974 respectivamente. El manual de Owen distingue cinco categorías, referidas a 1) Literary criticism and theory, 2) Literary movements, 3) Literary themes, 4) Literary forms, y 5) Literary relations. Por su parte, Jost desarrolla cuatro modelos de comparatismo, que comprenden, en una ordenación ligeramente diferente, contenidos similares a los de anteriores clasificaciones: 1) Relations: analogies and influences, 2) Movements and trends, 3) Genres and forms, y 4) Motifs, types, themes. De modo semejante, en su Teoría de la Literatura, Wellek y Warren (1949/1985: 303 ss) distinguen, a propósito de las configuraciones históricas de las creaciones literarias, cuatro categorías principales: evolución, influencias, géneros y períodos.

Como no podía ser menos, Guillén añade su propia propuesta a las ya existentes. La taxonomía de Guillén pretendió, sin duda, ser uno de los modelos más completos y eficaces, tanto por la actualidad —en su momento— de su disposición y nomenclatura como por la amplitud y operatividad de sus contenidos y relaciones. Las cinco categorías a las que se refiere Guillén son las siguientes:


1. Genología literaria: los géneros.
2. Morfología literaria: procedimientos formales.
3. Tematología: temas y motivos literarios.
4. Las relaciones literarias: internacionalidad.
5. Historiología: configuraciones históricas.


Con todo, el lector crítico tiene la impresión de estar moviéndose en una noria cuyo eje es un (mismo) tema con (idénticas) variaciones. Desde un punto de vista esencial, los criterios de codificación de la metodología y los modelos de interpretación de la Literatura Comparada apenas se han visto alterados desde la clasificación propuesta por Pogglioli en 1943, síntesis más o menos sofisticada de las propuestas de Tieghem o Baldensperger. Incluso cabe señalar que las variantes han apuntado inequívocamente hacia un monismo formalista, desde el cual se concede, en paralelo al desarrollo de la teoría literaria vigente en el momento histórico en que se dan a la luz tales taxonomías, un exclusivo y excluyente privilegio metodológico al análisis de las formas literarias determinadas por su valor funcional en el texto. El resto de los materiales literarios siguen sometidos a los dictámenes de la teoría literaria de turno, y, en consecuencia, suelen quedar sometidos a un eclipse gnoseológico. Para Guillén, la Literatura Comparada queda reducida en su propuesta taxonómica al estudio de la Historia, las influencias, los temas y las formas (a las que indudablemente pertenecen los géneros, como formas conceptualizadoras de tipos y taxones de materiales literarios). La propuesta de Guillén, lejos de ser sistemática y global, es irregular y descompensada, ya que más que clasificar materiales literarios lo que hace es yuxtaponerlos y superponerlos, porque las influencias literarias sin duda implican cuestiones de morfología y de genología, y porque las configuraciones históricas no se conciben al margen de temas predominantes o de géneros literarios característicos. En consecuencia, la propuesta de Guillén, como de costumbre, es más elegante que eficaz, es decir, más retórica que gnoseológica.

No obstante, la situación de la Teoría de la Literatura en nuestros días, incluso pese al marasmo en que la ha sumido la retórica posmoderna, dista mucho de ser la que propició en 1985 la publicación de este modelo propuesto por Guillén para el ejercicio metodológico de la Literatura Comparada. La taxonomía de don Claudio está hoy muy sobrepasada. No nos engañemos: es un epítome de todas las anteriores.

De un modo u otro, la acción de la Teoría de la Literatura sobre estas taxonomías resulta inevitable, y exige plantear ciertas consideraciones que afectan a su misma consistencia, ya que categorías como la genología literaria, o la morfología, si bien pueden considerarse desde un punto de vista histórico, comparativo, sociológico, etc., constituyen un objetivo específico de la teoría literaria, frente al estudio de los temas, que nos aproximaría a problemas de tipo referencial, o al de las relaciones literarias internacionales, fenómeno que puede plantearse en términos de intertextualidad o transcendencia textual, problemas de recepción y traducción, heteroglosia y multilingüismo, por ejemplo, frente a la crítica e historia de las ideas, etc.

Sorprende que Guillén haya escrito, imitando a sus predecesores, que prefiere estudiar «de qué maneras esos textos, esas formas, o esos géneros, se presentan y organizan, antes que nada, en nuestra conciencia humanamente solidaria y las innumerables diferenciaciones histórico-espaciales, tan reales y tangibles en el terreno de la literatura, que asimismo nos atraen y fascinan» (Guillén, 1985: 137). La verdad es que, pese a todo el aparato conceptual en ella convocado, esta declaración es completamente retórica: poco importa —a menos que nuestro credo religioso o posmoderno así lo exija— que «nuestra conciencia» sea «humanamente solidaria» o insolidaria. En Teoría de la Literatura, al igual que en Literatura Comparada, lo que importa es la coherencia y el racionalismo de las interpretaciones que se sustentan de forma efectiva sobre los materiales literarios. Los análisis científicos no se sitúan en la conciencia (M2), sino en la symploké de las ideas analizadas críticamente (M3). 

Hay que hacer constar que Guillén no nos explica cómo llevar a cabo el estudio de estos materiales literarios, que no sólo son fenómenos o diferenciaciones históricas y espaciales, sino también sistemas y estructuras analógicamente recurrentes y temporalmente cambiantes, y en los que intervienen de forma intensísima problemas que sólo desde la teoría literaria pueden recibir una explicación más o menos satisfactoria. La Teoría de la Literatura puede ofrecer a la Literatura Comparada un instrumental metodológico adecuado y eficaz, y en constante desarrollo, que permita dar cuenta no sólo de las ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios, sino también de sus interpretaciones efectivas, mediante la conceptualización científica y categorial, desarrollada desde presupuestos comparatistas. Insisto en que la propuesta taxonómica de Guillén es más un inventario, catalogador de corrientes teórico-literarias que han podido impactar en la literatura, como materia por la que se interesan los comparatistas, que un criterio metodológico cuya eficacia nos permita desembocar en una teoría o en una crítica de la Literatura Comparada. Cualquier lector podrá percatarse que la propuesta de Guillén es un recopilatorio o un relicario de teorías literarias —en boga durante la segunda mitad del siglo XX— aplicadas al campo ideal de una supuesta y utópica «literatura general», la cual queda reducida fácilmente a cuatro o cinco configuraciones tan limitadas como en ocasiones confusas y superpuestas: géneros, formas, temas, relaciones e historia.



Índice capitular

                          8.4.4.1. Genología literaria: los géneros.

                          8.4.4.2. Morfología literaria: procedimientos formales.

                          8.4.4.3. Tematología literaria: los temas y motivos literarios.

                          8.4.4.4. Las relaciones e influencias literarias: internacionalidad.

                          8.4.4.5. Historia y periodología: las configuraciones históricas.



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NOTAS

[1] Distinguen estos autores entre relaciones de contacto, o presencia de un nexo literario individual; relaciones de interferencia, o interpretación múltiple de ideas o corrientes, y relaciones de circulación, con objeto de referirse a determinados temas o contenidos temáticos que circulan a lo largo de épocas y períodos históricos.

[2] La misma actitud comparten Wellek y Warren (1949/1985: 161; 1970), quienes sostienen, al referirse a la relación entre la literatura y las bellas artes, que «las diversas artes —artes plásticas, literatura y música— tienen cada una su evolución particular, con un ritmo distinto y una distinta estructura interna de elementos. Es indudable que guardan relación mutua constante, pero estas relaciones no son influencias que parten de un punto y determinan la evolución de las demás artes; ha de entenderse más bien como complejo esquema de relaciones dialécticas que actúan en ambos sentidos, de un arte a otro y viceversa, y que pueden transformarse completamente dentro del arte en que han entrado».

[3] Sobre las relaciones entre la literatura, las bellas artes y la posibilidad de establecer estudios comparativos entre ambas, vid. Bluestone (1957), Kerman (1957), Medicus (1930), Remak (1961), Thorpe (1967), Praz (1970), Hunt (1971), Seznec (1972), Stiennon (1973), Ropars-Wuilleumier (1970), Weisstein (1982); Claudon, Body y Brunon en Pageaux (1983); y Guillén (1985: 122-138); así como los volúmenes monográficos de Comparative Literature Studies, 4 (1967); Comparative Literature, 2 (1970); Cahiers de l’Association Internationale des Études Françaises, 24 (1972); Neohelicon, 5, 1 (1977); Yearbook of Comparative and General Literature, 27 (1978), y Proceedings IX, 3.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Crítica de modelos y taxonomías», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 8.4.4), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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