Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Elongación de la Crítica de la razón literaria
Como todo
el mundo sabe, elongación es, en astronomía, la distancia angular de un astro
al Sol con relación a la Tierra. En un sentido coloquial, elongación remite,
sobre todo, a una ampliación diferenciadora, una prolongación distintiva, una
longitud delimitadora entre dos términos, con frecuencia por relación a un
tercero.
Tras la
publicación de la Crítica de la razón literaria, en 2017, esta obra entró, sin
proponérselo ―ni el autor, ni mucho menos la propia obra―, en un contexto en el
que la elongación ha determinado el papel de algunos de sus receptores,
lectores e intérpretes.
Es un
hecho innegable que la Crítica de la razón literaria ha provocado una
fascinación, a veces incluso patológica, en más de un destinatario posible. Y
temo, a la vista de cuanto ocurre, que seguirá provocándola.
Esta
obra, que es resultado de una investigación sobre la literatura elaborada
durante más de 20 años, expone una Teoría de la Literatura nueva y original.
En su
conjunto, y teniendo en cuenta sus nueve ediciones impresas ―la décima,
digital, está disponible en internet de forma abierta desde 2022―, agotadas en
menos de 5 años (2017-2022), la Crítica de la razón literaria es producto de
una vida docente e investigadora que se desarrolló en diferentes Universidades
de Europa y América sobre Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, entre
otras áreas afines y no tan afines. Es también producto de tres décadas de
estudio e interpretación de varias literaturas y sus lenguas, así como de la
Historia de cada una de esas literaturas en cuestión, décadas comprendidas aproximadamente entre 1992 y 2022. Requirió el análisis, la
crítica y la dialéctica de todas las teorías literarias desarrolladas
históricamente hasta el presente y, sobre todo, el enfrentamiento con los
protagonistas y representantes de las actuales teorías posmodernas sobre ―y
contra― la literatura. La obra se concluyó antes de que el autor cumpliera 50
años de edad.
La
Crítica de la razón literaria constituye una Teoría de la Literatura nueva y
original que interpreta muchos y muy diferentes sistemas de pensamiento. Y hay
que hacer constar que interpretar un sistema de pensamiento no equivale, ni
significa, adherirse a él. Cuando el autor de esta obra interpreta el
materialismo filosófico no lo hace para adherirse al pensamiento de Gustavo
Bueno, sino para analizarlo críticamente y servirse de él, de forma explícita y
declarada, con las debidas transformaciones, a fin de interpretar la literatura
allí donde se consideró puntualmente conveniente hacerlo. En la Crítica de la
razón literaria, el materialismo filosófico no es una selección exclusiva y
excluyente entre otros sistemas de pensamiento, sino uno más entre varios.
Y cuando
esto se produce, el autor utiliza el materialismo filosófico como sistema de
pensamiento sobre la base de su propia formación literaria precedente, iniciada
en la Universidad de Oviedo en 1985, desde la Teoría de la Literatura y la
Literatura Comparada, y ejercida, sin interrupción, hasta el presente, en
diferentes Universidades españolas y extranjeras. Esto significa que cuando el
autor de la Crítica de la razón literaria utiliza y reinterpreta ―desde
criterios propios― el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, lo hace desde
una cimentación, previa e individual, en estudios literarios. Previa, porque se
desarrolla durante muchos años antes de adentrarse en la obra de Bueno, e
individual, porque cuando se adentra en la obra del artífice del materialismo
filosófico lo hace al margen del propio Bueno, de los buenistas y de todas las
instituciones oficialmente afines a esta escuela filosófica, a las que,
avanzada su obra, fue invitado en numerosas ocasiones a exponerla y defenderla.
Yo no
llegué a la obra de Bueno sin equipaje. Yo llegué a la obra de Bueno con más 20
años de formación literaria, de ejercicio profesional en varias Universidades,
y como docente e investigador en posesión de una obra académica y científica previa a la
propia Crítica de la razón literaria.
Esto
supuso, ante todo, que el materialismo filosófico de Gustavo Bueno no se
asumiera de forma virginal ―por así decir―, sino de un modo determinado por las
exigencias de la literatura y por mi educación científica y académica
precedente. Yo no me formé primero en materialismo filosófico y después en
Teoría de la Literatura, sino al revés. Y esto me diferencia de muchas otras
personas ―sobre todo de la mayoría de los buenistas y de casi todos los discípulos de Bueno― que se han
formado, bien exclusivamente en materialismo filosófico, bien en otras
actividades, primero, y en materialismo filosófico, después, de modo tal que su
primera formación resultó reinterpretada y remodelada por la segunda. En mi
caso, esta segunda situación no se dio jamás. La primera, ni siquiera fue posible. Mi obra no es una cuerda en la circunferencia
del materialismo filosófico, sino una tangente. La Crítica de la razón
literaria no nació en absoluto dentro del materialismo filosófico y no
concluye, de ninguna manera, en el materialismo filosófico, dado que sus
consecuencias rebasan completamente los objetivos y visiones de este sistema de
pensamiento. Hay más cosas en el mundo ―y sobre todo en la literatura y en el
mundo de la literatura― que ignoran los buenistas y en las que nunca pensó Gustavo Bueno.
Es cierto
que el materialismo filosófico tiene sobre algunas personas impresionables y
neófitas un poder de abducción tal que, en muchos casos, ha hecho que muchas de estas personas subordinen al materialismo filosófico las exigencias de sus
respectivas actividades originales, de las que un día partieron. Este último
extremo, tan respetable como otro cualquiera, no ha sido mi caso: mi formación
en Teoría de la Literatura es la base desde la que he llevado a cabo una reinterpretación académica y propia del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y desde la que he escrito la
Crítica de la razón literaria. Y no al revés, es decir, no he escrito mi obra tomando como referencia la obra de Bueno, sino que he escrito la Crítica de la razón literaria tomando como referencia la literatura y mi formación en literatura, referencias desde las que he reinterpretado, entre otros sistemas de pensamiento, el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Decir lo contrario sería mentir
públicamente para quedar bien con unos y hacer el ridículo ante todos. Por muy
bombástico que suene esto, la verdad es que nunca he necesitado ni buscado el
consenso de ninguna mayoría ―ni minoría (sea de posmodernos o sea de materialistas)― para dotar de
convicción a mis ideas, que, mejores o peores, conoce todo aquel que me haya
leído mi obra.
Con
convicción y franqueza declaro que yo no he subordinado la Teoría de la
Literatura al materialismo filosófico, pero sí he reinterpretado el
materialismo filosófico desde las exigencias de la literatura y desde las
exigencias de la Teoría de la Literatura que he construido. Si esto me ha
convertido ―a los ojos del prójimo, y en particular a los ojos de alinde de
algunos buenistas― en un heterodoxo, respecto a una posible línea oficial u
ortodoxa, dada en muchos momentos en el materialismo filosófico, mea culpa.
Amén. Agradezco a quien, declarándose ortodoxo ante mi supuesta heterodoxia,
reconoce de este modo la posible originalidad que pueda contenerse en mi obra
respecto al materialismo filosófico de Gustavo Bueno. La elongación de la
Crítica de la razón literaria queda así explícitamente confirmada.
Pongamos, nos obstante, un ejemplo, y pido, por favor, que no se me malinterprete (observación que ningún malicioso respetará, porque la malicia, como la malsinería, exige siempre una malintencionada y sesgada interpretación: sea cada cual responsable de ella). En la Crítica de la razón literaria se propone una interpretación gnoseológica de la literatura. En algún caso, y acaso sólo por ir a la contra, sin más, se ha exigido una interpretación noetológica, como si la noetología fuera «mejor» que la gnoseología para interpretar los materiales literarios. Se ha llegado incluso a aducir que tal cosa «la dijo don Gustavo», y que por lo tanto no puede plantearse nada diferente ni, desde luego, hacerse de modo diferente, pues «lo dijo don Gustavo» y «lo que dijo don Gustavo no se puede alterar ni cuestionar». No es mi caso. Se plantea una suerte de obsecuencia, de fidelidad ciega y dogmática al sistema y al maestro, etc. Es decir, se convierte el materialismo filosófico en una escolástica, y con frecuencia en algo mucho peor: en una preceptiva, en un dogma, en un fundamentalismo filosófico. Este tipo de formas de comportamiento son propias de adolescentes. La libertad e independencia, tanto intelectuales como académicas, en las que yo me he movido siempre reducen este tipo de situaciones a meras anécdotas que no merecen mayor comentario. Yo no vivo ni trabajo en esa línea. Nunca lo hice. Algo así es de una inmadurez superlativa, pero muy común entre jóvenes que buscan seguridad y protección en su impericia.
El propio Cervantes invocaba, cínicamente, sin duda, la autoridad de Aristóteles para arremeter contra Lope de Vega (Quijote, I, 48), cuando no ha habido en toda la literatura española un autor más dialécticamente antiaristotélico que el propio Cervantes. Cinismo de genios que juegan entre sí, tomándose el juego en serio. No hay otra interpretación.
Al margen
de que la noetología sea mejor o peor que la gnoseología, el hecho es que en la
Crítica de la razón literaria se optó por la gnoseología, porque, entre otras
muchísimas y muy necesarias razones, en la tradición de los estudios
literarios, la gnoseología resulta más fácilmente integrable e interpretable
que la insólita ―para bien y para mal― noetología. En su momento la desestimé,
y hoy la sigo desestimando radicalmente en su aplicación a los estudios
literarios. Nada nuevo, porque Gustavo Bueno la desestimó también antes que
nadie, y la desestimó con hechos, pues no la desarrolló, aunque con palabras
nunca la negara totalmente (¿para qué o por qué habría de hacerlo?). Y a los
hechos, más que a las palabras, me remito. Por otro lado, lo hubiera hecho o no
Gustavo Bueno, un servidor no es un reproductor acrítico del sistema de un
autor precedente, sino un intérprete de la literatura y de la Teoría de la
Literatura a partir de una interpretación del materialismo filosófico que,
acertada o desacertada, ha dado lugar a la Crítica de la razón literaria, una
obra que, a la vista de algunos hechos, parece no dejar a nadie indiferente.
Incluso a quienes ni siquiera la han leído (lo cual ya es de un magnetismo
extraordinario…). En este punto, he de confesar que no soy un discípulo de
Bueno, sino un intérprete de su obra, del mismo modo que soy un intérprete del
Quijote, y no un discípulo de Cervantes.
Por otro lado, la conversión que algunos buenistas hacen, sobre todo tras la muerte de Bueno, del materialismo filosófico en una filosofía dogmática, es decir, en un fundamentalismo filosófico, es totalmente negadora de lo que postula el propio sistema que dicen interpretar. Además, trata de preservar en un estado de pureza original un sistema que, si no evoluciona, morirá con los buenistas de forma irremediable. No hay sistemas filosóficos puros. ¿Alguien puede decir hoy que el estalinismo fue una interpretación desacertada del marxismo original? ¿Acaso la filosofía de la literatura tiene una implantación mayor que la Teoría de la Literatura en la interpretación histórica y actual de los textos literarios? ¿Qué obras de interpretación literaria se basan en una noetología, y cómo pueden hacerlo? La gnoseología de la literatura puede identificarse, en la Historia de la Teoría de la Literatura, desde la Poética de Aristóteles hasta los neformalismos teoricoliterarios de la segunda mitad del siglo XX. La noetología literaria está por hacer. Y nadie sabe exactamente lo que es. Entre otras razones porque es imposible ejercerla sin desembocar en la crítica literaria común y corriente. La noetología literaria no permite articular una Teoría de la Literatura, porque no rebasaría los límites de una Crítica de la Literatura. La noetología literaria, de hecho, no existe. La noetología misma, en realidad, no es más que un desideratum ―una ocurrencia, tras la muerte de Bueno― de algunos buenistas, en su afán por ser «originales» en el ejercicio de una espontaneidad filosófica sin consecuencias.
No deja
de ser curioso que en una de esas infinitas y ocurrentes polémicas internas, tan habituales entre los
buenistas, casi siempre en las zalagardas de internet, pues
fuera de ese ámbito su presencia de diluye hasta el nihilismo, su nieto, Lino Camprubí Bueno, olvidado en 2022 de su presunto interés por la noetología,
movido por su anglofilia tan espontánea como ocurrente, y acaso incapaz de
servirse de la gnoseología, resucita motu proprio para el materialismo
filosófico de todos los de su escuela nada menos que el más idealista de los
modos de interpretar la realidad: la epistemología, descartada por Gustavo
Bueno desde la constitución misma de su sistema filosófico. ¿Sorprendente? En
absoluto. Simplemente ocurrente.
Por otro
lado, no dejó de ser irónico, en su momento, que se enarbolara precisamente la
noetología ―tratando de demostrar entonces de aquel modo que se era más
buenista que Bueno, o más acorde con el sistema―, para plantear una
interpretación de las artes, a las que se les negaba una interpretación gnoseológica y científica. Se sometían de este modo, sin saberlo, a la
interpretación más anglosajona, idealista y antiespañola de la Historia del
pensamiento occidental. Comulgaban, sin ser conscientes de ello, con la
filosofía más contraria a los supuestos presupuestos del materialismo
filosófico: el idealismo alemán. Curioso.
¿Cómo es posible ser más buenista que Bueno hablando de noetología, cuando el propio Bueno prefirió la gnoseología? Nótese que lo contrario, usar la gnoseología en lugar de la noetología, sería lo que realmente nos convertiría en más buenistas que Bueno. En fin. Es un ejemplo que sólo pretende demostrar cómo los hechos, según los argumentos que se esgriman, puede orientarse, retóricamente, más que filosóficamente, hacia un desenlace u otro. Tan pertinente puede ser el uso de la noetología como el de la gnoseología, pues esa pertinencia estará dada no tanto por la autoridad de un autor ―valga la redundancia―, Gustavo Bueno, como por el desenlace del uso interpretativo y de los logros que se alcancen con los materiales sometidos a crítica, en nuestro caso, los materiales literarios. Pero lo verdaderamente llamativo de la noetología no es que no la haya usado Bueno, sino que algunos buenistas la exhiben sin saber qué hacer con ella ―sin saber incluso qué es, más allá de una palabra inventada―, salvo mencionarla como algo contrario a la gnoseología. En esta «exhibición» termina el uso que los buenistas hace de la noetología. Nada más.
A mi juicio, la perspectiva noetológica resulta totalmente insuficiente para explicar lo que la literatura es. En primer lugar, porque nadie la ha desarrollado, empezando por el propio Bueno, el primero en desestimarla. Y en segundo lugar, porque lo que se identificada bajo el término de noetología es una suerte de filosofía: nada más. En consecuencia, no aporta nada, salvo la ocurrencia de un neologismo filosófico inerte.
Y así queda demostrado en la Crítica de la
razón literaria. En la Historia de la Teoría de la Literatura, la noetología
podría identificarse fácilmente, en su aplicación a los estudios literarios,
con una suerte de neorretórica estructuralista, algo que no daría resultados ni
originales ni valiosos, y que no contaría con seguimiento por parte de ningún
intérprete ni investigador en materia literaria. Habilitar, hoy, en pleno siglo
XXI, la noetología, para la literatura, podría interpretarse, incluso, como
retrotraerse al estado del materialismo filosófico correspondiente al momento
en el que Bueno desestimó continuar con ella. Pero estas reflexiones son
inasequibles ya para la mayor parte de estos buenistas, que no piensan en el
materialismo filosófico como sistema de pensamiento para interpretar la
realidad, sino en sí mismos como hermeneutas de un fundamentalismo filosófico
que usan como jerigonza para justificarse a sí mismos, y acaso para
reinterpretar en bucle el propio sistema.
Desconozco
si en otras artes la noetología puede dar los resultados exigidos por quienes
la enarbolan. Ninguno de los supuestos «noetólogos» ha demostrado nada al
respecto. Doctores tienen las artes que lo sabrán bien tañer... No bastan las
palabras: exigimos hechos. No hay que negar a quien pretenda hacer un uso de la
noetología las posibilidades que pueda ofrecernos. Seguimos esperándolas con
interés, sabiendo que del futuro nada está excluido, por más que la mayor parte
de aquellos «noetólogos» han desaparecido sin dejar rastro.
Por lo
que a mí respecta, en la interpretación de la literatura, he prescindido
totalmente de la neotología, a la que considero, en el mejor de los casos, una
suerte de Crítica de la Literatura ―una neorretórica, incluso―, en favor de una
gnoseología, a la que he situado como fundamento de una Teoría de la
Literatura. Quien esté de acuerdo puede seguir la Crítica de la razón
literaria, y quien no esté de acuerdo puede seguir lo quiera, desde el camino
de Santiago hasta las campañas napoleónicas, pasando, por supuesto, por la
República de Platón.
La
Crítica de la razón literaria no es una obra de lectura obligatoria. El mundo
funcionaba igual de bien o de mal antes de la publicación de esta obra que
después de su aparición, y el curso de la Historia no depende, en absoluto, de
lo que se dice en este libro de teoría literaria. ¿Para qué prestar atención a
una obra que no tiene interés, o que hace planteamientos equivocados? Y si
entonces se habla de ella en público, ¿por qué y para qué le dedican su tiempo?
¿Acaso hay sistemas filosóficos puros? ¿Acaso todo lo que se hace desde el
materialismo filosófico debe responder a una escolástica del sistema o a una
hermenéutica de los buenistas y su fundamentalismo filosófico? ¿O acaso más
de uno necesita hablar de la Crítica de la razón literaria para publicitarse a
sí mismo?
La
Crítica de la razón literaria en unos aspectos se corresponde con el sistema
del materialismo filosófico, y en otros no, porque su autor no ha hecho una réplica del sistema,
sino una reinterpretación desde criterios propios y sobre materiales
determinados por la ontología de la literatura y por la gnoseología de la Teoría de la Literatura. Y en otros casos ni siquiera se relaciona con el materialismo
filosófico, dado que la Crítica de la razón literaria se ocupa de muchas cuestiones en
las que nunca jamás pensó Bueno y en las que, por consiguiente, jamás pensaron
ni pensarán los buenistas de marras, incapaces de dar un paso fuera de «lo que
dijo Bueno». Es el síndrome del rapsoda, es decir, el complejo ―es este caso―
del que limita su vida a citar y recitar lo que dijo otro. Declararse discípulo
de un maestro no es limitarse al recitado de unas palabras supuestamente
magistrales. Con todo, no hay nada más obsecuente y menos original que un
discípulo. Ningún discípulo sobrevive a la genialidad de su maestro. La
genialidad no se estudia ni se aprende: se demuestra. Nunca he querido tener
discípulos. Un discípulo es un intérprete sin originalidad. El discípulo
obedece, el intérprete expone su criterio.
Podemos
enrocarnos invocando la ortodoxia de un sistema, pero eso no impedirá que el
sistema siga sus desarrollos abiertos por nuevas investigaciones ―si es que el
sistema lo vale―. Nadie tiene las llaves de la Fortuna. Y desde luego, la
Crítica de la razón literaria no es, y no será, la única obra que incurra en
estas u otras dialécticas, pues de otro modo el sistema sería la gramática de
una filosofía muerta, una preceptiva o una escolástica, es decir, el dogma
arqueológico de un discurso fosilizado. A mi juicio, discípulos y buenistas
como Tomás García han contribuido a convertir el materialismo filosófico en un
fundamentalismo filosófico, esto es, en una escolástica cuyo dogmatismo sólo
sirve para que el sistema se interprete a sí mismo, como una hermenéutica
inservible para interpretar la realidad. Esto equivale a llevar al pensamiento de Bueno a un callejón sin salida.
El hecho
―anteriormente señalado―, innegable y decisivo, de que yo haya atravesado el
materialismo filosófico con una formación previa en Teoría de la Literatura,
ejercida durante décadas, explica que la Crítica de la razón literaria
contenga y exija, entre otras muchas razones, una realidad tan imborrable como
indiscutible, a saber: una explicación del materialismo filosófico desde las
exigencias de la literatura, y no una explicación de la literatura desde las
exigencias del materialismo filosófico. Y aún menos desde las exigencias de los
buenistas. Insisto en que este hecho resulta determinante para comprender lo
que es la Crítica de la razón literaria desde su elongación, o prolongación de
sus consecuencias ante terceros, es decir, desde su distancia angular al
materialismo filosófico de Gustavo Bueno por relación a la literatura, y por
relación ―también― a cualquier lector, intérprete o receptor que tenga en
cuenta mi obra en sus posibles correspondencias o correlaciones con la obra de
Bueno.
Lo
reitero, a fin de ser lo más claro posible en mis declaraciones: en mi obra
Crítica de la razón literaria interpreto el materialismo filosófico desde las
exigencias de la literatura, no desde las exigencias de cuantos ―mirando hacia
mí con ojos de alinde― han pretendido reemplazar a Gustavo Bueno, y explicar la
literatura desde las exigencias de Bueno, del materialismo filosófico o de los
buenistas. Y digo más: no soy discípulo de Bueno, sino intérprete de Bueno, del
mismo modo que no soy discípulo de Cervantes, sino intérprete del Quijote. No
procede confundir la cortesía verdadera de un intérprete con la ilusión o espejismo de un
discipulado realmente inexistente.
Hay algo,
además, que las circunstancias me obligan a declarar. Yo nunca he seguido
acríticamente el magisterio de nadie. Tampoco he permitido jamás a nadie que me educara para obedecer. Ni a mis padres ni a ni uno solo de mis profesores. He
aprendido muchas cosas y muy importantes de muchas personas, pero nunca me he
comportado como un discípulo oficial ni oficioso de nadie. Y jamás me he
jactado ni de ser obediente ni de ser desobediente, pero siempre me negué a que
me educaran para obedecer. Nunca he fomentado ni el magisterio ni el
discipulado. Nunca. No creo en esas formas de servilismo humano dignificado por
lo académicamente poderoso o gregariamente celebrado. No me interesa. Ni por mi
carácter ni por mi trayectoria profesional puede interesarme nada de eso. No me
gustan los discípulos ni los maestros. Desconfío con muchas razones de los unos
y de los otros. Prefiero los intérpretes y los críticos. Prefiero los
intérpretes a los discípulos y los críticos a los maestros. Mi atención y
seguimiento a determinados autores sólo se comprende correctamente si se
examina no como una relación de discípulo a maestro, sino como lo que es: una
interpretación, desde mis propios criterios, a la obra de autores selectos. No
soy un discípulo de nadie, ni quiero ser tampoco maestro de nadie: soy un
intérprete. Nada más. Si alguien quiere aprender de mí, lo hará por su cuenta y
riesgo, bajo su propia responsabilidad y según sus propias capacidades, leyendo
mis obras u oyendo mis conferencias o clases universitarias, todas ellas
grabadas en vídeo, y de libre acceso. Yo no busco el seguimiento de nadie ni el
consenso de ninguna persona. No hablo ni para que me den la razón ni para que
me la quiten. No pretendo tener razón. Ni reconozco a nadie que pueda dar o
quitar al prójimo la «razón», como si la razón fuera una moneda, una golosina o
un plato de lentejas. No quiero poseer nada de eso. Si hablo o escribo, lo hago
para exponer un sistema de ideas, no para tener razón ni para que me den o me
quiten la razón (como si el prójimo la tuviera, y pudiera administrarla y yo
recibirla). Y si publico lo que digo o escribo, lo publico para que quien lo
quiera leer u oír lo tenga a su disposición, al margen de cualesquiera
consecuencias respecto a las posibles personas que les presten atención o las
ignoren. Me es totalmente indiferente. En unos años me moriré, y todo será
absolutamente irrelevante para mí. Y antes de mi deceso estoy seguro de que
también será por completo insignificante. En cierto modo, lo ha sido siempre.
Nunca tuve interés en entrar en debates que nunca he necesitado resolver, puesto
que ni yo ni mi obra tenemos dudas sobre lo dicho y hecho en relación con la
Teoría de la Literatura y las interpretaciones dadas sobre la literatura. Quien
tenga la necesidad de debatir puede rivalizar, discutir y porfiar cuanto
quiera, pero no conmigo. No dispongo de esa patología propia del querulante. Y
no la tengo por el simple hecho de que no necesito ganar debates para probar
nada. El éxito de la Crítica de la razón literaria no depende de ningún debate.
Y desde luego no depende de mí. Depende de las exigencias de la literatura y de
cuantos se dedican a la interpretación de la literatura. La Crítica de la razón
literaria se enfrenta a la literatura, no a sus lectores. Sólo la literatura
puede desautorizar a la Crítica de la razón literaria. Os he escrito una obra
para que interpretéis la literatura desde la razón, y para que, si queréis,
ejerzáis una crítica racionalista de lo que la literatura es. Sin duda encontraréis
un modo mejor de hacerlo, vosotros o vuestros descendientes, pero tendréis que
hacerlo pensando en lo que ha sido y es la Crítica de la razón literaria,
aunque os levante dolor de cabeza, en unos casos, o envidia directa, en otros.
Y si nunca he tenido interés por los debates es porque siempre los he considerado una completa pérdida de tiempo. La gente debate cuando ha perdido la razón y necesita dramatizarlo públicamente. Quien dispone de razón exenta de narcisismo está preservado de caer en debates. No me eduqué para protagonizar discusiones
inútiles. Todo debate es una farsa colectiva en pos de un protagonismo personal
y ególatra que acaba por echar a perder a cualquier interlocutor. «Tu valor te
perderá», le dijo Andrómaca a Héctor en su despedida. Claro que no es lo mismo
perderse por defender la libertad de tu patria que perderse por entretener a
espectadores ociosos, y caídos, bajo el cebo de Narciso, en las redes de
Aracne. Haga cada cual lo que quiera: mi ego no necesita de nada que esté en
poder del público. No quiero vuestra ansiedad. No soy el ocio de vuestro
deleite. No soy el ególatra que necesita el espectáculo de debates para onanismo de
trashogueros. El éxito de una obra no se mide por el número de ociosos que le
presten atención. Sí quiero vuestra inteligencia, en tanto que intérpretes de
obras literarias, una inteligencia que, por ello mismo, es incompatible con
debates banales y discusiones inútiles. Bufonadas de corral. Y desde luego lo
que no quiero son vuestras miserias: ni los chismes, ni los comentarios
maliciosos, ni las palabras contra terceros, ni la malsinería habitual. Todo
ese tipo de cuestiones quedan inmediatamente abolidas y proscritas. Mis
interlocutores ―que son muy pocos― han de estar siempre seguros de algo
esencial e indiscutible: jamás habrá por mi parte una mala palabra contra un tercero.
Ésta es la seguridad de la que disponen todas y cada una de las personas que
hablan conmigo. Nadie se dirija a mí con tercerías.
Elogio y
vituperio siempre me han parecido lo mismo. Quien hoy te elogia mañana te
insulta, y viceversa, según intereses personales, gremiales o incluso
institucionales y legales. Al fin y al cabo, las leyes no son más que la
institucionalización política de los gustos dominantes en cada época. Al
adversario, al enemigo incluso, hay que interpretarlo sin burlarse de él: hay
que interpretarlo comprendiendo sus miserias, las ilusiones que le inducen a
venderse a quien supone que no le traicionará, las esperanzas que le impulsan a
ponerse en manos de quien le promete un poder que habrá de abrumarle, la
flaqueza que le adentra en la boca del lobo que acaba de seducirle mediante
promesas imposibles, los espejismos que le hacen alucinar con la imagen de ser papa o emperador de saberes omnímodos, y que sin embargo lo convierten en un
bufón ante las cámaras… La vanidad es el cebo mejor servido a un histrión. La
envidia ―cuántas veces me lo habéis oído― es la forma más siniestra de
admiración.
Una
persona comienza a polemizar cuando ya no tiene argumentos. Cuando ya no tiene
nada nuevo que decir, entra en debate. Antes no lo necesita. Debatir es perder la razón. Entregársela a los necios. Cuántas
inteligencias naufragan por la vanidad de un debate. Se discute y polemiza
cuando ya no se es capaz de decir nada nuevo. El debate, la polémica, es una
forma de prostituir la calidad de unas ideas, y de hacerse visible cuando lo que se dice ya no tiene valor, ni
actualidad, ni interés. Entonces se reemplaza un contenido valioso por la forma
de un espectáculo llamativo. La inteligencia termina donde comienza el debate y
la porfía. El espectáculo es el límite del conocimiento. El duelo es el final
de todo posible desarrollo. No se puede dialogar con quien no sabe razonar. No
vale razón contra porfía, advierte Lope de Vega.
A estas
alturas sabemos que la Crítica de la razón literaria es una obra muy golosa.
Una obra, también, muy envidiada. ¿Quién puede ignorarlo? ¿Quién puede decir
que no? Brotó sin permiso de nadie. Y sin permiso de nadie atravesó ―sea dicho con
licencia de Juan de la Cruz― los «fuertes y fronteras» del materialismo
filosófico en su propia Fundación. Es una obra que ni estaba ni se la esperaba
en ninguna parte, y menos en la Fundación Gustavo Bueno. Fue un libro
imprevisible. Y ahí sigue. En los escritorios de los investigadores, en las
bibliotecas de las Universidades, en las casas de muchos particulares
interesados en la literatura, en las bibliografías de tesis doctorales y
trabajos de investigación, en las manos de libreros, distribuidores y
bibliotecarios, en las páginas y páginas de nuevos libros y ponencias, en la
mente de muchos, en la lengua de casi todos y entre ceja y ceja de otros
tantos. Está en internet, en la biblioteca de Google, y también de forma
abierta, libre y gratuita en su página oficial, tras nueve ediciones agotadas
en formato impreso, y pirateada informáticamente en múltiples ocasiones, en
ediciones hoy desfasadas, tras la profunda revisión y ampliación de la décima
edición digital.
Unos no
saben qué hacer con ella. Otros la leen. Algunos fingen ignorarla, sin poder
lograrlo. Otros más la rebaten metonímicamente, pues aludiendo a una parte
ignoran todo lo demás. No falta quien invoque la palabra de un papa para,
siendo más papista que el papa, prorrumpir un conjuro.
Todo esto demuestra algo innegable: la fascinación que la Crítica de la razón literaria ejerció y ejerce sobre muchos de sus receptores, algunos de los cuales no llegan a intérpretes, porque no la han leído, aunque pretenden ―nada menos― que ser correctores y transductores de ella.
Sospecho que la sombra de la Crítica
de la razón literaria será larga, y que su elongación ha de extraviar ―e
incrementar― los «pecados capitales» de más de un mortal envidioso. No ha sido
nunca ésa la intención del autor. Pero comprendo que no hay nada que irrite más
a una persona servil que la libertad de sus contemporáneos y el éxito de sus
colegas. Si no puedes ignorar lo que supone la Crítica de la razón literaria,
sólo tú sabrás por qué. Y si lo que haces, dices o escribes, está determinado
por tu elongación respecto a esta obra, pregúntate, también, por qué. Pero
antes, no te olvides de leerla, porque sólo un ignorante ―y un patán― habla
impunemente de una obra que desconoce. Y recuerda que todo cuando se hace, dice
y escribe, tiene siempre una respuesta. Una respuesta que nunca es la que uno
se imagina. Porque la respuesta no siempre, y no sólo, te la dan tus posibles
interlocutores, a cuya indiferencia ni siquiera llegarán tus palabras: la
respuesta te la dan los hechos y sus consecuencias. Y la mala hostia de la
Fortuna, que, como la muerte, nunca falla. Esa Fortuna, que ayuda a los
valientes, que no perdona jamás a los cobardes, y que se burla, con frecuencia
muy cruelmente, de los graves e irreparables errores de los necios.
En menos
de cinco años, desde su publicación en 2017, la Crítica de la razón literaria
conoció nueve ediciones impresas: Alea iacta est. Desde 2022 está disponible la
décima edición digital, de forma abierta, libre y gratuita en internet. No
tengo nada más que decir. Atrás han quedado el materialismo filosófico y, sobre
todo, algunos buenistas. Por delante sigue estando la literatura. Y un futuro
que acecha... con los ojos abiertos y la memoria intacta.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Elongación de la Crítica de la razón literaria», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 14.52), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- II, 5 - La Crítica de la razón literaria ante las filosofías: definición, clasificación e interpretación.
- III, 4.6 - Estética y materialismo filosófico.
- III, 5.6.4 - Más allá de la teoría del cierre categorial. Una interpretación no dogmática de la filosofía de la ciencia del materialismo filosófico de Gustavo Bueno.
- V, 5.4.10 - Literatura parenética, sapiencial o gnomológica y genología del Quijote.
- La literatura es el Talón de Aquiles de los filósofos.
- Teoría de la Literatura y materialismo filosófico.
- No hay sistemas filosóficos puros: el materialismo filosófico tampoco lo es.
- Interpretación del artículo «Poetizar» de Gustavo Bueno desde la Crítica de la razón literaria.
- De las presuntas ficciones literarias de la filosofía y otros discursos no literarios.
- Teoría del genio. Explicación y justificación de la genialidad en el arte y la literatura.
- Crítica de la razón literaria, una obra interactiva para interpretar la literatura al margen de la Universidad.
- Más allá de la Teoría del Cierre Categorial. Una interpretación no dogmática de la teoría de la ciencia del materialismo filosófico de Gustavo Bueno.
- Carta abierta a los estudiantes de español de las Universidades de Estados Unidos y Canadá.
- ¿Por qué la lectura de la Crítica de la razón literaria no requiere conocimientos previos?
- La Crítica de la razón literaria, desde el Hispanismo, contra el eurocentrismo y el etnocentrismo.
- La Crítica de la razón literaria frente al conocimiento onanista o improductivo de nuestro tiempo.
- Hispanoamérica o la Crítica de la razón literaria como «Sistema»: la eversión de Platón.
- ¿Por qué el mundo académico anglosajón nunca ha construido una Teoría de la Literatura sistemática y global?
La Crítica de la razón literaria ante la Teoría de la Literatura
y las filosofías posmodernas
La literatura es el Talón de Aquiles de los filósofos
No hay sistemas filosóficos puros:
el materialismo filosófico tampoco lo es
De las presuntas ficciones literarias de la filosofía
y otros discursos no literarios
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