III, 8.3.1.2 - La disolución de la poética mimética


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





La disolución de la poética mimética


Referencia III, 8.3.1.2


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

La superación de la teoría de la mímesis y la constitución de nuevas posiciones epistemológicas basadas en el idealismo de la conciencia dan lugar a consecuencias inmediatas en relación con la génesis del proyecto comparatista como método de interpretación de los materiales literarios.

El individuo moderno, intensamente impregnado de racionalismo idealista, apenas resiste el poder de la disgregación fenoménica y de la diversidad de sus manifestaciones en el mundo real. Sucumbe a ellas. Prefiere la fluctuación de su conciencia a la responsabilidad de una lógica exterior, objetiva y normativa, a la que haya que rendir cuentas. Esquemas lógicos de conocimiento tratan de contrarrestar en lo posible la fragmentación de la experiencia individual. Pero se trata de una lógica ideal, de manufactura kantiana, y al cabo puramente epistemológica, no gnoseológica, esto es, subjetiva e irreal, no materialista ni objetiva. La concepción del poema, que pasa en el siglo XVIII de ser reflejo de realidades objetivas y externas a ser revelación de las interioridades del sujeto, mediante un proceso creador en el que la imaginación y el sentimiento asumen importancia fundamental, acaba con la doctrina clásica de la mímesis. La conciencia ha engullido a la naturaleza, y se prepara para digerirla.

Durante más de dos mil años las relaciones entre arte poética y realidad, entre literatura y mundo interpretado, han estado definidas por la teoría de la mímesis, uno de los conceptos más antiguos de que disponemos y acaso de los que más ha abusado la interpretación normativa del pensamiento occidental. La teoría de la mímesis se convierte desde el Renacimiento en un aspecto integrante y determinante del nacimiento de la poética normativa. Hoy se admite que durante el Neoclasicismo se alcanza la formulación más autoritaria de la poética mimética, y que desde las últimas décadas del siglo XVII llega a constituir una especie de receta de la producción artística. Los preceptistas neoclásicos se convierten en legisladores que, amparándose en el nombre y la autoridad de Aristóteles, llevan a cabo una poderosa transducción en los conceptos de su poética (Weinberg, 1965; Else, 1957: 207-219 y 575; Vega Ramos, 1994, 2004).

Entre las causas que han contribuido a la decadencia de la poética mimética pueden señalarse las siguientes: a) la norma de semejanza se convierte en un concepto demasiado vago y abstracto, pues el idealismo permite al ser humano conferir unidad a los objetos del mundo exterior por relaciones metafóricas que encuentran su fundamento en la subjetividad, en la conciencia del sujeto, y no el mundo exterior, como había sucedido hasta entonces; b) del concepto de mímesis o imitación no se desprende ningún criterio explicativo de representación artística, sino una retórica más bien arbitraria y confusa; c) los estudios que se han realizado desde las ciencias naturales (Newton) hacen que el concepto de «naturaleza» resulte cada vez más vago, problemático e inoperante, desde el punto de vista de una teoría del arte como imitación de la realidad natural; d) las nuevas posiciones epistemológicas, especialmente el idealismo, han revelado que los conceptos fundamentales de la teoría de la mímesis presentan grandes carencias lógicas y epistemológicas. El estudioso de la cultura y de la poética carece de la metodología necesaria para el estudio de la naturaleza como tal, e incluso se discute la posibilidad de conocer científicamente los fenómenos culturales (Kant, 1781).

Frente a los valores objetivos, comienzan a difundirse factores de subjetividad y de conciencia, asociados a enfoques pseudofilosóficos o procedentes de modos de pensamiento abiertamente anti-racionales. Hoy parece admitirse unánimemente que el fin de la poética tradicional y el comienzo del pensamiento idealista que surge tras el siglo XVII tienen una relación inmediata. Cassirer (1932) —canto del cisne del idealismo alemán— fue uno de los primeros autores del siglo XX en subrayar el carácter anti-racionalista, intuitivo y subjetivista, del pensamiento del siglo XVIII. La conformación de una teoría radicalmente nueva para explicar las relaciones entre literatura y realidad, que constituye una alternativa a la poética mimética, se fundamenta en las contribuciones de los filósofos alemanes posteriores a Kant, quienes subrayan la importancia de la subjetividad en la creación poética, y atienden, paralelamente, a la posibilidad de formular una teoría racional, reflexiva y no menos ideal, sobre el discurso literario.

La valoración del genio y de las fuerzas creadoras innatas e inconscientes, propia del Romanticismo, dispone que la unidad de nuestra experiencia de lo real no deba buscarse en el objeto exterior, donde subsiste de forma completamente accidental y fragmentada, sino en la conciencia del sujeto, de modo que ha de ser el ser humano, convertido en genio de facto, quien, a través de su propio pensamiento, reconstruya virtual, potencialmente, la unidad y coherencia que le oculta y sustrae la naturaleza. Conferir sentido de unidad en el pensamiento del sujeto a la experiencia del mundo exterior es uno de los deseos primordiales del arte romántico; otorgar un estatuto de unidad en la conciencia del individuo al caos que se presume es el mundo exterior es el proyecto teórico inicial de los idealistas. 

«Der Mensch ist absolut Eins...», el hombre es una absoluta unidad, dirá Fichte, al advertir que si la realidad le niega o le oculta sus conocimientos esenciales, el ser humano es libre, por los actos de su pensamiento y su conducta, para reconstruir idealmente, en virtud de la competencia y posibilidades de su propio pensamiento, la unidad deseada del mundo exterior, a cuyo propósito ha de servir indudablemente la postulación de relaciones analógicas, lo cual representa una creación de objetos imaginarios en los que el significado se constituye como fenómeno subjetivo. Es el triunfo del autologismo en el arte, por encima de las normas poéticas del mundo antiguo, y es también la proclamación de la supremacía de la sensibilidad (M2) como forma superior de genialidad (M3), incurriendo en una imperdonable confusión entre lo sensible y lo inteligible (M2 = M3), de acuerdo con las concepciones expuestas respecto a la teoría del arte que toma como referencia de valor el criterio ontológico, tal como la he expuesto en el sector psicologista del eje semántico del espacio poético o estético, en un epígrafe anterior (III, 8.2.2).

El idealismo trascendental advierte que a las facultades del sujeto corresponde en exclusiva la imposición y determinación del objeto de conocimiento. Se afirma así la independencia del yo, que se constituye a sí mismo y a los objetos desde un sí mismo ideal y unidimensional, de modo que la deducción del objeto —y del pensar del sujeto— prosperan y se deducen a partir de las categorías del pensamiento subjetivo. El objeto de la ciencia, determinado por la conciencia, es, pues, todo aquello de lo que el yo es consciente. El yo es la subjetividad, el pensamiento, la mente, el sujeto. Es simultáneamente el agente y el producto de la acción cognoscitiva (Tathandlung). Por su parte, el No-Yo es el objeto cuya existencia no se advierte sin la intervención del sujeto. Ambos extremos, el Yo y el No-Yo, se limitan e interactúan mutuamente, de modo que la realidad comprendida se produce con la autoconsciencia, lo que constituye precisamente el acto de concebir, pues no se niega la existencia de los hechos físicos y sus fenómenos, sino su estatuto como objetos-para-el-conocimiento. El No-Yo no es el mundo, sino el mundo que, conocido por el sujeto, se dispone para su conocimiento merced a la intervención de las facultades del pensamiento humano[1]. Ésta es la retórica que constituyen uno de los núcleos fundamentales del pensamiento de Fichte, de un idealismo absoluto y de un totalitarismo radical.

Es, en fin, el punto máximo de condensación que el mundo interpretado puede experimentar en la conciencia del ser humano, sumido en el idealismo más puro. Es un espacio antropológico —el propuesto por Fichte (1794)— absolutamente unidimensional: la conciencia lo es todo, y el yo es su único habitante. En consecuencia, el Romanticismo postula una teoría del arte y una teoría de la literatura determinada por el psicologismo más absoluto, desde la cual la interpretación del hecho literario se desplaza del eje radial del espacio antropológico (poética mimética: el arte imita a la naturaleza) al eje angular del mismo espacio (poética idealista: el arte construye el mundo desde la conciencia del sujeto). La Literatura Comparada se articula, desde fines del siglo XVIII, al calor de la Anglosfera, precisamente como una de las múltiples consecuencias y resultados de esta nueva construcción interpretativa y epistemológica de la literatura y de la cultura. No por casualidad, desde entonces, el proyecto comparatista ha sido siempre un proyecto idealista. Esta concepción del comparatismo nació fuera de la Hispanosfera, y lo hizo con la pretensión de comprehender idealmente, en una suerte de circunferencia de radio infinito, toda la literatura del mundo interpretado por la Ilustración y el Romanticismo, movimientos de hechura genuinamente anglogermánica.


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NOTAS

[1] La posición epistemológica del idealismo se concreta en atribuir una validez objetiva a lo subjetivo. Se postula que el sistema de las representaciones se da acompañado del sentimiento de necesidad personal, de modo que toda experiencia procede ahora del pensamiento del sujeto, y se admite, a la par, que el ser del objeto trascendental es una construcción de la conciencia, de modo que todo objeto se elabora subjetivamente para el conocimiento en concepto: «¿Qué es, pues, el objeto? —escribe Fichte (1794/1984: 115)—. Lo agregado por el entendimiento al fenómeno, un mero pensamiento […]. Ciertamente, procede todo nuestro conocimiento de una afección, pero no por obra de un objeto. Ésta es la opinión de Kant y es la de la teoría de la ciencia».






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «La disolución de la poética mimética», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 8.3.1.2), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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