Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
El demonio en el teatro de Cervantes
...que el diablo no tiene fuerzasmás que las que tú le dieres…Miguel de Cervantes, El rufián dichoso (III, 2483-2484).
La interpretación literaria no puede poblarse
de espectros confesionales ni de fantasmagorías ideológicas, aunque la creación
literaria sí esté saturada poéticamente de númenes, mitos y referentes
teológicos e ideológicos de todo tipo[1]. Toda mitología, incluida por su puesto la
de la literatura clásica, está destinada a poblar un mundo visible y plenamente
sensible. También inteligible. La obra literaria de Miguel de Cervantes no
se concibe sin la presencia y las fuentes de la mitología clásica, configurada
en la Antigüedad grecolatina (Barnés, 2009), pero tampoco puede interpretarse
al margen de la teología, de la filosofía y del conocimiento científico y
racional de su tiempo.
Este trabajo pretende estudiar la figura del demonio, tal como se formalizan en el
teatro de Cervantes como material poético y literario, desde el punto de vista
de una teoría de la religión fundamentada en el materialismo filosófico reinterpretado según los presupuestos de la Crítica de la razón literaria[2].
Me referiré, en primer término, al lugar que ocupa la figura del demonio en una
genealogía de la religión, y, a continuación, al lugar de Cervantes en una
genealogía de la literatura, para concluir finalmente, en una interpretación
del demonio en el teatro cervantino como figura numinosa, como referente
mitológico y como concepto teológico.
El
demonio en la genealogía de la
religión
En una configuración antropológica de los
materiales religiosos es posible distinguir tres etapas históricas[3]:
la religión primaria o numinosa, en
las que el núcleo de la divinidad es la figura del animal (se corresponde con
las culturas primitivas y arcaicas); la religión
secundaria o mitológica, cuyos referentes son dioses antropomorfos (su
principal exponente son las religiones del paganismo clásico: Grecia y Roma); y
la religión terciaria o teológica,
articulada en una filosofía confesional o teología (es el caso del cristianismo, judaísmo e islam, y en mucha menor medida del budismo). La obra
de Cervantes se inscribe en la época de las religiones terciarias o teológicas,
pero, desde el punto de vista de la presencia del demonio, su obra teatral
recrea y constituye una fabulación propia de las religiones secundarias o
míticas, objetivadas en figuras antropomorfas (La Numancia), y de las religiones terciarias o teológicas,
determinadas por una articulación filosófica profundamente racionalista, aunque
de signo idealista (El rufián dichoso).
Sólo de forma muy puntual, y también lúdica, la figura del demonio aparece
objetivada exclusivamente como un numen artificioso e incluso recreativo en
obras como La casa de los celos, una
comedia propia de la literatura sofisticada o reconstructivista. El demonio, en consecuencia, podrá considerarse desde esta
triple dimensión ―numinosa (espíritu genuinamente impuro, duende o diosecillo
maligno), mitológica (las larvae o lémures
del paganismo romano) y teológica (Satanás, Lucifer, Belcebú, en el
cristianismo)―, según se formalice en el contexto material de una religión
primaria o numinosa, secundaria o mitológica y terciaria o filosófica. A la
dialéctica entre tales religiones y concepciones de lo mítico, lo numinoso y lo
teológico, expresado en las formas literarias del teatro cervantino, me
referiré en este capítulo.
Genealogía de la literatura
A esta teoría evolucionista de la religión,
propuesta por Bueno (1985), a la que acabo de referirme, y dentro de la
cual el teatro de Cervantes puede situarse como una expresión crítica (La Numancia), lúdica (La casa de los celos), y también
puntualmente ortodoxa (El rufián dichoso),
en plena época histórica y en pleno centro de una geografía en la que se
extrema la exaltación política de una de las religiones teológicas o terciarias
más sobresalientes y poderosas, como es el catolicismo, a esta genealogía religiosa ―digo―
se puede añadir una genealogía literaria.
Toda genealogía de
la literatura exige hacer referencia, en primer lugar, a los tipos, modos y géneros del
conocimiento literario, para ubicar posteriormente cada obra ―así como cada
material literario (autor, texto, lector e intérprete o transductor)― en el
contexto que le corresponde dentro de los cuatro linajes o familias que
constituyen la genealogía literaria. Como se trata de demostrar, la obra de Cervantes se sitúa entre los procedimientos estéticos de la literatura crítica o indicativa (Numancia, Quijote, la totalidad de los entremeses
y la mayoría de las comedias y Novelas
ejemplares, así como abundantes pasajes del Persiles), por una parte, y la literatura sofisticada o reconstructivista (Galatea, Coloquio de los perros, Viaje del Parnaso, Laberinto de amor, así como recurrentes momentos del Quijote), por otra. La obra que muy por
encima de todas las cervantinas mejor refleja este lugar genealógico, literario
y poético, en el ámbito de la denominada Literatura sofisticada o
reconstructivistas, es precisamente Viaje
del Parnaso, seguida de la comedia La
casa de los celos. A su vez, la única incursión cervantina en la denominada
Literatura programática o imperativa es, sin lugar a duda, la comedia
hagiográfica El rufián dichoso.
Tipos,
modos y géneros del conocimiento literario
Los
saberes literarios pueden organizarse según el tipo y el modo de
conocimiento. Por el tipo de conocimiento, serán pre-racionales o praeter-racionales,
si se han constituido con anterioridad al pensamiento sistemático racionalista
o de espaldas a él, y serán racionales,
si se han concebido desde criterios y premisas científicos o filosóficos,
basados en una crítica y en una dialéctica necesariamente dada en symploké. Por el modo de conocimiento,
los saberes literarios podrán ser críticos,
si se construyen sobre presupuestos capaces de disponer el análisis y la
síntesis de sus materiales de estudio mediante el establecimiento
discriminatorio de valores y contravalores, y serán acríticos, si no lo hacen, es decir, si evitan el enfrentamiento
dialéctico con aquello que se proponen interpretar.
De la
relación entre tipos de conocimiento
literario (pre-racional / racional) y modos
de conocimiento literario (crítico / acrítico) se derivan los cuatro géneros de conocimiento literario, que
denominaré: 1) primitivo o dogmático,
2) crítico o indicativo, 3) programático o imperativo, y 4) sofisticado o reconstructivista.
Cada uno
de estos cuatro géneros de conocimiento literario dará lugar a un linaje o
progenie literaria, cuyo conjunto permite considerar y objetivar críticamente
una genealogía de la literatura, de la que emergen cuatro familias principales
o esenciales, que son las siguientes:
1. Literatura primitiva o dogmática.
2. Literatura crítica o indicativa.
3. Literatura programática o imperativa.
4. Literatura sofisticada o reconstructivista.
La obra
de Cervantes en la genealogía de la literatura
A continuación me referiré a determinadas características de la literatura cervantina como constituyentes, en una genealogía de la literatura, de la denominada Literatura sofisticada o reconstructivista, dentro de la que Viaje del Parnaso ocupa un lugar de referencia. Señalo las propiedades definitorias de cada una de estas cuatro familias literarias.
1. La Literatura primitiva o dogmática es la primera de las familias literarias, aquella que se construye sobre saberes pre-racionales y acríticos, y que se basa en modos de conocimiento propios de culturas bárbaras, primitivas o arcaicas (mito, magia, religión y técnica). Es el caso del Poema de Gilgamesh, la Biblia o el Corán, por ejemplo. Ninguna obra de Cervantes se sitúa en este ámbito.
2. La Literatura crítica o indicativa estructura saberes racionales y críticos, porque es resultado del impacto que la desmitificación, el racionalismo, la filosofía y la ciencia de las sociedades civilizadas y estatales han ejercido sobre los modos de conocimiento procedentes de las culturas bárbaras (mito, magia, religión y técnica). A este grupo pertenecen obras como los Cuentos de Canterbury de Chaucer, la Divina commedia de Dante, La Celestina de Fernando de Rojas, Lazarillo de Tormes, Tiempos difíciles de Dickens, La Regenta de Clarín, Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, entre innumerables ejemplos. A este dominio genealógico pertenece el grueso de la obra literaria cervantina: el Quijote, la tragedia deicida Numancia, los ocho entremeses sin excepción (particularmente el Retablo de las maravillas o la Elección de los alcaldes de Daganzo), prácticamente todas sus comedias (disponemos de nueve de segura autoría), todas las Novelas ejemplares, también algunos pasajes de la Galatea, donde se critican y parodian partes determinantes e integrantes de la novela pastoril, y por supuesto el Persiles, donde la crítica a la religión teológica alcanza una sutileza que sigue siendo a día de hoy de extrema controversia[4].
3. La Literatura programática o imperativa se despliega sobre la preceptiva de una combinación o yuxtaposición de saberes racionales y acríticos, desde los que se trata de influir en términos de ideología, pseudociencia, teología y tecnología en los saberes racionales y críticos sobre los que está construida la literatura crítica o indicativa, a fin de neutralizarla, contrarrestarla o simplemente reemplazarla. Es el caso del Quijote de Avellaneda frente al Quijote de Cervantes, el Arte nuevo de hazer comedias en este tiempo de Lope de Vega, los autos sacramentales de Calderón, el teatro épico de Bertolt Brecht, o el Emilio de Rousseau, si aceptamos su lectura como un Bildungsroman, y también la mayor parte de la autodenominada «literatura digital» o «literatura de internet». Ni una sola obra de Cervantes puede adscribirse a esta genealogía literaria, si exceptuamos su comedia hagiográfica El rufián dichoso.
4. La Literatura sofisticada o reconstructivista
se diseña a partir de la amalgama de saberes críticos que, siendo muy sofisticadamente
racionalistas, simulan ser lúdica o inocentemente irracionales o
pre-racionales, de tal manera que promueven una literatura destinada a
estimular el psicologismo, el sobrenaturalismo, el animismo y la reconstrucción de realidades imaginarias. Es el caso de una parte
muy considerable de la literatura contemporánea y posromántica. Sus
antecedentes ya se encuentran en el helenismo, en obras como El asno de oro de Apuleyo. La obra de Rabelais
se inserta en esta trayectoria, como también buena parte del teatro de
Shakespeare. Creacionismo, surrealismo y dadaísmo, por ejemplo, son pura
literatura sofisticada o reconstructivista, al igual que la poesía de William Blake o Rainer-Maria Rilke, la narrativa de Franz Kafka o Jorge Luis Borges, y
el teatro de Eugène Ionesco o Fernando Arrabal, entre tantos otros autores y
obras que pueden citarse. La literatura cervantina no es plenamente proclive a
esta genealogía, pero sí participa muy lúcidamente de ella en pasajes decisivos
del Quijote ―como el episodio de la
cueva Montesinos, la creación de Dulcinea, las aventuras en el palacio de los
duques o el artificio de las numerosas historias intercaladas―, en el Coloquio de los perros y,
explosivamente, en el Viaje del Parnaso.
El
demonio en la genealogía de la literatura
Se observa que cada linaje o familia literaria
explicita y contiene su propia idea y concepto de demonio, tal como se
manifiesta en una genealogía de la literatura, y en consecuencia también su
propia idea y concepto de religión. Conviene determinar, pues, qué posición
ocupan Cervantes y su obra en este contexto literario y religioso, en el que
cada genealogía literaria postula su propia idea de demonio y de religión.
Así, en la literatura primitiva o dogmática, el
demonio adquiere múltiples formas encarnadas en figuras impuras, malignas o
explícitamente perversas. Las más primitivas literaturas, el Poema de Gilgamesh, la Teogonía de Hesíodo, los libros veterotestamentarios,
los textos coránicos ―elaborados en pleno cristianismo―, con frecuencia dadas
en sociedades no organizadas estatalmente, están repletas de este tipo de
deidades. Aquí habría que situar a buena parte de los dioses y númenes de las
religiones primarias, con frecuencia animales, al margen incluso de su
significación moral: la serpiente luzbelina del Paraíso, el cuervo negro del
arca, el becerro de oro, etc. Son divinidades impuras o maléficas propias de
literaturas bíblicas y arcaicas, que suelen corresponder con las denominadas
religiones primarias o esencialmente numinosas. La literatura cervantina no
hace referencia apenas en su teatro a nada que pueda identificarse con esta
genealogía literaria.
En segundo lugar, la literatura crítica o
indicativa postula el ateísmo, la negación crítica y racional de la idea de un
dios o de un demonio antropomorfos, omniscientes e intervencionistas, desde una
metafísica eterna o eviterna. Es una literatura que desmonta el
intervencionismo divino o diabólico y metafísico. Es el materialismo
racionalista desde el que la literatura y la filosofía se enfrentan al
idealismo racionalista de la teología cristiana. La demostración más sobresaliente
es el Quijote y las Novelas ejemplares de Cervantes, frente
a un mundo como el de la dramaturgia shakesperiana, poblada de fantasmas,
brujas, espectros, premoniciones y determinismos sobrenaturales o
trascendentes. Ha de advertirse igualmente que la dramaturgia cervantina no es
por completo ajena a esta mitología, pero también es innegable que la codifica
de forma gnoseológica y filosóficamente muy diferente, al postular incluso una
perspectiva afín al pensamiento espinosista. He advertido en más de una ocasión
que Cervantes es el Spinoza de la literatura (2007). Desde el punto de vista
teatral, La Numancia es la obra que
apela a esta genealogía literaria, al introducir en la literatura y el teatro
europeos la secularización de la tragedia, es decir, al abrir en el teatro las
puertas del ateísmo (Maestro, 2004, 2013).
Por su parte, la literatura programática o
imperativa objetiva al demonio de la teología cristiana, de signo dogmático
(Agustín de Hipona) o de signo escolástico (Tomás de Aquino). Del primero
deriva el demonio protestante, de consecuencias luteranas y calvinistas. Milton es su principal exponente. Del segundo brota escolásticamente la interpretación
―mucho más racionalista y persuasiva― de las figuras demoníacas de raíces católicas,
que dio en la literatura cristiana, anterior y posterior a la Contrarreforma, frutos
muy bien explicitados en la obra de Dante y Calderón. Son los demonios propios
del racionalismo idealista de la teología, que intervienen e incluso
protagonizan las obras literarias para hacer en ellas explícitos sus programas
e imperativos religiosos. Estamos ante una literatura profundamente latréutica,
en la que se objetiva y fundamenta una religión teológica o terciaria. En el
caso de Cervantes, la única obra que podemos adscribir a esta categoría es El rufián dichoso.
Por último, la literatura sofisticada o
reconstructivista rinde culto a un diablo lúdico, creativo y recreativo, propio
de las obras de arte. Es el dios de la estética y de la poética. El dios de la retórica,
también. Es el dios de los poetas, de los dramaturgos y comediantes: «Dios está azul», dirá Juan Ramón Jiménez. Son los dioses malignos que recrea el paganismo
prerromántico y modernista, la mitología los númenes que despierta el
Romanticismo, las figuras metafísicas con las que juegan las vanguardias
surrealistas y ultraístas —los ángeles de Alberti. Es el Mefistófeles goethiano, cuyo precedente fundamental aurisecular es El diablo Cojuelo (1641) de Luis Vélez de Guevara. El Romanticismo haré germinar el dios maligno que se explicita en Maldoror. Es este tipo de diablo
un demonio de semilla protestante, luterana, agustina. Es un diablo de diseño, más numinoso que teológico,
más sofisticado que místico, más artificioso que real. En este caso, estamos
ante materiales literarios que contienen, en un sentido ante todo lúdico y
formal, una religión secundaria o mitológica, cuyos protagonistas son demonios
míticos o númenes antropomorfos.
En este último apartado ha de incluirse el
cervantino Viaje del Parnaso,
característico de una literatura sofisticada o reconstructivista, en la que los
dioses son «juguetes formales», auténticas figuras literarias carentes de todo
sentido religioso y, por supuesto, desposeídos de todo valor teológico. Por lo
que respecta a su teatro, es cita obligada La casa de los celos.
Adviértase que en la literatura primitiva o
dogmática, el demonio se comporta como un término
ideal que mantiene relaciones ideales
con otros términos (una serpiente que dialoga con una mujer). En la literatura
crítica o indicativa al demonio se le exige un estatuto de realidad que el
racionalismo científico y filosófico le niegan, por lo que al no poder actuar
como un término real que establece relaciones reales con otros términos,
resulta desmitificado o desautorizado (es el caso de demonios que puede invocar
una bruja como la Cañizares en El
coloquio de los perros). Asimismo, en la literatura programática o
imperativa de signo cristiano, al demonio se le reconoce una operatoriedad
efectiva, de modo que se concibe como un término real al que es posible vencer
en un mundo amparado por la fe y por la presencia de Dios, cuyo fin ha de ser
una Ciudad de Dios (Agustín de
Hipona), es decir, una utopía religiosa. Tendríamos en este caso a un término
real ―el demonio― que dejaría de existir realmente en una ciudad, en un estado
o en una sociedad ideal, donde no hubiera maldad alguna[5]. Por su
parte, la literatura sofisticada o reconstructivista dispone que términos
ideales establezcan entre sí relaciones reales (ángeles que se comportan entre
sí como seres humanos de carne y hueso, demonios que sufren como personas esclavizadas
u oprimidas por un ser superior, figuras luzbelinamente revolucionarias o
rebeldes…). Es una poética que recupera el mito y la numinosidad más antiguos,
para integrarlos en los problemas y conflictos de un mundo presente. La
ilustración tardía y el prerromanticismo están en los orígenes más recientes de
este recurso poético, presente por otro lado desde el helenismo (El asno de oro, de Apuleyo), y aún antes.
El demonio
en el teatro de Cervantes:
numen,
mito y referente teológico
Hablar
del demonio en el teatro de Cervantes exige referirse ante todo a dos obras
capitales: La Numancia y El rufián dichoso. Una tragedia deicida,
por un lado, ambientada en el idealismo de una sociedad preestatal, y bajo el
trasfondo de una religión mitológica de
diseño, y una comedia de santos, por otro lado, en consonancia con la
Contrarreforma y en asonancia con la preceptiva lopesca, en cuyo íncipit se
inserta uno de los pasajes más célebres de la poética cervantina.
En el
resto de su teatro, la presencia del demonio suele ser inexistente o
insignificante. En contadas ocasiones pueden aparecer figuras de demonios sin
voz y si posibilidad de acción. No protagonizan ningún diálogo, sino que se
presentan como una suerte de figuras o accesorios que forman parte de un
decorado relativamente inerte, aunque significante. Es un demonio que habita en
las acotaciones teatrales, pero que no interviene en el diálogo. Forma parte de
una dimensión más espectacular que literaria. Dicho de otro modo, disponen de
una presencia más óntica que semántica. Están y significan, pero no actúan. Es
el caso, por ejemplo del demonio que aparece en el acto primero de La casa de los celos, la obra más
numinosa de Cervantes, dominada por la pseudomagia, lo extraordinario y lo
fantástico, lo alegórico y la ironía de la mitología, cuando Malgesí comienza a
leer una suerte de grimorio y un demonio hace acto de aparición: «Apártase
Malgesí a un lado del teatro, saca un libro pequeño, pónese a leer en él, y
luego sale una figura de demonio por lo hueco del teatro y pónese al lado de
Malgesí» (I, acotación entre vv. 180-185). No volveremos a ver a esta silente
―y decorativa― figura demoníaca.
Algo más
significativa es la manifestación del demonio en La Numancia, pero, en esta obra que constituye un momento clave en
la secularización de la tragedia en la literatura universal, la figura del diablo exige una
interpretación más detenida.
La
presencia del demonio en La Numancia
(II, acto 2) tiene lugar en el contexto de la celebración de un ritual propio
de religiones secundarias o mitológicas. El conjunto de sacerdotes de Numancia
celebra un rito oficial y estatal para conocer las consecuencias que ha de
tener el cerco al que los romanos les someten. La escena de los augurios está
introducida por el diálogo que mantienen Leoncio y Morandro, personajes dotados
de personalidad propia, desde la cual se examina críticamente todo cuando
sucede en esta y otras secuencias. Uno y otro serán testigos de las actividades
de los hechiceros desde un espacio en acecho, desde el que observan sin ser
observados.
quizá por ocultas víasse ordena nuestro provecho;que Júpiter soberanonos descubrirá camino,por do el pueblo numantinoquede libre del romano;... ... ... ... ... ... ...que, para tener propicioal gran Júpiter Tonante,hoy Numancia, en este instante,le quiere hacer sacrificio.Ya el pueblo viene y se muestracon las víctimas e incienso.¡Oh Júpiter, padre imenso,mira la miseria nuestra![Apártanse a un lado.](Leoncio a Marquino. I, 771-787).
Leoncio y
Morandro contemplan el ritual como espectadores segregados del resto de los
espectadores, lo que confiere a la ceremonia religiosa un estatuto teatral
dentro de la representación de la tragedia. Un doble escenario separa a los
númenes del espectador. Cervantes introduce así una distancia física y
emocional jamás prevista en la tragedia antigua, y que objetiva sin duda el
descrédito y la desmitificación con la que dos personajes numantinos transmiten
a los espectadores de la tragedia Numancia la teatralización de la
experiencia religiosa.
(Han de salir agora dos numantinos, vestidos como sacerdotes antiguos, y traen asido de los cuernos en medio de entrambos un carnero grande, coronado de oliva o yedra y otras flores, y un Paje con una fuente de plata y una toalla al hombro; otro, con un jarro de plata lleno de agua; otro, con otro lleno de vino; otro, con otro plato de plata con un poco de incienso; otro, con fuego y leña; otro que ponga una mesa con un tapete, donde se ponga todo esto; y salgan en esta scena todos los que hubiere en la comedia, en hábito de numantinos, y luego los sacerdotes, y dejando el uno el carnero de la mano, diga:)
Sacerdote Primero: Señales ciertas de dolores ciertos... (II, 789).
En esta
secuencia ritual se manifiestan varias confluencias, contradicciones y mixturas, entre elementos religiosos propios de las religiones primarias o numinosas,
como es el sacrificio animal, y la relación verbal con un numen; de las
religiones secundarias o míticas, como es la presencia sofisticada de un
ceremonial protagonizado por personas a las que se les confiere una autoridad
religiosa y ejecutiva, los sacerdotes, y la referencia a un dios —Júpiter[6]— que
es un numen andromorfo perteneciente al paganismo mitológico de la cultura
romana, la cual, en este caso, pertenece genuinamente al pueblo invasor; y de
las religiones teológicas o metafísicas, como es la afirmación de un contenido
moral propio concretamente del cristianismo, tal como se declara por boca del
Sacerdote Segundo:
y arrepentíos de cuanto mal hicistes;que la oblación mejor y la primeraque se debe ofrecer al alto cielo,es alma limpia y voluntad sincera(Sacerdote Segundo al pueblo de Numancia. II, 800-804).
La escena
de los augurios evoluciona hacia una ilustración épica e idealista de
ornitoscopia, con interpretación funesta de graznidos y direcciones en el vuelo
de las aves.
¿No ves un escuadrón airado y feode unas águilas fieras, que peleancon otras aves en marcial rodeo?(II, 849-851).
A
continuación, se invoca una nueva deidad: Plutón. He aquí la presencia
del demonio, pero no en formato teológico o cristiano, según una religión
terciaria, sino según la fenomenología y la lógica de las religiones
mitológicas o secundarias. Se trata ahora de un numen terrestre, demoníaco,
también andromorfo, pero sujeto a las deidades celestes. Igualmente se trata de
un dios perteneciente a la mitología romana, es decir, la invasora. Plutón
introduce el sacrificio del animal, un carnero. La ironía que nos sirve el
racionalismo no puede ser mayor. Los numantinos, cercados y asfixiados, que muy
pronto no tardarán en morirse de hambre, ofertan un carnero a los númenes. Y no
es coherente decir que los acontecimientos decisivos aún no han tenido lugar,
porque el cuerpo muerto que el hechicero Marquino va a resucitar justo en la secuencia
siguiente ha muerto, precisamente de hambre, antes de que los sacerdotes
sacrificaran al animal: «De qué murió» —pregunta Marquino—. «Murió de mal
gobierno» —responde Milvio—: «La flaca hambre le acabó la vida, / peste cruel
salida del infierno» (II, 945-947). E inmediatamente después Milvio confirma: «Habrá
tres horas que le di el postrero / reposo, y le entregué a la sepultura / y de
hambre murió, como refiero» (II, 954-956). Al parecer, el carnero se lo lleva un
Demonio que surge bajo el tablado, sin duda un Plutón, o un enviado de
Plutón, que acude a recoger el fruto del sacrificio.
(Aquí ha de salir por los huecos del tablado un Demonio hasta el medio cuerpo, y ha de arrebatar el carnero, y meterle dentro, y tornar luego a salir, y derramar y esparcir el fuego y todos los sacrificios.)
En sus diálogos con Marquino, Leoncio discute y niega el crédito de todas estas actividades adivinatorias. Son éstas declaraciones que carecen de valor institucional o estatal, es decir, no son oficiales, sino personales, particulares, críticas, heterodoxas. Se produce de este modo una desmitificación de lo extraordinario o sobrenatural, como fuente de conocimiento y como causa externa o eficiente de todo acontecimiento. Todas estas razones inducen a hablar de Cervantes como el primer artífice de una secularización de la tragedia en la historia de la literatura y del teatro (Maestro, 2004).
Morandro, al que es buen soldadoagüeros no le dan pena,que pone la suerte buenaen el ánimo esforzado;y esas vanas aparienciasnunca le turban el tino:su brazo es su estrella y signo;su valor, sus influencias.Pero si quieres creeren este notorio engaño,aún quedan, si no me engaño,experiencias más que hacer;que Marquino las hará,las mejores de su ciencia(Leoncio a Morandro. II, 915-928).
Sin embargo, en una comedia como El rufián dichoso, la idea y concepto de demonio cambia completamente. Esta pieza hagiográfica presenta un diablo teológico. Lo numinoso y lo mitológico resultan aquí reemplazados por el racionalismo de una filosofía confesional: el catolicismo.
Como sabemos, El rufián dichoso es la pieza hagiográfica que representa la incursión cervantina en las comedias de santos. En ella aparecen personajes alegóricos (Comedia y Curiosidad), y episodios en cuya verosimilitud insiste Cervantes de forma constante, mientras que paralelamente se constata la falta de observación de las unidades clásicas, contrariando así algunos de los postulados cervantinos en materia de poética teatral. Así, por ejemplo, en la jornada II, entre los versos 1643 y 1644, Cervantes señala una acotación en que indica la entrada de Ana Treviño, un médico y dos criados, y a continuación declara que «todo esto es verdad de la historia»; más adelante, en el momento en que se produce la visión ante el padre Cruz —antes rufián en Sevilla— y fray Andrés, entre los versos 1743 y 1744, dice la acotación que «todo esto desta máscara y visión fue verdad, que así lo cuenta la historia del santo»; poco después, entre 1759 y 1760, se insiste en que «todo esto fue así, que no es visión supuesta, apócrifa ni mentirosa»; en la jornada tercera, se lee entre 2265 y 2266: «Entranse todos, y salen dos demonios; el uno con figura de oso, y el otro como quisieren. Esta visión fue verdadera, que ansí se cuenta en su historia».
En suma, la presencia en esta comedia de la figura del demonio se inscribe en lo sobrenatural religioso, más concretamente, en lo sobrenatural teológico, desde el momento en que no toda religión es teológica o terciaria ―porque como se ha visto las hay numinosas o primarias y mitológicas o secundarias (Bueno, 1985), algo que permite salvaguardar, en la poética cervantina, los principios de la verosimilitud en la fábula literaria. La figura del demonio adquiere una triple manifestación, a través de tres personajes diabólicos: Saquiel, Visiel y el propio Lucifer. Los dos primeros se presentan caracterizados de forma horrenda y agresiva, uno de ellos con la apariencia de un oso. Sin embargo, Lucifer se impone, casi diríamos prerrománticamente, con apostura y acaso belleza luzbelina, si nos atenemos a las exigencias de la acotación cervantina: «Salen Lucifer, con corona y cetro, el más galán demonio y bien vestido que ser pueda, y Saquiel y Visiel, como quisieren, de demonios feos» (III, entre vv. 2615 y 2616). ¿Estamos tal vez ante uno de los primeros demonios esbeltos de la literatura española y también europea? Las intervenciones verbales y funcionales de los diablos se limitan a diálogos frustrados y a tentativas inútiles en su lucha por arrebatar el alma del agónico Cristóbal de la Cruz[7], antiguo rufián sevillano en la primera jornada de la comedia, y actualmente milagroso fraile de la orden de Santo Domingo en Nueva España. Con todo, y pese al poderoso código teológico que organiza la fábula de toda comedia de santos, en la literatura cervantina aflora siempre la razón antropológica, bien como alternativa, bien como aliada ―en este caso― de la razón teológica. Cervantes pone en boca del protagonista «que el diablo no tiene fuerzas / más que las que tú le dieres» (III, 2483-2484). Al margen de las interpretaciones teológicas que puedan proponerse sobre tal declaración, resulta innegable la responsabilidad antropológica que aquí se objetiva, según la cual la voluntad humana, y el ejercicio de la libertad, en suma, están por encima de cualesquiera fuerzas inhumanas, exceptuando la idea del Dios teológico, naturalmente. En cierto modo, Cervantes parece postular, en última instancia, que la fuerza diabólica no sería ni numinosa, ni mitológica, ni exclusivamente teológica, sino que requiere para su interpretación también la concurrencia de una razón antropológica, al margen de la cual nada tiene sentido ni posibilidad de entendimiento.
En síntesis, puede afirmarse, desde el doble punto de vista de la genealogía de la religión y la genealogía de la literatura, que el demonio en el teatro de Cervantes es objeto de una triple manifestación y configuración.
En primer lugar, ha de señalarse que en el teatro cervantino no hay figuras demoníacas propias de una literatura primitiva o dogmática, es decir, propias de una literatura irracional y acrítica, basada en conocimientos míticos, religiosos (númenes animales) o mágicos. Algo así está descartado.
En segundo lugar, sí se observa, en el ámbito de una literatura crítica o indicativa, basada en formas de conocimiento racionales y críticas (desmitificación, racionalismo, ciencia y filosofía), una idea de demonio que resulta desmitificada y desautorizada, como ocurre en La Numancia, donde la mitología demoníaca se desestima y minusvalora frente al racionalismo antropológico de los protagonistas de la tragedia.
En tercer lugar, también se observa, y de forma explícita, la presencia del demonio en tanto que concepto y referente teológico, en la comedia hagiográfica El rufián dichoso, obra que sin duda puede y debe calificarse, por su contenido religioso, de literatura programática o imperativa ―acaso la única que en esta genealogía literaria cultiva Cervantes, si excluimos al Persiles―, en la que se combinan lo racional y lo acrítico. Lo racional, porque Cervantes escribe esta comedia desde el racionalismo teológico de la hagiografía contrarreformista y desde el formato lopesco de la comedia nueva, y lo acrítico, porque el autor del Quijote no discute aquí el dogma, sino que lo ilustra ―incluso verosímilmente― en la fábula literaria.
En cuarto lugar, ha de señalarse, ya en el ámbito de la literatura sofisticada o reconstructivista, la presencia, eminentemente lúdica y poética, de figuras demoníacas en comedias como La casa de los celos, donde lo sobrenatural de los hechos fabulados, el animismo de figuras y personajes, y el reconstructivismo y artificio de múltiples referentes legendarios, mitológicos y abiertamente mágicos, convierten al demonio en un personaje de diseño artificioso, en cierto modo como un accesorio más en el conjunto de todo un sistema de signos teatrales determinado por el mundo Barroco de alta tradición medieval.
En suma, se advierte que el demonio, en el teatro de Cervantes, es una construcción profundamente racional y humana, bien en términos numinosos y lúdicos (La casa de los celos), propios de una literatura sofisticada o reconstructivista, bien en términos mitológicos, que resultarán desacreditados y desmitificados (La Numancia), desde una literatura crítica o indicativa, bien en términos teológicos y acríticos, desde un racionalismo católico (El rufián dichoso), según el modelo de una literatura programática o imperativa. El diablo cervantino es explícitamente lúdico y teológico, y siempre absolutamente racional. Su razón, como también la de Dios, es una razón construida por el ser humano.
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NOTAS
[1] Aquí partimos de la base de que las ideologías que surgen en la Edad Contemporánea son históricamente resultado de la secularización de disputas otrora religiosas, que tanta ―y tan calamitosa― expansión conocieron durante las guerras de la Edad Moderna. De hecho, los conflictos ideológicos actuales operan como conflictos religiosos secularizados. Antaño se luchaba en nombre de un dios o una utopía religiosa, más tarde se luchó en nombre de un líder o una utopía política.
[2] La Crítica de la razón literaria, entre otras cosas, es una reinterpretación del materialismo filosófico, en muchos aspectos no siempre coincidente con el pensamiento de Bueno, sobre todo en tanto que Teoría de la Literatura que se despliega como una ciencia de los materiales literarios.
[3] Sigo en este
sentido la obra de Gustavo Bueno, El animal divino (1985).
[4] He estudiado
por separado cada una de estas obras en diferentes monografías, en las que
trato por extenso lo que aquí he simplemente apuntado: vid. sobre los géneros
literarios en Cervantes, Maestro (2009); sobre el teatro (2000, 2004, 2013);
sobre la adscripción de las obras cervantinas a las diferentes genealogías
literarias (2012); sobre la Galatea
(2008), las Novelas ejemplares (2007)
y el Persiles (2004a).
[5] No ha de
sorprender este hecho, pues toda utopía confiere a lo alegórico, a lo
ideológico, a lo religioso, a lo imaginario…, un estatuto real ―porque lo
prograrmático presupone siempre un punto de partida o premisa idealista―, que
desemboca obstinadamente en un mundo ideal de relaciones ideales. La Literatura
programática o imperativa postula siempre una utopía, en la que los términos
reales acaban estableciendo entre sí relaciones ideales, como en un Paraíso terrenal. Las relaciones ideales
acaban siempre por idealizar a los términos mismos que relacionan.
[6] Júpiter es
la única deidad que se menciona en La Numancia. Y lo es por los numantinos,
nunca por los romanos. A Júpiter se le cita, menciona, alude, inquiere, con
el fin de conocer el futuro. No se le adora, se le interroga o consulta. No se le rinde
culto, sino que simplemente se le invoca para que actúe como un oráculo, como
un numen revelador de prolepsis. No se le trata propiamente como lo que es, un
Dios todopoderoso, sino como a una especie de Pitonisa o criatura délfica. En
el mejor de los casos, los numantinos tratan a Júpiter como los helenos
invocaban al dios Apolo, ignorando que debería ser alabado como Zeus. Zeus
quedaría reducido a un Apolo. Realmente los numantinos carecen de inquietud
religiosa: sólo invocan a algún dios o numen para conocer el futuro, es decir,
lo que les sucederá en la vida. El más allá no constituye para ellos ningún
problema, ninguna inquietud, nada. En este sentido actúan de forma
completamente epicúrea, descreída, atea. Con todo para ellos el futuro es algo que está por venir, no por hacer.
[7] Los breves diálogos entre Cristóbal de la Cruz y los diablos remiten a un fundamento dialéctico y teológico, entre el bien y el mal, y pueden inscribirse intertextualmente en una larga tradición, medieval, literaria y religiosa, de la que en cierto modo son consecuencia y reflejo. Desde sus orígenes, la comedia de santos se distingue de los autos o farsas sacras del siglo XVI, y de los autos sacramentales del siglo XVII, por el planteamiento de los problemas religiosos, de gran sencillez y claridad, y por la construcción de la fábula o acción principal, que sigue en su desarrollo los mismos planteamientos que los establecidos por Lope en la comedia nueva para el teatro profano. La religiosidad no se expresa inicialmente a través de abstrusas complicaciones teológicas, sino a través de escenas populares y crédulas, de expresión sencilla y elemental; en Lope predominarán los personajes cándidos y devotos, lejos del intelectualismo que caracterizará a los prototipos calderonianos. Por su parte, el tratamiento que Cervantes concede a la poética dramática de las comedias de santos está determinado por una expresión formal de coherencia y verosimilitud.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «El demonio en el teatro de Cervantes», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (IV, 4.4), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- ¿Cómo leer a Cervantes en las Universidades del siglo XXI? Conferencia en la Fundación Adolfo Domínguez.
- Cervantes, el Quijote y la Filosofía en la novela y teatro cervantinos según la Crítica de la razón literaria.
- 1. La Galatea de Cervantes o cómo preservar la literatura de la religión.
- 2. Cervantes y La Numancia: hacia una poética moderna y contemporánea de la tragedia.
- 2.1. Presencia de La Numancia en diferentes modelos de dramaturgia trágica.
- 2.2. Idea de libertad en La Numancia de Cervantes.
- 3. El personaje teatral en las comedias de Cervantes.
- 4. Los entremeses de Cervantes: ¿ridiculización o comprensión del ser humano?
- 5. Introducción al Quijote. Nueve criterios para interpretar el Quijote.
- 5.0. Filosofía y liderazgo en el Quijote.
- 5.1.1. El narrador del Quijote (1 de 4). Los autores ficticios del Quijote.
- 5.1.2. El narrador del Quijote (2 de 4). ¿Quién es Cide Hamete Benengeli?
- 5.1.3. El narrador del Quijote (3 de 4). Cervantes niega la certidumbre de un mundo unitario.
- 5.1.4. El narrador del Quijote (4 de 4): un cínico y un fingidor. Las mentiras del narrador del Quijote.
- 5.2.1. Suicidas y misántropos: Grisóstomo y Marcela, dos personajes anómicos o patológicos del Quijote.
- 5.2.2. El suicidio de Grisóstomo: el entierro civil más espectacular de la Literatura Española.
- 5.2.3. El mito de la pastora Marcela: la falacia de la libertad y la falacia del feminismo.
- 5.3. La parodia en el Quijote: Cervantes se burla de todos los idealistas.
- 5.4.1. El Quijote y los libros de caballerías.
- 5.4.2. El Quijote y la novela pastoril: un género literario bajo la dialéctica del realismo.
- 5.4.3. El Quijote y la novela bizantina: la caricatura del heroísmo idealista.
- 5.4.4. La novela morisca en el Quijote: la verosimilitud es un concepto inútil a la teoría literaria.
- 5.4.5. El Quijote y la novela cortesana: de las novelle italianas a la novela perspectivista española.
- 5.4.6. El Quijote y la novela picaresca.
- 5.4.7. Lo fantástico y lo maravilloso en el Quijote de Cervantes.
- 5.4.8. El Quijote y la novela autobiográfica: la realidad personal de la ficción en la novela moderna.
- 5.4.9. La novela epistolar en el Quijote: la carta como origen y modelo del ensayo.
- 5.4.10. El Quijote de Cervantes y la literatura sapiencial.
- 5.5.1. Don Quijote y su discurso sobre la Edad de Oro: una completa parodia del idealismo político.
- 5.5.2. La cara oculta del Quijote: originalidad del teatro de Cervantes intercalado en el Quijote.
- 5.5.2.1. Cervantes construye en el Quijote el teatro épico que, sin razón literaria, se atribuye a Bertolt Brecht.
- 5.5.2.2. Cómo interpretar las apariencias de la realidad a través de la literatura: don Quijote y el carro de las cortes de la muerte.
- 5.5.2.3. Cervantes, censor de obras literarias ajenas: el arte sin normas es un timo ideológico y un fraude cultural.
- 5.5.2.4. La vida humana como autoengaño individual y colectivo: la narración del Quijote como puro espectáculo teatral.
- 5.5.2.5. Cómo integrar el teatro en la novela moderna desde la comedia renacentista y barroca: así supera Cervantes la dramaturgia de Shakespeare.
- 5.5.3.1. Introducción a la poesía de Cervantes: idea de la lírica según don Quijote.
- 5.5.3.2. Cervantes y la poesía como artificio de ficciones: amar en verso en más importante que amar (sin más).
- 5.5.3.3.1 Secretos de la poesía: Argensola y Cervantes o cómo engañar con la verdad haciendo versos.
- 5.5.3.3.2. Las 5 características esenciales de la poesía de Miguel de Cervantes.
- 5.5.3.3.3. Cervantes, en la poesía, reemplaza la biografía personal y la verdad por el artificio y la mentira.
- 5.5.3.4.1. Más allá de la poesía del Quijote: introducción al Viaje del Parnaso de Cervantes.
- 5.6.0.1. La locura de don Quijote es un artificio lúdico y crítico de Cervantes.
- 5.6.0.2. Don Quijote es un cuerdo que se finge loco para actuar con mayor libertad política.
- 5.6.1. Juego, fuero y locura en el Quijote: 3 trucos no literarios para sustraerse a las normas y a la ley.
- 5.6.2. La locura de don Quijote como eximente de responsabilidades: perdona a tus enemigos, pero no a los enemigos de tu lengua.
- 5.6.3. Así se divierte un «loco» como don Quijote: la locura como un uso lúdico de la razón.
- 5.6.4. Un envidioso es alguien que ha fracasado en su deseo de ser original: La locura de Cardenio frente a don Quijote.
- 5.6.5. La locura no es objeto de la medicina, sino de la literatura: don Quijote y el uso patológico de la razón.
- 5.6.6. La locura es la forma de cinismo preferida por las personas inteligentes: Don Quijote, el mayor cínico de la literatura universal.
- 5.6.7. ¿Por qué los locos necesitan público para teatralizar su locura? Don Quijote y la complicidad social de la locura.
- 5.6.8. ¿Por qué don Quijote no está realmente loco, sino que finge su locura?
- 5.6.9. El Quijote y las 4 ideas de locura presentes en la Literatura Universal.
- 5.7.1. Don Quijote como prototipo literario: el don Quijote de Avellaneda contra Cervantes y su filosofía.
- 5.7.2. La dialéctica entre Quijotes: Avellaneda contra Cervantes.
- 5.7.3. Don Quijote como personaje literario: Cervantes contra Avellaneda.
- 5.7.4. El Quijote de Avellaneda como parodia del Quijote de Cervantes.
- 5.7.5. El Quijote de Avellaneda como interpretación contrarreformista del Quijote de Cervantes: una transducción aberrante.
- 5.8.1. Contra las interpretaciones que hablan del Quijote como una obra literaria en la que todo es relativo.
- 5.8.2. Cómo explicar las ideas religiosas de Cervantes en el Quijote y su obra literaria.
- 5.8.2.1. El idealismo es una insatisfacción permanente: lo numinoso en el Quijote o las consecuencias del desengaño.
- 5.8.2.2. Autoengaño político y religioso: la mitología en el Quijote o la farsa del espectáculo.
- 5.8.2.3. Cervantes no es soluble en agua bendita: lo
teológico en el Quijote o la antesala del ateísmo cervantino.
- 5.8.2.3.1. Cervantes y
la Iglesia: don Quijote es el personaje que más curas apalea de la literatura
universal.
- 5.8.2.3.2. Cervantes
juega contra la religión: don Quijote hace un uso profano e indecoroso del
rosario.
- 5.8.2.3.3. Cervantes
juega con el suicidio y contra los sacramentos: Quiteria y Basilio, la farsa de
un suicida astuto impostor e inconfeso.
- 5.8.2.3.4. 10 razones por las que Cervantes no es soluble en
agua bendita y el Quijote es obra de un ateo.
- 5.8.3. Sobre las ideas políticas de Cervantes en el Quijote: objetivo de la crítica literaria posmoderna.
- 5.8.3.1. Las llamadas «minorías» en el Quijote y la literatura de Cervantes. Negocio de la crítica literaria posmoderna.
- 5.8.3.2. El morisco Ricote y los amigos del comercio: contrabandistas alemanes en un Quijote muy cervantino y muy antierasmista.
- 5.8.3.3. El Quijote y la libertad: la guerra es la distancia que separa a los idealistas de la realidad.
- 5.8.3.4. Zoraida y el cautivo, una extraña historia de amor
y libertad en un Quijote sin dioses ni milagros.
- 5.8.3.5. Cervantes y sus ideas sobre la libertad y la justicia en el Quijote: la liberación de los galeotes.
- 5.9.1. La risa en el Quijote: al poder solo se le puede seducir, vencer o burlar.
- 5.9.2. La esencia de lo cómico en el Quijote de Cervantes: la experiencia cómica siempre contiene una experiencia crítica.
- 5.9.3. Lo grotesco, lo ridículo y la caricatura en el Quijote: lo paranormal como objeto de risa.
- 5.9.4. Escarnio y sarcasmo en el Quijote: las dos formas más violentas de lo cómico.
- 5.9.5. La negación del carnaval en el Quijote: contra Bajtín y los cervantistas carnavalescos.
- 5.9.6. En el Quijote no hay humor, ni sátira, sino ironía.
- 6. Crítica al Prólogo de las Novelas ejemplares de Cervantes.
- 6.0.1. Mujeres malvadas en la obra literaria de Miguel de Cervantes.
- 6.1. La gitanilla de Cervantes: la ética contra la moral.
- 6.2. Política y religión en El amante liberal de Cervantes.
- 6.3. Iglesia, nobleza y delincuencia organizada en Rinconete y Cortadillo de Cervantes.
- 6.4. El triunfo de la libertad humana en La española inglesa de Cervantes.
- 6.5. El individuo contra la sociedad en El licenciado Vidriera de Cervantes.
- 6.6. Fuerza y materia en La fuerza de la sangre de Miguel de Cervantes.
- 6.6.1. El patriarcado contra la violación aristocrática de la mujer en la literatura de Cervantes: La fuerza de la sangre.
- 6.7. Sarcasmo, parodia y celos en El celoso extremeño de Cervantes.
- 6.8. El Estado y el individuo ante las sociedades gentilicias: sobre La ilustre fregona de Cervantes.
- 6.9. Culpa, responsabilidad y arrepentimiento en Las dos doncellas de Cervantes.
- 6.10. ¿Qué es la libertad y para qué sirve? Sobre La señora Cornelia de Cervantes.
- 6.11. La mentira en El casamiento engañoso de Cervantes.
- 6.12. El coloquio de los perros: desmitificación crítica de todos los idealismos.
- 8.2. El narrador en el Persiles de Cervantes. Un ateo católico en el Siglo de Oro.
- 8.3. La risa en el Persiles: el humor de Cervantes que la crítica se negó a reconocer.
- 8.4. La ironía en el Persiles: Cervantes se burla de las normas de la literatura y de la religión.
- 8.5. La revolución religiosa del Persiles de Cervantes.
Política y religión en el Quijote:
Cervantes no es soluble en agua bendita
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