Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Observaciones Sobre la leyenda negra de Iván Vélez
Tal vez la buena fama se engendra de la mala mentira…
Miguel de Cervantes (Persiles, III, 18: 394).
La Historia de cada país, y España no es en absoluto una excepción, es siempre superior e irreductible a la mitología de las leyendas sobre su origen, evolución o actualidad. De hecho, la Historia suele comenzar precisamente cuando la interpretación mítica se convierte ―se hace legible e inteligible― en interpretación científica. Como es bien sabido, la escritura tiene mucho que ver con el nacimiento de la Historia y sus posibilidades de conocimiento científico. La escritura ―de sobrevivir― es siempre un hecho o reliquia de altísimo valor histórico[1].
Los dioses no escriben ―con frecuencia ni siquiera dan muestras de inteligencia, sino de violencia, habitualmente homicida―, escriben los seres humanos. No por casualidad Darwin (1859) instauró en la antesala de la Historia del ser humano una genealogía cuya biología evolucionista desterró científicamente toda fabulación creacionista y toda mitología religiosa. Desde entonces vivimos en la conciencia de la evolución. Por más que la evidencia de la razón trate de negarse, acaso hoy más que nunca, en nombre de una suerte de «nostalgia de la barbarie» (Bueno, 1971), y de retrotraerse a una especie de genealogía neomítica desprendida de la Historia de los Estados, para quienes saben leer la realidad en términos científicos y dialécticos no cabe aceptar semejantes leyendas.
La
fuerza del irracionalismo
Uno de los aspectos que más llama
la atención en la construcción y diseño de la Leyenda Negra, como destaca Pedro
Insua en su prólogo al libro de Iván Vélez Sobre la leyenda negra, es que responde siempre a los mecanismos de «omisión» y «exageración»
de datos y hechos. La peor mentira, suele decirse, es una verdad a medias. Y en
la Historia, las «verdades a medias» operan como fundamentos de auténticas
falacias. La concentración y deformación de hechos, datos e ideas, presentados
y confitados desde ideologías al uso, han asegurado a la Leyenda Negra
antiespañola una presencia aún vigente en nuestros días.
Pero lo que más llama la atención en toda esta mitología elaborada, articulada y subvencionada por las potencias históricamente enemigas de España es la fuerza sobresaliente del irracionalismo, capaz de imponerse a la realidad de los hechos y datos de la Historia documentada.
Tomemos el ejemplo de la expulsión de los judíos, que
menciona en su obra Iván Vélez y también subraya Pedro Insua en su introducción.
Todo el mundo sabe que en 1492 España decreta la expulsión de los judíos de su
territorio estatal. Pero no todo el mundo sabe, ni quiere saberlo, que en 1290
Inglaterra expulsa a todos los hebreos de su geografía política (incluida
Gascuña, entonces bajo dominio de Eduardo I). Francia destierra a los judíos en
1306. Hungría lo hace en 1349 y Austria en 1421. Lituania los expulsa en 1445.
Portugal, en 1497. Asimismo, las diferentes ciudades-estado de las actuales
Italia y Alemania echan a los hebreos de todos sus territorios durante los
siglos XVI y XVII. Sin embargo, parece que sólo España expulsó a los judíos. Es
un ejemplo de los múltiples que pueden reconocerse documentalmente tras una
interpretación científica y objetiva de la Historia. ¿Por qué las nuevas
ideologías que se vierten y se imponen, sobre todo desde la anglosajona
posmodernidad contemporánea, y en particular en los medios académicos y
universitarios, se construyen y expanden desde la ocultación de estos datos y
hechos? ¿Es ésa la forma de hacer Historia del New Historicism? ¿No está
gestionada toda esta industria posmoderna por la Anglosfera?
Es una realidad muy grave,
académicamente al menos, pues «es a través del prisma negrolegendario como gran
parte de la sociedad española obtiene su visión de la Historia de España»
(Vélez, 2014: 18). Resulta muy preocupante, desde el punto de vista científico,
cómo la ideología y la psicología social han invadido el mundo académico para
perpetrar en él interpretaciones abiertamente contrarias a la realidad de la
ciencia y de la documentación históricas[2].
La renovación de los estudios de
Historia, filosofía y filología, no vendrá de la obra escrita por
historiadores, filósofos y filólogos contemporáneos (si se me permite este
último oxímoron): vendrá, en todo caso, de científicos activos en otros campos
categoriales, como la biogenética, la astronomía o la matemática, por ejemplo,
ciencias no democráticas, esto es, no
tan directamente inflamables por la cultura, la ideología o los prejuicios de
la psicología imperante, según momentos, en las diferentes sociedades humanas.
Muchas de las libertades de que gozaron los humanistas de la Ilustración se
debieron a los descubrimientos científicos de la astronomía, la matemática y la
física desarrolladas durante el Renacimiento. Los pomposos «Hombres de Letras»
han sido extraordinariamente parasitarios de los esfuerzos llevados a cabo,
desde siempre, por quienes se han dedicado, en condiciones con frecuencia mucho
más adversas, a la práctica de las ciencias experimentales. Los libros son, mucho más habitualmente de lo que se creen quienes los escriben, refugio de cobardes más
que laboratorio de valientes. Entre Erasmo de Róterdam y Galileo Galilei hay
algo más que doscientos años de diferencias. Aquí, el plural, es clave.
Imperios
generadores e imperios depredadores
Una de las grandes aportaciones de
este libro de Iván Vélez es la de basarse, a la hora de interpretar la
mitología de la Leyenda Negra antiespañola, en la dialéctica que es necesario
establecer entre imperios generadores
e imperios depredadores. Esta
interpretación se la debemos a Gustavo Bueno, quien la expone en su libro España frente a Europa (Bueno, 1999).
Siguiendo a Bueno y a Vélez,
imperios generadores son aquellos que comparten con las sociedades humanas
intervenidas las tecnologías ―políticas, lingüísticas, culturales, económicas,
mercantiles, religiosas, etc.― de la sociedad humana invasora. Depredadores son
aquellos imperios que no sólo no comparten la tecnología propia, sino que la
usan en exclusiva para exterminar la realidad que habita en el territorio
intervenido. Un rasgo fundamental del imperio depredador es el de no mezclarse
jamás biológicamente con la población aborigen del espacio ocupado, algo que ha
caracterizado puritanamente al imperio inglés, que colonizó Norteamérica «en
familia», al viajar los colonos siempre con sus esposas, y mantener en
reservas, recintos o guetos a la población nativa. Imperios depredadores han
sido el inglés, el francés, el holandés y el portugués, entre otros varios (de
sobra está mencionar el Nazismo [González Cortés, 2007]). Imperios generadores
han sido el de Alejandro de Macedonia, el Imperio Romano, el de Carlomagno y el
español, y en cierto modo también el de la Rusia soviética, sin cuyo potencial
industrial muchos de los antiguos países satélites no habrían podido disponer,
en su momento, de la expansión económica de que disfrutaron, si bien de forma
fugaz. Es obvio que esta diferencia entre imperios depredadores y generadores no puede concebirse de forma maniquea ni rígida, pues sin duda hay depredación en muchos aspectos generadores y acaso alguna generación en las acciones depredadoras. Seamos realistas.
El tema no es trivial, porque uno
de los rasgos identificativos de todo imperio depredador es la prohibición de
los denominados «matrimonios mixtos» (blanco / negro en los Estados Unidos
proesclavistas; judío / ario en la Alemania nazi; colonizador / colonizado, etc.).
No por casualidad el término bastardo,
vocablo de ascendencia inglesa (bastard),
penetra en el español a través del francés (bastart).
Los vocablos genuinos españoles para designar a un descendiente natural o a un
hijo o hija de español e indígena son, respectivamente, alnado y criollo. Por lo
que respecta a España, las potencias extranjeras siempre han silenciado estos hechos y estos datos.
Léase a Iván Vélez. Nótese cómo obra el protestantismo en la configuración
negrolegendaria antiespañola:
Alemania y los Países Bajos recogerán el testigo italiano, intensificando y ampliando las acusaciones contra España, siendo en principio los viajeros y comerciantes que anduvieron por España quienes comenzaron a construir los primeros relatos en los que se irían fijando las cualidades que para los alemanes tenían los españoles. Tras este inicio en el que se señalaba a los españoles como astutos y codiciosos, fundamentalmente los ataques tendrían un trasfondo racial y religioso. La presencia de judíos y sarracenos en España espanta a estos cronistas germanos tanto como el hecho de que los españoles contrajeran matrimonio con indias o negras, circunstancia que obtuvo la cobertura legal cuando el día 14 de enero de 1514 se permite, por Real Cédula, el matrimonio entre españoles e indias. Este permiso se suma, en la línea proteccionista e igualitaria, a la prohibición, expresada el 20 de junio de 1500 por la reina Isabel, de traer indios a España o someterlos a servidumbre. El mestizaje hispano ya lo habría impulsado oficialmente Isabel I en 1503, al ordenar al gobernador Nicolás Ovando ―agente introductorio del orden hispánico― que fomentara matrimonios mixtos, «que son legítimos y recomendables porque los indios son vasallos libres de la Corona española» (Vélez, 2014: 76-77).
Piénsese que si los colonizadores
españoles del Siglo de Oro hubiesen querido anular el progreso de las
sociedades indígenas del continente americano, jamás les habrían enseñado a
leer y escribir en español. Les habrían preservado en el uso de sus lenguas
indígenas. Y de haber hecho algo así, habrían evitado y retrasado durante acaso
algunos siglos más toda posibilidad de emancipación: porque, entre otras cosas,
a Voltaire, a Rousseau, a Montesquieu…, los traducían al español, pero no al
náhuatl, ni al quechua, ni al guaraní. Lo que tienen las lenguas
del imperio es que, con frecuencia, liberan de vivir recluido en un «tercer mundo semántico». Las lenguas son tecnologías, no signos de identidad cultural. Por otro lado, no hay lenguas mayoritarias ni lenguas minoritarias: hay lenguas aislantes y lenguas envolventes o globalizantes.
Adviértase que la Iglesia, a fin
de mantener bien controlada a la población indígena, sí preservó las lenguas
aborígenes[3].
Los curas hablaban latín, español y náhuatl, pero preferían que los aztecas
sólo hablaran náhuatl[4].
En palabras de Vélez:
Del polémico asunto de la lengua y de su implantación en las comunidades indígenas ―muchos clérigos, no sin la oposición regia, predicaron y preservaron las lenguas vernáculas― se ocupará el jurista Juan de Solórzano Pereira (1575-1655). El autor de Política indiana abogaba por obligar a los indios a aprender el español con un objetivo último: conseguir «hombres políticos», para lo cual debían ser atraídos a las ciudades e integrarse en instituciones hispanas de carácter civil y religioso. Los objetivos no eran nuevos, pues éstas eran las originarias indicaciones que se dieron con un objetivo: la construcción de un imperio generador, civilizador en suma (Vélez, 2014: 71).
A fin de demostrar la validez y
coherencia de las tesis de Vélez en su monografía, léase esta cita del
antropólogo Marvin Harris, quien demuestra bien a las claras las acciones de
imperios depredadores como el portugués, el británico y el francés sobre el
continente africano. Porque algo que no se dice habitualmente es que la Leyenda Negra, que se vertió sobre España desde la Edad Moderna hasta hoy, recayó desde
la segunda mitad del siglo XX sobre la totalidad de los imperios depredadores
europeos de la Edad Contemporánea ―los mismos que la diseñaron y promovieron
contra España―. Léase a Pascal Bruckner en su obra La tyrannie de la penitence. Essai sur le
masochisme occidental (2006).
En el año 500 de nuestra era, los reinos feudales de África occidental (Ghana, Malí, Shanghay) se parecían mucho a los europeos, con la única diferencia de que el Sahara aislaba a los africanos de la herencia tecnológica que Roma había legado a Europa. posteriormente, el gran desierto impidió que se extendiesen hacia el sur las influencias árabes, que tan gran papel desempeñaron en la revitalización de la ciencia y el comercio europeo. Mientras que los ribereños de la cuenca mediterránea hacían en barco el comercio y la guerra, y se convertían en potencias marítimas, sus iguales de piel oscura que habitan al sur del Sahara tenían como principal preocupación cruzar el desierto y carecían de motivación para las aventuras marítimas. Por eso, cuando en el siglo XV los primeros barcos portugueses arribaron a las costas de Guinea, pudieron hacerse con el control de los puertos y marcar el destino de África durante los 500 años siguientes. Después de agotar las minas de oro, los africanos se pusieron a cazar esclavos para intercambiarlos por ropa y armas de fuego europeas. Esto ocasionó un incremento de la guerra y las rebeliones, así como la quiebra de los estados feudales autóctonos, con lo que se frustró prematuramente la trayectoria del desarrollo político africano y regiones enormes del interior se convirtieron en tierra de nadie cuyo producto principal era la cosecha humana que se exportaba a las plantaciones de azúcar, algodón y tabaco del otro lado del Atlántico.
Cuando terminó el comercio de esclavos, los europeos obligaron a los africanos a trabajar para ellos en los campos y en las minas. Entretanto, las autoridades coloniales hicieron todos los esfuerzos posibles para mantener a África subyugada y atrasada, fomentando las guerras tribales, limitando la educación de los africanos al nivel más rudimentario posible y, sobre todo, evitando que las colonias desarrollasen una infraestructura industrial que podría haberles permitido competir en el mercado mundial una vez que consiguiesen la independencia política (Harris, 1989/2008: 113-114).
He aquí la clave de todo imperio
depredador: privar a la población de los territorios ocupados de la tecnología
del colonizador.
Pero el racionalismo de la
documentación histórica se combate desde la psicología social de las
ideologías, con frecuencia de signo neohistoricista, posmoderno y anglosajón (valga la triple batología). Como ordalía del
psicologismo antioccidental, la retórica de la culpa y la sofística del arrepentimiento
son de origen y tradición francesas: nacen con Montaigne y llegan hasta Sartre,
pasado decisivamente por individuos como Rousseau (González Cortés, 2012).
Vertidas originariamente en formato negrolegendario contra el imperio español y
la envidiada empresa de descubrimiento, conquista y colonización de América,
que Francia, Holanda e Inglaterra hubieran deseado protagonizar —con un
potencial exterminador del que habría estado excluida la alianza sanguínea con
la población colonizada—, la misma retórica confeccionada para la Leyenda Negra
alcanza en el siglo XX a la Alemania que sobrevive al nazismo, a la Francia que
no sabe qué hacer tras la guerra de Argelia, a la Inglaterra que es artífice
contemporáneo de incontables conflictos poscoloniales (India, Palestina, Israel,
Afganistán, Corea, Irán, Irak, etc.), por no hablar de los Estados Unidos de
América… A Pascal Bruckner le impresiona, sin sorprenderle, «el talento con el
que la clase de los filósofos recrea e inventa la culpabilidad» (2006/2008:
28). Bruckner está pensando en «la fusión entre la extrema izquierda atea y el
radicalismo religioso» (29). ¿Por qué?, porque «si la ultraizquierda corteja
con semejante constancia a esta teocracia totalitaria, tal vez sea menos por
oportunismo que por afinidad real. Ella, que no ha hecho jamás el duelo por el
comunismo, demuestra una vez más que su verdadera pasión no es la libertad,
sino la servidumbre en nombre de la justicia» (Bruckner, 2006/2008: 30).
Bruckner critica insistentemente
lo que califica la «contrición inextinguible» (33) de Europa, la rentabilidad
de la autodenuncia, y el «orgullo singular de ser los peores» (37), a la vez
que se silencia el hecho innegable de que si el viejo continente «cometió las
peores atrocidades», también «habilitó los medios para erradicarlas» (33) a
diferencia de lo que ha sucedido y sigue sucediendo en otros continentes.
Europa, a diferencia de otros territorios, es consciente de su propia leyenda negra. Sin embargo, esta épica negrolegendaria proporciona posmodernamente un placer vanidoso, un narcisismo
masoquista, que se objetiva en la supremacía de la expresión del odio hacia uno
mismo, simulando de este modo una apariencia de virtud. Sin embargo, tras esta
hipocresía de virtud se esconde el monopolio de la propia barbarie: Europa «sólo admite su propia barbarie, ésa es su
arrogancia, pero se la niega a los demás, encuentra para ellos circunstancias
atenuantes (lo cual sólo es una manera de negarlas toda responsabilidad)» (38).
Y protagonismo en el crimen.
Son demasiados los países de África, de Oriente Próximo y de América Latina en los que se confunde la autocrítica con la búsqueda de un chivo expiatorio cómodo que explique sus desgracias. Nunca es culpa suya, siempre se atribuye a un tercero importante (Occidente, la globalización, el capitalismo) […]. Al negar a los pueblos de los trópicos o de ultramar toda responsabilidad en su situación, se los priva en consecuencia de toda libertad, se los devuelve a la situación de infantilismo que inspiró toda la colonización (Bruckner, 2006/2008: 43).
Señalo todos estos datos e ideas,
porque su relación y pertinencia con las tesis de Iván Vélez es explícita en su
coherencia y reconocimiento: la historiografía española ha tenido que soportar,
políticamente, una falacia inadmisible desde todos los puntos de vista
científicos. Y el propio Estado español ha hecho, históricamente, muy poco,
como reconocía muy tempranamente el propio Quevedo ―uno de los primeros en
hacerlo―, para contrarrestarla. España, en realidad, ha cuidado muy poco de sí
misma. Y sigue sin hacerlo.
Más
datos documentados
Cada página de esta obra de Iván
Vélez Sobre la leyenda negra está
perfectamente documentada, desde criterios históricos, conceptos científicos e
ideas filosóficas. No estamos ante una obra más sobre el tema, sino ante un
libro actual y de referencia sobre este asunto histórica y actualmente de
máxima importancia.
Las arqueas documentales de la
Leyenda Negra antiespañola, sus gérmenes primigenios, se sitúan en la Italia
del siglo XV, y alcanzarán una fuerte expresión a lo largo del Renacimiento
europeo ―momento decisivo fue el saqueo de Roma, el 16 de mayo de 1527[5]―,
cuyo arranque es un
sentimiento de desprecio con el que los italianos, quienes se tenían por los herederos de la Roma clásica, miraban a unos españoles que no sólo eran unos ocupantes extranjeros, sino que también eran sospechosos de ser el fruto de la mezcla racial con pueblos infieles como el musulmán o el judío (Vélez, 2014: 32).
No por casualidad Antonio de
Ferraris, en Il Galateo, en su
escrito De educatione, como claro
precedente de Masson de Morvilliers, se pregunta qué han aprendido los italianos
de los españoles. Apenas en el mismo siglo, Cervantes podría haberle respondido
desde las páginas de su novela ejemplar La señora Cornelia (1613), en la que los caballeros españoles Juan de Gamboa y
Antonio de Isunza enseñan a razonar a
Lorenzo Bentibolli, hermano de la señora Cornelia, a fin de evitar una tragedia
familiar. En la literatura cervantina, el racionalismo de los españoles se
impone con frecuencia al escaso uso de la razón que hacen muchos otros
personajes, con frecuencia no españoles, y casi siempre no pertenecientes al
estamento nobiliario. No se olvide que el loco por antonomasia de la literatura
cervantina es un noble venido a menos, el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Desde el Renacimiento europeo, la
hispanofobia no hace más que crecer por todo el orbe, irradiándose desde
Italia, pero de forma muy particular durante los Siglos de Oro por la geografía
luterana, ansiosa de una expansión imperialista truncada por España. Toda la
industria del protestantismo se orientará febrilmente a combatir la monarquía
católica hispana.
En 1567, el adelantado Gonzalo Jiménez
de Quesada concluye la redacción de su obra El
Antijovio, destinada a desautorizar
el escrito de Jovio, obispo de Nocera, según el cual todo lo relativo a la
conquista de América por parte de España se resumía en esquilmar el nuevo
continente para subvencionar las guerras en Centroeuropa. El tópico no ha dejado
de repetirse acríticamente desde entonces. Ocurrió que El Antijovio de Gonzalo
Jiménez de Quesada resultó silenciado por la Historia, y se publicó de forma
extemporánea, por vez primera, en 1952, en Bogotá, en edición crítica de Manuel
Ballesteros Gaibrois, y gracias al Instituto Caro y Cuervo. La refutación de la
obra de Jovio vio la luz después de 385 años de haberse escrito. Pocos países
como España han puesto tan escaso interés en defenderse historiográfica y documentalmente frente
a sus enemigos. Durante siglos, la hispanofobia no encontró obstáculos a su
paso.
Iván Vélez advierte cómo la más
atractiva literatura, con frecuencia en lengua inglesa, no desaprovecha ninguna
ocasión para confitar y enriquecer, con todo tipo y lujo de detalles de libre invención, el teatro
negrolegendario de la sociedad española. La resonancia que la inquisición
española, la crueldad española, el catolicismo español, la monarquía española,
la milicia española, y, en suma, todo español, adquiere de forma siempre
negativa en innumerables obras literarias de las Edades Moderna y Contemporánea
da para varias tesis de doctorado en materia de Letras. De Edgar A. Poe a Jorge
Luis Borges, pasando por Los hermanos
Karamazov (1880) de Dostoievski y alcanzando al mismísimo Don Juan de Torrente Ballester (1963),
la sociedad española del Siglo de Oro, en particular la sociedad política, se
ha presentado siempre ennegrecida por la Inquisición, como si esta institución
fuera un invento patentado por España, y como si el luteranismo,
inquisitorialmente hablando, no hubiera existido jamás[6].
Las páginas de una obra aparentemente tan inocente y popular como Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe
no escatiman párrafos enteros a destacar la crueldad internacional y proverbial
de los españoles, a quienes el protagonista teme incluso más a que los propios
caníbales que pueden arribar a su isla procedentes de archipiélagos afines.
Paralelamente, como sugiere Vélez
en su libro, las figuras y contrafiguras de la negrolegendaria mitología
antiespañola se suceden poco a poco: a un «sádico Torquemada» se contrapone un
liberal y tolerante Erasmo de Róterdam (hombre este último que con toda
probabilidad no supo del mundo real más que lo que aprendió leyendo, desde el
momento en que trató más con libros que con personas: no dudo de que este trato,
diferido e intermediado, con la Humanidad sea muy fructífero, pero también sé
que es muy irreal. Y muy lujoso. No todo el mundo puede permitírselo, y aún
menos en los siglos XV y XVI).
El capítulo 3 de Sobre la Leyenda Negra está dedicado a
la Inquisición española y a la cuestión de la expulsión hebrea. De los datos
aducidos y contrastados por Vélez se desprende que las consecuencias de la
expulsión se han magnificado en todos los terrenos: principalmente en el
cultural y económico. Lo cierto es que las cosas no habrían sido
históricamente muy diferentes en ambos ámbitos con la presencia de los judíos
en España. Ni ellos eran la salvaguardia financiera del imperio y ni en sus
manos estaba la esencia del hispanismo. Ningún grupo humano, de hecho, lo es ni
lo fue, más allá de un moderado lapso de tiempo, de ningún imperio y de ninguna
cultura. Léase a Vélez, en particular las páginas 44-64. Y no olvidemos esta
cita:
En cuanto al control ideológico ejercido por la Inquisición en España, éste impidió, insistimos en el argumento, las grandes masacres y guerras de religión que asolaron Europa. A la cabeza de tan trágicos sucesos podemos situar la matanza del día de San Bartolomé del 24 de agosto de 1572, coincidiendo con el reinado en España de Felipe II, con París como escenario inicial, desde donde se extendieron conflictos religiosos por toda Francia. Sin embargo, la persecución a los calvinistas no cesaría con esta nocturna jornada, así, durante el reinado de Luis XIV y Luis XV continuó dicho hostigamiento. No existe en la historia española ningún suceso de carácter religioso que acarreara tal mortandad (Vélez, 2014: 80).
Conciencia
de la hispanofobia
Vélez señala con frecuencia que
muy pocos han sido los españoles que tomaron conciencia crítica de la
hispanofobia (Gonzalo Jiménez de Quesada, Francisco de Quevedo, Juan Valera,
Parzo Bazán, Julián Juderías, etc.). Sobre todo, si tenemos en cuenta la cantidad
de españoles que han profesado ―y profesan― en las filas contrarias: las de la
hispanofobia. Un ejemplo entre cientos es el de Rafael Sánchez Ferlosio, quien a
propósito de las efemérides del V Centenario del Descubrimiento de América
escribe un texto titulado Esas Yndias
equivocadas y malditas. Comentarios a la historia, en el que condena sin
paliativos todo lo hecho por España en América, sin sentido crítico de la
Historia y sin comparación alguna con lo ejecutado por imperios como el inglés
o el francés, sin ir más lejos. En palabras de Vélez sobre Ferlosio:
Así, pues, la actuación española en América vendría impulsada por la voluntad de poder. Ello explicaría, siempre desde su perspectiva [la de Ferlosio], la indisposición para el trabajo manual de los españoles, cuestión que le sirve para elogiar, por contraste, a los puritanos que llegaron a Norteamérica, esos cuyos descendientes, y esto lo decimos nosotros [no Ferlosio], redactaron las leyes de remoción de los indígenas. La afirmación, sin embargo, es falsa, pues existen documentos que demuestran que personajes de la talla de Cortés, Pizarro o Valdivia se mancharon las manos no sólo con sangre, suciedad harto denunciada por Ferlosio, sino también con otras sustancias más telúricas. Ferlosio, ajeno a la distinción que venimos empleando entre imperios generadores y depredadores, trata con mucha mayor suavidad la actuación holandesa (Vélez, 2014: 66-67).
Y como Ferlosio, varios más.
Seguramente en busca de público y aplausos posmodernos. Pero dejemos por el
momento a los españoles hispanófobos para hacer referencia a una figura a la
que debemos la invención ―muy seguramente― del mito del buen salvaje, que más
tarde patentará Rousseau en obras como Emilio,
o de la educación (1762). Me refiero a Michel de Montaigne[7],
un autor cuya obra contiene el diseño asistemático de las lisérgicas esencias
posmodernas. Montaigne se inspira en la obra del italiano Girolamo Benzoni, Historia del Nuevo Mundo (1572). De aquí
brotan los primeros gérmenes de esa figura ―silvestre, idealizada y
narcótica― que más tarde crecerá formateado por Rousseau, hasta convertirse
en un ideal destruido por la labor de los españoles en América. Léase a Vélez
(2014: 71 y ss).
Los
escritos de Las Casas frente a
la jurisprudencia de Francisco de Vitoria
Cuando, a propósito de la leyenda
negra antiespañola se habla de Las Casas, no se contrasta la obra de este
clérigo con la de otros de sus contemporáneos, como Sepúlveda o Vitoria.
Tampoco se contrasta con profundidad las causas y relaciones de su escrito, tan
promocionado por la industria holandesa y protestante, acerca de su Brevísima (ultimada en Valencia en 1542
e impresa en Sevilla en 1552 por Jacome Cromberg como editor), traducida
inmediatamente al holandés, al francés, al inglés y al italiano, con todo tipo
de grabados e ilustraciones detalladamente fantásticas sobre el martirologio indígena llevado a
cabo por los crudelísimos españoles.
Lo que Las Casas plantea, al
igual que los difusores de su Brevísima,
es una dialéctica simple y falsa, que enfrenta, sin más, a españoles
depredadores contra nativos indefensos, y tras la cual se ocultan dialécticas
más complejas: las poblaciones precolombinas no formaban sociedades compactas, ni solidarias y ni humanitarias. Pero esto se ignora de forma intencional. Mantenían entre sí feroces enfrentamientos, y
estaban muy lejos de ser el ideal del buen salvaje inventado por Montaigne y
confitado por Rousseau ―y revitalizado por Foucault y los posmodernos
contemporáneos bajo el mito del multiculturalismo (González Cortés, 2010)―.
Pero esto es algo que los promotores de la Leyenda Negra antiespañola siempre
han silenciado, como bien señala Iván Vélez en diferentes puntos de su libro. Y
cito para corroborar esta argumentación al antropólogo Marvin Harris:
La religión precolombina de los aztecas constituye la gran excepción a la que aludí antes. A diferencia de otras deidades eclesiásticas, los dioses del Estado azteca tenían ansia de carne humana, sobre todo de corazones humanos frescos. Según la creencia azteca, no satisfacer esta ansia podía acarrear la destrucción del mundo. Por esta razón, el sacrifico humano se convirtió en la función más importante de la casta sacerdotal azteca. La mayoría de los hombres sacrificados eran prisioneros llevados a Tenochtitlán, la capital azteca, por los comandantes militares. Se obligaba a la víctima a ascender las pirámides truncadas, que dominaban los recintos sagrados de la ciudad; allí la agarraban cuatro sacerdotes, uno por cada extremidad, y la colocaban boca arriba sobre un altar de piedra. A continuación, un quinto sacerdote abría el pecho de la víctima con un cuchillo de obsidiana, le extraía el corazón que aún latía y lo restregaba por la estatua de la divinidad que presidía la ciudad. Luego los ayudantes echaban a rodar el cuerpo peldaños abajo. Otros ayudantes cortaban la cabeza, la atravesaban de lado a lado con una vara de madera y la exponían en una gran estructura enrejada preparada al efecto, junto a los cráneos de las víctimas anteriores […].
El banquete redistributivo antropofágico de los aztecas proporcionaba a los guerreros cantidades sustanciales de carne en recompensa de su éxito en el combate. Los miembros de la expedición de Cortés encontraron en el tzompantli principal, situado en la plaza mayor de Tenochtitlán, los cráneos de 136.000 víctimas. Sin embargo, no pudieron hacer el recuento de otro grupo de víctimas cuyas cabezas se habían amontonado en dos altas torres hechas enteramente de cráneos y mandíbulas, ni tampoco contaron los cráneos expuestos en dos estructuras más pequeñas erigidas en esa misma área central. Según uno de mis detractores, el tzompantli principal no podía contener más de 60.000 cráneos. Aún si estuviera más próxima a la realidad esta cifra más baja, la escala del sacrificio humano practicado en Tenochtitlán sigue sin tener parangón en la historia de la humanidad (Harris, 1989/2008: 390-392)[8].
La Brevísima de Las Casas no puede considerarse aisladamente. Ha de
examinarse en relación dialéctica con la obra de Francisco de Vitoria, y en
particular con su Relectio de Indis
(1539). Mientras Las Casas diseñaba la mitología y la genealogía de la Leyenda
Negra, Vitoria se devanaba los sesos para justificar, desde la teología y el
Derecho, las leyes que permitieran, en pleno siglo XVI, fundamentar lo que con
el paso del tiempo se consideraría el Derecho Internacional. Kant aprendió
mucha de su filosofía leyendo a Francisco de Vitoria. Pero evito citarlo, y ocultó deliberadamente sus fuentes españolas. No fue el único ilustrado que obró de este modo. Al teólogo salmantino le
mueve una idea absolutamente fundamental y práctica: «el deber de los españoles
de proteger a los indios de su propio estado de atraso» (Vélez, 2014: 105). Y
no menos interesante es la controversia entre Las Casas y Sepúlveda,
cuidadosamente examinada por Vélez en páginas esenciales de su libro (vid. pp.
106 y ss)[9].
Dos nombres más han de citarse en
oposición dialéctica a la Brevísima
de Las Casas: Gonzalo Fernández de Oviedo, quien le replica desde México, y
Francisco Álvarez de Toledo, quien lo hace desde Perú. De especial interés ―y
objetividad― es la crítica del primero de ellos, pues al no formar parte del
clero «ofrece otra perspectiva crítica solvente y ajena a las rivalidades
existentes entre las órdenes religiosas» (Vélez, 2014: 112). Pero como advierte
Vélez, la obra de Las Casas ha tenido una difusión extraordinariamente superior
a la de sus críticos, un alcance promocionado por las potencias enemigas de España, particularmente por Holanda, Francia e Inglaterra, anhelantes por
arruinar el imperio y la imagen de España. No es menor la responsabilidad
española en este proceso, pues, como reconocía Menéndez Pidal en 1963, en su
obra El Padre Las Casas. Su doble
personalidad, los españoles tradicionalmente apenas se han enfrentado a sus
críticos ni con argumentos ni con interés. Incluso hoy se tolera
abúlicamente la crítica ideológica contra España desde una irresponsabilidad
increíble, seguramente porque todavía hoy día la gente teme ser calificada de «fascista», si lo hace. A veces han sido algunos hispanistas e historiadores extranjeros
quienes han demostrado una claridad de ideas y de criterios, que no se hacen
públicas en nuestro país, frente a la mitología negrolegendaria antiespañola:
Si el éxito de Las Casas ha sido rotundo en determinados ambientes, Vitoria comenzó a tener un reconocimiento universal de la mano de James Brown Scott (1866-1943), jurista norteamericano que se refirió a él como «padre y fundador del Derecho Internacional», anteponiéndolo al protestante Hugo Grocio (1583-1645), para proclamar el «origen español del Derecho Internacional» y la «concepción católica del Derecho Internacional». A la exaltación vitoriana se unió la rehabilitación del jesuita Francisco Suárez» (Vélez, 2014: 115).
Asimismo, uno de los capítulos
más enriquecidos y originales del libro de Vélez es el dedicado a la
construcción y diseño de las ciudades por parte de los colonizadores españoles
de América. En contra de los contenidos de la Leyenda Negra, desde sus
conocimientos universitarios y profesionales como arquitecto, Iván Vélez
explica minuciosamente cómo la construcción de las ciudades de la América
española no sólo no obedece a los imperativos y exigencias de un imperio
depredador ―como lo fueron el inglés, el francés y el portugués―, ubicando los
emplazamientos en las zonas costeras para facilitar el esquilmado de los
recursos coloniales, sino en lugares del interior, no siempre de fácil acceso
para el tráfico marítimo[10].
El objetivo no era, pues, tanto la explotación cuanto la reproducción en el
nuevo continente de los modelos urbanos de la España peninsular. En palabras de
Vélez, de este y otros modos, «pudo construirse un Imperio cuyos restos, no
sólo arquitectónicos, sino también lingüísticos y filosóficos, persisten»
(132). Las ciudades en los estados emancipados de España no brotan de las
estructuras indígenas, sino del tejido conjuntivo, estructural, civilizador,
desarrollado por los españoles.
Hechos políticos
Señala Iván Vélez, y lo señala
con explícitas razones, que con la llegada al trono de España de la dinastía de los Borbones, el imperio cambió de orientación. Entre estos cambios, cabe
identificar dos constantes ―la segunda de ellas de sorprendente actualidad―: la
centralización del poder político en la Corona y la intervención directa de
esta última en las actividades financieras del Estado español. Es de lectura
inexcusable el capítulo 14, sobre «El cambio dinástico y el mal gobierno» (155
ss).
Pese a tal complejidad social, política y económica, las reformas borbónicas se pusieron en marcha afectando a la estructura imperial […]. Por otro lado, la monopolización por parte de la Corona de algunas industrias ―sobre todo la del tabaco, pero también la del té― supuso una mayor presencia de burócratas venidos casi siempre de la España peninsular. La Corona, consciente del poder que habían atesorado los grupos antes aludidos, trataba de introducir mayor control en tales negocios (Vélez, 2014: 157).
Pero la Leyenda Negra no deja
indemnes a los Borbones. Carlos III «instará a la enseñanza en lengua española,
al observarse que las comunidades indígenas que desconocían el idioma se habían
estancado considerablemente» (Vélez, 2014: 157). Sin embargo, como hoy, se
considerará «progresista» el aprendizaje de lenguas precolombinas. Algo así
como si desde 2014 se impusiera en la llanura italiana del Po el estudio del
osco-umbro, el ligur, el lepóntico, el venético, el mesapio, el rético o el
falisco, por ejemplo, a fin de recuperar el patrimonio cultural de los pueblos
que, hace siglos, hablaron allí aquellas lenguas, y fueron supuestamente
exterminados por otros de ascendencia latina. ¿Tienen idea los nacionalistas y
los indigenistas posmodernos de la cantidad, incontable, de lenguas
desaparecidas a lo largo de la historia de la humanidad? Tratar de hacer
sobrevivir artificialmente una lengua, supuestamente antiimperialista, con los
recursos humanos y financieros del presunto imperio no es sólo el mayor de los disparates:
es también el mayor de los cinismos. Y seguramente también el mayor de los
negocios.
Y en tales contextos, la
expulsión de los jesuitas llevada a cabo en 1767 por Carlos III, lejos de
interpretarse como un gesto de liberalismo ilustrado, se impregna nuevamente de
Leyenda Negra, y eso a sabiendas de que los jesuitas habían sido anteriormente
expulsados de Portugal en 1759 y de Francia en 1763. La misma expulsión ―como
la de los judíos en las Edades Media y Moderna― se interpreta en Portugal y Francia
como signo de progreso, frente al clero opresor, mientras que, en España, la
misma orden clerical jesuítica se presenta como víctima de la opresión
imperialista española, y se plantea el suyo como el exilio violento de seres
humanos extraordinariamente capacitados, comparable a la de una sangría de
intelectuales y sabios forzados a abandonar su labor sapiencial y científica,
la cual dejaría a España poco menos que en la nesciencia.
Tampoco es casual que del reinado
de Felipe V, que pasa posmodernamente a la Historia presente como el gran
triunfador sobre la Cataluña de 1714, por su vitoria en la Guerra de Sucesión,
se silencia que bajo su gobierno «comiencen a proliferar los apellidos
catalanes y valencianos en altos cargos del Nuevo Mundo» (Vélez, 2014: 161 ss).
¿América
Latina o Hispanoamérica?
A lo largo del siglo XIX, y bajo
la estética, poética y retórica de un Romanticismo anglosajón y anglogermano,
la Leyenda Negra antiespañola no deja de enriquecerse con tópicos
extraordinariamente significativos y penetrantes. Pintura, literatura, ópera,
teatro, música, periodismo…, sirven de cauce a tales propósitos. En este
contexto surge el término América Latina,
o Latinoamérica, en sustitución de
Hispanoamérica, a fin de disolver, borrar o atenuar la presencia española en el
nuevo continente. Iván Vélez señala que el origen de tal término puede
identificarse en Venecia, el 26 de septiembre de 1856, en el poema «Las dos
Américas», del escritor colombiano José María Torres Caicedo:
Mas aislados se encuentra, desunidos,Esos pueblos nacidos para aliarse:La unión es su deber, su ley amarse:Igual origen tienen y misión;La raza de la América Latina,Al frente tiene la sajona raza,Enemiga mortal que ya amenazaSu libertad destruir y su pendón[11].
El más elemental cometario de
texto constata en el poema la toma de conciencia de una alianza de Hispanidad
frente a un depredador común y exterior. Sin embargo, el término latinidad pasará a disociarse del de
Hispanidad, y significar algo parecido a indigenismo.
Lo cierto es que los latinos eran los antiguos habitantes del Lacio ―Latio―, esa llanura que, al sur de la
antigua Roma, se extendía hacia la costa, y cuyos habitantes hablaban latín,
una lengua que penetra en la península itálica hacia el año 1000 antes de
nuestra Era, lengua que, para más detalles, pertenece al grupo de lenguas
indoeuropeas III B, junto con las lenguas occidentales de ese mismo grupo
(germánicas, eslavas y célticas)[12].
La cuestión del indigenismo
adquiere nueva intensidad al amparo de la posmodernidad, que se sirve de ella
muy a su sabor, como «potente ideología disolvente de la Hispanidad» (Vélez,
2014: 308).
Rigoberta Menchú, a quien España
galardona en 1998 con el Premio Príncipe de Asturias, pretende simbolizar el
indigenismo posmoderno. Rigoberta Menchú fue autora de libros cuyos contenidos
desmintió, en primer lugar, el antropólogo americano David Stoll, en su obra Rigoberta
Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres, libro
que no halló editor en España, hasta que lo publicó en 2002 Nódulo
Materialista. Y en segundo lugar, la hispanista noruega Inger Enkvist desmintió
también a Rigoberta Menchú en varias de sus publicaciones, entre ellas la
titulada «Rigoberta Menchú Tum, un Premio Nobel de la paz que genera polémica»
(2007). Ambos investigadores han desmitificado la imagen que Rigoberta Menchú
ha dado de sí misma, como analfabeta o paria, que en realidad fue hija de
terratenientes y recibió escolarización en colegio de monjas[13].
Se ha dicho, y no sin errar, que Latinoamérica es hoy el principal enemigo de Hispanoamérica.
Defensa
crítica de la Hispanidad
Mucho antes de que en la Edad
Contemporánea y posmoderna los intelectuales se convirtieran en productos comerciales[14],
vendidos baratamente a las ideologías del mercado editorial y periodístico, no
era infrecuente la presencia de escritores críticos con un determinado sistema
de ideas, a cuyos poderes políticos incluso se enfrentaban en sus obras, con
riesgo de su propia vida. Fue el caso de Quevedo. Por lo que se refiere a la
Leyenda Negra antiespañola, el autor de El
Buscón escribe convictamente su España
defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y
sediciosos (1609). Comienza a articularse de este modo un hispanismo
crítico, dialéctico, y replicador, contra quienes vierten sobre la historia y
la imagen de España una mitología negrolengendaria. En este contexto, y sin
salir del Siglo de Oro, han de añadirse más títulos a esta lista, como señala
Vélez en su obra: Cristóbal Suárez de Figueroa (España defendida. Poema heroico, 1612), Juan de Solórzano y Pereyra
(Apologías y discursos de las conquistas
occidentales y Política indiana),
José Pellicer y Tovar (Defensa de España
contra las calumnias de Francia, 1635)[15],
etc.
Otro de los capítulos en los que
más han invertido las potencias internacionales históricamente enemigas de
España, al menos hasta el siglo XX, ha sido el mito de la supuesta incapacidad de los españoles para la ciencia. Y hasta tal punto esta insistencia ha sido
obstinada, que algunos escritores llegaron a tomársela en serio, a sumirla, en
particular tras el denominado desastre del 98. Baroja y Unamuno hablan
respectivamente de la incapacidad de los españoles para la investigación
científica (El árbol de la ciencia,
1911), o proclaman irracionalmente aquel absurdo de «¡Que inventen ellos!». Y
Luis Martín Santos en Tiempo de silencio
(1962), a fin de desacreditar la España franquista, vuelve a poner
recreativamente en la picota a la ciencia española. Léase el capítulo 13 de
este libro de Vélez, y enfréntese el lector a la realidad de hechos, documentos
e ideas que desmontan tal mitología.
Entre los escritores que en el
siglo XVIII reaccionan contra la Leyenda Negra antiespañola figura ―amén del
sobresaliente Feijoo― José Cadalso, tanto en sus Cartas marruecas (1789) como en su explícita Defensa de la nación española contra la «Carta Persiana LXXVIII» de
Montesquieu. Cadalso lamenta el «vergonzoso silencio» de los españoles:
«veo muchos españoles callar y, así, autoriza la calumnia con un tácito
asentimiento» (apud Vélez, 2014: 168)[16].
Vélez dedica precisos análisis a
la recepción del famoso ―por su perversidad― escrito de Masson de Morvilliers
contra la imagen de España en la enciclopedia editada en París en 1782 por
Panckoucke. El río de la Leyenda Negra antiespañola crecía caudaloso, al ritmo
de las potencias competidoras contra España. Con la emancipación de las
colonias británicas de Norteamérica, entra en escena un nuevo imperialismo, el estadounidense.
Así,
Durante las siguientes décadas del siglo XIX asistiremos en Estados Unidos a un auge de publicaciones negrolegendarias que acompasaron las ambiciones de los norteamericanos, ávidos de tutelar a las nuevas naciones independientes […]. La publicación en 1898 de una versión de la obra de Las Casas titulada Histórica y verdadera narración de la cruel masacre de 20.000.000 de personas en las Indicas Occidentales, por los Españoles puso el broche propagandístico en Nueva York con los ojos puestos en Cuba, unos ojos que ya había empleado Jefferson mucho antes (Vélez, 2014: 207-208).
De obligada referencia son los
trabajos de Juan Valera «Sobre el concepto que hoy se forma de España», para la
Historia general de España (1850-1867),
que iniciara Modesto Lafuente. Y acaso más importante es el escrito, poco o
nada políticamente correcto a día de hoy, de Emilia Pardo Bazán titulado «La
España de ayer y la de hoy» (1899). Según Iván Vélez (2014: 224 y ss) es
precisamente en esta conferencia de Pardo Bazán donde se usa por primera vez,
en sentido político y en español, la expresión leyenda negra. Por muchas razones, las palabras de Pardo Bazán son
las más inteligentes y críticas que he leído contra la mitología
negrolegendaria antiespañola.
Hace tiempo que los bien informados se ríen de nuestra leyenda negra. El Padre Las Casas, si viese a los hambrientos de la India y a los infelices sioux, tendría que llorar para toda su vida. Cabritillos de leche fueron nuestros conquistadores al lado de lord Clive. Pero no se trata de eso, no se trata de humanidad colectiva cuando se sostiene y propugna la superioridad actual de los anglosajones (apud Vélez, 2014: 229).
Blasco Ibáñez es otro autor de
referencia en la defensa de la Hispanidad, y en sus escritos «la
caracterización del Imperio español como modelo político generador queda
patente» (Vélez, 2014: 250). Cito a través de Vélez palabras de Blasco Ibáñez:
Representábamos una tendencia civilizadora, que tuvo que combatir contra todos. De ahí que el esfuerzo inicial no fuera todo lo fecundo que hubiera podido ser. Tendencia civilizadora he dicho y dicho bien. No veníamos a América a fundar factorías. Nuestros conquistadores fundaban pueblos, y en cada pueblo un ayuntamiento, un cabildo, donde se continuaban aquellas ansias de libertad que caracterizaron los municipios medioevales y que exteriorizaron los comuneros de Castilla (apud Vélez, 2014: 250).
No quiero
dejar de subrayar que el capítulo 30, muy nutrido de referencias e
interpretaciones sobre textos literarios (Larra, Machado, Orwell, Martín
Santos…) es de una extraordinaria lucidez y calidad por parte de Vélez.
La Leyenda Negra en el seno de España: los nacionalismos posmodernos
Lo que desde sus orígenes
renacentistas hasta prácticamente mediados del siglo XX fue sólo una Leyenda Negra antiespañola es
hoy material emporofóbico que, desde las ideologías posmodernas, sirve para
combatir toda actividad imperialista, de forma muy particular contra Europa y
Estados Unidos. Ni un sólo país europeo se libra actualmente de su particular leyenda negra. Lo que en su tiempo fue
un invento contra España es hoy una tiranía de penitencia también para sus
propios promotores genuinos (Bruckner, 2006). Pero, ¿persiste aún la leyenda
negra antiespañola? Sí, ¿dónde?, en la propia España, y en concreto en las
ideologías destinadas a promover el negocio de los nacionalismos subestatales
de nuestro tiempo. El nacionalismo sobrevive porque es, ante todo, un negocio.
Nada más ―y nada menos― que un negocio. Su base ha sido siempre la oligarquía
de una limitada geografía. Su ideología, la extrema derecha. El púlpito
eclesiástico, una de sus principales cajas de resonancia. La prensa, en
nuestros días, su mejor placenta. La prensa, en cierto modo, es la ramera
imprescindible de toda democracia.
Esta es la razón también por la
cual en España no prospera en estos momentos un partido político visible de
extrema derecha, como puede suceder en Francia, con el Frente Nacional. Porque
en la España actual, en la España desvertebrada por las autonomías, la extrema
derecha son los nacionalismos, los cuales, ante la ignorancia colectiva, se
disfrazan de mitología de izquierdas. Los únicos responsables actuales de la
Leyenda Negra son los españoles que promueven la destrucción de su propio
Estado. En palabras de Baruch Spinoza: «Es malo lo que introduce la discordia
en el Estado» (Ética, 4, XI). Y en
palabras de Vélez:
Se trata, en definitiva, de la aplicación de los componentes de la Leyenda Negra a partes formales y constitutivas de una España de la que se reniega, y de cuyo influjo, uno vez perdidos los restos del Imperio en los que tantos intereses tenía la burguesía catalana, se intenta escapar (Vélez, 2014: 246).
Unamuno, Ganivet, Altamira…,
fueron algunos de los numerosos intelectuales que desde fines del siglo XIX
observaron cómo la Leyenda Negra se instalaba en las ideologías
nacionalistas y separatistas. Entonces se hablaba de cantonalismo, atomización,
federalismo ―ignorando que federar
es establecer uniones y alianzas, es decir, que federar es unir, no separar, es
agrupar, no desmembrar―[17].
Se hace inevitable reconocer que la tercera restauración borbónica, implantada políticamente en la Transición de 1978, y de raíces explícitamente franquistas, se basó, entre otras muchas cosas, en el negocio de los nacionalismos subestatales, ejecutado todo este vasto programa por una generación de españoles que, nacidos en torno a 1950, y procedentes en su mayor parte de las élites del régimen dictatorial y golpista, esquilmaron corporativa y solidariamente el país, dejando a las siguientes generaciones los restos consumados de su ambición y prejuicios propios. Esa generación, que hoy ―2022― supera los 70 años de edad, y vive su estertor, nos ha legado sus ruinas. Es la generación que más poder y mayor ambición ha acumulado en la Historia reciente de España. Su herencia, a la vista está: una Universidad corrompida y degenerada, inútil; una Justicia que es una prolongación de la olítica del régimen actual, cuya democracia es meramente nominal y retórica; una economía basada en la especulación, que no en el trabajo; una seguridad social y un sistema de pensiones desintegrados; una izquierda indefinida e ideológicamente sin contenidos, instrumento del capitalismo globalizante; un sistema educativo especializado en la organización y promoción del analfabetismo colectivo; y un raquitismo explícito en el desarrollo intelectual de sus descendientes, quienes no tienen empacho en identificarse a sí mismos como la generación más preparada de la Historia de su país, cuando ni siquiera son capaces de enfrentarse a un día de lluvia. La mayor parte de ellos son inhábiles para el trabajo, pero no lo saben, porque nunca han trabajado. El trabajo prepara más y mejor que el estudio, porque el trabajo supone y exige un enfrentamiento con el entorno social, laboral y tecnológico del que el estudio nos mantiene muy preservados. Estudiar es como jugar a trabajar... No es posible madurar, ni hacerse adulto, sin enfrentarse al mundo laboral: quien no trabaja no madura. Envejece siendo niño o adolescente.
Y voy a poner un ejemplo concreto
de cómo ha empleado su vida, su poder y su ambición esa generación del entorno
de 1950. El 28 de junio de 2014 tuvo lugar en la emisora Radio Gramsci un
programa sobre el tema Podemos y la
Nación, en el que, entre otros interlocutores, intervenían Iván Vélez,
autor del libro que reseño, y José Luis Villacañas Berlanga. Sólo destacaré
algo que me parece capital: en un momento dado de las intervenciones José Luis
Villacañas afirma que «España es una nación tardía». Si esto es lo que declara,
y he de suponer que lo que piensa, todo un profesor universitario, entonces
―permítaseme la franqueza, y la piedad―, el último que salga que apague la luz.
Semejante afirmación pone los pelos de punta al más retrasado de los
ignorantes. José Luis Villacañas Berlanga nació en 1955. ¿Qué debe España a
esta generación?
________________________
NOTAS
[2] Se observa que hay una
doble vara de medir, o ley del embudo, por hablar llanamente, a la hora de
interpretar el papel desempeñado por diferentes imperios históricos: «Resulta
interesante confrontar el Cerro Rico de Potosí con las minas auríferas de Las
Médulas, en España. Si Potosí ha constituido todo un símbolo de la explotación
hispana del indio, tan oprobiosa imagen no pende sobre Las Médulas, lugar donde
los romanos emplearon mano de obra esclava. En efecto, cuando se habla de Roma
se suelen exaltar sus logros civilizatorios suavizando en ocasiones su sostén
esclavista» (Vélez, 2014: 304).
[3] Adviértase que el imperio
español mantuvo siempre una marcada independencia, cuando no una declarada
oposición, frente al Vaticano y a la política papal, hechos estos que se
silencian o se disfrazan ideológicamente, según tiempos, circunstancias e
historiadores, a fin de dar una imagen de España completamente clerical y
vaticanizada, cuando la realidad histórica fue en verdad muy diferente. Vid. al
respecto la obra de Otto Carlos Stoetzer (1982).
[4] Sobre el tema, vid Suárez
Roca (1992).
[5] Lo que nunca se suele
mencionar cuando se habla del saqueo de Roma por parte de las tropas al
servicio de Carlos I es que, en ese mismo ejército saqueador, estaban, además
los lansquenetes alemanes, innumerables mercenarios italianos, que no
desaprovecharon la ocasión para expoliar la capital de su propia geografía (no diremos país, puesto que país no lo tuvieron hasta el siglo XIX).
[6] Sobre la represión
luterana, vid. Pfandl (1924). Y también Harris (1974/2006: 208 ss),
particularmente en sus páginas sobre la Reforma protestante.
[7] Una crítica detenida al
sobrevaloradísimo Montaigne puede verse en «La crítica de la literatura ilustrada: Feijoo frente a Montaigne, con una nota sobre Gracián» (IV, 2.38), sobre todo cuando se contrastan los escritos del francés con los
ensayos verdaderamente ilustrados de un Feijoo y su Teatro Crítico Universal (1726-1740). Más de un detractor se ha
sentido muy molesto con esta comparación mía entre Feijoo y Montaigne, a la que
ha calificado de «injusta». Yo, por mi parte, confieso desconocer la existencia
de un Tribunal Penal Internacional sobre Literatura Comparada. Mea culpa.
[8] En algunas de sus
aberraciones, Las Casas llega a justificar este tipo de homicidios,
protagonizados por los aborígenes, al sugerir que «la vida humana es lo máximo
que se podía ofrecer a los dioses» (apud
Vélez, 2014: 109).
[9] Altamente recomendable es
en este sentido la obra del hispanista italiano Walter Ghia (2013), en relación
con el pensamiento político de Juan Ginés de Sepúlveda, educado en Bolonia, y
la obra de Nicolás Maquiavelo. Ghia examina las ideas de estos autores también
en relación con la obra literaria de Miguel de Cervantes y el Derecho en la
España de los Siglos de Oro.
[10] «Mientras, por ejemplo,
Portugal establece factorías en las costas, España fundará ciudades en las que
se asientan las principales instituciones imperiales ya en marcha en Castilla
antes del Descubrimiento» (Vélez, 2014: 250).
[11] Apud Vélez (2014: 212).
[12] El griego pertenece al
grupo de las lenguas indoeuropeas III A, junto con el indoiranio (Rodríguez
Adrados, 2013: 307 ss).
[13] Para más datos sobre la
cuestión del indigenismo, vid.
Bueno Sánchez (2002).
[14] Vid. a este respecto las
obras de Arnscheidt (2005) y Rubinat (2014), respectivamente, sobre las figuras
de Muñoz Molina y Javier Cercas.
[15] Este escrito fue
respuesta al Manifiesto del Rey de
Francia, fechado el 6 de junio de 1635, que supondría la declaración de una
guerra concluida en 1659 con la denominada Paz de los Pirineos.
[16] La Defensa de Cadalso debe leerse íntegramente. Está disponible en
internet, en el siguiente enlace.
[17] Federalismo es, pues, todo lo contrario de lo que creen promover los separatistas. Por eso sorprende que determinados partidos, como el PSOE, actualmente en estado tan crítico dada la vacuidad de su supuesta ideología y la indefinición de sus presuntos líderes, propugne la federación de naciones en España, algo que en sí es un absurdo superlativo: sólo se puede federar, es decir, unir, algo que está separado, es decir, partes desunidas que, federadas, formarían un todo. Federar es un proceso de agrupamiento, no de desmembración. Quien identifica federar con organizar una separación demuestra no sólo que ignora el significado de la palabra que usa, sino que además no sabe consultar ni leer un diccionario. Dicho de otro modo, ni siquiera es consciente de su propia ignorancia: no sabe que no sabe.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Observaciones Sobre la leyenda negra de Iván Vélez», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 14.38), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
⸙ Adenda bibliográfica
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- José Arcadio Buendía: Un patriarca absolutamente cómico. Ignorancia no es inocencia.
- La fundación de Macondo es consecuencia de un crimen: hacia el realismo mágico.
- El hispanismo se burla de la filosofía platónica: el mito del olvido en Macondo.
- El amor de los psicópatas: los Buendía son una familia de locos y dementes.
- La violencia y la guerra, a diferencia del amor, sólo seducen a quien no las sufre: Amaranta contra Rebeca.
- Militares y martes de carnaval. Arcadio y la democracia liberal en Macondo.
- El mito del guerrillero hispanoamericano: todo idealismo acaba siempre en traición o fracaso.
- Contra el mito de Simón Bolívar, y la distopía fragmentadora de la Hispanidad. Hispanoamérica sin España.
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- El mito del diluvio universal en la destrucción de Macondo provocada por el imperialismo depredador anglosajón.
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- ¿Violación o placer? El destino de las sociedades sin Estado es la anomia de sus miembros.
- 200 años sin España: 200 años de una hispanidad fragmentada por Bolívar.
- El punto de partida contra las élites gestoras de España.
- Los pactos para partir España y la instauración de la dinastía borbónica.
- Así es como Francia ha disfrazado sus fracasos históricos contra España.
- Mentira y soborno en la corrupción afrancesada de las élites españolas. El Motín de los Gatos.
- Carlos II, el rey más desconocido de la Historia de España, contra la leyenda negra.
- Economía y comercio en el imperio español: Las páginas que no escribió Antonio Escohotado.
- Origen y genealogía de la versión francesa de la leyenda negra antiespañola.
- La hispanofobia en la literatura francesa del siglo XVII: viajes por España.
- Iglesia y Estado en Francia: 2 factorías de la leyenda negra antiespañola. La novela histórica.
- La secularización de la leyenda negra contra España: Montesquieu y Voltaire.
- Masson de Morvilliers y los intelectuales españoles afrancesados: De Pérez de Ayala a Pérez Reverte.
- El mito de la literatura culta en la Ilustración francesa y europea: cómo exterminar lo popular de la literatura en español.
- El racionalismo cínico y Kitsch de la Ilustración europea en España: Meléndez Valdés.
- Elvira Roca Barea, 6 relatos ejemplares 6: Ana de Sajonia.
- Elvira Roca Barea, 6 relatos ejemplares 6: Doce apóstoles. (Sobre la sublevación de los campesinos alemanes).
- Elvira Roca Barea, 6 relatos ejemplares 6: Bagatela sobre Shakespeare.
- Elvira Roca Barea, 6 relatos ejemplares 6: El sembrador de peste. (Calvino, represor de las libertades en Ginebra).
- Elvira Roca Barea, 6 relatos ejemplares 6: Campanas de Breda.
- Elvira Roca Barea, 6 relatos ejemplares 6: La última reina, Margarita Pole
Crítica del libro 1492: España contra sus fantasmas, de Pedro Insua
Utilidad para la literatura y los hispanistas
de «España frente a Europa» de Gustavo Bueno
Crítica de En defensa de España de Stanley G. Payne
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