III, 8.4.3 - Crítica del principio de identidad entre Teoría de la Literatura y Literatura Comparada


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Crítica del principio de identidad entre Teoría de la Literatura y Literatura Comparada


Referencia III, 8.4.3



Il y a deux choses particulièrement étranges dans la pratique actuelle de la littérature comparée. L’une est l’absence de comparaison, comme le montrerait l’examen d’articles parus au cours d’une année dans n’importe quelle revue de littérature comparée. L’autre est l’absence de normes de comparabilité.

Earl Miner, «Etudes comparées interculturelles» (1989: 172).


No hay ejercicio crítico que no suponga, cada día más conscientemente, saberes y posturas teóricas [...]. La conciencia teórica pertenece y se adhiere a cualquier categoría del comparatismo.

Claudio Guillén, Entre lo uno y lo diverso (1985: 138).


 

Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Algunos comparatistas han reducido a veces la Literatura Comparada a una suerte de teoría comparatista de la literatura. En otras ocasiones han sido los teóricos de la literatura los que se han declarado comparatistas al ejercer sus conocimientos en Teoría de la Literatura. Y han sido numerosos los casos en que los comparatistas se han dedicado a teorizar sobre la Literatura Comparada, a veces incluso al margen de la literatura, y con frecuencia también al margen de sistemas teóricos definidos. De un modo u otro, a lo largo de las últimas décadas se ha postulado una yuxtaposición, o incluso una isovalencia, entre la Literatura Comparada y la Teoría de la Literatura[1]. Semejante relación debe explicarse críticamente, al tratarse, desde los criterios aquí manejados, de una analogía fraudulenta y de una cópula imposible. La Literatura Comparada y la Teoría de la Literatura no mantienen entre sí relaciones dialécticas, ni relaciones analógicas, sino relaciones paralelas, dadas en espacios críticos y niveles metodológicos bien diferenciados gnoseológicamente.

La Teoría de la Literatura es el conocimiento científico o conceptual de los materiales literarios, mientras que la Literatura Comparada es el conocimiento comparado y crítico de los materiales literarios. La primera se sitúa en un campo categorial o científico, constituido por los materiales literarios (autor, obra, lector y transductor); la segunda se sitúa en el mismo campo categorial, pero no como ciencia, sino como crítica. Esto quiere decir que la Literatura Comparada trabaja con conceptos científicos que toma de la Teoría de la Literatura, pero no al revés, de modo que no puede sostenerse que la teoría literaria se construye a partir del ejercicio de la Literatura Comparada, porque no es verdad. La Teoría de la Literatura es una ciencia, y la Literatura Comparada es una aplicación crítica de la Teoría de la Literatura como ciencia destinada al estudio de los materiales literarios. Dicho sintéticamente: la Teoría de la Literatura es una ciencia de los materiales literarios y la Literatura Comparada es una crítica de los mismos materiales literarios, ejercida a través de la figura gnoseológica de la relación, cuya objetivación es el modelo. La Literatura Comparada es, en consecuencia, un modo de ejercer la crítica de la literatura, siempre a partir de una Teoría de la Literatura. De hecho, como ha podido verse en la exposición historiográfica y doxográfica de la ontología de la Literatura Comparada, ésta siempre se ha ejercido reflejando en su crítica de la literatura las teorías literarias vigentes en la época en la que se ha formado el comparatista de turno. Así se explica que la crisis de la Literatura Comparada, de la que no ha dejado de hablarse desde mediados del siglo XX, haya coincidido, de hecho, con la crisis de las teorías literarias formalistas, y haya sido, en efecto, resultado constante de las crisis de unas y otras teorías de la literatura, las cuales se suceden cada vez con mayor rapidez y fragilidad. No por casualidad hoy en día la crisis de la Literatura Comparada es la crisis de la Teoría de la Literatura, y no por azar la mayor parte de los comparatistas ha abandonado el estudio de la literatura para dedicarse a la retórica sofisticada de la teoría literaria posmoderna[2].

No puede, por lo tanto, postularse ni establecerse una relación de enfrentamiento, o dialéctica, entre Literatura Comparada y Teoría de la Literatura, porque no hay tal, ni tampoco una relación de analogía o isovalencia entre ellas, porque es imposible, al funcionar la primera como crítica de la literatura y la segunda como ciencia de la literatura. La relación entre ambas modalidades de conocimiento literario sólo puede ser de paralelismo, y de un paralelismo dado en dos niveles metodológicos gnoseológicamente diferentes. Porque la ciencia —como saber de primer grado— precede siempre a la crítica —como saber de segundo grado—, del mismo modo que el concepto precede siempre a la idea. No se puede ejercer la crítica desde un conjunto nulo de premisas. No cabe hablar de crítica al margen de una posición científicamente indefinida. Por eso no es posible hablar de Literatura Comparada al margen de una Teoría de la Literatura sistemáticamente definida y construida. El comparatista, o compara materiales literarios desde unos criterios teóricos sistemáticos, o simplemente hace retórica de la literatura. Desde la gnoseología materialista, la Literatura Comparada es un término hipónimo de la Teoría de la Literatura, y ésta un término hiperónimo de aquélla. Porque la primera es una modalidad de crítica literaria, y la segunda una teoría literaria que permite a la otra ejercerse y desarrollarse de forma racional, metodológica y crítica.

La crisis actual de la Literatura Comparada, en la que los comparatistas llevan décadas sumidos, se debe sin duda a la crisis contemporánea en que la posmodernidad ha desvertebrado a la Teoría de la Literatura. De hecho, son muchísimos los comparatistas que no saben hacer hoy en día otra cosa que «teoría literaria» posmoderna, es decir, jitanjáforas. Han hecho de la Literatura Comparada una preceptiva posmoderna sobre lo que debe ser una suerte de teoría literaria comparativa de la literatura y el discurso en general, en tanto que cultura universal preferentemente no europea. El deber ser, de inequívocos antecedentes en el imperativo categórico kantiano, exaltación de un psicologismo que obliga a imponer el sentimiento propio como Ley universal, se sobrepone al ser. No importa lo que la literatura es: lo que cuenta es lo que la literatura debe ser moralmente para el intérprete de turno y su ideología. He insistido más que nadie en demostrar que la posmodernidad ha situado en un callejón sin salida a los estudios literarios, a la Teoría de la Literatura y por supuesto también a la Literatura Comparada. Pero el mundo académico angloamericano, muy ignorante de cuanto se escribe en español —y adviértase que el español de América sólo presta atención al inglés de Norteamérica— no siente ninguna necesidad de salir de ese callejón sin salida en el que reside plácidamente desde hace décadas, dada la rentabilidad ideológica y económica que obtiene de la explotación de la miseria de grupos humanos marginales, mediante la industria académica y editorial de los Estados Unidos y sus filiales en el resto del mundo civilizado, para mejor y más cómoda explotación del tercero.

Voy a exponer ahora críticamente la fragilidad de los argumentos con los que diferentes autores, algunos de ellos de gran renombre, han tratado de establecer, de forma tan retórica como fraudulenta, relaciones de analogía o isonomía entre Literatura Comparada y Teoría de la Literatura.

Desde el lado del comparatismo literario, Guillén (1985: 89) enunció uno de los principios que, al parecer, creyó fundamentales y permanentes en la Teoría de la Literatura, al referirse a la práctica experimental en que se sustantiva toda verificación derivada de un cuerpo teórico, y que el propio Guillén adscribe al origen mismo de los estudios sobre Literatura Comparada: «La concepción del conocimiento de los comparatistes era una forma de empirismo, derivada de una confianza tranquila en la objetividad de los enunciados críticos. La Literatura Comparada, concebida así, reunía y organizaba “hechos”». Me hago una pregunta muy ingenua a estas alturas: ¿hay alguna ciencia o conocimiento científico que no tenga como punto de apoyo en la realidad alguna forma de empirismo? Sólo se me ocurre un ejemplo que lo valga: la teología. Sus referentes son metafísicos, y su metodología objetiva la que corresponde a un racionalismo idealista. Por eso la teología, como he indicado en múltiples ocasiones, no es una ciencia, dado que su objeto de conocimiento —Dios— no existe. Pero no podemos decir lo mismo de la literatura, porque los materiales literarios —autor, obra, lector y transductor— constituyen realidades ontológicas inderogables. Aún incluso después de muertos físicamente, esto es, aunque su M1 sea igual a cero, tal como predicaba Barthes.

Estas palabras de Guillén revelan con claridad dos aspectos de enorme obviedad para cualquier teórico de la literatura que de veras lo sea: la importancia del empirismo, como uno de los procedimientos más eficaces en el proceso de conocimiento y comprensión de los materiales literarios, y la aplicación de modelos teóricos que sólo las sucesivas interpretaciones pueden verificar satisfactoriamente. En el mejor de los casos, cabría suponer que tal era la afinidad existente, en el pensamiento de Paul van Tieghem y sus contemporáneos, entre la denominada «literatura general», de la que se servirían como una Teoría de la Literatura, a modo de conjunto de reflexiones teóricas sobre las influencias entre dos fenómenos literarios, y la «Literatura Comparada», que designaba para aquellos autores el estudio de relaciones entre dos o más literaturas nacionales. Como he indicado, en nuestros días no se sostienen, ni metodológica ni gnoseológicamente, diferencias entre literatura general y Literatura Comparada (Wellek, 1949), si bien no sería exagerado afirmar que en la actualidad el papel que desempeña la Teoría de la Literatura en su relación con la Literatura Comparada es, en buena medida y guardando las distancias temporales, semejante al asignado a comienzos de siglo a la «literatura general», cuyo contenido teórico se orientaba hacia el examen supranacional de las literaturas europeas. Si semejante hipótesis fuera aceptable, Tieghem habría incurrido en un reduccionismo de la Teoría de la Literatura a una crítica hidráulica o de fuentes, o en el mejor de los casos a un formalismo de dimensiones intertextuales.

Por su parte, Jost se pregunta «pourquoi la littérature comparée est-elle en voie de devenir le centre même de la critique littéraire?» (Jost, 1968: 320). Pregunta ingenua donde las haya, y cuya respuesta puede dar cualquier lector mínimamente formado en la interpretación literaria: porque la Literatura Comparada, o es crítica de la literatura, o simplemente no existe. Y adviértase que la crítica que ejerce el comparatismo se basa en la comparación de los materiales literarios, pero no como figura retórica, sino como figura gnoseológica, esto es, como relación. La comparación no es aquí un tropo, de contenidos ideológicos o psicologistas, como con tanta frecuencia sucede, sino una figura filosófica ejercida e implantada críticamente, y a veces también dialécticamente, cuya finalidad es dar cuenta, mediante la relación, de las ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios. La Literatura Comparada es un modo de ejercer la crítica literaria que está determinado por la comparación como procedimiento gnoseológico fundamental, una relación cuyo objetivo es precisamente el análisis dialéctico, analógico o paralelo, de las ideas formalizadas en los materiales literarios. Si bien Jost atribuye tal relación a la fuerte especialización de que son objeto en nuestros días los estudios de ciencias humanas, estimo que la afinidad entre ambas disciplinas se debe, tal como él la postula, a que el comparatismo literario es ante todo, y al igual que la Teoría de la Literatura, un criterio metodológico, una expresión que designa esencialmente un instrumento y un proceso metódicos de conocimiento literario. La llamada Literatura Comparada constituye, del mismo modo que la Teoría de la Literatura, un discurso metodológico, una facultad crítica, y no una realidad literaria que resulte de la facultad creadora y poética del ser humano. La Literatura Comparada designa un método, no una literatura[3]. Y su método es legible y operativo en la medida en que pertenece a una Teoría de la Literatura sistemáticamente definida como tal. Las ideologías y los psicologismos son saberes acríticos, y no se expresan de forma sistemática y científica, sino retórica y sofística.

Guillén ha insistido en la atención que el comparatismo presta a las formas literarias en su evolución temporal, histórica, frente al proceder de «ciertos teóricos de la literatura, que se precipitan atolondradamente a afirmar la universalidad de sus esquemas, ex principiis, como si de matemáticas se tratara, o de la literatura de la luna. Todo sucede como si estos teóricos desconociesen la inquietud del tiempo, la conciencia del devenir social, al que pertenece toda forma de comunicación. Los comparatistas —y otros colegas del ramo— sí viven y piensan la historia» (Guillén, 1985: 31). Bueno, lo primero que puede respondérsele a Guillén es que no hace falta ser teórico de la literatura para conocer «la inquietud del tiempo», y que el «devenir social» carece, en principio, de conciencia personalizable a la que adscribir cualquier «forma de comunicación». Lo primero es objeto de nostalgia, y lo segundo de una teoría metafísica a la que sirve de fundamento una tesis de sociología de la comunicación. Por otro lado, no sólo los comparatistas «y otros colegas del ramo», tienen la exclusiva en la «vivencia y el pensamiento de la historia». Guillén debería saber que la historia no es solamente objeto de vivencia ni de pensamiento, es decir, de psicologismo y de idealismo —de «memoria», en términos de ideología posmoderna—, sino también del conocimiento científico que proporcionan los materiales históricos. 

Aparte de todo esto, que conviene aducir para poner en evidencia la retórica tan huera con la que Guillén acostumbraba a nutrir sus escritos, ha de hacerse constar que la universalidad de los criterios teóricos no viene dada por los teóricos de la literatura, sino por las relaciones sistemáticas, objetivas y necesarias, inherentes a los hechos que se someten a análisis racional y lógico. No en vano, como siempre según circunstancias y auditorio, el propio Guillén ha señalado que «la visión sincrónica es suficiente en la medida en que es también sistemática» (1979/1989: 99), y que «hoy casi nadie desconoce lo inevitable de la teoría [...]. Los nuevos escritos teóricos han transformado los conceptos, como el de influencia, en los que se apoyaba el comparatismo [...]. Es cierto que los comparatistas aprenden mucho de quienes no lo son. Verdad es que la postura de no pocos comparatistas ha sido conservadora; y que las ideas teóricas más recientes suelen proceder de otros campos [...]. Con alguna excepción importante, como Hans Robert Jauss, las exploraciones innovadoras no representan más que aproximaciones (approaches) al texto singular [...]. La estructura interna de nuestra disciplina es, en suma, la tensión o polaridad que existe entre distintos grados de teoreticidad» (Guillén, 1985: 91-92). El elogio puntual de Guillén a Jauss se construye sobre la ignorancia, consciente o no por parte de Guillén, del psicologismo en que incurre la estética de la recepción, y del que he tenido ocasión de ocuparme en capítulos anteriores de esta misma obra (III, 4.3). 

Por otro lado, afirmar que la estructura metodológica de la Literatura Comparada es algo así como la tensión dialéctica existente entre las diferentes teorías equivale a afirmar un relativismo absoluto respecto a los métodos del comparatismo literario, cuando en realidad sólo este último es eficaz en la medida en que toma partido por un sistema coherente de premisas y las lleva hasta sus últimas consecuencias. El relativismo interpretativo es una quimera, un ilusionismo epistemológico, que sólo conduce a la audición de refraneros que aconsejan desde la más religiosa prudencia (al estilo de Jesucristo o Confucio) hasta la más fabulosa agresividad (al modo de Nietzsche o Nostradamus), así como a la elaboración de manuales donde se recogen, al uso de catecismos didácticos y bibliométricos, las diferentes cositas o cosillas que hacen los colegas para medrar curricularmente.

Miner, en sus escritos sobre Literatura Comparada, ha señalado incluso las posibles deficiencias metodológicas que con mayor frecuencia se observan en las investigaciones actuales sobre comparatismo literario, entre ellas, la ausencia explícita de comparatismo, en la que por cierto, y con total desenvoltura, él mismo incurre con hartísima frecuencia:


Il y a deux choses particulièrement étranges dans la pratique actuelle de la littérature comparée. L’une est l’absence de comparaison, comme le montrerait l’examen d’articles parus au cours d’une année dans n’importe quelle revue de littérature comparée. L’autre est l’absence de normes de comparabilité: sur quoi fonder la justesse d’une comparaison, et quelles règles régissent les éléments donnés en guise de preuve de comparaison? [...]. Les questions vraiment intéressantes de l’étude interculturelle —et ce sont les plus intéressantes des questions de littérature comparée— n’ont aucune des justifications illusoires de la comparaison qui caractérise tant de travaux comparatistes courants. Nous pouvons certainement comparer un écrivain anglais et un écrivain chinois qui auraient vécu tous les deux au XVIIIe siècle, qui écrivaient tous en prose et que préoccupaient la vie et le destin de leurs protagonistes. Mais aucune des conditions citées, prises seules ou ensemble, ne constitue une base suffisante pour la comparaison. Toute étude exige des données, des preuves (pièces jugées pertinentes), une thèse et une méthode qui permette de contrôler la thèse au moyen des preuves (Miner, 1989: 172 y 173-174).


En nuestros días son numerosos los autores que no aprecian solución de continuidad entre la Teoría de la Literatura y la Literatura Comparada, pues «une science unitaire de l’homme n’a jamais existé au singulier» (Laurette, 1989: 52). Una de las ideas recurrentes del pensamiento de Malraux consistía en afirmar que «l’oeuvre d’art n’est pas créée à partir de la seule vision de l’artiste, mais aussi à partir d’autres oeuvres». «Conçue —según Brunel— comme une recherche sur la «littérarité», la théorie de la littérature fait en tout cas place à la comparison» (Brunel et al., 1983: 110). Las citas de este tipo podrían reproducirse ampliamente, y basta examinar algunas de las grandes aportaciones al ámbito de las ciencias humanas procedentes de estudiosos de la Teoría de la Literatura para percatarse de la gratuidad y frecuencia de tales declaraciones.

Pero quien considera que todo es uno y lo mismo declara ante todo su incapacidad o su irresponsabilidad a la hora de discriminar lo que de facto y de iure es ontológica y gnoseológicamente diferente. Porque Teoría de la Literatura y Literatura Comparada no son realidades ni conceptos intercambiables. Además, afirmar alegremente la unidad de disciplinas afines supone, in extremis, incurrir en una suerte de holismo armónico y de monismo metafísico, en virtud del cual todo está conectado con todo y todo es uno y lo mismo. ¿Es que todas las teorías literarias son la misma teoría literaria? ¿Acaso todas las teorías de la literatura son perfectamente compatibles entre sí? ¿Cómo se conjugan la deconstrucción y la estilística?, ¿qué relación de integración mantienen entre sí el formalismo ruso y la bombástica ciencia empírica de la literatura?, ¿cómo amalgamar las fantasmagorías de la teoría de los polisistemas con la neorretórica del Grupo Mi? Postular la identidad entre Teoría de la Literatura y Literatura Comparada es, por un lado, anular la complejidad conceptual de toda una ciencia categorial a costa de mantener ilusoriamente los límites indefinidos de su campo de investigación, y, por otro lado, implantar por arte de magia, es decir, sin fundamento ontológico ni gnoseológico, una disciplina crítica, como es la Literatura Comparada, en el espacio conceptualizado de una ciencia categorial, como es la Teoría de la Literatura. Cuando se identifica acríticamente Teoría de la Literatura y Literatura Comparada es porque quien lo hace no dispone de una teoría sistemática sobre lo que son los materiales literarios, y porque, del mismo modo, no sabe ejercer el comparatismo de esos materiales desde una perspectiva efectivamente crítica.

Más prudente, en este punto, me parece la actitud de algunos teóricos de la literatura que ponen sus conocimientos a disposición de quien quiera o pueda utilizarlos al servicio de la interpretación comparada de los materiales literarios, es decir, al servicio de la Literatura Comparada. En este sentido, los comparatistas harían bien en comparar realidades literarias, y darnos cuenta de sus interpretaciones y resultados en ese terreno, en lugar de imponernos una y otra vez un sin fin de declaraciones preceptivas sobre lo que la Literatura Comparada debe ser, ha de hacer o tiene que resolver, para mayor gloria de la Humanidad «solidaria» y de la «teoría literaria» posmoderna, que, dicho sea de paso, sólo se interesa por la Literatura Comparada en tanto que puede utilizarla como pretexto para rentabilizar su industria editorial y académica, destinada a la promoción gremial de diversas ideologías (feminismo, culturalismo, indigenismo…) orientadas a la explotación de la miseria ajena.

Así, por ejemplo, en su estudio sobre los códigos y los procesos literarios, Plett (1975) proporcionaba ciertas pautas teóricas para una crítica histórica y comparada de la literatura. Entre los representantes del Círculo Lingüístico de Praga, Mukarovski se había distinguido por el interés en colocar el análisis del texto literario en el contexto de una Historia literaria general y sus sistemas culturales envolventes, del mismo modo que Dolezel ha aportado al estudio de las relaciones transtextuales nociones tan decisivas como la de transducción literaria (Maestro, 1994, 2007b). A su vez, desde la lingüística del texto, Dijk ha relacionado con frecuencia sus investigaciones teóricas sobre la pragmática de la comunicación literaria con los «factores de variación cultural», que actúan sobre los valores antropológicos y etnográficos de los textos y sus formas de comunicación. Entre los autores de la nueva crítica anglosajona, Richards se manifestó como uno de los pioneros en la configuración del texto como una unidad coherente, cuyos principios constitutivos podían comprenderse merced al análisis analógico que relaciona dos o más manifestaciones literarias, entre las cuales es posible observar con frecuencia interacciones mutuas. En el ámbito de los estudios formalistas resultaba igualmente de interés la noción de «diferencia» o «desvío» (Abweichung, deviation), formulada por Tynianov a lo largo de la segunda etapa del formalismo ruso (1925-1930), con objeto de designar las calidades diferenciales de dos o más textos, principio metodológico que habría de ser continuado en la obra de Mukarovski (Garvin, 1964), y recuperado recientemente por Schmidt (1990), en sus fundamentos de la asombrosa ciencia empírica de la literatura. Levin (1971: 59 ss), en sus estudios sobre los estilos poéticos, se ha referido a los objetos literarios como realidades que «contiennent dans une proportion supérieure à la moyenne des transformations d’éffacement, que l’on ne peut reconstruire». Y hasta el retórico Barthes ha insistido igualmente, en su ensayo Sarrasine, en la disponibilidad y apertura del texto literario, cuyo conjunto coherente de códigos puede definirse por su relación con el subyacente en otras obras afines o distantes. Del mismo modo, la Escuela de Tartu, como el pensamiento de Bajtín, disponen, a partir de la noción de dialogismo, este último, y de un concepto semiótico de la idea de cultura, en el caso de Lotman, un encuentro esencial entre las más diversas categorías de las ciencias humanas y sus fundamentos empíricos. La Teoría de la Literatura era comparatista mucho antes de que los comparatistas de la segunda mitad del siglo XX descubrieran que podían teorizar sobre la Literatura Comparada que construyeron, ejercieron y desarrollaron sus antepasados —Staël, Schlegel, Villemain, Ampère, Chasles, Baldensperger, Tieghem, Vossler, Croce, Curtius, Auerbach…—, a los que se propusieron criticar desde el estreno casi diario de una nueva teoría literaria.

Adrián Marino se configura, sin embargo, como uno de los estudiosos del comparatismo que ha actuado con mayor seriedad ante los problemas de la teoría literaria, con el fin de establecer un conjunto de presupuestos metodológicos que permitan el desarrollo de afinidades funcionales entre la Teoría de la Literatura y la Literatura Comparada. Su propuesta se orienta inevitablemente hacia la elaboración de una «teoría comparatista de la literatura», cuyo conjunto de operaciones teóricas se fundamente sobre los principios de la poética literaria tal como han sido asimilados y estructurados desde la moderna Teoría de la Literatura, «car notre problème est aussi, sinon surtout, l’infléchissement du comparatisme dans un sens radicalement théorique, l’élaboration d’un statut acceptable pour une poétique comparatiste, ainsi que l’examen des conditions dans lesquelles celle-ci devient possible» (Marino, 1988: 21). El problema es que la teoría literaria, tanto en la Edad Media como en la Contemporánea, en la Antigua Grecia como en el Renacimiento y el Barroco, no es una ni única, sino varias y múltiples, y con diversos fundamentos gnoseológicos como puntos de referencia y justificación.

Es indudable que en el proyecto de Marino se identifica la labor de autores precedentes, como Wellek, para quien el comparatismo no puede concebirse sin los apoyos de la crítica y la poética de la literatura; o para Étiemble, quien ha representado en el dominio francés uno de los intentos más eficaces de desarrollo de la Literatura Comparada en el ámbito de la Historia, la teoría y la poética literarias, y ha propuesto hablar de poétique comparée, en lugar de «teoría comparada de la literatura»; y lo mismo puede decirse de buena parte de los estudiosos alemanes de la década de 1950, quienes conciben la Historia de la Literatura desde una perspectiva inevitablemente comparatista, indisociable a su vez de los estudios de teoría literaria. No es casualidad que autores como Hankiss hayan titulado su intervención en el célebre congreso de la AILC de 1958 «Théorie de la littérature et littérature comparée», del mismo modo que Culler hizo en 1979 en su «Comparative Literature and Literary Theory». La propuesta de Marino viene, en definitiva, a sumarse al programa metodológico de estos autores, cuyas aportaciones científicas asume y reorganiza como punto de partida.


Notre dessein est d’élaborer une théorie de la littérature dont le but et les moyens soient spécifiquement et à part entière «comparatistes» […]. Récupérer, développer et intégrer, par conséquent, dans une nouvelle synthèse, toutes les anticipations comparatistes —fussent-elles fragmentaires et occasionnelles— utiles à notre construction, voilà ce que nous avons voulu faire. Notre hypothèse de travail, c’est d’essayer de délimiter un domaine propre à la théorie comparatiste de la littérature. La meilleure chance pour un nouveau comparatisme est de modifier le point de départ, de partir d’autres principes, de procéder par d’autres méthodes; de changer l’état d’esprit en l’orientant vers le «théorique» et le «général» (Marino, 1988: 5-6).


Tales son, en suma, las premisas de las que parten, como Wellek, Marino o Culler, muchos comparatistas de la segunda mitad del siglo XX, para llegar a la conclusión de que «les objectifs de la littérature comparée et de l’étude théorique de la littérature sont en principe identiques», pues «le comparatisme ne peut pas se passer de théorie, de sa propre théorie de la littérature; celle-ci reste à instaurer» (Marino, 1988: 31). Pero que el objeto de estudio de dos disciplinas sea el mismo no significa que ambas disciplinas sean la misma. Porque una ciencia, en primer lugar, no se define por su objeto de estudio (la literatura), sino por su campo categorial de investigación (los materiales literarios); y porque, en segundo lugar, el estudio conceptual y científico de los materiales literarios remite a un procedimiento científico y categorial (Teoría de la Literatura), mientras que el estudio crítico y comparado de los mismos materiales nos sitúa en una posición gnoseológicamente diferente, determinada esta vez por el ejercicio de una metodología (Literatura Comparada) que, partiendo del concepto teórico, analiza la idea crítica, esto es, desde la ciencia de la literatura fundamenta y construye la crítica comparada de esa literatura.


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NOTAS

[1] El caso de la universidad española ha sido en este punto extraordinariamente representativo, pues la Ley de Reforma Universitaria, determinante en el deterioro de la enseñanza universitaria en España, ha otorgado el nombre de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada a un área de conocimiento, al margen de que sus profesores, en muchos casos, nunca hayan escrito ni publicado nada en el ámbito de los estudios de Literatura Comparada.

[2] Vid. a este respecto el libro editado por Dolores Romero (1998), que pese a titularse Orientaciones en literatura comparada no contiene ni un sólo trabajo que sirva de ejemplo de lo que es la ontología de la Literatura Comparada. Todas las contribuciones recogidas en este libro son escritos de teoría literaria sobre lo que la Literatura Comparada debe ser y sobre cómo debe ser, pero no sobre lo que la Literatura Comparada es, y menos sobre las interpretaciones críticas que la Literatura Comparada puede ofrecer en el análisis de materiales literarios concretos (obras, autores, períodos, culturas, etc.). Se habla allí de Literatura Comparada como metodología, pero no como ontología. El libro constituye una preceptiva posmoderna sobre lo que la Literatura Comparada debe ser (metodológicamente), no sobre lo que la Literatura Comparada es (ontológicamente).

[3] «L’essence du comparatisme, qui doit nous faire trouver des règles et des lois applicables à plusieurs littératures nationales, est cela aussi bien dans le domaine de l’histoire littéraire, que dans celui de l’évolution des genres, de la critique, de la méthodologie, de toutes les branches enfin qui partent du grand tronc de la science littéraire» (Jost, 1968: 317).






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Crítica del principio de identidad entre Teoría de la Literatura y Literatura Comparada», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 8.4.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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