VI, 14.50 - El conocimiento de los ignorantes en internet, o… ¿para qué sirve un tonto en la red?


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





El conocimiento de los ignorantes en internet, o…

¿para qué sirve un tonto en la red?



Referencia 
VI, 14.50


Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro

Como todo el mundo sabe, los tontos son siempre extraordinariamente útiles. Siempre sirven contra alguien. Por esa razón están en todas partes, pero siempre disfrazados de otra cosa muy diferente de la estulticia, a fin de circular de forma libre y competente por todos los ámbitos de la vida humana. La estulticia está mal vista, pero debidamente disimulada y sofisticada, pronto adquiere una duradera legitimidad en todos los foros. Legitimidad por su utilidad obstaculizante.

Tonto es, entre otras cosas, alguien que razona, pero mal. Del mismo modo que el loco, quien igualmente razona, pero también mal. Este último, por causas debidas a una patología psíquica; aquél, simplemente por limitaciones intelectuales. Del mismo modo que el loco razona, si bien de modo patológico, pues perder la cordura no significa perder la razón, el tonto también razona, pero de forma extremadamente deficiente, u objetivamente insuficiente, según casos y contextos, frente a un conocimiento normativo, que no alcanza a explicar ni a comprender.

Las deficiencias del tonto tienen más que ver con la ignorancia, la necedad o la nesciencia, que con ninguna otra cuestión. La causa fundamental de la tontería está en la ignorancia, y en la osadía a la hora de exhibir esa insipiencia tan personal y genuina. La tontería no se explica si no es por relación a un conocimiento que el tonto ignora. Del mismo modo que quien hace el ridículo no es consciente de su comportamiento risible y degradado. Si lo fuera, no haría el ridículo: haría el imbécil.

Además de las deficiencias intelectuales, la tontería tampoco se explica al margen de importantes deficiencias emocionales. El tonto necesita demostrar en cada momento y lugar que no es tonto. Todo lo que ocurre a su alrededor es una causa y una iniciativa para imponer a quienes están a su lado la obstinación de que no es un tonto, sino todo lo contrario. Acaso un genio incomprendido... Y como los recursos de los que dispone para sus demostraciones están a merced de su propia ignorancia objetiva y de sus complejos más afectivos e hipersensibles, cada acto de habla y de conducta es una demostración irreversible de su estulticia.

El rasgo más patente del bobo es la exhibición de sus deficiencias intelectuales y sensibles, es decir, de su ignorancia y de sus complejos. Habla cuando nadie le pregunta, en lugar de callarse prudentemente. Es incapaz de escuchar, o de leer, sin prorrumpir en un «yo no estoy de acuerdo», «disiento», o, simplemente, «protesto». Exclamaciones todas ellas que, al interlocutor de turno, ni le van ni le vienen. Y que resultan por completo irrelevantes en todo contexto. Pero el narcisismo del conocimiento propio, la exhibición de una suerte de autodemostración personal, la necesidad de representar o teatralizar en público una acreditación de originalidad propia y de pensamiento yoísta son consustanciales al bobo o simple.

Algo que un tonto no está dispuesto a asumir jamás es su propia ignorancia. «Yo no soy un ignorante» es su divisa. Y tiene que demostrarla en cada minuto de su vida. La obligación de intervenir en el conocimiento ajeno es fundamental. El tonto interviene en todo lo ajeno sin tregua: en primer lugar, corrigiendo al prójimo; en segundo lugar, exigiendo de él soluciones que al propio bobo le han sido reveladas (sin duda) por su naturaleza personal y no por estudio; y, en tercer lugar, inquiriendo con desafío, con frecuencia mediante preguntas totalmente ridículas, fundamentadas en un presunto saber superior, explicaciones que nada tienen que ver con lo que se plantea. Es el conocimiento que posee quien está poseído por la ignorancia estulta. Dicho llanamente: el conocimiento de los ignorantes. El saber de los bobos.

El hábitat fundamental de los tontos son los espacios inútiles. Y hay que decir que, precisamente por eso mismo, los tontos tienen la facultad de esterilizar los espacios que ocupan. Allí donde hay un tonto hablando, el espacio interlocutivo queda totalmente esterilizado o inutilizado. Del mismo modo que Midas convertía en oro todo cuanto tocaba, el tonto torna inservible cuanto tañe.

El tonto necesita siempre hablar, pero, sobre todo, necesita debatir. El debate es la ocasión orgiástica por excelencia del bobo o simple, su «espacio de gloria». No hay tontería sin debate. Porque sin debate, el tonto carece de toda posibilidad de exhibición, teatralización o demostración pública de sus posibilidades de superación personal ante terceros. Negar a un tonto un debate es la mayor frustración que se le puede causar. Equivale a reconocer su más genuina estulticia. A negarle el sorites, su figura retórica más delatora. No es desprecio: es reconocimiento de su necedad.

Es evidente que el espacio de la estulticia por antonomasia es internet y, en particular, las redes sociales. En ellas coincidimos todos: los tontos y los inteligentes, los listos y los necios. Si bien hay que reconocer inmediatamente que las redes sociales tienen una extraordinaria capacidad, dadas sus condiciones, limitaciones y exigencias, de hacer que las personas supuestamente inteligentes adopten comportamientos propios de tontos, imbéciles e ignorantes. Lo contrario es prácticamente imposible. Ningún tonto mejora en internet. Todo lo contrario. Las redes sociales son un tercer mundo semántico donde el plancton de la estulticia se genera y retroalimenta sin pausa posible. La estulticia es el motor de las redes sociales. Y la savia de los bobos. En las redes sociales, lo bobos juegan en casa.

No hay que olvidar, además, que el mundo contemporáneo, posmoderno, está hecho a la medida de los tontos, las criaturas más mimadas por las ideologías de todo tipo, a fin de que se sientan cómodos, consuman acríticamente de todo ―como omnívoros son los cerdos―, no desfallezcan jamás, asesorados como están con todo tipo de libros de autoayuda ―sofisticado eufemismo para evitar el tabú: libros para tontos―, y de este modo lo tengan todo a su disposición. La omnipotencia de los tontos es el objetivo de la posmodernidad. No cabe duda de que los ingenieros de este diseño de un mundo para tontos simpatizan extraordinariamente con sus clientes. Todo sea por la gracia de sus dioses, que no son los míos.

De un modo u otro, y no por casualidad, hoy, la principal labor de los tontos es obstaculizar el conocimiento. Adulterarlo. Obstruirlo. Entorpecerlo. Disolverlo. Y asegurarse de que así lo hacen en todas partes. Y hacerlo además de forma pública y constante. A ello ha contribuido de forma espectacular el fracaso de la educación normativa. La destrucción de la instrucción pública, en tanto que educación científica, es responsable de la multiplicación sistematizada de la estulticia. La mayor parte de la población está totalmente desamparada frente a la ignorancia. Con frecuencia incluso potenciada por las propias instituciones educativas, incluida la Universidad. Sin embargo, el tonto ―incluido el tonto universitario, que es una modalidad renovada en la posmodernidad de forma muy lúdica y youtubera― dispone de extraordinarios recursos técnicos para exhibir y extender superabundantemente todas sus limitaciones intelectuales, todas sus ignorancias galopantes y todas sus deficiencias emocionales. Todo junto. Y con nombre y apellidos propios. Ya he dicho que el mundo posmoderno está hecho para los tontos. Y para culto de su denominado ultracrepidarianismo.

La denominada «educación motivacional» se ha diseñado precisamente para esto: la multiplicación de las deficiencias intelectuales y sensibles. La multiplicación de los necios. La reproducción sistemática de los tontos. Nótese que los tontos son todos ellos iguales entre sí. Lo que diferencia a las personas es su forma de ser inteligentes.

El fracaso de la educación normativa tiene como consecuencia la proliferación, por completo descontrolada, de infinidad de personas intelectualmente zumbadas, que se retroalimentan de forma recíproca, mutua y constante, en internet, a través de las redes sociales. Las redes sociales, básicamente, están diseñadas para pescar tontos. Y hacer negocio. Internet es un excelente medio para comunicarse, pero no para dialogar. Lo he dicho muchas veces: las personas inteligentes se comunican, pero no dialogan. Comunicación y diálogo son dos procesos muy diferentes. La semiología los diferencia muy bien. Los tontos, no.

Y no deja de ser irónico que algunas personas presuntamente inteligentes, que repiten aquello de que hablando no se entiende la gente, se entreguen al debate, suponiendo que lo que no se soluciona hablando se resuelve debatiendo. No cabe mayor ingenuidad o necedad.

La obsesión por el diálogo, por la interacción, por la relación verbalizada, induce a la gente, incluso a más de una persona inteligente también, a pulverizar su vida diaria en procesos comunicativos completamente absurdos y estériles. La mayor parte de lo que hacemos no es soluble en la comunicación, y no se puede someter al diálogo, y aún menos a la interacción con ningún interlocutor. No actuamos ni escribimos, ni tampoco publicamos, para obtener una respuesta. Y menos aún para obtener una respuesta inmediata.

Y, desde luego, no escribimos libros ―y ahora hablo exclusivamente por mí― para que los tontos que no los leen nos digan que están, o que no están, de acuerdo. Ni para que nos hagan preguntas cuyas respuestas están más que explicadas en esos mismos libros, que no leen, pero con los que están de acuerdo, o en desacuerdo, porque sólo un tonto sin criterios puede estar en todas partes y en ninguna. Los tontos son muy «graciosos». Hasta que ―sin pronunciar una palabra― se les manda a la mierda. Para siempre.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «El conocimiento de los ignorantes en internet, o… ¿para qué sirve un tonto en la red?», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 14.50), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro