III, 8.3.1.6 - Ante el desarrollo del método comparatista en las ciencias naturales


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Ante el desarrollo del método comparatista en las ciencias naturales


Referencia III, 8.3.1.6


Jesús G. Maestro y Charles Darwin

Pese a que no he de detenerme en él, dado que su ámbito sobrepasa los límites de este trabajo circunscrito a la literatura, no concluiré este capítulo sin una breve referencia al interés creciente que el método comparatista adquirió en el ámbito de las ciencias de la naturaleza, casi desde el siglo XVII, para convertirse a lo largo de los dos siglos siguientes en modelo de investigación y conocimiento de la obra literaria, desde el punto de vista de concepciones y presupuestos organicistas.

En efecto, con frecuencia se ha considerado de enorme interés el ejemplo del desarrollo del comparatismo en las ciencias naturales, idealmente interpretado durante el siglo XIX y XX por los estudiosos de las denominadas «ciencias del espíritu», y que en sus comienzos anuncian las obras de autores como Marco Aurelio Severino (1580-1656), Grew (The Comparative Anatomy of Truncks, 1675), Cuvier (Anatomie comparée, 1800-1805), el desarrollo de la fisiología y embriología comparadas en torno a 1833, la geografía comparada que encarna la obra de Ritter, La geografía en relación con la naturaleza e historia de la humanidad, o geografía comparada general como base fundamental del estudio y de la enseñanza en las ciencias históricas y físicas (Die Erdkunde im Verhältniss zur Natur und zur Geschichte des Menschen, oder allgemeine vergleichende Geographie, als sichere Grundlage des Studiums und Unterrichts in physicalischen und historischen Wissenschaften, 1832) traducida al francés en 1835-1836 por Buret y Desor bajo el título de Géographie générale comparée), los trabajos sobre lingüística europea de Raynouard hacia 1821 (Grammaire comparée des langues de l’Europe latine dans leurs rapports avec la langue des troubadours), los comienzos de la romanística y la filología comparada tal como las concibe en 1836 Diez, así como de la Literatura Comparada que, entre los años 1816 y 1825, adquiere las primeras manifestaciones en el Cours de littérature comparée de Noël y sus colaboradores, con el fin de confeccionar una antología de textos literarios destinada a la enseñanza de la literatura en las escuelas francesas de grado medio.

Sólo añadiré aquí una cuestión que me limito a apuntar, pues su desarrollo no compete a este apartado, aunque, sin embargo, no es posible ignorar. Se trata de lo siguiente. 

Tras el darwinismo, las llamadas «ciencias del espíritu», cuyo desarrollo, como su propia denominación, ya están en manos de la Anglosfera, comienzan a imitar, de la mano de escritores, pensadores y filósofos ―los literatos se incorporarán más tardíamente, en particular a través de la novela naturalista francesa―, los métodos, argumentos e ideas que, según sus competencias, con frecuencia muy limitadas y también muy ocurrentes, creen encontrar en el ámbito de las denominadas «ciencias de la naturaleza». El resultado fue, en la mayoría de los casos, un cúmulo de interpretaciones aberrantes que, llevadas al ámbito de la creación literaria, la invención filosófica y la imaginación romántica y posromántica, dan lugar a novelas, libros de filosofía e interpretaciones de la Historia que constituyen un catálogo de excentricidades, la mayoría de las cuales, por sorprendente y paradójico que resulte, se han estudiado o analizado como obras maestras de la filosofía, la literatura o el pensamiento crítico, cuando, en realidad, son auténticas caricaturas surgidas de las deficiencias del pensamiento de los herederos del Humanismo. Obras como Crimen y castigo (1866) de Dostoievski, Genealogía de la moral (1887) de Nietzsche, o España invertebrada (1921) de Ortega y Gasset, son algunos de los múltiples ejemplos que pueden señalarse al respecto. La literatura suele sobrevivir con más garbo que la filosofía a la expresión del disparate, por cuanto la ficción libera a aquélla —la literatura— de cualquier prueba de veridicción, de la que la filosofía, al anteponer insobornablemente la crítica a cualquier otro objetivo, no está preservada. Ser más amigo de la verdad que de Platón conduce a ser incapaz de interpretar una metáfora, y a leer en un sentido literal todo texto literario, de modo tal que resulta inconcebible comprender y explicar cómo un poeta —Juan Ramón Jiménez— puede afirmar que «Dios está azul».

¿No es ridícula, hoy como ayer, la afirmación de Ortega según la cual España es inferior a Alemania porque los visigodos que llegaron a la península Ibérica eran una raza degenerada de la genuina que se afincó en la geografía teutona? ¿No es ridícula, hoy como ayer, la idea de que los judíos inventaron condenatoriamente una moral, la de los fracasados y derrotados, ante la superioridad biológica del resto de las razas, en particular la de una presunta raza aria? ¿No es ridícula la exaltación de un determinismo biológico en la comisión de patologías y crímenes, que viene confirmada por razones sociales y económicas de las que el ser humano no puede sustraerse bajo ningún concepto, porque son voluntad de un orden trascendente o de una potestad suprasensible? Éstas y otras fueron y las interpretaciones que, en nombre de las «ciencias del espíritu», abundantes intelectuales, escritores y filósofos, hicieron, de forma tan aberrante como patológica, de determinados logros y avances llevados a cabo por las «ciencias de la naturaleza» a lo largo del siglo XIX... y XX. La artificiosa y desmitificadora publicación de Alan Sokal (1996) en Social Text puso de manifiesto, en pleno final del siglo XX, esta recurrente tendencia de los «hombres de letras» en malinterpretar desde la ignorancia las aportaciones y descubrimientos de los «hombres de ciencias».

Pero aún hay más. Y se trata de algo más grave todavía.

La Anglosfera, llevada de su afán por monopolizar la interpretación de la Historia pasada desde sus nuevos objetivos plenipotenciarios y globalistas, proyectó, a lo largo ya del siglo XX, todos sus propios prejuicios, ejercidos crudamente durante su particular pasado histórico, sobre la Edad de la Hispanosfera. Me refiero a prejuicios genuinamente elaborados por la Anglosfera a lo largo de la Historia, y que, una vez resultaron publicitariamente incómodos, por el cambio de tiempos e ideologías políticamente correctas, se vierten, sin pudor y sin vergüenza, sobre la Historia de la Hispanosfera. 

Uno de estos prejuicios es el de la idea raza, que sirvió de base, desde el darwinismo, a una concepción de superioridad de la llamada anglosajonamente raza blanca sobre la negra. Esta idea racista está en la base del comercio de esclavos negros que, desde el siglo XVIII —desde la Edad de la Anglosfera—, controla casi en exclusiva el mundo anglosajón. La Hispanosfera no se sirvió nunca de la idea de raza, por una razón fundamental: porque no disponía de ella. La idea de raza, como criterio discriminador, es una idea netamente anglosajona y darwinista. El imperio español basó su expansión precisamente en lo contrario: el cruce, la mixtura y el mestizaje, algo absolutamente condenable y maldito para la Europa luterana, la Iglesia anglicana y el protestantismo en todas y cada una de sus sectas y variantes. El perilustre Erasmo confesaba que España no le gustaba por esa mezcla de judíos y moros, que, a su juicio, como a juicio de todos los benditos humanistas protestantes y afines al protestantismo —esa presunta vanguardia del pensamiento del siglo XVI—, resulta una peste. Por eso, para Erasmo, non placet HispaniaHoy, la leyenda negra anglosajona atribuye a España precisamente toda la responsabilidad de la Historia en lo atinente a la expulsión de los judíos, ocultando el resto de las expulsiones hebreas de los países europeos, antes y después de 1492, y silenciando por completo toda la literatura, la teología y la filosofía antisemita promovida por Inglaterra, Francia, Italia, Holanda y —sobre todo— la Alemania luterana y la Suiza calvinista. 

Otro de los terribles prejuicios que se proyecta sobre la Historia de la Hispanosfera es el de la relegación de la mujer, cuando, sorprendentemente, y es ya tópico afirmarlo, el imperio español se funda precisamente sobre una absoluta y explícita paridad, desde su divisa heráldica y política: Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando, los celebérrimos Reyes Católicos. Resulta ridículo tener que recordar esto, pues casi parece una burla histórica de la España de 1476 a las ideologías de géneros promovidas por la posmodernidad anglosajona contemporánea. Uno se pregunta en dónde están los historiadores de la Hispanosfera. 

La lista de prejuicios no termina aquí: la teoría del espacio vital (Lebensraum), un prejuicio esencialmente alemán, se proyecta sobre Hispanoamérica con valor retroactivo y retrospectivo, como si una idea tan aberrante alguna vez hubiera sido objeto de consideración por la escolástica de Suárez o Vitoria, auténticos fundadores, sobre todo este último, del Derecho internacional, en el que Kant aprendió, sin citar jamás, lo que nunca otro pensador podría haberle proporcionado. Poco valor supo extraer Kant al pensamiento de Vitoria. Lo que sí supo fue silenciarlo muy arteramente. El exterminio que colonos británicos, primero, y ciudadanos estadounidenses, después, ejercieron sobre todo tipo de personas pertenecientes a etnias o sociedades no anglosajonas en América del Norte no tiene precedente en la Edad Contemporánea con ningún otro hecho. Y curiosamente todos estos procedimientos se han proyectado, sin paliativos, al pasado de la Hispanosfera, cuando ni los objetivos ni los medios del imperio español disponían de los mismos móviles ni propósitos que usó y promovió el imperialismo mercantilista angloamericano. Hollywood se encargó de la correspondiente propaganda cinematográfica contra España (Vicente Boisseau, 2022). Fue muy injusto, y estuvo muy desacertado, Antonio Escohotado, cuando en su trilogía sobre Los enemigos del comercio preserva la leyenda rosa anglosajona de crímenes históricos: ni una mención al esclavismo colonial inglés y estadounidense: ni una. A los amigos del comercio les está permitido todo. Tanto en la Historia como en el presente. 

Igualmente cabe hablar del mito de la pureza de sangre, que, si muy activo en el Siglo de Oro español —y ahí estuvo Cervantes, como pocos, para criticarlo y repudiarlo, en entremeses como el Retablo de las maravillas—, resultó clave en la reinterpretación aberrante que el nazismo hizo del darwinismo, no precisamente en el siglo XVII, sino en la primera mitad del siglo XX, es decir, que la Alemania nazi recupera y rehabilita este mito con 300 años de retraso. En las Napola, o escuelas nazis de formación de los altos oficiales de las SS, se enseñaban e imponían los textos antisemitas de Lutero como supremos artículos de fe. España abandona estas aberraciones en el siglo XVIII, pero Alemania —donde según Ortega residieron los visigodos biológicamente más fuertes, esto es, la «raza superior», frente a la flojera de la Europa meridional, de la cual él procedía, sin duda ni reserva alguna—, esa admirada Alemania, las impone como ley suprema, como prueba esencial incluso para ser ciudadano del Reich, y las estipula prácticamente como un imperativo categórico kantiano, del cual se sentían orgullosísimos (en Berlín, al menos hasta el 2 de mayo de 1945). 

Cuando cínicamente se sabe que no se tiene razón, hay que invertirlo todo en gestionar la mentira, esto es, en dominar, hasta el monopolio más absoluto, la propaganda, en todos sus géneros: cine, periodismo, redes sociales y publicidad. Ésta ha sido la mayor lección histórica de la Anglosfera. Lo demás son mitos, desde Shakespeare hasta la idea de democracia estadounidense.

Tener que recordar hoy todo esto es algo completamente repugnante. Y lo es porque, cada día, resulta más necesario hacerlo. Pregúntense por qué.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Ante el desarrollo del método comparatista en las ciencias naturales», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 8.3.1.6), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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