Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
El conocimiento de los ignorantes en internet, o…
¿para qué sirve un tonto en la red?
Referencia VI, 14.50
Como todo el mundo sabe, los tontos son siempre extraordinariamente útiles. Siempre sirven contra alguien. Por esa razón están en todas partes, pero siempre disfrazados de otra cosa muy diferente de la estulticia, a fin de circular de forma libre y competente por todos los ámbitos de la vida humana. La estulticia está mal vista, pero debidamente disimulada y sofisticada, pronto adquiere una duradera legitimidad en todos los foros. Legitimidad por su utilidad obstaculizante.
Tonto es,
entre otras cosas, alguien que razona, pero mal. Del mismo modo que el loco,
quien igualmente razona, pero también mal. Este último, por causas debidas a
una patología psíquica; aquél, simplemente por limitaciones intelectuales. Del
mismo modo que el loco razona, si bien de modo patológico, pues perder la
cordura no significa perder la razón, el tonto también razona, pero de forma
extremadamente deficiente, u objetivamente insuficiente, según casos y
contextos, frente a un conocimiento normativo, que no alcanza a explicar ni a
comprender.
Las
deficiencias del tonto tienen más que ver con la ignorancia, la necedad o la
nesciencia, que con ninguna otra cuestión. La causa fundamental de la tontería
está en la ignorancia, y en la osadía a la hora de exhibir esa insipiencia tan
personal y genuina. La tontería no se explica si no es por relación a un
conocimiento que el tonto ignora. Del mismo modo que quien hace el ridículo no
es consciente de su comportamiento risible y degradado. Si lo fuera, no haría
el ridículo: haría el imbécil.
Además de
las deficiencias intelectuales, la tontería tampoco se explica al margen de
importantes deficiencias emocionales. El tonto necesita demostrar en cada
momento y lugar que no es tonto. Todo lo que ocurre a su alrededor es una causa
y una iniciativa para imponer a quienes están a su lado la obstinación de que
no es un tonto, sino todo lo contrario. Acaso un genio incomprendido... Y como
los recursos de los que dispone para sus demostraciones están a merced de su propia
ignorancia objetiva y de sus complejos más afectivos e hipersensibles, cada
acto de habla y de conducta es una demostración irreversible de su estulticia.
El rasgo
más patente del bobo es la exhibición de sus deficiencias intelectuales y
sensibles, es decir, de su ignorancia y de sus complejos. Habla cuando nadie le
pregunta, en lugar de callarse prudentemente. Es incapaz de escuchar, o de
leer, sin prorrumpir en un «yo no estoy de acuerdo», «disiento», o,
simplemente, «protesto». Exclamaciones todas ellas que, al interlocutor de turno,
ni le van ni le vienen. Y que resultan por completo irrelevantes en todo
contexto. Pero el narcisismo del conocimiento propio, la exhibición de una
suerte de autodemostración personal, la necesidad de representar o teatralizar
en público una acreditación de originalidad propia y de pensamiento yoísta son consustanciales al bobo o simple.
Algo que
un tonto no está dispuesto a asumir jamás es su propia ignorancia. «Yo no soy
un ignorante» es su divisa. Y tiene que demostrarla en cada minuto de su vida.
La obligación de intervenir en el conocimiento ajeno es fundamental. El tonto
interviene en todo lo ajeno sin tregua: en primer lugar, corrigiendo al
prójimo; en segundo lugar, exigiendo de él soluciones que al propio bobo le han
sido reveladas (sin duda) por su naturaleza personal y no por estudio; y, en
tercer lugar, inquiriendo con desafío, con frecuencia mediante preguntas
totalmente ridículas, fundamentadas en un presunto saber superior,
explicaciones que nada tienen que ver con lo que se plantea. Es el conocimiento
que posee quien está poseído por la ignorancia estulta. Dicho llanamente: el
conocimiento de los ignorantes. El saber de los bobos.
El
hábitat fundamental de los tontos son los espacios inútiles. Y hay que decir que,
precisamente por eso mismo, los tontos tienen la facultad de esterilizar los
espacios que ocupan. Allí donde hay un tonto hablando, el espacio interlocutivo
queda totalmente esterilizado o inutilizado. Del mismo modo que Midas convertía
en oro todo cuanto tocaba, el tonto torna inservible cuanto tañe.
El tonto
necesita siempre hablar, pero, sobre todo, necesita debatir. El debate es la ocasión orgiástica por excelencia del bobo
o simple, su «espacio de gloria». No hay tontería sin debate. Porque sin
debate, el tonto carece de toda posibilidad de exhibición, teatralización o
demostración pública de sus posibilidades de superación personal ante terceros.
Negar a un tonto un debate es la mayor frustración que se le puede causar.
Equivale a reconocer su más genuina estulticia. A negarle el sorites, su figura
retórica más delatora. No es desprecio: es reconocimiento de su necedad.
Es
evidente que el espacio de la estulticia por antonomasia es internet y, en
particular, las redes sociales. En ellas coincidimos todos: los tontos y los
inteligentes, los listos y los necios. Si bien hay que reconocer inmediatamente
que las redes sociales tienen una extraordinaria capacidad, dadas sus
condiciones, limitaciones y exigencias, de hacer que las personas supuestamente
inteligentes adopten comportamientos propios de tontos, imbéciles e ignorantes.
Lo contrario es prácticamente imposible. Ningún tonto mejora en internet. Todo
lo contrario. Las redes sociales son un tercer mundo semántico donde el
plancton de la estulticia se genera y retroalimenta sin pausa posible. La
estulticia es el motor de las redes sociales. Y la savia de los bobos. En las
redes sociales, lo bobos juegan en casa.
No hay
que olvidar, además, que el mundo contemporáneo, posmoderno, está hecho a la
medida de los tontos, las criaturas más mimadas por las ideologías de todo
tipo, a fin de que se sientan cómodos, consuman acríticamente de todo ―como
omnívoros son los cerdos―, no desfallezcan jamás, asesorados como están con
todo tipo de libros de autoayuda ―sofisticado eufemismo para evitar el tabú:
libros para tontos―, y de este modo lo tengan todo a su disposición. La
omnipotencia de los tontos es el objetivo de la posmodernidad. No cabe duda de
que los ingenieros de este diseño de un mundo para tontos simpatizan
extraordinariamente con sus clientes. Todo sea por la gracia de sus dioses, que
no son los míos.
De un
modo u otro, y no por casualidad, hoy, la principal labor de los tontos es
obstaculizar el conocimiento. Adulterarlo. Obstruirlo. Entorpecerlo. Disolverlo.
Y asegurarse de que así lo hacen en todas partes. Y hacerlo además de forma pública
y constante. A ello ha contribuido de forma espectacular el fracaso de la educación normativa. La destrucción de la instrucción pública, en tanto que
educación científica, es responsable de la multiplicación sistematizada de la
estulticia. La mayor parte de la población está totalmente desamparada frente a
la ignorancia. Con frecuencia incluso potenciada por las propias instituciones
educativas, incluida la Universidad. Sin embargo, el tonto ―incluido el tonto
universitario, que es una modalidad renovada en la posmodernidad de forma muy
lúdica y youtubera― dispone de extraordinarios recursos técnicos para exhibir y
extender superabundantemente todas sus limitaciones intelectuales, todas sus
ignorancias galopantes y todas sus deficiencias emocionales. Todo junto. Y con
nombre y apellidos propios. Ya he dicho que el mundo posmoderno está hecho para
los tontos. Y para culto de su denominado ultracrepidarianismo.
La denominada
«educación motivacional» se ha diseñado precisamente para esto: la
multiplicación de las deficiencias intelectuales y sensibles. La multiplicación
de los necios. La reproducción sistemática de los tontos. Nótese que los tontos
son todos ellos iguales entre sí. Lo que diferencia a las personas es su forma
de ser inteligentes.
El
fracaso de la educación normativa tiene como consecuencia la proliferación, por
completo descontrolada, de infinidad de personas intelectualmente zumbadas, que
se retroalimentan de forma recíproca, mutua y constante, en internet, a través
de las redes sociales. Las redes sociales, básicamente, están diseñadas para
pescar tontos. Y hacer negocio. Internet es un excelente medio para
comunicarse, pero no para dialogar. Lo he dicho muchas veces: las personas
inteligentes se comunican, pero no dialogan. Comunicación y diálogo son dos
procesos muy diferentes. La semiología los diferencia muy bien. Los tontos, no.
Y no deja
de ser irónico que algunas personas presuntamente inteligentes, que repiten
aquello de que hablando no se
entiende la gente, se entreguen al debate, suponiendo que lo que no se
soluciona hablando se resuelve debatiendo. No cabe mayor ingenuidad o necedad.
La
obsesión por el diálogo, por la interacción, por la relación verbalizada,
induce a la gente, incluso a más de una persona inteligente también, a
pulverizar su vida diaria en procesos comunicativos completamente absurdos y
estériles. La mayor parte de lo que hacemos no es soluble en la comunicación, y
no se puede someter al diálogo, y aún menos a la interacción con ningún
interlocutor. No actuamos ni escribimos, ni tampoco publicamos, para obtener
una respuesta. Y menos aún para obtener una respuesta inmediata.
Y, desde luego, no escribimos libros ―y ahora hablo exclusivamente por mí― para que los tontos que no los leen nos digan que están, o que no están, de acuerdo. Ni para que nos hagan preguntas cuyas respuestas están más que explicadas en esos mismos libros, que no leen, pero con los que están de acuerdo, o en desacuerdo, porque sólo un tonto sin criterios puede estar en todas partes y en ninguna. Los tontos son muy «graciosos». Hasta que ―sin pronunciar una palabra― se les manda a la mierda. Para siempre.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «El conocimiento de los ignorantes en internet, o… ¿para qué sirve un tonto en la red?», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 14.50), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- II, 5 - La Crítica de la razón literaria ante las filosofías: definición, clasificación e interpretación.
- III, 4.4 - Crítica del concepto de transductor: la verdad circularista. La transducción literaria.
- La figura del perro en la literatura: un animal divinizado por el arte. Cuento de José Sánchez Pedrosa en Galicia.
- ¿Cómo superar la intolerancia? La libertad siempre está más allá de lo que la ley permite: nihilismo y literatura.
- Apofenias literarias y otros disparates interpretativos: el carnaval en el Quijote y en los cuentos de José Sánchez Pedrosa.
- Borges y Unamuno: ¿lectores improductivos del Quijote? El uso de la Literatura Comparada hoy.
- Octavio Paz o cómo seducir con erotemas a tus oyentes e interlocutores: el arte de engañar con las palabras.
- Los 4 paradigmas históricos de la interpretación literaria: lo que la Universidad no te enseña.
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