Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
El concepto de género literario en la teoría de las categorías
La idea de categoría permite explicar la idea de todo o de totalidad. Las categorías son totalidades, y en tanto que tienen significado y uso gnoseológico son totalidades sistemáticas. Como totalidades efectivas, las categorías remiten a contextos ontológicos (no meramente lingüísticos, formales o psicológicos): contextos materiales del ser y contextos pragmáticos del hacer. En consecuencia, sigo aquí explícitamente la teoría de las categorías formulada por Gustavo Bueno, en su Teoría del cierre categorial (1992: II, 53 y ss), para aplicarla, con los cambios que considero necesarios, a la interpretación de la literatura, como materia que puede y debe analizarse categorialmente como concepto y críticamente como idea.
Así, siguiendo a Bueno (1992: II), puede afirmarse que la realidad de las categorías se fundamenta en la efectividad de las ciencias positivas, como construcciones del Mundo interpretado (Mi) y, en consecuencia, de sistemas categoriales. Por esta razón, la doctrina de las categorías constituye uno de los momentos más importantes y decisivos de una concepción del Mundo interpretado por las ciencias positivas, entre las cuales la Teoría de la Literatura ocupa el lugar que corresponde a una ciencia destinada al estudio sistemático, conceptual y categorial, de los materiales literarios.
El concepto de género literario en la teoría de las categorías exige definir y justificar una serie de conceptos básicos, al margen de los cuales no cabe hablar con propiedad ni de género ni de género literario. Estos conceptos están objetivados en el desarrollo mismo de la doctrina holótica de los todos y las partes, y son los siguientes.
1. Desde el punto de vista de las totalidades, se distinguirá entre:
1.1. Totalidades atributivas y distributivas.1.2. Totalidades holotéticas y merotéticas.1.3. Totalidades centradas y no centradas.1.4. Totalidades diatéticas y protéticas.
2. Desde el punto de vista de las partes, se distinguirá entre:
2.1. Partes formales y materiales de una totalidad.
2.2. Partes determinantes, integrantes y constituyentes de una totalidad.
7.1.2.1. Concepción de las totalidades
Cuatro son los criterios que pueden tomarse como referencia a la hora de abordar desde una teoría holótica el examen de una totalidad, según se consideren sus modos de estructuración (distributivas / atributivas), sus procedimientos de construcción (holotéticas / merotéticas), la función de las partes sobre las que se construye, o no, su unidad (centradas / no centradas), y la relación de género a especie o de especie a especie (diatéticas / protéticas).
7.1.2.1.1. Totalidades atributivas y distributivas
En función de la diversidad y de sus modos de estructuración, las categorías pueden ser de dos tipos: distributivas y atributivas.
Categorías distributivas (o diairológicas) son aquellas totalidades constituidas por partes relacionadas entre sí formalmente. Cada parte participa en el todo sin desempeñar una función específica e intransferible, de modo que una parte puede ser sustituida por otra cualquiera sin que el todo experimente alteraciones sistemáticas. Si agrupamos un conjunto de cerillas en diferentes cajas, es indiferente qué cerilla se sitúe en cada caja, dado que todas las cajas contendrán cerillas organizadas distributivamente, sin función distintiva alguna. Porfirio concebía las categorías distributivas como «géneros supremos». Todas las teorías de los géneros literarios que siguen el modelo porfiriano incurren inevitablemente en la concepción de la literatura como una totalidad distributiva, de modo que sus diferentes géneros se ramifican en diversas especies, cada una de las cuales a su vez es objeto de sucesivas arborescencias, desmembraciones o descomposiciones. La especie soneto, por referencia al género poesía, constituiría en sí misma una parte distributiva del género como totalidad. De hecho, en términos porfirianos, el soneto podría considerarse en sí mismo como un género literario. Se confirma de este modo el postulado de isovalencia entre la parte (el soneto como especie de la poesía) y el género (el soneto como género literario).
Categorías atributivas (o nematológicas) son aquellas totalidades constituidas por partes relacionadas entre sí no sólo formalmente, sino también funcionalmente. Cada parte participa en el todo desempeñando una función específica e intransferible, esto es, una función atributiva, de modo que si una parte se suprime o altera, el todo resultará decisivamente transformado, o incluso destruido. Las partes (u órganos) del cuerpo humano hacen de éste una categoría o totalidad atributiva, desde el momento en que las funciones del hígado no pueden ser sustituidas por las que desempeñan el corazón o el aparato auditivo. Cada parte, o cada órgano, desempeña una función específica o atributiva en el momento de su participación en el todo. Las categorías atributivas son las que Plotino (Enéadas, VI, I, 3) concebía como «géneros» en sentido estricto, con objeto de designar series evolutivas globales. Géneros generadores, géneros funcionales, no sólo formales. Es el caso de las categorías taxonómicas biológicas del tipo phylum, introducidas por Haeckel. También sería el caso, por ejemplo, del soneto como forma literaria que comprende elementos métricos sometidos a transformación histórica, desde el endecasílabo renacentista italiano hasta el verso de arte menor característico del soneto modernista.
7.1.2.1.2. Totalidades holotéticas y merotéticas
En función de la diversidad, pero esta vez de acuerdo con el modo de construcción, las categorías pueden considerarse según su relación con el todo y con las partes. Se distingue así entre totalidades holotéticas y totalidades merotéticas.
Categorías holotéticas son aquellas que toman como referencia para su constitución un género supremo (que además sería una totalidad distributiva). Una «galaxia», en tanto que contiene estrellas, planetas, cristales, estrellas, moléculas…, es una categoría holotética y atributiva. La novela, como categoría suprema de las formas narrativas, funciona como totalidad holotética a la hora de examinar las novelas de aventuras, de aprendizaje o Bildungsroman, la novela lírica, la novela pastoril, la novela picaresca, etc. El Quijote es en este sentido el ejemplo más nítido y expresivo de novela como categoría suprema y matriz de formas narrativas, hasta tal punto que, como se verá, es imposible adscribirla a una especie literaria concreta más allá del género «novela». Una categoría holotética remite a una totalidad concebida e interpretada en términos de género, y no por la naturaleza de las especies que la constituyen. Sería, por ejemplo, el caso del Quijote concebido como «novela», sin más, y al margen de que sus partes formales estén determinadas por la presencia de representaciones teatrales (alegóricas en las frustradas bodas de Camacho, titiriteras en el retablo de maese Pedro, etc.), novelas pastoriles (Marcela y Grisóstomo), relatos de aventuras y cautivos (el capitán Ruy Pérez de Viedma), cuentos intercalados de temática renacentista, sentimental y cortesana (El curioso impertinente), inclusión de numerosos poemas en el discurso narrativo, etc.
Categorías merotéticas son aquellas que siguen como referencia para su configuración el modelo de partes categoriales codificadas por determinados procedimientos normativos, dados en clasificaciones científicas o tipologías operatorias. Es el caso de categorías lingüísticas, como lexemas, fonemas, monemas y morfemas, o de abundantes categorías literarias, como el soneto, el entremés, la novela corta, el epigrama, el cuento, la jácara, la silva, el ovillejo, etc. Una categoría merotética remite a una totalidad concebida e interpretada en términos de especies, es decir, a partir del análisis de cada una de las especies genéricas insertadas, como partes formales, en la totalidad de referencia. A este ámbito pertenecerían todos aquellos estudios del Quijote que se ocupan de esta novela desde el punto de vista de alguna de sus especies, incluidas formalmente en la materia de la obra, que será examinada por el intérprete atendiendo a una de sus partes formales o cualidades específicas: la poesía del Quijote, el teatro del Quijote, las novelas intercaladas, el relato autobiográfico, la literatura epistolar, lo fantástico y lo maravilloso en episodios concretos, como la cueva de Montesinos, el mono adivino o la cabeza encantada, etc. Se trata, en suma, de análisis merotéticos, o partitivos, que abordan el estudio de las partes de una totalidad literaria que interesa ante todo por el sentido y la interpretación de partes formales concretas, antes que por la suma global de todos sus componentes.
7.1.2.1.3. Totalidades centradas y no centradas
Las totalidades pueden concebirse también como centradas o no centradas, en función de las partes sobre las que se construye o no su unidad. Una totalidad, sistema, organismo, o clase, podrá considerarse como centrada, si su unidad se establece en función de una de sus partes, que se considerará de referencia, y que, a su vez, podrá ser simple o compleja. En caso contrario, una totalidad o sistema se considerará como no centrada cuando no quepa señalar una parte suya en función de la cual se constituye su unidad, la cual no por no ser centrada deberá ser menos compacta. Adviértase que no cabe confundir un todo no centrado con un todo descentrado: una totalidad no centrada simplemente niega la existencia de una parte central, mientras que una totalidad descentrada se constituye sobre la privación de un centro. El círculo geométrico es un conjunto de puntos cuya unidad de totalización está definida en función de la relación que todos los puntos guardan respecto a uno llamado centro; un triángulo es un conjunto de puntos alineados en tres rectas diferentes cuya unidad de totalización no se define en función de ningún punto privilegiado.
Es conocida la oposición entre dos concepciones clásicas del organismo viviente (que es una totalidad atributiva): la concepción hipocrática, que asume Aristóteles, y la concepción galénica. La concepción hipocrática del organismo se caracterizó por utilizar el esquema de las totalidades centradas (según unos en torno al cerebro, según otros en torno al corazón), mientras que la concepción galénica se caracterizó por utilizar el esquema de las totalidades no centradas (la visión del organismo como un entretejimiento de subsistemas relativamente independientes y cuya unidad requería, además, la acción de un principio exterior, representada a veces por el médico, en funciones de ingeniero).
Como ha señalado Bueno (1992: II, 53 ss), la oposición entre totalidades centradas y no centradas se manifiesta de forma especialmente operativa fuera de los campos orgánicos, o campos constituidos por organismos. Una estructura arborescente (tanto si es atribuida, en perspectiva genealógica, evolutiva, a multiplicidades de especies vivientes de organismos, como si es atribuida, también en perspectiva genealógica, a multiplicidades de lenguas habladas hoy en el planeta), implica también un tipo de totalización atributiva y centrada en torno a un protoorganismo o a una protolengua. Sería, por ejemplo, el caso del latín, respecto a las lenguas románicas, o del indoeuropeo, en el supuesto de que se admitiese la construcción de esa hipotética protolengua. Califica Bueno a estas totalidades, atributivas y centradas, de unigenistas. Frente a ellas, cabe hablar de totalizaciones poligenistas, que corresponderían, en consecuencia, a totalizaciones no centradas, y con frecuencia distributivas, como son los «sistemas matriciales», los «sistemas reticulares» o los sistemas con «múltiples centros» (núcleos, ganglios, nudos, etc.) interconectados entre sí (lo que no excluye enteramente la existencia de ganglios o nudos dominantes en un área de la totalidad, o incluso en la integridad de su ámbito, en cuyo caso, la estructura del sistema reticular no centrado, pero con un nudo hegemónico, podrá considerarse como una aproximación hacia el tipo de estructuras centradas)[1].
El principio de symploké niega la posibilidad de la interconexión absoluta entre las partes de cualquier totalidad, sea centrada o no centrada, ya que si todo estuviera conectado con todo, es decir, si todo fuera igual a todo, el conocimiento sería imposible (Platón, Sofista, 259e-c)[2]. Se observará que las totalidades poligenistas son las preferidas por los posmodernos a la hora de afrontar la interpretación de cualquier tipo de realidad, con objeto de subrayar en ella la existencia de múltiples centros o lugares de referencia, isovalentes entre sí (niegan toda posible diferencia o discriminación), distributivos respecto al todo (niegan la existencia de valores funcionales en el sistema de valores), y absolutamente inconexos (afirman que cada cultura es única en sí misma y como tal debe preservarse), cuando pretenden subrayar la independencia, megarismo o autarquía de tal o cual cultura, o absolutamente conexos (todas las culturas son iguales), cuando pretenden afirmar en términos monistas la existencia metafísica de una isovalencia y una isonomía absolutas.
Por lo que a una teoría de los géneros literarios se refiere, es observable que siempre se ha tendido, de forma más o menos explícita, a centrar determinados géneros como referencia articulatoria y organizadora de otros, considerados menos relevantes o centrales, según contextos literarios y períodos históricos. Es indudable que la epopeya sirvió de referencia central durante siglos a cualesquiera formas de épica y de diégesis hasta el nacimiento y la consolidación de la novela. Del mismo modo, el soneto clásico sigue siendo la unidad de referencia central a la hora de analizar métricamente las variantes literarias que el soneto, como categoría literaria, ha experimentado desde sus orígenes hasta nuestros días. La tragedia fue, incluso frente a la totalidad de las categorías genológicas existentes durante centurias, el género teatral —y también, por extensión, literario— de referencia, merced a la autoridad atribuida a la Poética de Aristóteles por los siempre persistentes preceptistas del clasicismo, en un juicio estético normalizado como modelo de interpretación de la creación literaria por excelencia.
7.1.2.1.4. Totalidades diatéticas y protéticas
Las totalidades pueden ser diatéticas o protéticas, según las partes que las constituyen se relacionen entre sí a través del género (diatéticas) o a través de la especie o el individuo (protéticas)[3]. La diátesis se entenderá aquí, de forma muy pareja a como se interpreta en medicina, como la disposición o predisposición orgánica de la especie para contraer y reproducir las cualidades esenciales del género, o la predisposición del individuo para contraer y reproducir de forma natural las cualidades y características de la especie, y en consecuencia del género supremo y envolvente de la especie. Se apela en este caso a determinantes comunes. Por el contrario, la prótesis se entenderá precisamente como la resistencia particular de la especie a reiterar las cualidades esenciales del género, o la resistencia o renuencia específica del individuo a reproducir acríticamente las cualidades propias de la especie, y por lo tanto también del género. La prótesis apela, en suma, a determinantes propios. Como consecuencia de esta «resistencia», la especie (frente al género) o el individuo (frente a la especie) desarrollarán protéticamente partes integrantes específicas (como especie frente al género) o partes constituyentes distintivas (como individuos frente a la especie).
Amadís de Gaula sería una especie diatética respecto al género de la novela de caballerías, mientras que el Quijote sería una especie por completo protética, ya que subvierte y altera gravemente las cualidades del género caballeresco, desarrollando propiedades específicas, a través de múltiples recursos, en los que la parodia, la ironía y la dialéctica desempeñan funciones cruciales. La resistencia a perpetuar un modelo ortodoxo de arte, al modo de un Kitsch, desemboca en la construcción de prótesis que acaban por generar nuevas especies (integrantes) o nuevos individuos (distintivos) dentro del mismo género. Aquí reside lo que comúnmente se denomina «genialidad» en literatura, es decir, la capacidad de un autor, de un genio, para escribir obras de arte literarias en las que hay cualidades no sólo originales, respecto a una tradición dada, sino también fundadoras de una nueva tendencia, y fundamentales en la explicación y reconocimiento de esas nuevas orientaciones. Podría decirse, en consecuencia, que el genio es aquella persona que añade a los materiales poéticos y estéticos existentes y disponibles las prótesis necesarias para su renovación artística en el seno de la sociedad a la que pertenece y en el curso de la historia en la que se inscribe. Es lo que hace Lope de Vega al crear la comedia nueva frente a las formas de teatro precedentes. Es lo que hace Cervantes al codificar en el Quijote las formas de la novela moderna, frente a cualesquiera modelos narrativos anteriores. La lista, acaso interminable, permite objetivar lo que todos —incluyendo sus enemigos— reconocen como el canon literario[4].
Las especies o individuos protéticos constituyen por lo general referentes heterodoxos frente a la tradición genológica —lo que equivale a decir frente al género— de la que proceden y sobre la cual se construyen, con frecuencia de forma dialéctica. Constituirían, por utilizar la manida terminología de la estética de la recepción gadameriana, un nuevo «horizonte de expectativas» relativo a la configuración y transformación de los géneros literarios. Por su parte, las especies u obras literarias diatéticas suscribirían una tradición genológica ortodoxa, incorporándose a ella acríticamente, bajo la forma acumulativa de una totalidad distributiva, a lo largo de la Historia, por ejemplo, y al margen de cualidades o propiedades atributivas de orden poético o estético, capaz de incorporar al género del que proceden nuevas orientaciones, transformaciones o incluso especies.
Se observará, en consecuencia, que las totalidades distributivas son, en la mayoría de los casos, especies diatéticas, descendientes relativa o filialmente las unas a las otras, y de hecho pertenecientes a la misma «familia» (sin perjuicio de la posibilidad de constituir, ulteriormente, sistemas de relaciones más complejos). Las totalidades distributivas y diatéticas constituyen los sistemas de relaciones más característicos de las clases porfirianas, las cuales se formalizan a través de «árboles lógicos» o predicamentos, en los que se clasifican diferentes dominios de elementos dados en especies, géneros, órdenes, etc. Las clases genéricas se subdividen, según su procedencia diatética, en géneros subalternos, ramificándose sucesivamente (como ocurre en las clasificaciones de Linneo). Incluso se da el caso con frecuencia de que una rama determinada del árbol no pueda subdividirse al igual que otras de su mismo rango, y dé lugar a los llamados taxones monotípicos (un taxón que sólo contiene a otros únicos de rango inferior inmediato: Linneo habría clasificado casi trescientos géneros formados por una sola especie)[5]. Puede afirmarse, pues, que las clases o géneros porfirianos organizan conjuntos o clases de elementos en virtud de sus relaciones de igualdad (o incluso de semejanza) referidas a algún parámetro común dado en el género (igualdad en peso, en forma, en color, en volumen, en composición química...).
Paralelamente, se confirma que la mayoría de las totalidades atributivas constituyen conjuntos de especies protéticas, constitutivas de complejos sistemas de relaciones en los que las especies se caracterizan por desenvolverse de forma distintiva entre sí y de forma específica respecto al género. Diríamos que en tales casos la especie se desarrolla de forma protética frente al género, o que el individuo genera formas protéticas respecto a la especie, es decir, genera «prótesis» no previstas en las «tesis» del género (o de las categorías inmediatamente superiores). De este modo, frente de las clases porfirianas, que proceden diatéticamente (del género a la especie, y de la especie al individuo), tenemos que reconocer —siguiendo a Bueno (1992: II)— la efectividad de las clases plotinianas, en atención a la proposición que Plotino enuncia en sus Enéadas (VI, 1, 3): «Los heráclidas pertenecen al mismo género, no porque se asemejen entre sí, sino porque todos descienden de un mismo tronco». Las clases plotinianas proceden tomando como referencia la mediación de los géneros entre sí, de las especies entre sí o de los individuos entre sí, es decir, protéticamente entre miembros interdependientes de la misma clase, y no diatéticamente entre miembros de clases jerárquicamente diferentes o familiarmente dependientes.
Las clases plotinianas se caracterizarán, en consecuencia, porque sus especies ya no participan inmediatamente del género, reproduciéndolo de forma clónica, sino a través de otras especies o por la mediación de otros individuos. Los géneros plotinianos son protéticos, porque se comunican con las especies a través de otras especies del género, introduciendo prótesis transformadoras en las tesis características del género de referencia. Por esta razón, el contenido esencial (tesis) de los géneros plotinianos habrá que considerarlo en tanto que insertado en las especies generadoras (prótesis) que progresivamente van introduciendo alteraciones en el sistema y evoluciones en la Historia de los géneros literarios.
7.1.2.2. Concepción de las partes
La discriminación entre categorías diatéticas y protéticas exige distinguir con gran rigor las partes materiales y formales de una totalidad, por un lado, así como, por otro lado, sus partes determinantes, integrantes y constituyentes, desde el momento en que son tales partes las que generan las prótesis (de las especies e individuos) y las que alteran los procesos de diátesis (de los géneros). Aunque ésta es una cuestión que compete al eje semántico del espacio gnoseológico, lugar en el que la desarrollaré con mayor detenimiento, algo más adelante, he de apuntarla aquí, avanzando algunas referencias necesarias a la doctrina holótica que estoy exponiendo.
7.1.2.2.1. Partes formales y materiales de una totalidad
En primer lugar, las partes de una totalidad pueden ser formales y materiales. Son partes formales de un todo sus partes metaméricas, es decir, aquellos segmentos del todo que, codeterminados mutuamente, constituyen la totalidad morfológica del objeto, de modo que, si alguna falta, el objeto en cuestión deja de serlo. Los dos pedales son partes formales de una bicicleta (no hay por el momento bicicletas sin pedales, o con un solo pedal), del mismo modo que ochenta y ocho teclas son partes formales del piano de concierto, y que catorce versos son igualmente partes formales del soneto clásico —sin estrambote— como forma métrica (pues por el momento no se reconoce la existencia de sonetos de trece versos). A su vez, son partes materiales de un todo sus partes diaméricas, es decir, aquellos segmentos del todo que no requieren necesariamente estar codeterminados de forma mutua para constituir el todo del que forman parte. Fonemas, grafías, lexemas, monemas o epéntesis, que puedan encontrarse en una égloga o en un entremés forman parte de sus partes materiales, pero no son partes formales suyas, porque en ninguna de ellas se contiene ni objetiva un elemento morfológicamente esencial y determinante de lo que es un soneto. El color (blanco, negro, caoba...) es una parte material del piano como instrumento musical, pero no es una parte formal suya, como por ejemplo lo son los dos (o tres) pedales, o las antemencionadas ochenta y ocho teclas que hacen posible la percusión de los sonidos naturales (las blancas) y de los sonidos sostenidos o bemolizados (las negras).
7.1.2.2.2. Partes determinantes, integrantes y constituyentes de una totalidad
En segundo lugar, las partes (formales y materiales) de una totalidad pueden ser discriminadas en determinantes, integrantes y constituyentes. Son determinantes las partes que consideraremos esenciales o intensionales, esto es, las que constituyen la esencia o canon de esa totalidad, y las que, en consecuencia, permiten adscribir tal o cual objeto a un género determinado. Son integrantes aquellas partes que consideraremos extensionales o aditivas, es decir, las que objetivan los rasgos paradigmáticos (que no canónicos) de esa totalidad, y que, por lo tanto, permiten adscribir tal o cual objeto a una especie determinada. Por último, son partes constituyentes aquellas que se identifican como distintivas o singulares de esa totalidad (al margen de cánones y paradigmas), partes que constituyen los accidentes en virtud de los cuales es posible individualizar tal o cual objeto, es decir, partes que permiten adscribir el objeto de referencia, en nuestro caso la obra literaria, a un prototipo, incluso hasta institucionalizarlo como tal, a partir de sus características propias como individuo, frente al género y frente a la especie.
Ha de advertirse, en el contexto gnoseológico de una teoría de los géneros literarios, que categoría y clasificación son conceptos implicados. Las clasificaciones generan desarrollos de totalidades en partes y de partes en totalidades, es decir, promueven totalizaciones en forma de sistema (como por ejemplo el sistema periódico de los elementos químicos de Mendeléiev). Como he expuesto anteriormente a propósito de la gnoseología de la literatura, las clasificaciones constituyen uno de los modi sciendi inmanentes de las ciencias positivas, según la teoría de las categorías de Bueno (1992: II). Reinos, tipos, clases, géneros, especies, individuos…, son totalizaciones (sistemáticas o sistáticas). Cabe notar, en este punto, que las categorías aristotélicas se interpretaron como géneros supremos, y los géneros como totalidades. En la tradición latina, la sustitución de «todo» por «universal» contribuyó a transformar el marco holótico en el que se organizan los géneros supremos o categorías. Un hecho fundamental en esta tergiversación —Bueno, a quien sigo, habla de «desvirtuación»— fue la orientación «formalista» que promovió el tratamiento de los universales, no ya como totalidades, sin más, sino como totalidades distributivas, en el contexto silogístico del principio dictum de omni, al modo porfiriano: «el género es un todo, el individuo es una parte, y la especie es a su vez todo y parte»[6].
Desde el punto de vista que se sostiene en esta investigación sobre los géneros literarios, las ideas holóticas (de todo y parte) están presentes en las ciencias positivas, de modo inmanente e imprescindible. Es posible aceptar que algunas especificaciones, consideradas por separado («conjunto», «clase»…), puedan poseer un régimen propio, autónomo. Sin embargo, en otros casos, con frecuencia la mayoría, se trata de pseudoespecificaciones, tales como «sistema», «estructura»… En otros supuestos, acaso menos presentes, se trata del ejercicio, tecnológico o científico, de la idea de todo («partición», «integral», «universo aislado»).
De un modo u otro, como recuerda Bueno (1992: II), el proyecto de una teoría holótica general se apunta tímidamente en la tradición escolástica, en relación con las cuestiones relativas a la unidad, multiplicidad y distinción. Suárez trata de las ideas de todo y parte en su disputa sobre la sustancia material (Disputa 36, III, 1). Ch. Wolff dedica en su Ontología (§ 341) un capítulo fundamental a las ideas de todo y parte, siempre dentro del tratamiento de las ideas de causa y sustancia. Este planteamiento de la teoría holística arraiga en la tradición inglesa desde Locke, y alcanza a la obra de Bertrand Russell (The Principles of Mathematics, 1903, § 133). Son teorías holóticas que tratan las ideas de todo y parte desde criterios formalistas.
Por su parte, el pensamiento de Bueno, que aquí reinterpretamos críticamente en sus posibilidades de aplicación según nuestra Teoría de la Literatura, sostiene la tesis de la inviabilidad científica de una teoría holótica de tipo formalista. Y en este punto Bueno tiene razón. En términos de su teoría del cierre categorial, Bueno propugna la imposibilidad de un tratamiento categorial de los todos y de las partes como si la idea de totalidad, en general, fuera una categoría (tal como la consideró Kant). ¿Por qué? Porque considerar que las categorías son totalidades no implica que la idea de totalidad constituya una categoría. En consecuencia, y siguiendo el pensamiento de Bueno en este punto, la Crítica de la razón literaria, en su teoría de los géneros literarios, somete, es decir, analiza, la teoría holótica (de los todos y las partes) a los tres ejes del espacio gnoseológico (sintáctico, semántico y pragmático), que examino a continuación.
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NOTAS
[1] «El Cosmos de Aristóteles, por ejemplo, puede considerarse como el resultado de una totalización de los fenómenos naturales que utiliza el tipo de la totalización centrada. No cabe, por tanto, reducir la imagen aristotélica del mundo a la condición de una metáfora inspirada en la rueda de un carro, por la sencilla razón de que la propia rueda del carro es, a su vez, una totalización inspirada en el tipo de totalizaciones centradas. Se supone que el Mundo de Aristóteles es una totalidad finita que gira en torno a un lugar central, ocupado por la Tierra, y que el Primer Motor, que suministra al Mundo la energía, no desempeña, sin embargo, el papel de parte central (que asumiría acaso al incorporarse a las concepciones cristianas). El Cosmos de Demócrito, en cambio, podría considerarse como una «totalización de los fenómenos naturales», resultante de la utilización del tipo de totalidades no centradas», vid. a este respecto el Diccionario filosófico de García Sierra (2000: § 152-167), donde se recogen estos y otros textos aquí citados a propósito de la teoría de las categorías enunciada por Bueno (1992: II).
[2] Platón, en el Sofista (251e-253e),
desarrolla una argumentación trascendental que se orienta a neutralizar el
pluralismo radical (nada está conectado con nada: ontología atomista) y el
monismo radical (todo está conectado con todo: ontología monista). Para
Platón, ambas alternativas son incompatibles con el discurso lógico de la razón
humana. Según Platón, no es posible un entendimiento capaz de conocer todas las
cosas, porque la symploké las hace incognoscibles. Kant fundamentó la
fuente trascendental de las categorías en determinados órganos y facultades
incorpóreas del entendimiento o de la sensibilidad, que habría que considerar
como previas a todo cuerpo, es decir, dadas a priori. Sin embargo, desde
el pensamiento de Bueno, la fundamentación de lo trascendental corre a cargo
de los órganos corpóreos del sujeto operatorio, en tanto que ese sujeto está
ligado a otros instrumentos y a otros cuerpos.
[3] Me distancio aquí, puntualmente, de la doctrina de las categorías de Bueno (1992, II), al distinguir entre totalidades diatéticas y protéticas, en lugar de distinguir, como él hace, entre totalidades diatéticas y adiatéticas. Los criterios de Bueno, en este aspecto, no me resultan operativos ante los materiales literarios.
[4] Añadirle al canon el adjetivo geográfico de «occidental» es un pleonasmo ideológico, puesto que no hay más canon que el redundantemente llamado «canon occidental». Que haya textos, con frecuencia nada literarios, que pretendan constituir por sí solos (autológicamente), o en grupo con otros textos de su misma especie (dialógica o gremialmente), un «canon literario» de referencia, frente al canon efectivamente existente, sólo prueba dos cosas: la primera, que el único canon literario que posee valor ontológico y poético es el identificado como «occidental»; y la segunda, que ese tipo de textos, que se difunden y escriben, y que incluso nacen, con la pretensión de ser canónicos, en muchos casos sólo son perceptibles y legibles en tanto que tratan de ocupar una posición dialéctica de enfrentamiento con el llamado canon occidental. Dicho de otro modo: se trata de textos que, si no existiera como referencia el canon literario occidental, ni siquiera serían legibles como textos, pues carecerían de centro de gravedad o de referencia al que apuntar. El margen sólo es legible, y posible como tal, por relación al centro, cuya existencia confirma necesariamente. Cuestión aparte es que la expresión «canon literario» haya entrado en circulación académica y publicitaria a través de un autor de best-sellers anglosféricos (valga la redundancia) como Harold Bloom, cuyo libro homónimo, por cierto, es extraordinariamente deficiente en materia literaria.
[5] «Esta posibilidad ha sido utilizada por J. R. Gregg para defender la tesis de la incompatibilidad de la teoría de los conjuntos con el sistema taxonómico de Linneo, en virtud del principio de extensionalidad, según el cual dos taxones con los mismos elementos deben considerarse como una misma clase de elementos. Sin embargo, la «paradoja de Gregg», como se la conoce, no conduce a la necesidad de hablar de una lógica linneana incompatible con la teoría de conjuntos o con la lógica de clases. Bastará introducir la perspectiva intensional, y advertir que el principio de extensionalidad no las excluye, para reconocer que es posible que una misma multiplicidad pueda desempeñar funciones de rango distinto (como ocurre cuando, en un ejército, el capitán que se hace cargo del puesto de coronel, muerto, junto con los demás capitanes, en el combate, desempeña a la vez el rango de coronel y el de capitán)», vid. al respecto el Diccionario filosófico de García Sierra, de donde tomo algunos de estos ejemplos y comentarios (2000: § 152-167).
[6] «Se comprende que pueda tomar cuerpo, en muchas ocasiones, la tendencia a «prescindir» de las ideas de todo y parte retirándolas, si fuese posible, como ideas oscuras y pretenciosas, de los escenarios que buscan la claridad y la realidad (K. Popper habló ya de la conveniencia de olvidarse del todo para atenerse a una suerte de «pensamiento fragmentario», en una dirección que habría de ser recuperada años más tarde por el llamado «pensamiento débil» —la renuncia madura a los «grandes relatos» sobre el todo— del postmodernismo). Pero una cosa es desear eliminar críticamente las Ideas de todo y parte y sus contaminaciones místicas del horizonte de las ciencias positivas y también del horizonte de la teoría de la ciencia, y otra cosa es poder eliminarlas. Ocurre con la Idea de todo como con la Idea de verdad o con la Idea de existencia. Otro tanto hay que decir de la Idea del todo. Pues esta idea es imprescindible en teoría de la ciencia, por la sencilla razón de que ella está presente, casi de modo ubicuo y, además, esencial (no meramente ocasional y oblicuo) en las más diversas ciencias y no hay una sola ciencia que no lleve embebidas, en sus procedimientos, las ideas holóticas. Si esto es así, difícilmente podríamos prescindir de ellas disimulándolas» (Bueno, 1992, II: 128-129).
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «El concepto de género literario en la teoría de las categorías», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 7.1.2), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- La Divina comedia de Dante como crisol de las 4 genealogías literarias.
- Respuesta a las preguntas del público de la Universidad de Nariño, Colombia, con motivo de la conferencia «El Hispanismo contra la posmodernidad anglosajona: contra Terry Eagleton».
- ¿Por qué los Diálogos de Platón no son literatura?
- Crítica a la enseñanza de la Teoría de la Literatura en las Universidades actuales.
- Errores en la enseñanza de la Teoría de la Literatura: los reduccionismos.
- Cuando la filosofía es sólo literatura: una lectura literaria de la Estética de Hegel.
- Los espejismos de la literatura: ¿qué es y qué no es literatura?
- Ciencia y ficción en literatura y en Teoría de la Literatura.
- ¿Cómo diferenciar ideas y conceptos en la interpretación de la literatura?
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Teoría de los géneros literarios:
¿qué es, y cómo se estudia, un género literario?
Teoría de los géneros literarios
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el ejemplo de Cervantes
Los 10 principales géneros literarios del Quijote
Novela, teatro y poesía:
transformación cervantina de los géneros literarios en el Quijote
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