Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Figuras pragmáticas para una interpretación de la literatura
Las figuras gnoseológicas del eje pragmático son las normas, los dialogismos y los autologismos.
1. En primer lugar, autologismo es la figura
gnoseológica en que se objetiva la relación del científico consigo mismo, en
tanto que sujeto lógico-corpóreo que ejecuta un proceso de investigación
científica.
Los autologismos han de interpretarse desde el punto de vista de su dimensión
lógica (M3), no psicológica (M2). Es una figura gnoseológica que determina el
uso de los conceptos que hace el sujeto operatorio en los límites de sus
capacidades lógicas individuales. Cabe advertir que la figura gnoseológica del
autologismo está en cierto modo registrada desde Platón en el siguiente pasaje
del Teeteto: «Sospecho —dice Sócrates en el diálogo platónico— que cuando la mente piensa,
está hablando consigo misma, formulando preguntas y contestándolas, y diciendo
que sí o que no» (Platón, Teeteto, 198e).
2. En segundo lugar, los dialogismos son las relaciones que mantienen entre sí los sujetos operatorios, en tanto que, como sujetos que intervienen en los procesos de construcción científica, se relacionan entre sí a través de la conceptualización de los objetos que manipulan. Los hechos científicos son supraindividuales, y requieren la organización de gremios o grupos de investigadores que, en el tiempo y en el espacio, puedan sostener el desarrollo de las ciencias. Los hechos científicos son superiores e irreductibles a un único individuo.
Los dialogismos son las figuras gnoseológicas en las que se objetivan las explicaciones, debates, comunicaciones —o incomunicaciones— de los diferentes grupos de una comunidad científica. La enseñanza de las ciencias se incluye dentro de la figura gnoseológica del dialogismo.
3. En tercer lugar, las normas son pautas de comportamiento gnoseológico que se imponen progresivamente por el éxito de su uso científico. La construcción científica no puede desarrollarse, ni es concebible, sin la intervención de sujetos humanos, esto es, de sujetos operatorios, los científicos, en una actividad que ha de suponerse necesariamente ordenada en función de una construcción de objetos definidos.
Es imprescindible en la construcción científica reconocer la existencia de una serie de normas, o pautas de comportamiento gnoseológico, que la conceptualización de los objetos exige a los sujetos operatorios, del mismo modo que estos sujetos imponen a los objetos unos criterios de definición y formalización.
Las tesis de Feyerabend (1970), por ejemplo, remiten a una teoría de la ciencia negadora del valor gnoseológico de las normas, al proponer una suerte de anarquismo epistemológico. Las ciencias se desarrollarían, en este sentido, al margen de toda estructura normativa. Para el teoreticismo, sin embargo, las normas son absolutamente necesarias a las ciencias. El teoreticismo de Popper necesita el consenso de la comunidad científica para hacerse valer, y las normas son la mejor garantía de ese consenso. En la misma línea cabe situar la teoría de los paradigmas y revoluciones científicas de Kuhn (1962), donde las normas se articulan como auténticos sistemas de reglas objetivadas, en un sentido en cierto modo análogo al concepto de horizonte de expectativas que Jauss (1967) toma de la tradición fenomenológica y hermenéutica de Ingarden (1931) y Gadamer (1960). Las normas obligan a los científicos y a las comunidades científicas, y «formatean» de modos muy precisos las interpretaciones de sus respectivos campos (Medicina, Historia, Física, Termodinámica, Lingüística, Derecho…). Sin embargo, para la teoría del cierre categorial, el valor imperativo de las normas científicas no procede de realidades exteriores a las ciencias mismas, como pueda ser la autoridad de una determinada escuela o gremio, o al peso histórico de una figura de referencia —como ocurre con la física aristotélica hasta la irrupción de la obra de Newton, o con el concepto de mímesis hasta su desplome prerromántico—, sino que deriva de factores inmanentes a los campos categoriales de las propias ciencias. Las normas gnoseológicas poseen su propia genealogía, que ha de fundamentarse en los procedimientos tecnológicos previos a la constitución de cada ciencia —acaso pueden presuponerlas—, y en cuya inmanencia podrán reconocerse. Bueno ha insistido en que no procede confundir, por esta razón, las normas gnoseológicas de las ciencias con las normas deontológicas, desde el momento en que estas últimas no son científicas, sino morales, éticas, prudenciales, pedagógicas, gremiales o incluso políticas.
Las normas gnoseológicas resultan de los procesos demostrativos de las verdades científicas, inherentes a las operaciones y procedimientos específicos de cada ciencia. Las normas obligan al sujeto científico, pero no en nombre de cualquier valor, sino conforme a criterios relacionados con la naturaleza del campo categorial de referencia, es decir, conforme a las exigencias de los términos, y de sus relaciones y operaciones en los procesos mismos de las identidades sintéticas (Bueno, 1992). En suma, la teoría del cierre categorial cifra el valor de las normas en el circularismo de la investigación científica, tal como también postula la Crítica de la razón literaria, al afirmar que el circularismo objetiva tanto el cierre de los materiales literarios como la pragmática misma de la comunicación literaria.
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Figuras pragmáticas para una interpretación de la literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 5.2.2.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
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