IV, 2.33 - Lope de Vega y Tomé de Burguillos: la heteronimia literaria en la expresión dialógica de los sonetos de las Rimas humanas y divinas

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Lope de Vega y Tomé de Burguillos: la heteronimia literaria

en la expresión dialógica de los sonetos de las Rimas humanas y divinas



Referencia 
IV, 2.33


Crítica de la razón literaria, Jesús G. Maestro

Vamos a referirnos sumariamente a las posibilidades comunicativas que ofrece, en las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (1634), el uso literario de la expresión dialógica en el discurso lírico, limitando nuestro corpus de investigación al conjunto de sonetos que forman parte de la obra. La exposición se desarrolla en dos partes. La primera de ellas se refiere a la pragmática de la comunicación literaria tal como se configura a lo largo de las Rimas, y en ella se trata de describir el conjunto de las situaciones comunicativas que configuran el poemario, las diferentes estratificaciones discursivas en que se sitúan cada una de las voces interlocutoras, y las relaciones de forma (sintaxis), valor (semántica) y uso (pragmática) que permiten identificarlas e interpretarlas, como conjunto de procesos de creación de sentido (semiología) característicos del discurso lírico.

En segundo lugar, trataremos de analizar algunas de las propiedades de la expresión dialógica presentes en las Rimas, a partir de un modelo de interpretación literaria que pretende validez general en su aplicación al texto lírico (Maestro, 1994), y que permite ofrecer valoraciones sistemáticas y funcionales acerca del modo y posibilidades de la expresión polifónica en la poesía lírica, del mismo modo que en otros ámbitos de la teoría de la literatura se ha intentado respecto a la novela y al teatro.

 

 

Pragmática de la comunicación literaria en las Rimas de Tomé de Burguillos

La persona hablante se construye progresivamente, en su forma y en su contenido, mediante la alternancia continuada y progresiva del diálogo. Toda expresión dialógica puede considerarse desde puntos de vista muy diversos. A continuación, trataremos de considerarla como manifestación verbal del Yo y del , como soporte lingüístico de la subjetividad, y como constitución de las características esenciales de la relación interpersonal.


1. La expresión verbal de los interlocutores depende con frecuencia de determinadas propiedades lingüísticas, capaces de conferir al lenguaje los valores comunicativos de que puede disponer. Fuera del lenguaje, el ser humano no puede expresarse filológicamente, aunque sí puede existir, por supuesto, ontológicamente; muchos aspectos humanos pueden sustraerse al lenguaje, pero entre ellos no está la comunicación. Una lengua no se concibe sin expresión de la persona. Pero no podemos reducir la persona a lenguaje, como hacen algunos sofistas y hermenéuticas, porque la realidad no está hecha solamente de palabras, el lenguaje no es en absoluto la casa del ser y, cuando estamos enfermos, no vamos al filólogo, sino al médico. Hay algo más que lenguaje en lo que somos.

2. El lenguaje es una de las condiciones formales de la subjetividad. Y de la objetividad. En la comunicación dialógica, la subjetividad dispone y estimula la relación de los interlocutores, a la vez que les confiere una existencia comunicativa. En todo ejercicio de enunciación subyace una estructura dialógica.

3. Una de las características esenciales de la relación dialógica, advertidas prontamente por el análisis lingüístico, es la que se refeire a la proyección del sujeto hacia la alteridad, del interlocutor (yo) al interlocutario (tú), del sujeto de la enunciación al destinatario inmanente de ella. Ningún Yo puede permanecer o subsistir en sí mismo. Aquí negamos una ontología atomista, que incomunicaría de forma ideal y megárica al ser humano.


En las Rimas de Tomé de Burguillos es posible identificar hasta cuatro niveles discursivos diferentes. 

El primero de ellos (A), en un plano trascendente al de la creación literaria, se sitúa en el mundo real (valga la redundancia, porque el único mundo existente es el real), y en él se encuentra el autor, Lope de Vega, y los posibles lectores de su obra. 

El segundo de estos niveles (B) estaría representado por la dedicatoria de Lope a don Luis Fernández de Córdoba, y, aunque forma parte del texto literario, se inscribe aún en un ámbito real, trascendente a la literariedad del poemario, y al margen de su estatuto ficcional, pues emisor (Lope) y dedicatario (Luis Fernández) son personas reales, y no entes de ficción.

El tercer nivel (C) estaría constituido por el prólogo titulado «Advertimiento al señor lector», que no firma Lope de Vega, por lo que en principio podríamos considerar que se trata de un discurso formalmente anónimo y funcionalmente ficcional, pues con él se inicia propiamente la fabulación del heterónimo «Tomé de Burguillos», con un lenguaje que deja de ser verificable o falseable empíricamente, para ser sólo explicable literariamente. La voz responsable de la enunciación de este «advertimiento al lector» puede identificarse fácilmente con la textualización, y consiguiente ficcionalización, del autor real, Lope de Vega, como señalan habitualmente los historiadores de la literatura, por más que el texto no declare formalmente nada preciso en este sentido. A este respecto, Rozas (1985/1990: 200) ha señalado que en las Rimas de Burguillos «Lope se pone, con toda la lúdica seriedad de la literatura, en trance de editor fabulador»[1]. Es ésta una página de ficción, en la que Lope dispone la «etiqueta semántica» y las notas intensivas de su heterónimo, al que nos referiremos más adelante a propósito del desdoblamiento textual del Yo autorial en el poema lírico.

Finalmente, es posible hablar de un cuarto nivel, o estratificación discursiva (D), constituido por los sonetos y rimas que componen el poemario de Tomé de Burguillos, heterónimo responsable de la enunciación lírica. En este nivel discursivo se situarían también el soneto del conde Claros, como personaje de ficción del romancero, y las décimas de Salcedo Coronel, declarativas de la discreta «mentira / que la verdad asegura», sobre la fabulación del heterónimo lopesco que da vida al poemario.



La expresión dialógica en los sonetos de las Rimas

Trataremos de sistematizar las diferentes formas de expresión dialógica presentes en las Rimas de Tomé de Burguillos a partir del siguiente modelo teórico, que pretende validez general en su aplicación al estudio del diálogo en el discurso lírico. De este modo, en todo poema, el uso de la expresión dialógica siempre puede manifestarse o formalizarse al menos a través de una de las siguientes situaciones comunicativas.

 

1. Ausencia de diálogo y dialogismo.

2. Dialogismo:

a) Dialogía hacia el sujeto interior o destinatario inmanente.

b) Dialogía hacia múltiples sujetos interiores.

c) Desdoblamiento textual del Yo autorial.

d) Dialogía en la enunciación lírica.

3. Diálogo.

 

Consideremos a continuación la realización que adquiere este modelo teórico en los textos poéticos de Lope, y tratemos de ver cómo se determina en el discurso la configuración del heterónimo, así como el grado de interiorización del desdoblamiento autorial, su disposición retórica en el texto, y las funciones y procedimientos de formalización del destinatario inmanente al que se apela con frecuencia.

 

 

1. Ausencia de diálogo y dialogismo en las Rimas

Existen determinados poemas en los que no se da, desde un punto de vista inmanente, ningún tipo de relación comunicativa. Tal es el caso del poema titulado «A un poeta rico, que parece imposible» (Blecua, 1983: 1357)[2], en el que el sujeto de la enunciación lírica (Yo) no se modaliza nunca en el enunciado, a la vez que refiere el contenido de su experiencia comunicativa desde la tercera persona, sin implicarse, formalmente al menos, en la realidad que pretende transmitir. Este género de poemas, en cuya textualidad no hay ningún tipo de relación dialógica, generan un proceso semiósico de expresión, en el que un solo sujeto utiliza signos lingüísticos sin pretender una comunicación explícita con un posible interlocutario, que nunca aparece formalizado en el discurso. El emisor se relaciona exclusivamente con el lenguaje, y con el discurso que éste permite configurar, descartando cualquier conexión con un destinatario explícito o latente.

 

      La rueda de los orbes circunstantes
pare el veloz primero movimiento;
déjese penetrar el pensamiento;
iguálese la arena a los diamantes.
 
      Tengan entendimiento los amantes
y falte a la pobreza entendimiento;
no tengan fuerza el oro, y por el viento
corran los africanos elefantes.
 
      Blanco sea el cuervo y negros los jazmines,
rompan ciervos del mar los vidrios tersos,
y naden por la tierra los delfines;
 
      no sufra la virtud casos adversos,
den los señores, hagan bien los ruines,
pues hay un hombre rico haciendo versos.

 

 

2. Dialogismo en las Rimas

La dialogía o dialogismo se manifiesta formalmente en todo discurso lírico en que se realice un proceso semiósico de comunicación, es decir, un proceso de creación de sentido a través de signos lingüísticos que, emitidos por el sujeto de una enunciación, se refieren explícitamente a un destinatario inmanente del mensaje (Tú), o sujeto interior del discurso lírico. El proceso semiósico de comunicación se caracteriza porque la relación verbal entre interlocutor (Yo, sujeto de la enuncaciión) e interlocutario (Tú, destinatario inmanente de la enunciación) es estática, al permanecer invariables sus posiciones locutivas, dado que no existe una alternancia en el uso de la palabra: a lo largo de todo el proceso comunicativo, el emisor es siempre el emisor (Yo), y el receptor es siempre el receptor (Tú). No hay, pues, diálogo, sino dialogismo; no hay interacción, sino comunicación.

La formalización del dialogismo en el discurso lírico admite, como hemos indicado, al menos cuatro tipo de realizaciones, que pueden tipificarse según se refieran a un sujeto interior o destinatario inmanente, a varios sujetos interiores, a un desdoblamiento en el texto del Yo autorial, o a un destinatario proyectado virtualmente en la enunciación lírica. Veamos algunos ejemplos en las Rimas de Tomé de Burguillos.

 

 

2.1. Dialogía hacia el sujeto interior

El dialogismo hacia el sujeto interior (Tú) representa la más elemental de estas cuatro situaciones comunicativas, al articularse en un proceso semiósico de comunicación destinado a un solo interlocutario o receptor inmanente. Es lo que sucede en el soneto dedicado por Lope a la célebre escritora portuguesa, bajo el título de «A la décima Musa, doña Bernarda Ferreira de la Cerda, señora portuguesa» (Blecua, 1983: 1357), en el que un sólo personaje ocupa por entero el espacio alocutivo.

 

      Cuando elegante, de los dos idiomas,
Bernarda celestial, versos imprimas,
con que los montes y árboles animas,
las peñas mueves y las fieras domas;
 
      si lira en soledad, si bronce tomas
del estruendo marcial heroicas rimas,
riman a tu laurel remotos climas,
oro, perlas, coral, palmas y aromas.
 
      Pues ya con más honor que al cisne en Tracia,
¡oh Safo lusitana!, a las difusas
regiones tu valor la fama espacia,
 
      serás, pues tantas te dio el cielo infusas,
con la excelencia de la cuarta gracia,
la décima del coro de las musas.

 

La alteridad (Tú) adquiere presencia en el sujeto (Yo) mediante el lenguaje, es decir, mediante la ejecución de un acto de discurso esencialmente dialógico[3]. La alteridad es la presencia objetiva que precede y dispone el conocimiento del interlocutor, esto es, la presencia del , tal como la determina nuestra experiencia lingüística[4].

El es una realidad irreductible que se resiste, con su propia objetividad o subjetividad, a la anexión pretendida desde el Yo. El interlocutario actúa como la persona locutiva en que se sustantiva la proyección y recepción del discurso enunciado. Una de sus principales notas intensivas es que se configura como la persona a la que se habla, y no de quien se habla; de este modo, el dispone la forma, las competencias y las modalidades lingüísticas del sujeto emisor, así como todo un conjunto de posibilidades retóricas características del yo enunciativo. Toda alteridad humana (tú), todo interlocutario, representa para el Yo de la enunciación una posibilidad de ser. El diálogo permite al sujeto hablante proyectar e identificar en la alteridad singularidades comunes.

El pensamiento kantiano discute hasta quebrantarla la unidad lógica de la percepción trascendental. En cierto modo, es una reinterpretación imprecisa del Barroco hispánico. El conocimiento del interlocutario (Tú) es el conocimiento de una existencia, es decir, de una temporalidad; se trata, en suma, de una realidad inasequible en sí misma al conocimiento, cuya ontología no se puede pretender de una vez y para siempre. El conocimiento del sólo es posible de forma discontinua o discreta (principio de discrecionalidad), mediante el análisis sucesivo de los diferentes sistemas de signos que encuentran en la alteridad una unidad de referencia que asegure, frente a las diferentes relaciones y transformaciones que experiementa el sujeto a lo largo de un discurso verbal (intertextualdiad) o vital (funcionalidad actancial), la continuidad e identidad esenciales de la persona, cuyas notas y predicados semánticos sólo pueden expresarse (y percibirse), simultánea y sucesivamente, de forma segmentada y discontinua.

 

 

2.2. Dialogía hacia múltiples sujetos interiores

Este modelo semiótico de expresión dialógico podría considerarse en principio como una variante del anterior, pues sólo añade como rasgo distintivo la presencia de un segundo interlocutario que amplía las posibilidades de expresión dialógico por parte del emisor. Hablaríamos, en este caso, de dos procesos semiósicos de expresión, formalizados en un mismo discurso, expresados funcionalmente por un mismo y único sujeto de la enunciación (Yo), y referidos a sendos destinatarios inmanentes o sujetos interiores (Tú-1 y Tú-2). El nexo entre ambas situaciones comunicativas no es de subordinación o recursividad, sino de coordinación o complementariedad, al establecerse entre ellas una relación de tipo constelativo, por seguir una nomenclatura hjelmsleviana, pues son compatibles, pero no imprescindibles entre sí: complementarias en el contexto y solidarias en el discurso. Frente a la presencia de un solo emisor (Burguillos), en el soneto titulado «Efetos de Amor porque comienza humilde y acaba apasionado» se produce la manifestación del doble destinatario (Cupido, vv. 1-11, y Juana, vv. 12-14), que da lugar al fenómeno de pluriapelación lírica.

 

      Digna será de vos, señor Cupido,
digna será de vos tan alta hazaña;
tantas nieves en mí, ¿soy yo montaña?
Herid a Juana, pues me habéis herido.
 
      No quiero ejemplo contra tanto olvido,
de Dafne en lauro y de Siringa en caña,
sino que, casta, la tostéis castaña
al blanco fuego de mi amor os pido.
 
      Más vitoria es la seda, el oro y randas
que dar a vuestras armas, por despojos,
éstas mis escolares sopalandas.
 
      Y tú, pues no te duelen mis enojos,
Juana cruel, que en cinco puntos andas,
caigas, aunque tropieces en mis ojos.

 

 

2.3. Desdoblamiento textual del Yo autorial

El desdoblamiento textual del Yo se sustantiva en el discurso lírico mediante un proceso semiósico de comunicación en el que el sujeto de la enunciación (Yo) y el destinatario inmanente de ella (Tú) se encuentran en relación de sincretismo, bien por criterios de afinidad (metonimia), de semejanza (metáfora) o de identidad (autodiálogo). En el primero de estos casos, el poeta enfoca su expresión dialógica hacia una parte de sí, como pueden ser su alma, su corazón, sus manos, etc.; en el caso de la relación metafórica suele identificarse con una realidad humana (o de la naturaleza) en la que se observan cualidades análogas en el carácter, el estado de ánimo, o incluso físicas; finalmente, la relación de identidad suele desembocar en una relación dialógica que el poeta entabla consigo mismo, como consecuencia de una segmentación locutiva del sujeto de la enunciación, hasta el punto de que no resulta posible identificar en el discurso lírico un único sujeto responsable del poema como acto de lenguaje. El último de estos procedimientos locutivos resulta especialmente frecuente en la lírica posterior al Romanticismo, aunque también es posible hallar ejemplos en etapas literarias anteriores, espeicialmente en el Barroco. El poema que reproducimos más abajo, «Cortando la pluma, hablan los dos» (Blecua, 1983: 1352), constituye un ejemplo de este tipo: desdoblamiento textual del Yo autorial por relación de identidad (autodiálogo).

Conviene advertir que frente a la pluralidad de contextualizaciones, modalizaciones y competencias, que se actualizan en cada momento que se utiliza el lenguaje, y que obligan a una expresión e interpretación esencialmente discretas o discontinuas del fenómeno lingüístico, hay dos aspectos que pueden postularse como constantes y estables en la pragmática de la comunicación verbal: 1) la unicidad del sujeto que habla (Yo), al presentarse locutivamente como un ser único cuya identidad permanece invariable a lo largo del discurso (otra cosa es que varíen las posibilidades de formalización de su identidad durante el acto de lenguaje); y 2) su existencia esencialmente lingüística, sustantivada en el nivel de la enunciación, y válida funcionalmente en los límites del discurso.

El uso del deíctico Yo es una declaración de unidad en la persona. A pesar de todo, siempre será posible establecer una identidad y una diferencia entre el sujeto que habla y el sujeto que protagoniza la experiencia literaria, entre el yo de la enunciación y el yo que se propone como tema del enunciado. Aquí reside la principal característica de la que podríamos llamar ficción personal, habitual en formas literarias como las memorias, confesiones, diarios íntimos, autobiografías, etc., en que el sujeto de la enunciación se esfuerza por afirmar una identidad entre lo que ha sido y lo que ha querido ser, que con frecuencia desemboca en un desajuste de modalidades enfrentadas (saber, poder, querer «hacer»).

La realidad existencial del sujeto humano se construye y deconstruye constantemente, y sumido en esta turbación el Yo se mueve por un firme impulso de conferir unidad a la que pretende sea su propia identidad, que ha de ser permanentemente reconstruida y reconfortada mediante la práctica de la actividad dialógica. En el siguiente poema, Lope dialoga consigo mismo, y para ello se apoya en una doble fabulación, que oscila entre el heterónimo ―y la personalidad de Burguillos― y la pluma que le sirve de instrumento de escritura. Identidad y afinidad constituyen en suma la relación que permite identificar la persona de Lope con los interlocutores del discurso lírico, es decir, Burguillos (= Yo) y su ingenio o capacidad creadora, simbolizada en la pluma (= Yo). El desdoblamiento está servido en la forma del autodiálogo.

 

      ―Pluma, las musas, de mi genio autoras,
versos me piden hoy. ¡Alto; a escribillos!
―Yo sólo escribiré, señor Burguillos,
estas que me dictó rimas sonoras.
 
      ―¿A Góngora me acota a tales horas?
Arrojaré tijeras y cuchillos,
pues en queriendo hacer versos sencillos
arrímese dos musas cantimploras.
 
      Dejemos la campaña, el monte, el valle,
y alabemos señores. ―No le entiendo.
¿Morir quiere de hambre? ―Escriba y calle.
 
      ―A mi ganso me vuelvo en prosiguiendo,
que es desdicha, después de no premialle,
nacer volando y acabar mintiendo.

 

En las Rimas de Tomé de Burguillos el desdoblamiento textual del Yo autorial, que es uno de los modelos de expresión dialógica más recurrentes en la literatura moderna, formaliza un modelo de expresión dialógica estrechamente relacionado con la cuestión del heterónimo, «el primer heterónimo suficientemente logrado de la literatura española», según Rozas (1985/1990: 197).

Consideramos que un heterónimo es siempre el resultado de la ficcionalización literaria de la persona que lo crea, bajo un nombre que funciona como propio, y que sirve de unidad a las referencias lingüísticas que se dicen sobre él, como conjunto de predicados semánticos que lo caracterizan[5].

Advertimos, a propósito del desdoblamiento, que la literatura, especialmente la lírica, de la Edad Contemporánea, interioriza en el sujeto la fragmentación del Yo que el hombre de la Edad Moderna proyectaba, de forma retórica y poética, sobre los hechos de la realidad exterior y sus posibilidades de interpretación (posibilidades de conversión en materia artística). En este sentido, dice Rozas (1985/1990: 217) que «Burguillos adquiere un estilo [...] capaz de decir cosas que Lope no había dicho. Literalmente, que no literariamente, la mente de Lope es unívoca». En el siglo XVII la fragmenación aún no está en la persona, no ha sido interiorizada todavía, sino que está en el discurso, y se consigue mediante el uso de las posibilidades del lenguaje. Continúa Rozas diciendo que «el heterónimo perfecto, creación del siglo XX, está profundamente ligado al escepticismo y al agnosticismo», y añadimos por nuestra parte que sólo a estas inquietudes, sino muy especialmente a la retórica del pensamiento existencialista y su concepción del mundo, y sobre todo a las condiciones históricas, sociales y artísticas que lo han hecho posible, como sistema de pensamiento y como conjunto de influencias[6].

 

 

2.4. Dialogía en la enunciación lírica

Este modelo de expresión dialógica permite registrar un proceso semiósico de comunicación que se realiza no en el discurso enunciado, sino en el proceso mismo de enunciación del poema lírico. Con frecuencia, adopta la fórmula retórica de un erotema. El sujeto de la enunciación (Yo) no formaliza textualmente en su discurso la presencia de un destinatario inmanente (Tú) al que convierte en alocutario de su mensaje, sino que proyecta virtualmente, en el nivel del acto de enunciación, la existencia latente del sujeto interior. La dialogía en la enunciación lírica se manifiesta siempre que el sujeto poético (Yo) se sirve de enunciados interrogativos en los que no se objetiva literalmente la presencia de un , de modo que la pregunta, como imperativo epistémico (Hintikka, 1962), no presenta formalmente ningún destinatario explícito en el enunciado, sino que sólo en la enunciación, como acto de lenguaje, esposible postular la existencia, siempre virtual o latente, de este interlocutario. Tal es lo que sucede en los dos cuartetos del soneto dedicado a «A Luis Vélez de Guevara, del crédito que tienen los extranjeros» (Blecua, 1983: 1401).

 

      ¿Que Tomé de Burguillos me llamase,
pudiendo yo llamarme Paulo Emilio,
Trajano, Otacio, Régulo o Marsilio,
que el crédito al valor anticipase?
 
      ¿Que mi estrella fatal me destinase,
aunque no fuerzan sin humano auxilio,
y del Parnaso el procincial concilio
a ser Tomé, sin que jamás tomase?
 
      Luis Vélez, un Luis tuvo Sevilla
pobre ingeniero, que después fue rico,
mudando el nombre. ¡Extraña maravilla!
 
      Si Luis fue pobre, y rico Ludovico,
mudémonos los nombres de Castilla:
vos Ludovico, y yo Burgitomico.

 

 

3. Diálogo en las Rimas

El diálogo representa la realización de la comunicación lingüística en grado pleno, y puede definirse como aquel proceso semiósico de interacción en el que dos o más sujetos alternan su actividad en la emisión y recepción de enunciados.

El Yo permite identificar al sujeto que rige la totalidad de las actividades personales. Sin embargo, en el discurso lírico, el uso del diálogo constituye una expresión que discute formalmente la unicidad del sujeto de la enunciación, declarando una manifestación segmentada o discreta del Yo autorial. En el poema lírico, el uso del diálogo responde a múltiples motivaciones, que varían según las épocas y los autores, si bien con frecuencia las más dominantes son aquellas que tienen que ver con la expresión fragmentada del Yo (narcisismo, autonominación, complejo del doble, crisis de identidad...) y con un enfoque dramático de los hechos, que pretende conseguir con frecuencia una expresión lúdica —y es el caso de la obra de Lope que nos ocupa—, y siempre directa, sin intermediarios textuales entre los interlocutores líricos y el lector. He aquí un ejemplo en el poema «Conjura un culto, y hablan los dos de medio soneto abajo» (Blecua, 1983: 1404).

 

      ―Conjúrote, demonio culterano,
que salgas deste mozo miserable,
que apenas sabe hablar, caso notable,
y ya presume de Anfión tebano.
 
      Por la lira de Apolo soberano
te conjuro, cultero inexorable,
que le des libertad para que hable
en su nativo idioma castellano.
 
      ―«¿Por qué me torques bárbara tan mente?
¿Qué cultiborra y brindalín tabaco
caractiquizan toda intonsa frente?
 
      ―«Habla cristiano, perro. ―Soy polaco.
―Tenelde, que se va. ―No me ates, tente.
Suéltame. ―Aquí de Apolo. ―Aquí de Baco».

 

Conviene recordar finalmente que el uso dialógico del lenguaje determina la presencia verbal y la funcionalidad actancial de los hablantes, en virtud de: 1) la alternancia de enunciados entre el Yo y el ; 2) la constitución de la experiencia humana que se pretende comunicar; y 3) la concepción que tienen los sujetos hablantes de la experiencia que comunican, así como del modo de formalizarla.

Las denominadas idealmente «ciencias humanas» tienen como objeto de estudio la dimensión comunitaria, universalista, de la persona; son ciencias, en suma, que se ocupan del ser humano, y en consecuencia de la alteridad humana, al considerar al sujeto en su relación discursiva y funcional con otros sujetos, desde el punto de vista de sus posibilidades de expresión, comunicación e interpretación dialógicas.

 

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NOTAS

[1] La complejidad de la situación comunicativa no es muy distinta, a nuestro modo de ver, de la que se produce en el Quijote, con la multiplicidad retórica y ficticia de un sistema narrativo que se apoya en cinco entidades relatoras e intermediarias en la transmisión del relato, en un fenómeno literario muy propio de la concepción barroca de la percepción e interpretación del mundo exterior.

[2] Seguimos la edición de las Obras poéticas, de Lope de Vega, preparada por J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1983.

[3] «Si nous pouvions montrer que l’ego et l’alter représentent bien l’émergence dans l’être de propriétés fondamentales du langage, nous aurions trouvé le témoin dans la langue du problème de la personne, de sa constitution et de sa présence» (Jacques, 1979: 33).

[4] La epistemología realista, característica de la Antigüedad, confería a la alteridad un valor objetivo, y admitía en la investigación del ser una relación de trascendencia o inmanencia, pero no de proximidad. Por su parte, el idealismo epistemológico, que surge en la modernidad desde el pensamiento kantiano, tiende, en la concepción del sujeto, antes que a la universalidad, a la consideración de la singularidad de cada existencia personal, y confiere a la alteridad y a las posibilidades de comprensión del interlocutario un estatuto decididamente subjetivo. El pensamiento cartesiano considera que el sujeto mantiene siempre una relación privilegiada consigo mismo; en consecuencia, es más fácil determinar la existencia de los objetos del mundo exterior, en principio objetivo, que la existencia de los sujetos que habitan ese mundo exterior. La segunda persona, la alteridad, no detenta como interlocutario ningún privilegio frente al mundo de los objetos. El conocimiento de la alteridad, como sujeto humano (Tú) no es accesible ni al pensamiento objetivo ni al análisis reflexivo, sino que únicamente es de orden analógico.

[5] Recuérdese a este respecto el prólogo de Lope a las Rimas, en que refiere el retrato etopéyico de Burguillos, desde el punto de vista de lo que llamaríamos la ficción de la interioridad: «Fue general en las Humanas y no particular en alguna ciencia, a cuyas noticias le ayudaron las lenguas comunes, que fuera de la griega sabía, y que nunca quiso estudiar, porque decía que hacía más soberbios que doctos a muchos que apenas pasaban de sus principios», etc. (Blecua, 1983: 1335 ss).

[6] A propósito de Burguillos como heterónimo de Lope, desde el punto de vista del desdoblamiento textual del yo autorial, Rozas advierte: «Son estos rasgos, esta fabulación, lo que garantiza que Lope creó consecuentemente un heterónimo al hacer hablar a Burguillos de él, y hasta sentirse con gustos distintos de los suyos. Recordemos que Pessoa disentía de Alvaro de Campos, y que publicaba a la fuerza sus poemas. Y que, si Alberto Caeiro era maestro del portugués, Burguillos se siente discípulo, temeroso y en desacuerdo, de Lope. Esta es la técnica del heterónimo, la de crear un ente de ficción, un personaje como de novela, un escribir lírica como drama, un hacer versos hasta llegar al desacuerdo con el propio estilo y con la propia personalidad» (Rozas: 1985/1990, 201).






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