IV, 3.9 - Política y literatura programática o imperativa

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Política y literatura programática o imperativa


Referencia IV, 3.9


Crítica de la razón literaria, Jesús G. Maestro

El teatro cómico breve de Calderón es literatura programática o imperativa de naturaleza política, no teológica. Por esta razón debe incluirse en este apartado. Como buen cristiano, Calderón sabe dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Como dramaturgo, supo discriminar muy bien política y teología, consagrando sus autos sacramentales a esta última, y objetivando de forma extraordinariamente sofisticada a aquélla las formas cómicas de su teatro breve, en especial sus entremeses. Ha de advertirse que toda la heterodoxia crítica presente en los entremeses cervantinos está revertida y neutralizada, en los de Calderón, hacia la ortodoxia cómica de la sociedad política y estatal de la España aurisecular.

Lo que aquí voy a proponer es una interpretación del teatro cómico breve de Calderón basada en los presupuestos metodológicos de la Crítica de la razón literaria, con el fin de objetivar el sentido que en estos entremeses adquieren determinados conceptos esenciales de la poética de lo cómico: la risa, el humor, lo grotesco y la parodia. 

La conclusión final, que aquí adelanto, es que la parodia en el teatro cómico calderoniano, junto con los recursos principales de la experiencia cómica, tiene como fin consolidar, al igual que en sus comedias mayores, pero a través de procedimientos sutilmente diferentes, los valores conservadores y tradicionalistas de la España barroca, contrarreformista y aurisecular. Niego, por tanto, como trataré de demostrar, la posibilidad de un Calderón literariamente irreverente con el dogma, tolerante[1] o heterodoxo y, por supuesto, contemporáneo nuestro[2]. Considero que las interpretaciones que apuntan en esta dirección son de un idealismo extraordinario, que informan más sobre la intencionalidad de la crítica por garantizar a Calderón un puesto acreditado en el sitial de lo políticamente correcto que por interpretar una realidad literaria e histórica en la poética del teatro español aurisecular, el cual, por supuesto, nunca pretendió ni ser contemporáneo de la sociedad del siglo XXI ni compartir los valores morales de la posmodernidad que hoy lo interpreta. No voy a discutir aquí las formas de la retórica de lo cómico en Calderón, pero sí las funciones que en su teatro breve adquieren la parodia y la poética de lo cómico, pues considero que en algunos casos han sido objeto de interpretaciones idealistas y de explicaciones fraudulentas[3].

Los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI se han caracterizado por ser —una vez más— profundamente religiosos en apariencia. Esta intensificación de la «visión religiosa», que sigue siendo creciente, se manifiesta con fuerza dentro del mundo académico; y sobre todo fuera de él, a través del discurso periodístico, en el que se objetivan y codifican verbalmente el poder, la vulgaridad y las creencias sociales (doxa), tres realidades con las que el conocimiento científico siempre ha mantenido relaciones conflictivas y disidentes. Las artes y las ciencias han sido, desde su nacimiento y por su naturaleza, actividades genuinamente seculares. Desvincular la «interpretación religiosa» del conocimiento científico, emanciparse de la revelación metafísica como forma primera del saber, para sustituirla por un método científico de interpretación, no es probablemente el objeto de la alegoría, ni de otras visiones idealistas de la literatura. 

La posmodernidad, en sus diferentes facetas (acaso con la excepción de los estudios culturales, que se han manifestado hasta el momento en el seno académico como una disolución vulgarizada de la antropología social), ha puesto de manifiesto realidades actualmente muy decisivas, haciendo del relativismo un valor absoluto, y conduciendo a unos resultados que en el mundo académico están determinados por el llamado «pensamiento débil» (Vattimo y Rovatti, 1983). Lo cierto es que la debilidad de este pensiero se limita a las tradicionales «ciencias humanas o del espíritu», sin afectar en absoluto a las ciencias naturales, cuyo enérgico desarrollo trasciende día a día los límites de la astrofísica y de la biogenética, postulando un paradigma epistemológico que escapa por completo a toda la vanguardia e inteligencia posmoderna, tan académicamente presente y poderosa. Este pensiero debole es profundamente secular y laico, es decir, académico y filosófico. Ninguna fragilidad se observa hoy día en los tres sistemas de pensamiento más poderosos e influyentes del planeta: el totalitarismo democrático occidental, el totalitarismo político chino y el totalitarismo religioso musulmán. ¿Qué puede hacer la literatura en un mundo gestionado por estos tres totalitarismos?

La percepción de la obra calderoniana no es en absoluto ajena a estas transformaciones. La crítica literaria más reciente, sobre todo desde el último cuarto del siglo XX español, ha tratado de interpretar el teatro breve de Calderón —sus entremeses, jácaras y mojigangas principalmente— como un conjunto de obras que subvierten o invierten los principios ideológicos que tradicionalmente se han identificado y confirmado en sus comedias mayores. Se ofrece de este modo, a partir de su obra cómica o breve, una imagen de Calderón más festiva y relajada, menos seria y adusta, e incluso más «moderna», más «progresista», más «simpática». Es decir, más afín a los ideales que en nuestro tiempo se esgrimen como políticamente correctos, socialmente bien vistos. 

El resultado de este discreto reduccionismo —la interpretación de su teatro breve como inversión o envés de su teatro mayor[4]— nos hace desembocar en una visión contradictoria de creación teatral, reconocida incluso por los propios críticos que defienden esta lectura de inversión —«la contradicción en su literatura, aún por desentrañar» (Rodríguez y Tordera, 1982: 12)—, y que sin duda permite presentar a la crítica actual, en clara satisfacción con los ideales públicos que determinan hoy la pantalla de nuestra vida social y política, una imagen de Calderón como dramaturgo alegre, festivo, chistoso, heterodoxo o incluso irreverente con los dogmas de su tiempo[5]. Creemos que aciertan Rodríguez y Tordera al imponer ciertos límites a su propia interpretación de las posibles libertades y tolerancias de lo cómico atribuidas al teatro breve calderoniano:


Que, por otra parte, y como era de esperar en una cultura de principio de autoridad como la del seiscientos, esta risa fuera, en ocasiones, reconducida a la moralidad conservadora de los tópicos, de la irrisión de «elementos extraños» a la sociedad establecida (y Calderón no fue ajeno, claro está, a las pullas antisemitas, a las burlas de gitanos, moros o extranjeros) es innegable […]. Puede que sea difícil de sostener, desde esta parte de su obra, la idea de un Calderón rebelde (Rodríguez y Tordera, 1982: 26).


Indudablemente. No es que sea difícil de sostener, es que resulta imposible. Pero la pregunta más inquietante es la que hemos planteado más arriba: ¿qué puede hacer la literatura en un mundo gestionado por los totalitarismos que se avecinan?


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NOTAS

[1] En efecto, se ha puesto en relación la risa de los entremeses calderonianos con la idea de la tolerancia. Este tipo de observaciones revelan ciertamente una intención por parte de la crítica de dar una imagen de Calderón capaz de satisfacer el horizonte de expectativas de nuestro tiempo, determinado por los ideales, falaces más allá de la mera retórica, de tolerancia, solidaridad, desenmascaramiento, etc.: «La risa para Calderón puede suavizar la intolerancia y modificar la rigidez del individuo o del grupo que cree mantener el monopolio de la verdad, desagregando o desenmascarando las fachadas del orden social (o del orden estético y literario). Por eso esta parte de la producción calderoniana se nutre considerablemente con la parodia de su propio teatro» (Rodríguez Cuadros, 2002: 150). De cualquier modo, el concepto que de lo cómico calderoniano nos transmite Rodríguez Cuadros no deja de ser inevitablemente contradictorio, al moverse el dramaturgo entre lo gracioso y lo dogmático, sin llegar nunca, desde mi punto de vista, a discutir o criticar seriamente ni uno solo de los valores de la ideología estatal aurisecular: «Lo cómico (y su efecto más atrevido, unir lo que la convención y la moral querrían mantener separados) ha de recluirse dentro de un enclave temporal concreto, en el cual se ritualiza la descarga del malestar que las normas y reglas sociales producen. No es que las obras breves de Calderón no testimonien, ocasionalmente, su alto grado de consentimiento respecto al entorno. Ahí están sus entremeses más genuinamente reaccionarios: Los instrumentos, por ejemplo, en donde la burla antisemita de los alcaldes villanos se muestra con la misma radicalidad que en sus más integristas autos sacramentales» (Rodríguez Cuadros, 2002: 152).

[2] El título del libro de Ruiz Ramón, Calderón, nuestro contemporáneo, constituye en este sentido una de las declaraciones más idealistas que se han escrito sobre el teatro calderoniano. Vid. nuestros comentarios al respecto, especialmente en lo que se refiere a la falacia de la tragedia calderoniana, en El mito de la interpretación literaria (Maestro, 2004a: 152-182), que recuperamos en el capítulo IV, 3.7 de esta obra, Crítica de la razón literaria, titulado «Interpretaciones muy críticas sobre la tragedia calderoniana».

[3] Debe quedar claro que me refiero aquí a lo cómico en el teatro breve calderoniano (entremeses, jácaras y mojigangas), y no en sus comedias, especialmente en sus comedias urbanas. En este sentido, considero que entre los mejores trabajos que se han escrito sobre la comedia calderoniana deben citarse de forma sobresaliente los de Georges Güntert (2011).

[4] «[…] la observación del mundo al «revés», desordenado y en cierto modo «desordenador», de sus entremeses, jácaras y mojigangas» (Rodríguez y Tordera, 1982: 12).

[5] Rodríguez Cuadros sostiene que el teatro cómico de calderón (entremeses, jácaras y mojigangas) refleja «una España gesticulante que elabora, a falta de un discurso racional e ilustrado, constantes vacilaciones y dudas, mitos y contramitos» (Rodríguez Cuadros, 2002: 145). Se insiste en que la obra cómica y entremesil de Calderón contiene «expresiones degradantes, combates jocos, inversiones, despropósitos e, incluso insinuaciones obscenas o claramente irreverentes», algo que hace «más contradictoria su, en apariencia, granítica ideología» (145). También se ha interpretado la obra cómica entremesil de Calderón como una autoparodia de sus comedias mayores, de su teatro canónico.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Política y literatura programática o imperativa», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (IV, 3.9), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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Crítica de la razón literaria, Jesús G. Maestro