III, 5.2.2.1 - Figuras sintácticas para una interpretación de la literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Figuras sintácticas


Referencia III, 5.2.2.1


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Las figuras gnoseológicas del eje sintáctico son los términos, las relaciones y las operaciones.

1. En primer lugar, Bueno dispone que los términos de una ciencia constituyen su campo categorial o científico, como partes formales suyas. Son los «funtores de grado cero del campo categorial». A los términos se asocian, como modus sciendi característico, las definiciones (de términos), de las que nos ocuparemos, junto con las clasificaciones, los modelos y las demostraciones, al hablar de los modos gnoseológicos de conocimiento inmanente de la literatura. Las definiciones son figuras gnoseológicas determinantes, ya que su función inmediata es la delimitación o constitución de términos categoriales.

Los números naturales son partes de la aritmética, como los elementos químicos son términos constituyentes de la química clásica. Del mismo modo, los doce sonidos de la escala cromática han de considerarse términos fundamentales de la teoría de la música. En el caso de la Teoría de la Literatura, los términos constituyentes del campo categorial, es decir, de su ontología, son el autor, la obra literaria, el lector y el intérprete o transductor. Los términos no se dan aisladamente, sino sintácticamente, es decir, un término implica, exige, requiere, la presencia de otros términos con los que relacionarse y concatenarse. La unión sintáctica entre los términos permite la constitución de contextos determinantes en el campo categorial de una ciencia dada. La unión sintáctica entre términos lingüísticos, por ejemplo, permite hablar de gramática.

Ninguna ciencia puede considerarse constituida en torno a un sólo o único término, como por ejemplo el Principio, el Ego, la Materia, Dios, la Mujer, el Indígena, etc. Una perspectiva de este tipo sería una perspectiva monista. Lo reduciría todo a un término único, o mónada fundamental, del que dependería todo lo demás. Con un sólo término no cabe hablar de procesos operatorios, ya que tal término único no estaría relacionado con nada. Es una visión idealista y monista, que rompe la symploké sintáctica entre los términos, ya que un término está relacionado con otros (ontología dialéctica), pero no con todos (ontología monista). Y, por supuesto, dentro de un campo científico o categorial, ningún término existe con absoluta independencia de los demás, es decir, no hay términos inconexos (ontología atomista).

En consecuencia, no cabe hablar de ciencias referidas a un único objeto. Algo así constituye una aberración gnoseológica. Afirmar, como sostiene la posmodernidad, retrotrayéndose a una suerte de monismo axiomático de la sustancia, que «todo es texto», o bien es una metáfora atributiva que nada significa, más allá de su simpleza retórica, o bien es, como se ha indicado, una aberración gnoseológica. Por muy complejo que sea o se nos presente, un objeto unitario y global no puede ser objeto de ciencia, porque la ciencia está referida siempre a múltiples objetos (contextos determinantes), concatenados y relacionados entre sí, a través de formas (contextos determinados) que cada ciencia particular habrá de interpretar específicamente. Las ciencias no están delimitadas por un objeto de conocimiento, sino por múltiples objetos de conocimiento, en tanto que términos, los cuales constituyen el campo categorial de esa ciencia, un campo en el que se conjugan las partes materiales y formales de cada ciencia o categoría. Puede decirse por esta razón, como señala Bueno, que las ciencias no tienen propiamente un objeto, sino un campo. Un campo delimitado categorialmente por sus términos. El campo gnoseológico de una ciencia contiene múltiples términos, simples y complejos, que se determinan mediante operaciones y relaciones. Los términos de un campo, a su vez, se organizan en clases diversas, subconjuntos que configuran el campo de forma sistemática y operativa. Con una sola clase de términos, por muy variada que sea, no es posible establecer operaciones ni relaciones. Las operaciones entre los términos de las distintas clases postulan un sistema de operaciones y un sistema de relaciones.

Además, los términos de un campo categorial o científico, dado que son los términos u objetos que delimitan los perímetros y posibilidades de una ciencia, esto es, sus operaciones y límites, han de ser físicos, materiales, corpóreos. ¿Qué quiere decir esto?: que han de pertenecer a M1. Su ontología será siempre corpórea. Y operatoria. Es decir, su ontología —su realidad— será nuestra gnoseología —nuestro campo de operaciones científicas—. Los términos están implicados en el mundo físico: son materialidades de primer género. No cabe hablar de términos fuera de M1, es decir, fuera del mundo físico. Por eso Dios no existe: no podemos operar —obrar— con él. No hay margen posible para el agnosticismo. La duda no es ilimitada: ha de saber detenerse ante la evidencia —o la ausencia— de realidades ontológicas. No hay ciencias cuyos términos u objetos de conocimiento sean espíritus puros o formas incorpóreas. El ser, o es material, o no es. Las ciencias no trabajan con fantasmas. Las obras de Freud tienen mucho más que ver con la literatura —con la novela, o la fábula, como géneros literarios— que con la filosofía materialista, y aún están mucho más próximas a una filosofía idealista y especulativa que a una medicina, dentro de la cual, como ciencia categorial, hoy día no tienen ninguna validez ni vigencia. El inconsciente freudiano es una ficción filosófica, no un órgano material del cuerpo humano. Téngase en cuenta que la filosofía está llena de ficciones: ápeirondemiurgo, motor perpetuo, causa primera, Dios, substancia pura, Leviatán, mónadas, noúmenoEspíritu absoluto, Superhombre, inconsciente, Dasein, Ego trascendental... En este sentido, la Historia de la Filosofía es una antología de cuentos fantásticos y relatos maravillosos, digna de la más estimulante interpretación literaria.

Finalmente, ha de advertirse que los términos de un campo categorial o científico figuran siempre identificados y delimitados entre sí, en clases organizadas, susceptibles de operaciones y relaciones sistemáticas. Esta situación pragmática exige dar nombre a los términos mediante signos, porque un término ontológicamente real, es decir, físicamente existente, no puede «entrar en estado puro», es decir, en su dimensión estrictamente material, en el campo científico, sino que ha de entrar en él como materia formalizada, esto es, como materia interpretada conceptualmente, de modo tal que su entrada será una entrada semiológica. Así es como los términos son materiales de un campo científico en tanto que términos formalizados o conceptualizados por sujetos operatorios mediante operaciones semiológicas. Los signos son hechos, porque su referente es, de un modo u otro, operable. Los términos conceptualizados se manipulan como signos, esto es, como formas o conceptos lógicos (M3) que remiten a objetos o referentes físicos —que Bueno llama exactamente «fisicalistas»— (M1), susceptibles de percibirse fenomenológicamente bajo un determinado sentido psicológico y subjetivo (M2), el cual habrá de segregarse o excluirse, en la medida de lo posible, del proceso de investigación científico, llevado a cabo por los sujetos operatorios que manipulan los términos del campo categorial, mediante un sistema de relaciones y de operaciones entre ellos. Es así como se recupera, desde las coordenadas de la Crítica de la razón literaria, la totalidad y complejidad de la semiología, que queda de este modo incorporada a los procesos de constitución, relación y operatividad de los elementos formales y materiales constitutivos de una ciencia (Maestro, 2002, 2009b), en este caso la Teoría de la Literatura. Es indudable que la forma sensible del signo es la conceptualización o interpretación de la realidad a la que se refiere (M3), que el objeto o referente del signo es la materia real a la que se refiere (M1) —la realidad extrasígnica denotada por el signo—, y que el sentido o contenido psicológico del signo es lo que identifica, o le atribuye, la conciencia del sujeto operatorio (M2). Esta triple dimensión del espacio semiológico se da, por supuesto, en symploké. Por esta razón, cuando un sujeto operatorio trabaja con términos que carecen de dimensión física (M1), y resultan conceptualizados (M3) al margen de la realidad material que los hace posible, el único contenido que permite identificarlos y predicarlos será un contenido psicológico (M2), donde la fe, la creencia, la imaginación o la teología campeen por sus respetos. Cuando un sujeto opera con signos que no están relacionados con el mundo físico (M1), este sujeto se sitúa en un mundo metafísico, es decir, hace metafísica en lugar de ciencia, razona idealmente en lugar de razonar materialmente, no permite que sus palabras puedan verificarse en el mundo interpretado por las ciencias, sino en un mundo dogmatizado por la teología. En tales casos, el sujeto se comporta como un rétor, no como un científico, es decir, actúa como un sofista, no como un filósofo verdaderamente crítico. En suma, estamos ante un impostor. Un farsante.

Téngase en cuenta que, según los presupuestos de la Crítica de la razón literaria, si algo existe, es porque algo material lo ha causado. Las causas siempre son materiales. Como lo son también las consecuencias. Todas las ideas, incluso las ideas relativas a entidades inexistentes, metafísicas o incorpóreas, tienen su causa o desencadenante en un hecho material efectivamente existente y operatorio. Todos los hechos, incluso los psicológicos e imaginarios, remiten siempre a una causa física, corpórea y operatoria. La metafísica no es, ni puede ser, el motor de la realidad. La metafísica nunca es operatoria. Todos los fantasmas —incluido el inconsciente— son obra del racionalismo humano. Las ideas, incluso las más ficticias o aparentemente irracionales, están ancladas en un fundamento causal y operatorio genuino. El ejemplo más evidente lo tenemos en El animal divino (1985) de Bueno, donde el origen de la religión se sitúa fuera de la metafísica de un Dios teológico (religiones terciarias), porque su causa no es la imaginación humana, sino la existencia real y efectiva de dioses numinosos y animales (religiones primarias), codificados ya en el paleolítico inferior. Sólo la transformación de estas divinidades vivientes y zoomorfas en divinidades mitológicas y andromorfas (religiones secundarias) explica la irrupción, con el triunfo del racionalismo filosófico de Platón y Aristóteles, de una religión teológica como el cristianismo, con una idea de Dios terriblemente próxima al ateísmo, en tanto que constituye una vacuidad absoluta (totalidad, omnisciencia, universalidad, eternidad, omnipotencia, ubicuidad, pureza, invisibilidad, monismo, indivisibilidad…). Todas estas cualidades son los atributos de una nada absoluta. Quede claro que las ideas son referentes trascendentales (a las categorías científicas) en cuyo origen, genealogía o historia hay siempre un fundamento material, del mismo modo que los conceptos son referentes categoriales (o científicos) constituyentes del cuerpo ontológico de las ciencias[1].

Si los objetos de conocimiento nos proporcionan un conocimiento, es precisamente porque son objetos reales, formalizados y conceptualizados por las ciencias en sus distintos campos categoriales. La distinción entre objetos reales y objetos de conocimiento puede justificarse gnoseológicamente gracias a la semiología materialista.



Interpretación de la ontología literaria 
desde la gnoseología materialista

 

Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

 

Adviértase que, en el contexto del espacio gnoseológico en el que situamos la recuperación de la semiología, los signos pueden ser de tres tipos: idealistas, conceptuales o retóricos.

Los signos idealistas dan lugar a la ficción (no necesariamente literaria). En los signos conceptuales se fundamenta la ciencia. De los signos retóricos se alimentan las ideologías. En síntesis, siempre desde los criterios de una gnoseología materialista, son signos idealistas aquellos que carecen de referentes materiales físicos, positivos, efectivamente existentes, porque su M1 es igual a Ø (el Dios de la teología cristiana, el concepto de «lector implícito» de Iser...). Su forma de expresión más común es la metáfora, como tropo preferido entre otros muchos. Son signos científicos o conceptuales los que carecen de contenidos psicologistas o emotivos, ya que su valor referencial se agota denotativamente en la expresión unívoca de conceptos lógicos y categoriales. Su expresión más recurrente es la fórmula. El M2 es aquí igual a Ø (la fórmula química del agua, el signo del becuadro en la armadura musical...). Son signos retóricos aquellos que carecen de contenidos conceptuales lógicamente definidos desde los criterios de una determinada ciencia categorial, es decir, aquellos que carecen de M3 (es el caso del uso ordinario de las palabras de los lenguajes naturales, segregadas del significado conceptual que pueden adquirir en los lenguajes científicos). En consecuencia, un sofisma es un signo retórico que pretende usarse o imponerse como signo científico, es decir, como si sus formas retóricas fueran materiales gnoseológicos. Dicho comúnmente: cuando se nos pretende «dar gato por liebre», en este caso, cuando se nos pretende dar M2 por M3, esto es, ideología y psicologismo en lugar de ciencia y conocimiento científico.


                    Signos idealistas:               M1 = Ø        Metáfora        Ficción              Dios

                    Signos conceptuales:        M2 = Ø        Fórmula         Ciencia              H2O

                    Signos retóricos:                M3 = Ø        Sofisma          Ideología          Feminismo


Es posible que alguien se pregunte cuál es el estatuto que, de acuerdo con esta clasificación, corresponde a los signos literarios. La respuesta es muy simple: ninguno. ¿Por qué? Porque, como he explicado en un libro anterior (Los venenos de la literatura, 2007a), los materiales literarios son realidades ontológicas susceptibles de una gnoseología, pero no son realidades gnoseológicas, es decir, no son signos susceptibles de ser utilizados con valor científico, ya que no son instrumentos de ciencia, como lo pueden ser un microscopio (operador que convierte fenómenos en términos) o un termómetro (relator que convierte términos en conceptos), sino que los materiales literarios sólo son susceptibles de ser utilizados ontológicamente, como objetos de conocimiento ellos mismos, objetos de operaciones y de relaciones, llevadas a cabo por sujetos operatorios (autor, lector, transductor). Pero no pueden utilizarse nunca como instrumentos de análisis científico de la realidad, porque el Quijote no es un telescopio, ni la Divina commedia de Dante un escáner. La literatura no es una ciencia. La literatura es una ontología sujeta a una gnoseología, esto es, una materia que puede estudiarse científicamente, mediante conceptos, por ciencias categoriales, como la Teoría de la Literatura, pero no es una gnoseología, es decir, no es una ciencia, ni un instrumental científico, desde los cuales podamos estudiar el mundo. Quien pretenda reconstruir La Mancha a partir de las descripciones del Quijote se encontrará con que carece de recursos, porque la obra no ofrece ninguno al respecto. En el Quijote no se describe ningún lugar de La Mancha. Y aunque las ofreciera, no tendrían en sí mismas ningún valor científico en términos de geografía y cartografía manchegas, como disciplinas categoriales. Por su parte, quien pretenda analizar geológicamente la orografía del Infierno o del Paraíso a partir de la Divina commedia dantina demostrará ser un demente.


2. En segundo lugar, las relaciones se establecen entre los términos de un campo categorial o científico. Desde un punto de vista gnoseológico, los términos categoriales funcionan como conceptos, al tratarse de cuerpos que se han formalizado conceptualmente. El agua, en el campo categorial de la Química, es un término o cuerpo que se conceptualiza como H2O. Las relaciones construyen significados gnoseológicos plenos (M3) —y no solamente ontológicos en un sentido primogenérico o físico (M1)—, en los que se produce la segregación o expulsión del sujeto cognoscente, en tanto que contenido psicológico o ideológico (M2). Las relaciones se producen entre objetos definidos científicamente, esto es, formalizados de acuerdo con criterios sistemáticos, objetivos y necesarios. Desde un punto de vista gnoseológico, las relaciones constituyen materialidades terciogenéricas (M3). En términos semiológicos, diremos que trabajamos con signos conceptuales (fórmulas), y no con signos retóricos (sofismas), propios de las ideologías, ni idealistas (metáforas), característicos de la literatura. Lo hemos dicho y ha de reiterarse: la ciencia no puede ser signo de algo irreal.

Las relaciones conceptuales permiten establecer conexiones racionales y lógicas entre los términos constituyentes del campo categorial. A las relaciones se asocian, como modi sciendi característicos, los axiomas de las ciencias, axiomas que, por su naturaleza y exigencias gnoseológicas, habrán de ser operatorios, y no meras recitaciones o rapsodias de enunciados eufónicos.

Los soportes de las relaciones son los relatores, del mismo modo que los soportes de las operaciones son los operadores y los soportes de los términos son los determinantes, esto es, las definiciones —que construyen términos a partir de términos—, como figuras gnoseológicas propias de los modos inmanentes de conocimiento (junto con las demostraciones, las clasificaciones y los modelos). Bueno subraya —y no ha de entenderse este énfasis como una concesión formalista, puesto que los signos son hechos— que son relatores no sólo los signos (lingüísticos, literarios, algebraicos...), sino también determinados instrumentos físicos (una balanza, un termómetro, una regla, un calendario...).

Las relaciones se distinguen de las operaciones en que estas últimas analizan fenómenos que el sujeto operatorio transforma en términos conceptualizados mediante el uso de operadores (microscopios, instrumentos científicos, etc.), mientras que las relaciones sintetizan conceptos, lo cual permite neutralizar la presencia e intervención del sujeto operatorio o intérprete, a la vez que genera nuevas estructuras, las cuales desbordan el núcleo originario constituido por los términos, disponiendo el desarrollo de proposiciones, teoremas o axiomas, entre otras figuras gnoseológicas.

Diremos, en suma, que las operaciones permiten construir términos en un campo categorial (conceptualizando científicamente objetos, dando lugar a construcciones objetuales) a partir del análisis de los fenómenos, y que las relaciones permiten construir figuras gnoseológicas (construcciones proposicionales: teoremas, axiomas, teorías…) a partir de la síntesis de los conceptos, esto es, más precisamente, de los términos —debidamente conceptualizados— dados en el campo categorial.


3. En tercer lugar, las operaciones son las relaciones que un sujeto operatorio establece entre los términos conceptualizados de un campo científico con el fin de alcanzar determinadas interpretaciones. Las operaciones implican manipulaciones de los términos, es decir, una capacidad de intervención física sobre ellos. Las operaciones son corpóreas, manuales, quirúrgicas, y no exclusivamente psicológicas o mentales. Toda operación exige una intervención orgánica en el cuerpo que constituye, ontológicamente, esto es, materialmente, el objetivo de nuestra investigación. Pueden ser de dos tipos, según separen cuerpos o términos (analíticas) o según los aproximen (sintéticas).

Las operaciones permiten delimitar o «cerrar» provisionalmente un campo categorial o científico. Según Bueno, una ciencia alcanza su «cierre» cuando las diferentes operaciones científicas de relación y manipulación de sus términos dan como resultado términos preexistentes, es decir, pertenecientes al propio campo categorial o científico, términos que, una y otra vez, se sitúan dentro de los límites y perímetros ya establecidos, o conocidos, porque sólo se relacionan con términos de su propio campo categorial. En consecuencia, Bueno entiende por cierre categorial la potencia de un sistema de componentes gnoseológicos para constituir verdades científicas, delimitadoras de una determinada área de la realidad. Bueno considera que la ontología —y la unidad— de toda ciencia se constituye de acuerdo con un cierre categorial, y que de hecho la autonomía de una ciencia no viene determinada por un corte epistemológico, o por un paradigma (Kuhn, 1962), sino en virtud de un cierre categorial (Bueno, 1992). 

Sin embargo, desde los presupuestos metodológicos de la Crítica de la razón literaria, consideramos que este cierre es más bien un delimitación formal, indicativa y provisional —y en algún caso incluso sólo teórica o teoreticista, ya que las ciencias, como el propio Bueno reconoce, no tienen propiamente límites, dado que su desarrollo es permanente y abierto. El circularismo tiende a hacer visible la apertura de las ciencias y sus campos categoriales, mientras que el teoreticismo induce a una visión estable, formal y cerrada de las mismas ciencias. De hecho, Bueno habla inmediatamente de un «cierre» que no debe interpretarse como una «clausura». La noción misma de cierre sin clausura no deja de ser muy inestable. De hecho, es una completa y sorprendente paradiástole, dada en plena formulación de una poderosa teoría de la ciencia. Por esta y otras razones, personalmente considero que la teoría del cierre categorial de Bueno es un excelente punto de partida para delimitar los campos de las ciencias, esto es, los campos categoriales, pero no tanto para postular su presunto «cierre», pues en todo caso se trata, más que de un «cierre», de una delimitación más bien indicativa y teórica que efectiva y pragmática, determinada siempre por un puntual estado evolutivo de las operaciones, una delimitación que, además de resultar sistematizada en un cierto curso de esas operaciones, resulta sancionada y reorganizada por potentísimas condiciones institucionales que disponen el funcionamiento político (económico, militar, estatal, bélico, internacional, etc.) de las ciencias. Las ciencias —o por mejor decir los científicos— pueden descubrir lo que quieran o puedan, pero sólo desde los poderes políticos y sus instituciones estatales o internacionales esos descubrimientos científicos podrán encontrar —o no— desarrollo, aplicación o ejecución. Las ciencias no son más fuertes que la política. No lo han sido nunca. Otra cosa es que la política de un Estado se haga fuerte si sabe gestionar mejor que otros Estados, o en colaboración con ellos —o contra ellos— los recursos y descubrimientos científicos. Por lo tanto, una concepción de las ciencias al margen de la realidad política es siempre un idealismo, que emana sin duda de una visión formalista y teoreticista de las ciencias. No deja de ser irónico que Platón no permitiera la entrada en su Academia de quien no supiera geometría, cuando el propio Platón nunca hizo uso de la geometría sino para jugar con ella, como una suerte de logolalia conceptual que permitía testificar la inteligencia de sus presuntos discípulos.

De un modo u otro, para Bueno, un campo categorial es un conjunto sistemático de (partes de) materiales científicos entre los que se ha logrado establecer un sistema circular de relaciones o concatenaciones, es decir, cuando se establece provisionalmente— un cierre categorial. Insisto, por mi parte, en subrayar que tal cierre siempre será provisional e inestable. Un cierre sin clausura. De nuevo, la paradiástole inextinguible...

En la teoría del cierre categorial, una operación es la transformación que un objeto o término experimenta en la medida en que un sujeto operatorio lo manipula y determina funcionalmente. Adviértase que la operación apunta ante todo a la transformación funcional del objeto en manos de un sujeto operatorio o intérprete, pero nunca por acción de otro objeto. Quien diseña o ejecuta las operaciones es siempre un ser humano o sujeto operatorio, aunque se sirva para ello de instrumentos —desde los más elementales utensilios hasta las más sofisticadas estructuras robóticas, instrumentos que sólo el propio ser humano elabora. Las operaciones no se dan entre objetos o términos, sino entre objetos o términos y sujetos operatorios. Las operaciones nos remiten, pues, a un género de materialidad segundogenérica (M2), determinada por la presencia de un sujeto humano. No hay ciencia sin seres humanos. Ni siquiera cabe hablar de metodologías alfa operatorias sin presencia o intervención (transducción) de seres humanos ejecutando operaciones, sin bien a posteriori es posible segregar la intervención humana, en mayores o menores grados. Esta gradación determinará el nivel de cientificidad u objetividad en el uso de las metodologías científicas, dese las alfa operatorias (ciencias naturales) hasta las beta operatorias (ciencias políticas). De cualquier modo, no hay ciencia que no contenga en alguno de sus umbrales o procesos la presencia de seres humanos. Insisto: las ciencias son construcciones humanas, y tratar de prescindir del sujeto en la investigación científica es incurrir en un idealismo absoluto. La intención de la supresión del sujeto operatorio en la praxis científica es un espejismo provocado por un afán ideal de objetividad. Es una obsesión que ha estado presente en todas las etapas de las ciencias. La proclamada «muerte del autor», de Barthes (1968), es una variante más de esta negación del sujeto en los procesos de construcción ontológica, en este caso, de la literatura misma, como si algo así fuera posible. Esta presunta supresión debe estar muy bien procesada, y hay que advertir que precisamente una de las principales originalidades de la teoría del cierre categorial es prestar atención a este proceso de segregación objetiva del sujeto.

Las transformaciones resultantes de las operaciones tienen como finalidad la configuración de otros términos, más simples o más complejos, pero siempre del mismo tipo o categoría que los términos constituyentes del campo. Los términos de la química (sodio), por ejemplo, no operan en la categoría de la música (si bemol mayor), y viceversa. Un químico no trabaja con tonalidades musicales, ni un compositor busca gramos de cadmio en un intervalo de sexta disminuida. El concepto materialista de operación integra en la estructura misma de las ciencias, en su propia ontología, todo un sistema de instrumentos operadores capaces de formalizar materiales, es decir, capaces de transformar conjuntos de fenómenos dados en sistemas de términos interpretables o conceptualizados. Un microscopio no es simple o metafóricamente la prolongación del ojo humano: es un operador que permite identificar una sustancia dada, como la célula —sana o enferma— de un organismo, es decir, permite interpretar conceptualmente un fenómeno (lo que se percibe por los sentidos), en la medida en que hace posible la formalización científica (una célula que revela la sanidad o enfermedad de un organismo) de una realidad que, al margen del microscopio, como operador científico manipulado por el sujeto cognoscente, permanecería ilegible. Los operadores formalizan la materia, esto es, disponen y permiten al sujeto operatorio la transformación de fenómenos en términos conceptualizados (conceptos).

Los fenómenos son para las ciencias lo que los sonidos son para música: su materia misma, el contenido esencial de su textura. Bueno insiste —contra el teoreticismo de Popper (1934)— en que no son verificadores o falsadores, sino que son su materia matriz, valga la posible redundancia. Añádase a esto que el teoreticismo popperiano considera que las operaciones son esenciales en las ciencias, frente al descriptivismo, que las desestima ampliamente. Sin embargo, a diferencia del circularismo propio de la teoría del cierre categorial, el teoreticismo de Popper reduce las operaciones a operaciones mentales, teóricas, deductivas, cuando las operaciones han de ser esencialmente manuales, quirúrgicas, ejecutivas, materiales, prácticas.

Las operaciones sólo tienen sentido en un ámbito proléptico. No hay operaciones al margen de una estrategia teleológica, al margen de una intención o finis operantis. Además, las causas finales —en sentido estricto, causas prolépticas—, son siempre apotéticas (separan / aproximan). La neutralización o eliminación de las operaciones tiene mucho que ver con la eliminación de los fenómenos y con la transformación de las relaciones apotéticas y fenoménicas en relaciones de contigüidad.


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NOTAS

[1] En su libro Presencias reales (1989), Steiner aborda precisamente este problema, pero desde una perspectiva que no es ni propia de la filosofía ni representativa de ninguna teoría de la ciencia. Steiner se refiere a estas cuestiones —la legitimidad ontológica y gnoseológica de las ideas— desde un punto de vista intolerablemente retórico y vacuo. Steiner se mueve en el terreno del ensayo tropológico. Eufonía de metáforas en parastasis. No dice nada. Fuera del inglés, su prosa es un eufónico sonajero, a merced de las posibilidades del traductor.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Figuras sintácticas para una interpretación de la literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 5.2.2.1), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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