III, 7.6 - Coda genológica

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Coda genológica


Referencia III, 7.6


La narración dieciochesca surge como un escolio del ensayo filosófico; la novela del siglo XIX, como una ampliación compleja del cuadro de costumbres, de igual manera que la del XVI había nacido de hábiles y complicados desarrollos de otros géneros existentes: el relato folklórico, la carta semipública, la gesta épica, el romance fronterizo, etc. Si buscamos entre obras tan diferentes como las que se acogen al rótulo de «novela» rasgos comunes, observaremos que estos se hacen más escasos y tienden hacia la desaparición a medida que consideremos más títulos y más ámbito temporal.

Fernando Lázaro Carreter (1976/1986: 118).


 

Crítica de la razón literaria, Jesús G. Maestro

De la exposición que aquí se ha hecho de la teoría de los géneros literarios según los presupuestos metodológicos de la Crítica de la razón literaria, se desprende que la mayor parte de las teorías de los géneros literarios elaboradas hasta el presente, por no decir que todas, no son teorías de los géneros literarios, sino que en realidad son teorías de las especies literarias. Sin embargo, lo grave no es que esos escritos sean una teoría de las especies literarias, en lugar de ser, como pretenden, una teoría de los géneros literarios. Lo verdaderamente sangrante —y cómico, por su ingenuidad en la ironía resultante— es que lo son y no lo saben, es decir, que sus autores ignoran la cuestión más esencial de la razón de ser de sus escritos sobre genología literaria. Porque lo que nos ofrecen no es una genología literaria —una teoría de los géneros—, sino una especificidad literaria —una teoría de las especies—. No se han ocupado de la literatura, en tanto que genología y troncalidad —genealogía, en suma— de lo que la literatura es, sino que se han limitado a considerar las obras literarias en tanto que textos asociados a un género próximo y fosilizados en una diferencia específica. Creyendo estudiar los géneros, ha estudiado las especies. Han sido porfirianos, sin saberlo, y han ignorado, desde siempre, todo lo relacionado con lo plotiniano. Han sido siempre partitivos, jamás troncales. El resultado es, insisto, no una teoría de los géneros literarios, sino una descripción de las especies literarias. Y este error es más grave aún en tanto que sigue ignorado, hoy en día, incluso por los intérpretes de los supuestos teóricos de la Historia de la genología literaria.

Sólo cuando la Teoría de la Literatura deje de hacer un uso retórico y ramplón de la filosofía, y comience a servirse del saber crítico que ésta le puede proporcionar de un modo racional y efectivo, estará en condiciones de asegurarnos un conocimiento científico, conceptual y lógico de los materiales y géneros literarios. Entretanto, seguirá siendo lo que lleva siendo desde hace décadas: ludopatía ideológica y sofística definitoria de gremios académicos y sociales, cuya «identidad» trata de preservarse.

Los límites de la interpretación literaria son hoy día los límites de la moral contemporánea, es decir, de la moralina alienante, cual Inquisición posmoderna, de lo «políticamente correcto». Desde finales del siglo XVIII hasta prácticamente los comienzos de la segunda mitad del siglo XX, la investigación literaria evolucionó prestando atención al curso de las ciencias naturales, a sus descubrimientos metodológicos y a sus logros experimentales. En nuestros días las llamadas «ciencias de la naturaleza», que parecen buscar para sí mismas nuevas denominaciones, avanzan primordialmente por los terrenos de la cosmología y la biogenética. Una y otra disciplina resultan de difícil acceso a la fragilidad de la epistemología idealista que, en la cultura posmoderna contemporánea, caracteriza a las tradicionales «ciencias del espíritu». Los estudios literarios avanzan actualmente según los criterios metodológicos de la ideología, el culturalismo y la retórica posmodernos[1]. Probablemente desde los tiempos de la escolástica nunca hemos estado tan lejos del empirismo científico y sus posibilidades de raciocinio.

No hace nada quien no está dispuesto a deshacer nada. Cuando algo nuevo surge, siempre hay que preguntarse qué ha sido necesario destruir previamente para poder llegar a dónde estamos. Lo que tenemos, ¿de qué lucha, destrucción o enfrentamiento dialéctico procede? A ningún lugar se llega gratuitamente. Nada brota de la nada. Las nuevas realidades son siempre resultado de la destrucción de realidades previas. De este modo evoluciona formalmente la materia de los géneros literarios, conservando siempre una sustancia o referente primigenio o genético —no la sustancia estática aristotélica— o esencia incardinada inalteradamente en su núcleo, cuerpo y curso. La nada es imposible. Todo ente «nuevo» proviene siempre de la destrucción parcial, nunca absoluta ni definitiva, de entes anteriores. Todo lo que existe, dado que no puede hipostasiarse nunca, es decir, no puede sobrevivir más allá, metafísicamente, de su relación y contacto con otras entidades materiales y corpóreas, está llamado a ser destruido más tarde o más temprano. Está, en suma, llamado a transformarse

Los materiales en los que se formalizan los distintos géneros literarios no son una excepción. Toda materialidad nueva tiene como condición y exigencia de posibilidad la destrucción de otras materialidades precedentes. De ahí que se conciba la estructura material del Mundo interpretado (Mi) en la pluralidad de sus partes (partes extra partes) y en la codeterminación dialéctica y conflictiva —nunca armónica ni pacífica— entre ellas. Esta codeterminación será sucesiva o jorismática, es decir, que los contenidos o partes de una totalidad, en este caso la literatura, se codeterminan al modo aristotélico, según un antes y un después. Las partes determinantes o intensionales, las partes integrantes o extensionales, y las partes constituyentes o distintivas de los materiales literarios pugnarán sucesiva y alternativamente por formalizar los hechos literarios, en un incesante movimiento histórico caracterizado por la pluralidad y la retroalimentación dialéctica. Éstos son los hechos que disponen la transformación y evolución de los géneros literarios, a lo largo de la Historia y a lo ancho de la poética de la literatura.

En consecuencia, desde la Crítica de la razón literaria no aceptará nunca que sea posible hipostasiar, por ejemplo, la esencia de la novela de la realidad de los hechos literarios, es decir, que se declara inaceptable que a un ente del mundo empírico (la idea de novela) se le conceda una autonomía ontológica de la que carece operatoriamente (esto es, al margen de los materiales literarios: autor, obras, lectores e intérpretes). Porque la «novela» no ha existido desde siempre, ni es un género literario inmutable. Todo lo contrario, es resultado de la labor de varios sujetos operatorios, o autores, que trabajan, escriben y viven, insertos en una Historia, una sociedad, una economía, una geografía, un Estado, etc., un Mundo interpretado (Mi), en suma, que los hace posibles. Por eso es imposible hipostasiar, o separar materialmente, formalmente, esto es, gnoseológicamente, ningún elemento del mundo empírico. Algo hipostasiado es algo que no está suficientemente interpretado. No hay novelas sin autores, aunque su autor sea anónimo, pseudónimo o heterónimo. No conviene confundir la anonimia con la inexistencia, ni identificarla con la ignorancia. Antes que privarnos de un saber, la anonimia nos hace conscientes de una limitación, que en absoluto aleja a la novela de la realidad, sino que la implica a través de vínculos cuya construcción nos exige reconstruir. La metafísica presocrática, al igual que la deconstrucción derridiana, y que la sofística posmoderna al uso contemporáneo, procedía hipostasiando uno o varios elementos del mundo empírico, para hacer de la unidad hipostasiada una figura matriz configuradora de la totalidad de las realidades existentes. Así, Tales de Mileto afirmaba que «todo es agua», Anaxímenes que «todo es aire», o Anaximandro que «todo es ápeiron» (lo indefinido, lo infinito)... Derrida dirá que «todo es texto». Es el eterno retorno a la Escuela de Mileto y su monismo axiomático de la sustancia: el todo se ha formado a partir de una materia prima única (el agua, el aire, lo indefinido..., el texto). Derrida piensa como una mente presocrática, anterior a filosofía, y en absoluto posterior a ella. Nada más regresivo. Ni retrógrado.

La Crítica de la razón literaria no aceptará nunca ideas tales como «eterno retorno» (la sustancia constituyente de los géneros literarios regresa periódicamente para manifestarlos) ni de «móvil perpetuo» (todas las obras y géneros literarios poseen una misma sustancia estática, invariante e inmutable). Y no lo aceptará porque bajo la novela, el soneto o la tragedia, que leemos e interpretamos no hay, ni puede haber, una sustancia incognoscible que sirva de soporte a cualesquiera interpretaciones. «Sustancia incognoscible» que para Nietzsche y Derrida se quedó en la «huella». Nada más teológico, por parte de estos dos retóricos de la nada que postular la existencia de una metafísica inexistente cuyo único fin es afirmar su propia negación, a lo largo de sucesivos e interminables juegos de palabras, figuras retóricas y discursos sofistas.

Hume no dudó de la esencia de las sustancias metafísicas, dudó de su existencia, y trató incluso de borrarlas de su filosofía, lo que dio como resultado una idea de mundo empírico constituido por un conjunto de fenómenos fantasmagóricos, sin conexión causal ni identidad sustancial (nihilismo ontológico). Por su parte, Locke reconoció la existencia de las sustancias metafísicas, pero declaró la imposibilidad de conocerlas, aun sirviéndose del principio de causalidad. Por nuestra parte, hemos optado en la Crítica de la razón literaria por procedimientos mucho más modestos y, sinceramente, más prácticos, materiales y operatorios, que nos permiten a todos identificar los procesos causales, estructurales y consecuentes de los hechos literarios, de modo que resulten inteligibles, desde criterios lógicos y materiales, esto es, gnoseológicos, sin incurrir en metafísica ni sofística. De esta manera he procedido en mi exposición de la teoría de los géneros literarios, basada en la interpretación troncal —no reducida a ramificaciones— de los materiales literarios, desde criterios plotinianos —no porfirianos, que son los que sigue acríticamente todo el mundo, en el estudio de sus transmisiones y transformaciones a través de un núcleo, un cuerpo y un curso, que se desenvuelven tanto histórica como sistemáticamente.

La Crítica de la razón literaria interpreta los materiales literarios (autor, obra, lector y transductor) fundamentándolos en su sustantividad pragmática, es decir, en su sustancia no metafísica, sino lógico-formal y lógico-material. ¿Cómo?, pues mediante la reconstrucción de esquemas ontológicos fundamentales, una vez que se han desactivado las hipóstasis que se pendían sobre ellos, es decir, una vez que estos materiales literarios se analizan siempre en relación con los hechos que los hacen posibles, hechos que son operatorios, corpóreos, filológicos, poéticos, físicos, sociales, económicos, reales y efectivos, etc., y nunca ideales ni imaginarios. De este modo tiene lugar la construcción y reconstrucción de ideas cuyo fundamento no es hipostático, ni metafísico, sino pragmático y material, es decir, que reside en la materia y en la forma del Mundo interpretado (Mi), y no en el espiritualismo de las «profundidades del ser», o de otras metáforas fraudulentas por el estilo, en donde Nietzsche se encontró con la nada, Freud con el inconsciente, Heidegger contactaba mediáticamente con el Dasein (otra variante retórica de la nada), Gadamer dialogaba metódicamente con la imposibilidad de comunicar su propia esencia a través de sus propias palabras (suponemos que alcanzando la fusión entre mística y hermenéutica), y donde el ilusionismo luterano de la Rezeptionsästhetik acabó por ubicar la megaprotoconciencia del «lector implícito».

La sustantividad pragmática se basa en la interpretación de las invariantes efectivas que subyacen a un grupo de transformaciones, racionales y evolutivas, llevadas a cabo por sujetos operatorios. La sustantividad pragmática no es un predicado originario de la materia, en este caso los géneros literarios, sino derivado de ella, es decir, derivado de sus sucesivas formalizaciones poéticas y materializaciones históricas. En un «mundo» metafísico —como el que describe Platón en su filosofía idealista no hay transformaciones, ni actividades racionales ejecutadas por seres humanos, en tanto que sujetos operatorios, ni hay, siquiera, criterios positivos para hablar de invariantes. Porque en un «mundo» idealista y metafísico, como el de Kant o Platón, no hay ninguna forma de predicar la sustantividad del Mundo, ya que no es un Mundo interpretado (Mi) por las ciencias, sino un mundo imaginado por la conciencia. La sustantividad no es un atributo trascendental del ser, que llamamos materia, desde el momento en que el ser, o es material, o no es, dado que no hay seres inmateriales ni incorpóreos (salvo para la UNESCO). Ni los ángeles ni los dioses son sustancias, al carecer de materia, pues no hay formas incorpóreas. Lo que no es corpóreo, no es operatorio. Ni ontológico. Aquí coincidimos con la ontoteología aristotélica, pues ni dioses ni ángeles son compuestos hilemórficos: no pueden ser sujetos de predicación de sustantividad, porque carecen de forma y de materia.

No hay, pues, una sustancia inmutable, aristotélica, porfiriana incluso, que se prolongue estáticamente a través de los tiempos, sino una sustancia pragmática, plotiniana, que se transforma evolutivamente a lo largo de las formas y los materiales literarios, conservando la pertenencia o procedencia de un tronco común. De las posibilidades de conceptualizar —desde la Teoría de la Literatura— y de interpretar —desde la Crítica de la literatura— esta sustancia pragmática en la obra de arte verbal ha tratado esta teoría de los géneros literarios, sobre la idea y concepto de género en la investigación de la literatura, que toma al Quijote como obra de referencia.


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NOTAS

[1] «Los desafiantes tienen una agenda política para las humanidades, pero no la tienen para las ciencias naturales […]. ¿Por qué los políticos radicales han emigrado a los departamentos académicos de literatura? En mi niñez intelectual los activistas radicales abundaban, pero tendían a actuar en la arena política pública o, si es que se inclinaban a hacerlo en las universidades, habitualmente estaban en los departamentos de ciencia política, sociología y economía. Ahora, hasta donde puedo decirlo, los centros intelectuales líderes de actividad política radical en los Estados Unidos son los departamentos de Inglés, Francés y Literatura Comparada. Por ejemplo, estamos en la extraña situación de que los dos «marxistas» estadounidenses líderes son, ambos, profesores de Inglés. ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Qué habría pensado Marx si hubiera sabido que su principal impacto era en la crítica literaria? Bueno, parte de la razón de la migración de los políticos radicales hacia los departamentos de literatura es que el marxismo, en particular, y el radicalismo de izquierda en general, han sido desacreditados como teorías de la política, de la sociedad y del cambio histórico. Si alguna teoría filosófica ha sido refutada por los acontecimientos esa ha sido la teoría marxista del inevitable colapso de las economías capitalistas y su destrucción revolucionaria por la clase trabajadora, seguida del surgimiento de una sociedad sin clases. En vez de eso, las que han colapsado han sido las economías marxistas y los que han sido derribados han sido los gobiernos marxistas. De manera que, habiendo sido refutadas como teorías de la sociedad, estas concepciones se han retirado a los departamentos de literatura, donde florecen, en cierta medida, como herramientas de ‘interpretación’» (Searle, 2001/2003: 68-69). Si Searle leyera hoy lo que escribió en 2001, tendría que reconocer que las economías capitalistas, especialmente las desarrolladas en su propio país, Estados Unidos, han experimentado el hundimiento característico de las tumoraciones financieras propias de un neoliberalismo irreflexivo e inconsecuente. La democracia de la Anglosfera ha conseguido que, por vez primera en la Historia de la Humanidad, Occidente haya perdido la hegemonía política, económica y cultural del Planeta. Y que la haya perdido en nombre de la democracia. La herencia de la posmodernidad anglosajona está a nuestras puertas. La Hispanosfera ha sido y es cómplice y colaboracionista, desde finales del siglo XVIII, de este fracaso de la democracia, que asume incluso como propio, al aceptarlo de forma acrítica y acomplejada en su manufactura anglosajona.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Coda genológica», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 7.6), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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